Colaboración de Jaime López en De10.mx
_______________________________
Una paciente a la que llamaré “Miriam” comenta: “Tenía un novio en la universidad… le ponía el cuerno cada vez que podía. Cuando él se enteró, me cortó y me sentí muy mal. Le pedí que volviéramos pero no aceptó… He tenido otras relaciones pero han terminado porque ellos me ponen el cuerno; me doy cuenta que es el karma, es por lo que le hice a mi novio de la universidad”.
El karma, de acuerdo con algunas religiones dhármicas (budismo, hinduismo, jainismo), es una energía producida por nuestras buenas y malas acciones; es decir, según hayamos actuado, seremos premiados o castigados en nuestras próximas reencarnaciones.
Más allá de la idea religiosa, popularmente se asocia la palabra karma con la idea de castigo. Al parecer, cuando las personas han hecho algo que consideran incorrecto, surge en ellos, algunas veces inconscientemente, la necesidad de “pagar por el crimen cometido”.
Esto revela la instauración primitiva del sentimiento de culpa. Cuando somos pequeños y tenemos  malos pensamientos o acciones hacia nuestros padres ―por las diversas frustraciones a las cuales nos vemos sometidos―, surge el temor de que ellos, en represalia, tengan los mismos pensamientos hacia nosotros. Esta idea de pagar “ojo por ojo” es antigua en la historia de la humanidad. También en el psiquismo humano es de las más primitivas.
Posteriormente, durante el desarrollo emocional del niño, el sentimiento de culpa abrirá la posibilidad de reparar aquellas situaciones en las cuales haya actuado mal, y no sólo tenderá a la búsqueda del castigo.
Asimismo, en las relaciones de pareja y los avatares que encontramos en ellas, podemos hallar algunas situaciones que las personas calificarían con el término de “karma”. Por ejemplo, casos en los cuales los hijos expresan su desacuerdo con los caracteres de sus padres, con su forma de ser, con su forma de hablar, vestir, etcétera, y justamente terminan encontrando una pareja con rasgos muy similares, cuando no idénticos, a los de sus padres, que, en principio, decían aborrecer.
También es frecuente escuchar a padres decir que sus hijos no realizaban quehaceres, pero que desde que se casaron “se los traen cortitos”, o, por el contrario, que siendo los hijos muy exigentes están con personas de poco provecho. En esos casos, vemos que la idea de karma es vista como un “ajuste de cuentas”. Una condena en la edad adulta por los crímenes cometidos en la infancia y, por lo visto, mientras más rápido uno pretende huir del castigo, antes llega al precipicio.
Regresando al ejemplo de un inicio, “Miriam” considera que por haber engañado a su novio, ella está siendo castigada de la misma forma en sus relaciones posteriores. Ella siente culpa, si bien al inicio no consciente, por haber actuado mal, pero de lo que no se percata es de su búsqueda de castigo a través de relaciones con personas que “le pondrán el cuerno”.
Entonces, la pregunta que surge es: ¿uno mismo es quien busca el castigo y no es el karma quien busca restablecer el equilibrio?
Precisamente por ser inconsciente, las personas no se dan cuenta de que ellas mismas buscan el camino hacia el castigo. Y por esto lo repiten una y otra y otra vez, no en vidas posteriores, sino en la misma.
La repetición abre la posibilidad de darse cuenta del camino hacia el castigo que uno emprende, y así reparar las situaciones en las que pudo haber actuado mal y de esta forma tener un “buen karma” en esta vida.