José Luis Grageda

Una pesadilla que se repetía constantemente en la cabeza de Conor O’Malley, desde hacía varios meses y que normalmente se veía interrumpida al despertarse gritando, finalmente estaba llegando a su fin y se iba a poder completar… “Conor estaba al borde del precipicio, preparándose para aquel momento, aferrando con todas sus fuerzas las manos de su madre para que la criatura no la arrastrara al fondo del precipicio… – ¡Ayúdame, Conor! – gritó su madre – ¡No me sueltes! – “No te soltaré” – Gritó Conor – “Te lo prometo”

La criatura de la pesadilla dio un rugido y tiró más fuerte, con los puños apretados alrededor del cuerpo de su madre por lo que ella empezó a resbalar de las manos de Conor. – ¡Por favor, Conor! – gritaba ella aterrorizada – ¡No me sueltes!

– ¡No te soltaré! – Gritó Conor. Se volteo hacia el árbol, que seguía ahí sin moverse – ¡Ayúdame!, ¡No puedo sujetarla!

Pero el árbol se quedó ahí, mirando.

Las manos de su madre se deslizaban de las suyas…

– ¡Me estoy escurriendo! – Gritó su madre.

– ¡No! – Gritó él.

Se cayó de bruces sobre el pecho de tanto que pesaba su madre con los puños de la criatura de la pesadilla tirando de ella.

Su madre gritó otra vez.

Y otra.

Pesaba tanto, tanto que parecía imposible.

– ¡Por favor! – Susurró Conor para sí mismo- ¡Por favor!

– Y aquí – dijo el árbol detrás de él- está la cuarta historia. 

– ¡Cállate! – Gritó Conor – ¡Ayúdame!

– Aquí está la verdad de Conor O’Malley.

…Su madre gritaba, se estaba escurriendo.

Costaba mucho sujetarla…

-Es ahora o nunca – Dijo el árbol – Tienes que decir la verdad.

– ¡No! – Dijo Conor con voz entrecortada.

-Debes hacerlo.

– ¡No! – dijo Conor otra vez, mirando abajo la cara de su madre…

Y la verdad llegó de repente, cuando la pesadilla alcanzó su máxima perfección….

– ¡No! – Gritó Conor una vez más…

Y su madre cayó…

Este era el momento en que solía despertarse, cuando ella caía… Era cuando él se incorporaba de la cama, cubierto en sudor, con el corazón latiéndole tan deprisa que creía que iba a morir.

Pero no se despertó.

La pesadilla lo rodeaba todavía.

El árbol seguía detrás de él.

-La historia todavía no ha terminado- le dijo.” (Ness, 2011)

Hace algunos años, después de la muerte de mi papá, me encontré por casualidad con, “A Monster Calls”, una película del director Juan Antonio Bayona. Ésta está basada en un libro del mismo nombre, del escritor Patrick Ness y del que acabamos de escuchar un extracto. Al investigar un poco más acerca del libro y del proceso que había seguido el autor para desarrollar una historia como la que había visto, me enteré de que éste había tomado como base una idea que la escritora inglesa Siobhan Dowd desarrolló después de haber sido diagnosticada con una enfermedad terminal, y que ya no pudo terminar, por falta de tiempo, debido a que murió poco después, 4 años antes de la publicación del libro que Ness completó tomando la premisa, los personajes y el inicio de la historia que Dowd había creado antes de su muerte.  

La experiencia por la que yo acababa de pasar por la muerte de mi papá y la película que había visto, se entrelazaron, movieron algunas ideas que tenía preconcebidas y el tratar de acomodarlas me ayudó a complementar mi visión acerca de lo que significa la muerte de alguien cercano, de cómo se vive un proceso como este y de cómo nos preparamos para su inminente llegada, por lo que en esta ocasión decidí tratar de escribir un poco acerca de este tema.

