El siguiente texto, perteneciente a Cristina Velasco Korndörffer, se incluyó en la Antología SPM.
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Toda pérdida objetal está estrechamente ligada con el proceso de duelo, proceso que ha sido estudiado tanto en su dimensión normal como en la patológica y que está vinculado a factores estructurales como el yo y el superyó, al tipo de relación previa con el objeto perdido, considerando que éste haya sido una persona altamente catectizada.

Sabemos que la etiología del futuro depresivo y melancólico se germina en la infancia, en la cual suele haber datos de múltiples vivencias de pérdida y abandono, lo cual conlleva un manejo determinado ante estas pérdidas y el concomitante desarrollo de aspectos como la voracidad y el anhelo perpetuo de los suministros que la vida les denegó; la rabia hacia el objeto que por cualquier causa haya faltado, y por lo tanto una relación marcada con alto grado de ambivalencia hacia el objeto perdido, pero no por ello ausente, pues, como sabiamente dijo Freud (1917, p. 246): “la sombra del objeto cayó sobre el yo…” La parte odiada del objeto perdido sobrevive en el interior, en el yo y en el superyó, junto con las partes buenas del mismo, y la lucha del depresivo es con estos introyectos que no acepta pero de los cuales no puede prescindir, llegando en ocasiones extremas, en casos de melancolía, al suicidio en un afán de terminar esta lucha diríamos ahora también intrasistémica: entre el superyó y el yo como postuló Freud, sino también intrasistémica: entre partes de una misma estructura, de su propio yo, entre las partes aceptadas por el sujeto y las rechazadas.
Este trabajo pretende hacer una somera revisión del duelo, poniendo énfasis en la identificación que se lleva a cabo como parte de este proceso y, mediante la exposición de un caso clínico de orfandad temprana, concluir algunos aspectos metapsicológicos relacionados con la vivencia de pérdida de un objeto primario en edad temprana, y demostrar que, como dice Aberastury (1968, p. 168), cuando no existe la oportunidad en su momento de elaborar el duelo por la causa que sea, se tiende a repetir el destino del objeto. Podríamos decir que en el yo se plasma un introyecto de muerte asociado a todas las fantasías y temores correspondientes a la etapa del conflicto y al mundo interno vigente en la época en que se produjo la pérdida.
La identificación con el objeto perdido que se da en el proceso de duelo fue señalada por Freud (1913, p. 143), retrotrayendo la misma a la fase oral o canibalística del desarrollo de la libido, citando en esta obra: “…en el acto de devoración (refiriéndose al padre de la horda primordial) forzaban la identificación con él, cada uno se apropiaba de un fragmento de su fuerza…”
De hecho, en Duelo y Melancolía, Freud se refiere a la identificación como una etapa previa de la elección objetal (1917, p. 247): “…y es el primer modo, ambivalente en su expresión, como el yo distingue a un objeto. Querría incorporárselo, en verdad, por la vía de la devoración, de acuerdo con la fase oral o canibálica del desarrollo libidinal”.
Cuáles serán las vicisitudes de la identificación con el objeto perdido, dependerá de múltiples factores, entre ellos si existió la posibilidad de uno o varios objetos que  ejercieron las funciones correspondientes al objeto perdido, del grado de estructuración de las instancias psíquicas, así como de la fase correspondiente del desarrollo en el momento de presentarse la pérdida.
Es claro que este trabajo no puede abarcar todas las dimensiones de pérdida, pues los grados de abandono pueden ser variables. Inclusive puede haber una madre que no sea capaz de fungir como yo auxiliar por sus propias carencias psíquicas, siendo incapaz de responder a las necesidades del hijo y ocasionando patologías similares a lo que sería para otros la muerte de un padre.
Aunque en la literatura existen importantes controversias con respecto a la capacidad que tiene un niño para elaborar un duelo, aún si consideramos que no es factible un proceso similar al que se da en el adulto, queda impresa la huella mnémica para poder eventualmente ser elaborada posteriormente, como cualquier impresión infantil que sólo en la vida adulta adquiere sentido. Si no tiene la posibilidad de adquirir catexis de palabra, se tiende a actuar, representando aquella tendencia inconsciente que Freud llamó compulsión a la repetición (Laplanche y Pontalis, 1971, p. 72: “…Lo que ha permanecido incomprendido retorna; como alma en pena, no descansa hasta encontrar solución y liberación.”
Lograremos el objetivo de este trabajo si nos permite ampliar nuestra visión acerca del duelo en general y en particular al manejo que el infante haga ante una pérdida objetal magna. Sabemos que todo trabajo es una síntesis de aquello que muchas mentes han pensado o investigado, lo cual se corrobora en el estudio de un caso clínico en el cual se añaden las variantes que surgen de las experiencias únicas de cada persona y que hace que se distinga de las demás.
Acerca del duelo y la identificación
Freud postula en su obra titulada Duelo y Melancolía (1917, p. 241): “el duelo es, por lo general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga su veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.” Para explicar la etiología de la depresión, encontramos factores como:
a)      La pérdida de un objeto con el cual se tiene una relación narcisista y ambivalente (Freud)
b)      Pérdida de los suministros externos e internos (internos por parte del superyó) (Fenichel)
c)      Grandes frustraciones o satisfacciones en la lactancia.
d)      El éxito como una amenaza o castigo o represalias (Grinberg), etc.
Los diversos autores enfatizan cada cual algún aspecto metapsicológico, del desarrollo instintivo u objetal que explícita o implícitamente se relaciona con alguna vivencia real o fantaseada de la pérdida de un objeto altamente catexiado, pues solamente un objeto  trascendente puede ocasionar una modificación permanente y vital en las estructuras psíquicas.
Dicha pérdida viene siendo el disparador de lo que Freud llamó el trabajo de duelo (1917, p. 2092):
El examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado no existe ya y demanda que la libido abandonó todas sus ligaduras con el mismo. Contra esta demanda surge una oposición naturalísima, pues sabemos que el hombre no abandona gustoso ninguna de las posiciones de su libido, aún cuando le haya encontrado ya una sustitución. Esta oposición puede ser tan intensa que surjan el apartamiento de la realidad y la conservación del objeto por medio de una psicosis derivativa alucinatoria. Lo normal es que el respeto a la realidad obtenga la victoria. Pero su mandato no puede ser llevado a cabo inmediatamente, y sólo  es realizado de un modo paulatino, con gran gasto de tiempo y de energía de carga, continuando mientras tanto la existencia psíquica del objeto perdido. Cada uno de los recuerdos y esperanzas que constituyen un punto de enlace de la libido con el objeto es sucesivamente despertado y sobrecargado, realizándose en él la sustracción de la libido…al final de la labor del duelo vuelve a quedar el yo libre y exento de toda inhibición.
Observamos que la instancia psíquica clave en este proceso es el yo, por lo cual cabe inferir que su grado de estructuración en el niño va a ser un factor esencial para el manejo que éste haga de la pérdida objetal. Otro aspecto que se delinea en el pensamiento de Freud, aunque él no utilice el término, es la modalidad de las relaciones objetales entre la persona resignada y la doliente. Él menciona en esta obra la ambivalencia que se hace patente a raíz de la pérdida, misma que suele exteriorizarse en la forma de autoreproches que indican la fantasía inconsciente de haber ocasionado la muerte del objeto por los deseos agresivos hacia el mismo, lo cual acarrea el sentimiento de culpa.
En la actualidad, la psicología del yo ha profundizado en el campo de las relaciones objetales y su capital importancia mencionando a este respecto las vicisitudes que atraviesa el ser humano: así, refiere al nacer un estado indiferenciado, anobjetal, que abarca el período que Freud denominó narcisismo primario y Mahler la fase autista y que va evolucionando en caso normal hasta la fase en la cual se adquiere la constancia objetal, caracterizada por un desarrollo estructural, constancia del self y el objeto, predominancia del proceso secundario del pensar, operaciones inter e intrasistémicas, etc. (Blanck y Blanck 1974, p. 114-115). Dichas relaciones objetales dependerán entonces, entre otros aspectos, de la etapa del desarrollo por la cual atraviesa el niño y de las experiencias particulares, así como del equipo congénito. Todo esto puede condicionar que, desde el punto de vista de los impulsos instintivos, será importante aquél que predomine, si por la etapa o por conflicto están diferenciados o indiferenciados, fusionados o defusionados y los mismo respecto a la calidad o tipos de identificaciones.
Es decir, a menor edad existirá un yo (y demás estructuras) más frágil que ante un desafío hará uso de mecanismos de defensa más primitivos como la proyección, escisión, etc., por no hablar de que por sí se presenta en circunstancias de duelo una regresión en mayor o menor grado. Si la pérdida se presenta, por ejemplo, en la fase en la cual predomina la creencia en la omnipotencia del pensamiento, la palabra o el habla, circunstancia presente en el segundo año de vida, el pequeño ser tendrá la vivencia interna de que sus deseos agresivos mataron  a su progenitor, lo cual marcará un sello permanente en su vida, a menos que pueda elaborarlo y resolverlo terapéuticamente.
En el duelo, dice Freud, la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre el yo crítico (más tarde llamado superyó) y el yo alterado por identificación. Todo el odio antaño dirigido contra el objeto experimenta una vuelta hacia la persona misma (1917p. 249): “Así, la investidura de amor del melancólico en relación con su objeto ha experimentado un destino doble: en una parte ha regresado a la identificación, pero, en otra parte bajo la influencia del conflicto de ambivalencia fue trasladada hacia atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima al conflicto”.
Así Freud explica el suicidio, aduciendo que el yo puede darse muerte sólo si debido al retroceso de la investidura de objeto se trata a sí mismo como a un objeto. Fenichel (1966, p. 444) añade que el duelo adquiere una connotación patológica cuando la relación de la persona con el objeto perdido ha sido extremadamente ambivalente, adquiriendo la introyección un carácter sádico que representa entonces no sólo un intento de conservar el objeto amado, sino también un intento de destruir el objeto odiado:
La continuación de esta lucha con el objeto introyectado, caracterizada por una elevada catexis, constituye la depresión. La depresión es un intento desesperado de obligar a un objeto incorporado oralmente a conceder perdón, protección, amor y seguridad. Los elementos destructivos liberados por esta creación crean ulteriores sentimientos de culpa y temores de represalia. (p. 446.
El temor a la represalia que menciona Fenichel podrá en el niño representar ya sea el temor a la aniquilación propio de la etapa oral, el temor hecho realidad de haber perdido el objeto o la pérdida de su amor y por último la castración; es decir, los temores estarán relacionados con los desafíos de cada etapa. A menor edad será vivido como más persecutorio el objeto introyectado.
¿Cuándo podemos hablar de un duelo normal y cuándo de uno patológico? Grinberg, L. (1982, p. 139-150) revisa este aspecto del cual sintetizamos lo nodular:

