Una mirada hacia la génesis de la sexualidad.

Autor: Lorena Fenton

 

“El sentido de identidad comienza con la conciencia del infante que existe en un mundo con objetos externos, que tiene sus propios deseos, pensamientos y memorias, y una apariencia distinguida.”

                       Moore and Fine, 1968.

 

Cuando comencé la maestría en psicoanálisis, aquí en la Sociedad Psicoanalítica de México, tuve la oportunidad de trabajar durante ocho meses en una fundación llamada “Centro Acción”. Mi trabajo consistía en atender a madres de familia que se encontraban en una situación vulnerable. También cuidaba a un grupo de niños cuyas edades variaban entre los 15 meses y 4 años. Yo cuidaba de ellos durante algunas horas del día, mientras sus madres tomaban un taller de “auto-ayuda” que impartían en la fundación.  Gracias a esto, tuve la oportunidad de observar el comportamiento y la actitud de los niños. 

Algunos de los bebés, no tenían la capacidad para controlar esfínteres, era yo quien tenía que cambiar el pañal cuando estuviera sucio. Y esto me permitió conocer de qué forma exploraban sus genitales a la hora del cambio. También pude observar las diferentes maneras de jugar, de relacionarse con los compañeros, de compartir, de tratar a los propios juguetes, etc. Así como observar también las reacciones que tenían hacía sus propias madres cuando se despedían y cuándo se reencontraban. 

La población estaba compuesta de varones y hembras de distintas edades, esta gama de edades era lo suficientemente variada como para poder comparar y explorar el tema de la sexualidad infantil. Para mi sorpresa, descubrí que los pequeños tienden a reaccionar ante la presencia de los genitales de sexos opuestos. 

Freud decía que los niños y las niñas se desarrollan de la misma manera, hasta que alcanzan los tres años de edad. En donde el clítoris sustituye el pene, prácticamente de manera idéntica hasta alcanzar la etapa fálica. Es a esta edad donde el complejo de castración impacta el desarrollo psíquico de manera directa. Y donde la corriente genital se encuentra imbricada con el triángulo edípico. Es decir, durante la crisis del complejo de Edipo, alcanzando la etapa fàlica; el varón recibe la amenazas de castración y estas ocasionan la llegada de la represión y el abandono del complejo de Edipo. 

Para la mujer, el recorrido es distinto. Debido a que el complejo de castración está implicado desde que la pequeña observa el genital del sexo opuesto. Es decir el pene, que ella carece. Por ende, la castración en la dama no sólo precede sino que prepara la llegada del complejo de Edipo. Es así que la mujer, transita por la etapa fálica asumiendo un sentido de inferioridad ante la falta de un pene propio. Asumiendo la castración y desarrollando una “envidia al pene”. 

Brunswick, que sigue la línea teórica de Sigmund Freud, propone que la pequeña piensa que, la falta de un órgano masculino, sus genitales son un accidente individual y que puede encontrar una manera de remediarlo. A esta edad, la pequeña conoce y reconoce la existencia de su clítoris pero no tiene noción de la vagina. 

Después de el descubrimiento de las diferencias sexuales; se intensifica la masturbación del clítoris y los impulsos libidinales son dirigidos hacia la madre. Sin embargo, la pequeña tiene la fantasía de que su madre sí tiene un pene, cuando la pequeña descubre que su propia madre tampoco tiene pene, es decir, que es carente de un falo; pierde las esperanzas de poseer un pene propio. Y como consecuencia a esta desilusión, sus impulsos activos son sublimados y buscan la expresión por medio de embarazo. 

Brunswick menciona también, que Freud creía en una barrera represiva que detenía el retorno del trauma de castración. Por esta razón, la pequeña desarrolla una actitud hostil y agresiva hacia su madre porque representa aquella herida narcisista de la castración femenina. 

