En esta ocasión compartimos un trabajo del Dr. Joseph Simo, que se publicó en nuestra revista Gradiva, Vol. V, No. 3, año 1991-93.
En el amplio campo del pensamiento psicoanalítico contemporáneo algunos autores norteamericanos piensan que el psicoanálisis es–o debiera ser- una ciencia. Estos autores (Brenner, 1982; Grunbraum, 1984; Holt, 1989) siguen una traición que se remonta, por lo menos, a la crítica que Jones (1916) efectuó de Silberer, Adler y Jung por haber abandonado “los métodos y cánones de la ciencia, en particular la comprensión de la causalidad y el determinismo”. Hay que señalar que estos autores no comparten una visión uniforme del tipo de ciencia que el psicoanálisis representa. A partir de la publicación de la obra de Hartmann, una parte del pensamiento psicoanalítico ha tratado de transformar al psicoanálisis en una ‘Psicología general’. Las disputas más intensas oponen frecuentemente a Psicólogos del Yo, que insisten en la necesidad de “cientifizar” al psicoanálisis, a otros pensadores –Klenianos, por ejemplo- a los que acusan de apoyarse masivamente en una metapsicología que no tiene nada de científica.
Otros autores, los que siguen las huellas de Ricoeur (1970), definen al psicoanálisis como una hermenéutica (que también insiste en ser una ‘ciencia’, la ciencia que regula la exégesis). Ricoeur insiste en que la interpretación en Freud no se refiere solamente a una escritura, sino que se aplica también a cualquier conjunto de signos que se definan como un “texto” que se deba descifrar: los sueños, los síntomas neuróticos, y también el mito, los rituales, las obras de arte o las creencias. Ricoeur definió la hermenéutica como la ciencia de las reglas de la exégesis, y la exégesis como la interpretación de un texto, o de un conjunto de signos considerados como texto.
En los Estados Unidos, Spence (1982, 1987, 1990) ha insistido en recordarnos que la teoría psicoanalítica tiene una estructura básicamente metafórica. Si el psicoanalista que desea convertir al psicoanálisis en una ciencia se olvida de esta estructura metafórica, va a caer en la trampa de rectificar esas metáforas y separarlas de la práctica clínica en la realidad. Una realidad clínica, quiero señalar, que se forma a través de los intercambios inconscientes y profundos, entre los individuos que se desean y se fantasean mutuamente en el campo de la transferencia/contratransferencia.
El mismo Freud (1926), respondió a las acusaciones contra Theodor Reik –un importante miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, que no era médico- con un artículo en el que, definitivamente, indicaba que el psicoanálisis no era una rama especializada de la medicina. Ahí definió el psicoanálisis como parte de la psicología, una psicología de “lo profundo” en la mente y una teoría del “inconsciente mental”. Señalaba también que el psicoanálisis podía convertirse en una ayuda indispensable para todas las ciencias que estudian la evolución de la civilización y sus instituciones: el arte, la religión y el orden social. Para Freud, el psicoanálisis debería enseñarse en instituciones especializadas y el plan de estudios debería incluir materias de las “ciencias mentales”, psicología, historia de la civilización y sociología, además de anatomía, biología y el estudio de la evolución.
Sin embargo Nueva York, el puerto de entrada del psicoanálisis en los Estados Unidos, no siguió el consejo de Freud. Muy al contrario, los psicoanalistas norteamericanos insistieron en que el psicoanálisis debía ser practicado exclusivamente por médicos graduados en las facultades de medicina. Así pues, el deseo de Hartmann e convertir al psicoanálisis en una ‘ciencia’, encontró el terreno bien abonado en los Estados Unidos donde se tradujo ‘ciencia’ como ‘ciencia médica’. El espíritu democrático que prohíbe el regular exclusivamente la práctica de una profesión, tuvo como efecto la creación de Sociedades Psicoanalíticas no médicas  en las que los psicólogos y asistentes sociales reciben su formación psicoanalítica, sociedades que coexistían con las Sociedades médicas popularizadas por psiquiatras. Sociedades médicas y no médicas mantenían relaciones con frecuencia muy tensas, caracterizadas por el aire de superioridad ‘científica’ que pretendían tener las sociedades médicas. En el presente, debido a una combinación de circunstancias que incluyen factores como el que los psicoanalistas no médicos han tendido a cobrar cuotas más moderadas que las de los psiquiatras, y una batalla muy violenta y desagradable en los tribunales de justicia entre sociedades médicas, esta separación del psicoanálisis médico y no médico está progresivamente desapareciendo en los Estados Unidos. Sin embargo las raíces históricas de la manera de ‘pensar’ el psicoanálisis, facilitan estas controversias sobre el estatuto científico o hermenéutico del psicoanálisis.
En este debate sobre la ‘cientificidad’ del psicoanálisis, coincido con autores tan diversos como los teóricos de filiación Kleiniana, Lacan y Matte-Blanco, en considerar que en el esfuerzo que Hartmann hizo para ‘inyectar’ con ciencia al psicoanálisis, uno de los elementos más importantes de la teoría de Freud –su concepto revolucionario de la naturaleza del  Inconsciente- quedó muy disminuido y, en algunas formulaciones, desapareció completamente. Aunque no comparto completamente las formulaciones metapsicológicas de Melanie Klein (el instinto de muerte por ejemplo), ni tampoco la ecuación “estructura lingüística igual a inconsciente” en las formulaciones más radicales de los Lacanianos, estoy totalmente de acuerdo con estos autores en la importancia que otorgan al inconsciente en los procesos mentales.
Las características revolucionarias del inconsciente Freudiano son las que dan al psicoanálisis la incomparable riqueza de su campo de acción teórica, al mismo tiempo que sus limitaciones como ‘ciencia’. En su estudio “El inconsciente” (1915) Freud resumió las cinco características que él consideraba que constituían la naturaleza del inconsciente: La ausencia de mutua contradicción y negación, que une elementos que son en la forma lógica del pensamiento y que trata una idea y su negación como si fueran idénticos. Los mecanismos de desplazamiento y de condensación, ‘mueven’ por el espacio mental e interpersonal características que son “inamovibles” en el pensamiento lógico. La intemporalidad es una característica que no reconoce ni la historia, ni el paso del tiempo en el espacio mental. La falta de distinción entre la realidad externa y la realidad psíquica, insiste en que la percepción psíquica y la realidad material son una y la misma cosa.