  1. Para Freud la diferencia radica en el destino de la libido, siendo que en el duelo normal la libido es retirada del objeto amado perdido y desplazada a otro objeto, mientras que en el duelo patológico la libido permanece orientada hacia el yo, donde se produce la identificación con el objeto. En el duelo normal, después del trabajo de duelo, el yo vuelve a quedar libre y exento de inhibiciones, triunfando la realidad; en este caso existe una pérdida consciente. En el duelo patológico o melancolía se produce la pérdida de un objeto a nivel inconsciente. Es de hacerse notar que en ambas modalidades se produce una reacción afectiva de dolor y pena.
  2. Abraham menciona que en el duelo normal el sujeto logra restablecer la persona amada y perdida en su yo, destacando la importancia del factor constitucional que promueve una fuerte fijación a la fase oral. Para él, en la melancolía falla este intento de restablecer la persona, siendo que se elimina al objeto como si fueran heces, para más tarde intentar devorarlo o introyectarlo. Después se identifica narcisistamente con el objeto y se venga de él (1980, p. 319-381).
  3. Radó postula que el yo del melancólico busca obtener aprecio del objeto mediante expiación, ya que siente que lo destruyó con su agresividad.
  4. Melanie Klein sostiene que la diferencia es sólo de grado, debiéndose apreciar principalmente el factor cuantitativo. Explica esta autora el dolor experimentado en el duelo como el resultado de la necesidad de renovar vínculos con el mundo externo y así continuamente reexperimentar la pérdida, además de reconstruir un mundo interno que se siente en peligro de desastre. En el duelo normal se reactivan las tempranas ansiedades psicóticas, siendo el peligro la vuelta hacia sí mismo del odio hacia la persona amada. En el duelo patológico falla el intento de reparación por predominar la gratificación sádica de vencer y humillar al objeto perdido, de superarlo en planteo de competencia y rivalidad. Los objetos se convierten así en perseguidores. Aquél que pueda tener un duelo normal logró en sus primeros años establecer una buena imagen dentro de sí (es decir predomina el instinto libidinal sobre el agresivo).
  5. Avelino González dice que el duelo en sí mismo es siempre una reacción patológica, estando constituido por procesos somáticos y psíquicos tendientes a restablecer el equilibrio alterado. Se puede  considerar normal cuando este equilibrio es restaurado sin deformar mucho la realidad. Menciona que el duelo es distinto en cada cultura y etapa del desarrollo, habiendo duelos esquizoparanoides, depresivos, histéricos, obsesivos, etc. Es de fundamental importancia su señalamiento acerca del trabajo de duelo, el cual no liquida la relación con el objeto perdido, sino que establece un nuevo tipo de vínculo que le permite liberar suficientes catexis para revestir a un objeto sustituto.
  6. Para L. Grinberg, el proceso de duelo involucra la personalidad total del individuo, abarcando de un modo consciente o inconsciente todas las funciones del yo, sus actitudes, defensas y las relaciones con los demás. El dolor se debe a la pérdida del objeto y de partes del yo proyectadas en el mismo; también se debe al combate librado por desligarse de los aspectos persecutorios del objeto perdido y asimilar los aspectos positivos y bondadosos. En el duelo normal opera lo que él llama culpa depresiva, tendiente a reparar a los objetos. Al liberar los componentes persecutorios hace posible una auténtica reparación del yo, estimulando su enriquecimiento y capacidad de sublimación. En el duelo patológico predomina la culpa persecutoria, pudiéndose hallar un yo más dañado. Puntualiza que para llevar a cabo un duelo normal es esencial la función sintética del yo, la cual va a permitir la reparación del objeto dañado, haciendo posible así recuperar al objeto interno bueno, así como la reparación de las partes dañadas del yo. El prototipo del manejo del duelo dependerá de la elaboración del primer duelo. (p.153).
  7. Bowly (1955, p. 194) divide el duelo en tres fases, caracterizadas por la reacción afectiva del doliente. Aunque sus estudios se refieren a niños en edades tempranas considera que en todo duelo suelen darse tres etapas:

