El siguiente texto del Doctor Avelino González Fernández  fue publicado por primera vez en nuestra revista Gradiva Número 1, Volúmen V, en el año 1991.

El término ‘psicoanálisis’ ha llegado a connotar tantos y tan diversos conceptos que resulta indispensable restringir su significado si no queremos sucumbir a un caos conceptual.
La primera distinción a realizar será entre la aplicación de la teoría psicoanalítica con fines de investigación esclarecimiento metapsicológico de algún problema y el uso de una técnica especial, derivada de dicha teoría con metas curativas, a lo que se llama ‘proceso analítico’.  Aunque  pueden concurrir las dos finalidades, en general debemos decidirnos por uno u otro camino. Pero, además, aun entre los que utilizan el psicoanálisis en forma predominantemente terapéutica existen discrepancias tan grandes con respecto a lo que se entiende por ‘psicoterapia psicoanalítica’ y ‘psicoanálisis ortodoxo’, que se impone una revisión sistemática y una precisión mayor en este sentido.  No podemos quedarnos de brazos cruzados frente a la aplicación del mismo término a situaciones tan diversas como las llamadas: ‘psicoanálisis existencial’, ‘psicoanálisis de grupo’, ‘psicoanálisis culturalista’, ‘psicoanálisis directo’, ‘psicoanálisis de niños’, etc. Inclusive dentro de lo que podríamos denominar el ‘psicoanálisis ortodoxo’ (yo diría ‘propiamente dicho’) nos encontramos con muy diversos puntos de vista.  Así la tarea de precisar que situaciones terapéuticas son psicoanálisis y cuáles no, es mucho más complicada de lo que parece.
Aquí se intenta formular una definición que siendo lo suficientemente amplia para permitir variaciones técnicas y teóricas mantenga conceptos básicos indispensables para que una terapia pueda ser incluida dentro del término ‘proceso analítico’.
Ahora bien, así como el proceso analítico resulta de la aplicación de toda una serie de proposiciones que constituyen una disciplina científica, debemos admitir que el descubrimiento de nuevos hechos –rasgo característico de toda ciencia- imprimirá a este proceso un carácter cambiante que nos obligará a descartar algunas de las proposiciones anteriores, formular otras distintas o ampliar las ya existentes.  En el caso del psicoanálisis esto ha hecho posible, entre otras cosas, el agrandamiento del campo de aplicabilidad terapéutica, pero también ha creado problemas como puede verse en un comentario de Glover [citado por Gill,(8ª)] quien dice que dados los adelantos en la teoría y en la técnica del psicoanálisis los resultados terapéuticos positivos obtenidos con anterioridad podrían deberse a transferencias (y por lo tanto ser atribuibles a la sugestión) que pasaron inadvertidas.
Gill [nota al pie (8ª)] escribe respecto al comentario de Glover: “¿Podríamos preguntarnos entonces si cada uno de los progresos de la técnica analítica no debería traer aparejado que llamásemos psicoterapia a lo que hasta entonces habíamos denominado psicoanálisis? Creo que debemos buscar la respuesta en el hecho de que estamos operando con un cierto modelo.  Según esto, análisis sería aquel procedimiento que, en los casos donde resulta técnicamente aplicable, trata de acercarse lo más posible al modelo que estamos utilizando, por medio de los conocimientos más exactos que tenemos a nuestra disposición.”
