Texto de la Psic. Martha Reynoso Ibarra que apareció en el Gradiva No. 3, Vol. 1, Año 1980.

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En un cuento de las mil y una noches aparece un personaje, cargador de profesión, de origen muy humilde y condiciones de vida difíciles que prefigura con gran calidad la configuración que existe entre la frustración y la agresión al afirmar: “las penas, las fatigas y las miserias, que nada dejan en la mano, hacen descortés, necio e insolente al hombre”

Tal como sucede con la literatura y la poesía que han pasado a ser llamadas clásicas, los autores se anticipan al pensamiento psicoanalítico y resumen brillantemente fenómenos muy complejos y abigarrados pero comunes en el hombre.

Por frustración se entiende la privación en la satisfacción de los deseos libidinales. Esta privación puede ser de origen externo o interno. Se debe hacer hincapié en que la privación externa causa las neurosis o las psicosis únicamente cuando se une a una privación interna.

Las frustraciones pueden ser tanto constructivas como destructivas.  Esto va a depender: de la etapa del desarrollo más o menos temprano en que se reciban, o de que tan capaz es el aparato psíquico de soportar la tensión de los estímulos y de aplazarlos hasta el momento de la descarga. La formación y desarrollo de este aparato dependerá de la calidad de la relación con la madre y del cariño y cuidados que ésta prodiga y que son, la recompensa que se ofrece al niño, a las frustraciones impuesta por el medio, haciéndolas más tolerables.

Cuando la frustración es moderada, el niño aprenderá a usar las descargas motoras en la modificación y manejo de la realidad, transformándolas en acción. También aprenderá a renunciar al placer momentáneo de consecuencias inseguras para alcanzar por nuevos caminos un placer ulterior más seguro.

La capacidad de tolerancia a la frustración constituye en la clínica uno de los índices más significativos que usamos los psicoanalistas para valorar la mayor o menor salud mental de los individuos.

Fue hasta 1920 que Freud le reconoció al odio una participación más completa dentro de su teoría que explica la vida psíquica del hombre y la destrucción, odio y agresividad pasaron a ser considerados como manifestaciones de un impulso agresivo con origen propio y más primitivo que el impulso sexual. Dice Freud “aunque la teoría psicoanalítica de los instintos siempre fue estrictamente dualista y en ningún momento dejó de reconocer, junto a los instintos sexuales, la existencia de otros, a los cuales atribuía precisamente la energía necesaria para rechazar los instintos sexuales. Originalmente, esta antítesis de los instintos se había establecido entre los instintos sexuales y los instintos del Yo, mientras que una orientación más reciente de la teoría la plantea entre el Eros y el instinto de muerte o destrucción”.

Además de instintiva, la agresión puede ser: una reacción a una amenaza a la auto conservación, reacción a la frustración o amenaza de frustración del impulso libidinal, un elemento constitutivo del impulso libidinal y por último el producto secundario de una actividad yoica tal como el dominio del mundo externo o el control del propio cuerpo o la propia mente.

Existe toda una gama de frustraciones y de interrelaciones entre la frustración y la agresión que vividas en diferentes edades y condiciones del individuo van a traer diferentes resultados.

Los casos extremos permiten destacar la importancia del fenómeno pero evidentemente al ser extremos impiden  su generalización.

El cuento de Juan Rulfo, La Herencia de Matilde Arcángel ilustra la forma más grave en que se puede dar la difusión de los impulsos libidinal y agresivo, con la predominancia del odio y la muerte sobre el amor y la vida. Recordemos el cuento a que estoy haciendo referencia:

“En corazón de María vivían no hace mucho tiempo, un padre y un hijo conocidos como los Eremites, si acaso porque los se llamaban Euremios. El chico “al que Dios hizo todo alrevesado, hasta se dice que de entendimiento. Y por si fuera poco el estar trabado de flaco, vivía si es que todavía vive aplastado por el odio como una piedra, y válido es decirlo, su desventura fue la de haber nacido”.

“Quién más lo aborrecía era su padre”.

“Euremio grande tenía un rancho apodado las ánimas, venido a menos por muchos  trastornos, aunque el mayor de todos fue el descuido. Se lo bebió entero a tragos. Vendiendo pedazo tras pedazo de rancho y con el único fin de que el muchacho no encontrara cuando creciera de donde agarrarse para vivir”.

