OLYMPUS DIGITAL CAMERA
Por: Irvin Camacho
Freud, en la 30ª conferencia, Sueño y ocultismo, de su artículo Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933a), delimita el concepto de telepatía de la siguiente manera:
 
“[…] llamamos telepatía al presunto hecho de que un acontecimiento sobrevenido en determinado momento llega de manera casi simultánea a la conciencia de una persona distanciada en el espacio, y sin que intervengan los medios de comunicación consabidos.”
 
“[…] el proceso telepático debe consistir en que un acto anímico de una persona incite en otra ese mismo acto anímico. Lo que se sitúa entre ambos actos anímicos fácilmente puede ser un proceso físico en el que lo psíquico se traspone en un extremo, y que en el otro extremo vuelve a transponerse en eso psíquico igual. En tal caso, sería inequívoca la analogía con otras trasposiciones, como las del habla y la escucha telefónicas.”
 
Un proceso telepático consiste entonces para Freud, y para el contexto teórico de este trabajo, en un fenómeno psíquico en el que se da la transmisión entre dos personas de un acto anímico a través de un proceso físico, aunque sin la intervención de los medios de comunicación conocidos. Para ilustrar lo anterior, Freud menciona en el mismo trabajo:
 
“Por ejemplo, la persona A sufre un accidente o muere, y la persona B, muy allegada a ella -su madre, hija o amada-, se entera más o menos en el mismo momento a través de una percepción visual o auditiva; en este último caso es como si se lo hubieran comunicado por teléfono, aunque no fue así de hecho: en cierto modo, un correlato psíquico de la telegrafía sin hilos.”
 
En Sueños y telepatía (1922a), Freud analiza dos materiales: el testimonio de un investigador que le relata acerca de una experiencia que éste considera telepática y el de una paciente que afirma poseer habilidades perceptivas extrasensoriales. Freud sostiene que en ambos casos la información es insuficiente para corroborar la existencia de procesos telepáticos pero que, de existir estos, no tendría por qué modificarse la aproximación del trabajo psicoanalítico con los procesos inconscientes e, incluso, refiere el potencial de la investigación psicoanalítica sobre el tema:
 
“[…] el psicoanálisis puede hacer avanzar el estudio de la telepatía aproximando a nuestra comprensión, con el auxilio de sus interpretaciones, muchas cosas inconcebibles de los fenómenos telepáticos, o demostrando por primera vez que otros fenómenos, todavía dudosos, son de naturaleza telepática.”
 
Sin embargo, al concluir su artículo, deja en claro su postura reservada ante la discusión de la telepatía:
 
“¿He despertado en ustedes la impresión de que solapadamente quiero tomar partido en favor de la realidad de la telepatía en el sentido del ocultismo? Mucho lo lamentaría. Es que es tan difícil evitar una impresión así. En realidad, yo quiero ser totalmente imparcial. Además, tengo todas las razones para serlo, pues no me he formado juicio alguno, yo no sé nada sobre eso.”
 
Siguiendo la propuesta de Freud acerca del potencial del psicoanálisis para pensar acerca de la idea de los procesos telepáticos, algunos autores han abordado el tema. En este, como en otros casos, el estudio de un fenómeno psíquico desde la psicosis ha sido el punto de partida para su comprensión. Jan Ehrenwald, en su artículo The Telepathy Hypothesis and Schizophrenia (1974), construye su reflexión alrededor de la telepatía reconociendo que la evidencia para constatar su existencia es poca, como lo dijo Freud, pero, no obstante, indaga en cuáles son los procesos que pudieran estar sucediendo cuando un paciente parece ser capaz de usar la telepatía. Esto lo hace a partir de su trabajo con esquizofrénicos. Ehrenwald hace referencia al comentario de Freud acerca de la ominosa capacidad de los paranoicos para detectar los puntos débiles inconscientes del analista, y propone que esto se da en un marco de comunicación no verbal, como lo son las expresiones motrices inconscientes involuntarias.
 
Ehrenwald describe la experiencia que tuvo con una paciente esquizofrénica en la institución psiquiátrica donde laboraba, quién le evocó la idea de que ésta era capaz de percibir sus pensamientos de forma telepática.
 
