¿Quién es madre? La concepción de lo materno a través del tiempo.

Autora: Sofía D’Acosta

 

A lo largo del tiempo el concepto de maternidad ha estado arraigado a la estructura biológica de la mujer, de manera independiente a las circunstancias culturales y psicológicas temporales. Por lo que no podemos definir a la maternidad sin tomar en cuenta estos elementos cambiantes al paso de los años.

Los hallazgos arqueológicos más antiguos de la cultura griega sugieren una organización social pacífica y próspera ligada a la vida sedentaria y a la “Tierra Madre”. La fertilidad de la tierra tenía una representación femenina y el universo era concebido como una madre bondadosa.

En esta época la participación del padre en la procreación era ignorada frente el papel evidente de la mujer de propagar y nutrir la vida. Eisler, 1996 (en Molina, 2006) “aquella organización no se basa en modelos de dominación, sino que se rige por un principio de vinculación que basa las relaciones sociales en un modelo solidario. Esta cultura arcaica es superada por la invasión de pueblos guerreros que impone un modelo dominador patriarcal.”

En la teología judeo-cristiana la primera imagen de la mujer aparece en el Génesis, Eva es creada por Dios para salvar la soledad del hombre. La mujer encarna las carencias del hombre, lo que supone que él sólo se puede realizar a través de ella. Esto le permite al hombre intercambiar una parte de su existencia a la mujer que es cobrada por el dominio. La mujer entonces está condenada a ser dominada por el hombre y su lugar en la sociedad debe ser asignado por él mismo. El Antiguo Testamento nos otorga la visión de una mujer débil y susceptible a la tentación.

La Edad Media podría ser considerada uno de los períodos más misóginos de la historia. La doctrina del amor conyugal expresa el mismo desequilibrio entre marido y mujer que los textos teológicos judeo cristianos. “El marido es más amado porque es más virtuoso y la mujer recibe la cantidad de afecto proporcional a su naturaleza inferior”2 (Molina, 2006).

Durante este período, la peste negra en Europa acaba con un tercio de su población. Esto genera que la maternidad sea concebida como la promesa de un futuro mejor. Dado este contexto, el discurso sobre la maternidad está dominado por los aspectos fisiológicos y biológicos que la naturaleza le ha asignado a la mujer.

A partir del año 1750, junto con ideas románticas de Rousseau en la Revolución Francesa, se señala a la maternidad como el objetivo principal de la vida de la mujer. Surge un fenómeno donde se le empieza a prestar atención a los cuidados y afectos maternos. Se empiezan a promover cada vez más las actitudes maternales y a la mujer en tanto a ser madre. Creando para la mujer la obligación de ser madre, ante todo.

En el siglo XIX con el avance de la medicina las madres pierden su rol como proveedoras de salud. Por lo que la madre burguesa de esta época se esperaba que fuera sumisa, hogareña, obediente y asexuada. Inclusive si la mujer escapaba de este modelo se le consideraba como enferma desde un punto de vista médico.

Es a partir de la época victoriana y el mismo avance de la ciencia que empiezan a surgir cuestionamientos sobre las convenciones sociales vigentes en este período.

La Teoría Psicosexual de Sigmund Freud es desarrollada dentro de este contexto. Freud otorga una visión psicoanalítica de lo femenino en su escrito “Sobre las teorías sexuales infantiles” de 1908. En este artículo Freud describe el supuesto infantil de que tanto los hombres como las mujeres poseen un pene. El clítoris, por su homología fisiológica con el pene, se comporta en la niña como un pene genuino. “Su estimulabilidad presta al quehacer sexual de la niña un carácter masculino, y hace falta una oleada represiva en la pubertad para que, por remoción de esta sexualidad masculina, surja la mujer.” (Freud, 1908).

Los primeros escritos de Freud reducen el ser mujer a la carencia de pene y se basan únicamente en aspectos biológicos. Conforme Freud avanzaba en sus investigaciones se empezó a cuestionar por la vida anímica de la mujer e hizo varias contribuciones que se siguen estudiando en la actualidad.

Otra de las aportaciones revolucionarias por parte de Freud es su teoría sobre desarrollo sexual infantil, el cual incluye la descripción del Complejo de Edipo en la etapa fálica. En el escrito “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos” de 1925, Freud indaga en el desarrollo del Complejo de Edipo en la niña. En esta etapa del desarrollo psicosexual la niña se ha dado cuenta del pene notable de tamaño en un hermano o compañero, el cual considera como superior frente a su propio órgano pequeño y escondido. La envidia del pene surge en la niña cuando ha visto el pene, se da cuenta que no lo tiene y que lo quiere. Esta envidia moviliza la libido a una posición nueva, donde el deseo por el pene es reemplazado por el deseo de un hijo, y toma al padre como objeto de amor. Según la teoría freudiana la niña puede resolver el Complejo de Edipo con tres salidas distintas; la inhibición sexual, la retención de la masculinidad amenazada y la feminidad normal. Ésta última refiriéndose a que se elige una pareja con las características paternas con la que, a través de la maternidad, la mujer podrá obtener el falo a través del hijo.