a)      La que llama de protesta, caracterizada por llanto y gran pena frente a la pérdida de la madre, y por esfuerzos para atraerla de nuevo mediante los limitados recursos del niño.
b)      La fase de desesperación, en la que se presenta una desesperanza cada vez mayor, un retraimiento y esfuerzos cada vez menores por recuperar a la madre. Surge en esta fase la desesperación y una conducta de desorganización, habiendo una dolorosa falta de capacidad que impide el poder iniciar conductas organizadas. Para Grinberg (1983, p. 150) esta fase corresponde a una etapa depresiva que implica una función adaptativa en tanto se tiende a romper los antiguos moldes de conducta relacionados con el objeto perdido para poder establecer nuevos moldes.
c)      La fase de desapego, que se caracteriza desde el punto de vista de la conducta, por una “aceptación” del ambiente de separación  y del cuidado de cualesquiera figuras sustituidas que se encuentran presentes, pero con una marcada indiferencia hacia la madre cuando ésta regresa. Este autor destaca que lo más importante en un duelo es tolerar la desorganización y poder llevar a cabo la organización dirigida a un nuevo objeto, sugiere que en el duelo patológico persiste la búsqueda de unión con el objeto definitivamente perdido.
Resumiremos los conceptos hasta aquí postulados antes de continuar con un aspecto de vital interés para este trabajo y que es el referente a la identificación que conlleva un duelo.
Desde el punto de vista dinámico y económico, el duelo se caracteriza por el retiro de catexis de un objeto ahora ausente, retrotrayéndolas al yo, desde donde se hipercatexiarán cada uno de los recuerdos con el objeto, desligando catexis del objeto perdido, cuya existencia es ahora puramente psíquica. Al quedar nuevamente libres las catexis, en caso de un duelo normal, vuelven a ser depositadas en objetos vicariantes o sustitutos del mundo externo (aunque estamos de acuerdo con la postura de A. González que sostiene que la relación con el objeto perdido no se liquida sino que se establece un nuevo tipo de vínculo intrapsíquico el cual será catexiado aunque con menor energía). El proceso de duelo requerirá de un monto energético tal que habrá una retirada general de catexis del mundo externo, manteniéndose las necesarias para ejecutar las funciones vitales (y dependerá de la patología el grado y número de funciones que quedan afectadas, pudiéndose presentar un apartamiento de la realidad al haber una retirada masiva de catexis).
Desde el punto de vista estructural, se postula que tras la pérdida se produce una identificación con el objeto perdido (cuyas vicisitudes serán revisadas más adelante), siendo que este objeto perdido se origine en el yo y en el superyó. Esta segunda instancia tratará al yo como antes al objeto perdido. Al haber una regresión a la etapa oral del desarrollo, en un primer momento el matiz de esta identificación será sádico y producirá las angustias correspondientes, dependiendo del grado de estructuración logrado. Desde el punto de vista fotográfico, este proceso será básicamente inconsciente.
Desde el punto de vista adaptativo, se hará uso de los mecanismos de defensa más eficaces, siendo en un primer momento predominante el uso de la negación, para dar luego paso, en el duelo normal, a mecanismos que conlleva la elaboración y aceptación de la pérdida sin deformar o renunciar a la realidad, o sea, predominando el proceso secundario del pensar. A mayor patología las reacciones serán más severas, pudiéndose presentar la fragmentación del yo, la psicosis o el uso de mecanismos arcaicos, sin dar paso a los más evolucionados, lo cual limitará la posibilidad de poder establecer nuevas ligas con otro objetos.
La identificación en el duelo
Este apartado pretende poner énfasis en el proceso que se da en el trabajo de duelo y que después de revisar la literatura al respecto, puede desembolsar en la identificación con partes o fusiones del objeto perdido, o puede involucrar únicamente la introyección de partes del mismo. Como podremos ver, no solamente Freud sino autores posteriores a él hacen uso de éstos términos en forma indistinta, ocasionando confusiones con respecto a la modalidad o vicisitudes que, en cada persona, va a tener el duelo.
Comenzaremos entonces por definir los términos introyección o identificación.
Amapola González (1980, p. 4365), en un trabajo relacionado con identificaciones contradictorias plantea:
“Incorporación” es un término utilizado para nominar la actividad instintiva que tiene por objeto tomar una parte del mundo externo, introducirla por la boca, tragarla y así hacerla parte del self físico; se busca la satisfacción sin atender al objeto en sí “Introyección” es el fenómeno psíquico paralelo a la incorporación, inicialmente está al servicio de los instintos, más tarde puede ser utilizada con propósitos defensivos. Sin embargo “identificación” es un concepto mucho más complejo, donde si bien la introyección juega un papel preponderante también hay otro mecanismos. Puede ocurrir pues la introyección sin que llegue a alcanzarse la identificación.
Menciona esta autora a Schecter quien define la identificación como: “Los medios mediante los cuales parte de la estructura psíquica de una persona tiende a pasar a ser como la de otra con quién se está relacionando emocionalmente en forma significativa.”
Krupp (1965, p. 303-314) menciona que las corrientes psicoanalíticas actuales postulan  que el infante usa la introyección con la finalidad de retener experiencias placenteras, cuya renovación depende en la realidad de objetos en el mundo externo. El término simboliza procesos inconscientes mediante los cuales se almacenan, asimilan y organizan las huellas mnémicas del self y los objetos externos sin que se produzca un cambio correspondiente significativo en el self. Para él, la identificación debe ser considerada como una introyección más la alteración del self.
Después de la introyección, el self desarrolla virtudes y características de aquellos objetos externos con los cuales existe una liga emocional… la identificación incluye, además de la introyección, mecanismos proyectivos, de desplazamiento y sustitutivos. Por supuesto que existen maneras diferentes de reaccionar a la introyección. Es posible por ejemplo luchar contra un introyecto odiado y al mismo tiempo identificarse con él. Un individuo puede atacar sádicamente al introyecto y self como sucede en la depresión.
R. Gaitán (1986) menciona que la diferencia entre un introyecto y una identificación radica en que del introyecto se puede uno librar, puede ser temporal, es decir, no implica una modificación estructural permanente, es transitorio.
 