Esta definición, si bien no resuelve totalmente el problema planteado por Glover permite que podamos seguir hablando de psicoanálisis al referirnos a técnicas utilizadas en el pasado –aun cuando hoy en día ya las consideramos incompletas en la medida en que se ajustaban al modelo que en aquel entonces era válido.  Sin embargo, es preciso que entre los modelos pasados y los actuales exista una continuidad  fincada en la sobrevivencia de planteamientos básicos.  Si estudiamos por ejemplo, la evolución del pensamiento psicoanalítico en Freud nos encontramos con ciertas afirmaciones que constituyen, aún en la actualidad, lo esencial para definir lo que se entiende por ‘proceso analítico’.  David Rapaport y Merton Gill (21ª) al hablar del punto de vista genético citan las siguientes ideas que Freud expuso en 1913:
“No todo análisis de fenómenos psicológicos merece el nombre de psicoanálisis.  Este último va más allá del mero análisis de fenómenos compuestos para llegar a  otros más simples. Consiste en retroceder una estructura psíquica a otra que le precedió en el tiempo y que le dio origen…Así, pues, el psicoanálisis se orientó desde el mismo principio hacia el rastreo de los procesos de desarrollo.  Se… le utilizó… para construir una psicología genética…”
Vemos, por tanto, que en 1913 Freud incluía ya el punto de vista genético en su modelo de trabajo lo mismo que hacemos hoy.
La neurosis de transferencia, nódulo de toda definición del proceso analítico, resulta inconcebible sin la dimensión genética.  Podemos prescindir, y de hecho durante algún tiempo así fue, de algunos de los otros puntos de vista del planteo metapsicológico, como por ejemplo del adaptativo, pero nunca del genético.  Arlow y Brenner ponen en duda la utilidad del punto de vista topográfico (2ª) e incluso proponen eliminar el concepto de preconsciente (2b) aduciendo argumentos dignos de tenerse en cuenta.
Nos sería posible hablar de psicoanálisis si excluyéramos, por ejemplo, la siguiente preposición psicoanalítica general (Rapaport y Gill): “Las consecuencias de la ‘declinación del complejo de Edipo’ se explican por la formación de estructuras debido a identificaciones y contracatexias.”
Antes de formular una definición del proceso analítico quisiera ventilar otro problema que surge de la complejidad de los hechos que nuestra  ciencia maneja: el de los parámetros.
Las variantes en la técnica que fueron introducidas por diversos investigadores basándose en determinadas posiciones teóricas crearon, como hemos visto, una confusión alarmante. En este sentido cabe mencionar la valiosa contribución de Eissler (citado por Gill [(8b)].  Gill dice al respecto lo siguiente: “Eissler ha formulado este problema refiriéndose a toda desviación de la técnica con el nombre de parámetro de la misma y crea toda una serie de reglas a las que debería apegarse el parámetro citado para que la técnica continúe siendo psicoanalítica.  El meollo del asunto consiste en que se puede anular el parámetro incorporándolo en forma explícita a la transferencia para resolverlo por medio de la interpretación”.
En un trabajo mío (10) señalé que el analista recurre a parámetros sin darse cuenta de lo que hace, creando alianzas inconscientes con el paciente por medio de procesos de comunicación no verbales; en este sentido se haría preciso ampliar el planteo de Eissler señalando la necesidad de estar alerta ante estos posibles parámetros implícitos que escapan a la conciencia del analista.  Describí entonces la situación analítica en términos de un contrato transgredido por el paciente y por el analista debido a ciertas fantasías inconscientes movilizadas en ambos por el ambiente de frustración característico de la mencionada situación; ante la imposibilidad de proporcionar información* y gratificación efectiva al paciente se efectúa en el analista una regresión concomitante a la del paciente (tal vez podríamos hablar de contra-regresión) y se establece un vínculo donde la frustración característica de la relación analítica manifiesta es contrarrestada por una excesiva gratificación. Puede también ocurrir que por las vías descritas el analista satisfaga necesidades de castigo del paciente, incrementadas por el ambiente de tolerancia que también caracteriza a la situación analítica.
A estas condiciones podría llamárselas, con justicia, parámetros inconscientes porque son desviaciones de la técnica.  El analista debe ser capaz de reconocerlos (no ignoro que pertenecen al terreno de la contratransferencia), hacerlos explícitos y sustituirlos por la interpretación.
Gill (8B) considera dos clases de conducta en la situación analítica: una la simbólica, es decir la interpretación, y otra la manifiesta (a mi juicio esta segunda es lo que llamamos actuación). En realidad se trata de que el tipo de comportamiento, tanto en el paciente como en el analista, se acerque lo más posible a lo que él llama conducta simbólica.
