Este escrito de Laura Achard Arrosa se publicó en la revista Gradiva, número 2, volumen 1, del año 1980.

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El presente trabajo se fundamenta en el estudio del material clínico suministrado durante el tratamiento psicoanalítico de una paciente afectada por una grave neurosis obsesiva y fobias.

Del amplio y rico cuadro que nos ofreció, escogimos un tema (OBJETOS ACOMPAÑANTES EN EL ANÁLISIS DE UNA FOBIA) para su desarrollo. La elección responde a varios motivos. Uno de ellos es que el tema se presentó e instaló espontáneamente desde la primera entrevista. El otro es que la investigación, análisis e interpretación del objeto acompañante me permitieron una mayor comprensión el paciente y de lo que acontecía “fuera de él”. De ahí que el centro de mi interés haya sido el acompañante y la interrelación Acompañante-Fobia que se desarrolló en el análisis de esta paciente.

No creo de ninguna manera que el tema haya sido estudiado en forma exhaustiva y completa. Simplemente es una hipótesis de trabajo que necesitará futuras confrontaciones y ampliaciones con otros casos clínicos.

El trabajo comprende los siguientes puntos:

1º.  Resumen de los antecedentes.

2º.  Evolución de la fobia en el análisis.

3º.  Objetos acompañantes.

4º.  Síntesis final.

1.- RESUMEN DE ANTECEDENTES.

A) Historia personal y de la enfermedad

Sara, de 32 años, viene enviada a la psicoanalista con diagnóstico psiquiátrico de “neurosis obsesiva grave, en el límite de la psicosis”.

En la primera entrevista la acompaña su esposo, quien suministra en su presencia los siguientes datos: Hace dos años que están casados. Al principio habitaron con la madre de la paciente –en espera de que terminara el apartamento que se estaban construyendo-, y pasado aproximadamente cuatro meses se fueron a vivir solos. Al mudarse, la enferma cayó en un “estado de postración”, se pasaba el día acostada, melancólica” y cuando el esposo iba a su trabajo Sara se refugiaba en la casa materna.

Más o menos seis meses antes de la primera entrevista Sara empieza a lavarse las manos exageradamente (dos o tres horas cada vez, durante la noche especialmente). El lavado de manos intensivo fue desencadenado aparentemente por una reyerta entre los suegros y su cuñado. El marido manifiesta que Sara tiene un gran temor al dulce y a blasfemar contra Dios.

En esta primera entrevista, la enferma permanece callada, mirando continuamente a su esposo. Tiene un físico agradable pero no excesivamente cuidado. Es delgada, alta, rubia, con ojos celestes y mirada penetrante. En la segunda entrevista viene acompañada por su madre y su hermana. Su familia expresa el deseo de que sea psicoanalizada y quiere suministrarme algunos datos de interés.

Es la menor de las dos hermanas. La otra tiene 33 años, es muy activa, soltera, profesora de francés. La madre tiene 65 años. Es sana y también muy activa. El padre falleció del corazón seis años atrás. Son de religión protestante y toda la familia es muy religiosa.

Datos sobre la lactancia fueron aportados por la misma enferma. El destete se realizó a la edad de dos años. La madre le informó que mamaba con tanta avidez que le provocó una descalcificación. Adquirió tempranamente el control de esfínteres, sin mayores dificultades.

La madre informa que a los 5 años notaron “algo raro” en Sara. Daba pequeños saltos pero siempre con un número determinado, y luego antes de acostarse iba varias veces a tocar la pared. No podía dejar de hacerlo (más adelante la enferma confirma este dato y añade que si no realizaba ese ceremonial, pensaba que algo malo iba a suceder; en general fantaseaba que la madre se iba a morir). Consultaron  a un pediatra, quien no dio importancia a estos actos.

A los siete años la madre relata que Sara “repetía” los deberes una y otra vez, lo que era interpretado como un exceso de prolijidad, mereciendo elogios. Era tan cuidadosa que sus trabajos parecían “no haber sido tocados”. A los doce años tuvo su menarca sin trastornos.

Otro antecedente de importancia es la crisis acontecida a la edad de 16 años. Sara al parecer cae en un estado de depresión intensa, no habla y si lo hace es en forma entrecortada (después veremos la razón aparente), permanece en cama, tienen que darle de comer en la boca y llora diciendo a veces que “está condenada”. En ese período (duración aproximada cinco meses en situación crítica) fue atendida por un psiquiatra, quien hizo el diagnóstico de “crisis espiritual, de tipo religioso” y le indicó inyecciones de calcio y extracción de un molar. La enferma comenzó a levantarse con grandes dificultades, teniendo dos ideas obsesivas que se repetían en forma incesante: “Que Dios se vaya jamás a la puta madre que lo parió” y “Dios es jamás un pijudo”. 1

Su hablar entrecortado respondía al esfuerzo de no expresar esas frases para ella tan terribles; cuando el control cedía las decía en voz alta, lo que le producía graves crisis de arrepentimiento y culpa. Por ese motivo surgía luego la frase “estoy condenada para la eternidad”. Considero de interés detallar algunos antecedentes importados en el curso del tratamiento por la propia paciente, que nos facilitan la comprensión de este complejo caso. Esto no excluye que tales datos sean reconsiderados más tarde en el contexto general de las sesiones, tratando de explicar qué origen y sentido tenía su aparición en ese momento.

A los doce años “se veía obligada a repetir” varias veces su examen de conciencia, porque consideraba que había “olvidado algo de importancia”. A esa misma edad tomaba baños de mar prolongados: cada vez que sentía que debía salir, una fuerza interior la llevaba a “repetir” una y otra vez su inmersión. Salía cuando la forzaban a hacerlo (casi siempre su madre).

De niña era un extremo golosa. Aunque su fobia al dulce parece presentarse después de su casamiento, la enferma recuerda en sus primeras sesiones que este miedo viene de antes y lo ubica aproximadamente en su crisis de los 16 años y más tarde en la época de su noviazgo (28 años). Reproduzco literalmente: “El día de mi compromiso una señora me tocó con la mano en el brazo. Pensé que la tenía sucia de dulce. Al llegar a casa me puse a lavarme”.

Habla del carácter de su hermana. “Era sumisa y dócil”  y “la querían más que a mí”. No admite haber tenido juegos sexuales; solamente una vez (a la edad de siete a ocho años) sintió el contacto de la pierna de su hermana contra la suya y la retiró. “No sé por qué, pero me pareció algo malo”. El ambiente familiar fue vivido por Sara como muy severo y rígido, en particular todo lo que se refiriera al erotismo, relaciones amorosas, etc. Cuando iban al cine les hacían bajar la cabeza en las escenas con besos y abrazos. El trato con muchachos en la época de la adolescencia era muy limitado y controlado. En general alternaban con jóvenes que iban a la iglesia, y aún así no se les permitía salir solas. “Veían peligros donde no existían”.