Sin embargo existe mucha literatura post-freudiana que contrasta con las creencias de Freud y sus seguidores. Autores como Karen Horney, Greenacre, Melanie Klein,  y Jones; encontraron en múltiples casos evidencias de lo contrario. Donde las pequeñas tenían sensaciones genitales desde el segundo año de vida. Estos autores, proponen un origen pre-edípico de sensaciones genitales y dé un miedo pre-edípico a la castración. 

Herman Roiphe realizó un estudio de bebés en un hospital. Estos bebés tenían desde 6 hasta 24 meses de edad. Y se encontraron varios casos donde la percepción de la diferencia anatómica generaba fuertes emociones y consecuencias en el comportamiento; a una edad pre-edípica. 

En las hembras, estas se comportaban excesivamente negativas hacia su madre, desarrollaban un comportamiento negativo en general y desarrollaban trastornos en el sueño y problemas para quedarse dormidas. En ocasiones desarrollaban tendencias destructivas hacia los juguetes y el resto de los bebés. 

Como consecuencia del desplazamiento de zonas, ocurrían también, complicaciones en los movimientos del intestino; como la constipación y la retención, así como problemas de incontinencia uretral. 

Roiphe consideraba que aquellas reacciones eran un intento de reparar el daño narcisista, de aquella herida que surgió como una consecuencia de la confrontación pasiva con la castración. Es decir, al contemplar los genitales del varón. 

Sin embargo, el grado de intensidad del trauma de la diferencia anatómica, se vive de manera distinta dependiendo de algunos factores externos. Es decir, el trauma se vería intensificado si las figuras paternas no están presentes emocionalmente, es decir si no son lo suficientemente buenas. También sucederá una reacción más negativa si la figura paterna no está presente y si existen períodos de separación repentinos y frecuentes. Esto se debe a lo siguiente; la confrontación de los órganos opuestos sacuden la representación del self, afectan la imagen del yo-corporal porque el sentimiento de castración se percibe como una amenaza a perder el objeto; por ende necesita de figuras parentales estables y lo suficientemente buenas para poder contrarrestar las sensaciones de amenaza. 

Cuando los padres están ausentes y no tienen las herramientas emocionales de contención y constancia, la amenaza de la pérdida incrementa y aparecen síntomas negativos y la agresión del bebé incrementa. 

Ante tales incidentes, el bebé se defiende mediante la regresión a etapas anteriores. Y busca la constancia objetar por medio del control de esfínteres, como la retención anal. Ya que aquel objeto es representado como las heces y de esta manera puede ser controlado. 

Sin embargo, la constancia del objeto no se mantiene de esta manera, ya que estas reacciones son defensivas, la relación con el objeto permanece ambivalente. 

Hemos establecido que la confrontación de la diferencia genital provoca amenazas a la propia representación corporal y amenazas a perder el objeto. Se ocasiona una ambivalencia hacia el objeto, y cómo otra acción defensiva, el bebé se aferra emocionalmente a la madre por miedo a la retaliación de aquellos impulsos agresivos que siente hacia ella. Pero como comienza a depender más de aquella madre, el círculo vicioso continua y la agresión se intensifica constantemente. Lo que llaman, “una dependencia hostil” hacia la madre. 

Una hipótesis del estudio de Roiphe, es que la sexualidad genital emerge desde el segundo año de vida, y está estrechamente ligada a la relación con el objeto. Es decir, la relación con el objeto forma el núcleo de la identidad sexual. (Roiphe, 1924). 

Cualquier experiencia que amenace o que fomente el sentimiento de pérdida y de la disolución corporal; ocasionan que la imagen genital se vea afectada. Esto se debe a que la imagen corporal del infante sigue frágil. 

Entonces, sabemos que existen experiencias que facilitan la predisposición de las manifestaciones pre-edípicas. Estas reacciones serán preponderantes para el establecimiento de la identidad y posteriormente de la sexualidad. 

