Compartimos un trabajo autoría del Dr. Avelino González correspondiente al  Gradiva No. 2, Vol. 1, año 1980.

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En 1936 Joan Riviere replanteo en un trabajo que ya es clásico en la literatura psicoanalítica, el problema de la reacción terapéutica negativa, al que Freud se había ya referido en “El yo y el Ello” (1923). A las aportaciones de Freud sobre la influencia del superyó en estos pacientes, y de Abraham (1919) acerca del papel que en dichos casos juega el narcisismo, añadió Joan Riviere, basándose en los descubrimientos de Melanie Klein el fecundo concepto de las relaciones internas de objeto, y llegó así a concluir que “en último grado, lo que este tipo de paciente teme más que nada, el centro de todos sus temores, es su propio suicidio o locura, resultado inevitable, según lo siente inconscientemente, si su ansiedad depresiva llegara a revivir. La mantiene inmóvil, si no muerta, por así decir, por medio de su propia inmovilidad”. En 1954, L.G. de Alvarez de Toledo marcó un nuevo paso en la investigación del problema estudiando a fondo el sign ificado inconsciente de los actos de asociar e interpretar y la influencia decisiva que dicho significado ejercía sobre la evolución del análisis de muchos pacientes.

Sin pretender añadir nada nuevo, como no sea una confirmación clínica más, es dentro de esta última órbita donde gira la tesis del presente trabajo.

Deseo aclarar que la exposición y ordenación del material han sido subordinadas, con toda intención, al problema técnico planteado. Lo que necesariamente trae aparejada la exclusión de algunos aspectos del caso, el cual puede ser encuadrado, por lo menos hasta un cierto momento del análisis, dentro del grupo de las reacciones terapéuticas negativas.

PARTE I

Oscar, que en el momento actual tiene 28 años de edad, inició su análisis conmigo hace tres años. Tiene cinco años más que su único hermano y procede de una familia de la clase media. Solicitó tratamiento porque el temor a ser impotente en la relación sexual lo mantenía alejado de las mujeres, en cuanto se tratara de intimar sexualmente con ellas. En estas condiciones no se arriesga a  formar un hogar y la perspectiva de permanecer soltero le asustaba. Además, encontrándose ya en el último año de la carrera de medicina, había tenido que suspender sus estudios porque le era imposible concentrarse y retener lo aprendido. Estos contratiempos habían sobrevenido al tomar una droga excitante durante el último período de exámenes. Por otra parte se quejaba de que su vida transcurría en un estado de duda permanente que abarcaba todo tipo de decisiones, ya fueran éstas importantes o nimias. Refería a su inseguridad un acentuado déficit en la acción y una gran necesidad de depender del criterio de los demás, particularmente de sus padres. Se creía inferior a todo el mundo, le parecía que todo lo que hacía por su cuenta estaba mal, y era tal su miedo a exponerse a la crítica y a perder el aprecio de los demás, que raramente se animaba a expresar ideas propias.

La iniciación de su análisis tuvo lugar seis meses después de lo convenido, a causa de una lesión pulmonar tuberculosa que le exigió un reposo absoluto durante el período de tiempo citado. Dicho acontecimiento confirió a los primeros meses de análisis un acentuado tinte hipocondríaco. A pesar de que había sido dado de alta como totalmente curado y de que el especialista que lo había tratado (uno de los mejores del país) le había asegurado que podía reintegrarse a sus actividades habituales, Oscar vivía controlando la cantidad de actividad que desarrollaba. Utilizaba sus temores a una recaída con el fin de prolongar la regresión pasivo-receptiva que las exigencias terapéuticas de la enfermedad tuberculosa le habían impuesto, y que ahora le servía para evitar serias angustias relacionadas con la finalización de su carrera. Estas se concretaban en el temor de que la actividad necesaria para estudiar y trabajar podría debilitarlo y dar lugar a una reactivación de la lesión tuberculosa. Pero por otra parte su estado de inactividad lo llenaba de sentimientos de culpabilidad en relación con sus padres. Se acusaba de defraudarlos en todas las esperanzas que había puesto en él. En la casa se había subordinado siempre todo a su carrera; estaban ya reservadas dos habitaciones para consultorio y sala de espera y listos los muebles y el instrumental necesario Oscar se sentía muy agradecido por todo lo que habían hecho por él, pero al mismo tiempo odiaba a sus padres. Se creía inferior a todo el mundo, le parecía que todo lo que hacía por su cuenta estaba mal, y era tal su miedo a exponerse a la crítica y a perder el aprecio de los demás, que raramente se animaba a expresar ideas propias.

