“Reflexiones en torno a lo femenino”

Autor: Valeria De La Rosa

Lo femenino. ¿Qué es “lo femenino”? ¿Existe “lo femenino” como una característica específica? Si sí, ¿a quién aplica? ¿a quién es mujer? ¿Quién lo construye? ¿Qué efectos tiene sobre la subjetividad tanto de hombres como de mujeres? ¿Aquello que se le atribuye recae sobre el cuerpo o sobre el lenguaje? Podría pasar los siguientes 15 minutos ante ustedes planteando cuestionamientos en torno a lo femenino como concepto en sí. Comprenderán consecuentemente el título de mi trabajo, “Reflexiones en torno a lo femenino”. Noción un tanto abstracta que abarca un adjetivo, un sustantivo y una categoría sobre la cual no me queda más que reflexionar; tarea que les confieso ardua y quizá confusa, pero indispensable en nuestra labor como analistas, inmersos en un contexto en el que el discurso tanto feminista como de género se encuentra en auge y toca muy de cerca la identidad. ¿Si me siento mujer entonces soy más femenina? ¿Si soy hombre y  soy muy emocional, eso me hace menos masculino… o inclusive femenino?

A estos cuestionamientos nada sencillos podríamos todavía añadir la connotación, positiva o negativa, que estos planteamientos puedan tener a nivel personal y social.  Por lo mismo, nuestra investigación se vuelve sumamente relevante.

Lo femenino, y por lo tanto también lo masculino puesto que lo femenino alude a lo no masculino y con ello tendríamos que tener representaciones claras de lo que éste categoriza y viceversa, aparecen como conceptos bajo la semántica de género. La nueva acepción de género se refiere a: “el conjunto de prácticas, creencias, representaciones y prescripciones sociales que surgen entre los integrantes de un grupo humano en función de una simbolización de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres. Por esta clasificación cultural se definen no sólo la división del trabajo, prácticas, rituales y el ejercicio del poder, sino que se atribuyen características exclusivas en uno y otro sexo en materia de moral, psicología y afectividad” (Lamas, 2000, pg.2). Sería atribuirle a una mujer, por ser mujer, una personalidad más emocional que un hombre, y una mayor vocación por la pedagogía que por las matemáticas. De esta manera la cultura marca a los sexos con el género y el género marca la percepción de todo lo demás.  La reflexión a partir del género ha permitido plantear que las mujeres y los hombres no tienen esencias que se deriven de la biología, sino que son construcciones simbólicas resultado de una realidad histórica y cultural; es decir, que el hecho de que quizá en nuestro país exista un mayor número de pedagogas que de pedagogos, no se debe a ningún hecho biológico sino, más bien, a un factor cultural. Autoras como Judith Butler (1998), hacen hincapié en que lo “natural” carece de valor hasta que asume su carácter social, de manera que el sexo queda reemplazado por las significaciones sociales que adquiere y, en última instancia, el discurso termina por ser aquello que produce los efectos que nombra. Al lenguaje, y por lo tanto a la cultura,  le corresponde entonces un papel determinante en la construcción de la subjetividad del sujeto y finalmente de su identidad.

Tomémonos un minuto para pensar. El discurso social determinará lo que es femenino y masculino en un lugar y momento determinado. Me atreveré a decir que, además, es uno de los factores responsables de devaluar o exaltar ciertas características atribuidas a cada género, hecho que posteriormente podrá evocar en un conflicto psíquico para el sujeto. Y si bien la conceptualización de género ha contribuido a cuestionar el determinismo biológico, considero que adquirir esta postura con rigidez es correr el riesgo de olvidar el cuerpo, negar la diferencia anatómica y pasar por alto el influjo de ambos en la conformación de la subjetividad  inconsciente.

Si todo es discurso, ¿Qué ocurre con el cuerpo?

Teniendo cuidado de no atribuir ninguna explicación causal y determinista al comportamiento de hombres y mujeres, y las concepciones de lo que es lo femenino y lo masculino a partir de ello; no podemos pasar por alto que la sexuación de los seres humanos produzca una simbolización específica para cada individuo y cada cultura.