Método, orden, disciplina y religiosidad imperaban en el ambiente familiar. Embarazo, parto, relaciones sexuales eran palabras y temas que no se discutían delante de la enferma y su hermana, Sara “ignoraba” todo lo que estuviera vinculado con el sexo. El mecanismo de negación, muy utilizado durante toda su vida, se fue acrecentando en lo referente a la sexualidad. Aparentemente Sara no recuerda haber tenido curiosidad sexual, excitación, masturbación, juegos sexuales, etc. Se desarrolló de esta manera siendo en el sector intelectual una alumna brillante, con excelentes notas, gran sentido de responsabilidad, etc. Las figuras del padre y la madre fueron muy idealizadas, “puras” hasta el punto de creer más adelante que no tenían relaciones sexuales. No podía admitirlo y aún en el transcurso de su análisis lo negaba o bien lo aceptaba transitoriamente pero con una tremenda ansiedad. Lo sexual, cuando lo supo, dice, pasó a ser “sucio, repugnante, indigno”. Era tan peligroso que incluso en las sesiones analíticas, durante mucho tiempo, lo dejaba expresamente “afuera”, es decir como un núcleo de su yo aislado y sin contacto con sus otras partes.

Después del período de vacaciones, Sara viene muy excitada y quiere relatarme un suceso que según ella la ha estado torturando durante años y que ninguna persona conoce, con excepción de sus familiares. (No haré más que enumerar este episodio, porque más adelante lo retomaré en forma total para analizar sus diferentes significados). Explica (ya veremos cómo) que a la edad de 22 años realizó su primer acto masturbatorio con un lápiz al “enterarse” de las relaciones sexuales. Siente rabia y odio hacia sus padres y se masturba con la fantasía “si ellos lo hacen, ¿por qué yo no?” Después tiene un intenso dolor en la vagina y le recrudecen las “repeticiones”. A partir de este suceso hasta el momento actual sufre de fuertes dolores que aumentan en el período menstrual. Sus familiares y la paciente están firmemente convencidos de que tiene “una lesión nerviosa incurable producida por la presión del lápiz”. “Me apreté a matar” es la frase que utiliza Sara.

Hasta ahora consultó por sus dolores con dos ginecólogos, pero nunca les explicó lo que ella consideraba causa de su padecimiento. Era un secreto vergonzante guardado también por su madre y hermana, y que no debía salir de ellas.

Sara nos habla de su relación estrecha con sus padres, su dependencia y el sentimiento de no ser buena. En sus primeros años la madre solía leerle pasajes de la Biblia, y en la parábola del hijo pródigo la enferma lloraba sintiéndose ella como protagonista. Cuando tenía actitudes de rebeldía, se angustiaba enormemente, temiendo dejar de pertenecer a la familia. Sara mantenía buenos vínculos con su padre pero lo vivía como una figura débil y poco activa. Otro antecedente de interés es que cuando la madre estaba embarazada de Sara el padre enfermó de meningitis y llevó después una vida muy limitada. Es decir que Sara creció y se desarrolló en un hogar donde la figura de la madre ocupó un sitial muy relevante. “Todo giraba alrededor de ella, y cuando salía la esperábamos como tres niños.” Un recuerdo infantil que la hacía llorar durante el análisis era haber deseado la muerte de su madre. Luego le sobrevenían verdaderas crisis de llanto y arrepentimiento, No era la reacción severa de la madre lo que le producía estas crisis, sino la convicción de que su deseo iba a transformarse en realidad.

Siempre creyó ser más inteligente que su hermana, asumiendo con ella una actitud de superioridad y dominio durante la infancia y la adolescencia. Viene a su memoria una frase de su madre: “Sara se va a llevar el mundo por delante”. Era una niña activa, vivaz, que poco a poco fue perdiendo estos rasgos de carácter y se fue transformando en una púber, y luego en una adolescente, reservada, hipersensible, triste. Sus contactos sociales fueron muy reducidos; la adolescente no vivía como tal, sino que seguía ya los caminos trazados por sus padres. Esta vida era rechazada internamente por Sara, pero se sometía a ella por temor al repudio y aislamiento de los padres. “Éramos jóvenes pero hacíamos vida de viejos”.

Sus “enamoramientos” se caracterizaron por una intensa idealización. Los personajes de los cuales estuvo enamorada eran muy religiosos, y de su misma edad. Se vinculaba con ellos en forma disociada, con predominancia de los mecanismos de negación idealización y omnipotencia. Negaba que pudieran  tener vida sexual, al mismo tiempo que ella se la negaba a sí misma. Les atribuía cualidades y aptitudes que no tenían, en la misma medida en que se idealizaba parcialmente a sí misma; les concedía facultades poderosas (ellos le adivinaban el pensamiento, se entendían sin palabras, era muy fuertes, etc.), es decir que les atribuía omnipotencia en la misma medida en que a sí misma.

Estos contactos fueron de carácter transitorio con excepción del último objeto amoroso, con el cual mantuvo un vínculo interno disociado pero sumamente prolongado. En la primera crisis que he mencionado pensó que lo perdía, y al levantarse se consideró indigna de ser amada por una persona como él. Además se alejó de él porque creía estar condenada por sus insultos a Dios. “Nunca habíamos intercambiado palabras amorosas; estábamos enamorados pero en silencio”. Al someterse a esta voluntaria renuncia se acentuaron los mecanismos proyectivos y toda su parte idealizada y omnipotente fue depositada en su actual cuñado.

Así quedó nuestra enferma con un yo empobrecido, sintiéndose “toda mala”. Se observa también un alejamiento de la iglesia y se intensifica su coquetería, con la consecuencia de que “Me sentía perdida y continuamente mis ojos estaban llenos de lágrimas”.

Unos años después, luego de su primer acto masturbatorio, encontrándose sin salida, decide que se tiene que ennoviar y casar rápidamente. El objeto de su elección será el hermano de la persona a quien sigue amando (pero por su parte también se había ennoviado).

En la medida en que Sara posteriormente se integró más, su cuñado y esposo empezaron a tener vida y existencia propia y los vio tales como eran realmente. A la luz de estos datos se hace más clara la última crisis que la llevó al tratamiento analítico. Al casarse, como se ha dicho, vivió un tiempo con su madre pero luego se mudó a un apartamento muy cercano del de su cuñado. Continuamente sentía y vivía su presencia, manteniendo un enorme control sobre sí misma para que él no se diera cuenta de sus sentimientos. No podía tolerar su presencia e inconscientemente trató de separar a los hermanos como medida defensiva.

Esta tentativa fracasó y por un cambio de palabras intrascendentes con el cuñado se consideró insultada, vejada, etc. Al llegar a la casa tuvo una crisis de gran agresividad en presencia de su esposo y luego permaneció lavándose las manos por espacio de cinco horas, con gran excitación.

Al considerar este episodio en su análisis pudo admitir algunos de los móviles inconscientes que la indujeron a actuar de esta manera. El cuñado fue vivido en aquel momento como una figura perseguidora y maligna de la cual debía alejarse. Al constituirlo en perseguidor, Sara debía huir o destruirlo y de esa manera se salvaba del otro aspecto de su cuñado, bueno e idealizado. El fue alternativamente un objeto idealizado y un objeto perseguidor; esta fantasía dual la ayudó a mantenerse alejada de él como objeto real.