La iniciación de su análisis tuvo lugar seis meses después de lo convenido, a causa de una lesión pulmonar tuberculosa que le exigió un reposo absoluto durante el período de tiempo citado. Dicho acontecimiento confirió a los primeros meses de análisis un acentuado tinte hipocondríaco. A pesar de que había sido dado de alta como totalmente curado y de que el especialista que lo había tratado (uno de los mejores del país) le había asegurado que podía reintegrarse a sus actividades habituales, Oscar vivía controlando la cantidad de actividad que desarrollaba. Utilizaba sus temores a una recaída con el fin de prolongar la regresión pasivo-receptiva que las exigencias terapéuticas de la enfermedad tuberculosa le habían impuesto, y que ahora le servía para evitar serias angustias relacionadas con la finalización de su carrera.  Estas se concretaban en el temor de que la actividad necesaria para estudiar y trabajar podría debilitarlo y dar lugar a una reactivación de la lesión tuberculosa. Pero por otra parte su estado de inactividad lo llenaba de sentimientos de culpabilidad en relación con sus padres. Se acusaba de defraudarlos en todas las esperanzas que había puesto en él. En la casa se había subordinado siempre todo a su carrera; estaban ya reservadas dos habitaciones para consultorio y sala de espera y listos los muebles y el instrumental necesario. Oscar se sentía muy agradecido por todo lo que habían hecho por él, pero al mismo tiempo odiaba a sus padres porque sí era tanto lo que le había dado, no podía pagarles siendo un médico mediocre, sino que tenía que mostrarse digno de sus sacrificios y transformarse en el sostén de la familia llenándolos de honores. Todo esto implicaba que no podría sentir su profesión como algo propio sino como un instrumento destinado a satisfacer a sus padres.

Las peculiaridades y la historia de la masturbación de Oscar, que surgieron en conflictos con el estudio y la familia, nos abrieron la vía de acceso a los antecedentes infantiles de su neurosis y al significado más profundo de la misma. Era tal su angustia por el temor a dañarse con la masturbación y tan irrefrenable el impulso a efectuarla, que acabó por llevarla a cabo en estado hipnagógico. A veces realizaba el coito con alguna mujer que hubiera deseado durante el día, pero era más frecuente que tratase de disfrazar el onanismo imaginándose que estaba desarrollando alguna actividad que no tenía nada que ver con el sexo, como por ejemplo viajar en el tranvía o realizar una exploración clínica a un paciente. A pesar de todos estos trucos no lograba olvidar lo ocurrido, y el día siguiente transcurría entre autoreproches y temores acerca de su salud física y mental. Todo esto se le hacía tan insoportable, en ocasiones, que deseaba haber nacido sin pene para no estar expuesto a la tentación  de procurarse placer tocándoselo.

El análisis de las fantasías masturbatorias que se referían a viajes en el tranvía, puso de manifiesto que se identificaba con una imagen sádica del padre (que había trabajado en una compañía de transportes) y que simultáneamente controlaba el sadismo resultante de esta identificación. El tranvía sigue un camino previsto, del que no puede apartarse aunque lo desee el conductor. Es pertinente señalar que Oscar se imaginaba las cosas más terribles cuando consideraba la posibilidad de perder el control: se veía levantándose al final de la sesión analítica y acribillándome a balazos. Otras veces, mostrándome el pene erecto en actitud desafiante.

