Un puente: delincuencia y psicoanálisis

Autor: Concepción Zepeda

 

En nuestros tiempos y en nuestro país es común escuchar sobre la delincuencia, constantemente estamos siendo bombardeados por este tipo de información, nos llega a través de las redes sociales, la prensa escrita, noticiarios e incluso de boca en boca; la palabra la escuchamos todos los días en diferentes escenarios, al grado de estar sumamente familiarizados con ella y la mayoría de la veces anestesiados frente a esta.

Al realizar la investigación me percaté que la delincuencia es sumamente compleja, me enfrenté a la enorme dificultad de comprenderla; sabemos que el problema de la delincuencia es multicausal, por lo tanto, podrá ser explicado desde múltiples vertientes. El presente trabajo intenta analizar el fenómeno de la delincuencia desde el enfoque psicoanalítico, por ello, lo que ahora les presentaré sólo se abocará a analizar las posibles causas del comportamiento delincuencial desde esta perspectiva. Intentaré exponer e ir tendiendo un puente, por el cual podamos transitar juntos e ir reflexionando y comprendiendo el origen de la conducta delictiva psicoanalíticamente. Indudablemente, se suscitaran más interrogantes que respuestas, no obstante, me arriesgaré, puesto que las dudas me invitaran a profundizar en el tema.

El estado actual de la sociedad y la civilización nos ha llevado a un aumento de la delincuencia, es un hecho ineludible escuchar sobre delincuencia infantil, juvenil, delincuencia organizada, etc., lo cual, nos invita a repensar y a reevaluar las teorías psiquiátricas y psicológicas que se han encargado del estudio de la delincuencia como fenómeno social en su conjunto.

El término delincuencia nos es un término unívoco, es una palabra ambigua, difícil de precisar, no solo en el terreno psicológico, sino también en el sociológico y legal. No es un término psicoanalítico, lo cual no quiere decir que el psicoanálisis no tenga algo por decir y aportar. Sin embargo, no podremos comprender el fenómeno delincuencial sin concebir la tríada delito-delincuente-delincuencia. Así que, en derecho penal el delito se entiende como “acción u omisión ilícita y culpable expresamente descrita por la ley bajo la amenaza de una pena o sanción criminal.” Ahora bien, si existe la conducta de acción u omisión, entra en escena el autor de dicha conducta, es decir, el delincuente; en el diccionario jurídico Mexicano, delincuente es definido como, “aquella persona que ha cometido un delito”. Mientras que la palabra delincuencia proviene del latín delinquentia y con base en el diccionario Jurídico Mexicano del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, “la delincuencia suele entenderse como el conjunto de delitos observables de un grupo social determinado y en un momento histórico dado […] la doctrina jurídica-penal y criminológica manejan conceptos sinónimos de delincuencia. Es así, como se usan los términos antisocialidad, criminalidad, conducta desviada, entre otros.”

Por otra parte, en su artículo “Delito, crimen, delincuencia, delito y delincuente” (2017) Velasco afirma que:

La delincuencia a lo largo de la historia no ha sido uniforme, ni lo es hoy en día ni lo será en un futuro, de modo que está en continua evolución, al igual que el delito. Es un problema real que varía en intensidad, gravedad, tipología y cuantía según el tipo de sociedad, pero existe en todas ellas. Cada época y cada sociedad ha tenido y tiene sus propios delitos y sus propios delincuentes porque en cierto modo, la delincuencia es construida a partir del rechazo social de determinadas conductas o comportamientos. (Velasco, 2017)

Las aportaciones de la escuela psicoanalítica a la psicología del delincuente han sido amplias y de suma relevancia para su comprensión y abordaje. Siguiendo a Freud y al estudio psicoanalítico de éste sobre los delincuentes y no delincuentes, al respecto, Marchiori señala lo siguiente:

Todos los individuos traen consigo al nacer como herencia filogenética, tendencias e impulsos considerados criminales y antisociales y, que posteriormente, son reprimidos u orientados (educación) hacia otros fines para conseguir una adaptación social (sublimación). Este proceso se realiza en los primeros años de vida, debido a la influencia de factores externos ante quienes el niño sacrifica parte de sus satisfacciones instintivas con la esperanza de recibir cariño o por temor al castigo y más tarde a consecuencia de una instancia inhibidora interna (superyó), pero los impulsos instintivos actúan en el inconsciente del individuo y tienden a manifestarse aprovechando cualquier debilitamiento de las instancias inhibitorias. (Marchori, 2006, p. 206)