Entonces podemos ligar aquella relación ambivalente y agresiva con la madre, es decir el objeto; a una relación erotizada de manera agresiva y no erotizada de una manera libidinal. Ya que sabemos ahora que la erotización de la agresión impide que el self se desarrolle de manera estable. 

Sin embargo, la erotización de la agresión, no es el único riesgo que corre el infante. Puede suceder que el bebé se defienda escindiendo la imagen maternal. De esta manera puede dirigir el enojo hacia la “mala madre” y no hacia su propia madre. Al escindir puede proyectar a aquella “mala madre” a un objeto exterior, tanto animado como inanimado. Es decir, puede odiar y atacar a los compañeros, o a las maestras, a los juguetes, a las sillas o cualquier artefacto que le permita descargar esa agresión. Pero no perdamos de vista, que esa agresión es intencionada principalmente a sus objetos primarios. 

Quiero poner el ejemplo de una de las pequeñas que cuidaba en la fundación; esta niña reaccionaba con particular sospecha y precaución hacia mí. Me trataba como si yo fuera una extraña después de meses de conocernos. Estaba proyectando en mí, aquella imagen de “la mala”, y de esa manera podía proteger a su propia madre de sus agresiones y simultáneamente podía evadir aquellos sentimientos ambivalentes hacia ella. 

Otro varoncito, nunca se alimentaba de la comida que le daba a la hora del lunch. Me negaba la comida. Estaba proyectando sobre la comida, aquella imagen de “maldad”. 

Otro caso de un varón, nunca se acercaba a los muñecos de peluche. 

Y otro varón, no toleraba los sonidos fuertes, especialmente el sonido de la campana que sonaba a la hora del recreo. 

Generalmente, los niños lloraban y buscaban de manera desesperada a su madre, intentaban huir del espacio donde trabajábamos para buscarla y era imposible consolarlos. 

Todos los anteriores, ejemplifican diversos paroxismos de aprehensión con la madre. Ante una crisis, retornaba la ansiedad de la fragmentación del self debido a la castración, y despertaba en los infantes impulsos agresivos que eran subsecuentemente proyectados hacia mí, los juguetes, la campana, o la comida. 

Por otro lado, al momento de cambiar pañales, era posible evidenciar que existía para los pequeños un interés particular en sus genitales; así como de la agresión que proviene de aquella amenaza de castración a nivel pre-edípico. Recuerdo, un varón particular, que solía jalar y pellizcar su pene bruscamente. Recuerdo que quedé sorprendida la primera vez que presencie ese acto agresivo sobre sus propios genitales. Recuerdo pensar, “como le debe de doler tal maltrato a su miembro”. Además de que solía hacerlo frecuentemente a la hora de cambiar su pañal, el trato que daba hacia sus genitales era distinto que el resto de los pequeños. Generalmente solían tocarse curiosamente, exploraban en cada oportunidad su cuerpo, específicamente el área genital. En general, los infantes solían ser más tiernos y menos agresivos que el varón que se lastimaba los genitales. Se puede decir, bajo esta línea teórica que, la confrontación pasiva a la castración dejó como resultado, la erotización de la agresión, evidenciada en aquel maltrato a su pene.  

Spitz y Wolf (1949) encontraron una correlación entre la calidad de la relación madre-hijo, especialmente referente al primer año de vida y la emersión del comportamiento autoerótico. Y encontraron que solamente aquellos que habían establecido un vínculo lo suficientemente bueno con la madre desarrollaban prácticas autoeróticas.  Mientras que los infantes, que no habían establecido tal vínculo, solían preocuparse constantemente, quejarse y no tolerar la presencia de objetos rotos o dañados. Porque tales situaciones los remite al trauma de la diferencia anatómica. Y como defensa, entran en negación. 

A lo largo de los ocho meses de convivencia con los bebés pude observar que la presencia de una madre suficientemente buena es un factor crucial para el desarrollo de la identidad genital. Y que las reacciones negativas que surgen de lo contrario, precipitan sentimientos de fragmentación del slf junto con sus ráfagas adicionales. 

