Texto de María Montaño publicado en el portal TuBebeYTu.com.
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Las artes han servido, a lo largo de la historia, como una vía para  fugarse de los mundos internos, esto pasa en  todas las culturas. Asimismo, ayudan a dar una representación sensorial a todo aquello que no se puede decir en palabras ni entender con el pensamiento, sino únicamente vivirlo por su belleza. Si bien somos seres principalmente visuales, los sonidos nos ayudan también a entender el mundo desde otra perspectiva. Sin duda, una película de suspenso nunca sería tan excitante sin la música de fondo, característica de esos momentos tan intrigantes, y lo mismo sucede en nuestro desarrollo. La música ha acompañado y crecido junto al ser humano desde los inicios de la humanidad y es igualmente importante para el desarrollo de cada uno de nosotros.
Existen estudios que afirman que, inclusive antes del nacimiento, los bebés son sensibles a los sonidos del exterior y son capaces de diferenciar tonos y percibir elementos melódicos y rítmicos, algo que las madres instintivamente realizan con ellos al cantarles y al hablarles en tono aniñado, lo que permite que los bebés decodifiquen los significados y la intencionalidad aunque no puedan comprender las palabras.  En otros estudios, realizados en salas de terapia intensiva, se ha observado que la música en bebés produce cambios benéficos en su frecuencia cardiaca y en su  presión arterial.
La escucha pasiva de la música evoca y permite la expresión de sentimientos y, a su vez, ayuda a modular estados de ánimo e inclusive puede tener beneficios para el control de impulsos y conductas agresivas. De hecho, ha sido comprobado que escuchar música clásica (particularmente de Mozart) sirve para realizar mejor tareas relacionadas con el espacio y el tiempo.  No obstante, se ha encontrado aun más beneficioso el involucramiento activo con la música, es decir, cantar, aprender a leer un pentagrama, tocar un instrumento y formar parte de una banda, generan nuevas redes neuronales en los niños e inclusive mejora el rendimiento académico en áreas como matemáticas y lectura.
A su vez, se ha observado que los padres de niños que participan activamente en la música se encuentran más involucrados con los gustos y las actividades de sus hijos, así como con sus profesores y, con sus amistades (y los padres de éstos), lo que enriquece las redes de apoyo de los menores, favoreciendo el desarrollo de una autoestima saludable.
En términos de valores, participar  en actividades musicales como, por ejemplo, en los ensayos o preparando una función para un proyecto escolar puede fomentar conductas de autorregulación y sentido de compromiso, propiciando una sensación de contribuir para y por su entorno, lo que también estimula  una correcta  autoestima.
En definitiva, puede resultar sorprendente que, a pesar de los beneficios que las actividades musicales nos demuestran en tantos estudios, la currícula educativa actual haya dejado un poco de lado el estudio de la música, dejando en manos de los padres el inculcar el amor por las artes. El mejor remedio para revertir este fenómeno es por medio del ejemplo, compartir con los hijos el gusto por la música, ya sea en un concierto, enseñándolos a tocar algún instrumento o, simplemente, viviendo con ellos la experiencia gratificante de alguna melodía, lo cual puede resultar definitivamente enriquecedor.
Sabías que si la relación con la música se da desde la niñez, los beneficios son mayores. Se ha observado que los niños que estuvieron involucrados en actividades musicales durante su infancia, tuvieron menos probabilidades de abusar de sustancias como el tabaco, el alcohol y drogas y mayores probabilidades de extender sus actividades extracurriculares al deporte o al ejercicio de otras artes.