Freud en su artículo “Los que delinquen por conciencia de culpa” (1915) sostiene que, “la conciencia de culpa preexiste a la falta, que no procede de esta, sino que, a la inversa; la falta proviene de la conciencia de culpa”. Al analizar a estos individuos arroja luz sobre la fuente del sentimiento de culpa y Freud llegó a la conclusión que el sentimiento de culpabilidad proviene del complejo de Edipo, es decir, es una reacción frente a los dos grandes propósitos delictivos de los hombres; matar al padre y tener comercio sexual con la madre.

En el caso del delincuente, “por un lado comete el delito a causa de sus sentimientos de culpa y por otro, el castigo que el delito ocasiona, satisface la necesidad de autocastigo que el sujeto experimenta inconscientemente” (Marchiori, 2006). Para comprender las motivaciones delincuenciales es importante concebir el sentimiento de culpa como un conflicto de ambivalencia, es decir, la eterna lucha entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte que se encuentra reprimida en el inconsciente y las tensiones entre el yo y el superyó, que se exteriorizan en una necesidad de ser castigado. De acuerdo a este artículo, podemos concebir al acto delictivo como un alivio para el sujeto angustiado, ayudándole a mitigar la presión. Pese a, no toda conducta delictiva está motivada por una necesidad de castigo; en este caso, Freud se refería sólo a un tipo de delincuente. También se refirió a los delincuentes adultos que comenten delitos sin sentimientos de culpa, y señaló que estos sujetos no desarrollaron inhibiciones morales o creen justificada su conducta por una lucha contra la sociedad, en quienes el superyó ha sido débil; es probable que se refiriera a estos últimos a lo que en la actualidad conocemos como conducta antisocial.

Freud destacó dos características principales en el delincuente, la primera es “un egocentrismo ilimitado” y la segunda, “una intensa tendencia destructora, siendo común a ambos y premisa de sus manifestaciones, el desamor, la falta de valoración afectiva de los objetos humanos”. No obstante, el delincuente no es distinto a cualquier hombre, Freud considera que “en los hombres hay una disposición al odio y a la agresividad y esta agresividad se debe al narcisismo”.

Siguiendo la línea de pensamiento freudiana, Marchiori refiere que, los niños realizan pequeñas fechorías para atraerse un castigo, una vez que lo que reciben quedan tranquilos, por lo que, el castigo sirve para satisfacer sus necesidades de autocastigo, derivadas de la sensación de culpabilidad que provocan otras faltas más graves. Por otra parte, Marchiori (2006) toma como referencia al autor Karl Abraham para mencionar que “los individuos con características delincuenciales están fijados en una etapa sádico-oral, individuos con rasgos agresivos pero que se rigen por el principio de placer, en donde predomina la envidia y la ambivalencia.” Para entender el factor patológico, desde mi visión las fallas no se encuentran en las tendencias agresivas mismas, sino en la falta de fusión entre pulsión de vida (Eros) y pulsión de destrucción o de muerte (Thanatos). Así es que estas dos pulsiones no se encuentran ligadas y parcialmente neutralizadas, sino que se hayan libres y busca el delincuente expresarlas en la vida cotidiana bajo una destructividad clara.

Respecto al tema, Melanie Klein en su artículo “Tendencias criminales en niños normales” (1927) afirma que durante el primer año de vida tienen lugar algunas de las fijaciones sádico-anales en el sujeto; el placer extraído de la zona erógena anal y de las funciones excretorias, así como, el placer en la crueldad, posesión o dominación están íntimamente vinculados a los placeres anales. Además, cuando el superyó entra en funcionamiento trae consigo el desarrollo del complejo de Edipo, el cual cumple un papel fundamental en la formación de la personalidad, del cual puede derivar en dificultades, desde el neurótico hasta el delincuente.