Las relaciones sexuales con su esposo fueron totalmente insatisfactorias. Se imaginaba también ser “doble puta”. “Cuando tenía relaciones sexuales con mi esposo traicionaba a mi cuñado; cuando pensaba en éste traicionaba a mi esposo. No tenía salida”. Pero después de esta última crisis obtuvo una “salida”; el esposo la llevó a vivir cerca de la madre de ella, lo cual la alejó definitivamente hasta hace un año de toda la familia del marido, en especial del cuñado. En esta situación comenzó su análisis.

Al iniciar el tratamiento, Sara presentaba claros trastornos de personalidad, síntomas obsesivos e histéricos y una fobia muy acentuada al dulce y a todo lo que pudiera estar en contacto directo o indirecto con el mismo.

Al principio de su análisis hacía intensas crisis de llanto y desesperación, acusándose de ser “una malvada, una puta” por haberse casado de esa manera. No podía comprender por qué lo había hecho y se debatía en un mar de dudas y confusiones. Más tarde pudo aceptar y admitir que su casamiento había sido una tentativa desesperada de reencontrar e incorporar sus aspectos más sanos y más buenos.

B) Trastornos de personalidad

Se caracterizaban por despersonalización, fuertes inhibiciones intelectuales y sociales, tendencia al aislamiento, predominio de fantasías pasadas sobre la realidad actual. “Me sentía rara; cambios internos se producían en mí, dolorosos y yo no sabía nada”. Las inhibiciones intelectuales aumentaron en el curso de su enfermedad hasta el punto de tener que abandonar todo esfuerzo por esa vía; no leía absolutamente nada. Por otra parte sus inhibiciones sociales tuvieron un claro paralelismo con las intelectuales, llevándola a un completo aislamiento. Vivía recluida en el apartamento, manteniendo solamente contactos con el esposo y la hermana (más adelante veremos en qué condiciones).

C) Síntomas obsesivos

1) Ideas, en particular dos: “Que Dios se vaya jamás a la puta madre que lo parió” y “Que Dios es jamás un pijudo”.

2) Ceremonial: lavado de manos. Creo importante detenernos un poco en este ritual y describir sus diferentes fases. Sara se lavaba las manos ritualmente tres veces al día. De mañana, después del almuerzo y de noche. La finalidad era limpiarse porque “estaba sucia (de dulce), pegajosa”. El de la mañana y después del almuerzo eran más cortos (una hora en total) y no le exigían tanto esfuerzo. En cambio por la noche el ritual se transformaba en algo “monstruoso, cruel, angustiante, porque el peligro era mayor”. “Si mis manos están sucias no puede desvestirme y tocarme porque el dulce entra en contacto con mi cuerpo y es el caos, la locura”. En previsión de lo que le sucediera se lavaba por espacio de tres horas. Para este lavado tenía tres jabones que están totalmente aislados entre sí. Comenzaba con el primero y se lavaba aproximadamente cien veces; luego lo apartaba y utilizaba en forma similar los otros dos. Su estado de ánimo era de tremenda angustia; “me sentía como llevando una cruz”, pero no podía detenerse hasta haber terminado. Luego era una liberación y me podía desvestir porque estaba limpia”.

SINTOMAS HISTERICOS de conversión con una construcción hipocondriaca, especialmente dolores vaginales y abdominales con irradiación dorsal.

D) Fobias

Agorafobia y fobia al dulce, y por contaminación a todo lo que la rodeaba (ya fueran objetos animados o inanimados). Una frase de la enferme clarifica lo que el dulce representaba conscientemente para ella: “Cuando pienso en el dulce siento que si me tocara sería como si un tigre se me abalanzara y me sacara las entrañas”.

De todo lo expuesto creo de interés destacar para mayor comprensión del caso:

1º. Embarazo de la madre durante la enfermedad del padre,  (meningitis).

2º. Lactancia prolongada, con manifestaciones de gran avidez.

3º. Constelación familiar con características especiales.

A)     Figura del padre débil, enfermo y como contrapartida figura de la madre fuerte, sana, activa. Esto trabó el desarrollo de su complejo de Edipo positivo y reforzó la fijación en la madre.

B)     Gran religiosidad. En este incrementó los procesos disociativos tan marcados, en particular los de omnipotencia, idealización y negación.

C)     Excesivo orden y método en la forma de vivir.

4º  Sus síntomas obsesivos a los cinco años (saltos, tocar la pared antes de dormirse, repetición de deberes).

5º   La negación absoluta (aparentemente) del problema sexual hasta la edad de 22 años.

6º Intensa crisis depresiva a la edad de 16 años y aparición de las dos ideas obsesivas relacionadas con Dios.

7º  Reacción frente al conocimiento de las relaciones sexuales, a los 22 años, y su masturbación.

8º  La pérdida irreparable del objeto amoroso idealizado y posteriormente su casamiento.

9º  La crisis de agresión hacia los familiares de su esposo y la manifestación clara y no encubierta de su fobia y rituales.

Sumando al diagnóstico psiquiátrico algunos de los antecedentes expuestos, tuvimos un panorama general de su enfermedad y creímos indicado un tratamiento psicoanalítico.

II. DESARROLLO DEL TRATAMIENTO PSICOANALÍTICO.

A)     Iniciación. A fines de noviembre, Sara comienza su psicoanálisis, que deberá ser interrumpido en el mes de febrero para reiniciarse en marzo. La gravedad del caso y la situación de angustia familiar me llevaron a empezar su análisis en esta fecha sabiendo de antemano que la interrupción al cabo de dos meses (vacaciones del analista) podría aparejar algunos trastornos de cierta importancia. Preveía, como es lógico, una agravación transitoria en su estado general y síntomas a producirse durante mi ausencia.

Sin embargo comenzó el tratamiento, con cinco sesiones semanales. Creo importante subrayar que Sara nunca vino sola, ni en las primeras entrevistas ni cuando concurría a las sesiones. Lo logró después de dos años de tratamiento. Pero al principio venía acompañada por su esposo y luego por su hermana. Invocaba una poderosa razón para hacerlo; no podía utilizar sus manos; estaba imposibilitada de tocar afuera y también adentro (en el apartamento). Sus manos estaban recubiertas siempre de una gruesa capa de sedimento de jabón y algo ulceradas; eran como “algo aparte” que no le pertenecía. Tuve repetidas veces la fantasía contratransferencial de analizar a una mutilada, fantasía que se vio corroborada en las primeras sesiones con esta frase: “Míreme mis manos. Un día me las voy a cortar”.

