Silhi Macías

Sólo existe algo peor que hablar mal del que muere y eso es, no hablar de él.

Anónimo

A lo largo de la vida, los seres humanos experimentan pérdidas constantemente, desde el mismo comienzo de la vida, podría decirse que perder es algo inherente a vivir y que no es posible evitar, pequeños cambios en la cotidianeidad pueden ser claros ejemplos, incluso el nacimiento puede entenderse como la pérdida de acuerdo a Klein, (1957), del “sentimiento de unidad y seguridad”, en donde el bebé no hace ningún esfuerzo para sobrevivir, pues es la madre la que provee todas sus necesidades a través de su cuerpo; así podemos enumerar muchas otras situaciones acordes a cada etapa de la vida, cambios de escuela o grado escolar, cambios de residencia, distancia con los amigos, rupturas de relaciones de noviazgo y más, mismas que pueden ser definitivas o parciales.

Sin embargo, no todas las pérdidas se sufren de la misma manera e incluso hay algunas que pasan desapercibidas porque se viven como algo natural, así que más bien se experimenta un proceso de adaptación a situaciones de pérdidas, sin ser conscientes de que dicha adaptación tiene que ir acompañado de un proceso elaborativo en la mente de la persona, al que conocemos como duelo, eso dependerá no sólo de la situación en sí o el ambiente, sino también juega un papel importante el componente innato de cada individuo.

Al respecto Freud (1917), menciona en su texto “Duelo y Melancolía” que “el duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.”, por lo que, hablar de duelo no implica hablar de enfermedad o desvíos en la salud mental de la persona e incluso agrega más adelante “el duelo trae consigo graves desviaciones en la conducta normal en la vida, nunca se nos ocurre considerarlo un estado patológico, ni remitirlo al médico para su tratamiento. Confiamos en que pasado cierto tiempo se le superará y juzgamos inoportuno y aun dañino perturbarlo.”

Desde este punto de vista se puede entender por graves desviaciones, cambios en la persona, en diferentes esferas como son: la cognitiva, afectiva, fisiológica y conductual, así que será esperado que tenga dificultad para concentrarse, capacidad de razonamiento, toma de decisiones, dolores de cabeza, llanto recurrente, tristeza, aislamiento, dificultad para dormir o dormir demasiado y otras más, manifestaciones que funcionan como recursos para reestablecer el equilibrio personal y así continuar con la vida cotidiana de cada persona.

Lo cierto es que no siempre se sigue ese curso natural ante las pérdidas, mucho menos si se trata de situaciones que podrían aseverar las reacciones naturales hasta llegar a desarrollar sintomatología que produzca un sufrimiento mental incapacitante, siendo uno de los motivos principales la muerte de alguien, a ello se puede agregar el vínculo en sí del que se trate y las condiciones de la muerte, pero en este sentido ya no estaríamos hablando de una situación de duelo sino podría pensarse en una situación patológica.

En relación a las pérdidas por muerte, se puede pensar en la muerte de un padre o una madre y el hijo puede nombrarse huérfano o huérfana, quien pierde a la pareja sentimental se nombra viudo o viuda, así se especula, que dentro de la mente de estas personas existe un lugar para pensarse y nombrarse y así, atravesar un proceso de duelo, pero cuando un padre o una madre pierde un hijo, coloquialmente no existe un nombre y por lo tanto tampoco un espacio mental que facilite pensar y elaborar dicho dolor, pues existe la falta de la palabra y desde mi perspectiva esto pudiera implicar un obstáculo para alcanzar desde el psicoanálisis la cura por la palabra. De aquí nace la inquietud de investigar acerca de la muerte de un hijo, no sólo porque no existe un nombre para ello, sino por las vertientes que podrían incrementar las dificultades para elaborar este tipo de muertes.