Klein en el artículo antes citado señala, “que los niños que presentan tendencias asociales y delictivas, las que actúan una y otra vez, eran quienes más temían una retaliación de sus padres, como castigo de sus fantasías agresivas dirigidas a esos mismos padres.” Siguiendo el pensamiento Kleiniano, la agresividad interna del sujeto deja de estar dentro de sí para ser exteriorizada y puesta en actos, en otras palabras, el delincuente a través del acto delictivo pone afuera su propia agresividad. Además, llegó a la conclusión de que el responsable del comportamiento delincuencial es la abrumadora severidad del superyó, no la debilidad ni la falta de este; estableciéndose un círculo vicioso, esto es, la angustia del infante le provoca destruir sus objetos, esto lo lleva al incremento de la propia angustia, y esto lo obliga a actuar una vez más contra sus objetos, este círculo vicioso parece ser el responsable de las tendencias delictivas. Retomando a Marchiori (2009), esta expresa que según Klein, “el mejor remedio contra la delincuencia sería analizar a los niños que muestran signos de anormalidad hacia una u otra dirección”.

El estudio del delincuente en el psicoanálisis ha dado lugar a posturas contrapuestas, por un lado, se encuentran los pioneros de Berlín y Viena quienes han destacado la debilidad el superyó, mientras que Klein y otros han ponderado la severidad del superyó en la comisión del acto delictivo. Por consiguiente, existen diferentes posturas, donde cada una va dando cuenta de la motivación inconsciente, entendida esta como causalidad psíquica del comportamiento delincuencial.

Dentro del movimiento psicoanalítico Lacan también realizó aportaciones al estudio del delincuente, él se interesó en el crimen. En su teoría plantea la importancia de lo real, lo imaginario y lo simbólico para el entendimiento del individuo, la coexistencia de estos tres aspectos es lo que rige las relaciones del sujeto con un Otro; su desorganización es lo que determina la psicopatología. En 1933 analizó el crimen de las hermanas Papin, aunque nunca las vio en persona, en un estudio del juicio a través de documentales demostró que fue un delito cometido por paranoicas, (delirio a duo) señaló cómo las tendencias agresivas son fijaciones; en su caso son fijaciones narcisistas, donde el objeto escogido es el más parecido a sí mismo. Para 1950 se interesa nuevamente por los temas criminológicos y pronuncia su informe titulado “Introducción teórica de las funciones del psicoanálisis a la criminología” (1950) mejor dicho, se interesó por la clínica del acto. En palabras de Marchiori en dicho informe expresó:

Toda sociedad, en fin, manifiesta la relación entre el crimen y la ley a través de castigos, cuya realización, sean cuales fueren sus modos, exige un asentimiento subjetivo. Aquí es donde el psicoanálisis puede, por las instancias que distingue en el individuo moderno, aclarar las vacilaciones de la noción de responsabilidad para nuestro tiempo y el advenimiento correlativo de una objetivación del crimen, a la que puede colaborar (Lacan, 1978).

En otro orden de ideas, las teorías que atribuyen el origen de las alteraciones a esos acontecimientos que se gestan en el seno familiar están, desde luego, en oposición con las que tienen su origen en la escuela alemana; estas últimas, le dan mayor peso a los factores hereditarios y constitucionales. Un ejemplo de ello, sería Cris y Coleman, quienes postulan que las variaciones en las actitudes parentales aún en la temprana infancia afectan el desarrollo de la personalidad del hijo. Respecto al tema Anna Freud citada por Marchiori (2006) refirió que, “existe en el niño el impulso a repetir compulsiva e incesantemente en periodos ulteriores de su vida, las mismas formas que experimentó por primera vez en su infancia: el amor y el odio, la rebeldía y la sumisión, la repulsión y el apego.” En ese mismo orden de ideas, coincido con Klein y Bowlby en subrayar la importancia que tiene el vínculo primario en los estadios tempranos del desarrollo psíquico del individuo, Klein toma en consideración las relaciones de objeto tempranas en conjunto con la constitución o equipaje psíquico del niño. En cambio, en su publicación “Los cuidados maternos y la salud mental” (Bowlby, 1982) plantea “que es indispensable para la formación psíquica y el equilibrio psicológico del individuo que los bebés cuenten con el cuidado materno. El vínculo madre-hijo debe ser estable, reconfortante, tranquilo y seguro, puede ser la madre biológica o quien cumpla dicho rol. Si el recién nacido cuenta con una base segura y el calor necesario para su desarrollo psíquico por parte de la madre, las emociones como la ansiedad, el estrés y la culpa, así como la función metabolizadora se organizan de forma armoniosa” (Madeiro, 2012). Además, Bowlby fue de los pioneros en investigar el rol que juegan los estilos de apego en la experiencia de rabia y enfado. Para este autor, la rabia es una respuesta funcional de protesta dirigida a otros, aquellos con estilos de apego inseguro logran transformar esta respuesta en otra que resulta disfuncional. Entonces, las personas con estilos de apego seguro, son menos proclives a la ira, expresan su enojo de modo controlado, sin expresiones de hostilidad hacia otras personas y siempre buscan solucionar la situación una vez que están enfadados. Los sujetos con estilos de apego ambivalente y evitativo son más propensos a la irritabilidad, sus conductas y por tanto, sus metas se caracterizan por ser destructivas, presentan recurrentes episodios de enfado y otras emociones negativas.

