Este texto del Dr. Avelino González Fernández fue presentado en el tercer Congreso de la Asociación Mexicana de Psicoterapia Psicoanálitica de la Infancia y la Adolescencia A.C. y publicado en las memorias de dicho congreso en junio de 1991 y publicado en Gradiva, Vol. V, Num 1, 1991.

Vivimos una época de acelerados cambios, en gran medida secundarios al desarrollo industrial y tecnológico, con su concomitante impacto en la organización social y en el entorno. En las últimas décadas, las expectativas de vida al nacer han mejorado considerablemente, aunque siguen existiendo injustas diferencias abismales entre diferentes grupos humanos.
Los actuales medios de comunicación , al anular la distancia física llevando hasta los hogares y en el momento mismo en que suceden los acontecimientos acaecidos en los más remotos parajes, contribuyen a consolidar una de las –en mi opinión- más viables “líneas de desarrollo” humano, es decir, la tendencia hacia una cultura globalmente concebida y compartida que disminuya la distancia psíquica entre los diferentes grupos; esto es, que a nivel humano cumpla con la función sintética, que a nivel individual realice aquella estructura del aparato mental a la que denominamos “Yo” y cuya acción resulta indispensable para el establecimiento del sentido de identidad.

El “nuevo” rol femenino representa una parte muy importante del cambio, aunque cabe aclarar que la participación de la mujer en la actividad económica, cultural e incluso política de las comunidades no es un fenómeno totalmente nuevo sino que se ha presentado ya en otros momentos históricos. Sin embargo no cabe duda que en nuestra cultura y durante las últimas décadas el rol desempeñado por la mujer en la sociedad ha sufrido cambios significativos, al asumir funciones tradicionalmente consideradas como exclusivas del varón, a la vez que abandona actitudes o aspiraciones por mucho tiempo asociadas al concepto de lo femenino. Así pues la mujer, al intentar definirse como tal, se encuentra con que algunos de los modelos de identificación, preexistentes le son inadecuados, el concepto de identidad femenina ha cambiado y se encuentra aún en proceso de transformación. Esta variación ha modificado incluso la estructura de la familia y una de sus consecuencias ha sido que la incidencia del divorcio aumentó en tal forma en la últimas décadas que incluso ha pasado a ser considerada por algunos como un indicador de la decadencia de la época y de la necesidad de buscar algún otro tipo de relación interpersonal que no sea el modelo tradicional de la unidad familiar (Gaitán Av. 1985).

El sicoanálisis se ha ocupado desde su origen del estudio, entre otros aspectos, del desarrollo psicosexual del ser humano, por lo que no podía deja de contemplar los aspectos relacionados con la femineidad, no obstante, en tanto varón, Freud tuvo serias limitaciones para comprender la subjetividad de lo femenino, limitaciones que con sincera autocrítica –cual corresponde a un hombre de semejante talla mental- dejó consignadas. Al respecto, Amapola González planteaba (1980, b):
“En toda ciencia, como en cualquier suceder de nuestro universo, la aportación de cada individuo resulta de la síntesis entre sus observaciones objetivas y sus vivencias subjetivas. No debe pues extrañarnos que S. Freud, como varón, tuviera más cabal conocimiento de la sexualidad masculina que de la femenina en cuanto a lo subjetivo se refiere. Por otra parte en el análisis del carácter, hemos aprendido a establecer una muy estrecha correlación entre cada individuo, su tiempo y los valores que en éste prevalecen; Sigmund Freud pertenece a una época y una zona geográfica en que, si bien y se están resquebrajando las corazas de un tipo de sociedad patriarcal, todavía imperan los conceptos y valores correspondientes a ella. No debe, pues, extrañarnos que nuestro genial Freud sucumba, como cualquier otro ser humano –con plenos derechos, además, a serlo-, a los prejuicios de su lugar y de su tiempo. Pues bien, yo pertenezco a los logros y prejuicios del presente y por tanto a ellos me acojo. Y la época actual demanda, entre muchas otras cosas, una revisión de los conceptos acerca de la psicología femenina. Sería muy larga la enumeración de las ilustres colegas psicoanalistas y de los destacados psicoanalistas hombres que han elevado su voz en pro de un proceso psicoanalítico más realista que el de S. Freud acerca el desarrollo sexual femenino”
No obstante las limitaciones de Freud, sus escritos contribuyeron en gran medida al cambio en el rol femenino, pues, al plantear en 1908 que la frigidez y algunas formas de neurosis en la mujer eran, en parte, resultado de la poca información y la gran represión a que se sometía a las mujeres y que esta actitud coartaba además la posibilidad de un mayor desarrollo intelectual, esto hacía necesario un cambio radical.