Matte-Blanco estudió las características del inconsciente Freudiano tal y como Freud lo expuso en su obra seminal “La interpretación de los sueños” (1990), y encontró en esta obra ocho características más, complementarias de las que Freud enumeraría más tarde. Estas características son:
La co-presencia de contradicciones presenta una idea como conteniendo una contradicción y una ausencia de contradicción al mismo tiempo. El alternar entre ausencia y presencia de sucesión temporal que sugiere una mezcla de intemporalidad (una característica fundamental del inconsciente) y de temporalidad (respeto por la lógica). Otra característica del inconsciente que Freud indicaba es que, en el sueño, las conexiones lógicas son reproducidas como simultaneidad temporal. Una conexión lógica entre dos acontecimientos o dos pensamientos se expresan en el sueño como si ocurrieran al mismo tiempo. Otra característica es la de representar relaciones causales por medio del poner dos pensamientos en sucesión. El orden causa-efecto es reversible y presentada como contigüidad en el espacio y el tiempo. La equivalencia-identidad y conjunción de alternativas es una característica del inconsciente que trata como iguales dos cosas o ideas que no son idénticas, indicando la ausencia de contradicción y de negación. La similaridad: consonancia, es decir, la posesión de atributos comunes, presentados en el sueño bajo forma unificada. La co-presencia en sueños de pensamiento y de ‘no-pensamiento’, presenta procesos lógicos al lado de procesos ilógicos determinados por los mecanismos típicos del inconsciente. La última característica del inconsciente identificada por Matte-Blanco en La Interpretación de los Sueños, es la profunda desorganización de la estructura del pensamiento, que tiende a la  con-fusión de todo con todo.
El denominador común a todas estas características del inconsciente identificadas por Matte-Blanco es el que tienden a unir y a homogeneizar elementos heterogéneos de la realidad que son claramente distintos y separados. En su “The Unconscious as Infinite Sets (1975), Matte-Blanco sugirió que el descubrimiento fundamental de Freud, (en lo que se refiere a las características de inconsciente) fue la descripción de una forma de lógica “simétrica”. Así pues, el inconsciente, utilizando lo que Matte-Blanco definió como el ‘principio e simetría’, trata la oposición como igualdad, y la incongruencia como similaridad: trata las relaciones asimétricas (‘Juan es el padre de Pedro’) como si fueran perfectamente simétricas: (‘Pedro es el padre de Juan’). Si hoy y ayer son simétricos, el tiempo no existe. Así mismo si aquí y allá son lo mismo, tampoco existe el espacio. De la misma manera, si Juan siente una gran envidia al pecho materno, en su inconsciente no se refiere tan sólo al pecho izquierdo de su madre, la Señora Sánchez, sino a todos los pechos de todas las mujeres. Los individuales desaparecen y son reemplazados por la idea general de “pecho”, idea universal y totalitaria.
Matte-Blanco sugiere también –creencia que yo comparto con él- que podemos formular una ‘topografía’ del inconsciente: la existencia de estratos o zonas en la mente, a diferentes niveles de profundidad. Estas zonas se caracterizan por mayor o menor grado de simetría que se puede observan en cada zona. Así pues en los niveles más profundos de la mente, el inconsciente presenta un grado tal de simetría que lleva al individuo a sentir una gran unidad entre sujeto y todo lo no-yo, muy cercana del concepto matemático de indivisibilidad. La capacidad de pensar prácticamente desaparece, ya que esta capacidad requiere el establecimiento de relaciones asimétricas entre sujeto y cosas. Volveremos más tarde a esta idea de la unidad esencial en los niveles profundos del inconsciente y a su importancia en mi consideración de la dinámica del narcisismo primitivo en el vampiro.
De momento, para volver a la controversia sobre el estatuto científico del inconsciente, voy a declararme seguidor del camino abierto por Ricoeur –uno de mis maestros- y a situarme en la tradición hermenéutica. Para mí, el psicoanálisis es una exégesis, una interpretación de las estructuras y comunicaciones del inconsciente que Freud nos legó, re-definidas contemporáneamente por Matte-Blanco. La ausencia, esencial, del tiempo y del espacio en el inconsciente (además de las otras características señaladas) no nos permiten el uso de fórmulas ‘científicas’ exactas, cuando tímidamente nos acercamos a explorarlos. Sin embargo, tenemos a nuestra disposición la elasticidad semántica de la metáfora –de las innumerables metáforas que el ser humano ha producido a lo largo de su evolución histórica- cuando deseamos ‘oír’ las comunicaciones múltiples complejas y contradictorias del inconsciente, y entender los temas esenciales en las historias que nos cuenta.
Prefiero pensar al psicoanalista como a un discípulo contemporáneo de los alquimistas de la era pre-científica. ‘Sabio’, romántico e idealista al mismo tiempo, combina en sus experimentos la observación “científica” con ideales humanísticos. Estas son las herramientas con las que va a explorar un universo sin límites donde el terror y la ansiedad humanas se dan la mano con el placer y la alegría –el universo del inconsciente- para intentar cambiar los metales ‘inferiores’ (la neurosis o la psicosis infantil) en ‘oro’ (la salud mental, alcanzada a través de la neurosis de transferencia).
Dada la naturaleza de su objeto y de sus métodos, el psicoanálisis está mucho más cerca de las disposiciones humanísticas como la hermenéutica, que de una ciencia como la química o la fisiología. El resultado de mi localización epistemológica en el universo psicoanalítico, es mi convicción que la exploración de los orígenes y la evolución histórica de los conceptos metafóricos que el psicoanálisis ha utilizado en sus construcciones teóricas, es de la mayor importancia. Esas metáforas producto de un inconsciente revelado a través de la producción artística, mitológica y literaria, son las fuentes en las que Freud descubrió ‘su’ inconsciente un inconsciente cultural e histórico, y todavía precientífico.
Así pues, en este libro he dirigido mi atención al escrutinio de la metáfora que se encuentra en el corazón semántico de la teoría psicoanalítica del Narcisismo.
La tesis que desarrollo en este libro de la siguiente: La imagen central de Narcisismo patológico que el psicoanálisis heredó de la mitología clásica Griega, vía Freud, imagen del joven Narciso enamorándose perdidamente de su propia imagen reflejada por el agua, no es tan sólo insuficiente para contener y explicar la fenomenología tan compleja de los procesos Narcisísticos, sino equivocada. La interpretación corriente de esta imagen-discurso de Narciso, contiene una serie de tesis y de interpretaciones del Narcisismo que son falsas. Consecuentemente estas interpretaciones, como si fueran la voz hechicera de una sirena mítica, nos conducen muy lejos de nuestro destino hermenéutico, y nos entrega a los bazos de una concepción  mecanicista y moralista del hombre y de sus motivaciones. Una interpretación que dominó la moralidad pública del siglo XIX.