La introyección se caracteriza además por su relación con la incorporación oral. Por otra parte, ambos términos se utilizan a menudo como sinónimos por Freud y muchos otros autores. Freud demuestra cómo la oposición introyección-proyección se actualiza primeramente en forma oral, antes de generalizarse. Este proceso “…se expresa así en el lenguaje de las pulsiones más antiguas, orales: quiero comérmelo o quiero escupirlo; y, traducido en una expresión más general: quiero introducir esto en mí y expulsar aquello de mí.”
Freud (1917, p. 246-247) destaca que la libido, retirada del objeto en el duelo, en un primer momento se retira sobre el yo, estableciéndose así una identificación del yo con el objeto resignado: “De esta manera la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por la identificación.”
A este tipo de identificación, que Freud asumió como particular en la melancolía, la llamó identificación narcisista. Se percató de que los autoreproches del melancólico eran básicamente reproches contra personas significativas en su vida, por lo cual postuló un proceso doblemente regresivo en la melancolía: de la relación objetal a la identificación y la libido a la fase oral en la que prevalece el narcisismo primario.
En términos actuales llamaríamos introyección a esta identificación narcisista que nos retrotrae a la etapa oral. Ya aclarando los términos, podemos seguir la trayectoria hecha por Freud y otros autores respecto a las vicisitudes de la introyección e identificación.
Freud mencionó la identificación por vez primera en relación a los síntomas histéricos (Laplanche y Pontalis, 1968, p. 193): La identificación no es una simple imitación sino una apropiación basada en la presunción de un etiología común; expresa un “como si” y se refiere a un elemento común que existe en el inconsciente.”
En Psicología de las masas y análisis del yo (1921, p. 100-101): “…la identificación es la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto. . . pasa a sustituir a una ligazón libidinosa de objeto por la vía regresiva, mediante introyección del objeto en el yo…En el caso de la identificación el objeto se ha perdido o ha sido resignado; después se lo vuelve a erigir en el interior del yo, y el yo se altera parcialmente según el modelo del objeto perdido.”
En El yo y el ello (1923, p. 30-31) postula que el superyó es una consecuencia de la transformación de las primeras investiduras de objeto del niño en identificaciones, ocupando el sitio del complejo de Edipo:
Habíamos logrado esclarecer el sufrimiento doloroso de la melancolía mediante el supuesto de que un objeto perdido se vuelve a erigir en el yo, vale decir, una investidura de objeto es relevada por una identificación. En aquel momento, empero, no conocíamos toda la significatividad de este proceso y no sabíamos ni cuán frecuente ni cuán típico es. Desde entonces hemos comprendido que tal sustitución participa en considerable medida en la conformación del yo, y contribuye esencialmente a producir lo que se denomina su “carácter”.
En esta misma obra destaca que en la fase oral es imposible distinguir entre investidura de objeto e identificación. Las primeras parten del ello, siendo el yo quien al tener que enfrentarse a la resignación del objeto sexual lo haga mediante:
La alteración del yo, que es preciso describir como elección del objeto en el yo, lo mismo que en la melancolía…quizás el yo mediante esta introyección es una suerte de regresión al mecanismo de la fase oral, facilite o posibilite la resignación del objeto. Quizás esta identificación sea en general la condición bajo la cual el ello resigna sus objetos…el carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, contienen la historia de estas elecciones de objeto.
Esta trasposición de libido de objeto en libido narcisista conlleva a decir Freud, una resignación de las metas sexuales; así se desexualiza esta energía, cambia de meta, se sublima.
Freud plantea en la misma obra que puede sobrevenir una fragmentación  del yo si las identificaciones-objeto se vuelven demasiado numerosas, hipertensas e inconciliables entre sí.
Partiendo de la diferenciación entre introyección e identificación es plausible pensar que el niño es capaz de introyectar (funciones o aspectos totales o parciales) al objeto resignado. Podemos a su vez pensar que en el infante, al haber un aparato mental en función, la pérdida de un objeto primerio condicione el uso de mecanismos de defensa masivos y arcaicos, dirigidos a evitar la fragmentación que menciona Freud. Ello podría explicar lo reportado por muchos autores respecto a que en el niño el afecto característico del duelo no aparece y es evitada incluso la mención del ser que murió.
Fenichel (1966, p. 446-447) llama “introyección patognomónica” a la resultante del duelo, opinando que se lleva a cabo como un intento de anular la pérdida, pero de hecho la agrava por tener un carácter ambivalente y sádico oral. Opina que por eso después de la introyección la lucha por el perdón continúa en el plano narcisista, en forma tal que el superyó lucha ahora con el yo. Menciona la fantasía de que el objeto amado ambivalentemente ha sido devorado y existe ahora en el propio cuerpo (lo cual coincide con las definiciones antes mencionadas referidas a la incorporación o introyección).
Abraham (1980, p. 322-353) postula que el inconsciente considera la pérdida de un objeto como un proceso anal y su introyección como un proceso oral. Propone que la ambivalencia se instala cuando la libido cambia de la primera fase oral de succión a la de morder. Sitúa este autor el narcisismo primario citado por Freud en la etapa oral canibalística, siendo la meta de esta etapa la incorporación total del objeto. Así, la identificación narcisista en la melancolía consiste en introyectar un objeto mediante la devoración.
Etchegoyen (1986, p. 3-18) revisa el concepto freudiano de identificación primaria y sus vicisitudes, lo cual viene a hacer patente la confusión que a este respecto existe en la literatura psicoanalítica; así:
Jacobson considera este concepto ambiguo, situándolo en las primeras etapas de unión con la madre, cuando el mundo objetal no está aún catectizado.
Belmonte Lara et. Al, rastrean el concepto en la obra de Freud y concluyen que la identificación primaria debe situarse al comienzo de la etapa fálica. Separan el concepto de identificación primaria de la fase fálica de los procesos de identificación en sentido genérico, los cuales corresponden a la fase oral. Concluyen que: “las reacciones primitivas de imitación e introyección oral sientan los mecanismos básicos en los cuales descansa la identificación primaria la cual aparece posteriormente”.
Jones postula que la condición necesaria para que se produzca una identificación es que el objeto introyectado coincida o sea el mismo que frustró los deseos eróticos del sujeto. (O sea que ya es una identificación edípica.)
Melanie Klein basa su teoría del desarrollo en los procesos de proyección e introyección. Piensa que la introyección del objeto en el yo conlleva la identificación y la formación del superyó. Su concepción se basa en un mundo interno formado por objetos introyectados los cuales reaccionan entre ellos y con el yo. Plantea al superyó como un precipitado de identificaciones contradictorias múltiples en donde se encuentran los objetos totalmente malos junto a los totalmente buenos. Todo esto va de acuerdo a su teoría que postula un yo y superyó tempranos, ya en la etapa oral.
Laplanche y Pontalis (1971, p. 196197) mencionan que la identificación primaria se contrapone a las identificaciones secundaríais, ya que no es consecutiva a una relación de objeto propiamente dicha. Con todo, conviene señalar que, en rigor, resulta difícil adscribir la identificación primaria a un estado absolutamente indiferenciado o anobjetal. Es interesante observar que Freud rara vez utiliza la expresión “identificación primaria”, designa por ella una identificación “con el padre de la prehistoria personal” tomado por el niño como ideal o prototipo. Se trataría de “una identificación directa o inmediata, que se sitúa antes de toda catexis de objeto”.
Por último y para corroborar que la introyección y la identificación primaria se relacionan íntimamente, citaremos a Fenichel (1966, p. 54-55):
Un intento primitivo de control de los estímulos intensos consiste en la primitiva imitación (de parte del yo) de aquello que es percibido. Esta imitación primitiva de lo que es percibido constituye una especie de identificación y el hecho de hacerse cargo de ello origina la percepción… Hay otra reacción primitiva a los primeros objetos: es la del bebé que quiere ponerlos dentro de su boca… Introducir-en-la-boca o escupir, he aquí la base de toda percepción; y en las situaciones de regresión se puede observar que, en el inconsciente, todos los órganos de los sentidos son concebidos como semejante a la boca…El concepto de identificación primaria denota que en realidad “introducir en la boca” o “imitar con propósitos de percepción” son una misma cosa y representan la primera de todas las relaciones de objeto. En esta identificación primaria la conducta instintiva y la conducta del yo se hallan diferenciadas una de la otra…
 
