Compartimos este interesante texto publicado en el GRADIVA, Volúmen V Número 3, 1991-93.
Por: Psic. Alejandro Radchik
A lo largo de la obras de Dostoyevsky, iniciador de la novela social rusa, es posible observar  ¿Quién soy yo? ¿Quién quisiera ser yo?
Héroes que son criminales, vagabundos que antaño fueron ricos, honorables exgobernantes ahora alcohólicos, hombres buenos pero locos y ricos pero autoritarios y sometedores sin principios morales, aparecen en lugares como Petesburgo o Siberia, el primero maloliente pero interesante, y fresco, más lleno de prisioneros, el segundo. Extranjeros que son descritos como fascinantes, aunque materialistas y maléficos, rodean un ambiente de política y religión con elementos igualmente encontrados.
“Hijo del siglo, de la incredulidad y la duda”, Dostoyevsky fue víctima de una época y una familia generadoras de mensajes contradictorios. Los ricos y poderosos zares mantuvieron marginada a la mayoría de la población, hasta que Alejandro II, quién ocupo el lugar de Nicolás Primero en la sexta década del Siglo XIX, acabó con la servidumbre de la gleba y surgieron las reformas apareciendo la clase de los intelectuales, inexistentes antes de ese momento. En la Rusia del Siglo pasado se empezaba a gestar una revolución. Había descontento, mensajes agresivos y actos de crueldad todo el tiempo. Simultáneamente, se empezaba a estudiar la mente humana, y con ello surgieron ideas tales como la existencia de los criminales por sentimiento de culpa. Dostoyevsky, en su obra Crimen y Castigo describió al delincuente, mezclando su propia conflictiva con la del protagonista Raskólnikov.
El padre de Dostoyevsky fue un hombre proveniente de la nobleza y que sin embargo cuando nació el autor se encontraba en la miseria total viviendo en el hospital de pobres, donde se recibía a los miserables, alienados y niños abandonados. Era alcohólico, sumamente rígido y sádico con sus hijos, aún cuando se preocupó por su educación y dejarles una herencia. Fue muerto por sus siervos cuando Dostoyevsky contaba con dieciocho años de edad.
La madre del autor, fue una mujer frágil y enferma que se quejaba con sus hijos de los maltratos que sufría pasivamente de su marido. Murió consumida por el fuego en una casa de campo que dejara el esposo como herencia. No es de extrañar que en el Crimen y Castigo se describa un sueño en que un hombre poseedor de una yegua, autorizara a los demás a que entre todos la mataran con la justificación de que era suya y por tanto podía destruirla si lo deseaba. En dicho sueño, un niño que era espectador del crimen no podía intervenir para defender al animal. En la misma obra, se alude constantemente a la muerte por el fuego, como la de Katerina Ivanovna, que se consumió por la fiebre  u otros personajes que sufrían de calenturas que les provocaban delirios.
Dostoyevsky sentía una gran ambivalencia hacia sus figuras parentales. Por su padre, representado por el Zar, Dios y la Policía Secreta, sentía odio y a veces amor, de la misma manera que al salir de prisión se volvió conservador, para aplacar al Gobierno persecutorio, o como Raskólnikov que se transformó de ateo a devoto al llegar Siberia, Hacia la madre, ambivalentemente introyectada, el autor presentaba una idealización y un gran coraje.
Las imagos parentales de Dostoyevsky, cargadas de confusión y agresión produjeron tanto en su vida como en sus obras, intentos problemas de identidad, reflejados tanto en núcleos homosexuales, sentimientos de envidia, conductas autodestructivas como el juego, y sintomatología propia de la epilepsia y de la psicosis como es el caso de Raskólnikov en Crimen y Castigo.
Los fuertes núcleos homosexuales aparecen ante todo en las descripciones detalladas de los hombres, las estrechas amistades como en la obra la de Razumijin, quien se sometía pasivamente a las agresiones constantes de Raskólnikov y que se enamoró de Dunia como un intento de seguir cerca de Raskólnikov, o bien Luchin, personaje adinerado enamorado de sí mismo. Raskólnikov y Svidrigrailov sentían una atracción “inexplicable”. Dostoyevsky por su parte actuaba constantemente escenas de celos, y se enorgullecía de haber fornicado con una menor de edad, como Svidrigailov en la novela, y aunque el escritor decía no sentirse culpable por el episodio, el personaje se sentía perseguido por la niña de su sueño, que empezaba a crecer.