La sociedad se abocó a la tarea de dar más oportunidades a la mujer, poco a poco se abrieron las puertas de las instituciones educativas a todos los niveles, aumentó el número de mujeres en las más diversas áreas laborales; las dos grandes guerras aceleraron el proceso. Surgieron descubrimientos científicos que al permitir la regulación hormonal y evitar la ovulación facilitaron el que la mujer tuviera una libertad sexual similar a la masculina.
Un gran número de mujeres aprovecharon la oportunidad y demostraron una capacidad que el mundo hubo de reconocer. En dos generaciones tan sólo, actividades que durante siglos habían estado vedadas a las mujeres eran realizadas exitosamente por ellas. Las mujeres se aplicaron a la tarea de desarrollar plenamente sus capacidades en el campo profesional y al mismo tiempo formar y mantener un hogar.
Tan legítimos como son ambos deseos sería de esperar que las mujeres que tratan de conjugarlos se sintieran satisfechas, plenas. Sin embargo, la observación clínica muestra que un gran número se sienten angustiadas por el desafío de conciliar ambos roles, deprimidas al considerarse impotentes para poderlos combinar, con una sentimiento perenne de culpa por la idea de que no atienden bien a los e hijos y enojadas al mismo tiempo por las limitaciones que como profesionistas enfrentan por el hecho de ser madres.
El psicoanálisis, al explicar el interjuego instintivo libido agresión, nos permite comprender este aparente fracaso de la sociedad para alcanzar la adaptación. Gaitán R. explica (Gaitán R, 1985; González Am., Bueno R., Gaitán R. 1991): “…al interpretarlo como la expresión del conflicto interno resultado de pretender mantener los marcos de referencia aprendidos en la infancia de lo que implica ser padre y madre, hombre y mujer, profesionista y ama de casa, roles bien diferenciados en aquella pareja tan querida para los niños de ayer que las mujeres de hoy se sienten abligadas a desarrollar simultáneamente en ellas mismas.
“… En estas condiciones las mujeres pretenden ser tan buenas profesionistas como lo fue el padre y tan buenas madres como lo fue la suya, sin percatarse de que eso es imposible, que el desarrollar los dos roles implica una labor de síntesis de la que resultan nuevas actitudes de la pareja en relación con los hijos, entre sí mismos y con el trabajo, diferentes de las paternas y no por ello mejores o peores. Es aquí donde está la deformación de la sociedad que por el temor al cambio emite un juicio equivocado al favorecer y simultáneamente rechazar, en alguna de las dos facetas, a la mujer que desempeña los dos roles.
“Por lo anterior, para las mujeres igual que para los hombres este cambio es vivido por el inconsciente como una traición hacia las figuras primarias, en la medida en que se cree estar rechazando sus enseñanzas, la paradoja es que fueron precisamente aquellos padres quienes impulsaron a sus hijos a valorar a las personas que trataban de desarrollar al máximo sus capacidades; fue un mensaje contradictorio.”