Todo esto nos lleva a concluir que, en duelo, la investidura de amor que, cita Freud, habla en relación a un objeto, regresa en un primer momento, no a la identificación, sino a la introyección del mismo en  el yo, despertándose la dinámica interna correspondiente que resulta de haber “devorado” al objeto sin tomarlo en cuenta (la ambivalencia correspondiente por haber dañado al objeto, la culpa, etc.); utilizando el yo los mecanismos de defensa a su alcance para poder lidiar con este introyecto y eventualmente resolverse esta lucha interna entre los aspectos libidinales y agresivos de la relación ahora intrapsíquica. En una etapa posterior pueden o suelen haber ya identificaciones propiamente dichas con aspectos o funciones del objeto perdido, las cuales repercutirán en las estructuras del sujeto y en su identidad. Lo que haya quedado a nivel de introyecto podrá eventualmente ser desechado o podrá permanecer como un cuerpo exraño del cual no se puede prescindir, pero al cual no se elimina ocasionando una dinámica depresiva.
Consideraciones acerca del duelo en la infancia
El hablar de “duelo” en la infancia nos enfrenta a considerar el porqué a este respecto existen tantas controversias en la literatura psicoanalítica. Existen dos corrientes opuestas con respecto a la capacidad que puede tener un infante de hacer un trabajo de duelo. Aunque personalmente opino que la diferencia radica en la definición que se haga de “duelo” así como en el hecho de tomar como parámetro el duelo en el adulto cayendo en la adultomorfización del niño, lo cual es un error, ya que las estructuras mentales en el primero ya están consolidadas (mal o bien), mientras que en el niño se están dando apenas los matices que formarán no sólo sus estructuras mentales sino la diferenciación entre el sí mismo y los objetos, la neutralización y fusión instintivas y demás vicisitudes que formarán la personalidad adulta, normal o patológica.
En un extremo encontramos aquellos autores que consideran imposibles las reacciones de duelo en la infancia:

  1. 1.      Rochlin (1953, p. 289-309) a través del estudio de un caso de autismo infantil, considera que antes de la etapa edípica no existe duelo en el sentido que lo postuló Freud, no habiendo la capacidad de ir hipercatexiando los recuerdos con el objeto perdido, pues el objeto se vive como parcial. No existe la identificación en estas etapas pues describe una introyección oral muy primitiva. Escribe: “La confusión proviene de la creencia basada en una pérdida objetal en una fase anterior. Durante la etapa edípica el objeto más valorado es investido con libido objetal, mientras que en el periodo pregenital el mismo objeto tiene principalmente catexis narcisistas.”

Como la supervivencia del yo depende para este autor de las relaciones objetales, cuando éstas se interrumpen por alguna pérdida, separación o negligencia, el trastorno resulta en la incapacidad de desarrollar el proceso secundario y de transformar la libido narcisista en libido objetal. En el caso estudiado existe un intento por sustituir el objeto perdido por otro inanimado y por tanto bajo control. Aclara que en estos casos no hay regresión, pues se está vivenciando la etapa en la cual predomina la libido narcisista, habiendo dos caminos para el infante: un incremento en el narcisismo y la huida de la realidad.
Este mismo autor, citado por Arieti y Bemporad (1981, p. 103), enfatiza que antes de la formación del superyó la agresión no puede estar dirigida contra el propio sujeto, lo cual descarga la posibilidad de un diagnóstico de depresión en los niños. Estos autores citan a Beres, quien considera que la depresión es un fenómeno superyoico primario que implica un conflicto intersistémico que se manifiesta a experimentar (p. 199). Se menciona el hecho de que los niños no soportan sentirse abatidos  por mucho tiempo y buscan activamente la manera de evadir la depresión. Existen a su vez la incapacidad del niño pequeño de verbalizar sus sentimientos. A su vez, mencionan Arieti y Benporad (p. 106), que la hiperactividad motriz y la natural exuberancia del niño hacen difícil diagnosticar una depresión.

  1. 2.      Anna Freud, citada por Furman (1964, p. 321-33), rebatió la postura de Bowlby con respecto a la capacidad temprana para hacer un duelo, diciendo: “…el esfuerzo de un individuo por aceptar un hecho en el mundo externo (la pérdida de un objeto catectizado)… presupone ciertas capacidades del aparato mental, tales como la prueba de realidad, la instauración del principio de realidad, un control parcial del yo sobre las tendencias del ello…”

Propone que la habilidad de manejar o dominar el concepto de muerte requerirá además de los niveles necesarios para la aceptación del principio de realidad y de la prueba de realidad:
a)      Representaciones en el mundo interno lo suficientemente estables y diferenciadas del self y objeto para que la integridad de la representación del self pueda soportar la amenaza implícita en la muerte de alguien más.
b)      Un yo que tenga la suficiente maestría sobre el ello para que pueda integrar el concepto de muerte sin que ello despierte los derivados instintivos.
c)      La habilidad para distinguir entre lo animado y lo inanimado y de este modo tener el concepto de lo viviente en oposición a lo carente de vida.
d)      Alguna habilidad que permita entender el concepto de tiempo en términos de pasado, presente y futuro.
e)      Suficiente pensamiento causal del proceso secundario para poder entender el hecho de que cuando algo muera ya no puede hacer ciertas cosas.
Esta misma autora, menciona en otra de sus obras (1965, p. 58):
Si por “duelo” entendemos no las diversas manifestaciones de la ansiedad, la aflicción y las disfunciones que acompañan a la pérdida del sujeto en sus fases iniciales, sino el proceso doloroso y gradual de la separación de la libido de la imagen interna, es claro que no podemos esperar que esto ocurra antes de establecerse la constancia objetal.
Para A. Freud la constancia objetal implica la posibilidad de mantener una imagen interna y positiva del objeto, independiente de la satisfacción o no de los impulsos.