A lo largo de la historia, se ha escrito mucho acerca de la muerte desde diferentes áreas del conocimiento. En particular, en el mundo del psicoanálisis, una infinidad de autores han tocado este tema, empezando por Freud, pasando por otros clásicos como Klein y Lacan y llegando hasta nuestros días. Tanto el proceso de morir, como la muerte misma, se han tratado de explicar y de entender desde diferentes perspectivas, incluyendo, entre otras, la del sujeto que la espera para sí mismo, o la de los demás a su alrededor, es decir, de la gente que está por perder o que pierde a un ser querido. 

Aunque parece evidente y en el contexto del presente trabajo, primero que nada, me gustaría hacer mención de que el proceso de morir es diferente a la muerte misma. Como lo mencionan Diaz Facio y Ruiz Osorio en su trabajo del 2011 “La Experiencia de Morir. Reflexiones sobre el duelo anticipado”, la muerte en sí misma, no tiene sentido dentro la existencia humana, en la medida que no se puede vivir como una experiencia. Sabemos que se presentará como un acontecimiento que seguramente va a suceder, que su devenir será único y que será diferente para cada persona. Como complemento de lo anterior, los autores mencionan que, al no saber qué es propiamente la muerte, no podría temérsele ya que cuando suceda, no habrá conciencia de la misma, conciencia que existe solamente cuando el sujeto que está pasando por el proceso de morir va sufriendo los estragos de las pérdidas que se van teniendo en el camino, así como los sufrimientos inevitables que conlleva el desenlace del proceso. En ese sentido, podemos entonces decir que, La muerte en sí misma es el resultado final del proceso de morir.

Desde la perspectiva de aquella persona que espera la muerte para sí misma, aquella que pasa por el proceso de morir después de enterarse de que está sufriendo de una enfermedad terminal o que se da cuenta que está en una situación, en la que la única posibilidad es que al final se le acabe la vida, podemos hablar brevemente de las complicaciones que para esta persona significa aceptar el inminente enfrentamiento con su propia muerte, así como de las reacciones que puede tener al enfrentarse con la noticia. Por ejemplo, con respecto a las complicaciones a las que se enfrenta el sujeto al pensar en su propia muerte, en el apartado número II, de su trabajo de 1915, “Consideraciones de Actualidad sobre la Guerra y la Muerte”, Freud menciona que “La muerte propia es, desde luego, inimaginable y cuantas veces lo intentamos podemos observar que continuamos viviendo como meros espectadores… Ya que, en el fondo, nadie cree en su propia muerte, o lo que es lo mismo, en lo inconsciente, todos nosotros estamos convencidos de nuestra inmortalidad”. Por otro lado, Elisabeth Kübler-Ross, en su trabajo, “Sobre la muerte y los Moribundos”, describió, después de más de dos años de haber trabajado con pacientes que iban a morir, las fases por las que pasa un sujeto cuando se enfrenta a su propia muerte. Negación, Enojo, Negociación, Depresión y Aceptación son las etapas descritas por ella y aunque no necesariamente aparecen en ese orden y a que no todas las personas reaccionan de la misma manera, podemos considerar que estas fases se podrán presentar tanto en el moribundo como en su familia. Como menciona Freud en el texto antes mencionado, en general, aceptamos que la muerte es una cosa natural, indiscutible e inevitable, pero que, al mismo tiempo, permanentemente estamos tratando de prescindir de ella, de eliminarla de la vida, que hemos tratado de silenciarla y que pensamos muy poco en ella. Esta perspectiva, en sí misma, nos daría material suficiente para poderla abordar de muchas maneras por lo que, por ahora, ya que no es el objetivo de este trabajo, no profundizaré más allá de lo escrito en este párrafo. 

Por otro lado, desde la perspectiva de aquellas personas que se enfrentan al proceso de morir o a la muerte misma de un ser querido, a los que llamaré “Los Otros”, podríamos hacer referencia a lo que sucede antes y a lo que sucede después del momento de la muerte. 

En esta ocasión y ya qué lo que me motivó a escribir este trabajo fue el recuerdo de lo que pude reflexionar al haber visto la película antes mencionada, poco tiempo después de haber pasado por la experiencia de acompañar a mi papá, junto con mi mamá y mis hermanos, en su proceso de muerte, me enfocaré en lo que viven, antes de la llegada de la muerte, “Los Otros”, los que acompañan, los que cuidan, los que ven desde fuera cómo se va terminando la vida de esa persona que quieren y sin la cual van a tener que adaptarse a vivir una vez que llegue el momento. 

