Daniela Harari

Me atrevo a decir que a pesar de que pensamos que podemos entender una situación basándonos en relatos ajenos, libros y estudios teóricos, he observado en el consultorio lo que significa para una persona caer en una situación, que a pesar de ser normalizada la sienten ajena a ellos y al vivirla se puede ver dificultada la aceptación de dicha experiencia por pensar que a ellos “nunca les va a pasar” y por lo tanto rompen su esquema. Mi objetivo en este trabajo es representar una reflexión acerca de las implicaciones de un divorcio, no tanto para la pareja, sino más bien para la familia y la gente de su alrededor. 

Creo que todos somos conscientes de las complicaciones de un divorcio, generalmente pensamos en los hijos, la separación de bienes, temas legales, el reacomodo de su nueva vida, entre otras. Sin embargo, a pesar de que podemos abarcar muchos temas, hoy me gustaría enfocarme en lo que significa realmente para los hijos dicha separación, principalmente el conflicto de lealtades.  

La ruptura familiar lleva a cambios en la realidad inmediata: hay que atender asuntos legales, las actividades comunes de la familia varían, la calidad y cualidad de las interacciones entre los miembros se modifica, lo cual sin duda genera un impacto en los padres y los hijos. En cuanto a la dimensión individual, consideramos que, dentro de su mente, cada niño vive estas separaciones como una experiencia de mucho impacto emocional relacionada con pérdidas derivadas de las modificaciones propias del divorcio, y en ocasiones también culpa.

Como bien sabemos, la familia constituye el soporte psicológico, físico y emocional del niño hacia la madurez, por lo tanto, cuando se da la separación de los padres, constituye una crisis dentro del ciclo vital de la familia. Esta crisis implica el rompimiento de la estabilidad y la estructura familiar previa impulsando a la familia a que experimente un proceso de reajuste estructural y funcional significativos (Slaikeu, 1996). 

Esta modificación provoca en los niños sentimientos de soledad y temor respecto de lo que ocurrirá́ en su cotidianeidad y en el futuro, pues el sentimiento constante de incertidumbre le quita al niño toda seguridad y certeza acerca de lo que es su familia, su significado, los tipos de relación con cada miembro de la familia, el tipo de vinculo, entre otras. Pienso además que hay otras implicaciones pues aquella confianza básica que proviene de los primeros objetos pierde su capacidad de dar soporte, y si ellos con lo que representan le generan la sensación de traición, y poca confiabilidad, esto puede acarrear que a futuro se vean afectadas sus relaciones interpersonales de diversas maneras.

Su esquema familiar ha cambiado y poder aceptarlo lleva de la mano un proceso no solo de duelo, que es fundamental elaborarlo pues implica muchas pérdidas significativas, además tendrán que verse sometidos a experiencias de dudas, vergüenza y culpa.  

Como se mencionó, el impacto psíquico y los efectos conductuales que el divorcio tiene sobre los hijos, dependen de distintos factores, entre ellos, el adecuado trabajo de duelo. Melanie Klein (1934) describe el duelo como una serie de procesos psicológicos que comienzan ante una pérdida y se dan por concluidos con la reintroyección del objeto interno perdido. Dicho proceso dinámico modifica la situación de quien ha sufrido una pérdida, frustración o decepción. Ante dicha situación, Bowlby (1968) nos habla de tres fases por las que se puede pasar; protesta, desesperanza y desafección. 

Desde el modelo de comprensión psicoanalítico, toda separación supone una pérdida; por lo tanto, cuando hablamos de divorcio hablamos necesariamente de duelo; pero no solo de la pareja, sino también de los hijos. (Pérez Testor, Davins, Valls y Aramburu, 2009). Si la pareja puede mantener sus funciones parentales a pesar de la ruptura conyugal, protegerá el proceso ayudando a sus hijos a elaborar la separación de los padres evitando complicaciones psicopatológicas” (Pérez Testor, Davins, Valls y Aramburu, 2009).

Ahora bien, es importante tener en cuenta los aspectos que pueden dificultar el proceso de duelo, el hecho de que los padres mismos estén elaborando su propio duelo, puede dificultar su capacidad para conectar con sus hijos, no logrando pensar en sus necesidades y anteponiendo su deseo de rehacer su vida, a las necesidades de sus niños; cargándolos con responsabilidades que no les tocaría asumir, e incluso esperando de ellos que hagan alianzas, y si no se ven cumplidas las expectativas, se viven como traición e ingratitud de parte de los hijos, haciéndolos sentir culpables, y no merecedores de afecto. Los obligan a cuestionar sus pensamientos, y a dar una lectura errónea a las manifestaciones de afecto que el otro padre les provee, obligándolos a interpretar el afecto recibido como un soborno para comprar su lealtad.

Los niños poseen sus propias creencias, sentimientos e ideas respecto de la separación de sus padres, y es importante avalarlos, pues si aprenden a creer en sus percepciones, y a validar sus emociones, al tenerse que enfrentar a las nuevas circunstancias que enriquecen la vida del adulto luego de la separación, tendrán, a través de una buena comunicación, mejores posibilidades de procesar los eventos. Y con esto no pretendo decir que será fácil o sin enojo, ni resistencias, pero que elaborarlos será menos complicado. 

Como se mencionó, es habitual que los padres luchen por conseguir el apoyo incondicional de sus hijos, lo que los lleva a sentir presión para tomar una posición respecto a los progenitores. Estas presiones suelen ser habitualmente encubiertas, para acercarse a una y otra posición y, si no toman partido, se sienten aislados y desleales hacia ambos progenitores; pero si lo hacen para buscar más protección, sentirán que traicionan a uno de los dos. 

