Hoy presentamos un trabajo realizado por la Dra. Luz María Basurto, leído en el VII Congreso de la Sociedad Psicoanalítica de México, A.C., que tuvo lugar el 23 y 24 de septiembre de 1989 en México, D.F. en conmemoración del cincuenta Aniversario de la muerte de Sigmund Freud. El texto fue publicado un año después, en la revista GRADIVA, No. 2, Volumen IV.

Descifrar los códigos de la sexualidad femenina no ha sido tarea sencilla, son múltiples los autores que lo han intentado, tratando de dar coherencia, desde diversos enfoques a una estructura bastante compleja, que si utilizamos la analogía Freudiana de las capas de la cebolla, encontraríamos que lo oculto, lo inconsciente, las capas profundas determinan y dan sentido a los estratos superficiales.
Desde el punto de vista del desarrollo, los ambientes previos están siempre dentro de nosotros y puesto que vivimos en un proceso de reeditar el pasado en el presente, considero importante tocar algunos puntos respecto a los cambios históricos para llegar a los modelos sociales contemporáneos.
Desde la perspectiva evolutiva humana, a partir del advenimiento de la postura erguida, fueron necesarias adaptaciones funcionales de la pelvis que se requería para la locomoción. Un efecto de estos cambios fue el desplazamiento anterior de la vagina y como consecuencia la opción a la cópula ventral que facilitó enormemente la estimulación del clítoris y la experiencia orgástica en la mujer. Parece ser que el orgasmo en esta, es una adquisición evolutiva reciente; Se observa esporádicamente en pocas especies; Tal vez porque no es una función al servicio de la preservación de la especie, sino de la satisfacción del individuo.
Otro cambio importante fue el desarrollo del potencial femenino para la receptividad continua. Los factores neuroendócrinos que controlan el ciclo ovulatorio mensual no parecen mediar el comportamiento copulatorio en el ser humano.
Desde el punto de vista antropológico, sabemos que desde las sociedades primitivas  es el hombre el que siempre ha dominado; existen dos características biológicas que nos a ayudan a entender esta posición; La primera se refiere a la superioridad del hombre en fuerza física, situación que le facilitó el dominio de la mujer; La segunda es la función de gestación como exclusiva de esta  última.
Estas son las bases biológicas que dieron pauta a la división de labores, esta división fue trascendental para explicarnos la posición de dominio-sumisión entre el hombre y la mujer, ya que el primero obtuvo el control económico, político y social de las comunidades, quedando la mujer en desventaja, restringida prácticamente a las labores del hogar y a la educación y crianza de los hijos, funciones que no son remuneradas económicamente.
Con la revolución industrial, la naturaleza del trabajo físico cambió y la fuerza física dejó de ser tan importante.
El fenómeno de sobrepoblación, la crisis de vivienda, el elevado costo de la vida, fueron hechos que impulsaron el desarrollo de los métodos anticonceptivos. Una vez conseguido el control natal, los criterios sociales y culturales sobre la función reproductora se modificaron.
La disminución de la tasa de nacimiento, la tendencia a una maternidad más tardía, el aumento en las expectativas de vida, junto con los avances tecnológicos aplicados a las tareas del hogar, permiten que la mujer tenga más tiempo y energía para emplear fuera del hogar. Estos cambios requieren adaptaciones psicológicas importantes.
La conducta sexual ya no está dirigida predominantemente hacia la procreación, la función de la copula con fines placenteros es tan importante o más en nuestra organización social como lo es el rol reproductivo.
Culturalmente la reproducción ha sido una de las funciones más valorada por obvias razones de supervivencia, está básicamente ligada a la representación de femineidad, aunque también la observamos como elemento simbólico de potencia masculina. Si entendemos la angustia de castración como la perspectiva de la limitación real o fantaseada de un potencial, podremos comprender las profundas implicaciones psicológicas que tiene limitar una función ontogenética y filogenéticamente destinada a la conservación de la especie, e insertada por siglos tanto biológica como psicológicamente en el núcleo de la femineidad.
En la mujer, desde la menarquia hasta la menopausia, se desarrollan procesos fisiológicos destinados a la maternidad, la mucosa de la matriz se prepara continuamente para recibir el óvulo fecundado y contener al feto.