La actividad masturbatoria también  es importante para el desarrollo de la identidad. En casos “normales” (madre suficientemente buena) el bebé siente placer al explorar sus genitales. “El acto tiende a fortalecer el sentido del self y de la identidad” Roiphe, 1924. 

Empero, si la variante de la masturbación genital se encuentra llena de agresión, eventualmente conduce a infringir dolor. Y no solamente terminan lastimándose, sino que pueden detener por completo el acto masturbatorio y éste interfiere con el desarrollo del sentido de la identidad sexual. 

La población que menciono, se encontraba en situaciones vulnerables; algunos niños fueron recogidos de la calle, muchos de ellos sufrían maltrato físico y emocional. El padre estaba ausente en la mayoría de los casos, y la madre no tenía las capacidades emocionales para contener al niño. Aunado a esto, los infantes compartían juguetes, habitación, cuidadoras, con el resto de los niños de la fundación. Estas condiciones distan mucho de ser ideales y como consecuencia los bebés estaban angustiados y frustrados con la situación de sus vidas. 

Transitaban en esos momentos por una edad que define el desarrollo de la identidad psíquica. Yo asocio los comportamientos agresivos y perturbaciones con todo aquello relacionado a esta etapa infantil. E intento explicar cómo aquellos traumas, que se viven a una edad temprana tienen efectos peyorativos en las etapas posteriores de su desarrollo.
Yo comprendo que el tiempo que estuve ahí, no es lo suficientemente extenso para lograr un entendimiento específico del tema, no obstante intento pesquisar las secuelas que se presentan como consecuencias entre niños que presentan situaciones similares. Ya que este grupo de niños, compartían muchas características similares, en cuanto a la relación con sus objetos y me parece que al observar y comparar los comportamientos puedo tener una idea de que fue lo que antecedió estos resultados.  

Entonces pienso y supongo, que los bebés observados, tuvieron muchas carencias durante el primer año de vida y esto llevó a un trauma que se acrecentó al presenciar la diferencia anatómica. Y que, desarrollaron una reacción ante la castración más severa que lo “normal”. Y consecuentemente en años posteriores presentan una identidad confusa y una erotización teñida de agresión. 

La identidad confusa y la agresión erotizada, se observó en los distintos tipos de juego. Por ejemplo, era evidente que un tipo de juego respondía a una función simbólica, mientras que el otro tipo de juego respondía a un impulso agresivo y tendía a la destrucción. 

Para Roiphe, el juego en edad temprana representa una expresión directa del impulso. Y estos procesos de transformación tienden a variar, ya que algunas veces se desplaza hacia otra parte del cuerpo y otras veces se interpone en una parte del self o de otra persona. A lo que se refiere, que el impulso se modifica mediante la sustitución, y estos sustitutos forman las bases de lo que será expresado como una función simbólica. Así mediante formas más complejas de tales sustitutos, el sistema simbólico de pensamiento y lenguaje es finalmente elaborado. (Roiphe, 1924.)

En los infantes que tenían menor edad entre el grupo, de 15 a 24 meses. La manera de jugar era similar. Me refiero a que era, una manera más concreta de juego, no existían historias detrás de los movimientos de figuras o muñecos de acción. Si tomaban la pelota, simplemente se arrojaba. A este tipo de comportamiento quisiera inferirle como un acto impulsivo directo donde no existe aún, un tipo de juego más avanzado. Eran actos de empujar, tirar, encimar, arrojar y aplastar. muchas veces estos juegos incluían, tirar la bebida a la hora del lunch, abrir y cerrar la botella, mojar los alimentos. Estos tipos de juegos tienen resonancias uretrales y anales que pueden ser identificadas como una proyección hacia el mundo de los objetos inanimados. 

