Esther Yaffee 

“La palabra siembra, pero es en silencio y en paz como el ser crece y se construye, de la misma forma que el grano germina y crece primero, en el silencio

apacible de la tierra” Nacht, 1972 (en Painceira 1997, p. 396)

 El sonido del silencio

El silencio forma parte de conversaciones, de partituras de canciones, de puntuaciones gramaticales en un discurso, de prácticas de meditación, de momentos de apreciación, concentración, de reflexión o incluso de dolor. Forma parte de lo cotidiano y del psicoanálisis, de conversaciones dentro del consultorio.

Me gustaría iniciar con la definición del silencio según el diccionario: Es “el estado en el que no hay ningún ruido o no se oye ninguna voz” (Pérez y Merino, 2013). En contraparte una de las frases célebres del compositor Miles Davis define al silencio como “el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos”. Esto me lleva a contactar con la paradoja que existe alrededor del concepto del silencio. Las palabras de Miles me motivan a pensar en los ruidos de un mundo interno que habla, aunque no sea en voz alta, pese a que aparente estar en silencio. O bien al ruido que causa la ausencia de palabras cuando hay un receptor que espera escuchar algo; el ruido de la incertidumbre, de la incomodidad y de la ausencia de claridad.

Me cuestiono si en verdad se puede hablar del silencio, ya que es en sí lo que no fue dicho, lo que quedó sin palabras para ser comunicado y su contenido verbal no llegó al receptor.

De lo que creo poder hablar, es de cómo sentimos los silencios, o bien, cómo los interpretamos. “Con el silencio se enfrenta al misterio sin palabras del inconsciente que, en silencio, espera ser traducido” (Reynoso, 2012) ¿Será que la intuición es lo único que puede dar significado a la ausencia de palabras? Y ¿si el silencio es solo para uno mismo? ¿si el silencio no significa retener información a un otro, solo a uno mismo? ¿Quién le da sentido?

Antes de pensar en quién es el que dota de significado a la ausencia de palabras, habría que pensar el contexto en el que se da. Pienso en distintos escenarios donde el silencio tiene un significado que no requiere de gran análisis para ser comprendido. Por ejemplo, el silencio en una biblioteca o en un cementerio, en un hospital o en un lugar de culto. En estos casos es más fácil comprender porque “guardan silencio” o mejor dicho “guardan palabras”, ya que se apegan a convencionalismos sociales. Pero, ¿qué sucede cuando el silencio se da en un consultorio terapéutico, en donde se espera que predominen las palabras, las cuales se asocian con otras y nos llevan a ciertas dimensiones. “En oportunidades el paciente no habla, queda en silencio, situación que muchas veces es vivida con desaliento y de situaciones técnicas difíciles…El silencio entra así en la relación analítica junto al gesto y a la palabra” (Pereira, 1958 p. 4).

A decir verdad, hay silencios que también fuera de la consulta cuesta trabajo comprender, son incómodos, parecen eternos y el interlocutor trata de rellenarlos con cualquier comentario.

Nos encontramos con el famoso “silencio incómodo” que suele darse al inicio de una relación. O, por el contrario, los largos silencios entre dos personas, que no son incómodos, sino que sugieren una conexión real y de comodidad.

Por otro lado, está el tipo de silencio que existe para guardar un secreto, que muestra un símbolo de confianza; o el silencio de lo que “no puede ser dicho”, algo así como los tabúes o el silencio de la opresión; el escritor John Morley con quien coincido, decía: “No habéis convencido a un hombre por el hecho de haberlo reducido al silencio”.

Así mismo, existen los silencios que se deben a la dificultad para expresar verbalmente los sentimientos y a la falta de un repertorio de palabras que describan lo que se intenta comunicar. Es entonces que recurrimos a decir que “no hay palabras que alcancen” como si solamente a través de las palabras uno pudiera manifestar lo que piensa o siente.

Dentro de los distintos tipos de silencio que describo, pienso que hay algunos que dicen más que las palabras y el callar, en estos casos no representa estar vacío sino lleno de voces (Colina 2018), el silencio suele ser la expresión de lo indecible y que, aunque parece mantenerse oculto, si es causa de sufrimiento, tendrá sus efectos (Levin, 2004 en Colina 2018). Por lo tanto, hay algunos silencios que parecen callar de momento para convertirse en expresiones corporales, ya que los afectos no encuentran expresión simbólica a través de las palabras. Recordemos que el psicoanálisis nace de pacientes de Freud, en las cuales eran sus cuerpos los que hablaban no necesariamente sus palabras.