Freud (1915), en su escrito llamado “Palabra y cosa”, en el que hace un análisis de los trastornos del lenguaje, esto desde el punto de vista como Neurólogo, pero que a partir de ahí nos comunica que también influye en el inconsciente, refiere que “la palabra es pues una representación compleja que consta de las imágenes que hemos consignado” y que “cobra su significado por su enlace con la representación- objeto”, a su vez la “representación-objeto” es producto de “la combinación de la representación-cosa con la representación-palabra”, y por lo tanto “la base de la patología de los trastornos del lenguaje, no podemos menos que formular: la representación palabra se anuda por su extremo sensible (por medio de las imágenes de sonido) con la representación objeto”, a todo esto concluye dos tipos de trastornos en el lenguaje, uno al que nombra “afasia verbal”, en el que la falla está en las asociaciones de la “representación-palabra” y otro “afasia asimbólica” en el que existe una alteración en “la asociación entre representación-palabra y representación-objeto” y de ahí propone un tercer trastorno al que nombra “afasias agnósticas” las cuales hacen referencia a “perturbaciones en el conocimiento del objeto” y es desde donde considero que podemos comprender el duelo ante la pérdida de un hijo y las complicaciones que implica dicha experiencia.

Harriet Sarnoff en su libro “El padre despojado”, dedica varias páginas a ésta experiencia la cual clasifica como “antinatural”, pues lo esperado acorde al desarrollo de las personas, es que los padres mueran antes que los hijos, agrega que es una de las experiencias que no puede describirse con palabras, ya que “viola la Ley Natural, haber sobrevivido sobre un hijo”, relata en primer lugar, la muerte de uno de sus hijos y las consecuencias que trajo no sólo a nivel personal, sino también familiar, como matrimonio, como padres de otros hijos, laboral y de amistad.

Posteriormente, menciona el sufrimiento recorrido y la necesidad de encontrar una salida ante su dolor, así que para empezar eligió el término “despojo” para describir y conceptualizar sus vivencias, de esta manera, considero que logró poner en palabras su dolor mental como un inicio de la elaboración mental, pues de acuerdo con Freud en “El discernimiento de lo inconsciente”, menciona “la representación no aprehendida en palabras, o el acto psíquico no sobreinvestido, se quedan entonces atrás, en el interior del Icc, como algo reprimido” y eso da pauta a la poca comprensión del funcionamiento psíquico y por lo tanto a vislumbrar un proceso más largo y profundo de análisis.

Agrego, que el término no pudiera generalizarse a todos los padres que pierden un hijo, pues si nos vamos a la definición de Real Academia Española, podemos entender por Despojo como “privar a alguien de lo que goza y tiene, desposeerlo de ello con violencia”, lo que me hace pensar en el mundo interno de quien describe su experiencia, pero no define intersubjetivamente todas las vivencias.

Desde mi punto de vista considero que el objetivo principal ante este tipo de duelos no tendría que quedarse limitado sólo a nombrar el duelo, pues de acuerdo a Klein (1940), en “El duelo y su relación con los estados maníaco depresivos”, refiere que en “el duelo de un sujeto, la pena por la pérdida real de la persona amada está en gran parte aumentada, según pienso, por las fantasías inconscientes de haber perdido también los objetos internos buenos”, es decir, que el trabajo analítico nos llevaría a reflexionar no sólo en la actualidad, sino en experiencias ajenas a la conciencia, es decir más regresivas y por lo tanto de mayor gravedad.

Por lo que pienso en la importancia de retomar a Freud (1917), en relación al tema de la melancolía y que asocia a la “etapa oral” del sujeto y que impacta en la parte anímica, “por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí”.

Refiere que la pérdida de la persona amada obliga a quitar la libido del objeto y por naturaleza el hombre tiene una renuencia a dicho acto remitiendo a una “psicosis alucinatoria de deseo” y de esta manera persista psíquicamente el objeto perdido, a costa de que no prevalezca la realidad, en este sentido pienso en la leyenda de la “llorona”, que, al saber muertos a sus hijos, los objetos que le daban existencia, cae en un estado psicótico, melancólico y de vacío total.