Para poder continuar la presentación conviene definir hasta donde sea posible el concepto de identidad que se refiere a la claridad de las fronteras y características del sí-mismo físico y mental y a la capacidad de experimentarlo como algo que tiene continuidad y mismidad (Gaitán Av.1989). Erikson (1953, 1963) destaca la importancia de compartir en forma continuada una carácter esencial con otros, menciona un sentido consciente de la identidad individual y una tendencia inconsciente hacia una continuidad de carácter personal, así como un criterio para la síntesis yoica Mahler et al. (1975) señalan que, para la obtención de una identidad perdurable, es requisito previo la adquisición de dos niveles de sentido de identidad: el primero la capacidad de reconocerse como una entidad separada e individual; y el segundo el incipiente percatarse de una identidad del self (soma y psique) definida por el género. González Amapola (1980, A) dice:
“Al referirse a identidad se está pues implicando una definición del individuo con respecto a su mundo interno y externo. Esto, que sería un concepto espacial, ha de abarcar también la idea de tiempo, es decir las variantes de esa identidad a lo largo de la vida del sujeto”.
Entre los puntales fundamentales para la adquisición de la identidad se encuentran, junto con el con el esquema corporal, las identificaciones, que son estructuras psíquicas relativamente estables que resultan de los procesos de identificación. También los procesos de duelo son de gran relevancia para el desarrollo del aparato mental y por consiguiente del sentido de identidad en tanto uno de sus mecanismos principales es la identificación.
Según Avelino González (1965) la posibilidad de una buena integración del Yo y por lo tanto de un duelo adecuado por sus objetos depende de su capacidad para elaborar con éxito sucesivos trabajos de duelo en relación con la pérdida de ciertas de sus características, impuesta por el proceso de desarrollo o por suceso externos, y concluye que: “… En última instancia será este proceso de integración del Yo, por el resultado exitoso de la elaboración del duelo por sí mismo y por sus objetos, lo que permitirá el afianzamiento de la propia identidad”.
En la actualidad el ser humano tanto femenino como masculino, para poder asimilar el proceso evolutivo que ha tenido y tiene lugar, debe elaborar el duelo implícito en el cambio de roles que dicha situación demanda, es necesario renunciar a ciertas gratificaciones, que se obtenían como ganancias secundarias del status preexistente, y los individuos siempre nos resistimos a abandonar aquello que nos resulta gratificante, aun en los casos en que el desarrollo mismo nos lo impone y en que las ventajas de los nuevos logros resultan evidentes como es el caso del “nuevo” rol femenino.
Tal como se mencionó con anterioridad el proceso de duelo y por tanto el cambio se ven obstruidos por la presencia de los mensajes contradictorios que los padres (y madres) les damos consciente o inconscientemente a nuestros hijos. Para explicar la importancia de los mensajes contradictorios citaré una vez más a González Am. (1980, A):
“Cuando los modelos de identificación que se le ofrecen se contraponen solamente en el sentido de que una figura representativa, por ejemplo la madre, le aporta una posibilidad de identificación que se opone a la que le está suministrando otra figura igualmente significativa, por ejemplo el padre, el individuo encarará, por supuesto, una problema de lealtad en el cual elegir la ruta trazada por uno de los dos significa rechazar al otro.
“Pero hay todavía otra situación que aparece como más irresoluble, es decir como una verdadera encrucijada, y es la que se plantea cuando una misma figura da los mensajes en forma de signo contrario y de igual valor absoluto, si bien uno suele ser consciente y manejado de forma explícita, y el otro inconsciente y con manifestaciones implícitas. Se trata pues de un juego de identificaciones contradictorias. En esta caso no hay posibilidad alguna de elección libre de conflicto y que identificarse con cualquiera de las dos opciones implica desdeñar la opuesta…”.
Ambas situaciones se presentan en relación con el nuevo rol femenino, pudiendo darse por ejemplo el que uno de los dos progenitores favorezca en la educación de sus hijos aquellos modelos de identidad que corresponden con el “nuevo” rol femenino mientras que el otro los rechace, o bien, y esto es lo que creo es más frecuente en la actualidad, que uno o ambos padres ofrezcan mensajes contradictorios producto de su propia ambivalencia.