Desde mi parecer, el silencio también puede decir de todo en relación a los demás, por ejemplo: que el otro nos da miedo, que el otro nos es indiferente, que el otro nos da paz, que tememos a exponernos con palabras o que si hablamos revelamos algo propio. Y es que el silencio se vuelve un problema, porque puede referirse a tantas cosas, que se vuelve demasiado.

 Sobre escuchar el mundo interno

Ahora bien, hay quien no puede guardar silencio ni siquiera para sí mismo, posiblemente por vivir el silencio como la soledad. Winnicott (1958/1981 en Colina 2018) explica que, en el desarrollo del niño, la presencia de la madre incluso en silencio es esencial para la conformación del psiquismo; permite la experiencia de estar solo, pero acompañado por ella y con la confianza que el entorno le otorga. Se desarrolla así “la capacidad para estar a solas”. Misma que aparece dentro del consultorio, cuando la presencia del analista, contribuye a que el paciente se sienta del mismo modo y esta capacidad se siga fortaleciendo.

Por lo tanto, Roberto Gaitán (2013) argumenta que en análisis lo que se buscará con los pacientes que viven al sentimiento de soledad como terrorífico, es decir, aquellos con relaciones de objeto más parciales, es que puedan ir construyendo herramientas para sostener la capacidad de estar solos sin vivirla como aniquilante.

También, hay quien no puede callar por miedo a escuchar su mundo interno y ponerse en contacto consigo mismo, son los que prefieren seguir hablando para no contactar con lo profundo. Es verdad que la sociedad actual en donde los distractores y las formas que la tecnología ofrece para escapar, hacen que se vuelva más fácil seguir evitándolo. Según Nasio (2013), el miedo a escuchar el mundo interno se vuelve asfixiante y solamente puede ser vencido por medio de un repetitivo retorno sobre uno mismo, el cual suele operarse varias veces durante un tratamiento psicoanalítico, es por eso que para muchos pacientes el análisis es el verdadero lugar de nacimiento, es el primer descubrimiento de sí mismos.

No obstante, hay casos en dónde a pesar de que la persona está consciente de su malestar decide no acudir a tratamiento porque, aunque su sufrimiento lo rebasa, prefiere ser el único poseedor de éste, en vez de invitar a alguien a ser testigo mediante las palabras compartidas; y es que en análisis lo que se habla queda fuera y abandona el plano personal.

 Silencios en el análisis

Ya en un tratamiento psicoanalítico dentro de las sesiones hay otros silencios que también abundan en mayor o menor cantidad, pero los hay. Ya sea por parte del analista o del analizando.

Generalmente, el silencio para escuchar le corresponde al analista el cual va de la mano con lo que conocemos como atención flotante ya que, sin silencio, no la podríamos mantener; el silencio para reflexionar le toca al paciente y desde luego, el silencio para crear, les pertenece a ambos, al inconsciente de los dos. Considero

que sería muy limitante abarcar únicamente este tipo de silencios, por lo que a continuación hablaré con más detalle sobre el impacto del silencio en la relación dual. “… El uso del silencio durante el análisis, ya se trate de una pausa o de un silencio prolongado, puede servir para promover o impedir el proceso analítico. Esto depende de cómo el paciente usa el silencio en la transferencia e igualmente de cómo el analista maneja el silencio” (Kalina, 1967). Por ejemplo, Pereira (1945) hace referencia a los pacientes que buscan poner distancia con el analista y con lo que se le comparte, éstos hacen silencios que en transferencia lo que predomina es un franco alejamiento, como si las palabras y los silencios quedaran en medio, separando al paciente del analista.

 El silencio del analizando

Si bien el psicoanálisis está sustentado en el método catártico de Freud, nos remite a la ley fundamental del mismo y que no nos cansamos de repetirle a los pacientes: “en este espacio es indispensable que me digas todo lo que venga a tu mente, sin crítica ni selección”. Decimos que el habla es el medio por el cual nos permitimos acceder al inconsciente del analizando.

En el método catártico lo esencial era la descarga directa, ahora, ya no se trata solo de descargar si no de hablar, de decirlo todo. Ya no se trata de hipnotizar ni sugestionar, solo de compartir palabras. Y así como el paciente debe decir todo lo que se le ocurra, el analista debe escuchar todo en esta misma condición. Pero,

¿qué hay de todo eso que no se dice? debe de haber un lugar para escuchar el silencio y reconocerlo como flujo asociativo del paciente, es decir como aspecto integrado del inconsciente (Leivi, 1995).