Dado que, como nos dijeron los filósofos chinos hace muchos siglos ‘una imagen vale más que mil palabras’, propongo que retiremos la imagen de Narciso del lugar que injustamente ocupa en el panteón del Narcisismo y que la reemplacemos por la imagen del Vampiro. Una imagen mucho más capaz de dar cuerpo a los aspectos destructivos y aterrorizantes, de las relaciones de objeto patológicas. Mi investigación psicoanalítica sobre la constitución y el desarrollo de los aspectos destructivos del Narcisismo primitivo  (expresión que prefiero a la de Narcisismo patológico), debe una gran deuda al discurso de Freud, evidentemente y a los discursos de Klein, Rosenfeld, Winnicott y Bion en Inglaterra, y de Aulagnier, McDougall, Grenn, Resnik en Francia. Pero la deuda más importante la tengo con Bram Stoker y con su novela “Drácula”, que es la fuente primaria de inspiración en este trabajo.
Imagen y anti-imagen (acerca de la función paterna)
El punto focal de mis investigaciones tanto teóricas como clínicas en los últimos años ha sido la consideración del papel que la función paterna (y/o su ausencia) juega en la instrumentación de la mente humana. Es un hecho conocido del público psicoanalítico que el año 1897 es muy importante en la historia del psicoanálisis. En una carta a Fliess fechada el 15 de octubre, Freud –considerando el mito del Rey Edipo de Tebas- colocó la piedra angular de la teoría psicoanalítica de desarrollo psicosexual: la universalidad del Complejo de Edipo. Entre otras cosas, la centralidad del Complejo de Edipo en el desarrollo psíquico situaba a la función paterna (la “Ley” como la definirá Lacan más tarde) en una posición privilegiada, no tan sólo en la estructuración de las relaciones interpersonales y sociales (el establecimiento de las relaciones de parentesco, especialmente el tabú del incesto), sino también en la estructura intrapsíquica del individuo. Pero nada de esto es nuevo ya que se ha escrito mucho sobre los numerosos aspectos del Complejo de Edipo.
Lo que es mucho menos conocido es que 1897 fue también el año de publicación de la novela de Bram Stoker, DRACULA. Una novela y una tesis que –espero- encuentre en el futuro un lugar más importante del que ha tenido entre los teóricos del psicoanálisis, especialmente entre los estudiosos de las formas primitivas del Narcisismo, y de la relación del Narcisismo con la función paterna. Desearía que esta presentación fuera un paso en esta dirección, ya que entre otras cosas el vampirismo –como expresión de un Narcisismo arcaico- significa la ausencia de la función paterna en la estructuración psíquica. Ausencia compensada por la solidificación de una simbiosis psicotizante con un objeto materno anti-Bioniano, es decir un objeto que no contiene y no metaboliza.
La modesta tesis que quiero presentarles intenta mostrar que antes de los “Tres Ensayos” (Segunda Edición, 1909) o el “Sobre el Narcisismo (1914) de Freud, y con un éxito popular mucho más considerable que el Kohut (1972), o Kernberg (1975), el Drácula de Bram Stoker describió a una audiencia fascinada, la estructura y las fantasías inconscientes que acompañan a la dinamia de las formas arcaicas o vampíricas del Narcisismo, formas no metabolizadas por la función paterna.
Voy a mencionar tras aspectos esenciales de mi discurso sobre el Narcisismo vampírico:
El vampiro: a) “vive” como muerto en vida ya que no puede metabolizar; b) no puede  amar y c) no refleja una imagen de sí mismo en el espejo.
Aspectos que se relacionan directamente con la ausencia de la función paterna. Esta ausencia sume al individuo-bebé en la fantasía inconsciente de unos padres combinados, fusionados en un abrazo nutritivo, cruel y violento. El individuo-bebé, excluido de la relación objetal ya está “acaparada” por la fusión violenta de los padres combinados, se siente “muerto” es decir in-animado por la función continente y metabolizante de la madre (Bion) y por la función estructurante del padre. La relación objetal es, básicamente, aterrorizante ya que se percibe a través de la violencia de esta escena primaria sádica. Así pues cuando empujado por el hambre y la necesidad el vampiro entra en una relación objetal, esta estará caracterizada por su brevedad y por la violencia con la que “arrancará” lo que necesite de esta relación antes de retirarse otra vez a su existencia de muerto-vivo.
Estas características de lo vampírico se oponen a las de la imagen narcisista en el mito griego de Narciso. Narciso está vivo y es precisamente porque está vivo que descubre su propia imagen, reflejada por el agua, y se enamora de ella. Esta imagen “clásica” trató de captar y de contener en sí misma la idea del Narcisismo. Y sin embargo me parece que falló en su intento de aprehender los aspectos dinámicos del Narcisismo, sobre todo sus aspectos más arcaicos. En su lugar Narciso nos ofrece una imagen de cómo el pensamiento romántico en Alemania entendía el Narcisismo. Al pretender dar una interpretación universal de Narcisismo por medio de “su” imagen, el pensamiento romántico alemán oscurece la comprensión de la dinámica narcisística, y se convierte así en una anti-imagen del Narcisismo. No revela lo esencial del Narcisismo –sus aspectos más arcaicos y fundamentales- al contrario, lo cubre, lo esconde.
La imagen, nos mostró Michel Foucault en “Les Mots et les Choses”, contiene mucha más información de la que procesamos a nivel de lo consciente (y los chinos), mucho antes que Foucault, ya anunciaron que “una imagen vales más que mil palabras”). Para poder expresar los múltiples niveles de significación de una imagen en lenguaje serial, necesitamos producir discursos. La imagen contiene en sí todos los discursos posibles que estén en relación, directa o indirecta, con el campo de significación de esta imagen. Así pues, el discurso es la expresión lingüística de un aspecto particular de la imagen, expresión limitada por la subordinación semántica del discurso a la imagen que lo origina. Lo que equivale a decir que todo discurso teórico y/o clínico sobre el Narcisismo está anclado y encadenado semánticamente a la que yo llamo “imagen axiomática” del Narcisismo: la imagen de Narciso mirándose en el agua, Imagen que condiciona y limita la evolución –y consecuentemente nuestra comprensión- del concepto “Narcisismo”. Para ampliar esta comprensión debemos liberar al concepto de su prisión semántica a través de la introducción de otra imagen axiomática. De ahí mi introducción de la imagen de Drácula el vampiro. Imagen que nos refiere no al narcisista “clásico” del romanticismo, sino a las fantasías arcaicas que constituyen el centro de gravedad de Narcisismo.