La fase que antecede a la muerte tiene un impacto muy importante, no solo en el enfermo, sino también en “Los Otros”. Múltiples variables pueden influir en la postura que tome la familia ante la noticia de la proximidad de la muerte de un ser querido. Variables como la cultura, la moral, la religión, entre otras, determinan la forma en que reaccionamos ante la noticia de la inevitable pérdida. En otra parte del trabajo de Freud, al que ya hice referencia en este texto, el autor nos habla acerca de la forma en que el hombre civilizado lidia con la muerte de los demás, “En cuanto a la muerte de los demás, el hombre civilizado evitará cuidadosamente hablar de semejante posibilidad cuando el destinado a morir puede oírle… No acogerá gustoso entre sus pensamientos el de la muerte de otra persona, sin tacharse de insensibilidad o de maldad… y mucho menos se permitirá pensar en la muerte de otro cuando tal suceso comporte para él una ventaja en libertad, fortuna o posición social. Naturalmente, esta delicadeza no evita las muertes, pero cuando estas llegan nos sentimos siempre hondamente conmovidos”. En estas líneas Freud nos permite vislumbrar algunos de los conflictos emocionales y limitaciones que tendrá que manejar el sujeto que esté viviendo la etapa previa a la muerte de una persona amada y sobre las cuales hablaremos un poco más adelante. 

“-Sácame de aquí – Dijo Conor… tembloroso-.

Tengo que ir a ver a mi madre.

-Ya no está aquí, dijo el monstruo-. Tú la soltaste.

-Esto es solo una pesadilla – dijo Conor, jadeando-. Esto no es la verdad.

-Esto sí que es la verdad- dijo el monstruo-. Lo sabes, tú la soltaste.

-Se cayó – dijo Conor-. No podía sujetarla más…

-La soltaste.

– ¡Se cayó! – gritó Conor desesperado…

-Tú la soltaste- dijo el monstruo.

– ¡Yo no la solté! – gritó Conor con la voz quebrada-. ¡Se cayó!

-O dices la verdad o no saldrás nunca de esta pesadilla….

– ¿Qué verdad? – Gritó Conor- ¡No sé a qué te refieres!

La cara del monstruo surgió de repente y quedó a escasos centímetros de la de Conor.

-Si que lo sabes- dijo en voz baja y amenazadora.

Hubo un silencio repentino.

Porqué, si, Conor lo sabía.

Siempre lo había sabido.

-No- dijo, – No puedo.

-Debes hacerlo.

-No puedo- repitió Conor.

-Si puedes- dijo el monstruo, con una nota de algo de amabilidad….

-Por favor, no me obligues a decirlo- suplicó Conor-…

-Tú la soltaste- dijo otra vez el monstruo.

Conor cerró con fuerza los ojos

Sin embargo, luego asintió con la cabeza….

–Decirlo me matará- jadeó.

– Lo que te matará es no decirlo 

Conor jadeaba, tratando de respirar sin conseguirlo.

– ¿Por qué, Conor? – dijo furioso el monstruo-. ¡Dime POR QUÉ! …

De pronto, el fuego que Conor tenía en el pecho lo abrasó, ardió como si pretendiera devorarlo vivo. Era la verdad, él sabía que lo era. Un gemido empezó a surgir de su garganta, un gemido que se elevó hasta convertirse en grito… Conor abrió la boca y el fuego salió ardiendo, abrasándolo mientras gritaba de dolor….

Y finalmente, con mucha pena, dijo las palabras que no había podido decir. Dijo la verdad.

Contó el resto de la cuarta historia.

– ¡Ya no puedo soportarlo más! – gritó desesperado…. ¡No puedo soportar saber que se va a morir! ¡Quiero que pase ya! ¡Quiero que todo esto se acabe!

Y entonces el fuego devoró el mundo, arrasándolo todo, llevándoselo también a él.