Nasio (s.f. en Kovadloff, 2009) argumenta que dentro del discurso de cualquier paciente de pronto las palabras se detienen, y ese silencio es distinto al de una pausa. Considero que con esto se refiere a cuando los pacientes se enfrentan con tener que nombrar aspectos que les son propios, pero son difíciles de soportar, por lo tanto, se resisten y guardan silencio. Freud en sus primeros escritos “…advierte que cuando el paciente interrumpe su discurso, seguramente lo ocupa un pensamiento que se refiere al propio analista…El silencio en la transferencia se presenta como una manifestación aguda de la resistencia” (Zimmerman, 2013 p.4).

Ante esto último, cabe mencionar sería un error interpretar todo silencio como tal.  Ya que también hay silencios cálidos que únicamente buscan invitar al analista a un compañerismo averbal, lo cual puede confundirse con una expresión de resistencia; el analista debe procurar un acompañamiento para evitar fomentar la supuesta resistencia (Kalina, 1967). Pienso en situaciones dolorosas en las cuales un silencio

puede ser aún más reconfortante y contenedor que las palabras, e inclusive en esos largos minutos sin verbalización, hay comunicación.

Roberto Gaitán (2013) en su escrito “Sobre el sentimiento de soledad” cita a Klein (1959) para argumentar que una relación temprana satisfactoria con la madre: “…implica un estrecho contacto entre el inconsciente de la madre y el del niño; esto constituye el principio fundamental de la más plena experiencia de ser comprendido y está esencialmente vinculado a la etapa preverbal. Por gratificador que sea, en el curso de la vida futura comunicar los propios pensamientos y sentimientos a alguien con quien se congenia, subsiste el anhelo insatisfecho de una comprensión sin palabras”. Son los casos en donde el paciente calla esperando ser acompañado y comprendido sin tener que poner todo en palabras. Cabe agregar que otras veces el paciente calla a la espera de palabras conciliadoras o a palabras que digan y metabolicen lo que él no logra nombrar o inclusive a aquello que no puede darle sentido. En estos casos, el silencio suena más a conexión que a resistencia.

Inevitable decir, que hay pacientes que no solamente quedan callados de vez en cuando sino más bien la mayor parte del tiempo y entonces, se vuelven casi indescifrables ya que el inconsciente receptor espera la comunicación del emisor, pero en este caso, no se emplean palabras. Ante estos silencios, habrá primeramente que tolerar y escuchar las propias respuestas contratransferenciales que éste expone (Leivi, 1995). Para muchos autores “la contratransferencia parece el instrumento idóneo para acceder a ellos -los silencios- supliendo con ganancias a la palabra…siendo en principio un obstáculo, el silencio pasa casi insensiblemente a ser una ventaja, se presta a entender la contratransferencia…sin su traducción verbal siempre deformada” (Leivi, 1995, p. 361).

Es decir que a pesar de que las palabras del paciente hacen que los contenidos transferenciales se manifiesten mejor. También hay momentos en los que los silencios del paciente dados por dificultad de nombrar sus conflictos y afectos, la transferencia preverbal lleva al analista a asociar libremente desde su contratransferencia (Bollas 1987 en Jaroslavsky, s.f.).

Es por eso que la escucha del analista debe disponer de una sensibilidad y un paso a los propios sentimientos de manera libre. De esta forma, no escucha solamente lo que las palabras dicen si no también lo que éstas callan, permitiendo así que el silencio sea una fuente de conexión, no de limitación.

Ahora bien, algunos autores describen el uso del silencio como ejemplificador de las etapas tempranas de desarrollo del paciente, ya que, si bien un silencio parece ser siempre idéntico, es verdad que para cada paciente puede representar algo distinto. En una mesa redonda de autores psicoanalíticos llamada “el paciente silencioso” (1967), hubo quien señalaba que los pacientes oralmente regresivos pueden experimentar los silencios prolongados como remanentes de un estado preverbal gratificador. Otros hacían hincapié en un pensamiento mágico-regresivo donde el hablar despierta el temor de dañar o ser dañado con las palabras, esto nos habla de relaciones que mágicamente se quieren mantener estáticas, pensando en que, si se habla, se modifica y, por ende, se pierde (Kalina, 1967 p.11). Otros autores como Fliess (1987/1949 en Colina, 2018) han hablado del silencio en relación a la retención de palabras como de un cierre esfinteriano. Con esto último, pienso en los pacientes en los que predomina el control que creen tener sobre la información que para el analista puede ser útil.