De los elementos que, me parece, contribuyeron a la solidificación de Narciso como imagen  axiomática del Narcisismo, es importante destacar los siguientes:
a)      El clasicismo que dominaba el discurso romántico del siglo XX alemán que siguiendo el predicado Hegeliano de la evolución de la idea en la historia, buscaba en la Grecia clásica las fuentes semánticas de la producción epistemológica contemporánea.
b)      La entronización de la democracia burguesa nacida de las revoluciones francesa y americana como expresión del humanismo capitalista. Narciso representa lo anti-burgués que no comprende la filosofía de las luces y se pierde en el campo estéril de la obsesión subjetiva. Este es el aspecto político-ideológico de la imagen de Narciso.
c)      La misma lógica interna en la evolución del discurso Freudiano concentrado en la elaboración del Edipo. Discursivamente, Narciso es el “hijo” de Edipo –un ciego- y de su esposa Jocasta –una suicida-. Es así que sin padre ni madre que puedan decirle quien es él, el Narciso Freudiano tiene que mirarse a un espejo para tener una imagen de sí mismo, y una imagen que investir libidinalmente. Esta concentración en la elaboración de lo Edípico limitó, me parece, la elaboración de los componentes pre-Edípicos y arcaicos –especialmente los oral-sádicos- esenciales en la dinamia narcisistica.
La imagen del vampiro me parece incluso más cercana a las primeras formulaciones de Freud. De acuerdo con Jones (1955), fue en una reunión de la Sociedad Vienesa, el 10 de Noviembre de 1909, donde Freud declaró que el narcisismo era un estadio intermedio; necesario, entre el autoerotismo y el amor de objeto. En mi tesis, el individuo atrapado en las redes de las formas arcaicas del Narcisismo, el vampiro que flota entre la vida hay la muerte, está perdido en  ese espacio vacío entre autoerotismo y relación de objeto. Espacio que debe ser atravesado por lo que Resnik llama la “función póntica” del padre: puente el cuerpo y el Objeto.
El narcisista arcaico se apropia, oralmente, de lo que contiene el espacio que le rodea y que él necesita para sobrevivir de la misma manera que el vampiro vacía de sangre las venas de su víctima.
El Vampiro
La imagen del Vampiro tiene una larga genealogía que se remonta en mitología a Keres, hijo de la noche. Keres es hermano de Tánatos, espíritu de los muertos, y representante en el discurso de Freud de la pulsión de la muerte. Así en un nivel inconsciente de su discurso, Freud introducía la “hermandad” de los aspectos arcaicos del narcisismo y de la pulsión de muerte.
En la iconografía mitológica Keres es representado por un ser alado y negro, con grandes dientes blancos y largas uñas como en las representaciones contemporáneas de vampiros (i.e. el “Nosferatu” de Murnau). Históricamente los antepasados de Drácula se remontan a Vlad Tepés Señor de Valaquia, que gobernó en 1448, de 1456 a 1462, y en 1476. Vlad Tepés fue un tirano sangriento, de crueldad legendaria. Esa crueldad sangrienta es el elemento primordial en la figura Transilvana del Nosferatu, el muerto-vivo, que arranca del cuerpo de sus víctimas humanas la sangre con la que se alimenta.
De acuerdo con Florescu y McNally en “In Search of Dracula”, Tepés mando ejecutar a unas 30,000 personas. Es importante también notar el método de tortura favorito de Vlad Tepés: empalamiento, junto con mutilación de pechos y órganos sexuales, método que significa una fusión psicótica de sexualidad y pulsión de muerte de un sadismo extremo. Estamos en el terreno del proceso primario puro y de la falta de discriminación entre la pulsión libidinal y la agresiva, de ahí el miedo que inspira el carácter floklórico del Nosferatu.
El libro de Emily Gerard “The Land Beyond the Forest” proporcionó a Stoker detalles del folklore y de la vida cotidiana en Transilvania alrededor de 1888. “Decididamente peor es el Nosferatu, o vampiro, en que creen los campesinos rumanos… cada persona muerta por un Nosferatu se convierte en vampiro después de morir y va a continuar chupando la sangre de otras personas inocentes hasta que su espíritu haya sido exorcizado abriendo la tumba de la persona sospechada y, o bien atravesando el cuerpo con una estaca, o disparando un revolver en el ataúd… En casos muy obstinados de vampirismo se recomienda el cortar la cabeza y reponerla en el ataúd con la boca llena de ajos, o el extraer el corazón y quemarlo, desparramando las cenizas sobre la tumba” (p.186, mi traducción).
Antecedentes de Drácula en la literatura Gótica son “The Vampire” de John Polidori (1819), (producto de la famosa velada veraniega de Lord Byron en Ginebra, en 1816, junto con el “Frankestein” de Mary Shelly) y “Varney the Vampire” the Thomas Presket Prest (1847).
Ernest Jones en “Le Cauchemar” (1973) revisó sueños y creencias populares y habló de la significación del vampiro. El vampiro es un muerto-vivo, una sombra errante, que busca objetos e amor pero con principios de muerte. La imagen del vampiro estimula la proyección de afectos y fantasmas sobre objetos amados ambivalentemente.
Joseph Bierman en “Drácula: Prolonged Childhood Illnes, and the Oral Triad” (1972) dice que “Partes de la novela… sugieren que Drácula se refiere a los deseos de muerte hacia hermanos menores, lactando en el pecho, y escenas primarias expresadas en términos de lactación. Todo ello asociado con disrupciones del sueño. El concepto de Lewin de la triada oral –el deseo de comer, ser comido y dormir- y la defensa maniaca contra el sueño debido al miedo de morir y ser comido, sugiere una posibilidad de sintetizar estos temas” (p. 88, mi traducción).
THOMAS Kamia en “E.T.A. Hoffmann’s Vampirism Tale” (1985) pone el énfasis en las “… imágenes de amor y comida que señalan hacia la interdependencia del narcisismo y la oralidad en una relación indiferenciada del self y el objeto” (p. 238, mi traducción).