“Catherine J., de 24 años, una paciente esquizofrénica con marcados rasgos paranoicos, había visto como otra de las pacientes, Betty H., de su misma edad, se había escapado de su dormitorio rompiendo una ventana, provocándose cortaduras en su muñeca izquierda que requirieron ser suturadas. […] El día anterior le señalé a la enfermera que sentía que mis cuidadosos intentos de bromear con la paciente (para tranquilizarla) habían tenido el efecto contrario, contribuyendo a que sufriera del acceso. Después de atender las heridas de Betty, encontré a Catherine esperándome en la puerta. Se dirigió a mí y me reprochó ‘Tú le hiciste eso… Tú la hiciste hacerlo!’ Ignoró mis explicaciones y mantuvo su protesta. ‘Deberías tener el valor para admitir que tú la provocaste. ¿Por qué no lo admites?’”
 
Respecto al suceso anterior, Ehrenwald reconoce que la consideración de la telepatía en el suceso anterior está abierta a muchas objeciones, y que lo que quiere resaltar es cómo la paciente percibió su sentimiento de culpa. El autor agrega a su elaboración que en esos momentos se encontraba en una etapa difícil de su vida, en la que había recién inmigrado y se encontraba en una situación laboral y económica inestable, época en la que asegura haber tenido muchas experiencias similares a la que tuvo con Catherine y que, más aún, cuando sus condiciones de vida mejoraron, este tipo de sucesos dejaron de ocurrirle. Con este caso, Ehrenwald ejemplifica la capacidad del paciente esquizofrénico paranoico para percibir las vulnerabilidades del analista, haciéndolo pensar sobre la posibilidad de la existencia de fenómenos telepáticos. La pregunta que sucedería a la breve presentación de este caso sería entonces, ¿cuál es la dinámica detrás de esta reacción contratransferencial? Para tratar de responder, se presenta otro de los casos que describe Ehrenwald:
 
“Allgen G., de 29 años, es un esquizofrénico paranoide con tendencias homosexuales. En sus fantasías masoquistas, una enfermera le hace un enema de la forma en que su madre solía hacérselo cuando era niño. Dijo que su madre nunca le ocultó sus deseos de que hubiese sido una niña. Era una típica madre simbiótica, posesiva y dominante, que buscaba controlar cada paso que su hijo daba. Se quejaba de que su madre lo había emasculado, literalmente, y que le advertía de las mujeres que tratarían de engancharlo. Dijo que ella tenía una videocámara siguiéndolo adonde fuese y que era capaz de leer sus pensamientos. El paciente tenía angustias similares con relación a sus sesiones. Sugería que mujeres de mediana edad se le proponían y que los hombres homosexuales que lo cortejaban ‘eran idénticos a mamá’”.
 
 
Ehrenwald considera que era este introyecto de su madre el que había invadido la personalidad del paciente como un tumor maligno y generado esta experiencia delirante de ser perseguido. Esta experiencia angustiante es de la que buscan librarse estos pacientes vía identificación proyectiva y es lo que genera en el analista la ominosa experiencia de que el paciente muestra la capacidad de leer sus pensamientos, en especial aquellos ligados a un conflicto. Esta dinámica es un reflejo de las experiencias tempranas de persecución de estos pacientes ante lo que era para ellos una figura parental omnipotente y omnisciente. Esta figura, a su vez, es un derivado de la figura parental simbiótica. Los delirios paranoides presentes en estos pacientes gravemente enfermos pueden observarse también en las vicisitudes de la temprana relación madre-hijo en condiciones normales, en las que el Yo aún está por delimitarse y se encuentra fusionado al de la madre.
 
El trabajo de Ehrenwald permite entonces considerar a la experiencia telepática como una dinámica transferencial cuyo sustento genético se encuentra en la angustiante experiencia temprana de una relación patológica con un padre simbiótico que daba la impresión de ser omnisciente. Vale la pena reflexionar sobre cómo la idea de que alguien pueda ser capaz de saber con certeza lo que estamos pensando genera sentimientos angustiantes de persecución.
 
Continuando sobre la línea de la identidad y su relación con la idea de la telepatía, se hace referencia al trabajo de Leon J. Saul, Telepathic Sensitiveness as a Neurotic Symptom (1938), en el cual el autor plantea que la capacidad para percibir los estados internos del otro es una capacidad que varía de sujeto a sujeto pero que puede verse intensificada ante tensiones neuróticas, casi psicóticas, y generar la creencia, tanto en el sujeto como en quienes lo rodean, de que esta hipersensibilidad consiste en una genuina capacidad telepática. El autor considera que los sujetos en este estado de alta sensibilidad emocional pueden estar tan en sintonía con sus objetos que pueden ser capaces de conocer bastante sobre su estado psíquico, aún cuando se encuentran alejados, y sin contar con el beneficio de alguna capacidad telepática.
 