Las mujeres de la novela aparecen como persecutorias e inútiles, con las que se podían sostener relaciones de objeto parcialmente únicamente. Raskólnikov se enamoró de la hija de la casera porque estaba enferma y a Sonia la veía como si estuviera muerta “qué delgadita está, transparente del todo, sus deditos pálidos parecen los de una muerta (p. 224)”… y con ella llevó una relación asexual casi como de hermanos; a pesar de que ella era prostituta, para el protagonista fungía como madre.
Dostoyevsky decía que tenía la misión de cargar con el sufrimiento humano, como Sonia en la novela. El interés por Sonia resurgió en Siberia cuando ella enfermó como si sólo así hubiera dejado de ser persecutoria además de presentarse como depositaria de la patología de Raskólnikov. A este último le provocaba angustia, y él le respondía destruyendo sus defensas al cuestionarla sobre el futuro de Katerina Inanovna y sus hijos y cuando logró volverse indispensable para ella “hasta el presidio iré contigo…”, la despreció y le dijo que la sostenía en gusto por el libertinaje, relegándola incluso al arrodillarse, diciéndole que no se prosternaba ante ella sino ante todo el dolor humano.
Dostoyevsky se relacionaba con las mujeres adoptando una conducta pasivo-agresiva y así lo describió en sus personajes; su primera relación sexual la tuvo a los veintitrés años. Se enamoró ya casado, de una mujer enferma de tisis que “necesitaba piedad y ternura” y de la cual no se podía separar, como sintiendo a nivel inconsciente haberla enfermado además de necesitar funcionar como redentor, reparándola como probablemente sintió que debió hacer con su madre cuando ésta se quejaba de las injusticias que cometía el padre.
Otra de las mujeres en la vida del autor fue una de dieciséis años que conoció cuando él tenía treinta y dos. Era coqueta y ante ella cometió escenas de celos que impresionan como actuaciones. Sostuvo una relación fraternal con ella, asexual, lo que sugiere que para él la sexualidad tenía fuertes tintes agresivos, al igual que en la obra Svidrigailov deseaba tener relaciones sexuales con Dunia y además matarla o dejar que ella lo matara a él.
Cuando murió la esposa de Dostoyevsky, éste se sintió atraído por dos mujeres. Se casó con Ana, su secretaria, y cuando ella llevó a sus hijos de vacaciones él le escribió que se sentía como huérfano, es decir, fungiendo como hijo y no como marido.
Una mujer anciana que dejaba una herencia a la familia Dostoyevsky, “debía morir”, para ayudar con ese dinero a la crisis económica del autor. Probablemente el deseo de asesinarla se simbolice a través del crimen a la usurera en la obra. Sin embargo, Ana fue quien tuvo que enfrentarse ante los parientes de su esposo para discutir y cobrar su parte de la herencia. Así podemos observar cómo el autor, sufría de una constante confusión entre la pasividad y la actividad, lo masculino y lo femenino, lo libidinal y lo agresivo.
La dificultad para manejar el dinero y las herencias, se debieron al problema que Dostoyevsky tuvo que asumir su rol de adulto. Si era pobre y sin dinero, esperaba que los demás se hiciesen cargo de él. Cabe mencionar que en el Crimen y Castigo el autor tuvo un lapsus al decir que Porfiry tenía sesenta y cinco años de edad, aunque más adelante se dice que treinta y cinco, lo que permite observar su miedo a crecer y envejecer.
A pesar de que pudo haber podido vivirlo con un gran desahogo económico, Dostoyevsky era incapaz de conservar su dinero. Nacer en el hospital de pobres y ser hijo de un hombre que antaño fuera noble y rico, lo condujo a la imposibilidad para elegir entre dos introyectos, el de la pobreza y el de la nobleza, viviendo al primero como excluyente del segundo. En sus novelas, los ricos son descritos como despreciables e injustos: Luchin, la usurera, los caseros. Los pobres aparecen como buenos: Marméladov, Raskólnikov, estudiante con clase, Sonia, con grandes valores religiosos, etc.
Para el novelista ruso el dinero era letal. El dueño de la yegua del sueño podía matar al animal porque era suyo como el padre del autor que dejaba de herencia una casa en la que se murió quemada la madre. Luchin quería dominar y someter a Dunia y a su madre con dinero.
Dostoyevsky relacionó el dinero con el fuego. Decía que el dinero le “quemaba” las manos. Ana lo dejaba jugar ya que después de perderlo todo escribía sus mejores novelas.