Las fantasías inconscientes de apropiarse del pene del padre y la convicción de haber sufrido él mismo la castración como castigo, quedaron expresadas por la siguiente cadena de asociaciones: Oscar, que siempre había visto con admiración y envidia la facilidad d que su padre tenía para escribir poesías, le envió una de ellas como si fuera suya, a una amiga a quien deseaba impresionar. Cuando tenía seis años de edad y sus padres le comunicaron que era necesario operarlo de una fimosis que padecía, se puso muy contento pensando que le iba a quedar el pene igual que a su padre. Pero cuando le sacaron los vendajes después de la intervención quirúrgica, quedó desilusionado por la falta de prepucio y concluyó que le habían dañado el pene para castigarlo por haber deseado tenerlo como el padre. Algunos años más tarde el padre debió recurrir al uso de un braguero a causa de una hernia inguinal que padecía. Oscar fantaseó entonces que su padre se había dislocado el pene cohabitando con la madre y que ahora tenía que valerse del braguero para que no se le rompiera.

El material expuesto concreta dos posiciones distintas frente al pene paterno. En una de ellas el pene ha sido idealizado por Oscar, quien después es castigado con la castración por habérselo robado al padre. En la otra, el padre ha sido dañado seriamente en su pene por la madre y Oscar no puede esperar nada bueno de él.

Tampoco dejaron de aparecer en la transferencia estos dos aspectos. Cuando Oscar veía salir a una mujer de mi consultorio, se imaginaba que yo había tenido relaciones sexuales con ella y me suponía en posesión de una extraordinaria potencia sexual. Pero al mismo tiempo temía que yo estuviera tan satisfecho de la fantaseada relación sexual, que no tuviera el más mínimo interés por él. Otras veces, que la paciente anterior me habría hecho trabajar tanto que ya no me quedarían energías para atenderlo a él debidamente. Estas fantasías eran, por otra parte, proyecciones de lo que le ocurría a Oscar con sus pacientes una vez que se hubo recibido. Las deseaba a todas y sólo lo detenía el temor a ser rechazado.

El análisis de su masturbación hipnagógica aportó datos aún más pretéritos. Oscar recordó que cuando tenía dos años de edad no podía dormirse si no acariciaba el pecho de la madre. Pero llegó un momento, y asegura que fue alrededor de los dos años, en que pensó que sus caricias estaban arrugándoselo y estropeándolo, y renunció a ellas. Pero empezó a acariciarse los testículos antes de dormir. Posteriormente abandonó los testículos y se dedicó a procurarse placer directamente con el pene.

La madre de Oscar, evidentemente sobe protectora, fu siempre una mujer de su casa y como tal una  trabajadora incansable. En la actualidad Oscar tiene la impresión de que está demasiado gastada para su edad y que esto se debe a lo mucho que tuvo que trabajar para atender a las necesidades de su marido y sus dos hijos. Una de las cosas que más le impresionan es el contraste entre la piel tersa de su juventud y la seca y arrugada de ahora. Los conflictos con el pecho de la madre parecieran materializarse cuando hace unos cuantos años se le diagnosticó un quiste en el pecho izquierdo, del que nunca quiso operarse. No dejó de surgir en Oscar el temor a que fuese un cáncer, y el contexto en el que estaba incluido este material indicaba que Oscar lo atribuía a sus caricias infantiles, las que a su vez simbolizaban el acto de mamar. Es digno de consignar que la lesión tuberculosa de Oscar afectó su pulmón izquierdo, interesando así el mismo lado del tórax en que su madre tenía el quiste.

De acuerdo con el material expuesto hasta ahora, podemos concluir que Oscar se masturba antes de dormirse con el fin de repetir las circunstancias infantiles que lo llevaban en momento similar a acariciar el pecho de la madre. En su onanismo repite también  la secuencia mamar-dormir característica del lactante. Su pene simboliza el pezón común a los dos testículos, que se hallan identificados con los pechos de la madre. Masturbarse es mamar acariciando el pene que ahora ha ocupado el lugar del pecho. Precisamente por eso son tan grandes su culpa y su temor, pues así como temió dañar el pecho de su madre, teme ahora hacerse daño él. Es más en su fantasía inconsciente, el pecho de la madre, generalizado después con la figura total de ésta, se encuentra ya dañado, pero Oscar debe negarlo idealizándolo y volviendo a él todas las noches. La relación de esta fantasía con su impotencia es evidente. En tanto su pene simboliza el pecho de la madre, la mujer a quien debe satisfacer sexualmente se halla revestida con los propios impulsos de Oscar,  satisfacerla es lo mismo que dejarse vaciar. En realidad, lo que más teme es encontrarse en posesión de un pene potente porque en ese caso la mujer consumará el vaciamiento y la destrucción. Por eso Oscar se esfuerza en demostrar continuamente con su actuación que no ha recibido nada.

