Este trabajo de Rosalba Bueno de Osawa, resultado de un grupo de estudios de la doctora Amapola González de Gaitán y la autora, se presentó en la conmemoración de los 30 años de psicología de la Universidad Iberoamericana en octubre de 1980. Forma parte de nuestra Antología Gradiva.
 

 
En la sociedad europea, la evolución de los valores morales se desarrolló, especialmente en lo que se refiere al concepto de sexualidad, haciendo énfasis en que era algo nocivo y repudiado por Dios. No es de extrañarnos pues que, en la sexualmente represora Edad Media de los países europeos estuviera rechazada la sexualidad, tolerada solamente en términos de reproducción, y aún así debemos pensar que resultaba imposible el intentar frenar ese fenómeno vital por excelencia. Recordemos que llegaban a extremos de pedir castidad incluso a la pareja legítimamente sancionada por la sociedad, o sea el matrimonio.
A la mujer se le exigía, para ser valorada, absoluta carencia de goce sexual, lo cual dejó un sedimento de convicción de que porque así se consideraba lo correcto, lo que debía ser; así era.
Durante toda la Edad Media europea incluso el Renacimiento y una buena parte de la Edad Moderna se valoró la frigidez femenina haciendo énfasis en que el único rol de la mujer debía ser la maternidad y el cuidado del bienestar de las funciones biológicas de la familia. A su vez se le hacía depositaria de los valores morales de la sociedad, encargándola de la educación  y orientación de los hijos, especialmente en todo lo referente a la sexualidad.
Con el advenimiento de psicoanálisis, la sexualidad empezó a ser objeto de estudio y pronto se consideró que el no permitir su expresión era una de las causas principales de la conflictiva de las personas que acudían a un tratamiento psicoanalítico. Más tarde, se concluyó que era signo de patología el no poder derivar satisfacción de la conducta sexual.
En este trabajo intento abordar algunos aspectos relativos a la frigidez femenina relacionándolos con la práctica clínica en el trabajo con los pacientes. El enfoque se limita a la sexualidad femenina sin tocar la masculina, no porque en la vida real sea posible el separar una de la otra, sino porque la amplitud de ambos temas nos tomaría un tiempo del que no disponemos aquí.
A pesar de que debido a las recientes investigaciones sobre la sexualidad de la mujer, los conceptos de Freud acerca de la misma han sufrido múltiples ataques, sus conceptos sobre la sexualidad femenina infantil nos proporcionan un marco de referencia sólido sobre el cual reexaminar algunas ideas. El mismo Freud, refiriéndose a la sexualidad femenina dijo: “Sabemos menos acerca de la vida sexual de las niñas que de los niños. Pero no debe avergonzarnos esta distinción; después de todo, la vida sexual de una mujer adulta es un continente oscuro en la psicología” (Freud 1931). Uno de los conceptos más confusos en teoría de Freud es el que concierne a la frigidez femenina. En los inicios del psicoanálisis, Freud (1892), refiriéndose a la frigidez, la llamó “anestesia sexual”, vinculándola con la impotencia masculina; pero más tarde (1905) la relaciona directamente con las funciones del clítoris diciendo: “esta anestesia puede convertirse en permanente si la zona del clítoris se rehúsa a abandonar su excitabilidad”. La excitabilidad antes mencionada, dice Freud (1908), da a la sexualidad de la niña un carácter masculino que solamente con la masiva represión de la pubertad cederá para ser descartada y así poder desarrollar una sexualidad femenina (o sea vaginal). Finalmente, Freud (1931) dijo: “hace mucho tiempo que hemos entendido que el desarrollo de la sexualidad femenina está complicado por el hecho de que la mujer tiene el trabajo de ceder lo que originalmente era zona genital primordial, el clítoris, a favor de una nueva zona, la vagina”. Posteriormente dice: “En las niñas el descubrimiento de pene despierta envidia hacia el mismo, que más tarde se transforma en una deseo de obtener un hombre –el padre- como poseedor del pene”.
Autores contemporáneos a Freud, como Horney (1933), Jones (1933, 1935), Klein (1933), trataron de compaginar la postura teórica de Freud con su práctica clínica, sin lograr aclarar la confusión. En los siguientes treinta años se escribió poco sobe el tema de la sexualidad femenina y los autores lo hacían tratando de no enfatizar los posibles desacuerdos con los conceptos psicoanalíticos establecidos (Deutsch 1944; Erikson 1950; Greenacre 1952, 1953, 1958, y otros).
Freud mismo, en 1912, nos explica el porqué de tanta confusión: “No hay duda de que hemos dejado muchos puntos para que sean aclarados y especificados por un futuro grupo de observadores e investigadores”; la falta de información objetiva acerca del funcionamiento de la sexualidad femenina, y la poca participación de las mujeres en el desarrollo de la teoría psicoanalítica hizo que prevalecieran conceptos obscuros y vagos con respecto al tema. En mi experiencia como psicoanalista de pacientes femeninos he constatado que les cuesta más trabajo hablar de su sexualidad,  y tienden a negarla aislarla y no discutirla en el tratamiento a menos que se les presione un poco. Lo mismo ocurren en la literatura; preferimos dejar que los hombres sean los que hablen y escriban sobre la sexualidad femenina.