Erikson menciona que ante el surgimiento de la conciencia de las funciones uretráles y posteriormente genitales, el juego de los varones en contraste con el de las hembras comienzan a confirmar patrones pertenecientes a la identificación de su propio género. Menciona como ejemplo que los varones construían torres altas y jugaban con figuras de más connotación fálica, mientras que las pequeñas solían construir con toallas y almohadas ó lo que encontraran, espacios cerrados como muros. (Erikson, E. )

Mientras que algunos de los infantes presentaban anomalías en el formato del juego. 

Daré algunos ejemplos: un varón solía llevarse utensilios que se usaban para pintar y objetos de esta índole. Otro varón golpeaba a los compañeros cada vez que alguien intentaba jugar con él ó compartir el juguete. Otras situaciones donde montaban ó colocaban objetos entre las piernas como el juego del caballo imaginario ó simplemente aplastando un peluche entre las piernas; también aparecían juegos como esconder algún objeto y luego buscarlo. 

Citando a Roiphe, “estos son reemplazos fálicos y son un aspecto más de la función simbólica que se encuentra alterada por las experiencias relacionadas a la identidad genital durante los primeros años”. (Roiphe, 1924.) 

Como dato extra, en muchas ocasiones las madres de estos infantes, me compartían experiencias que también tienen un vínculo a ciertas reacciones de frenesí, de parte de los niños. Por ejemplo, él compartir la cama durante mucho tiempo con la madre pudiera ser excesivo y por ende despertaron un incremento de excitación genital en los infantes. 

Greenacre (1953) menciona que, ante tales circunstancias, el conocimiento de la diferencia sexual es dolorosa y puede convertirse en envidia. Especialmente si el infante ha sido expuesto a otras heridas narcisistas. Concluyendo de esta manera, que son las diferentes reacciones al enfrentar la diferencia sexual, las que marcan los caminos divergentes.

El periodo que transitaban los pequeños del grupo es crítico en cuestiones del desarrollo. En el desarrollo “normal” de las niñas hay un incremento importante en la capacidad de simbolizar como respuesta a la castración, así como también resurgen miedos de pérdida del objeto y de la desintegración del self. Como respuesta, la pequeña,  busca a su padre, sin embargo en estos casos no hay una figura paterna estable. Y en la mayoría de los casos, no está presente el padre. Por ende, hay una notable deficiencia simbólica en el juego y el lenguaje de las pequeñas. Muchas veces se comportaron como bebés y no aparecía en el juego una presencia de capacidad semi-simbólica. Me sorprendió que ninguna de las niñas del grupo jugaba a ser la mamá, los juegos eran monótonos, carentes de fantasía y de construcción imaginaria. Como es de suponer, ante tales carencias emocionales, los infantes del grupo estaban demasiado apegados a sus madres. Un apego hostil, ambivalente. Esto solía ser marcado, por un comportamiento extremista y polarizado entre amor/odio. Eran demasiado tiernos al ver a la madre cuando dejaban de verla algunas horas, y a los pocos minutos se molestaban con ella por cualquier motivo, así llenaban los reencuentros de caprichos y berrinches. Recuerdo una ocasión en donde uno de los varones, no soltaba la mano de su madre por ningún motivo. Necesitaba tocarla para sentir esa seguridad objetal que era en el fondo increíblemente frágil. Aunado a esto, él trato hacia sus madres parecía ser violento y agresivo, había golpes y llamadas de atención muy bruscas. Las madres no sabían cómo reaccionar ante tales destellos de ira, algunas veces se quedaban paralizadas, otras veces reaccionaban equitativamente agresivas y desesperadas. Entonces, no permitían que el infante se frustrara, porque no fungían como contenedores de agresión. Dejando espacio nulo para que ellos mismos pudieran desarrollar una tolerancia a la frustración. 