Salvado el escollo de los parámetros puede abordarse la tarea de dar una definición del proceso analítico.  No ignoro las dificultades que esto entraña porque además de evitar conceptos erróneos hay que cuidarse de no pecar por exceso ni por defecto. Me apoyaré en las tres definiciones que siguen para anunciar la mía propia:
Dice Gill(8c):
 “ El psicoanálisis es aquella técnica que, empleada por un analista neutral, da como resultado el desarrollo de una neurosis de transferencia regresiva cuya resolución se produce, en última instancia, solamente por medio de técnicas de interpretación.”
Leo Rangell por  su parte afirma (20):
      “El psicoanálisises un método terapéutico por medio del cual se logran condiciones favorables al desarrollo de una neurosis de transferencia, en la cual se reinstala el pasado en el presente con el fin de que, por medio de un  ataque sistemático  a las resistencias que se oponen a ello, se resuelva la neurosis (de transferencia e infantil) hasta el punto de producir cambios estructurales en el aparato mental del paciente para que éste sea capaz de lograr una adaptación óptima de la vida.”
Por último  W.  y M. Baranger (3) lo definen de la siguiente forma:
“La resolución sucesiva de todas las trabas que se oponen a la comunicación  y movilización del campo mediante la interpretación generadora de insight.  Es el producto de la relación paciente-analista, su objeto es la fantasía inconsciente del campo simbiótico desimbiotización permite la modificación y recuperación de las partes propias involucradas en la simbiosis.
“El insight provoca o concuerda con una modificación de la situación interna del paciente.
“Lo comprendido y discriminado en el campo es recuperado como partes o aspectos de su mundo interno, se integra a su persona y hace aparecer enforma correlativa al analista como tal.”
Estas tres definiciones difieren en amplitud, precisión y especificidad, pero también tienen puntos en común.
W. Y M. Baranger limitan, hasta el punto de hacerla inoperante, el alcance de su definición al afirmar que “…su objeto [del proceso analítico] es la fantasía inconsciente del campo simbiótico cuya desimbiotización permite la modificación y recuperación de las partes propias involucradas en la simbiosis”.
Me parece que las definiciones de Gill y Rangell van más a lo esencial porque hablan en términos de neurósis de transferencia, acentúan su carácter regresivo y afirman la necesidad de recurrir a la interpretación como instrumento terapéutico último.  Hablar de una fantasía inconsciente de campo simbiótico es plantear una posibilidad que, a mi juicio, no está suficientemente demostrada; manejar el concepto de neurosis de transferencia es, por el contrario,  dialogar en un idioma aceptado y entendido por la inmensa mayoría de los psicoanalistas.
Los puntos que enumero a continuación incluidos casi todos en las definiciones descritas, constituyen en mi opinión los ingredientes imprescindibles para todo proceso terapéutico que pretenda llamarse psicoanalítico.
1) El proceso analítico tiene una finalidad terapéutica.
2) Exige el conocimiento de condiciones que favorezcan el surgimiento, desarrollo y resolución de una serie de fenómenos regresivos llamados neurosis de transferencia.
3) La fuente de información por excelencia proviene de la asociación libre.
4) La información debe ser, en última instancia, el instrumento que promueva el desarrollo y logre la resolución de la neurosis de transferencia.
5) La neurosis de transferencia no es solamente la revivencia del pasado en el presente sino que está compuesta de los conflictos infantiles, la forma en que fueron resueltos y los efectos que todo ello tuvo en el desarrollo posterior de la personalidad.
6) La complejidad de la información que debe ser elaborada en el proceso analítico y las raíces tempranas de los patrones según los cuales se resolvieron los primeros conflictos limitan el proceso a una relación bipersonal en la realidad.  Esto no excluye que en el mundo interno la relación bipersonal se  fragmente o amplíe de acuerdo con las necesidades de la fantasía inconsciente.