Así la madre que trabaja puede esperar o exigir que sus hijas la apoyen en los quehaceres domésticos mientras que a los hijos les tolere, e incluso promueva, el que no participen en estas actividades “femeninas” ; por el otro lado el varón, a pesar de que pueda sentirse sumamente satisfecho de que su pareja tenga una actividad económicamente remunerada que ayude al gasto familiar, puede reaccionar hostilmente devaluando la aportación de ella ó reclamándole por el incumplimiento pleno de las funciones maternas o de “ama de casa”, ante la percibida amenaza a su virilidad por dejar de ser “el señor” de la casa en tanto ya no es más el proveedor único del gasto familiar y en tanto tiene que desempeñar roles “femeninos” como cambiar pañales, hacer la comida o zurcir sus calcetines. Por otro lado, los ingresos que la mujer recibe por el desempeño de su actividad profesional le otorgan un grado adicional de independencia, reforzando los sentimientos preexistentes de inseguridad del marido que se ven agravados en tanto pierde el control de las actividades de su esposa, ya que ésta puede ahora con más justificación salir de casa y tener relación laboral y social con otros varones, y tiene, además, la posibilidad de ejercer extramaritalmente su sexualidad sin temor al embarazo, posibilidad que a los ojos de muchos maridos se convierte en certeza en la medida en que proyectan en su pareja sus propios impulsos.
Resulta pues que para hablar del nuevo rol femenino es necesario contemplar también cambios en el rol masculino ya que ambos sexos debemos participar en el proceso evolutivo; sin embargo con frecuencia nos encontramos que, al abordar el tema de la “liberación” femenina, la polémica al respecto se polariza como si los sexos, en lugar de ser complementarios, fueran enemigos mutuos separados por una barrera infranqueable.
En esta medida, si estableciéramos una comparación de la evolución de los nuevos roles sexuales con el desarrollo de los individuos podríamos decir que la representación mental que la humanidad tiene de sí misma, o se encuentra aún escindida en imagos “buenas” y “malas” como corresponde al primer año de vida –adoptando un enfoque más bien pesimista- o, en el mejor de los casos, que todavía atraviesa por una etapa de intensa ambivalencia que corresponde con la bipedestación, la adquisición del habla y el control esfinteriano.
Pese a que no es mi intención en este trabajo el abordar una descripción detallada de los procesos del desarrollo, permítaseme hacer una breve digresión respecto a algunos aspectos de éste con los cuales se puede establecer cierta correlación con el tema que hoy discutimos.
Al inicio de la vida extrauterina, tras la ruptura de la unidad fisiológica madre-hijo, cuando las estructuras del aparato mental no son más que una matriz indiferenciada (Hartmann1958), se empiezan constituir, a partir de las experiencias placentaras o displacenteras,, las unidades fundamentales de lo que posteriormente será la representación mental del sí-mismo (self). Estas unidades del “núcleo del self” corresponden a las representaciones mentales de diferentes aspectos de la relación del infantil sujeto con su figura primaria durante la etapa que ha sido denominada “de simbiosis” (Mahler 1968, Mahler et al. 1975), vivencias que se agrupan en función de la carga afectiva, de tal manera que las experiencias displacenteras resultarán en representaciones mentales de sí-mismo-objeto-afecto- “buenas”, (Kernberg 1976).
Al igual que sucede con el instinto de muerte las partes “malas” son proyectadas hacia el exterior (Klein), tornándolo peligroso y amenazador; la madre, receptáculo más frecuente de dicha proyección, la contiene y neutraliza con sus partes “buenas”, el lactante entonces procede a identificarse con esta nueva imago de su objeto primario que ahora contiene las partes proyectadas del sí-mismo. La repetición cíclica de estos mecanismos de proyección e identificación juega un papel muy importante en el desarrollo durante todo el primer año de vida y gran parte del segundo, en que las representaciones mentales del sí-mismo y del objeto están escindidas y separadas, dependiendo de su carga afectiva, en “buenas” y “malas”. Esto corresponde a lo que Klein denominó la posición esquizo-paranoide que es donde probablemente podríamos situar a los sujetos que mantienen posturas extremas, ya sea de recalcitrante feminismo o de retrógrado machismo.