Permitir que otros se hicieran cargo de su dinero, cuando él lo perdía representaba convertirse nuevamente en un niño al que tenían que atender. Desapareció la herencia que le dejó su padre, e hizo fracasar la editorial que legó su hermano en 1864. Con ello, negó las pérdidas humanas y aplacó a sus perseguidores al no poder disfrutar de sus contenidos. Lo tranquilizaba el hecho de no tener dinero pues inconscientemente consideraba que así no le desearían la muerte, a diferencia de los estudiantes que querían que muriera la usurera en la novela, y en la realidad él y su familia deseaban matar a la tía rica, como los siervos a su padre. El asesinato que efectuó Raskólnikov se racionalizó en la obra por el hecho de que ella acumulaba el dinero que podría serle útil a los demás aun cuando nadie se enriqueciera con esos bienes. El protagonista escondió lo poco que robó bajo una piedra, cubriendo así contenidos vividos como letales. El crimen cometido es similar a la fantasía de un bebé cuando envidia el pecho omnipresente que no gratifica y cuyo contenido desprecia. Así también la casera en la obra es envidiada por tener el potencial de gratificar de manera gratuita y al no hacerlo se le vive como injusta. El escritor mencionó “escribiría también como Turghener si tuviera sus rentas”. Pero siendo pobre podía justificar las críticas que recibieran sus novelas.
Los biógrafos de Dostoyevsky escribieron que éste sufría continuos ataques epilépticos y su primera crisis ocurrió cuando recibió la noticia de la muerte del padre. Independientemente de la predisposición física que haya tenido el autor para la epilepsia, es importante hacer notar el deseo de muerte que sentía hacia su padre, ya que se tradujo en un ataque en el que un monto incontrolable de agresión no pudo ser dirigida hacia un objeto del mundo externo y se volcó sobre el propio individuo.
El autor tenía además el “proyecto de volverse loco” para así realizar todo aquello que deseaba; “podía fingir locura”. Así, podría haber aparecido como criminal disfrazado de loco como el caso de Raskólnikov, y además con su epilepsia se consideraba “excepcional”. El autor asesinó en sus obras pero no en la vida real, y persiguió un ideal, de convertirse en un superhombre, y Raskólnikov mató a la usurera y a Lizabeta, buscando convertirse también en superhombre.
Tanto Dostoyevsky como su personaje, por su padecimiento de epilepsia el primero y con sus planes criminales el segundo, se sentían diferentes de las personas comunes. Al igual que un ataque epiléptico, Raskólnikov se sentía ajeno a sí mismo cuando planeaba y ejecutaba el asesinato; Dostoyevsky decía deprimirse después de sufrir algún ataque epiléptico porque se vivía a sí mismo como un criminal que tenía que cargar con una culpa real.  Además, atribuía a sus ataques un carácter místico sagrado, como si se convirtiese en un ser excepcional mensajero del Más Allá en la Tierra. Al criminal lo describió como un redentor de la humanidad que tomaba sobre sí la culpa que otros debían llevar: “Verdaderamente los grandes hombres tienen que padecer un gran pesar (p.191).” Raskólnikov mencionaba que los hombres extraordinarios excepcionales, tenían derecho de cometer crímenes: “el verdadero dominador bombardea Tolón, París, olvida su ejército en Egipto… esos seres no son de carne y hueso sino de bronce” (p.197). Más aún, el ataque epiléptico y la teoría del criminal parecen unificarse en el siguiente pasaje: “Todos los delincuentes…experimentan en el momento de cometer su crimen, como un desfallecimiento de la voluntad del juicio, cuyo puesto viene a suplantar una atolondramiento fenomenal y pueril precisamente en el instante en que más necesaria le sería la razón y la prudencia. Ese eclipse del juicio, ese desmayo, apoderándose, según Raskólnikov, del hombre, al modo de una enfermedad , desarrollándose progresivamente y alcanzando su máximo de intensidad momentos antes de cometer el crimen; durante la ejecución de este último… según los individuos,  persiste y acaba por desaparecer como cualquier otra dolencia” (p.64).
Dostoyevsky colocó en Raskólnikov , características de héroe, no de loco. Razúmihin le dijo a Raskólnikov: “a esa (Zamiotov) le ha dado por las enfermedades (mentales) per tú escúpele y en paz” (p.147).
En la vida y obra de Dostoyevsky se pueden observar además diversos elementos que corresponden al cuadro clínico de la melancolía, acompañada de rasgos obsesivos. Con respecto a la melancolía, destacan los mensajes contradictorios, el alcoholismo, y la aparición de personajes pobres, enfermos y suicidas. Raskólnikov, en el Crimen y Castigo  impresiona como un hombre psicótico, por su parcialidad en las relaciones de objeto, su problema de identidad, pérdida de impulsos instintivos, aislamiento e introyecciones. El asesinato de la usurera representa un intento por desprenderse de un introyecto, rasgo distintivo de la melancolía. Entre lo demás personajes, Svidrigailov, Marméladov y Katerina Ivánovna se suicidaron, uno de ellos dejándose atropellar y otra de manera maniaca al salir corriendo a la calle, enferma  vomitando sangre. La madre de Raskólnikov, por su parte, negó la condena de su hijo y murió, así como Razúmihin aguantó las agresiones de Raskólnikov de modo masoquista y Marméladov se dejaba maltratar aunque se sintiera excepcional porque su esposa, culta y de familia distinguida se había casa con él.