La limitación del potencial creativo en las mujeres que viven exclusiva o predominantemente en función de sus capacidades reproductoras y su maternidad, puede ser vivido como pérdida no sólo de autoestima sino de la misma identidad, produciéndose desórdenes psicológicos tanto más severos cuanto menos posibilidades se tenga de sublimar esta función en otras áreas.
La génesis inconsciente de la angustia de castración se remonta a las primeras experiencias de separación o privación, se reactiva con cada nueva pérdida y se manifiesta de acuerdo a la zona erógena que predomina y con base en los retos por los que se atraviesa en las diversas fases del desarrollo, mencionaré algunos ejemplos siguiendo la línea del desarrollo.
La primera fantasía de castración se produce al cortarse el cordón umbilical y ser separado de la madre, los temores inconscientes de esta etapa se refieren al miedo a ser reengolfado por la progenitora, posteriormente durante la etapa oral, se produce con el destete, la segunda vivencia relacionada con la castración, el bebé frustrado por el pecho materno, dirige sus impulsos libidinales hacia el pene paterno como sustituto del primero, en esta etapa encontramos las raíces de las teoría infantiles de los contactos sexuales en términos orales, así como de las fantasías de embarazo oral. El pene paterno también frustra los deseos inconscientes del lactante, y es objeto, al igual que lo fue el pecho, de la agresión sádico oral del infante.
Esta agresión proyectada lo convierte en peligroso y amenazador; Las fantasías inconscientes del niño se dan en base al desplazamiento que posteriormente hace de la boca a la vagina, resultando al varón esta última, por la ley del talión, tan amenazante como lo pudiera ser el pene para la niña.
La etapa anal vuelve a ser fuente de gran agresión contra la madre debido al control de esfínteres, el dominio ejercido por esta puede ser interpretado por el niño como el interés de la madre por las materias del interior de su cuerpo, en este caso heces y orina, y dirigir como ya hemos visto anteriormente, su hostilidad contra los contenidos internos del cuerpo humano.
Durante la fase fálico-edípica los temores inconscientes giran alrededor de la desproporción entre el gran pene del padre y el pequeño órgano genital de la niña, nuevamente vemos, como en las etapas previas, que el temor básico de la niña se refiere a los atentados contra el interior de su cuerpo.
Si estos temores no se superan adecuadamente, se presentarán conflictos inconscientes ligados a  las funciones tanto sexuales como a las que se refieren a la reproducción y la maternidad, reactivándose dichos temores durante la menstruación, la desfloración, el parto, los abortos, etc.
En los adultos, las fantasías de castración se vuelven a encontrar bajo diversos símbolos. El objeto amenazante se desplaza, la temida castración es sustituída por otros atentados reales o fantaseados a la integridad físico o psíquica.
Al modificarse la posición tradicional de la mujer y adquirir éstas funciones nuevas, ingresando a esferas consideradas anteriormente del dominio exclusivo de los hombres, surgen angustias por la vivencia de peligro ante la amenaza de romper con ideales sociales sostenidos por siglos.
Los tabues frecuentemente encontrados en diversas culturas donde prohíben las relaciones sexuales durante la menstruación o el embarazo, así como la idea muy difundida en nuestra sociedad de que estas relaciones restan fuerza al varón, tienen su origen en fantasías paranoides inconscientes.
El tratar de cambiar estructuras rígidas, es un proceso lento y bien conocido por los psicoanalistas, se vive como peligroso, como doloroso y despierta miedos. Para evitar estos afectos surgen las resistencias que se oponen al cambio, defendiendo lo antiguo, lo familiar. Cuando las resistencias son caracterológicas como en el caso de los estereotipos masculino y femenino, el vencerlos se torna mucho más difícil, ya que nos referimos a conductas rígidamente fijas y por lo general egosintónicas.
Para entender cómo se estructuran las conductas y características designadas como masculina y femeninas, remontémonos  la concepción, escenario donde se fragua con la unión de los cromosomas XX ó XY el proceso de identidad, es a partir de esta información genética junto con influencias hormonales que se diferencian los genitales tanto internos como externos, dando lugar al sexo biológico.
Con base en la apariencia de los genitales externos se le asigna un sexo al recién nacido, este hecho marca el inicio de la identidad de género, ya que la relación  de los padres es diferente si se trata de un niño o de una niña. Desde el nombre, la ropa, el tipo de juguetes, hasta el decorado de la habitación, etc., van haciendo que un niño llegue a ser masculino y una niña femenina.