Sin duda, la feminidad representaba un enigma para Freud, aunque en sus últimos escritos hace descripciones más detalladas sobre el funcionamiento psíquico de la mujer. Considerando el contexto histórico en que fueron escritas, estas aportaciones corrompen con las concepciones de la mujer victoriana asexual y sometida al hombre. La teoría freudiana propone que lo femenino y la maternidad operan a nivel psíquico y simbólico, lo que abrió las puertas de diálogo e investigación sobre temas nunca antes cuestionados. El interés por definir lo femenino y lo maternal ha sido desarrollado por muchos y muchas psicoanalistas posteriores a Sigmund Freud. Sus aportaciones han sido muy valiosas para poder definir y describir la maternidad desde un punto de vista psicoanalítico.

A mediados del siglo XX, Donald. W. Winnicott desarrolló su teoría post-freudiana sobre el valor que tiene la influencia ambiental maternal en el desarrollo emocional temprano del bebé, y los cuidados necesarios por parte de la madre para favorecer un desarrollo psíquico adecuado en el niño.

Para la perspectiva de Winnicott el desarrollo emocional infantil solo se puede dar tomando en cuenta el mundo externo como facilitador para la maduración de las potencialidades biológicas del bebé. “El bebé no existe, lo que existe es la pareja de crianza” (Winnicott, 1960). La díada madre-hijo es considerada una unidad inseparable, por lo que no existe tal cosa como un bebé y podemos inferir que tampoco existe tal cosa como una madre. En el vínculo, como objeto de estudio, que se genera a partir del nacimiento del bebé, la madre centra su existencia y se adapta al recién nacido lo que le permite captar directamente las necesidades físicas y emocionales de su hijo y así satisfacerlas.

El concepto de una madre suficientemente buena es descrito por Winnicott como; “lo que el bebé necesita, y lo necesita absolutamente, no es ninguna clase de perfección en el quehacer materno, sino una adaptación suficientemente buena, que es parte integral de una relación viva en la que la madre se identifica temporalmente con el bebé.”(Winnicott, 1950). Una madre con una capacidad de adaptación activa y sensible a las necesidades de su hijo, dedicada a su crianza y que tiene fallas de modo confiable y no de forma caótica.

Winnicott desarrolla este término empleado para describir la dependencia madre-hijo propia de la primera infancia o la etapa de dependencia absoluta. En esta etapa la madre suficientemente buena tiene que ser sana para poder identificarse con su bebé en un principio, y a la vez permitir el proceso de independencia conforme éste va creciendo. En la tarea de la madre de atender las necesidades yoicas del bebé se desarrollan tres aspectos de las funciones maternas.

La primera se refiere al holding o el sostén como un factor básico del cuidado infantil. Esta función materna corresponde al hecho de sostener adecuadamente al yo no integrado del bebé. La integración yoica del niño está estrechamente ligada al sostenimiento, ya que radica de la unidad madre-hijo. El término de holding hace referencia al sostén físico del bebé, la satisfacción de sus necesidades fisiológicas, y la protección frente estímulos displacenteros y por otra parte alude al sostén psicológico y emocional. Es la única forma en que la madre le demuestra su amor a su hijo. “Todo esto conduce a la instauración de las primeras relaciones objetales de la criatura y a sus primeras experiencias de satisfacción instintiva.” (Winnicott, 1960).

La segunda es el handling o la manipulación como función materna, que se refiere al manipuleo adecuado del bebé para acomodarlo con el cuerpo de la madre y así formar una unidad que genere una mayor satisfacción en la criatura. El handling permite la integración psicosomática del niño donde se establece a la piel como límite entre yo y no yo (posteriormente separación entre mundo interno y mundo externo). También facilita la construcción del esquema corporal del niño, una adecuada coordinación motriz y tono muscular.

La tercera es la presentación objetal que funge como antecedente a las relaciones objetales descrita por Winnicott en “El proceso de maduración del niño” de 1960. La presentación objetal sigue una cronología donde, en primera instancia, el bebé desarrolla una vaga expectativa originada a partir de una necesidad no formulada. Después la madre suficientemente buena presenta un objeto o manipulación que satisface la necesidad inicial, de tal manera que el bebé empieza a requerir justo lo que le es presentado por la madre. Esto lleva al bebé a adquirir confianza en su capacidad de creación de objetos y del mundo real.