En lo que se refiere al pene del padre, Oscar vive en la masturbación los mismos conflictos que hemos citado en relación con el pecho, pero en este caso se ha apoderado de su pene y los temores a dañarse representan la castración.

A los dos años y medio de análisis, mi labor interpretativa le había dado a conocer todo lo que ha sido expuesto hasta ahora. Para esa fecha había terminado su carrera, trabajaba y había iniciado relaciones amorosas con una muchacha y sexuales con otra. No obstante su situación transferencial no había experimentado la menor variación. Seguía hablando con la misma monotonía de siempre, continuaba quejándose de su poca capacidad profesional y de su falta de personalidad, y sus relaciones sexuales eran una cadena ininterrumpida de fracasos, por impotencia eréctil o eyaculación ad portas.

Y ya que he mencionado el estatismo de la situación transferencial, quiero aprovechar la ocasión para referirme a ella un poco más extensamente. Oscar me saludaba invariablemente con una falta total de expresividad en el rostro. Sus facciones tenían la rigidez de una máscara. Después de recostarse hacía un silencio prolongado, y cuando por fin empezaba a hablar, su voz se desgranaba en una serie de sonidos uniformes, monótonos y neutros, como su facies. La lentitud de su discurso era notable, los silencios intercalares profusos. Su actitud ante mí era de una completa sumisión. Con tal de que no lo abandonase o de que me enojase con él, estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa. Pero por otra parte me repetía continuamente que el tratamiento no le reportaba ningún beneficio y que tenía miedo de que yo me cansase ante la esterilidad de mis esfuerzos y lo echase. Dividía las sesiones en buenas y malas. Las primeras eran aquellas en las que lograba asociar más fácilmente y podía sentir mis interpretaciones. A las segundas, mucho más numerosas, solía traer una duda, que mis interpretaciones no lograban resolver. Entonces tenía la sensación de que me hacía trabajar inútilmente. A continuación de una de las sesiones buenas venían invariablemente unas cuantas sesiones malas. Era inevitable que en la primera de éstas me hiciera la aclaración de que había salido muy contento de la sesión anterior (buena), pero que después se había dado cuenta de que no le había servido para nada, porque todo seguía igual. Y me explicaba que lo peor era que tenía la impresión de que ya no le quedaba nada por decir. Si pensaba que habíamos hablado mucho durante una sesión, consideraba que a la sesión siguiente deberíamos descansar quedándonos callados. Cuando yo le interpretaba que él vivía el acto de hablar como una actividad que debilita y el de escuchar como un equivalente de mamar y le relacionaba esto con sus fantasías acerca del pecho de la madre, y del pene del padre, no obtenía resultado alguno.

PARTE II

La sesión cuya síntesis transcribo a continuación, inició una nueva etapa en el análisis de Oscar y una serie de avances insospechadamente veloces en su vida sexual.

Llegó quejándose de la poca seguridad que tenía en sí mismo como médico y de la sensación de inferioridad que experimentaba frente a sus compañeros. Yo le señalé que jamás en el curso del tratamiento se había referido a sus actividades profesionales como no fuera para mostrarme su incapacidad y sus deficiencias, y le llamé la atención sobre el hecho de que tampoco me hubiera hablado nunca de su trabajo recurriendo a la terminología médica habitual. Después de un corto silencio me contestó que no lo hacía porque tenía miedo de que yo fuera a pensar que estaba tratando de exhibirse ante mí. Continuó diciendo que eso no le ocurría sólo conmigo. Sus familiares eran muy afectos a pedirle que diera explicaciones sobre temas médicos a personas de su amistad. Oscar lo hacía para no defraudarlos, pero le daba mucha rabia porque estaba seguro de que los otros no entendían absolutamente nada de lo que les decía, aunque le expresaban una gran admiración. Tenía la impresión de estar presumiendo de su cultura médica, lo que le parecía ridículo.