De manera directa y clara expresa intenso temor al dulce y la fantasía de contaminación por parte de éste a  todo el mundo circundante. Más adelante hay una ampliación de los objeto fobígenos, sean animados o inanimados. Se intensifica su temor a ser tocada y hay en algunos momentos una distorsión de la noción de la distancia. Por ejemplo al entrar a la casa del analista se recogía las polleras, miraba continuamente al suelo y a los costados para ver si no era tocada por los objetos que la rodeaban. En esos momentos todo lo de afuera era una fuente de ansiedad y de peligro; “lo de afuera estaba sucio de dulce”, mientras que ella era “la limpia”. Tenía necesariamente que establecer la separación entre esos dos mundos para protegerse de “la locura y el caos”. La disociación y el mecanismo de proyección se intensificaron en el primer período. La paciente empeoró, llegando muchas veces  a no querer salir de su casa y rehuir el análisis.

¿Qué había sucedido? ¿Por qué sus síntomas recrudecieron? ¿Por qué los familiares comenzaron a acosar a la analista con llamadas telefónicas, visitas, creando un clima de hostilidad y persecución hacia ella amenazando la prosecución del análisis? La clave de estas situaciones creadas las encontró en la relación transferencial y en la fantasía que vivía la paciente en ese momento sobre el análisis.

Sara estableció desde el comienzo una clara relación transferencial negativa y proyectó en el analista una parte de ella representadas por el “dulce”. Desde la primera sesión, la analista fue un objeto fobígeno frente al cual debía mantener la distancia y las reservas que observaba hacia el dulce. Luego ya no me daba la mano, etc.; se mantenía sentada en el diván todo lo más lejos que fuera posible; a veces no se sentaba porque veía manchas que podían ser de dulce. Es decir, realizaba todos los esfuerzos posibles para mantener a la analista (objeto fobígeno) distanciada, controlada y a veces paralizada. No quería oírme, era peligroso que yo hablara porque la podía “salpicar de dulce” dentro de ella y no fuera. Esto era vivido por Sara como un grave peligro, lo que aparejaba el aumento lógico de ansiedades persecutorias y mecanismos disociativos. Yo en ese rol significaba un objeto fobígeno: era “un tigre con garras que se me abalanzaba y me sacaba las entrañas” frente al cual debía utilizar todas sus defensas. Una de ellas era el aumento de objetos fobígenos –por proyección y fragmentación del perseguidor-. La otra, la utilización de sus familiares como objetos acompañantes (ver Cap. III).

Previamente al manejo de esas dos defensas hay un intento frustrado de depositar en forma parcial su fobia al dulce (colocada en gran parte afuera) en la analista. Pero esto traería como consecuencia inmediata la interrupción del tratamiento y la fuga de Sara frente al objeto fobígeno. Y hay un aspecto del analista en  su relación transferencial que la paciente desea conservar y mantener (transferencia positiva) por considerarlo bueno. Frente a esta alternativa apela a mecanismos más regresivos (dispersión y fragmentación del objeto fobígeno y consigue conservarme ya que no soy ahora totalmente fobígena).

El dulce ha inundado el mundo de Sara y la relación bipersonal analítica, creando una situación crítica que por momentos se torna insostenible.

 

B)     El dulce como objeto fobígeno

El dulce es un tigre con garras, que se me abalanza y me destroza las entrañas”.

En el curso del análisis vimos que el dulce, como objeto fobígeno, tuvo distintos significados y sufrió múltiples vicisitudes. Estudiaré aquí, apoyándome en el material clínico suministrado, los diferentes contenidos que presentaba y el predominio de uno sobre los otros. Trataré de explicar la razón de esas fluctuaciones, la evolución que sufrió el objeto fobígeno durante el tratamiento y la presencia constante de los “objetos acompañantes” siguiendo la trayectoria del dulce. El dulce representó predominan temen te aspectos de su yo disociados y altamente peligrosos. Estudiando sus contenidos comprobé que en determinado período el dulce significaba el pene perseguidor, el esperma del padre en relación con la situación triangular. El objeto fobígeno fue en ciertos momentos un pene omnipotentemente malo y en él se concentraban casi todos sus temores y angustias. A manera de ejemplo transcribo dos sesiones donde se ilumina la actitud frente al dulce.

“Ayer mi hermana fue a una reunión y encontró a mi suegra. Preguntó por mí con los ojos llenos de lágrimas. Me mandó saludos. Hoy le hice preguntar a mi hermana por mi esposo; le dijeron que estaba mejor. Hago preguntar antes de venir aquí por si me viene la crisis”. La crisis consistía en llantos, gritos, insultos hacia el esposo y familiares y tentativas de suicidio.

Interpretación: Prefiere tener la crisis conmigo porque siente que no me destruye ni se destruye. Al insultar a su esposo y a sus padres está también insultando y reprochando a los suyos y a mí. “No reaccionó con rabia, pero es un cobarde ya que me ha abandonado. No se interesa por mí. Anoche pensé en escribirle a mi suegra agradeciéndole las cartas; ya no tengo tanta rabia. Hoy me levanté con el mismo estado de ánimo; parecería que me quiero desprender de los lazos antiguos. Me siento interiormente más libre, como si volviera hacia atrás, a los dieciséis años y pudiera empezar de nuevo a vivir”. Interpretación: En este momento se vuelve a sentir frustrada por su esposo como a los 16 años se sintió frustrada por el cuñado. Repite aquí sus insultos –las dos frases que se manifestaban de manera obsesiva- y se nota más libre porque yo no la condeno.

“Quisiera saber por qué tengo miedo al dulce. Si me lo sacaran, no me lavaría y podría vivir más tranquila. Este miedo viene de más atrás; recuerdo que a los dieciséis años (época de su intensa depresión) yo pensaba, mientras mamá me bañaba, que era preferible, pero como cosa horriblemente mala, que me cayera un chorro de dulce por la espalda, a seguir con las repeticiones. Otro recuerdo, a los diez años: que mamá me corrió con un cepillo de la cocina. Me imagino que habría metido el dedo en la masa que estaba haciendo. Otro recuerdo cuando mi tía me pegó a los once años en la nariz. Recuerdo que me puse furiosa. El día de mi compromiso, una señora me tocó con la mano el brazo, pensé que la tenía sucia de dulce. Al llegar a casa me puse a lavarme”,

En esta sesión analizaré en forma detenida los distintos contenidos del objeto fobígeno y en qué niveles se han estructurado. Someramente señalaré la presencia del objeto acompañante y la función que desempeñó aquí. Para facilitar su estudio dividiré la sesión en dos partes:

La primera que va hasta “… y pudiera empezar de nuevo a vivir”, puede ser considerada como el preludio al tema dulce. Lo central, creo, es la situación de rabia y odio dirigida contra el esposo y familiares, que es una repetición de experiencias pretéritas en las cuales Sara siempre se sintió frustrada por sus padres porque siempre deseaba más. Es decir que hay aquí una envidia primaria que no se sacia y que la hace reaccionar tan intensamente frente a experiencias frustradoras dolorosas. Se perfilan con claridad la suegra y el esposo como sustitutos materno y paterno.

En la segunda parte de la sesión, donde se entra de lleno en el tema dulce, observamos: 1º.) Que el dulce está directamente vinculado al recuerdo de mujeres (madre, tía, amiga) con atributos masculinos: madre que la corre con un cepillo, tía que le pega en la nariz;

2º.) Que predominan contenidos fálicos y anales (“chorro de dulce por la espalda”), y de sustancias corporales (mano de la amiga sucia de dulce).