Conor lo recibió con Alivió, porque era, por fin, el castigo que se merecía…

Conor abrió los ojos. Yacía sobre la hierba en la colina de detrás de su casa.

Seguía vivo…Lo cual, pensó, era lo peor que podía haberle pasado” (Ness, 2011)

A continuación, trataré de profundizar un poco más en algunos de los síntomas más significativos que se presentan en las familias de personas que tienen una enfermedad terminal y también trataré de proponer algunas opciones que podrían ayudar a la persona o al grupo de personas que lo padecen, a poder lidiar con ellos de una forma más funcional. Es importante mencionar que estos síntomas no son, necesariamente, patológicos y pueden ser necesarios para la aceptación de la enfermedad y la muerte, así como para poder adaptarse a la nueva realidad y solo serían patológicos en caso de que por su intensidad y duración tengan un impacto directo en la capacidad para funcionar del individuo.

Primero que nada, me gustaría hablar de La Polivalencia Emocional, que fue el síntoma que más trabajo me costó manejar a lo largo de la convalecencia y agonía de mi papá. Fue con el que pude contactar de forma más directa al ver la película de Bayona y es el que me motivó a desarrollar este trabajo.  Este síntoma se presenta por la presencia simultánea de sentimientos contradictorios con respecto al enfermo. Por un lado, se tiene el deseo de cuidarlo, de protegerlo, de contar con el tiempo suficiente para poder mostrarle que se cumplieron todos esos deseos y expectativas en los que el doliente siente que ha fallado, se tiene el deseo de que mejore, que se recupere y de que se quede para siempre por el miedo a no poder seguir sin su presencia. Por el otro, se puede sentir rabia contra el que está muriendo, culparse por sentir que lo necesita cuando, por la debilidad del enfermo, éste lo necesitaría aún más, por no hacer todo lo que cree que debería de hacer para que el enfermo se cure, frustrarse porque siente que éste no colabora, porque siente que simplemente no tiene ganas de vivir o incluso, motivado por el agotamiento físico y emocional que ha tenido durante el proceso, como le sucedió a Conor en la historia, deseando que la situación a la que se está enfrentando, termine, lo que solo puede suceder con la llegada de la muerte. La discrepancia entre los sentimientos que los familiares deberían de tener por razones culturales, sociales, religiosos y personales y los que tienen en realidad provoca dolor, culpa, ansiedad, tristeza, impotencia y frustración ya que esta contradicción emocional y principalmente los sentimientos que pudieran percibirse como negativos, tratan de ser sistemáticamente suprimidos por ser moralmente inaceptables.

Aunque cada caso en particular deberá de ser tratado específicamente, de forma general, podemos decir que una manera de poder ayudar al sujeto a lidiar con esa Polivalencia Emocional es ofreciéndole un espacio para hablar de las diferentes cosas que está sintiendo, sin juzgarlas, sin rechazarlas, sin pedirle que deje de sentirlas y dándole su lugar a cada una de ellas dentro del contexto en el que se encuentra. Ayudándole a entender que es humano y legítimo sentir lo que está sintiendo, que no lo puede evitar y que eso no quiere decir que no ame a la persona que está por morir o que, en realidad, esté deseando su muerte. En resumen, que lo que siente, no tiene ningún efecto negativo en el enfermo, en la relación que tienen y que, por el contrario, es recomendable hablar de ello.

Otro reto al que se enfrenta la familia de un paciente que está próximo a morir es el de la comunicación. El decir o no la verdad, es uno de los principales conflictos con los que hay que lidiar y de acuerdo con el grado de información que decidan compartir los involucrados a lo largo del proceso, tanto el enfermo como la familia se pueden enfrentar al síntoma que se conoce como “El Pacto del Silencio”. Este síntoma consiste en excluir la naturaleza y desarrollo de la enfermedad como tema de conversación. El impacto que esto tiene para el enfermo es que se le niega el derecho a conocer cuál es su situación, a reconocer su propia muerte, a tomar las decisiones sobre asuntos relacionados con ésta y a poder decidir qué quiere hacer con el tiempo que le queda por delante. Con respecto a la familia, el impacto que tiene este síntoma es que, adicionalmente a la angustia, al miedo y al dolor que produce la enfermedad, hay que añadir el disimulo constante y el control de las emociones lo cual tendrá un impacto en el duelo patológico porque “Los Otros” se pueden culpar de por vida por haberle ocultado la verdad al enfermo.