7) El paciente debe estar en condiciones de sentir y aceptar al analista en su carácter de objeto real, aliado a sus objetos buenos pero distinto a ellos.
8 ) La curación ha de ser comprendida en términos metapsicológicos y debe consistir en un grado óptimo de adaptación para cada paciente dado.  Por adaptación entiendo relaciones constructivas no sólo en el ambiente (mundo externo) sino también con el mundo interno.
El incumplimiento de uno solo de estos puntos despoja de su carácter psicoanalítico al proceso terapéutico que estamos estudiando hoy lo transforma en un proceso psicoterapéutico dinámico o psicoterapéutico psicoanálitico.
El análisis detallado de todas las consideraciones enumeradas llenaría varios volúmenes, por lo tanto me limitaré a enunciar una definición aunque no ignoro que ha de tener sus puntos vulnerables.  Haré también varias consideraciones psicoanalíticas específicas acerca de los principios teóricos que la sustentan.
El proceso analítico resulta de la aplicación, en un campo determinado, de una serie de principios técnicos derivados de un cuerpo de teoría: el psicoanálisis.  El cumplimiento de las condiciones descritas debe producir siempre el mismo proceso básico. Vale decir que todo individuo colocado por voluntad propia en un encuadre caracterizado por una relación bipersonal en la que se le priva de la mayor cantidad posible de información referente a una de las partes (el terapeuta) y a cuyas  exigencias efectivas (aumentadas por la situación analítica) no se responde más que en forma muy limitada, aunado todo esto a que mediante la interpretación se le hacen conscientes y comprensibles, desde todos los puntos de vista del enfoque metapsicológico, sus procesos psíquicos y la forma de manifestarse en la conducta, efectuará un movimiento regresivo que será observable clínicamente en forma de la llamada neurosis de transferencia.  Para hablar propiamente de “proceso analítico” la neurosis de transferencia debe ser analizable, es decir, susceptible de resolverse fundamentalmente por medio de la interpretación.  El grado de analizabilidad depende, en gran parte, de la capacidad de preservar las relaciones de realidad con el analista, entre las cuales ocupa un lugar importante la alianza terapéutica. El proceso analítico propiamente dicho va precedido de una fase pre-analítica y seguido de una fase post-analítica.
En la fase pre-analítica se tiene unas noción distorsionada del análisis y del analista  debida al efecto causado en el mundo interno del paciente por la información que acerca de ellos le suministró el ambiente.
Durante la fase post-analítica (1) el paciente realiza el duelo por la pérdida del analista como tal y estructura un tipo de relación con éste en  términos de realidad.
Las características del proceso analítico plantearon desde un principio limitaciones terapéuticas. Respondiendo al llamado de Freud en el sentido de que el abordaje terapéutico de las ‘psiconeurosis narcisistas’ sólo sería posible profundizando en el conocimiento de la psicología del yo, Fedem, M.Klein, Hartmann, Kris, Löwenstein y Erikson, para citar los más importantes, formularon principios que permitieron extender al campo de aplicabilidad del psicoanálisis y dieron nacimiento a las psicoterapias psicoanalíticas.  Por otra parte el conocimiento más exacto de la estructura del aparato psíquico así como la observación directa de niños, al proporcionar más datos acerca de las vicisitudes del desarrollo del individuo, permitieron a la terapia psicoanalítica entrar en terrenos que antes le estaban vedados.
Si para el tratamiento de las histerias y de la neurosis obsesiva constituía la angustia de castración el nódulo del problema, para cuadros más regresivos y mas graves como son los trastornos del carácter, las impulsiones y las psicosis, se encontraron factores y angustias mucho más primitivas. No sé si habremos llegado a un punto donde el conocer más ya no traerá aparejado que el psicoanálisis como terapia abarque más. Tal vez, como parece ser lo que ocurre en la actualidad, debamos conformarnos con que la ampliación de nuestro conocimiento nos explique la razón de las limitaciones de la terapia psicoanalítica.  En todo caso, siempre puede ocurrir que la interpretación sistemática de tipos de ansiedad a los que antes no se les había prestado suficiente atención nos permita continuar la expansión terapéutica.