Al respecto Allain Ferrant (2008), menciona que las pérdidas traen consigo el tema de la ausencia y que lo complicado para aceptarla, es que es invisible e irrepresentable, más bien remite a la presencia, ya sea por la falta desde la satisfacción de lo pulsional o de la necesidad de seguridad, así que los problemas que visualiza consignan a las “distorsiones del lazo primario”, toma como ejemplo el destete de un niño, el cual renuncia al objeto materno, pero se aprehende de su representación, por lo tanto, concluye “el objeto está presente en diferentes formas, no sufrimos por la ausencia del objeto, sufrimos por su presencia, por las variaciones de esta presencia en demasiado o en no lo suficiente”.

Por su parte Melanie Klein (1940), refiere que todo proceso de duelo implicará una reviviscencia de numerosos afectos o emociones primitivas, así que la “pérdida de la persona amada lo conduce hacia un impulso de reinstalar en el yo este objeto amado perdido”, agrega que hay dos formas de vivir un duelo, por un lado, está el que no despierta conflictos graves y predomina la posición depresiva y por otro lado está, el que se vive desde la posición esquizo-paranoide y predominan las defensas maníacas, ya que imperan los objetos internos malos.

De manera específica, Klein retoma el análisis de una madre frente a la muerte de un hijo, de inicio refiere que “siempre que se experimenta la pérdida de la persona amada, esta experiencia conduce a la sensación de estar destruido”, pero cuando una madre pierde a un hijo “no sólo siente dolor y pena, sino también se reactivan y confirman en ella sus temores tempranos de ser robada de una madre mala, vengativa”, para ella, a diferencia de Freud, concibe a la persona en duelo como un enfermo, pero como son procesos naturales no se le llama “enfermedad al duelo”.

Así que como puede observarse, no podemos categorizar el tema de los duelos como sano o enfermo, más bien se trata de llegar al conocimiento y evaluación de la experiencia subjetiva, la cual incluye el momento de desarrollo de la persona, la persona de la que se trate, las condiciones de la pérdida, las fantasías que acarrea la misma, las defensas que se activan y sólo a partir de lo individual avanzar hacia la elaboración de la pérdida, la cual implica desde Klein, una “reconstrucción del mundo interno”, porque “una elaboración del duelo suficiente implica siempre cierta identificación con esos momentos, recuerdos, personas y aspectos buenos que poseía lo perdido. Implica cierta reconstrucción del mundo interno confronta a esos objetos internos buenos. Asimismo, implica sentimientos de culpa (reparatoria), por haber dañado precisamente a lo que añoramos, por haber perdido oportunidades, posibilidades, momentos, etcétera”.

Desde Ferrant, alcanzar un “proceso de identificación con ciertos aspectos del objeto desaparecido” o desde Freud, consiste en que “el examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con este objeto”.

Lo anterior, nos lleva a cuestionar la labor del analista en este proceso que como podemos ver es bastante complicado, no sólo por las dificultades que conlleva ésta pérdida vista como un proceso antinatural, sino porque remite a etapas primitivas de desarrollo, mismas que ya tienen implícito una carga grave de dificultad. Para ello, voy a retomar una frase expuesta por Harriet Sarnoff, “puede existir un sentimiento de falta de libertad, por no poder salir a hacer nuestra vida de antes” y que la única manera de salir de esa angustia que se vive, es tener una persona capacitada para dar consuelo y apoyo, y sólo así, es probable que se reduzca la intensidad del dolor.

