Tiempo y Lenguaje: Una reflexión psicoanalítica
Autor: Pablo Guerrero
Es difícil lograr una definición que abarque por entero aquello que es y representa el psicoanálisis. Es complejo lograr definir algo que es tan abstracto y amplio como la investigación y comprensión del ser humano. Debido a esto, me es imposible dar una definición exacta de algo que es tan cambiante y variable. No obstante, me parece importante intentar aproximarnos a su significado. En una primera instancia podemos establecer que el análisis es un espacio para apalabrar. Es un lugar en el cual el sujeto intenta comprender lo que le ocurre a través de la palabra y a medida en que vaya logrando hacer esto, ira colocándose en la situación de comprender más de sí mismo. En una segunda y más profunda instancia, podemos comprender el análisis como el lugar y el espacio en el cual se revive el tiempo. El tiempo cobra vida a través de la relación transferencial entre paciente y analista. Muchos autores diferencian el análisis de otros métodos terapéuticos gracias a la neurosis de transferencia. Este término se refiere a la expresión de los conflictos infantiles en la relación con el analista. Es gracias a este revivir de lo infantil, que el tiempo se vuelve una herramienta primordial de trabajo. El tiempo y la palabra son los instrumentos básicos de toda relación analítica, sin embargo, ¿Qué implica hablar de tiempo y palabra? ¿En qué punto se unen estos dos conceptos? ¿Es posible que el análisis tome lugar sin tomar en cuenta estos dos conceptos? ¿Es gracias a estos conceptos que funciona el análisis?
El lenguaje es un sistema de comunicación estructurado que sigue determinadas reglas. Podemos entender que es todo aquello que bajo ciertos formalismos, logra producir una comunicación entre uno y más objetos del mundo. Tendría entonces como propósito principal, dar a comunicar algo. A lo largo de toda la historia de la humanidad, el lenguaje ha ocupado un lugar primordial. Es gracias a este que hemos podido convivir, entendernos y evolucionar. Dentro de este contexto histórico, el lenguaje es lo más valioso que tenemos como seres humanos, ya que sin él, estaríamos muertos como sociedad e individuos. Como todo sistema, el lenguaje se encuentra en una dinámica cambiante, es decir, se modifica a medida que transcurre el tiempo. Si el tiempo no transcurriera, tampoco lo haría el lenguaje ni la humanidad. Por lo tanto, es gracias y a partir de la conjunción de estos dos conceptos; tiempo y lenguaje, que podemos comprender la historia tanto individual como colectiva. Consecuentemente, es el tiempo y el lenguaje los que dan vida a la historia.
Dentro del espacio analítico, la historia del sujeto es la que cobra mayor importancia. Todo paciente tiene una historia que contar y el análisis se convierte entonces en el espacio de resignificación de esa historia. La llegada del paciente a tratamiento se puede deber a una infinidad de factores, sin embargo, siempre estará presente el deseo de comprender y resignificar algo. Las vivencias que un paciente tiene, lo han marcado de tal manera que lo han traído a nuestro consultorio y ahora busca un cambio en su vida. La resignificación que busca puede variar en muchos sentidos. Es posible que quiera comprender algo vivido, algo que está viviendo en la actualidad o algo que aún no ocurre y que está próximo a vivir. En este sentido, tenemos que comprender que al hablar de historia no solamente nos referimos al pasado. El tiempo pasado es una parte de la historia que conforma al sujeto, pero no lo es todo.
Aristóteles definió el tiempo como el número de movimiento según el antes y el después. Siguiendo esta definición podemos notar claramente la presencia de lo pasado y lo futuro, sin embargo, en esta definición, el presente está ausente. La ausencia de lo presente indica que este momento que está ocurriendo ahora, es incapturable e incognoscible. Por lo tanto, el presente vive en una condición de imposibilidad, lo cual provoca una sensación de falta constante. La transitoriedad que por condición esencial provoca el tiempo, se junta con la sensación de falta de lo incapturable, y juntos, producen un sentimiento inconsciente pero siempre presente de duelo. A mi parecer, el espacio analítico brinda esa oportunidad del tiempo presente, ya que unifica lo pasado y vivido, con la fantasía del futuro, dando lugar al entendimiento y elaboración del duelo por lo presente. El análisis permite ensamblar lo pasado y lo no-sucedido, en la actualidad. Es un espacio dónde se rompe con la lógica y se crea el tiempo presente. Este proceso cobra vida gracias al lenguaje que poco a poco construye la relación transferencial.