En suma, en esta fase el objeto fóbico sería una mezcla de contenidos fálico, anal y de sustancias corporales en la cual predominaría el fálico (pene perseguidor), con lo cual se estructuraría en un nivel genital. Si ahora retomamos la sesión como una un idea creo que podemos deducir porqué el dulce representó preferentemente el pene malo y cómo se incluye en la situación triangular.

Sara vive la pérdida del esposo como una reedición de situaciones pasadas. Creo que, de acuerdo con los recuerdos aportados, ellas son fundamentalmente tres:

La primera, a los cinco años, cuando estando de vacaciones con sus padres surgió en su mente la idea, que luego se transformó en realidad, “y, ¿si yo insultara a Dios?”

La segunda, a los dieciséis años, cuando blasfema contra Dios, empieza a temer al dulce y es tratada por la madre como una niñita. “La madre le da la comida en la boca, la baña, la lleva a su cama, etc.”.

La tercera, a los 22 años, cuando se masturba, maldice a Dios y a sus padres porque “mientras ellos gozaban a nosotros nos prohibía todo”.

Es decir, que frente a la situación e placer sexual que hay entre sus padres recrudece su envidia y descarga todo su odio en ellos, en particular en el pene que ahora está invadido por su rabia y se ha vuelto destructor. Su envidia y agresión son hacia el pene perseguidor ubicado al comienzo de la sesión en el esposo y luego en la madre con la consiguiente fantasía de ser castrada por ella. El temor a la aplicación de la ley del talión se muestra en “Mamá me corrió con un cepillo de la cocina; me imagino que habría metido el dedo en la masa”. “Mi tía me pegó a los once años”.

Por lo tanto, asistimos en esta sesión a una disociación del pene en perseguidor e idealizado. El pene perseguidor forma parte del objeto fobígeno y asume aquí gran relevancia. El pene idealizado entra a integrar el objeto acompañante, en este momento hermana, con el cual mantiene una estrecha dependencia. Objeto fobígeno y objeto acompañante se dan a un mismo tiempo y son en cierta medida complementarios.

Otra sesión. “Ayer pasé mejor. Estuve pensando en mi esposo Hoy me siento pesimista y nerviosa. Cuando el otro día salí de su consultorio, vi en la calle, lejos, a un niño comiendo “pop” (pororó). Me puse terriblemente angustiada. Como mi hermana estaba afuera, esperándome, pensé que la había contagiado y no la dejé entrar a mi auto”. Interpretación: el auto es una parte suya; teme ser contaminada por su hermana y perderse. “Si me hubieran tratado antes, yo no estaría así. Creo que he sido culpable en relación con mi esposo. Todos los insultos y las cosas que le he dicho. . . No ha llamado por teléfono. Ahora viene Navidad, y qué es lo que voy a hacer” (llora). “El día en que vi al niño con dulce me acordé de cuando papá me llevaba al parque a comer cosas dulces y más tarde mi cuñado iba con su novia también y yo es sentía molesta, como si me faltara algo. Señora, antes tenía a mi esposo y añoraba a mi cuñado. Ahora  tengo a mi hermana y a mi madre y añoro a mi esposo”. Interpretación: se siente  triste porque añora el dulce bueno que le daba su padre y que significaba afecto, cariño y sexualidad (pene), aceptados en ese momento por ella.

“Ellas me dicen que no estoy sola, pero yo lo siento de otra manera. Siempre llego tarde en la vida. Ahora que podría comprender más a mi esposo no lo tengo. Señora ¿no podría más sesiones? Interpretación: su soledad es porque le falta el pene bueno  (dulce bueno) que en este momento desearía aceptar; más sesiones significan el deseo de que yo le dé más interpretaciones, más dulce bueno (pene idealizado, pop, sustancias de mi cuerpo). “Es como si estuviera mirando una vidriera con cosas dulces, lindas y ricas y no las pudiera alcanzar. Si viviera el Dr. X lo mataría. ¿Se da cuenta de que ni siquiera me trató como una loca? Simplemente me dio calcio y se desinteresó por mí”.

En esta sesión se ven con mayor claridad los diferentes componentes del dulce como objeto fobígeno, la situación básica de envidia, y la transformación del objeto idealizado en objeto perseguidor y la presencia del objeto acompañante. En la primera parte observamos que existen en el dulce contenidos de sustancias corporales (pop, saliva y componentes fálicos). El padre le da un pene sumamente rico y sólo a ella. Sara iba al Parque con el padre; la madre estaba ausente de esa relación. Luego la situación cambia; el cuñado-padre va con la novia-madre y Sara se siente excluida. Surge la envidia y la rabia por haberlo perdido y el pene es cargado de agresividad y destrucción, convirtiéndose en un objeto malo. Se observa la envidia como génesis en el cambio de pene idealizado a pene perseguidor.

Frente a esta emergencia, recurre a la analista-madre, atribuyéndole infinitos contenidos muy positivos y deseados: “vidriera con cosas lindas, ricas y no las puedo alcanzar”, pero prohibidos. En este último término experimenta una sensación de fracaso. “Siempre llego tarde en la vida” un sentimiento de empobrecimiento del yo y la amenaza constante del pene perseguidor de entrar en ella.

Se ve también al objeto acompañante (hermana) expresarse en forma más débil y desdibujada, aunque todavía existe y actúa.

Comprenderemos este tipo de funcionamiento si consideramos tres elementos que se dan en esta sesión:

En primer lugar, el peligro de contaminación (unión de lo fobígeno con lo idealizado). Si esto sucediera, sobrevendría la destrucción total para Sara (“locura”, “muerte”). La fantasía de ser invadida y aniquilada por el dulce la lleva a la disociación, mecanismo que la defiende de este riesgo, sentido por la enferma como “real e inminente”.

En segundo término, la ubicación del pene idealizado en su padre, cuñado y analista, y en tercer la sobrecarga de aspectos disociados de su yo en el acompañante. Toda esta situación amenaza y perturba su relación con el acompañante, que se vuelve aquí algo distante.

 

El relato de estas dos sesiones sirvió para subrayar que en el objeto fobígeno hay una mezcla de diferentes elementos con predominio en este período del pene perseguidor. “Es muy peligroso”, dice nuestra paciente, pero todavía lo encontramos como un todo, localizado en el dulce. Como contrapartida y para “equilibrar” la persecución existe el objeto acompañante con rasgos muy idealizados (pene bueno) que contrarresta la maldad del objeto fobígeno. Objeto fobígeno y objeto acompañante se dan simultáneamente.