  1. Furman, en el artículo antes citado, postula que la capacidad para hacer el duelo exige que se haya alcanzado un nivel fálico en las relaciones objetales. Se requiere que la fusión instintiva se haya llevado a cabo y, para que pueda experimentar el dolor asociado con el retiro de catexis de objeto el yo tiene que haber logrado el poder identificar y verbalizar afectos, lo cual, a su decir, puede hacer un infante entre los tres y medio y cuatro años. Menciona como aspecto importante que el niño requiere de un objeto que remplazó al objeto perdido y que sea constante para que se preste a ser investido con la energía antaño destinada al objeto perdido (Bowlby, 1983, p. 275-283, enfatiza la importancia de las figuras sustitutas y de no mentir a los niños acerca de la muerte). Menciona Furman: “Sin un objeto asi, existe el peligro de desarrollar grados de identificación con el objeto perdido o hipercatexiar la representación del self, lo cual impediría su futuro desarrollo”. Sin embargo, este autor opina que lo que podría parecer una incapacidad de hacer el duelo en el infante se debe tal vez a su incapacidad de manejar agresión. Otro factor que puede obstaculizar el duelo se refiere a cuando sus sentimientos son negados o suprimidos por el mundo externo y sus preguntas se dejan sin respuesta.

Las respuestas ante la muerte de una figura importante que son incinseras o de tipo religioso, entorpecen el duelo. Aberastury (1978, p. 167) escribe:
 
El ocultamiento de la muerte de alguien querido por el niño, dificulta la labor del duelo, no sólo en el niño sino también el adulto. La primera reacción frente a la pérdida del ser amado es negar la realidad de este hecho. El adulto, al ocultarla al niño, ayuda a esta negación y junto con ella dificulta el pasaje a otras fases de elaboración del duelo…
Enfatiza esta autora, que se adhiere a la escuela Kleiniana (y por tanto sostiene que el niño desde una edad temprana es capaz de experimentar el duelo) que cuando el proceso de duelo es patológico se tiende a repetir el destino del objeto perdido, la búsqueda de muerte.

  1. Shambaugh (1961, P. 510-522) postula que el proceso de duelo requiere de un yo fuerte y que no esté agobiado por muchos desafíos. Expone el caso de un niño de siete años cuya madre murió de una enfermedad incurable. Opina el autor que en este caso, al haber un yo sin suficiente fuerza para abrigar conscientemente la imagen del objeto perdido no se dio el proceso de ir decatexiando gradualmente sus memorias. En un trauma de tal magnitud, su Yo tuvo que enfrentarse a lo más emergente que era la carga de la regresión y ansiedad. Considerar la debilidad del yo en los niños, la dependencia real que aún existe con sus objetos primarios. Postula que ante una pérdida de tal magnitud se movilizan las defensas más poderosas por lo cual puede a los ojos del observador no haber una reacción aparente. El niño, dice, tiende a enmascarar su reacción con una negación masiva aunque ésta no sea necesariamente patológica.

 
A medida que acumulábamos observaciones nos fuimos impresionando por el hecho de que el duelo tal como lo describe Freud no ocurría. Los sentimientos de tristeza se reducían o no aparecían; había poco llanto. Continuaba la inmersión en las actividades cotidianas. No se presentaba un retraimiento o preocupación asociado a pensamientos acerca del objeto perdido. Gradualmente emergía el hecho de que el niño estaba negando la pérdida. El doloroso proceso de la decatectización era aplazado, habiendo una expectativa más o menos consciente del retorno del padre…lo que dijo no excluye reacciones adaptativas ante una pérdida objetal importante en la infancia…
 
Podríamos continuar citando autores, algunos de los cuales están de acuerdo en que el niño tiene la capacidad de hacer un duelo ante la pérdida de un objeto importante,  otros no.
En este trabajo adherimos a la definición de duelo que hace Avelino González y que lo describe como una reacción patológica constituida por procesos somáticos y psíquicos tendientes a restablecer el equilibrio alterado y considerando que el duelo varía dependiendo de la etapa del desarrollo y la cultura pudiendo haber duelos  esquizo-paranoides, etc. A su vez estamos de acuerdo con Bowlby (1983, p. 40) quien postula:
 
el término duelo, con los modificadores adecuados, se emplea para demonimar una serie bastante amplia de procesos psicológicos que se ponen en marcha debido a la pérdida de una persona amada, cualquiera sea su resultado… todos los procesos psicológicos, conscientes e inconscientes, que una pérdida pone en marcha.
 
Aún cuando la pérdida se presente en una época anterior a la edípica y nos atreveríamos a decir que tal vez en algún momento del primer año de vida caracterizado por el predominio del proceso primario del pensar, la indiferenciación entre el self y el objeto, predominando la catexis narcisistas y pudiéndonos referir tal vez únicamente a nivel de relaciones objetales a objetos parciales como el pecho, aún en esas etapas tempranas del desarrollo existe lo que Rapaport (1962, p. 97-118) llama la organización impulsiva de recuerdos. Al mencionar el modelo primitivo de cognición (p. 66), escribe:
 
…la evidencia psicológica comparativa indica que la percepción infantil es difusa y sincrética (refiriéndose a esta organización impulsiva de recuerdos), es preciso concebir al recuerdo infantil de gratificación como una experiencia que contiene en forma indiferenciada el contexto especial y temporal del objeto pulsional, de la acción de descarga y de la gratificación…se le denominó pensamiento del proceso primario; obra de acuerdo con el cumplimiento del deseo y los mecanismos sincróticos (condensación, desplazamiento, sustitución, simbolización), utiliza recuerdos sensoriales (principalmente visuales) y por tanto carece generalmente de conjunciones, así como de relaciones causales, temporales y de otro tipo. La catexia impulsiva o la tensión alcanza el umbral de descarga. En caso de que no sea posible esta descarga “catexa” la huella mnémica correspondiente a una situación o  situaciones pasadas, en las que fue posible la descarga (gratificación); si no es factible hacer esto directamente, se lleva a cabo la condensación de varios recuerdos parciales de gratificación, o bien el desplazamiento sobre uno de ellos y en esta forma se concentra la suficiente catexia para que pueda alcanzar vivacidad alucinatoria esa huella mnémica, producto de la condensación y el desplazamiento.
Esta percepción difusa incluye el olor de la madre, su voz, el tacto, el modo especial y particular en cuanto a la relación y una experiencia efectiva particular pues sabido de sobra es que responden ante los mensajes preverbales y físicos de la madre, percibiendo cuando está tensa o respondiendo a sus estados afectivos desde muy corta edad.
Aunque en esta fase del desarrollo no exista la capacidad de reconocer a la madre como objeto independiente y total, la huella mnémica queda instalada  para poder más tarde adquirir sentido, como decía Freud. Es decir, podremos observar reacciones ya en ese momento a la pérdida del objeto primario, pero serán reacciones acordes a la fase del desarrollo, a la estructuración del aparato mental, al grado de fusión o defusión instintiva (del grado de neutralización instintiva y, sobre todo, del predominio del instinto, ya sea libidinal o agresivo), de la calidad de aquella estructura que más tarde será llamada superyó, lo cual va a condicionar que el miedo que surgía tras la pérdida sea miedo a la muerte o aniquilación, al haberse hecho realidad la pérdida del objeto, a la pérdida del amor del objeto ahora introyectado, a la castración, o sea un miedo superyoico.
Un yo menos estructurado intentará restablecer el equilibrio mediante mecanismos defensivos más arcaicos como la escisión, proyección o negación masivas dirigidas a evitar la fragmentación que antes mencionó Freud, cuando ésta puede ser evitada. La introyección se llevará a cabo y eventualmente podrá desembocar en identificaciones con el objeto perdido, es decir, modificaciones duraderas y profundas en todo el self de la persona, aunque ello se efectúe posteriormente.
Pienso que la manifestación ante la pérdida se manifiesta con el lenguaje propio de cada etapa. Así, la sintomatología posterior resultante de los aspectos del duelo no elaborados va a retrotraer a la etapa del conflicto. De cualquier manera, aunque aparentemente el efecto de tristeza no se haga patente, suelen surgir síntomas como podrían ser por ejemplo cuadros de anorexia, terrores nocturnos, enuresis, problemas en piel, incontinencia, problemas escolares, en el aprendizaje, retraso en el lenguaje, etc.
Se puede observar que en todos los casos que se mencionan a este respecto en la literatura psicoanalítica se puede ver la introyección del objeto perdido. Inclusive el caso de autismo infantil muestra un intento de sustituir el objeto perdido por otro inanimado, un abrigo, siendo que el objeto sustituto tiene las características anheladas y añoradas en esa etapa: el contacto cálido, la necesidad de controlar la permanencia del objeto.
Respecto a lo que se reporta de que en el niño no siempre se puede ver el afecto de tristeza comúnmente visto en el adulto, pensamos que éste queda relegado a un segundo término al haber otros aspectos más emergentes para el yo, como evitar la fragmentación por ejemplo o lidiar con los aspectos más persecutorios de un superyó en formación (si es que podemos llamar superyó, ya que son elementos previos a su formación y estructuración propiamente dicha).
Sin embargo, pensamos que en un tratamiento psicoanalítico sería posible hacer surgir esta moción afectiva como parte de la elaboración del duelo, siempre y cuando se contara con una o varias figuras libidinales que sustituyeran las funciones del objeto perdido.
 
