Texto de Gino Amici di San Leo dedicado al Dr. Avelino González. Se publicó en la Revista Gradiva No. 2, Vol. II, mayo-agosto, en 1981.

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No fue fácil despedir a Avelino González, cuando se regresaba con su familia a México, después de años pasados entre nosotros en Buenos Aires.

Había llegado de México, la patria que él eligió, en 1947, enredado  entre la nostalgia de lo que dejaba y lo nuevo y difícil de un país, costumbres y gentes extrañas. Venía a realizar en la Asociación Psicoanalítica Argentina su formación psicoanalítica tarea que le demandaba mucho tiempo.

Así, año tras año, como otros muchos que también lo hicieron, luchando contra lo de afuera y lo de adentro, se analizó, estudió, trabajó duramente para completar luego, con brillo, su formación. Presentó trabajos, intervino en symposiums, dictó seminarios; participó de nuestro quehacer diario que también lo hizo suyo y fue uno de más de nosotros.

Aprendió así a querernos mientras nosotros también lo quisimos.

Queríamos de él su cara sonriente y su risa ruidosa, su ruda franqueza y su forma acalorada de discutir; conocimos sus penas y su forma fuerte y contagiosa de opinar y actuar. Su voz de matices disonantes, llena de emoción cuando cantaba, nos hacía sonreír  con su acento español con ribetes mexicanos, en el que iban apareciendo tonadas y dichos porteños.

Ese era el amigo a quien despedíamos en su regreso; momento de garganta y pecho apretados, con la inevitable pregunta de toda despedida, ¿hasta cuándo?

No fue larga la espera. Alternando con sus tesoneras actividades didácticas que lo llevaron hasta una de las vicepresidencias de la Asociación Psicoanalítica Internacional, él volvió, una y varias veces. Y siempre encontramos al “viejo” y querido Avelino, con su característico saludo: ¿Qué hay?, que es cada vez más mexicano y cada vez menos criollo.

Hoy, en junio de 1981, esta vez solo y en voz alta con la misma pena de los muchos que lo quieren, tengo que despedir al gran amigo que se va, que se fue otra vez.

Pero esta vez querido Avelino, no tengo palabras.