En una segunda etapa de la evolución del objeto fobígeno asistimos a una dispersión y fragmentación de los perseguidores y explicamos sus posibles causas. Una de ellas sería la tentativa de conservar a la analista, que no sería vivida como totalmente fobígena. La “comida,  polilla, muebles aliento saliva”, etc. Pasar a ser elementos muy peligrosos frente a los cuales se “defiende” con un aumento de los objetos acompañantes y del ceremonial (lavados de manos). “Anoche vi una polilla dentro del armario; empecé a gritar horrorizada. No puede ponerme más la blusa porque la polilla puede haber estado en contacto con algo dulce”. “Soñé que agarraba un pedazo de pop. Sentía angustia. Cuando desperté me vinieron impulsos de lavarme como antes”. “Anoche me lavé mucho porque toqué un rollo de papel higiénico que era pegajoso”. “Hoy estoy en guardia porque sé que tomó café y me lo puede transmitir por medio del aliento de la saliva. Sentí algo en la cara como si me hubiera salpicado”. En este período se observa en el dulce un predominio de elementos orales, anales y sustancias corporales, aunque subsisten aspectos fálicos.

En una tercera etapa  el objeto fobígeno disminuye ostensiblemente en intensidad y cantidad (unión de los perseguidores, mayor contacto con “cosas peligrosas”). Sara nos relata que persiste un temor intenso “no tanto al dulce sino a las cosas pegajosas”. “Nunca podré entrar a la cocina y cocinar”.

“Recuerdo un día que mama estaba abriendo un pollo y metió la mano para sacarle las entrañas. Sentí un estremecimiento”. Los contenidos de su fobia son marcadamente de tipo oral, anal y de sustancias corporales. Los elementos fálicos se elaboran en el síntoma de conversión y sus dolores se intensifican: “Siento mi parte baja con dolores, como si tuviera lápices a la derecha, izquierda, abajo”. “No puedo más, mi cuerpo está lesionado y usted dice que lo que me hace sufrir son las fantasías”. Los objetos acompañantes siguen la misma evolución que su fobia y tienden a desaparecer.

El cuarto período se caracteriza por una reducción de su fobia y desaparición de los dolores. Comienza a masturbarse. El dulce conserva su peligrosidad, por la calidad de pegajoso, y se vuelve claramente oral y símbolo de las sustancias que posee la madre (Mi madre tiene todo, y cocina; yo nunca podré”). La desaparición de los dolores se explica si tenemos en cuenta su vinculación con el médico que la asistió. El Dr. F. es por un tiempo el pene perseguidor que la daña y no la ayuda. “Los remedios del Dr. F. no me hacen efecto”. “Ayer mama llamó al Dr. F. para ir a verlo. Me dijo que tomara los remedios. Si no me da algo que me alivie iré a otro. Pienso que tiene que ser un tratamiento heroico. Pero F. y usted no creen”. Más adelante y coincidiendo con la etapa anteriormente descrita (desaparición de los dolores, reducción de la fobia), hay un cambio en la actitud de Sara frente al médico. “El Dr. F. tenía razón; no tengo más dolores, y pensar que me pasé tantos años padeciendo”. El Dr. F. pasa a ser un objeto más integrado capaz de darle afecto (“Se preocupa por mí”) y Sara puede ya recibirlo. Los objetos acompañantes casi no existen como tales, actuando solamente en especialísimas circunstancias que más adelante veremos.

C. Resultados obtenidos y duración del Tratamiento.

En términos generales Sara mejoró. En lo que respecta a su personalidad se observa mayor cohesión, aumento de sus contactos sociales y adaptación más exitosa a la realidad. Sus síntomas obsesivos (ideas y ceremoniales) persisten pero no se dan con tanta frecuencia. Sus síntomas histéricos de conversión han desaparecido y la agorafobia y la fobia al dulce han disminuido notablemente. El tiempo transcurrido desde la iniciación del tratamiento psicoanalítico hasta el momento actual es de tres años.

III. OBJETOS ACOMPAÑANTES.

1)      En este capítulo presentaré en primer lugar dos sesiones –y su interpretación en relación con lo que llamo “objetos acompañantes”-; luego el estudio evolutivo de los mismos durante el tratamiento psicoanalítico, y por último la estructura y función del objeto acompañante en el presente análisis de una fobia.

Antes de avocarnos al análisis de la sesión, comenzaré por esbozar una provisoria definición descriptiva del término. El objeto acompañante, tal como lo entiendo, es una persona que tiene como función primordial permitir al sujeto mayor seguridad y defensa frente a los temores fóbicos. Lo sigue percibiendo como persona  total, pero lo vivencia en forma diferente en ciertos momentos o períodos.

Veamos ahora la primera sesión.

-Viene acompañada por la hermana y me dice en alta voz: “Señora voy a entrar con Ana, Ella me va a ayudar”. Entran y se sientan, la hermana muy avergonzada y con la mirada baja; Sara diciendo: “Empieza Anita”, con tono protector y mirada firme y penetrante. “Señora, Sara quiere que le cuente lo que le sucedió hace muchos años y que para nosotras es el origen de los dolores que tiene. Ninguna persona lo sabe con excepción de mamá y yo. A la edad de veintidós años, Sara no sabía nada sobre relaciones sexuales. Una prima le prestó un libro que trataba ese tema. Sara se encerró en el escritorio de papá, leyó, tomó un lápiz y. . . “Al llegar aquí, dice: “Sara, es mejor que tú sigas; yo no puedo”. Sale del cuarto de análisis muy avergonzada y abrumada, Sara continúa: “Ya sé que no me va a atender más, va a decir que soy una degenerada, etc. Pero no importa, igual se lo voy a contar. Tomé el lápiz y me apreté a matar, abajo. Pensaba con odio que mis padres lo hacían mientras que a nosotras se nos prohibía toda satisfacción. En ese momento me vinieron dos repeticiones: que Dios se vaya jamás a la puta madre que lo parió, que Dios es jamás un pijudo”; llora.

Interpretación: “Utilizó a su hermana para poner en ella lo que había realizado y que consideraba tan malo. Por eso al principio se sentía con ánimo e impulsaba a Ana a contarlo. Ana era usted. Piensa que se apretó a matar por la rabia y el odio que tenía a sus padres. El lápiz era el pene pero cargado de rabia que se introducía. Niega que el pene pueda dar cosas buenas y cree solamente que trae destrucción. Es una forma de no admitir el goce que hubo entre sus padres”.

Aclaro que esta sesión se caracterizó por no tener casi pausas. La hermana y luego Sara hablaron continuamente, sintiendo la analista que era manejada y controlada a fin de que no hablara. La interpretación fue realizada al final, pero los temas de esa sesión fueron retomados y analizados posteriormente.

Análisis. En ella estudiaré el objeto acompañante y las vicisitudes que sufre en su transcurso. Conjuntamente veremos las funciones desempeñadas.

En este momento el objeto acompañante es Ana. Su hermana es quien la trae al tratamiento, le abre las puertas, cuida de que no haya ningún a persona, etc. Es decir que la protege de sus temores fóbicos, en cierta medida. Reviste durante la sesión cuatro aspectos fundamentales.