Me parece que cada una de estas interpretaciones nos marca aspectos importantes de significación, consciente e inconsciente, de la imagen del vampiro. Sin embargo, debo insistir que si no centramos nuestra atención en la “congelación” del vampiro en un Edipo temprano, percibido como una escena primaria de un sadismo extremo, la figura del vampiro no tiene sentido clínico. Esta congelación en el Edipo temprano es el producto de la combinación de déficits muy considerables, tanto en la función continente de la madre, como en la función estructurante del padre, funciones que, cuando son proveídas de manera armónica por el “holding enviroment” (Winnicott), aseguran la posibilidad de metabolizar las angustias, terrores y defensas radicales que acompañan a las fantasías más arcaicas del bebé al principio de su vida.
Dados los límites de esta presentación no es posible el entrar en una consideración detallada de los aspectos múltiples de esta imagen del vampiro, tan rica en significación. Nos tendremos que limitar a la consideración, necesariamente breve, de sus aspectos más importantes.
Drácula
El diario de Jonathan Harker nos presenta al joven abogado viajando a Transilvania, al castillo del Conde Drácula, para finalizar asuntos legales relacionados con el traslado del Conde a Londres, donde éste desea instalarse. Pronto aprendemos que Drácula es un Nosferatu, un muerto-vivo, un vampiro que duerme, de día, un sueño como la muerte. De noche, protegido por la oscuridad –otro símbolo de muerte- se despierta ya sale a buscar víctimas con las cuales alimentarse. Con sus afilados colmillos perfora las arterias en el cuello de sus jóvenes víctimas, y bebe su sangre fresca hasta que la víctima muere. Un intercambio radical: les saca la vida y, en su lugar, les deposita la muerte. Aparentemente el vampiro hipnotiza y/o aterroriza a sus víctimas, que se le rinden sin oponer resistencia, ya que el miedo las paraliza.
El Conde, después de haberle robado al joven Harker un poco de su sangre, carga sus ataúdes con tierra de la madre-patria (condición necesaria para poder dormir su sueño de muerte y se dirige, en barco, hacia la costa inglesa (Witby). Para alimentarse mata, uno a uno, a la tripulación, ignorante de la mortífera carga que transporta. Es interesante notar que, de Transilvania a Inglaterra, Drácula viaja hacia el oeste; ya que L. Altman en “West as a symbol of death” (1919), presentó tres sueños de pacientes y material mito-antropológico para ilustrar el contenido inconsciente de “oeste”, donde se pone el sol, como símbolo de muerte.
Ya en Inglaterra, Drácula victimiza y mata a la joven Lucy, amiga de Mina la prometida de Jonathan Harker. Lucy se convierte así en vampiro. Después de matar a Lucy, Drácula ataca a Mina. Pero ahí tiene ya que enfrentarse con Van Helsing, un viejo científico conocedor de las artimañas del vampiro, de su fuerza y de sus flaquezas. Va a ser Van Helsing, ayudado por Harker (ya de vuelta de Transilvania y recuperado de la pesadilla que vivió a manos de Drácula), quien al final destruirá a Drácula, en una alianza simbólica del amor de los jóvenes amantes con el conocimiento generoso y generador del viejo científico.
Primer encuentro clínico con el Vampiro
Siempre me acordaré de la primera vez que el vampiro entro en mi consultorio, hace ya muchos años, cuando era yo un analista novato. Ese día, de repente sentí un frío que me penetró hasta los huesos. Pensé que tal vez me había resfriado, a pesar de que era un día espléndido de primavera, a pesar de que hacía unos quince años que no me había resfriado, y a pesar de que el frío me pasó cuando el paciente se fue de mi consultorio. Por aquel entonces yo no sabía nada sobre las reacciones somáticas contratransferenciales a la simple presencia física de un paciente.
Desde el primer día me pareció una presencia fascinante. Tanto su piel como su cabello rizado parecían hechos de porcelana blanca. Sus rasgos faciales eran, a la vez muy delicados y distinguidos. Aristocráticos diría, ya que me recordaban las máscaras mortuorias de la nobleza. La ropa que vestía, era un o dos tallas más pequeñas de lo que necesitaba, lo que hacía que pareciera aprisionado –o enterrado- en ella y muy pasada de moda. Parecía que viviera en un espacio y un tiempo diferente, enterrado bajo la piel de otro cuerpo.
Sonreía tímida y vergonzosamente como una joven geisha japonesa, a pesar de que tenía casi cincuenta años. Una de las primeras cosas que dijo, fue que yo daba cuerpo a un espíritu africano ya que vivía en un bosque (las paredes de mi consultorio están cubierta con madera de roble, papel japonés de hierba seca, y decoradas con pintura de bambú, y ramas y hojas secas). Dijo que yo era un curandero, ya que encarnaba al espíritu que conocía todas las plantas medicinales y sus cualidades curativas. Había aprendido este sistema mitológico-religioso de su mentor, un hechicero que lo había influenciado, durante los años que vivió en Brasil. En Nueva York seguía sintiendo la presencia mágica de su mentor. Es decir que en unos minutos, había tomado  posesión de mi espacio físico y me había privado de espacio corporal, para recrearlo y controlarlo mágicamente. Tuve la sensación, a partir de esta extraña transferencia (en la que me convertía en Otro –como en toda transferencia- pero en Otro al que negaba la existencia), de estar frente a un poeta, un esquizofrénico o de ambos.
Ese hombre extraño, presentaba una combinación de elementos no menos extraña; una timidez de colegial, junto a un grado de violencia objetal incomparado en una primera sesión. Inmediatamente después de invadir mi oficina y de convertirse en espíritu africano, procedió a cortar en pedacitos menudos al “amigo” que le había dado mi nombre y número de teléfono. En unos pocos minutos, no quedaba nada de bueno en la persona de ese amigo, ni en su trabajo (muy apreciado por los críticos), ni en su carácter,  moralidad, o inteligencia, o sociabilidad, o sexualidad. Debería haber sospechado que me encontraba frente a un fenómeno clínico no visto por mí hasta entonces, ya que en un par de minutos había succionado toda la vida del “cuerpo” de ese amigo (una persona muy decente, debo añadir), y lo había llenado de muerte. Sin embargo, pensé en la envidia Kleniana y ahí me quedé. Fue más tarde que comencé a ver que ese paciente sentía un terror tal a la dependencia del contacto humano nutritivo, que lo destrozaba una vez había conseguido apoderarse de algo mínimamente nutritivo. No me sorprendió pues cuando me contó que había sido precedido en el orden familiar por un hermano que nació muerto (me lo había dicho antes con esa ropa-piel-sudario que pertenecía a Otro), que su padre aparecía muy poco por la casa, ya que siempre estaba ocupado con sus negocios, y que su madre era víctima de una depresión de intensidad psicótica (una madre “muerta”), por lo menos desde que él nació en una relación homosexual que había tenido con un “amante”, que era boxeador profesional y esquizofrénico paranoide, que pasaba por episodios de celos muy violentos. Es decir, que el paciente estaba constantemente aterrorizado en esta relación “amorosa”, en la que temía –temor no del todo descabellado- que iba a perder su vida.