“La madre se llamó Matilde Arcángel. Cuanto arriero recorría esos rumbos alcanzó a saber de ella y pude saborearse los ojos mirándola. Pero total, se la apropió el Euremio”.

“Después engordó, tuvo un hijo. Luego murió. La mató un caballo desbocado”.

“A mí me tocó cerrarle los ojos llenos de agua y enderezarle la boca torcida por la angustia. Ya les conté que la encontramos sobre su hijo. Tenía la mirada abierta puesta en el niño”.

“Todavía viviría, se puso a decir él, si el muchacho no hubiera tenido la culpa”  y contaba que al niño se le había ocurrido dar un berrido como de tecolote, cuando el caballo que venían  era muy asustón. Da unos berridos que hasta uno se espanta, y yo para qué voy a quererlo, él de nada me sirve, la otra podía haberme dado más y todos los hijos que yo quisiera; pero éste no me dejo ni siquiera saborearla”. Ya no sabía uno si era pena o coraje lo que sentía por la muerta. Lo que sí se supo siempre fue el odio que le tuvo al hijo. Euremio chico creció a pesar de todo, apoyado en la piedad de unas cuantas almas; casi por el puro aliento que trajo al nacer”.

“Yo los procuraba poco. Supe porque me lo contaron que mi ahijado tocaba la flauta mientras su padre dormía la borrachera”.

“Un día quieto, llegaron unos revoltosos, aquello estaba tan calmado que ellos cruzaron tan sin armar alboroto, lo que más se oía era la musiquita de una flauta que se les agregó al pasar frente a la casa de los Eremites”.

“A pocos días, pasaron también  sin detenerse tropas del gobierno y en esta ocasión Euremio el viejo les pidió que lo llevarán”.

“Unos llegaron diciendo que allá en los cerros se estaba peleando desde hacía varios días y que por ahí venían ya unos casi de arribada. Vi venir a mi ahijado Euremio montado en el caballo de mi compadre Euremio. Venía en ancas, con la mano izquierda dándole duro a su flauta mientras que con la derecha sostenía, atravesado sobre la silla, el cuerpo de su padre muerto”.

Estos mismos fenómenos los estudió Rene Spitz en su libro el Primer Año de Vida en el Niño y coinciden con lo descrito como la reacción más crítica que pueden tener los niños a la privación afectiva total.

“La ausencia de relaciones objetales causada por la carencia total afectiva detiene el desarrollo en todos los sectores de la personalidad. Cuando la carencia de relaciones objetales hace imposible la descarga de los impulsos agresivos, el lactante volverá  la agresión sobre sí mismo”.

“Hemos establecido la hipótesis de que se produce una defusión de los dos instintos y la agresión separada del impulso libidinal se vuelve sobre el niño privado de provisiones afectivas y produce el deterioro”.

“En estos niños cesan todas las actividades auto eróticas, incluso la succión del pulgar. Se tiene la impresión de que en estos niños el impulso libidinal se emplea exclusivamente para fines de conservación, para mantener lo más posible el resplandor de la fuerza vital que va debilitándose”. (Spitz, 1965).

En el personaje de Rulfo podemos apreciar cómo ante la pérdida de su madre, el pequeño Euremio queda a merced del odio de un padre que no le prodiga cuidados por estar dominado, por el rencor que le siente.

Inexplicablemente lo que le queda de “aliento de vida” le permite sobrevivir, este aliento  pueden haber sido algunas personas que lo cuidaron, pero tan  sólo para que no muriera. No parece que hubiera una relación más allá de los cuidados más elementales, dado que hasta su desarrollo físico es pobre. Solo se relaciona con su flauta, al llega a una edad en la que puede actuar el impulso agresivo mata al padre, después de haberlo odiado toda la vida.

Es necesario ahora recordar que los fenómenos de la regresión y la fijación son procesos que resultan de la frustración.

Denominamos fijación al estancamiento de una tendencia parcial en una temprana fase del desarrollo y regresión al proceso por el cual se emprende una marcha retrógrada y se vuelve a fases anteriores del desarrollo: éste puede ser hacia los primeros objetos que la libido hubo de revertir o sea la madre y padre o el retroceso puede darse en toda la organización sexual hacia fases anteriores, entonces se prefieren gratificaciones orales o táctiles a las genitales de la vida adulta.