En la actualidad se piensa que sólo es factible el proceso analítico cuando el paciente ha logrado alcanzar el estado que se llama “constancia de objeto”.
Puede decirse que esta línea de pensamiento se inició con la siguiente afirmación de Freud (el prólogo al libro de Aichorn  “Juventud Descarriada”, Gill [8d]): “La posibilidad de ejercer una influencia analítica se basa en precondiciones bien definidas, que pueden resumirse bajo el  término ‘situación analítica´; para esto es preciso que se hayan desarrollado ciertas estructuras psíquicas y una actitud particular hacia el analista.  Cuando éstas no existen, ** como ocurre con los niños, los delincuentes juveniles y por regla general en los criminales impulsivos, debemos usar algo distinto al análisis, pero que, sin embargo, persiga el mismo propósito que éste.”
Ana Freud (4), en un comentario acerca de la duda que expresa L. Stone sobre “la incapacidad narcisista para hacer transferencia”, aclara que tal incapacidad no siempre se debe a una regresión sino que en muchos casos es atribuible a ciertos defectos básicos del desarrollo emocional. Al respecto dice así:
 “Me refiero a aquellos individuos que cuando niños fueron cuidados en instituciones o por sustitutos maternos rápidamente cambiantes debido a que la relación con sus madres quedó interrumpida en forma traumática durante el primer año de vida o poco después, ya sea por muerte, por alejamiento de la madre o por la desintegración de la familia…  Su grado de anormalidad depende, por supuesto, de la edad específica en que perdieron sus vínculos objetales.  Cuando esto ocurrió antes de que alcanzacen el estado de ´constancia del objeto´, los adultos sólo cuentan para ellos como objetos satisfactores de sus necesidades.  Son importantes como protectores, como abastecedores de comida y ropas o, en el mejor de los casos, como fuentes de placer, pero no son objetos amados en el estricto sentido (objeto libidinal) de la palabra.  Las relaciones con el ambiente son generalmente superficiales (planas), y están sujetas a cambios rápidos.  Se observa también una promiscuidad acentuada. En el análisis de este tipo de pacientes puede verse, asimismo, que no hay reserva alguna de amor u odio objetal arcaico a la que pueda recurrir la transferencia.  Las relaciones con el analista, configuradas según el único patrón  de que dispone el paciente para regular sus relaciones de objeto, se caracterizan por ser superficiales e inseguras; y puesto que la líbido no llegó concentrarse nunca totalmente en objeto alguno, tampoco parece posible la concentración del material en una neurosis de transferencia.” (En relación con la separación y el duelo durante esta fase y también durante el proceso analítico propiamente dicho, véanse las siguientes notas bibliográficas: 15, 16 y 17.)
Merton Gill  se refiere, creo yo, al mismo tipo de paciente cuando hace la distinción (8e) entre “transferencia” y “neurosis de transferencia” y cuando más adelante (8f) señala que la idea de Freud acerca de la incapacidad de ciertos pacientes para desarrollar una transferencia ha sido revisada y ahora se sabe que lo que ocurre en estos casos es que “la transferencia es florida, salvaje y fluctuante” y continúa…”Lo que les cuesta mucho trabajo es desarrollar una relación de objeto estable que haga de la transferencia un instrumento terapéutico utilizable”.
Desde el punto de vista descriptivo, estoy completamente de acuerdo con las anteriores afirmaciones de Anna Freud y Merton Gill.  Sin embargo, opino que sería más fructífero enfocar el problema metapsicológicamente y considerar que toda transferencia de paciente a analista es neurosis de transferencia (o psicosis de transferencia según el caso), lo que sería más concordante con el hecho de que la relación con el analista depende del tipo de neurosis o psicosis del paciente.