Parecía muy débil físicamente y al borde de un episodio psicótico cuando me vino a ver por primera vez. A pesar de un nivel cultural y de una habilidad verbal muy sofisticados, era incapaz de concluir exitosamente las transacciones sociales más simples. Especialmente las que tenían que ver con el cobrar por su trabajo. Como artista, era respetado y aceptado por la comunidad artística e intelectual y sin embargo era incapaz de pedir a sus clientes –con frecuencia gente muy rica- que le pagaran por las piezas que les vendía. Era evidente que era incapaz de alimentarse a sí mismo y que sufría una depresión considerable. Era como un pájaro que temblaba de frío, abría su pico esperando comida y atacaba la mano que lo alimentaba. Como un vampiro. Así, no sé muy bien porqué, tal vez por compasión, porqué me fascinaba, por curiosidad, decidí comenzar una terapia aunque él no tuviera ningún dinero para pagarla. Dado que su trabajo artístico (que es parte de las colecciones de varios museos) me interesaba, estuve de acuerdo en que me pagara con arte, para comenzar y que cuando su situación económica mejorara, me pagaría con dinero. Y así lo hicimos unos meses después de comenzar la terapia cuando comenzó a ganar dinero enseñando arte en un ambiente académico, a pesar de que se resistió enormemente a darme las piezas que yo había “ganado”, ya que dármelas “era como separarme de una parte de mi cuerpo”. A los ricos indigentes les daba piezas sin atreverse a cobrárselas, pero a mí –que trabajaba por ellas- se resistía a dármelas. El paciente mantenía una idea que pertenecía al medioevo feudal: era vergonzoso trabajar por dinero, y los “aristócratas no debían pagar por lo que consumían”. Lo que le hería, no era que no le pagaran, sino que el mundo  no lo re-conociera como genio (aristócrata), y lo “alimentara” como tal. Podemos ver que la angustia oral dominaba todos los aspectos de la vida del paciente.
A medida que progresaba la terapia, más fuerte se sentía el paciente. Y cuando más fuerte, más aumentaba la violencia de sus ataques verbales con la gente que lo rodeaba. Parecía no sentir gratitud por el pecho bueno que lo alimentaba; al contrario, cuanta más fuerza ganaba, más fuerte parecía su pánico a la fusión con un objeto malo. El día que llegó mucho más tarde de lo usual para su sesión de mediodía –ya que no podía despertar ese día- entró furioso conmigo porque yo “estaba dormido” cuando llegó a la sesión y yo “trataba de negarlo”. Alguien se había dormido, alguien era culpable, pero no era claro quién. En esa época, yo no era consciente que su furia estaba relacionada, transferencialmente, con la incapacidad continente y metabolizante de su madre. Lo único que contenía las partes de sí mismo que proyectaba, era animales débiles y despreciables. Tenía muchas dificultades para dormir, ya que había ratones en su apartamento –animales “continentes” de parte de su Self- y le parecía extremadamente cruel el poner ratoneras para alimentarlos. Nunca antes había visto un odio tal por los humanos, junto a una actitud franciscana hacia plantas y animales. La descripción de Rosenfeld (1987) de los casos en que las privaciones a las que una madre, que no siente empatía, somete al bebé, tienen como efecto el odio del bebé hacia su propio Self libidinal representado por el sentir hambre, tenía un gran sentido clínico en el caso de este paciente. Cuanto más comía, más se odiaba y más tenía que depositar ese odio en mí.
Como decía Rosenfeld el paciente “oía” las interpretaciones de sus impulsos destructivos como acusaciones de que era totalmente malo. Le parecía que yo lo llenaba de maldad, a la manera en que convertía su envidia y sus ataques destructivos contra el Otro (su hermano mayor por ejemplo, un hombre rico, poderoso y políticamente importante) en ataques paranoicos contra sí mismo. El exceso de sus identificaciones proyectivas, a través de las que se libraba de su vida emocional, hacían prácticamente imposible la interpretación. Tan sólo una actitud de apoyo que él controlaba estrictamente, era lo que permitía. Y, sin embargo, mejoraba considerablemente, encontró trabajos que le permitieran cubrir sus necesidades, volvió a ver a sus amigos volvió a fantasear relaciones sexuales que hacía años que ni tenía, ni fantaseaba y por primera vez en varios años, comenzó a hacer planes para la realización de nuevas obras de arte, parecía que –como un vampiro que ha saciado su hambre con la sangre-leche de su víctima-madre- el paciente volvía a la vida.
Me sorprendió cuando dirigió el odio destructivo de un Sobreyó muy primitivo hacia mí en una transferencia psicótica, en el que me percibía como objeto enloquecedor. Retrospectivamente puede darme cuenta de que su agresión final siguió a un comentario mío en el que –por primera vez- comuniqué al paciente que había pensado en él fuera de la sesión (el comentario tenía que ver con un artículo del New York Times sobre acontecimientos importantes, en el país en el que vivía su familia). Al parecer, la evidencia de que no controlaba cuándo y cómo yo pensaba en él, la sintió como algo muy amenazante ya que, después de darme las gracias por haber pensado en él “fuera de sesión”, se lanzó al ataque más destructivo que le había visto, y primero contra mí. La esencia del ataque consistía en que no podía creer que yo fuera “tan estúpido, cómo para creer lo que decía una porquería como el New York Times”, y que, a pesar de la pena que yo le daba debía protegerse, para que yo no lo “infectara con mi vergonzosa estupidez”.
Su ataque me hizo sentir como una cosa inútil que se ha usado y  como ya no sirve, se tira. También me hizo sentir profundamente escindido: por una parte, pasada ya la parálisis de la sorpresa, deseaba echarlo de mi consultorio y ordenarle que no volviera nunca más. Por la otra, sabía que mi reacción era contratransferencial, que a través de una identificación proyectiva masiva el paciente había  inducido en mí sentimientos que él sentía constantemente hacia el Objeto, pero que no podía ni metabolizar, a causa de la ausencia de “función alta” en su madre, ni verbalizar en la transferencia. Pero no importa lo que me dijera a mí mismo, lo que sentía era una confusión, una humillación, y una sensación de derrota, que nunca antes había sentido en mi corta carrera psicoanalítica.