Interpreté entonces que tanta la rabia contra sus familiares como la sensación de ridículo resultaban del temor que le causaba exhibir sus conocimientos ante personas que no podían obtener de ellos ningún beneficio. Le señalé que lo que temía de esas personas era que sintiesen envidia y odio, y que lo mismo le pasaba conmigo. Finalicé la interpretación sugiriéndole que detrás del temor a exhibirse debía existir el deseo de hacerlo, porque exhibiéndose no daba nada y así no corría el riesgo de debilitarse.

Después de pensar un rato me dijo: “Eso es cierto, porque, fíjese que cuando otro médico me pregunta algo y yo se lo explico, me da mucha rabia porque pienso que él aprende sin esfuerzo alguno lo que a mí me costó mucho trabajo aprender. Después de que yo se lo explico sabe tanto sobre el tema como yo, sin haber trabajado lo que yo trabajé para aprenderlo”.

Un nuevo silencio me dió la oportunidad de comunicarle que él tenía mucho miedo de que yo aprendiese los detalles de su especialidad porque eso era igual a que yo le despojase de lo más valioso que tenía. De ahí lo parco que era en toda sus comunicaciones. A continuación le mostré que él suponía que yo sentía en la misma forma que él, y que por eso necesitaba demostrarme de continuo que mis interpretaciones no le eran de ninguna utilidad. Si aceptaba que le eran beneficiosas, tendría que aceptar también que me había despojado de mis conocimientos y que temía tener que pagar un precio muy caro por ello. De inmediato relacioné los conocimientos científicos con el pene y el semen, y le dije que su falta de erección y su eyaculación precoz eran formas de protegerse contra el temor de que su amiga lo debilitase demasiado.

La respuesta a esta sesión me demostró que había metido una punta de lanza en su acorazada estructura defensiva. En la relación sexual que tuvo al día siguiente logró tener erección e introducir el pene sin eyacular de inmediato. Esto era un progreso en relación con los coitos anteriores en los que o no tenía erección o eyaculaba ad portas. Pero en éste y en otros coitos posteriores, cuando trataba de mantener su pene inmóvil dentro de la vagina para no eyacular, perdía la erección y se le salía. Y en una ocasión tuvo miedo de que su amiga llegase a morderlo en el acmé de la pasión sexual.

A las dos semanas de la sesión citada, Oscar llegó diez minutos tarde, se quedó en silencio y después me dijo que se le había olvidado traer el dinero para pagarme (era fin de mes) y tenía miedo de que yo me enojase. Además tenía miedo de que se le volviese a olvidar traerlo a la sesión siguiente.

Le interpreté que me tenía miedo porque en realidad deseaba quedarse con el dinero, ya que éste representaba para él la potencia sexual que tenía que devolverme. Le recordé que siempre había vivido la angustia de que yo le aumentase los honorarios en cuanto mejorase o tan pronto como aumentasen sus ingresos. Me respondió que el dinero ya estaba listo, pero que en esta ocasión había decidido pagarme en forma distinta; metiéndolo en un sobre, como suponía que lo harían otros pacientes. Le pareció que así quedaría más presentable. Mas en este instante surgió una duda. Si ponía el dinero en un sobre común, yo no podía saber lo que me entregaba y en ese caso nada le impedía entregarme el sobre vacío o con menos dinero del que correspondía. Se le ocurrió que este peligro podría ser evitado utilizando un sobre transparente. Y efectivamente así lo había hecho, pero se le había olvidado traerlo. Además, en el pago de ese mes había hecho otra modificación importante. Hasta entonces siempre me había pagado con los billetes más nuevos que tenía, pero en esta ocasión había decidido quedarse con los billetes nuevos y darme los viejos. Siendo el sobre transparente se notaba que los billetes estaban viejos y arrugados, y se le ocurrió que eso me iba a disgustar profundamente.