Según la Dra. Susana Velasco (2017), uno de los errores más comunes que cometen los padres, es pensar que sus hijos no necesitan ayuda para procesar lo que está sucediendo. En ocasiones, los padres asumen actitudes narcisistas, negando las necesidades de sus hijos; no piensan a sus hijos como personas que sienten y necesitan contención. Dicha incapacidad de empatía de los padres promueve en los hijos el desarrollo de un “falso self”. De la misma forma, se espera que los hijos de este tipo de padres presenten una “pseudoresiliencia”, actuando como si fueran mayores y tuvieran total control de la situación.

Cuando el sentimiento de culpa es demasiado abrumador, algunos padres cometen el error de preguntar a sus hijos su opinión acerca de la separación, aumentando la carga de responsabilidad en ellos. Los hijos desean, a veces con verdadera obsesión, reunir de nuevo a sus padres en un intento de recuperarse ellos mismos y no sentirse escindidos” (Velasco, 2017).

Muchas de estas parejas, al sentirse desbordadas y confundidas por las dificultades que experimentan en esos dolorosos momentos, abren su relación, su conflicto, a terceras personas, fundamentalmente a los hijos, deseando recibir contención, convirtiéndolos en parte activa de una dinámica conflictiva que no les corresponde. De esta forma, un problema que atañe exclusivamente a los dos, a la pareja, se hace extensible a la tríada que forma la pareja y el hijo.

El intenso conflicto interparental altera la interacción familiar de manera que los hijos se ven atraídos al interior, al mismo tiempo que se sienten temerosos por los efectos que una estrecha relación con uno de los padres puede provocar en el otro.

El conflicto de lealtades fue descrito inicialmente por Borszomengy-Nagy (1973) como una dinámica familiar en la que la lealtad hacia uno de los padres implica deslealtad hacia el otro. Es el adulto quien provoca mediante sus influencias este conflicto en el hijo y le lleva a sentirse presionado llevándole al rechazo hacia uno de los padres, más habitualmente el que se fue, o el que ha ejercido su presión con menor eficacia. Con su postura garantiza su afecto mediante un proceso de “identificación defensiva” (Chethik y col., 1986) y, al mismo tiempo, expresa su protesta ante una realidad que no puede aceptar.

Normalmente, los niños que sufren este conflicto presentan mucha ansiedad, producto de una total falta de control, frente a tantos cambios e inestabilidad, al temor por perder al adulto, el sentimiento de culpabilidad y miedo a que se enfaden con él, y demás situaciones en las que se ve involucrado. Es común ver que tienden a ocultar y no expresar sus sentimientos. generando indefensión y viviendo el mundo como una amenaza. Además, vive doble vida (cuando está con un progenitor es de una forma y con el otro de otra), en un falso self con el objetivo de evitar fallar a los padres.

Una posibilidad más es encontrarnos con pequeños conscientes del rol que juegan, y no es improbable presenciar manipulación y empoderamiento, a cambio de su lealtad.

Pienso que para este tipo de situaciones la sugerencia de una terapia familiar, puede contribuir a un manejo más asertivo de la situación, abriendo un espacio de comunicación abierta, en un ámbito de contención y seguridad, sin que eso se contraponga a la necesidad de terapia individual de cualquiera de los miembros.

Y es aquí donde el analista se ve enfrentado a tareas que van más allá de su rol analítico. Por un lado, se vuelve un asesor que ayuda a pensar numerosas cosas de orden práctico, teniendo que mantener en ocasiones contacto con otros profesionales. Por otro lado, es frecuente que en un proceso de divorcio aparezcan síntomas somáticos y tengan lugar accidentes de diversa gravedad, lo cual le obliga a establecer como prioridad los cuidados físicos y a mantener en ese sentido una actitud directiva cuando es necesario. 

El analista debe recordar a la pareja que los sentimientos de culpa pueden activar este tipo de conductas caracterizadas por los mecanismos destructivos y/o autopunitivos. Estas cuestiones son de tal importancia que deben buscarse activamente sin esperar a que aparezcan por sí solas en la sesión, especialmente en los tratamientos individuales. En estos momentos los pacientes suelen resultar impenetrables, con lo que se requiere de medidas directivas, aunque éstas no nos resulten cómodas como psicoanalistas.

Por último quiero mencionar que en mi práctica con personas de pocos recursos, en muchos casos, son los hombres quienes tienen dificultades en seguir manteniendo la relación con sus hijos, por pensarlos como “ex hijos”, o simplemente son hijos de quien los parió, como si su participación fuera mera casualidad, perpetuando un abandono, que difícilmente es procesado por el niño como producto de una irresponsabilidad del padre, sino más bien, como el no ser suficientemente bueno como para merecer el amor y la cercanía de su progenitor, lo que supondría para el analista un reto distinto.

Creo que tenemos claro que el divorcio de la pareja y el efecto en los hijos no es una situación lineal de causa efecto, sino las posibilidades y los distintos escenarios varían de acuerdo a la situación específica de la pareja, el motivo del divorcio, la resiliencia de sus miembros, y el manejo de la separación. Traiciones, Culpas, Lealtades, y Duelo…

Bibliografía: 

  • Susana Velasco Korndorffer, Luisa Rossi H. (2017). Divorcio – Una Mirada Psicoanalítica a Un Fenómeno Social en Aumento. Ciudad de México, México: Editores de Textos Mexicanos, S.A. de C.V.
  • Judith S. Wallerstein, Julia M. Lewis, Sandra Blakeslee. (2000). El Inesperado Legado del Divorcio. Buenos Aires, Argentina: Atlántida.
  • Testor, C. P., Pujol, M. D., Vidal, C. V., & Alegret, I. A. (2009). El divorcio: una aproximación psicológica. Universidad Ramón Llull, 2, 39-46.