Para tratar de evitar este síntoma, o por lo menos para tratar de minimizar sus consecuencias, es muy importante promover la transparencia y la comunicación a todos los niveles, para que tanto el paciente como la familia, tengan el mismo grado de información ya que, esto facilitará la adaptación y el procesamiento del duelo posterior al fallecimiento.

Me gustaría hablar también acerca de los síntomas que están relacionados con alteraciones del funcionamiento familiar. Dentro de este grupo de síntomas, podemos identificar Patrones Rígidos de funcionamiento, Alteraciones del Ciclo de vida familiar, Sobreprotección del enfermo o el Síndrome del Cuidador. Todos estos síntomas, en mayor o menor medida, se presentan porque la familia tiene la percepción de que se tienen que hacer ajustes radicales e inmediatos a la dinámica familiar y a las responsabilidades de cada uno de sus miembros, con intención de poder acompañar al enfermo en su proceso de muerte, así como en preparación para lo que le sucederá a esta dinámica una vez que la persona haya muerto, en lugar de hacer estos ajustes tomando en consideración cada caso en particular, pero poco a poco, de forma paulatina y permitiendo cierta flexibilidad en la asignación y el cumplimiento de las nuevas responsabilidades.

En este sentido, es de mucha utilidad realizar una transición progresiva de los nuevos roles que tendrá cada miembro de la familia, sin anular las capacidades que tenga el que está muriendo, darle importancia al rol de cada uno, principalmente al del enfermo, cuando esto es posible, y al del cuidador primario, considerando que todos deben mantener la posibilidad de continuar con su vida, considerando los ajustes que se tengan que hacer en cada caso, pero dejando espacio para continuar con sus proyectos en lo personal, lo social y/o lo profesional ya que esto les permitirá seguir adelante con su vida, una vez que llegue el día de la muerte. 

Finalmente, con respecto a los síntomas que se presentan en aquellos que están a la espera de la muerte de un ser querido, me gustaría hablar un poco acerca del Aislamiento Social al que se enfrentan, tanto el enfermo como sus familias. Este tipo de aislamiento es favorecido por las pautas culturales bajo las que se rigen la mayoría de las familias occidentales en las que está mal visto que una familia en la que uno de sus miembros está por morir, mantenga conexiones con el exterior, más allá de las que están relacionadas con los cuidados de éste o con el tratamiento médico que se está siguiendo, ya que si lo llegara a hacer, se tiene la fantasía de que se está descuidando al enfermo y que este “descuido” inhabilitará la posibilidad de que éste se cure o incluso de que esta falta de atención vaya a acelerar la llegada de su muerte.

En este sentido, es importante ser conscientes de la importancia que tiene que, tanto el enfermo como su familia, puedan mantener las relaciones sociales con su entorno, ya que esto permitiría, en la medida de lo posible, que todos sigan disfrutando del tipo y de la calidad de relaciones que tenían hasta antes de la enfermedad. Si se pueden mantener relaciones recíprocas e igualitarias entre los sanos y el enfermo, se prevendrá la llegada de otros “males mayores” como lo podrían ser la claudicación familiar, el síndrome del cuidador o la sobreprotección del enfermo debido a que éste seguirá sintiéndose útil y productivo, hasta donde su enfermedad se lo permita, y “Los Otros” tendrán la posibilidad de tomarse un respiro y así poder recargar energía para poder seguir adelante cumpliendo con las obligaciones y responsabilidades que hayan adquirido como parte de su nueva realidad.

Es posible que no haya podido profundizar lo suficiente en las estrategias que se podrían seguir para mitigar estos síntomas o que incluso pudiéramos encontrar otros que no hayan sido descritos en este trabajo. Eso no quiere decir que las estrategias no tengan que ser más elaboradas, dependiendo de cada caso, que los síntomas que no fueron incluidos no sean importantes y que no tengan que ser atendidos, pero, por el formato al que nos tenemos que apegar en esta ocasión, todo esto deberá de ser revisado, más adelante, en futuros trabajos. 