A mi pedido de que asociara sobre el tema, respondió que cuando salía con su novia e iban a una confitería, le gustaba pagar con billetes nuevos porque tenía la sensación de que valían más y le hacían sentirse más importante. Recordó después que cuando era chico a su padre siempre le pagaban con billetes nuevos, lo que le hacía pensar que debería ser un hombre muy importante. Cuando conseguía que el padre le regalase alguno de aquellos billetes se sentía a su vez enormemente importante.

Yo interpreté entonces que se le había olvidado traer el dinero porque era la primera vez que se decidía a darme los billetes viejos y arrugados y temía que eso me disgustase.  Diciéndomelo antes de pagarme, trataba de tantear el terreno porque aún le quedaba tiempo para dar marcha atrás. El dinero viejo representaba su pene impotente y el nuevo mi pene idealizado. Quedarse con el dinero nuevo significaba aceptar mis interpretaciones y hacerlas suyas, lo que mejoraba su relación sexual. Sin embargo, como temía hacerme impotente estaba asustado. El sobre estaba destinado a enmascarar esta situación. Finalicé mi interpretación comunicándole que yo representaba al padre y la novia a la madre.

Su respuesta me agarró tan de sorpresa como yo sentí que mi interpretación lo había sorprendido a él. Me dijo: “Justamente ayer estaba en casa y oí que mi padre jugaba con el perro en otra habitación. Entonces pensé que a lo mejor mi padre estaba teniendo relaciones sexuales con el perro porque ya no podía tenerlas con mi madre debido a su edad”.

Debo aclarar que Oscar había fantaseado múltiples veces con que este mismo perro le chupase el pene y que dichas fantasías constituían algo así como un consuelo cuando por temor a ser impotente tenía que alejarse de las mujeres. Cuando le recordé de estas fantasías, puntualizó que la verdad era que lo que se había imaginado era que su padre se hacía chupar el pene por el perro.

Creí conveniente en ese momento relacionar el sobre transparente con el braguero que su padre había utilizado en una época y por supuesto. . . con los preservativos.

No prestó mayor atención a mi sugerencia pero me dijo que lo transparente le recordaba las bombochas de nylon de una paciente que había visto en el hospital el día anterior. Originalmente esta paciente había ido en busca del jefe de la sala, pero éste se la había enviado, considerando que el caso caía dentro de su especialidad. La visión de los genitales de la paciente a través de las bombachas de nylon lo había excitado sexualmente. Pero su excitación iba acompañada de diversos sentimientos: por una parte, de satisfacción porque el jefe le había cedido la paciente, y por la otra, de culpa porque si la curaba se imaginaba que adquiriría a los ojos de ella la importancia que antes tenía su jefe. Es evidente que curarla y satisfacerla sexualmente eran lo mismo para el inconsciente de Oscar.

Creo que con la asociación citada, Oscar me comunicó varis aspectos básicos de sus fantasías inconscientes. La paciente representaba a la madre que el padre le cedía gustoso, y simultáneamente a la potencia sexual de este último. Pero también representaba al padre feminizado, es decir, castrado. Y yo con el dinero viejo y arrugado en el sobre transparente, me transformaba en una mujer apetecible. El significado más profundo de lo que el nylon y el sobre transparente podrían dejar traslucir, se refería al pecho de la madre arrugado y vacío por la voracidad de Oscar. Son embargo sólo alcancé a interpretarle lo que comprendí, y esto fue que la paciente nos representaba al jefe, a mí y al padre castrados y transformados en mujer.

Oscar mantenía entonce , simultáneamente, relaciones sexuales con su novia y con una amante, y racionalizaba esta dualidad alegando que por motivos de índole moral su novia no se prestaba a tener relaciones más que muy de tarde en tarde, mientras que su amante las solicitaba varias veces por semana.

La necesidad de relacionarse al mismo tiempo con las dos mujeres emanaba de la situación transferencial. La amante me representaba a mí, como pudo verse en la sesión siguiente a la que hemos transcrito.