La omnipresencia de los tres tiempos es paradójica debido a la condición atemporal de lo inconsciente. Todo el proceso de recuperación y resignificación que hacemos es en sí incompatible ya que ocurre en el tiempo presente que es por definición, incapturable e inexistente. Este proceso de traer a la consciencia el material inconsciente, resalta la parte paradójica del análisis; el llegar a ser por aquello que no se es. No obstante, es gracias al espacio analítico que podemos traer a flote lo que no se es, y de ésta manera, comenzar a serlo a partir de un tiempo que nos permitimos crear en la díada paciente-analista. En este sentido, el análisis es la creación del tiempo presente que permite resignificar por entero la concepción del sujeto a partir de la unificación de su historia. Esta problemática se puede aclarar a través de las palabras de Borges:
“El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.” (Borges, 149).
Como mencionamos anteriormente y la cita de Borges lo ejemplifica, el tiempo no puede existir sin el lenguaje. El lenguaje es lo que permite que exista esa creación del tiempo presente. La memoria es un claro ejemplo de esto. Un  evento sucedido adquiere significado a partir de la representación afectiva y emocional que le damos, sin embargo, esa representación afectiva no podría existir sin el lenguaje. El rememorar es un ejercicio que tampoco podría hacerse sin la existencia del lenguaje. Sin lenguaje no tendríamos memoria y sin ella no habría una historia que conformara al sujeto. No tendríamos una identidad y algo que nos conforme y nos defina.
La evolución del lenguaje en el ser humano ocurre a través del tiempo. Dentro del proceso analítico podemos ver que a medida en que transita el tiempo, el sujeto comienza a apalabrar más. El vocabulario que utiliza y la manera en la que se expresa, se modifica y evoluciona a través del tratamiento. Esta evolución provoca que el sujeto vaya pudiendo traerle vida a sus objetos y se vaya creando un lenguaje entre analista y paciente que conforma la relación transferencial. A medida en que se van encontrando esos espacios de apalabre y va evolucionando el lenguaje de la diada, el sujeto comienza a adquirir y a encontrar su propio discurso. El analista facilita la adquisición y el descubrimiento del discurso propio del paciente. Una vez encontrado el discurso propio, el sujeto termina por sentirse liberado.
Foucault plantea que “el discurso no es apenas más que la reverberación de una verdad que nace ante sus propios ojos; y cuando todo puede finalmente tomar la forma del discurso, cuando todo puede decirse, y cuando puede decirse el discurso a propósito de todo, es porque todas las cosas, habiendo manifestado y cambiado sus sentidos, pueden volverse a la interioridad silenciosa de la conciencia de sí” (Foucault, 49).
La libertad y la paz individual son objetivos del análisis. La interioridad silenciosa así como la conciencia de aquello incognoscible e incapturable, son ejemplos de la paz y la libertad. El discurso de un paciente siempre gira alrededor de los objetos y de las figuras que lo rodean. Es común, que un paciente hable el discurso de una de estos objetos primarios. Conforme pasa el tiempo y se revive transferencialmente en el tiempo presente creado en el consultorio, el paciente logra liberarse de ese discurso y encontrar el propio. Una vez encontrado el discurso propio, el paciente resignifica su historia a través del tiempo y es en ese momento, cuando el paciente se convierte en autor de su propio tiempo e historia. Así como el autor tiene un editor que ayuda a ordenar, darle tiempo y sentido a la historia, el paciente tiene a su analista y juntos encuentran un nuevo significado sobre su historia, su tiempo y su existencia.
Bibliografía:

  • Foucault, M. (1970). El orden del discurso. Editorial: Fábula Tus Quets. México D.F.
  • Revista Latinoamericana de Psicoanálisis. Tiempo. Calibán. Volumen 11, No 1, Año 2013.  Fepal. Montevideo, Uruguay.
  • Borges, J.L. (1989). Nueva refutación del tiempo. En obras completas. Volumen 2 (137-149). Buenos Aires, Argentina.
Imagen: Morguefile/Click