A continuación, me gustaría hablar de un tipo de “Duelo” que se presenta, tanto en la persona que está por morir como en su familia, cuando aún no se ha consumado la pérdida. Me refiero, al Duelo Anticipatorio.

Aldrich menciona que algunas diferencias entre este tipo de duelo, con respecto al duelo post mortem son “1.- Es experimentado habitualmente tanto por la persona que se está muriendo como por su familia. 2.- No puede prolongarse indefinidamente puesto que hay un punto final que es la muerte. 3.- Teóricamente, su intensidad debería de disminuir, más que aumentar, con el tiempo. 4.- El duelo anticipatorio puede incluir una fase de esperanza.” (Rosales y Olmeda, 2001).

El término fue propuesto por Lindemann en su artículo, “Sintomatología y manejo del Duelo Agudo”, de 1944. El concepto surgió a partir de que el autor observó que durante la 2da Guerra Mundial algunos familiares de soldados, para quienes la muerte era siempre posible, realizaban ajustes de cara a la muerte potencial, no solo pasando a través de las diferentes fases del duelo, sino que incluso había casos en los que la resolución de ese proceso era tan completa que, si el soldado regresaba, era excluido del núcleo familiar.

A partir de la propuesta de Lindemann, distintos autores han explicado, de diferente manera, lo que le sucede tanto al sujeto que está por morir, como a su familia. Worden, por ejemplo, lo define como el duelo que hace la familia del enfermo terminal, como un adelanto al duelo posterior, Fonnegra, lo explica como el trabajo que hacen tanto el enfermo como su familia para manejar las múltiples pérdidas que conlleva el proceso de morir y como complemento a esta visión, Alizalde propone que estas pérdidas múltiples, que ella define como muertes parciales, operan como marcas, produciendo “una suerte de antesala de la pérdida general que sucederá con la muerte total”. En resumen y tratando de integrar todas estas visiones, podemos decir que el Duelo Anticipatorio es una respuesta adaptativa que le permite, al enfermo y/o a “Los Otros”, prepararse para la llegada de la muerte, al tener la oportunidad de concluir temas pendientes, de experimentar pérdidas parciales, de prepararse para el futuro, mientras siguen todos juntos, a lo largo del proceso de morir.

El estudio sobre este tipo de Duelo ha generado mucha controversia. No solamente se ha cuestionado el término sino también su existencia ya que, como mencionan Rosales y Olmeda, sus críticos argumentan que los estudios relacionados con este tema no satisfacen los estándares metodológicos actuales, aunque, independientemente de sus detractores, hoy en día el concepto sigue estando vigente y los cuestionamientos no están enfocados en la existencia o no de este tipo de duelo, sino si es útil a la hora de mitigar el duelo posterior a la muerte. 

Finalmente, me gustaría hablar un poco acerca de algunos factores que pueden ayudar a que el proceso de duelo, después de la muerte, le permita a “Los Otros” seguir adelante cuando la persona que estaba por morir ya se haya ido y que éste no se convierta en un duelo patológico. Para hacerlo, voy a tomar como base parte de lo escrito por Sogyal Rimpoché en “El Libro Tibetano de la Vida y La Muerte” ya que éste fue un libro que llegó a mis manos 2 días antes de la muerte de mi papá y que fue de mucha ayuda para entender lo que había pasado a partir de que empezó su declive, para lo que sucedió en sus últimos días y para lo que siguió después de su muerte.