Me parece que el mismo Gill apunta hacia lo verdaderamente esencial al concluir que lo importante no es valorar el problema según la constancia o inconstancia de objeto sino de acuerdo con la posibilidad o no de que la transferencia pueda ser analizada y resuelta.
Claro que esto nos lleva a preguntarnos si una neurosis o psicosis de transferencia que tenga como ingrediente una inconstancia de objeto resulta analizable.  Esto tendrá que ser tema de otro trabajo.  Yo preferiría hablar de inespecifidad de objeto en vez de inconstancia objetal pues no creo que nadie pueda sobrevivir sin que exista un grado mínimo de constancia en la relación con aquello (objeto) que satisfaga las necesidades básicas del individuo.  Y hablar de constancia implica que se llenen todos los requisitos del planteo metapsicológico, es decir:  que haya fuerzas psíquicas en juego (dinámico), que existan energía psicológicas activas (económico), que los proceso mentales sucedan en el ámbito o a consecuencia del interjuego de ciertas estructuras (estructural), que todo fenómeno psicológico tenga un origen y un desarrollo psicológicos en donde sea preponderante el factor temporal desde sus más remotos orígenes (genético) y finalmente que se tenga en cuenta la relación con el medio ambiente (en donde quedan incluidas las relaciones de objeto) (adaptativo) (21).
En este sentido, el tipo de individuo al que nos estamos refiriendo no llega nunca, tal vez, a establecer una relación específica con este o aquel objeto sino que permanece en lo que podríamos llamar un estado genérico de relación caracterizado por reaccionar en forma similar ante todo lo que llene la función satisfactora de necesidades, sea animado o inanimado.  Esta situación es consonante con los distintos pasos que sigue el niño en su progresión hacia las fases de individuación separación estudiada por Margaret Mahler (19).  Si mientras ocurre esta importantísima tarea, el objeto satisfactor de las necesidades –la madre por ejemplo- no da el mínimo de gratificación aceptable el nivel adaptativo puede configurarse por ejemplo en un autismo secundario. Como lo han señalado Ana Freud y otros, la época del desarrollo en que el niño es abandonado dará lugar a un tipo de patología característica.
En este sentido hay casos de cambios tempranos en el objeto gratificador que  terminan en una buena relación genérica cuando los distintos  objetos son relativamente buenos.
Por todo lo que hemos expuesto parece evidente que es necesario conocer más y mejor acerca de los tres primeros años de vida, particularmente de los dos primeros.
E. Zetzel (22) ha hecho aportaciones sumamente valiosas.  Partiendo de las características de la relación madre-hijo durante el primer año de vida, estudia el desarrollo de las funciones más importantes del yo, tanto en lo que se refiere a las identificaciones primarias como a los aparatos de autonomía secundaria.  Dice: “En síntesis, reitero mis afirmaciones anteriores en relación con la importancia del conflicto intrapsíquico y su resolución con respecto a la teoría del proceso analítico.  El tratamiento psicoanalítico presenta muchas analogías con los procesos tempranos del desarrollo que podemos resumir brevemente.  En primer lugar, el desarrollo adecuado de las etapas avanzadas de la infancia depende del establecimiento temprano de la conservación de buenas relaciones de objeto. Paralelamente, el surgimiento y resolución adecuada de la neurosis de transferencia en el psicoanálisis clínico dependen del establecimiento  conservación, en todo momento, de la alianza terapéutica.*
Aún más, las cualidades del analista que promueven mejor la alianza terapéutica corresponden en muchos aspectos a aquellas respuestas intuitivas de la madre que determinaron en el bebé un desarrollo temprano adecuado del yo.  Algo más adelante continúa: “Finalmente, así como un desarrollo saludable en  la niñez y la adolescencia conduce a la independencia, madurez y autonomía adecuadas del joven adulto, también la  terminación satisfactoria de un análisis trae aparejada autonomía e independencia.  En ambos casos es necesario atravesar un proceso de separación* que incluye componentes de pesar y duelo conducentes a la reintegración de identificaciones estables y adecuadas.”