Posteriormente y merced a la incipiente función sintética del Yo las representaciones mentales del sí-mismo y de los objetos van adquiriendo coherencia dejando paulatinamente de ser parciales, escindidas, para convertirse en totales y contenedores tanto de las partes “buenas” como de las “malas”, caracterizándose entonces las relaciones tanto con los objetos externos como con los internos por la presencia de la ambivalencia, dando lugar a la posición depresiva donde empieza a haber preocupación por el objeto e intentos de reparación de sus aspectos positivos lesionados por la propia agresión o por la presencia de sus partes negativas. Es en este punto del desarrollo donde creo que nos encontramos actualmente con respecto a los nuevos roles sexuales.
El niño al crecer progresa a lo largo de diversas líneas simultáneas de desarrollo (Ana Freud 1965), cada una con sus particulares desafíos y potenciales puntos de fijación. Desde la dependencia hasta la autosuficiencia emocional y las relaciones objetales del adulto, desde la incontinencia al control de esfínteres, de la lactancia de la alimentación racional, etc., el progreso a lo largo de estas líneas de desarrollo no es homogéneo sino que además de ser irregular, pudiendo haber más avances en una determinada línea que en otras, hay una alternancia entre progresión y regresión dentro de cada una de ellas, dependiendo de los desafíos específicos que el entorno plantee y de la etapa por la cual esté atravesando el niño cuando esto suceda. Lo mismo es válido para el tema que nos ocupa.
El nuevo rol sexual, como todo cambio, despierta inquietudes respecto al futuro, en este caso surgen las preguntas: ¿Cómo afecta a los niños? ¿Qué repercusiones podrá tener en las nuevas generaciones? La primera de estas preguntas no puede ser respondida fácilmente; por lo tanto sólo mencionaré algunos de los aspectos potencialmente conflictivos cuyas consecuencias probablemente se hagan evidentes en la práctica clínica: a) las imagos paternas son de fundamental importancia en la elección de patología, sobre todo cuando contienen mensajes contradictorios (González Am., 1980 a 1989); b) los procesos de duelo implícitos en el cambio de roles cuando son inadecuadamente resueltos pueden dar lugar a sentimientos depresivos intensos en la madre, en el padre o en ambos y tener por consecuencia, mediante la identificación, cuadros depresivos en la progenie (cabe mencionar que, aunque lo hagan en forma distinta a los adultos [Velasco C. 1989] los niños también deben elaborar sus propios duelos); c) al salir la madre del hogar para desempeñar sus actividades profesionales necesariamente disminuye la cantidad de tiempo que pasa con sus hijos y esto debe ser compensado con incremento en la calidad de atención brindada tanto por el padre como por la madre; d) cuando ambos padres trabajan es necesario dejar a los niños pequeños bajo la responsabilidad de una tercera persona que puede ser un familiar de una generación previa o una empleada doméstica, quienes indudablemente tendrán influencia en los imagos que se le ofrecen al infantil sujeto para identificarse, pudiendo entrar en conflicto con los mensajes recibidos por los padres; otra elección es la de depositar a los niños en guarderías para su cuidado y estimulación temprana, ambos padres deben participar en la elección de dichas instituciones y vigilar de cerca la atención brindada a sus hijos; e) en algunos casos el que la mujer adopte el “nuevo” rol puede ser causal o consecuencia de divorcio, proceso que tiene importantes repercusiones en los niños cuya importancia dependerá de la etapa del desarrollo en que se encuentran cuando tenga lugar y del montante de agresión involucrado. Respecto a la segunda pregunta, cabe esperar que en la medida en que promueva una relación más igualitaria y justa entre los sexos sirva como un estímulo benéfico para el ulterior desarrollo de la humanidad.