“Bowlby utiliza la noción de “relación rota de madre-niño”, que durante los primeros tres años de vida dejan una impresión característica en la personalidad del infante. En efecto, tales niños, aparecen como introvertidos y aislados, sin capacidad de desarrollar lazos libidinales ni entablar relaciones emocionales genuinas con los demás” (Mollo (2010). Bowlby estudió a 16 delincuentes de robo, en 14 de ellos comprobó como causa la ruptura del vínculo madre e hijo. Sin embargo, más tarde con el surgimiento e impulso del psicoanálisis de niños tu teoría se vio reorientada postulando que el origen del carácter del delincuente obedece a la relación emocional del niño en función a las actitudes inconscientes de la madre y los traumas tempranos.

Por lo antes referido, es evidente la influencia que adquieren las relaciones tempranas de apego del infante con sus padres y el desarrollo de la personalidad; la privación del objeto materno y de suministros insuficientes en los primeros años de vida es nocivo, provoca graves alteraciones emocionales y efectos patológicos y, en algunos casos, será la responsable de la perturbación en la organización psíquica, su adaptación social y la salud mental del individuo, la cual puede ser manifestada a través de la conducta delincuencial.

Spitz señala que las madres o quien funja ese rol, crean lo que él llamó el “clima emocional”. En el vínculo madre e hijo, lo que crea uno u otro tipo de clima son los sentimientos de la madre hacia el hijo. El que esta diada esté coloreada de amor, de afecto, así como, de una gama de experiencias vitales y enriquecedoras para el neonato, es indispensable en la infancia, toda vez, que los afectos cobran valor incalculable en esa etapa; no así en otra etapa de la vida. “La actitud emocional de la madre y su afecto servirán de orientación a los afectos del infante y conferirá a la experiencia de ésta la calidad de vida” (Spitz, 2012).

“De acuerdo con la personalidad de la madre, puede haber una diferencia enorme, respecto a que el niño sea precoz o retrasado, dócil o difícil, obediente o revoltoso. No sin olvidar que la actitud del bebé influye y modela las relaciones diádicas” (Spitz, 2012). En esta relación la madre es la representante del ambiente, es decir, ella simboliza lo dado por el medio, así desde ese momento el neonato ya empieza a vincularse con su medio con lo que la madre le muestra. Por tanto, la relación con la madre marca el tipo de relaciones sociales que establecerá el niño a lo largo de su vida. Con lo antes referido, no pretendo culpar a la madre, intento subrayar la importancia de un adecuado maternaje, de una madre lo suficientemente buena para que le ayude al bebé a metabolizar las experiencias.