Katerina vivía añorando, “la vida era mejor antes que el borracho ese la arruinara, él había sido gobernador”.
Razumihin decía “soy un tío la mar de infeliz, no soy digno de ustedes, además estoy borracho y me avergüenzo de eso (p.147)”, y sin embargo no se separaba de la madre y hermana del protagonista, siendo además a ellas a quienes dirigía esa frase. Svidrigailov soñaba que volvía  prostituta a una mujer que estaba con él, como al tocarla la convirtiera en devaluada. Por si fuera poco, el barrio era pobre y mal oliente, “nadie se fijaba en la ropa”.
La vida de Dostoyevsky no distó mucho de la que describió en sus personajes. De chico fue triste y pensativo y durmió en una alcoba estrecha. Sufrió de pérdidas a lo largo de su juventud, como por ejemplo cuando fue enviado a los dieciocho años a una semipensión, o bien al haber cambiado de escuela y haberse tenido que separar de su hermano quien no fue aceptado ahí. Durante un tiempo, fue libertino, desenfrenado y blasfemo, y luego se volvió abstemio. Al enterarse de la muerte de su padre, sufrió de un mutismo absoluto y un ataque de epilepsia, lo que da la impresión de haber enloquecido para no tener que morir en retaliación. Estuvo aislado. Se convirtió en conspirador sin tener ideales revolucionarios, careció de éxito económico aun cuando era un escrito valorado, adaptándose así al mundo externo de acuerdo con sus introyectos con respecto al dinero. Pensaba en la muerte como “la abolición de la fatalidad, la fuerza del destino, la redención”.       Su estado nervioso provocaba en los demás la necesidad de repararlo. Tenía dificultad para dormir, pues temía ser confundido con un muerto, y pidió por ello que cuando muriera esperaran un tiempo antes de enterrarlo. Vivió enfrentado a la muerte  la mitad de la vida. No es de extrañar que el haber estado en prisión y sobrevivido, considerara que su destino hubiera sido similar al de Lázaro, y por ello cambiaría de conducta posteriormente, sometiéndose al gobierno, a la autoridad y a Dios.
Con respecto a los rasgos obsesivos cabe señalar que Dostoyevsky escribió sus novelas en tercera persona, manteniendo así el control sobre sus obras. A decir de sus biógrafos, fue conservador y terco.
La conducta del protagonista de Crimen  y Castigo, estaba cargada de rituales, como al planear el crimen a la perfección y cuidar todos los detalles con lo cual lograba abstenerse por un tiempo de actuarlo, (como al cerciorarse de que fueran 830 pasos los que había de la puerta a su casa). Frecuentemente aparecen en Raskólnikov ideas supersticiosas y mágicas como lo es la mención del número tres: “aquel tres veces maldito día anterior”, o bien al considerar coincidencia que los estudiantes hablaran del deseo de matar a la usurera cuando él lo pensaba. Presentaba además deseos ambivalentes, de dos situaciones opuestas entre sí, como lo  era la percepción de la figura de Sonia; como prostituta (impura) y pura a la vez, o el considerarse a sí mismo como un noble criminal. Porfiry fungía como el superyó persecutorio de Raskólnikov, acorralándolo y obligándolo a someterse a él.
A pesar de sus características obsesivas, desde el comienzo de la novela se anuncia que Raskólnilov había sufrido un quiebre psicótico: “… de algún tiempo se hallaba en estado de excitación y enervamiento parecido a la hipocondría, arrinconado en su cuarto, apartado de todo el mundo, temía encontrarse con alguien. Lo agobiaba la pobreza, había abandonado sus quehaceres cotidianos” (p.17).
Tenía la costumbre de monologar, estaba mal vestido, ya no estudiaba, Hacía dos días que no comía, como deseando morir o temiendo que la comida lo envenenara. Su mirada era feroz, le causaba temor a Natasia. Al recibir una carta de su madre, besó el sobre, como confundiendo el símbolo-carta de la madre con lo simbolizado-madre. En la universidad apenas si tenía un amigo, de todos se alejaba y no se trataba con nadie. Llevaba tiempo organizando un crimen, matar a la usurera, a quien consideraba como un “piojo, un ser inútil que molesta  la humanidad”. Tenía en su mente una teoría consistente en que el criminal era un ser excepcional, diferente de las persona comunes. Aun cuando llevaba mucho tiempo con esas idea, no la había llevado a la práctica, pues todavía tenía control sobre sí mismo.