La siguiente sesión debía tener lugar una semana más tarde. Una semana muy extraña para mí ya que este paciente invadía cada día más mi espacio mental, como si un ejército extranjero se hubiera apoderado mi cerebro y mi corazón. Mi confusión aumentaba, deseaba que llegara  el día de la sesión, para echarle en cara su ingratitud. Me sentía avergonzado por lo mezquino de mis sentimientos, por sentirme fuera de control  por lo deficiente de mi actitud profesional. Este paciente se había convertido en una obsesión: me despertaba por la noche, odiándolo, sermoneándome a mí mismo, por lo absurdo de mis sentimientos y ensayando frases que lo hirieran y lo hicieran sentir culpable. Mes estaba convirtiendo en extranjero a mí mismo, y no se me escapaba el que estaba viviendo dentro de mí los síntomas originales de mi paciente: insomnio, confusión, al sentirme controlado, débil y lleno de sentimientos que no llegaba a metabolizar.
Mi paciente, al contrario, cuando finalmente llegó a su sesión cinco minutos antes del final, parecía muy tranquilo. Una inversión muy interesante de las posiciones iniciales. Inmediatamente, me di cuenta que, para él, yo estaba muerto, y el tratamiento había terminado. Lo que dijo no fue sino una eulogía: era tiempo de que terminara su terapia. A pesar de mi inferioridad, le había servido de algo, pero no podía exponerse a mi estupidez. Yo me sentía impotente, ridículo, y quería herirlo. Era evidente que él había anticipado mis fantasías agresivas, ya que lo último que dijo fue que no podía permitirme que lo hiriera como su madre y, sonriendo con un aire de triunfo inocente, se fue.
Yo me sentía patético y vacío. Además me sentí traicionado por los que hubieran debido ayudarme durante mis años de formación psicoanalítica. Habiendo sido estudiante de Filosofía y Ciencia Política en París, era familiar con el discurso Lacaniano. Habiendo sido formado psicoanalíticamente en Nueva York, conocía el discurso Freudiano “clásico” y la Psicología del Yo. Sin embargo eso no me había ayudado a enfrentarme al vampiro  con éxito. Fue entonces cuando me dirigí al discurso de Klein, y de las Relaciones Objeto, quienes me ayudaron a comprender, primero, y a poder formular después la organización arcaica de la estructura y de las relaciones de Objeto del vampiro.
Un sueño sin sueños
La metáfora del muerto-vivo, el vampiro, propuesta por la literatura Gótica, no ha podido revelar su riqueza psicoanalítica hasta la llegada de la contribución seminal de Bion. Quiero referirme a los “elementos alfa”, “barrera de contacto”, “elementos beta” y “pantalla beta”.
Los elementos alfa son aquellas impresiones sensoriales y experiencias emocionales transformadas, por medio de la función alfa en la personalidad, en imágenes visuales utilizadas para la formación de pensamientos oníricos, del pensamiento inconsciente, los sueños y los recuerdos.
Aquellas impresiones sensoriales y experiencias emocionales que no son transformadas, en elementos alfa, Bion las llama elementos beta. Estos no son apropiados para pensar, soñar y ejercer las funciones intelectuales del aparto psíquico. Estos elementos son percibidos como “cosas de sí mismas”, y evacuados a través de la identificación proyectiva.
La barrera de contacto está formada por elementos alfa, que se relacionan entre sí, y que delimitan así la separación entre consciente e inconsciente, sueño vigilia, pasado y futuro. Al contrario, la pantalla de elementos beta, no tiene la capacidad de establecer vínculos entre sí, y es característica de aquellos estados mentales en que no existe diferenciación entre consciente e inconsciente, entre estar dormido o despierto.
Bion creía que la función alfa podía ser destruida por una envidia excesiva. Normalmente, se consolida en el bebé a través de la función alfa materna, si la madre es capaz de recibir, contener, y metabolizar la angustia y las identificaciones proyectivas del bebé y devolvérselas una vez  y aceptadas, para su reintroyección por el bebé. Así, además de sus proyecciones transformadas, el bebé introyecta al buen continente y la función metabólica de la buena madre. Así se adquiere según Bion la función alfa. Un análisis puede también reparar la función alfa dañada del paciente si el analista –como una buena madre- es capaz de “ensoñación” y puede contener las angustias y miedos, tanto del paciente como los propios.
En el caso de mi primer vampiro, era evidente que la madre del paciente, hundida en su depresión psicótica, era incapaz de proveer la función alfa que el bebé necesitaba para transformar sus angustias primitivas en experiencias aceptables y/o placenteras. Al contrario, en vez de transformar las proyecciones del bebé, la madre las devolvía sin metabolizar y aumentadas por su propia depresión y la incapacidad que proyectaba en ellas. Lo único que podía ofrecer al niño, era comida y cuidados materiales, cuidados insuficientes para formar una “barrera de contacto” que separara el inconsciente y lo consciente, el sueño y la vigilia, la depresión materna y la angustia propia, el cuerpo del hermano muerto y el suyo propio –fusionados en la depresión psicótica materna. Así, el contacto con la madre lo llenaba todavía más con una angustia y una confesión intolerables, que le llevaron a odiar su necesidad del Otro y la percepción de ésta necesidad, de la que no conseguía escapar por medio de sus fantasías omnipotentes. Así pues, debía acercarse al Otro cuando hay no podía aguantar el “hambre” –para tomar lo estrictamente necesario y eliminar tanto a ese Otro, como a la memoria de que ese Otro, como a la memoria de que ese Otro lo había proporcionado algo que él necesitaba vitalmente.
Como el vampiro. Como mi paciente, una vez me depositó la angustia, el hambre, y la confusión que lo atormentaban, y chupó la sangre que tanto necesitaba.
El padre del paciente, totalmente escindido y separado tanto de la madre como del bebé por su rechazo de ambos –rechazo que cubría con su entrega total a los negocios- era totalmente incapaz de contribuir a la formación de función alfa en el bebé.