Al comienzo hay un reconocimiento explícito de la hermana como objeto total que la va a ayudar pero que está separada de ella y tiene una existencia propia e independiente. “Voy a entrar con Ana, Ella me va a ayudar”. La calidad de acompañante estaría dada aquí por la función protectora que desempeña. En esta primera fase el acompañante sería la madre buena que ayuda a la hija a relatar alguna falta cometida y que la va a proteger de la posible reacción del que escucha. No olvidemos la fantasía previa que tenía Sara –y también la hermana sobre mi reacción-. “Usted no me va a atender más”, etc., Es decir que el objeto acompañante tendría en esta fase una estructura predominante  de objeto global e independiente, con una función de objeto total y protector.

La segunda fase comenzaría cuando entran juntas, y va hasta el principio de la frase “Sara es mejor que sigas tú. . .” El acompañante aquí se expresa, pero como vimos hay un gran cambio. Mientras Ana relata lo sucedido, funciona escasamente como persona diferenciada, ya que es una parte de Sara y Sara es un aspecto de Ana. Hay una clara situación simbiótica y un fluido intercambio de roles. Ana es la Sara prostituta que se ha masturbado y odia a sus padres pero que también tiene aspectos sanos, mientras que Sara la paciente es la madre buena que estimula y protege a la hija: “Empieza Anita” le dice, con tono protector y mirada firme.

El acompañante estaría constituido por:

1)      Aspectos sexuales, actitudes y vivencias del yo de Sara depositados en un objeto (hermana);

2)      Un objeto total que funciona muy débilmente pero existe. Creo que en ningún momento de la sesión Ana dejó de saber que era ella aunque asumió el rol de Sara.

3)      Objeto parcial (objeto idealizado, pecho bueno). La paciente atribuía a su hermana múltiples cualidades. Una frase dicha en los comienzos del análisis clarifica este último punto: “Ana nunca se cansa, ni se agota”. En este segundo momento de la sesión predomina el aspecto depositario en la construcción del objeto acompañante. Lo depositado es como dijimos sexualidad, pero también cordura y actitudes sanas (forma de describir lo que pasó), lo que puede interpretarse como un esbozo de unión entre la sexualidad “enfermedad” y las actitudes del yo “salud”. Esa unión se efectuaría en el acompañante.

En este caso su función sería la de ser depositario, de servir de nexo con otro objeto (por ejemplo la analista) y de establecer contacto, por su intermedio, con determinadas cosas que son inaccesibles para el sujeto.

En esta etapa el aspecto depositario, que se manifiesta tan nítidamente en el acompañante, no tiene carácter rígido e incambiable sino que fluctúa en cantidad y calidad.

Así en el tercer momento “Sara, es mejor que sigas tú; yo no puedo. . .” el objeto acompañante experimenta una nueva transformación. Hay una evidente ruptura de la situación simbiótica. Ana le devuelve predominantemente un objeto global diferenciado y protector. Asume otro rol, y retoma las cualidades que tenía al comienzo de la sesión (en su primera fase, se objeto total y función protectora). El cambio de estructura y función del objeto acompañante se debe, creo, a dos causas:

Primero, una defensa contra la irrupción de la sexualidad enferma. Se detiene porque teme masturbarse y destruirse totalmente; segundo, la disminución de la ansiedad paranoide (yo no me he molestado y he aceptado su masturbación). También se ha aminorado la necesidad de Sara de ser protegida; por eso la hermana no permanece en la habitación, sino que sale pero está cerca “por si me necesita”. El objeto acompañante sale del cuarto de análisis, pero continúa actuando en su relación con Sara. Su actuación más importante es su aspecto internalizad que actúa como súper yo despótico reconviniéndola y amenazándola.

2)      ESTUDIO Y EVOLUCIÓN DE LOS OBJETOS ACOMPAÑANTES DURANTE EL TRATAMIENTO PSICOANALÍTICO

A)     Primeras entrevistas. Sara concurrió siempre acompañada. Como ya lo expuse en los antecedentes, en la primera entrevista vino con su esposo y luego con su hermana y su madre. ¿Es posible considerar que el esposo y después la madre y la hermana fueron desde el comienzo objetos acompañantes? Podemos hallar la respuesta en la conducta y actitud de la paciente y de las personas que la acompañaban.

En las entrevistas, Sara no habló; simplemente se limitaba a saludarme, me daba la mano y permanecía silenciosa, mirándome o mirando a sus familiares. Desde el comienzo me llamó la atención su mirada. Era firme, penetrante y ávida; parecía querer absorber todo lo que sucedía. El marido primero y luego sus familiares eran los que hablaban y suministraban como ya vimos los datos que creían de interés. Ellos eran los intérpretes de Sara, expresaban su angustia, sus dificultades, etc. . . .  es decir que la acompañaban y funcionaban como nexo conmigo. Sara permanecía aparentemente impasible, asintiendo a veces, negando otras. ¿Eran simplemente el esposo, la madre y la hermana de la paciente, o eran algo más? Creo que lo fueron para Sara, y ellos lo sabían y lo aceptaban hasta cierto punto.

El esposo fue un objeto acompañante con una estructura especial que veremos ahora, y lo mismo sucedió con los familiares de Sara.

El esposo es:

1º. Un objeto total

2º. Un objeto depositario (aspectos enfermos actuales del yo de Sara; depresión de Sara cuando después de casados se alejan de la casa materna, reyerta con el cuñado y los padres, temor al dulce y a blasfemar contra Dios, lavado de manos). En realidad el esposo ignoraba toda su enfermedad anterior. Esta disociación de su enfermedad era una manera de defenderse contra ella. Parte de Sara estaba colocada en su esposo y otra parte en su familia; una y otra ignoraban la existencia de los demás síntomas.

3º. Un objeto idealizado (pene bueno y pecho bueno). Le llevaba la comida, estaba siempre cerca de ella, la acunaba, la acompañaba cuando se lavaba, etc. Siempre lo tenía al lado y no hacía nada sin él. Desempeñaba a la vez funciones de depositario y de objeto idealizado, y dentro de la constelación de objetos acompañante de Sara era el primer satélite. Pero había otros más.

En la segunda entrevista, Sara viene con su madre y su hermana, Observa la misma conducta que en la anterior y son sus familiares, sobre todo su hermana, que aportan los otros antecedentes ya mencionados, pero en relación la niñez, adolescencia y madurez de la paciente hasta llegar a su casamiento. En ese momento la hermana y la madre son objeto acompañante, con una estructura muy parecida a la anterior. La diferencia sería que el objeto idealizado es menos fuerte y predomina la función de depositario. La hermana es “suplente” del esposo, y así sucede en la realidad.

Hay un punto de gran interés que creo conveniente retomar. Me refiero a la disociación que establece Sara entre sus dos períodos de enfermedad. Luego del casamiento, por una parte su esposo no tuvo conocimiento de su enfermedad anterior (depresión, blasfemias, tratamiento psiquiátrico, etc.), y por otra sus familiares no se enteraron de su fobia al dulce, que iba en aumento, y sus lavados. Unir ambas “partes” de su enfermedad equivaldría a unirse en su enfermedad, enloquecer totalmente y enloquecer y contaminar a sus familiares. La prueba está en que, al enterar el esposo y la familia de lo que no sabían (al comienzo del análisis), Sara hizo una crisis muy intensa que la colocó al borde la locura y casi provocó su retiro del análisis.