Primero que nada, hay que entender que la persona que va a morir se muestra insegura, reservada, incluso se puede sentir torpe por no saber manejar sus emociones y lo más probable es que “El Otro” se pueda sentir de la misma manera. No hay que esperar que suceda nada extraordinario, hay que tratar de ser uno mismo, relajado y natural tratando de generar una atmósfera relajada en la que ambas partes puedan decir lo que sienten. Cuando el moribundo empiece a hablar de sus sentimientos, de sus miedos y de sus angustias, hay que dejarlo hablar, sin interrumpir, sin descalificar ni restar valor a lo que diga, hay que escucharlo. “El Otro”, no debe esperar mucho de sí mismo, no debe esperar que con su ayuda se produzcan resultados milagrosos ni que, con ellos, va a poder salvar a la persona que está por morir ya que probablemente fracasará y se sufrirá una decepción. No tiene que ser demasiado sabio, ni tratar de decir siempre algo profundo, no tiene que hacer ni decir nada para que las cosas mejoren. Si experimenta miedo o ansiedad puede compartirlo sinceramente con el moribundo, incluso puede pedirle ayuda. Por lo general, cuando una persona tiene miedo, se siente aislada, pero si alguien le acompaña y pueden compartir esos miedos, se darán cuenta de que no están solos. Esto ayudará a que ambos se sientan que están tratando con personas vivas y no con una enfermedad.   

Otra angustia muy común de ambas partes, a lo largo del proceso de morir, es la que tiene que ver con dejar asuntos pendientes y con la forma en que todo va a terminar. Cuando la persona que está por morir comparta sus deseos, las cosas que tiene pendientes, las que quiere hacer antes del final e incluso la forma en la que quiere morir, hay que escucharlo, tomar nota, apoyarlo a resolver, cuando se pueda, aquellos asuntos inconclusos y por doloroso que sea, respetar y cumplir, en la medida de lo posible, la forma y las condiciones en que éste quiera morir.

Finalmente, para el momento de la despedida, Rimpoché menciona que Christine Longaker ha descubierto que para que una persona pueda morir en paz necesita contar con dos “garantías explícitas” de parte de sus seres queridos. En primer lugar, que éstos le dan permiso de morir y en segundo, que le aseguren que saldrán adelante después de su muerte, por lo que no debe preocuparse por ellos. 

En ese sentido el autor nos comparte su opinión acerca de cuál sería la mejor manera de despedirse y darle a alguien permiso de morir. Para cerrar este trabajo, me gustaría transcribir su propuesta y compartirles mi experiencia ya que, desde mi punto de vista, esta manera de decir adiós, junto con algunos de los factores expuestos anteriormente, no solo ayudará al enfermo a poderse ir en paz, sino que también ayudará a la persona que se queda a poder quedarse en paz, a vivir su duelo de una mejor manera.

Rimpoché propone que estando junto a la persona que está muriendo, le digamos con la ternura más profunda y sincera…

“Estoy aquí contigo y te quiero. Estás muriéndote y eso es completamente natural, le ocurre a todo el mundo. Me gustaría que pudieras seguir aquí conmigo, pero no quiero que sufras más. El tiempo que hemos pasado juntos ha sido suficiente, y siempre lo tendré como algo precioso. Por favor, no sigas aferrándote a la vida. Déjate ir. Te doy mi más sincero y pleno permiso para morir. No estás solo, ni ahora ni nunca. Tienes todo mi amor.”. (Rimpoché, 1994)

No recuerdo haber dicho estas palabras específicamente cuando mi papá murió, pero sin duda, el haber tenido oportunidad de decirle algo parecido, aunque aparentemente estaba inconsciente y que parecía que no me escuchaba, fue de gran ayuda para cerrar esa etapa y para lo que vino más adelante. 

El dolor que sentimos cuando alguien cercano se está acercando a la muerte, siempre estará presente y sería poco realista pensar que podemos dejar de sentirlo si nos enfrentemos a una situación como esta. Lo que sí podemos aprender y a lo que podemos aspirar es a vivir con él sin tanto sufrimiento. Espero que este trabajo pueda ayudar al lector a comprender algunos procesos y retos a los que nos enfrentamos cuando nos toca ser uno de “Los Otros” y que, a partir de esta comprensión, pueda desarrollar algunas herramientas que le permitan lidiar mejor con el duelo asociado, sabiendo que, como dice Nasio, ningún dolor es definitivo y que cuenta con los recursos internos para poderse recuperar.

Bibliografía

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