El caso de Alma
Para finalizar este trabajo pretendemos, mediante la exposición de una viñeta clínica, demostrar cómo aquello que no se pudo elaborar en la infancia queda impreso en el inconsciente: tanto los aspectos factibles de recordarse en palabras como aquellos previos a la adquisición del lenguaje, los cuales tienden a manifestarse en la sintomatología, e inclusive en rasgos de carácter. Así por ejemplo, los problemas en piel que presenta Alma (acné) nos indican un conflicto de separación que se rastrea aún antes de que muriera su madre, antes de los cuatro años. Lo no resuelto en la infancia retorna haciéndose patente en la personalidad adulta y estos síntomas indican en forma simbólica toda una dinámica que nos retrotrae a la atapa del conflicto. De igual manera, la pérdida de una figura primaria dejará huellas imborrables, susceptibles de elaborarse en cierta medida mediante un tratamiento psicoanalítico.
El aspecto consciente que motiva a Alma a solicitar tratamiento es el anhelo de una relación objetal. Inconscientemente es el temor a repetir el destino de su madre y abuela, murieron al presentarse una hemorragia cuantiosa sobrevenida por una caída, acelerando en ambos casos el parto de un embarazo avanzado, muriendo madre e hijo. Busca la terapia pocos meses antes de cumplir la edad en que su madre murió, antes de enfrentar su propia muerte. Reporta que en su infancia necesitaba estar siempre junto a su madre, la cual es descrita como introvertida, triste y enfermiza (sufría de hipotiroidismo); pero a la cual tuvo que idealizar para protegerla de la rabia que se despertó al vivir su muerte como una agresión. Por ello, para manejar esta pérdida, su yo echó mano del mecanismo de la escisión, logrando así mantener a la madre biológica como totalmente buena y separada de la madre sustituta, la hermana mayor del padre, vivida como la madrastra totalmente mala y agresiva.
Sin embargo, como en todo acontecer mental, lo reprimido se hizo patente en varios recuerdos encubridores que tiene Alma: el primero es que su hermana menor no pudo dormir después del suceso hasta que quitaron la fotografía de la madre de la recámara. Es decir, Alma proyectó en la hermana el aspecto persecutorio de la madre muerta que exige la muerte de la hija. Alma atravesaba por la etapa edípica del desarrollo matizada con in tensos sentimientos de agresión hacia la madre-rival, y estaba el producto que venía a desplazarla una vez más. Podemos inferir, sin temor a equivocarnos, que ella sintió que sus deseos agresivos mataron a la madre  y al producto, ahuyentando además al padre quien, al no poder elaborar la muerte de su esposa, huyó a un lugar lejano pocos meses después, rehaciendo allí su vida y depositando a sus tres hijas (Alma es la segunda) en manos de su hermana mayor y su cuñado. Así Alma fue doblemente castigada: perdió a sus objetos primarios, lo cual condicionó que nunca haya podido tener una relación objetal cercana por temor a matar o ser abandonada; carece de amistades y de relación de pareja.
El castigo por el asesinato perpetrado se vislumbra en otro recuerdo encubridor que se refiere a que, después de morir la madre le tuvieron que extraer todos los dientes puesto que presentó múltiples caries debidas a haber sido tan golosa en épocas pasadas.
Al morir la madre presentó un cuadro de anorexia, por lo cual dice haber tenido que ser alimentada a la fuerza. Recuerda que al acostarse “mamaba” un bolillo y que buscaba refugiarse en la cama de la tía, refiriendo haber llorado mucho. El cuadro de tipo anoréxico nos habla de una introyección de la madre: ella tenía que morir también. Este síntoma es usual en el adulto doliente. La regresión a la etapa oral se hace patente en el deseo de mamar el pecho-bolillo (ahora seco), la añoranza de la madre nutricia.
Alma conserva todavía una planta que fue de la madre, la cual le sorprende aún viva pues en varias ocasiones se ha caído y han tenido que cambiarle la maceta. Esta planta la representa a ella misma, con su anhelo de no repetir el destino de la madre, y a su vez es el introyecto materno que persiste en su yo y superyó, con el cual se identifica, pero del cual no puede librarse. Son los aspectos no resueltos del duelo que la han compelido a vivir sólo en tanto esté medio muerta:  sola, encerrada, evitando toda relación objetal y de pareja que pudiera conllevar un embarazo y el destino de morir o que la mate un hijo. Aunque ella sabe que la madre murió por la hemorragia, no puede evitar tener la fantasía de que fue el hipertiroidismo lo que la mató. Así, Alma desarrollo la misma enfermedad, identificándose con ella. En esta elección de patología prevalece el aspecto persecutorio introyectado, habiendo internalizado a su perseguidor que le causará la muerte.
Los autores que han estudiado dicha enfermedad (Kolb, 1976), p. 543-605), refieren que quienes la padecen tiene una necesidad básica de satisfacer una exagerada relación de dependencia, siendo que ante su frustración crónica su respuesta es agresiva, logrando que afloren deseos de muerte hacia la persona de quien esperaban tal satisfacción. Plantean que las mujeres hipertiroideas  tienen  muchos conflictos y miedos en relación al nacimiento de sus hijos. Aducen que la conflictiva comenzó en la etapa infantil en la que se buscaba la independencia, encontrando que, por lo general, la reacción de la madre de los futuros hipertiroideos  ante este desafío suele ser de angustia, ira o una formación reactiva manifiesta en una sobreprotección. Hay quienes comparan el bocio con la garganta de un perro el cual quiere caminar pero al cual le jalan la correa.
Todo esto coincidió con las crisis hipertiroidea de Alma, las cuales se han presentado ante una situación de triunfo saboteada por representar el matar a la madre y la pérdida de imágenes paternas o maternas. Su primera crisis la presentó cuando, después de haber ascendido a un puesto en  el trabajo que la colocaba en una jerarquía más alta que sus antiguos compañeros fue despedida al no tomar en cuenta un factor primordial en un proyecto que le fue encargado.