B)     Iniciación del tratamiento psicoanalítico y evolución de los objetos acompañantes

Al comienzo del tratamiento, el esposo y la hermana acompañaban siempre a Sara. Recordemos brevemente que antes de dicho comienzo toda la familia tenía una actitud muy positiva y de colaboración con la psicoanalista. Sin embargo en determinado momento estas personas comienzan a reaccionar y actuar de manera irracional y desordenada. Visitan a la analista y le preguntan con verdadera ansiedad si ha comido algo dulce, porque Sara debe saberlo y si no, no con concurre al tratamiento. Me esperan en la puerta para interrogarme si el tratamiento será positivo o no, si la paciente deberá ser internada, si se matará, etc. Como dije antes, en cierto momento me sentí perseguida, controlada y casi invadida por la enfermedad. Tuve absoluta conciencia de que, de no tener una visión clara de lo que estaba sucediendo el análisis se interrumpiría.

¿Qué estaba pasando? La solución, creo, podemos encontrarla si consideramos a su esposo y a su hermana como objetos acompañantes. En este período, ambos lo son con una estructura y función similar.

En este primer período, la función del acompañante sería predominantemente la de depositario. De ahí, en parte, la actuación del esposo y la hermana.

C)     Objetos acompañantes en el transcurso del psicoanálisis

La trayectoria de los objetos acompañante en el tiempo que se desarrolló el análisis de Sara sigue una suerte de curva. Se inicia en los antecedentes, alcanza su máximo en los comienzos y luego empieza lentamente a decrecer hasta tener, en la actualidad, una existencia transitoria, fugaz y esporádica (sólo en situaciones de emergencia).

Hay, como ya vimos una gran paralelismo entre la evolución del objeto fobígeno y la de los objetos acompañantes. Veamos ahora las estructuras y las funciones del objeto acompañante en el desarrollo del tratamiento.

El acompañante fue casi siempre depositario de múltiples aspecto del yo (cordura, fortaleza, adaptación a la realidad, etc.). “El otro día llegué a casa llorando; mi hermana me consoló y me hizo ver la realidad”. “Voy a pedirle a mi hermana que vaya a ver a mi esposo y le hable”. En otros momentos eran partes corporales del yo de Sara (manos) que podía entrar en contacto, aunque indirecto, con los objetos fobígenos sin peligro de un caos inmediato. Las manos de la hermana eran las manos de Sara y tenían un tratamiento parecido aunque no tan cruel. Voy a transcribir un trozo de una sesión donde esta situación aparece nítidamente: “Tengo que mandar buscar una ropa al lavadero. Le voy a decir todo lo que tengo que hacer y hacerle hacer a mi hermana. Lo voy a anotar: primero Ana va a casa de mamá se lava las manos varias veces; segundo abre el placard; tercero, vuelve a lavarse las manos; cuarto, saca la cartera, guantes y dos sobres; quinto, se vuelve a lavar las manos”, etc.

Es decir que varió la cantidad y calidad de lo depositado, pero lo que al principio y en el transcurso permaneció casi invariable fue el objeto idealizado que integra el acompañante. Solamente asistimos a su declinación cuando el objeto acompañante empezó a disminuir. El predominio del objeto idealizado sobre el depositario se dio siempre que aumentaban sus ansiedades paranoides y temores fóbicos, y en esa eventualidad el acompañante debía estar muy cerca de la paciente para contrarrestar el peligro inminente. Su función era de protección omnipotente y satisfacción de las necesidades de Sara. “El otro día iba a bajar del auto cuando vi en la puerta de casa a una niña comiendo. Menos mal que estaba Ana, que me protegió, bajó y le pidió a la niña que ser retirara”. “Ana me soluciona todo”.

También vimos al acompañante tener una estructura de objeto global en su mayor parte, lo que acontece en los últimos tiempos. Su función fue de protección sin el carácter omnipotente. Como ya dijimos, en la actualidad el acompañante reaparece en ocasiones de gran emergencia. En esos momentos predominan el objeto total y el idealizado, pero con menor intensidad. Luego desaparece y la relación con el objeto se establece en un nivel más evolucionado.

3)      ESTRUCTURA Y FUNCIONES DEL OBJETO ACOMPAÑANTE.

“El reconocimiento perceptivo de las personas en el medio ambiente como objetos externos, reales y enteros que producen efectos (casi siempre buenos). . .”

“Cuanto el rostro amante de la madre, las manos y brazos que cuidan y velan, el pecho que alimenta, se integran en una unidad y se atribuyen a una percepción concreta de la madre como una persona real que ayuda activamente. . .”

“El pecho bueno tiende a volverse el pecho ‘ideal’ que debe satisfacer el codicioso deseo de gratificación eterna, inmediata e ilimitada. Así surge el sentimiento de un pecho inagotable y perfecto, siempre disponible, siempre gratificador”. (Melanie Klein, 1952).

El objeto acompañante estaría constituido por: un objeto total, un objeto depositario dentro del cual se insertarían partes del yo y un objeto idealizado. .  .

Generalmente se observa que son las partes más sanas y evolucionadas de la propia enferma lo que se proyecta hacia el depositario, para no contaminarlas con las partes malas. Persiste abiertamente una intensa disociación.

En el análisis del objeto total correspondiente a cada acompañante comprobamos que no era nunca un objeto “malo”, y cuando por algún motivo se transformaba fugazmente en eso (hermana sucia de dulce) la calidad de acompañante desaparecía, y el objeto se volvía fobígeno y por lo  tanto parcial. La hermana ara vivida, como una “puta”, “pijuda”, perseguidora (identificación proyectiva) a la que había que controlar en forma continua y desmesurada. Pero el verdadero rasgo específico del acompañante es el de contener un objeto idealizado, aunque éste no se dé nunca solo.

En la historia y evolución de los objetos acompañantes hubo un aspecto que, en mi parecer y de acuerdo con el material suministrado, permaneció casi inmodificable, manteniendo una estrecha interrelación con los demás componentes de objeto y del sujeto. Fue el de acompañar a la paciente y no dejarla nunca sola. Acompañar significa literalmente “estar o ir en compañía de otro”, pero en este caso particularísimo, ser acompañado implica además tener la necesidad imperiosa de estar cerca o si no saber exactamente dónde se encuentra. La tónica es la de acompañar, estar al lado, servir de depositario y de fuente inagotable de recursos (pecho y pene bueno), poder saciar la intensa avidez que experimenta, teniendo la fantasía de pecho inagotable. En suma: ser entre otras cosas un objeto idealizado.

De ahí la complejidad de su estructura y la variedad de sus funciones. En el acompañante existe un objeto total en la medida en que el sujeto lo vive como algo independiente y ajeno a al. Existe también un objeto depositario cuando proyecta aspectos de su yo, sobre todo en relación con las partes buenas. Representa un objeto idealizado cuando predomina la vivencia de bueno inagotable y la necesidad imperiosa de estar cerca de él.

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