El joven Raskólnikov se estaba convirtiendo en un adulto. El contenido de la carta que escribió su madre, explicaba el motivo por el cual se vio impulsado a llevar el crimen a la práctica: Dunia se casaría próximamente, y había por ello otro hombre en la vida de Dunia y su madre (además del protagonista) y aquel rico y se volvería importante para ellas. A Raskólnikov le provocaba rabia “la cólera iba apoderándose de él cada vez con más fuerza y de haberse encontrado en aquellos instantes con el Sr. Luchin puede que lo hubiera matado” (p.43). Vivió la aparición de Luchin como su propia desaparición, y esa pérdida de identidad, ese sentimiento de despersonalización, lo llevó a actuar un crimen para convertirse en su fantasía, en el superhombre capaz de transgredir las leyes igual que lo hiciera Napoleón.
Soñó como mataban a una yegua a golpes, como luego hizo con la usurera. A partir de ese momento, se rompió la represión y su yo se vió dominado por sus instintos agresivos. Acudió en vano a Razumijin en busca de control. Deseo confesar su crimen para ser reconocido y mostrar al mundo una identidad y comprobar que no había muerto.
Tras cometer el crimen en la novela se describe un ambiente místico. El asesinato en sí mismo pasa a un segundo plano donde deja de cuestionarse la  tragedia que sufrieron las víctimas. La atención se dirige al hecho de que el crimen debe castigarse.
El ideal del yo de Raskólnikov se alejaba de la realidad. Creía ser igual que Napoleón, quería ser así; “los hombres vulgares deben vivir en la obediencia pero los extraordinarios tienen derecho de cometer crímenes e infringir leyes porque son extraordinarios” (p.187). “Lo único que le faltaba era poder resistir los remordimientos. Puesto que ocurrió lo contrario, proyectó su fracaso en el hecho de que según él, la usurera valía poco ¿qué crimen?…haber matado un dañino piojo” (p.357).
El hecho de que lo fueran a encarcelar, le bajaba la angustia: “En Siberia se podía respirar aire fresco”. Aprisionado sería controlado y protegido de sus objetos persecutorios: ¿es que yo maté a la vieja? Me maté a mí mismo y no maté a la vieja,…a la vieja la mató el diablo” (p. 292).
Cuando Sonia reconoció su culpa, Raskólnikov se inclinó al lado contrario “ellos mismos degüellan a millones de seres y todavía se consideran virtuosos. Pícaros y ruines son, Sonia… quizá yo sea todavía un hombre y me haya juzgado con demasiada precipitación” (p.293). Se colocó al lado de mujeres que consideraba inferiores, devaluadas y enfermas, (como Sonia o la hija de la patrona) para poder sentirse superhombre. Depositaba en ellas sus propias partes enfermas y no aceptadas, al grado de convertir a Sonia en portadora del crimen que él cometió.
Ni al principio ni al final de la novela Raskólnikov sintió culpa por el asesinato, solamente fracaso y minusvalía: “he vertido la sangre que se vierte siempre como un torrente, que corre como champaña y por la que se coronan en el capitolio y se llaman bienhechores de la humanidad”. “si hubiera triunfado me hubieran dado una corona, mientras que ahora caí en el cepo” (p.357).
Las palabras que puso Dovstoyevski en boca de Raskólnikov, que a su vez representó a Orlov, asesino a sangre fría que conoció el escritor en Siberia, son en el fondo un reclamo a la sociedad que lo encarceló injustamente. Mientras coronaban a los líderes triunfantes asesinos, castigaban a los asesinos.
Raskólnikov se le reconoció como criminal y se le castigó. Logró separar a Luchin de su hermana dándole a cambio a Razumihin, quien admiró y quiso a Raskolnikov y lo mantuvo siempre en alto ante los ojos de su hermana.
 
* Psic. Alejandro Radchik: Psicoanalista titular y Secretario de la Sociedad Psicoanalítica de México, A.C., Maestría en Psicología Clínica U.N.A.M., Estudios de Doctorado en Educación Univ. Anáhuac Complutense de Madrid, Profesor de Psicología en la Univ.  Anáhuac e Iberoamericana y de Psicoanálisis en la Sociedad de Psicoanálisis y Psicoterapia S.C.