Por lo tanto, considero que el papel del analista tendría que estar enfocado en el tema de la libertad, visto desde Winnicott (1969), cuando dice “este sentimiento de que podemos elegir libremente y volver a crear es lo que resta pertinencia a la teoría determinista: en general nos sentimos libres. El determinismo puede ser simplemente uno de los hechos de la vida que nos hacen sentir incómodos de vez en cuando”, pero para ello será necesario tener claro cómo define la persona la “falta de libertad”, o dicho de otra manera, encontrar el motivo por el cual se siente atrapada ya sea la pérdida del juicio de realidad que contrajo ante la pérdida de su hijo, las culpas persecutorias que enjuician al padre o la madre respecto de su rol, el temor al placer, el miedo a exponer su dolor o cualquier otra fantasía albergada.

De igual manera Winnicott (1970), también hace referencia a la creatividad como medio para vivir dignamente y, por lo tanto, asegurarse de tener una experiencia vital, para ello asevera que “para ser creativa, una persona tiene que existir y sentir que existe, no en forma de percatamiento consciente, sino como base de su obrar. Para que uno sea y sienta que, es preciso que la actividad motivada predomine sobre la actividad reactiva” y que el obstáculo más grande ante la creatividad son las compulsiones relacionadas con el “propio pasado”, así que de nuevo caemos en cuenta la necesidad de comprender nuestro pasado y por lo tanto el inconsciente.

Por su parte, Klein (1957), asevera, que cuando se presenta un conflicto, siempre y cuando se manifieste la facultad creadora, emerge “la necesidad de superarlo”, ya que esto implica enriquecer la personalidad y fortalecer su yo, siempre y cuando anteceda la internalización del “pecho bueno que alimenta e inicia la relación amorosa con la madre” que a su vez representa el instinto de vida; y en términos de transferencia es el analista, quien representa el pecho bueno y con su acompañamiento ayuda a “reconstruir algo por medio de la complementación y la combinación de los residuos conservados”, que en este caso se trata del objeto perdido.

Con esto confirmo, que no se trata como decía sólo de encasillar en un nombre al padre o la madre que ha perdido un hijo, sino de poder poner en palabras todas las experiencias que de alguna manera permiten asociaciones en el psiquismo en cuanto a la representación-objeto de este duelo sin nombre, pero que forma parte de una realidad que muchos padres viven.

Para concluir, retomo el siguiente fragmento de Winnicott (1970), “somos bastante felices y podemos ser creativos, pero nos damos cuenta de que inevitablemente hay cierta clase de antagonismo entre el impulso personal y los compromisos propios de cualquier relación confiable. En otras palabras, estamos hablando nuevamente del principio de realidad, y al seguir desarrollando el tema terminaremos por analizar una vez más algún aspecto del intento que realiza el individuo de aceptar la realidad externa sin perder demasiado de su impulso personal. Este es uno de los varios trastornos básicos característicos de la naturaleza humana, y es en las primeras etapas de nuestro desarrollo emocional cuando se echan las bases de nuestra capacidad en ese sentido”.

Bibliografía

  • Ferrant, A. (2008). La ausencia y sus afectos. Revista Uruguaya de Psicoanálisis (107): pp. 90-106.
  • Freud, S. (1915). Lo inconsciente. Obras completas. Volumen XIV. Amorrortu Editores: Buenos Aires-Madrid.
  • Freud, S. (1917). Duelo y melancolía. Obras completas. Volumen XIV. Amorrortu Editores: Buenos Aires-Madrid.
  • Klein, M. (1940). El duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos. Obras completas. Bibliotecas de psicoanálisis.
  • Klein, M. (1957). Envidia y gratitud. Obras completas. Bibliotecas de psicoanálisis.
  • REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española, 23ª ed., [versión 23.5 en línea]. <https://dle.rae.es> [15-abril-2022].
  • Sarnoff, H. (s/f). El padre despojado. (C. de Terrazas, G., Trad). Winnicott, D. (1969). Libertad. Obras completas.
  • Winnicott, D. (1970). Vivir creativamente. Obras completas. Diloma, sánscrito, vacío. Dalmid Volcán, duelo complicado