Sus estructuras mentales llevan la huella de estas pérdidas, teniendo Alma un superyó a  nivel de objetos persecutorios, representando la fotografía internalizada y aún viva (como la planta) de la madre, que tuvo que repetir el destino de su propia madre, muriendo para agredir a las hijas. También representa al hombre que embaraza, mata y abandona.
Alma desarrolló una coraza caracterológica de impenetrabilidad y dureza, siendo introvertida y no permitiendo mostrar al mundo a su interior más que en forma agresiva pero encubierta de quien, como diría Freud al describir los caracteres excepcionales, espera que el mundo lo compense por el daño que el destino le inflingió.  Por un lado, existe un anhelo de los suministros que le fueron negados, propiciando en todas sus relaciones que los objetos actúen como la madre nutricia que perdió ante su postura de huérfana, despertando el sentimiento de culpa en los demás. De esta manera como en el anoréxico en el cual predomina lo que cita Boris (1984, p. 315-321): “…la anoréxica no desea el necesitar; necesita ser el deseo de los otros”. Necesita ver que los demás se preocupen porque coma y así se proyecta en los demás el anhelo a comer, no es ella quien lo desea, son los otros”. Necesita ver que los demás se preocupen porque coma y así se proyecta en los demás el anhelo a comer, no es ella quien lo desea, son los otros, ella rechaza el alimento. Alma perdió el alimento, Por ello, todo lo que la penetra la puede matar: una interpretación, un pene, un  sentimiento de necesitar. Como efectivamente perdió a sus objetos primarios no hay esperanza, sólo puede vivir en tanto esté medio muerta, en su casa-ataúd. Teniendo apenas 29 años su cabello comienza a encanecer.
La compulsión a la repetición se hizo manifiesta en tanto tuvo que morir simbólicamente, y aceptando reclinarse en el diván poco antes de cumplir los 30 años, y adoptando una actitud corporal de quien yace en un féretro: tiesa, inmóvil con las manos quietas sobre el vientre, callada. El día de su anomástico se negó a reclinarse para no morir.
Desde entonces necesita verificar que no ha matado a su madre-terapeuta. La transferencia repite la necesidad de idealizar a la terapeuta reprimiendo toda la rabia y agresión que subyace su aparente docilidad.
Alma tuvo un anhelo de acuerdo a su historia y desarrollo de sus estructuras mentales. Es obvio que aún antes de morir la madre e irse el padre tenía problemas para la separación, probablemente provocados por una madre a su vez huérfana temprana. Creemos que dentro del proceso de duelo hubo aspectos que, en un primer momento en forma de introyectos, desembocaron en identificaciones, aunque éstas hayan sido con los aspectos patológicos y la búsqueda de castigo por haber matado. Una identificación de este tipo sería el desarrollar hipertiroidismo. La fantasía de haber perdido los dientes, de aparente contenido edípico o castración, en realidad es muerte. Ella mató y por lo tanto no merece vivir.
En términos de Avelino González sería una duelo esquizo-paranoide en el cual la madre-planta introyectada aún vive reclamando su muerte y prevalecen los mecanismos de defensa propios de dicha dinámica patológica. El hacer consciente su rabia hacia sus objetos equivaldría a volver a matarlos. Matar sus introyectos sería matarse a sí misma. Alma trae un sueño en el cual hay un barco y gente que no sabe si son familiares o no, si son ellos, pero a los cuales se les va cayendo la piel, se van transformando en monstruos,se caen al mar y mueren. Este sueño, como otro anterior en el cual aparecen dos lagartos que amenazan con morder y los cuales no tiene piel, tienen el carácter de pesadilla, habiendo logrado que despertara la paciente. En esas fechas se proyecta un programa de televisión que dice no gustarle en el cual la Tierra se ve invadida por extraterrestres disfrazados de humanos, pero a los cuales se detecta por tener una piel de lagarto debajo de la otra. La extraterrestre (del más allá) invasora es la madre y, en transferencia, la terapeuta, es la muerte que ya forma parte de su identidad, de su piel. Son aquellos introyectos que no puede enfrentar, pero que no puede desechar.
Aún cuando Alma era tan niña podemos reconstruir aspectos importantes que se presentaron en su duelo:
Hubo en un principio una introyección del objeto perdido en forma ambivalente (cuadro anoréxico). Mediante la regresión a la etapa oral (patente) en mamar bolillo, etc., se reavivaron los aspectos persecutorios de la madre relacionados con el sadismo que matiza esa etapa (fotografía que tuvo que ser quitada). Su yo hubo de echar mano e mecanismos como la escisión (madre idealizada, tía-madrastra mala), la proyección (el temor a la retaliación visto en la hermana), la negación (de vivir la muerte en términos de una agresión).
El introyecto superyoico es representado por aquella planta que sigue viva, el objeto persecutorio que sigue vigilando, que no puede morir. Indica que no pudo resolverse el duelo, predominando el aspecto persecutorio sobre la posibilidad más evolucionada de reparar el objeto.
Es decir, todas estas reacciones fueron consecuencia de la pérdida objetal de sus figuras primarias (aunque hemos dado aquí énfasis a la muerte de la madre, es obvio que la ausencia paterna tuvo connotaciones similares). Siente que no quiere morir pero a la vez desea poder matar definitivamente  y así permitirse vivir, renacer. Para Alma el morir, perder la piel, no es definitivo: el extraterrestre tiene vida interna, siendo así más siniestro, sólo si logra reforzar sus estructuras a tal grado que le permitan elaborar el aspecto agresivo que subyace a la idealización de sus figuras paternas, cuando ello no conlleve la muerte interna, podrá tal vez permitirse vivir y no que la vida pase a través de ella. Tendrá que repetir y revivir en transferencia sus vivencias anteriores y constatar que su agresión no mata al terapeuta, si es que tiene la suficiente fuerza yoica para arriesgarse a tal empresa.

De esta manera finalizamos el trabajo esperando se haya logrado el objetivo de esclarecer cómo reacciona un niño ante la pérdida de un objeto primario, de acuerdo al grado de desarrollo de sus estructuras mentales, a sus experiencias y a su equipo congénito.

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