Ahora bien, al evaluar a los delincuentes a lo largo de varios años he tenido la oportunidad de corroborar que de acuerdo al tipo de delito el delincuente posee un perfil de personalidad, a pesar de, he observado ciertos rasgos de personalidad comunes en la mayoría de los delincuentes: por ejemplo, son sujetos que se rigen por el principio de placer, con relaciones de objeto parciales, presentan alteraciones en el desarrollo de la simbolización que afecta la posibilidad de formular el pensamiento verbalizado, por ello, todo lo actúan; presentan ansiedad y fantasías persecutorias, son violentos, inmaduros e inestables, con baja o nula tolerancia a la frustración, con una acentuada deprivación, dificultad en identificaciones positivas, la historia infantil y familiar es regularmente traumática, así que son extremadamente impulsivos; provienen de familias monoparentales, desintegradas y disfuncionales, que poco les importan los niños, es decir, de la crianza se responsabiliza a algún familiar, “se encuentran en condición de pobreza”, esta palabra la entrecomillo, porque aún no sé cómo tomar este dato. Además, deseo compartirles que a lo largo de mi experiencia como perito en psicología forense me llama la atención que en el tratamiento del delincuente poco se conoce sobre su desarrollo psíquico, o bien, no se toma en cuenta; sin temor a equivocarme, les puedo compartir que el abordaje es desde talantes retaliativos, siempre. Un ejemplo, sería la prisionalización y su fantasmagórica y nula reinserción social. Desde mi punto de vista, el psicoanálisis puede brindar información relevante sobre las motivaciones inconscientes de la conducta delictiva y proponer a la punición un enfoque distinto.

Subrayo la importancia de que algunos psicoanalistas se vieron atraídos por el tema, brindando aportaciones desde su punto de vista; los primeros psicoanalistas fueron sensibles a la problemática social de su época, sin embargo, evitaron platearse a profundidad los aspectos jurídicos de la delincuencia, razón por la cual intento tender un puente por donde pueda transitar lo psicoanalítico y lo jurídico, un punto donde puedan converger, aunque no estoy del todo segura que se pueda lograr e incluso, si sea de nuestro interés. En mi opinión, el hecho de que se escuche al actor del delito no lo hace sujeto, sólo lo vuelve objeto de justicia y de un veredicto. A mi parecer, paralelamente al veredicto se debe conocer la motivación personal que lo lleva a delinquir y cuál es su relación con el acto en sí. Actualmente, no podemos quedarnos sin pronunciarnos al respecto, si contemplamos nuestro mundo adulto desde las raíces de la infancia, podremos comprender la forma en que nuestro mundo interno y externo se va edificando a partir de las más tempranas fantasías y emociones infantiles, hasta llegar a manifestaciones adultas sumamente complejas, como lo muestra la conducta delictiva. Así que, el presente trabajo es un acercamiento al lugar que ha tenido y puede tener el psicoanálisis frente a la diada delincuente-delincuencia.

Finalmente, concluyo con dos frases que me hicieron reflexionar, las cuales deseo compartir. “El hombre es siempre más de lo que de sí sabe y puede saber y más de lo que algún otro sabe de él. Ningún hombre es totalmente abarcable, sobre ninguno es posible un juicio de conjunto definitivo.”

 

 

Bibliografía

  • Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. (1983). Diccionario Jurídico Mexicano, T. III. Recuperado desde: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/3/1170/4.pdf
  • Freud, S. (2012). Los que delinquen por conciencia de culpa 1905. Obras completas, tomo XIV. Buenos aires. Editorial Amorrortu. Segunda edición, quinta reimpresión.
  • Klein, M. (1927). Tendencias criminales en niños normales. Recuperado desde: https://psicovalero.files.wordpress.com/2014/11/klein-melanie-tendencias-criminales-en-nic3b1os-normales.pdf
  • Madeiro, A. (2016). Aportaciones del psicoanálisis a la comprensión de la violencia y actos homicidas en la infancia. Facultad de psicología. Universidad de la Republica.
  • H. (2009). Personalidad del delincuente. D.F. México. Editorial Porrúa. Séptima edición.
  • H. (2006). Psicología criminal. D.F. México. Editorial Porrúa. Decima primera edición.
  • H. (2004). El estudio del delincuente. D.F. México. Editorial Porrúa. Quinta edición.
  • Mollo, J. p., (2010). Psicoanalisis y criminología, estudios sobre la delincuencia. Buenos Aires. Editorial Paidós. Primera edición.
  • Spitz, R. A. (2012). El primer año de vida del niño. México. Editorial. Fondo de cultura económica. Vigesimocuarta reimpresión
  • Velasco, P. (20 de diciembre, 2017). Delito, crimen, delincuencia y delincuente. Recuperado de https://criminal-mente.es/2017/12/20/delito-crimen-delincuencia-y-delincuente/