Gracias al tiempo que pasé en la fundación pude observar que existe una correlación entre las relaciones objetales y la importancia de la estabilidad. Así como de la frecuencia y el tiempo de calidad que comparten. La mayoría de las madres, solían ausentarse durante  sus estancias en los centros de rehabilitación. Muchas veces el contacto con los niños era muy intenso y de repente completamente ausente. Esto generaba todo tipo de miedos y perturbaciones en los niños. Era especialmente evidente, durante las edades de 15-24 meses. Cuando transitaban en un periodo psíquico de especial importancia que, parecían quebrarse ante tales desafíos. Y como resultado, al intentar defenderse y tratar de mantener un sentido de integridad corporal, recurrían a estallidos intensos de ira. Así como  a la retención y su contrario, en cuanto a control de esfínteres. Es decir, recurrían a la constipación ó a la diarrea. Como hemos visto anteriormente, se defienden también mediante la proyección de la agresión hacia objetos externos, y lo mencionado anteriormente. 

Como último ejemplo, quisiera platicar de uno de los pequeños del grupo que estaba realmente atrasado en su desarrollo. Tenía dos años, no hablaba ni una palabra. Al relacionarse con el resto del grupo, solamente intentaba arrebatar los juguetes. Casi siempre estaba solo y cuando no, intentaba provocar algún compañero con ataques agresivos. Lo más sorprendente de todo, era que cuando en alguna ocasión se caía al suelo por estar corriendo o empujando, no lloraba. Por más fuerte que fuese el golpe que recibía, se levantaba y seguía jugando. Lloraba únicamente cuando no lograba quitarle el juguete deseado al otro. Era incuestionable que parte de la agresión, era dirigida hacia él mismo. La madre de este pequeño llevaba varios meses ausente, y no se sabía nada de ella. Las cuidadoras del orfanato, mencionaban que cuando su madre se fue, el infante dejó de hablar y hubo un incremento en su hostilidad y su comportamiento. Acompañado por problemas en el sueño y problemas en el control de esfínteres. Sin embargo, tomando en consideración que estaba frecuentemente expuesto al cuerpo desnudo de sus pares, y estaba constantemente expuesto a la la confrontación pasiva con la castración. Puedo inferir que el abandono de la madre fue doblemente catastrófico. Y él segundo impacto psíquico de recibir y tolerar la diferencia anatómica, no pudo ser tolerado y hubo una regresión en todos los aspectos del bebé. No existía ni una exploración de sus genitales, ni intentos de señalamiento a los genitales del resto; como solía ocurrir al momento del cambio de pañales. Muchos niños se mostraban curiosos y en ocasiones señalaban y decían palabras referentes al miembro ó a la vagina. Pero este pequeño, parecía estar completamente inhibido en todas las áreas del desarrollo. La falta de constancia objetal, no permitió el próximo paso en el desarrollo. No existió la posibilidad de una amenaza de castración pre-edípica, porque era demasiado escaso el contenido emocional depositado a este pequeño. Era tal la falta integridad corporal, que al caerse o recibir un golpe de algún compañero, no reaccionaba ante el dolor, solamente reaccionaba ante el enojo y la agresión que tenía.

 

Bibliografía:

  • Brunswick, R.M. (1940), The Preoedipal Phase of Libido Development. Psychoanalytic Quarterly, 9:293-319.
  • Erikson, E. . (1950). Childhood and Society. New York: Norton
  • Freud, S. (1905), Three Essays on the Theory of Sexuality. Standard Edition, 7:125-143. London: Hogarth Press.
  • Freud, S. (1923) The Infantile Genital Organization of The Libido. Standard Edition, 19: 141-153. London: Hogarth Press.
  • Greenacre, P. (1950), Special Problems in early female development. In: Trauma and Growth and Personality. New York: International Universities Press, 1952, pp.237-258.
  • Greenacre, P. (1953), Penis Awe and its Relation to Penis Envy. In: Emotional Growth. New York: International Universities Press,1971. pp. 31-49.
  • Roiphe, H. & Galenson, E.. (1981). Infantile Origins Of Sexual Identity . United States Of America: International Universities Press.