Saul ilustra su tesis con el caso de una de sus pacientes, una atractiva estudiante de universidad, culta y sin inclinaciones a temas esotéricos. Esta paciente acudió a análisis por sentirse deprimida, sentir que fallaba en sus relaciones sentimentales y por la angustia que le causaba la idea de que su capacidad extrasensorial, como ella la llamaba, para percibir los estados y circunstancias emocionales de la gente a su alrededor le podía conllevar una crisis. Sus dos mecanismos de defensa principales, según el autor, eran la proyección y la identificación. La paciente era hipersensible a aquellos rasgos en los demás que no toleraba percibir en ella misma. Por ejemplo, una vez que la paciente empezaba a enfermarse de gripa, comenzó a enfocarse en los signos de dicha enfermedad en el analista. Además, la paciente parecía mostrar la habilidad para vincularse con personas que presentaban los mismos puntos débiles que ella. Un ejemplo de lo anterior que narra el autor es el siguiente:
 
“La paciente desarrollo un fuerte apego hacia un pretendiente del cual luego se enteró que ya estaba comprometido. Había permanecido inconsciente acerca de la intensidad de sus deseos por aquel hombre y conscientemente negaba sus sentimientos de decepción. Mediante el análisis, resultó obvio que este pretendiente había generado grandes expectativas en ella y que estaba reprimiendo los sentimientos de depresión que la situación le generó. En este punto, conoció a otro hombre. La paciente inmediatamente percibió que, detrás de su actitud tranquila, el hombre escondía una severa depresión causada por una frustración amorosa. La paciente negó que su percepción se basara en la expresión o comportamiento de esta persona y la atribuyó a su capacidad telepática.”
 
La paciente se volvía hipersensible entonces a aquello en los demás que estaba reprimiendo en ella misma, atribuyendo al hombre en este caso la depresión por la decepción amorosa. Además de ser una medida defensiva central para la paciente, el creer que tenía una capacidad extrasensorial para percibir situaciones y estados psicológicos en los otros gracias a que poseía poderes telepáticos le brindaba una gran satisfacción narcisista. Este análisis guarda una similitud con el presentado por Ehrenwald respecto a la percepción por parte del paciente de los puntos débiles del otro de una manera que los lleva a pensar sobre una capacidad telepática, pero que, al hacer una observación más detenida, parece tener que ver más con una capacidad agudizada para percibir señas sutiles de comunicación no verbal.
 
Qué hay que pensar acerca del caso contrario, cuando es el analista quien vive un suceso en el consultorio que lo hace pensar sobre poseer una capacidad telepática. Major y Miller (1981), en su trabajo Empathy, Antipathy and Telepathy in the Analytic Process reportan:
 
“Hablando con Gabriel, un paciente esquizofrénico hospitalizado con una larga historia de tratamiento psiquiátrico, le sugerí que me narrara de forma cronológica acerca de sus internamientos. El paciente dijo: “Comenzó porque tiré unos discos que estaban apilados…” En el momento exacto en el que dijo ese enunciado, una imagen se fijó en mi mente, como si se tratara de una fotografía o el cuadro de una película, del Bulevar San Michel, esquina con la calle Racine, le tienda de libros Gibert. Cuando digo “se fijó”, me refiero a que entró como un cuerpo extraño con el que no sé qué hacer y el cual no parece estar conectado a ninguna cadena asociativa. La entrevista continúa. Después de diez minutos, Gabriel mencionó, ‘Me encontraba en el Bulevar San Michel, caminando cerca de Gibert. Me detuve a ver unos discos. Tire una torre de discos apilados por accidente cuando me volteé…’”
 