Es importante insistir en que para E. Zetzel (23) la alianza terapéutica es una “relación de realidad”.  En consecuencia afirma: “…Puesto que para muchos pacientes la relación difiere cualitativamente de cualquier otra previamente establecida, mal podemos definirla como transferencia” (A propósito, este concepto de algo nuevo, que no pertenece a la transferencia, y que surge de la interacción paciente-analista, que por otra parte va ganando en complejidad durante el proceso analítico y que resulta indispensable para la cura, nos recuerda la hipótesis de Pichon Riviére acerca de la espiral resultante de los distintos encuentros –en términos de asociación, interpretación, respuesta- entre paciente y analista). Además sostiene que desde el momento en que se establece constituye, al mismo tiempo, una identificación y una relación de objeto.  También considera que la “constancia de objeto” basada en una diferenciación suficiente en la segunda mitad del primer año de vida, entre el yo (self) y el no-yo, es decir entre el sujeto y el -objeto, es requisito indispensable para que se establezca una buena alianza terapéutica.
Los estudios de Margaret Mahler (19) acerca de la fase simbiótica que caracteriza los primeros cinco o seis meses de la relación madre-hijo y de las sub-fases de separación-individuación que la siguen demuestran la importancia que tienen en el proceso del desarrollo las reacciones a la separación.  Hablando de la tercer sub-fase dice: “…en tanto el niño se hace consciente de su estado de separación, se resiste a la separación de su madre por medio de toda clase de mecanismos…” Aduce que si las cosas transcurren normalmente el niño supera su angustia de separación y entra a la cuarta sub-fase en la cual logra la constancia de objeto (25 a 36 meses).
Esto corresponde, como se ve, al terreno E. Zetzel considera apropiado para poder establecer y mantener una alianza terapéutica adecuada.
En los casos en que el niño no puede superar adecuadamente la angustia de separación surge lo que Mahler llama signos de peligro.”…una angustia de separación mayor que el promedio, juna adhesividad mayor que lo habitual a la madre o lo opuesto: un continuo apartarse impulsivo de ella con el propósito de que corra detrás de él; finalmente serias perturbaciones del sueño”.
A mi juicio la angustia de separación no ha sido tomada suficientemente en cuenta en la mayor parte de los trabajos que estamos estudiando cuando, como hemos visto, desempeña en realidad un papel tan importante en el desarrollo del individuo y por ende en el proceso analítico, ya que éste consta por excelencia de una serie de experiencias de separación y reunión que el paciente manejará de acuerdo con el patrón aprendido en la infancia.
El estudio del duelo normal y patológico (11) y el análisis de pacientes con fobias de espacio, en particular fobia a la altura (12, 13, 14), acrecentaron mi interés por los problemas de angustia de separación y así fui desarrollando un modelo conceptual acerca de ésta.
Para ello si bien considero el problema desde el momento en que hace su aparición la angustia-señal (alrededor del quinto o sexto mes) no ignoro la importancia de las experiencias gratificantes y frustradoras que suceden con anterioridad.
En mis investigaciones realicé un diferenciación entre el ser abandonado y abandonar.  Desde el momento del desarrollo en que aparece la angustia-señal hasta que el niño domina la locomoción bípeda predomina, con respecto a la angustia de separación el peligro de ser abandonado pero después el peligro de perder el objeto abandonándolo, pasa a ser predominante.
En uno de mis trabajos (14) sobre la urgencia de reunión digo lo siguiente:
“…Esta distinción entre abandonar y ser abandonado es importante porque, si bien la angustia de separación resultante es la misma en ambos casos, los mecanismos a que da lugar pueden diferir en forma considerable. Así el niño que se siente abandonado por la madre trata de hacerla volver por medio del grito, del llanto, de la amenaza o de la súplica real o fantaseada, consciente o inconsciente, abierta o disfrazada. Pero si el niño es el que se va, su primer impulso para reunirse con la madre es el de volver, el de desandar lo andado”.