Ese día llegó de mal humor porque la noche anterior había tenido relaciones sexuales con su amante y le había ido mal, lo que significaba que había tenido dificultades para llegar a la erección y después una eyaculación muy precoz. Pero su mal humor se debía sobre todo a que había gastado con ella todos sus billetes nuevos; así que no le había servidos de nada quedarse con ellos. Lo que más rabia le daba era que le había dado a su amante los tres últimos billetes nuevos de diez pesos para que pagase el taxi a pesar de que sabía de antemano que éste no le costaría más de cinco pesos. Retornó al tema del coito con su amante diciendo que después de haber eyaculado, ella le pidió que la hiciera llegar al orgasmo masturbándola. Esto también le dio mucha rabia porque siempre le hacía lo mismo: sólo llegaba al orgasmo cuando la masturbaba en el clítoris, lo cual le resultaba aburrido y a él no le proporcionaba ningún placer. Al llegar a su casa estaba tan enojado que se masturbó y después pensó vengarse no asistiendo a una cita que le había dado para el sábado siguiente.

En mi interpretación le señalé que su amante y yo éramos para él la misma persona. Se había quedado con los billetes nuevos que representaban mi pene potente, pero en el coito tenía que devolvérmelos para aplacarme. Por otra parte, colocando en el dinero lo que en realidad correspondía a su potencia sexual, trataba de salvarla y además recurría a la “impotencia” y a la eyaculación precoz con la misma finalidad. Continué diciéndole que la rabia que sentía cuando masturbaba a su amante se debía a que en esos momentos se sentía feminizado: si primero había gozado él exclusivamente porque estaba en posesión del pene, ahora le tocaba a ella ser hombre y tener exclusividad del goce. Le hice notar, por último, que el sábado era día de sesión analítica y que seguramente no pensaba venir, porque tenía sesión por la mañana temprano y quería quedarse durmiendo para descansar.

Después de esta sesión, su comportamiento sexual experimentó una nueva mejoría. Podía ya introducir el pene erecto y alargar el momento de la eyaculación manteniéndolo inmóvil dentro de la vagina. Pero en la medida que mejoraba su potencia sexual, se exacerbaban sus temores a debilitarse. Durante las sesiones, se quejaba de que trabajaba mucho y dormía poco. Un día llegó muy alarmado porque creía haber visto sangre en la expectoración, lo que constituiría una prueba de que su lesión se había reactivado. Y pensó que esto le había ocurrido por acostarse tarde con demasiada frecuencia. Como el dormir más o menos guardaba una íntima relación con las salidas nocturnas que efectuaba con su amante y su novia, hacía a éstas responsables de su supuesta recaída. Pero el examen médico demostró que todo había sido una falsa alarma. En el transcurso de estas sesiones tuve la oportunidad de reinterpretar, ahora sobre terreno fértil, la identificación que hacía de su pulmón con el pecho enfermo de su madre. En cuanto era potente daba de mamar en el acto sexual y en la sesión analítica (en ésta hablando) como su madre le había dado a él, y la vagina le acariciaba el pene en la misma forma que él había acariciado el pecho de la madre, exponiéndose a los mismos peligros que la había amenazado a ella.

Su mejoría continuó hasta el punto de llegar a superar su eyaculación precoz, y en la actualidad las relaciones sexuales con su novia son plenamente satisfactorias para ambos.

Evidentemente queda mucho camino por recorrer en el análisis de Oscar. Su rigidez afectiva por ejemplo, ha disminuido, pero  está lejos de haberse solucionado. Lo más importante, en mi concepto, es que la resolución de su impotencia eréctil y de su eyaculación precoz marchó paralelamente a la exactitud de mis interpretaciones, que empezaron a ser eficaces cuando yo comprendí y pude hacerle comprender el manejo inconsciente que hacía de sus asociaciones y de mis interpretaciones, y los motivos que de acuerdo con el significado de las mismas lo fundamentaban.

BIBLIOGRAFÍA

  1. ABRAHAM, K., (1919). A particular form of Neurotic Resistance Against the Psycho-Analytic Method. “Selected Papers on Psycho-Analysis”.
  2. ALVAREZ DE TOLEDO, L. G. DE, (1954) El análisis del asociar, del interpretar y de las palabras. Revista de Psicoanálisis, II, 267-311.
  3. FREUD, S. (1923). El yo y el ello. Obras completas. Tomo X, Editorial Americana. Buenos Aires.
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