Sorprendentemente, al revisar la literatura actual todavía encontramos los mismos conceptos repetidos, con la misma confusión prevalente ya que intentan hablar de la sexualidad femenina a partir del más debatido concepto de Freud: la envidia del pene. Horney (1933) dice:
De lo anterior (la envidia del pene), se desprendía, en la teoría psicoanalítica, que la niña como consecuencia lógica sentiría que su equipo genital estaba defectuoso, para responder a esta orientación fálica de su libido y no le quedaba más recurso que envidiar a los niños por estar mejor equipados biológicamente.
Si se considera que la actitud de un individuo cualquiera respecto de su sexualidad es el prototipo de su actitud al respecto de todas las cosas en la vida, la mujer necesariamente se pasaría añorando algo que en realidad, nunca ha tenido biológicamente. Seguramente que algunos hombres consideran todos los movimientos feministas precisamente como una prueba de lo anterior. Es muy frecuente encontrar actualmente psicoanalistas, y psicoterapeutas en general, que califican a una mujer profesionista y activa como una mujer que seguramente es frígida, es fálica.
El concepto de la envidia del pene, de la pasividad y el masoquismo como ingredientes necesarios a la feminidad, ha prevalecido, pienso yo, debido  que proporciona una pobre explicación, pero explicación al fin, sobre el misterio de la sexualidad  femenina y principalmente sobre el problema de la frigidez en la mujer.
Pero todavía más interesante que lo anterior son las angustias presentadas por las pacientes en lo referente a su sexualidad y las demandas de sus parejas respecto al tipo de orgasmo que deben tener, considerando anormal el que exista excitación y orgasmo clitoridianos si faltan los vaginales.
También ocurre con algunas pacientes que pasivamente permiten que sea la pareja la que decida y les proporcione o no la satisfacción sexual, no permitiéndose el actuar en ninguna forma que les pueda resultar más satisfactoria.
Retomando el tema central de este trabajo: Parecería clínicamente que el problema de la frigidez va en aumento, que más pacientes consideran tener un problema con su sexualidad. En la realidad encontraremos que lo que ha aumentado es la demanda desproporcionada por parte de las mismas mujeres de una forma de gratificación sexual, basada estrictamente en un orgasmo vaginal con secreciones y contracciones similares a la eyaculación y simultáneas a los de su pareja masculina.
Las investigaciones recientes demuestran que la respuesta de excitación fisiológica de la mujer no se limita a las zonas estimuladas, sino que el cuerpo responde en forma integral a la estimulación, sea ésta de origen físico o psíquico.
¿Por qué insistir en un tipo específico de orgasmo? H. Deutsch, en 1960 dice:
El clítoris es el órgano sexual,  la vagina es principalmente un órgano de reproducción. Todas las oleadas de excitación sexual, con frecuencia muy intensas y urgentes en la mujer, se dirigen principalmente al clítoris y solamente después, con más o menos éxito, la comunicación de esta excitación a la vagina incorpora a este órgano en la esfera de la experiencia sexual. Originalmente la vagina está dotada con las fuerzas dinámicas de la reproducción. La erotización de la vagina es lograda a  través del clítoris y con la intervención activa del órgano sexual masculino. (Traducción de la autora).
El papel central del clítoris en la excitación sexual no es simplemente el resultado de una masturbación, ya que esta excitación puede tener origen puramente psíquico (fantasías, sueños), y las investigaciones nuevamente muestran su participación activa en las fases de excitación y resolución de la tensión sexual. La musculatura vaginal está principalmente al servicio de la reproducción y puede o no participar en la actividad orgástica.
Deutsch (1960) dice. “En esta concepción dualística del aparato sexual femenino yo estoy dispuesta a invertir la difícil pregunta: ¿por qué son frígidas las mujeres? ¿Por qué o cómo es que algunas mujeres están dotadas de orgasmo vaginal?” (Traducción de la autora.)
La investigación y la clínica también nos han mostrado que la mujer necesita más estímulo y más constante que el hombre para llegar al orgasmo. Algunas mujeres requieren de estimulación simultánea de varias zonas erógenas para alcanzar el grado de excitación necesario que las lleve al orgasmo, pero pocas mujeres se permiten el buscar activamente con su pareja estable la excitación que necesitan.
No podemos olvidar que en la sexualidad femenina tenemos que tomar en cuenta sus funciones reproductoras y maternales y que el yo está formado en parte por la imagen corporal, incluyendo la percepción de estas funciones.
Moore (1977), dice: “El orgasmo es el resultado de la compleja interacción de la fisiología, el afecto, la fantasía y la conducta. Esta conducta está expresando las experiencias pregenitales y genitales y la organización yoica consecuente”. Y añade: “Las modalidades de interacción sexual y su progresión al orgasmo tiene, creo yo, la inflexibilidad de rasgos de carácter”. (Traducción de la autora.)
Desde luego que la intensidad de la respuesta fisiológica y psicológica de la mujer está relacionada con el nivel de estimulación. A  más estimulación más intensa será la participación y más completa será la respuesta corporal y la participación vaginal y, por consecuencia, más intensa la necesidad psicológica y biológica de una descarga de tensión.
No estoy dispuesta a plantear la situación hasta ese extremo, pero sí pregunto: ¿Por qué insistir en el orgasmo con sensaciones de tensión, excitación y descarga de tensión solamente en la vagina para ser normal, para no ser frígida? La mujer tiene la posibilidad de tener respuestas variadas a la excitación. Propongo que lo normal sea una actitud receptiva al coito y de deseo de goce. La clínica y las investigaciones nos muestran que la mujer tiene la posibilidad de gozar de la sexualidad en variedad de maneras, sin necesariamente llegar cada vez al orgasmo vaginal y sin que por esto deba pensarse que sea debido a su patología.
 
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