El proceso adecuado de maduración del niño es propiciado por un ambiente facilitador. Éste se refiere a un medio ambiente que establece un estado de confianza, tranquilidad, seguridad y estabilidad. Esta atmósfera propiciada fundamentalmente por la madre debe ser constante para permitir la continuidad existencial del bebé e ir regulando su entrada al mundo externo de manera gradual.

El ambiente facilitador es resultado del cuidado materno que recibe el bebé tanto por parte de la madre como del padre. El autor explica que “este cuidado materno puede clasificarse en tres fases coincidentes en parte:

  1. Sostenimiento;
  2. convivencia de la madre y la criatura. En esta fase la función del padre (de ocuparse del medio ambiente en beneficio de la madre) es desconocida por la criatura;
  3. convivencia de los tres: el padre, la madre y la criatura.” (Winnicott, 1960)

En su obra, Winnicott hace pocas menciones sobre la paternidad y el papel que ocupa dentro del desarrollo emocional infantil. Los cuidados que requiere el bebé son de carácter materno y el padre puede involucrarse en éstos cuanto la madre lo permita.

Cabe mencionar que en la teoría winnicottiana se hace mención de la “función materna,” en toda la extensión de la palabra, para el cuidado infantil. Refiriéndose a que esta función puede ser ejercida por cualquier persona con la capacidad de entregarse y adaptarse a los cuidados que el bebé requiere.

La función paterna, en años posteriores, ha sido estudiada y descrita por autores como Françoise Dolto y Jacques Lacan. En sus teorías, la paternidad cumple como una función simbólica que separa la díada madre-hijo. Por lo tanto, esta función aparece en fases edípicas y es fundamentalmente simbólica, minimizando la presencia real del padre. Consecuentemente estos trabajos marginan el papel del padre, reflejo de la coyuntura social donde toda responsabilidad de la crianza recae en la madre.

El crecimiento económico de las últimas décadas del siglo XX viene acompañado de movimientos socio-culturales y políticos que critican la estructura social burguesa basada en una organización patriarcal. Con este progreso surgen nuevas perspectivas filosóficas y sociológicas que proponen una nueva relación parental.

En la época posmoderna han surgido múltiples patrones de crianza, cada vez dejando más de lado el modelo disciplinario tradicional del siglo XX. A diferencia del pasado, el cuidado del hijo se empieza a considerar una tarea colectiva donde la frontera entre la maternidad y la paternidad está menos diferenciada en la medida que se le va dando más relevancia a la función que cumplen y no al género que corresponden.

Actualmente la crianza se entiende como una tarea compartida o delegada a otros, liberando a la mujer del rol obligado de madre, lo que le ha permitido explorar nuevos horizontes para su crecimiento personal. El rol de la mujer se ha diversificado y es cada vez más influyente en las esferas laborales, sociales, académicas, políticas, de pareja, y muchas más. Su participación en todos estos ámbitos ha generado movilización social, mesas de diálogo y actitudes más conciliadoras e incluyentes.

Molina (2006) resalta que este movimiento social parece polarizar los conceptos de maternidad y mujer, donde la mujer debe decidir entre ser madre o ser mujer. Como respuesta a este conflicto, surge una nueva maternidad que posibilita ser “tanto madre como mujer.” 

Por lo tanto, la mujer se ha ido resignificando, rompiendo el estereotipo donde la maternidad es lo único que define a lo femenino. Todo esto plantea una nueva forma de definir los roles parentales y de género dentro de la estructura familiar, que ha permitido el surgimiento de nuevos modelos familiares y de pareja.

Los modelos de familias monoparentales, homoparentales, heteroparentales, reconstituidas, de padres divorciados, entre otros, han ido reconfigurando la maternidad. Estas alternativas redefinen las funciones y rasgos, originalmente atribuidos a la madre, como conjunto de acciones llevadas a cabo por el cuidador o cuidadores del niño. Lo fundamental en la crianza son las funciones; holding, handling, presentación del objeto según la teoría winnicottiana, y no al género al que se las atribuían en el pasado. Por lo que las funciones, tradicionalmente desempeñadas por la madre, son independientes al género y pueden ser desempeñadas por cualquiera que quiera entregarse al cuidado del bebé.

La maternidad es un concepto dinámico, que cambia y se ajusta conforme a los tiempos. Hoy es considerada como una posición que procura el cuidado de los hijos, se construye a partir de funciones y puede ser adoptada por cualquiera que desee ser proveedor de un ambiente facilitador suficientemente bueno.

 

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