En mi percepción la función alfa es el producto de la internalización, y la solidificación en el inconsciente, de la fantasía de unos “padres combinados buenos”, utilizando la expresión de Salomón Resnik. La actividad en el inconsciente de esos “padres combinados buenos”, es una fuente de creatividad metabólica, contenida en el buen pecho materno. Actividad transformadora de la angustia en seguridad, del hambre en saciedad y del dolor en ternura placentera. Cuando la fantasía de los padres combinados buenos no es la piedra angular de la actividad mental inconsciente del bebé, el hambre y el dolor se viven –con una gran intensidad persecutoria- como “cosas en sí” malas, de las que hay que deshacerse a toda costa y, sin embargo, no hay recipiente donde pueda “tirarse”. El pecho de la madre, totalmente entrega a la evacuación de la propia angustia y/o la propia depresión, se convierte en fuente de envidia, de impulsos destructivos y angustias persecutorias. Los “padres combinados malos” se entregan, en las fantasías arcaicas del bebé, a destruirse mutuamente en un abrazo sádico y canibalístico, en el que se arrancan lo que necesitan para sobrevivir, y luego se pierden en un “vacío sin límites”, como McDougall denomina al espacio mental de una madre “vacía” de función paterna, complementaria y fertilizadora de la función continente y metabolizante de la madre.
Esta ausencia es todavía más clara en el caso de un vampiro en análisis desde hace ya siete años. Este paciente es hijo de una madre fronteriza, aprisionada por una fuerte depresión desde hace años, y un padre muy esquizoide, y también emocionalmente ausente. El padre del paciente –preocupado obsesivamente por la suciedad, los gérmenes, que “pueden cargar enfermedades” y las infecciones que se pueden contraer en lugares públicos- ha evitado siempre tanto el contacto emocional, como el físico con su mujer y sus hijos, y hace pensar en una esquizofrenia, tiene una capacidad extraordinaria de ganar millones de dólares. Así, junto al vacío emocional con el que me rodea, y rodea a los que le rodean, el padre del paciente ha proveído tanto para él, como para su madre –de la que se divorció- y sus tres hermanas, cantidades considerables de dinero que les permiten a todos el vivir bien sin trabajar. Así pues, el paciente consiguió el primer empleo remunerado de su vida el otoño del pasado año (1991), a los 37 años de edad.
Es evidente que un hombre con un terror psicótico al contacto, como el padre de éste paciente, que interpreta la función paterna como un dar comida “a distancia” (como si su esposa e hijos fueran fieras peligrosas en un zoológico, escogería como esposa a una mujer infantil, débil, pasiva y deprimida. Una mujer que no opusiera resistencia a su manera tan bizarra de relacionarse y que se contentara con ser alimentada. Esta es una descripción fiel de la madre del paciente, a la que sólo hay que añadir que, habiendo tenido criadas toda su vida, no saber hacer prácticamente nada y que, cuando trata de ayudar en algo, normalmente crea una pequeña catástrofe.
De este paciente, lo que me sorprendió fue un grado de pasividad que no había visto antes. Simplemente, no quería hacer “nada”. Lo único que quería, era dormir un sueño sin sueños, ya que cuando pensaba en sí mismo y en su vida, se sentía infantil, débil, pasivo, depresivo y humillado. Obviamente, una copia –que odiaba, también pasivamente- de su madre, pero a la que se sentía “destinado” (de hecho tenía una preocupación quasi-psicótica de que le “crecieran” pechos de mujer, es decir que sus músculos pectorales no fueran fuertes y duros y que sugirieran los pechos de una mujer). Pechos que deseaba también ya que en las pocas sesiones analíticas en las que ha “trabajado” (es decir en las que se ha asociado y me ha contado sus fantasías), me ha comunicado sus fantasías de ser alimentado, pasivamente, por unos padres combinados literalmente y amenazantes. Sus fantasías tienen que ver con mujeres muy “masculinas”, que se dedican a la cultura física y tienen mucho músculo “duro” con las que tiene una relación sexual, caracterizada por el ser penetrado por ellas, analmente, con un pene artificial. En la transferencia, fantasea frecuentemente en tener relaciones sexuales conmigo, en las que lo penetro analmente. El otro grupo de fantasías tiene que ver con su fascinación con los pechos de mujeres jóvenes que ve en la calle. Ellas se dan cuenta de su interés por sus pechos y se indignan con él y, o le pegan, o lo penetran también analmente. A pesar de su oralidad dominante, y de la confusión de lo oral y lo anal –siendo un cuerpo “vacío” que recibe y pierde, puede ser alimentado, indiscriminadamente, por el pecho materno o el paterno –el pene- tanto por la boca como por el ano –está aprendiendo a discriminar anatómicamente los cuerpo de estos padres combinados, y a distinguir la función paterna de la materna.
Distinción que lo aterra, ya que se siente totalmente incapaz de “funcionar” como un hombre, y siente unos deseos constantes de volver a su identificación con la madre, y a una pasividad oral completa.
Es evidente que a partir de esta posición, tanto la imposibilidad de amar, como la falta de imagen de sí mismo del vampiro (el vampiro no refleja una imagen de sí en un espejo) son suficientemente evidentes para compensar la falta de espacio para poder comentarlos.
CONCLUSIÓN:
En esta presentación, sugiero el cambio de la imagen axiomática de las formas arcaicas del narcisismo patológico, del Narciso de la mitología clásica, al vampiro importalizado por Bram Stoker”, en su novela Drácula.
El vampiro, inmovilizado en una “muerte en vida”, congelado en una “sueño sin sueño”, es incapaz de “alejarse” de una oralidad dominante, dados los déficits muy considerables tanto en la función continente de la madre, como en la función estructurante del padre, como en la función metabolizante de los padres combinados “suficientemente buenos” si parafraseamos a Winnicott.
Sus relaciones objetales, prácticamente inexistentes en la realidad y dominadas en fantasía, por angustias persecutorias de intensidad psicótica, consisten en contactos mínimos, dominados por el hambre, que deben terminar en la “eliminación” tanto del Otro, como de la memoria de que ese Otro fue necesitado. Como el vampiro de Stoker, que sale de noche –protegido por la oscuridad- a buscar víctimas humanas a las que vacía de la sangre que necesita –la “función alfa”, muy dañada, de la que nos habla Bion- y que él no puede producir, resulta en el fracaso de internalizar esa función también inexistente tanto en la madre, como en el padre, quienes forman una pareja patológica.
Dos viñetas se presentan, una del primer vampiro que tuve en tratamiento, la otra de un vampiro en análisis desde hace siete años, para ilustrar algunos de estos puntos, necesariamente presentados de manera muy esquemática.

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BIBLIOGRAFÍA

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