Cuando el desarrollo del individuo es incompleto traerá consigo numerosas y variadas fijaciones tanto a fases primitivas de la organización psicosexual como a objetos que la mayor parte de las veces no son ya capaces de procurar una satisfacción. Como podrán suponer, puesto que para que la frustración se experimente como patógena es necesario que a la vez que sea externa, debe reavivar una frustración infantil que constituya parte del psiquismo.

Como consecuencia, mientras más fijaciones tenga un individuo, menores serán los recursos con los que podrá sortear las privaciones y mayores serán las probabilidades de que las frustraciones recaigan precisamente en aquellas pocas formas de satisfacción de las que puede ser capaz.

La fijación de la libido y la tolerancia a la frustración tienen un equilibrio tal que cuando una aumenta, la otra disminuye. El resultado que todos conocemos es tristemente paradójico, les va más mal a los que están más mal y sus reacciones por su odio y destructividad vuelven las situaciones más complicadas.

Qué bien sabemos qué diferente es un niño que ante las frustraciones puede elaborarlas y aprender de ellas ,aunque sienta dolor, de aquellos niños que ante las frustraciones reaccionan con rabietas en las que no sólo ellos salen dañados sino que se buscan el rechazo de los otros.

A través de todo el desarrollo infantil son muchas las personas que van a influir en forma positiva o negativa, pero existe una duda popular que podría resumirse en esta pregunta: ¿Por qué siempre se culpa a la madre?

Si decimos que existen dos impulsos contradictorios y que es necesario que se den fusionados para que el equilibrio entre ellos lleve a una actividad y psiquismo saludables, el elemento esencial para lograr esta fusión tiene que ser el que pueda coexistir en una sola persona.

Por eso es que la madre es nuestro objeto más importante, la principal gratificadora y la principal frustradora.

Con frecuencia a pesar de reconocer que fuimos cuidados y alimentados por nuestra madre, el dolor de haber sido en algún momento destetados, el haber sido destronados por un hermano o la frustración de saber que para nuestra madre no éramos nosotros lo más importante sino nuestro padre, son dolores que a veces no se apaciguan jamás.

Es así, que cuando estos hechos ocurren en la realidad, vemos cómo los niños se tornan celosos, rebeldes, desobedientes durante algún tiempo y en la vida adulta, cuando en alguna forma revivimos estas amenazas nos sorprendemos por lo exagerado que algunas veces podemos sentir de nuevo. Cuando nos sentimos destronados, desplazados, abandonados, celosos, que tanto esto pertenece a la realidad actual y que tanto son residuos de aquella primera relación con nuestra madre.

Y en todas las relaciones que son importantes en el presente, reconocemos que mientras más intensa es la relación y menos posibilidad hay de que ésta se termine,  mayor tendencia hay a la agresión y más sensibles nos hacemos a las decepciones y privaciones.

Qué diferentes son aquellas relaciones que sabemos que no van a durar, cuán poco nos puede frustrar y qué poca agresión existe.

Con frecuencia se ha dicho que el psicoanálisis lleva a los individuos a descargar sus impulsos en forma indiscriminada. Aquí transcribo una cita textual de S. Freud que puede contestar lo anterior:

“El psicoanálisis jamás estimuló el desencadenamiento de nuestros instintos socialmente perniciosos, bien al contrario, señaló su peligro y recomendó su corrección”.

Toda educación por benigna que sea tiene que ejercer coerción e imponer limitaciones y prohibiciones, lo que despierta en los niños y jóvenes respuestas rebeldes y agresivas. Los educadores hábiles son aquellos que conocen el límite y camino entre el dejar hacer y la prohibición, son personas que saben procurarle al niño un máximo de beneficios causándole un mínimo de daños, que no abandonan al niño ante la emergencia de sus impulsos.

Con la frustración para la educación y como límite a la agresión se debe de saber cuánto, en qué época y con qué medios se puede prohibir y sobre todo entender que se debe mantener la predominancia de lo libidinal en la relación para poder lograr la justa medida de cariño en que se conserve eficaz la autoridad.

BIBLIOGRAFÍA

  1. FREUD, S. Obras Completas. Editorial Biblioteca Nueva, España.
  2. RULFO, JUAN (1953) “El llano en llamas”. Fondo de Cultura Económica.
  3. SPITZ, RENÉ A. (1964). El primer año de vida en el niño. Fondo de Cultura Económica.