Por su parte, Roberto Gaitán (2013) hace referencia a los silencios que predominan en quienes presentan sentimiento de soledad: “Es su queja constante, en el sentido de ser incapaces para comunicarse, para dar catexis de palabra a lo que sienten y poder describir así su mundo interno. Son pacientes que no toleran el silencio, pero no tienen palabras para expresar sus ideas”.

De lo anterior se puede concluir que todo material verbal y averbal depende del paciente, no hay generalidades aplicables si no pacientes distintos y son variadas las formas hacer escuchar su mundo interno.

 Silencio del analista

Así como en ocasiones interpretamos que el paciente no tolera los silencios, la capacidad de quedar en silencio del analista también nos habla de su paciencia “es un profundo esperar las más finas y lejanas tonalidades…nuestro silencio, nuestra expectación, nuestra paciencia, es una preparación y nada más” (Kovadolff, 2009, p. 47)

Pitágoras decía que “El silencio es el comienzo de la sabiduría”, refiriéndose a que para aprender hay que escuchar primero y es que como analistas debemos de atender al contenido que el paciente trae a sesión para entenderlo, no de otra forma, ya que no somos nosotros quienes poseemos el saber, si no ellos, los pacientes. No podemos relacionarnos con los otros, a menos de que podamos hacer silencios para escuchar.

Winnicott (1963) plantea que “el fundamento para no interpretar, y de hecho para no emitir ningún sonido, es la premisa teórica de que el analista realmente sabe lo que está aconteciendo”. Así, cuando el analista es quien intencionadamente queda en silencio, algunas veces beneficio del Timing y otras buscando que el paciente elabore; de cualquier modo, da lugar a que el paciente sea quien subjetivamente intente comprender la razón del silencio de su analista, desde su mundo interno y desde las fantasías que dicho silencio le despierta para pensar y actuar en consecuencia.

“El silencio lleva con él cierto grado de frustración o gratificación acompañante. Una actitud consistentemente benevolente por parte del analista facilita la prueba de la realidad y la verbalización eventual del contenido del silencio. Pero si se manifiesta la impaciencia, el aburrimiento, la indiferencia o el enojo, aun a través del silencio del analista, el paciente lo percibirá como desaprobación, rechazo o condena” (Kalina, 1967, p.9).

Conclusión:

En el psicoanálisis además de que nos importen las palabras, nos parece mucho más pertinente lo que no fue nombrado, lo que se ocultó en el discurso y que el silencio de pronto nos revela (Reik,1987).

Si bien el proceso analítico busca llegar a la cura por medio de la palabra y le permite al lenguaje ser una vía de descarga, de prueba de realidad, de insight, y un medio para ligar e integrar los propios afectos (Kalina, 1967). A su vez, interpretar los silencios provoca avances significativos en el proceso curativo. Aunque en ocasiones, no es necesario apresurarse a intervenir, si no mantenerse cautos a escucharlos y respetarlos, de modo en que éstos puedan ser elaborativos y el paciente logre entrar en contacto consigo mismo. Considero que además el paciente con el transcurso del tratamiento, aprende a confiar en que el analista aún en silencio permanece acompañándolo y pienso que es justamente en esos silencios, cuando se da paso a asociaciones que parten indiscutiblemente de haberle permitido parar, para pensar y después verbalizar.

En fin, tal como sucede en la vida cotidiana cuando se trata de interpretar el porqué de un silencio, sucede lo mismo dentro del consultorio. Puede ser gracias a la intuición, al contexto, o a una respuesta contratransferencial que nos permitimos entender porque de pronto el paciente queda sin palabras. Sobre todo, es gracias al vínculo que se ha consolidado y que con éste podemos entender con mayor claridad al paciente. Lo que también es seguro es que todo silencio forma parte esencial de su discurso. Por lo tanto, los silencios, así como las palabras y las expresiones corporales, deben de ser tomados en cuenta como un elemento más e igual de importante que el paciente utiliza para comunicar algo, consciente o inconscientemente.

Prestar atención a lo anterior, permite entender las pautas del paciente, ya que la puntuación de la sesión se ve marcada por las pausas que éste hace y no por alguna lógica determinada (Painceira, 1997). Lo que sí, es que el analista es quien termina por hacer de aquella escucha, un arte.

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