En este caso, es el analista quien, sin buscarlo, se ve ante una sucesión que lo sorprende cuando percibe que una imagen que surge en su mente fuera de su tren asociativo coincide de mantera anticipada con el discurso de su paciente. Major y Miller nos recuerdan que para interpretar los procesos inconscientes del paciente, el analista debe someterse a su propia actividad mental inconsciente; debe seguir el curso del inconsciente del analizado mediante el suyo propio. Este modo de interacción requiere que el analista ceda a ratos a un proceso regresivo para reflexionar, lo que permite ser empático con el paciente y su relato. Esta regresión, creen los autores, puede llegar a un punto en el que se producen fenómenos comparables a la idea de una comunicación telepática y que cuando esto ocurre, el analista se confronta con una sensación ominosa. Explican que ocurre una transferencia de pensamiento de paciente a analista a través de un espacio intermedio que no pertenece exclusivamente a la esfera de actividad mental del analista ni a la del paciente, en el que la corriente de procesos inconscientes de uno se enreda con el del otro, haciendo posible este tipo de acontecimientos. La telepatía se trata entonces de una forma de comunicación regresiva e inconsciente, más que de un tipo de capacidad extrasensorial.
 
Este trabajo ha seguido la línea de los autores referidos acerca de que no se cuenta con la suficiente información como para constatar la existencia de fenómenos telepáticos, sin que esto implique dar por cerrado el debate ni que impida tratar de entender las dinámicas que están detrás de los sucesos que hacen llegar a considerar su existencia. Por otra parte, también vale la pena pensar acerca de la actitud en la que se asume de manera tajante la imposibilidad de la inexistencia de la telepatía. Eisenbud (1946) considera que la resistencia al tema de la telepatía surge de la necesidad de aferrarse a la represión de las propias tendencias narcisistas infantiles al pensamiento mágico y omnipotente. Es a través de las mayores de las dificultades que se abandonan tales tendencias conforme se aprende gradualmente a aceptar las demandas que impone la realidad. Una vez que hemos logrado a crecer más allá de los deseos infantiles, surge una susceptibilidad a desarrollar angustia ante cualquier situación que amenace con hacer surgir nuevamente estas tendencias reprimidas y es precisamente la amenaza de ser avasallado por ellas que se da el desarrollo de rígidas formaciones reactivas. Un ejemplo de ello es el de las personas que se inclinan a la ciencia como modo de vida y dejan de lado el placer que puede otorgar el pensamiento ficticio. Este tipo de funcionamiento defensivo rígido puede impedir la posibilidad de poder pensar sobre este tipo de sucesos. Independientemente de que se traten de eventos genuinamente telepáticos o no.
 
Creo que este punto de vista intermedio entre no negar defensivamente la posible existencia de eventos telepáticos ni quererla afirmar de manera parcial, es lo que permite estar atentos a reconocer lo que está ocurriendo en torno a este fenómeno cuando se presenta en el consultorio, tanto en el relato de nuestros pacientes como en nuestro trabajo mental durante la sesión. En caso de toparnos ante ello, me parece importante tomar la actitud de Freud (1922) cuando dice “El mensaje telepático se tratará como un fragmento del material para la formación del sueño, como cualquier otro estímulo externo o interno, como un ruido perturbador que viene de la calle, como una sensación intensa de un órgano del durmiente”, en nuestro caso, no ha de cambiar nuestra actitud de tomar los sucesos de los que se hablaron en el trabajo como material sujeto a análisis, más cuando parece que un común denominador entre todos ellos es que son altamente transferenciales.
 
Bibliografía

  • EHRENWALD, J. (1974). The Telepathy Hypothesis and Schizophrenia*. J. Am. Acad. Psychoanal. Dyn. Psychiatr., 2:159-169.
  • EISENBUD, J. (1946). Telepathy and Problems of Psychoanalysis. Q., 15:32-87.
  • FREUD, S. (1921). “Psicoanálisis y telepatía” en Obras completas XVIII, Buenos Aires: Amorrortu.
  • _____ (1933a). “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis: Sueños y telepatía” en Obras completas XXII, Buenos Aires: Amorrortu.
  • MAJOR, R. AND MILLER, P. (1981). Empathy, Antipathy and Telepathy in the Analytic Process. Psychoanal. Inq., 1:449-470.
  • SAUL, L.J. (1938). Telepathic Sensitiveness as a Neurotic Symptom. Q., 7:329-335.

 
 
Imagen: freeimages.com / Gabor Kalman
El contenido de los artículos publicados en este sitio son responsabilidad de sus autores y no representan necesariamente la postura de la Sociedad Psicoanalítica de México. Las imágenes se utilizan solamente de manera ilustrativa.