Debido a la confusión existente, en el uso de los términos “angustia de separación”, “angustia de abandono”, “recuperación”, “reunión”, etc., juzgo indispensable puntualizar lo que yo quiero decir con los conceptos que uso(14): “…Yo entiendo por ‘angustia de separación’ aquel tipo especial de angustia que surge como señal de alarma en un individuo cuando se produce un cierto alejamiento –variable según los casos- de un objeto necesitado. Uso el vocablo ‘objeto’ en su acepción psicoanalítica, es decir, refiriéndome a lo que satisface, o donde se satisface una necesidad instintiva ya sea en su forma más primitiva o en sus derivados más lejanos. Esto quiere decir que el objeto puede ser indistintamente un persona, un lugar, una cosa o una abstracción según el grado de transformación que haya experimentado la necesidad instintiva”; “… pienso que debemos restringir el uso del término ‘urgencia de recuperación’ a esos casos en los que el sujeto busca la vuelta del objeto, y propongo el término ‘urgencia de reunión’ para cuando la angustia de separación surge a consecuencia del abandono del objeto por el sujeto. A decir verdad la urgencia de reunión que tiene por finalidad lograr el reencuentro del objeto debería constituir un subgrupo de la urgencia de recuperación ya que reunirse con el objeto es recuperarlo.  Sin embargo, a falta de un término mejor seguiré usando el de urgencia de recuperación’ en el sentido restringido recién descrito.  Según esto, la ‘urgencia de recuperación’ en el sentido es, en esencia, de carácter introyectivo y pasivo, mientras que la ‘urgencia de reunión’ es fundamentalmente proyectiva y activa”.
Tanto la urgencia de recuperación como la urgencia de reunión pueden dar lugar a situaciones de peligro como por ejemplo en el caso de la fobia a la altura, en donde la urgencia de reunión se expresa en forma del impulso a reunirse por la vía más corta –el salto- con la madre.
A partir del concepto ‘urgencia de reunión’ el Dr. Roger H. García Garza denominó ‘angustia de reunión’ a la provocada por esta situación que para él engloba también la recuperación como lo expresa en distintos trabajos (5, 6, 7). Sin embargo, creo necesario señalar que así como considero distintas la ‘urgencia de recuperación’ y la ‘urgencia de reunión’ debemos hablar de ‘angustia de recuperación’ y de ‘angustia de reunión’. La línea de pensamiento seguida después por el Dr. García Garza, si bien tiene puntos comunes con la mía, difiere básicamente de ella.
Transcribiré aquí el modelo que elaboré acerca de la ‘angustia de separación’:

Para que pueda mantenerse la alianza terapéutica es preciso que predomine la secuencia: urgencia, angustia y modalidad de reunión.  Esto no quiere decir que en la neurosis de transferencia esté ausente la secuencia: urgencia, angustia y modalidad de recuperación.
Cuando más prevalezca la modalidad de reunión tanto más profunda se podría hacer la regresión al servicio del yo porque la constancia de objeto le permite al paciente manejar y  controlar la distancia –real o simbólica- con su objeto (analista).  En el caso de la urgencia de recuperación los mecanismos que actúan son mucho más primitivos y por lo tanto significan que el paciente se siente al arbitrio exclusivo del analista en la misma forma en que realmente lo estuvo al de la madre durante el período en que la separación provenía exclusivamente del abandono por parte de ella.
Tanto la angustia de recuperación como la de reunión son parte indispensable en el proceso de desarrollo y tienen un valor adaptativo en la medida en que regulan la distancia con el objeto.
Con este trabajo creo haber contribuido, en alguna medida, a mejorar nuestro idioma común, facilitando así la comunicación de las complicadas experiencias que nos son afines.  Si además conseguí no caer en el engaño de disfrazar lo viejo con ropas nuevas, para satisfacer la urgencia de reunión, ni vestir a lo nuevo con los harapos de lo viejo, con el fin de hacer tolerable la angustia de separación, me doy por plenamente satisfecho.