Desde el momento de nacer podemos observar cómo a través de los afectos: la alegría, la indiferencia o la angustia con que el seco del niño es recibido, de acuerdo a los mensajes conscientes e inconscientes de las figuras primarias, el niño introyecta una imagen de sí mismo; Si se siente aceptado, ésta será valorada, Si por el contrario se percibe rechazado, se forma una autoimagen devaluada.
El concepto de rol genético se utiliza para designar los componentes socioculturales que están asociados típicamente a cada sexo, describe los patrones de comportamiento que son realizados de forma característica por un sexo.
No existen patrones de comportamiento programados en la estructura genética del hombre que sean realizados exclusivamente por un sexo, con excepción de aquellos ligados directamente con el embarazo, el amamantamiento o la conducta de inseminación.
Podemos hablar de tendencias innatas mediadas por hormonas y cromosomas que diferencian a los sexos, pero únicamente se refieren a diferencias de grado y no al tipo o clase de comportamiento, así por ejemplo hablamos del hombre como tendiendo a presentar conductas más agresivas que la mujer; sin que esto nos lleve a plantear que el hombre es agresivo y la mujer pasiva.
Los patrones socioculturales refuerzan estas tendencias, siendo más permisivos en la expresión  de la agresión en el hombre e inhibiendo e inhibiendo la expresión de este impulso en la mujer.
En relación a capacidades específicas ligadas al sexo, existen estudios que sugieren que el hombre tiene más facilidad en el manejo de habilidades especiales como la percepción y rotación mental de objetos en el espacio, así como en la lectura de mapas y la mujer es más apta en el manejo de habilidades verbales. En lo que respecta a otras funciones mentales no existe diferencia.
Al nacer el individuo es confrontado con un conjunto de normas social y culturalmente determinadas, se le presiona mediante gratificaciones a aceptar e internalizar determinadas conductas y no otras; El rol genérico como un elemento que organiza las conductas que son o no aceptables en relación a diferentes tipo de actividades, estilos de personalidad, comportamiento sexual, etc. Al ser estructuras externas están sujetas a cambios en el tiempo y en el espacio. Vivimos un proceso de cambio importante que requiere redefinir nuestras funciones en las nuevas normas socioculturales.
Para lograrlo es necesario percatarnos de cómo han incidido diversos sucesos sobre la vieja estructura de la femineidad remodelándola y creando una nueva imagen.
Para concluir resumiré brevemente dichos acontecimientos:
La sobrepoblación mundial, junto con los problemas ecológicos que se derivan de este fenómeno, ocasionaron modificaciones en los criterios demográficos. La tecnología médica hizo posible la disminución de la mortalidad infantil, así como el incremento en las expectativas y calidad de vida, estos factores reforzaron los criterios anteriores e impulsaron el desarrollo de los métodos anticonceptivos, que a su vez hicieron posible el control natal y la disminución significativa en el número de hijos por familia. Por otro lado, la industrialización prácticamente eliminó la importancia de la fuerza física en el área laboral, el desarrollo tecnológico facilitó la ejecución de actividades que anteriormente demandaban más tiempo y esfuerzo; si sumamos a estos hechos el elevado costo de la vida actual, que requiere de la participación económica de la mujer, podremos entender como han coincidido estos elementos para cambiar las conductas y funciones tradicionales del hombre y la mujer.
Actualmente esta última está teniendo una participación más activa en diferentes áreas que anteriormente se consideraban típicamente masculinas.
Las diferencias anatómicas que existen entre los sexos intrínsecamente no impiden el desempeño de la mayoría de las actividades, hoy día prácticamente no existen opciones laborales  inapropiadas para uno u otro sexo;  Para algunos sectores el cambio en los roles históricos, tanto del hombre como de la mujer, se está viviendo como pérdida de la identidad, situación que causa grandes resistencias.
Se requiere tiempo para elaborar el duelo que la renuncia a dichos papeles ocasiona.

La mujer actual no es menos femenina o el hombre menos viril; simplemente cuentan con recursos diferentes para expresarse.

BIBLIOGRAFÍA
Chafetz, Janet Saltzman.   Masculine, Femenine or Human? Illinois, U.S.A.
Chasseguet-Smirgel, J. La Sexualidad Femenina. Edit. Laia, Barcelona 1977.
Langer, Marie. Maternidad y Sexo. Paidós.