Antes de escandalizar a las feministas seguidoras de Simone de Beauvoir aquí presentes, considero importante hacer una pausa para aclarar que no hay que mezclar el abordaje teórico. Les pediré que, para lo que resta del trabajo, tengamos en mente que por un lado tenemos la categorización social de lo masculino y femenino (abordado anteriormente), y de forma paralela, mas no equivalente, la posición psíquica de lo femenino y lo masculino. Como punto de partida para ambas… la diferencia anatómica entre los sexos.

Considero el gran acierto del psicoanálisis la unión conceptual de la interrelación y dependencia entre psique y soma. Si bien Freud (1905) decretó a la mujer un “continente obscuro”, hecho que creo ha permeado el acercamiento teórico a la investigación de lo femenino; demostró también el significativo papel del cuerpo para el desarrollo, con la expectativa de que algún día la bioquímica arrojara luz sobre lo “propiamente masculino” y lo “propiamente femenino”. Estimado público, ha llegado el día, permítanme hacer un paréntesis para brevemente ilustrarles algunas diferencias anatómicas de los sexos. ¿Encontraremos aquí “lo femenino”?

Los avances en genética, electrofisiología y tecnologías de neuroimagen no invasivas han desencadenado una revolución en la teoría y la investigación científica. Las nuevas herramientas han permitido ver el interior del cerebro humano mientras resuelve problemas, toma decisiones, advierte expresiones faciales, etc. (Brizendine, 2010).

Esto ha permitido ubicar algunas diferencias en el desarrollo de hombres y mujeres. Hoy se sabe que hasta los ocho meses de gestación el cerebro tanto de la niña como del varón siguen el mismo curso. Es en este mes que el influjo de un aumento importante de testosterona en hombres bifurcará el desarrollo del cerebro, aumentando el número de células en los centros de sexo y agresión y disminuyéndolas en algunos centros de comunicación. El cerebro de la mujer seguirá su curso manteniendo un 11% de mayores neuronas en los centros de lenguaje y audición.  Se ha encontrado que en mujeres, el cuerpo cingulado anterior responsable de la toma de decisiones y el “centro de preocupación” del cerebro, así como  el córtex prefrontal, responsable de regular emociones,  la ínsula,  procesador de emociones y sentimientos basales; y el sistema neuronal especular, sistema empático emocional, son más amplios y muestran mayor actividad en mujeres. En el hombre, el área preóptica medial responsable del impulso sexual, la amígdala, centro de la agresión, el núcleo premamilar dorsal denominada el área de defensa territorial, y el área tegmental ventral, centro de motivación y fabricación de dopamina (necesaria para el movimiento), son aquellas más amplias o muestran mayor actividad. Tomando estos preceptos al pie de la letra, esto haría de las mujeres unas verdaderas máquinas emocionales y comunicadoras, y de los hombres unos seres sujetos al deseo sexual, la agresión, y la superioridad territorial. Si bien se ha comprobado que las niñas recién nacidas son más sensibles al llanto de otros bebés, o hablan en promedio dos o tres veces más palabras al día que los hombres; o que los varones tienden más al juego brusco y piensan un mayor número de veces al día en sexo (Brizendine, 2006) (Brizendine, 2010); conozco mujeres con una importante dificultad en “leer” las emociones de los demás y que piensan más de una vez al día en sexo, así como hombres que hablan más que algunas mujeres y huyen frente a la confrontación.  Nuestra fisiología sin duda nos dotará entonces de ciertas predisposiciones e influirá en nuestras habilidades y desafíos de vida, pero descubrimos que no hay determinismo, sino potencialidad.

En cuanto a aquella “sustancia” que Freud esperaba que aclarara la satisfacción sexual de hombres y  de mujeres; sabemos hoy que es la testosterona (20 veces más producida en hombres),  la que activa los circuitos de sexo y agresión tanto en hombres como en mujeres, así como la oxitocina es la responsable de activar los circuitos de confianza, amor romántico, y apego en ambos. Si bien el porcentaje de dichas sustancias es distinto en cada uno de nosotros, recordemos también que la experiencia tendrá un papel fundamental en la medida en que fortalece o debilita ciertos circuitos cerebrales, y con ello la expresión del comportamiento. Esto quiere decir que, si bien la mujer tiene menos testosterona, esto no significa que solamente sea tierna, dulce, y falta de agresión, sino que la expresión de estas características se verá influenciada de manera importante por la experiencia y, por lo tanto, por la cultura que reforzará distintos comportamientos para mujeres que para hombres.

  Si bien será importante tomar en cuenta nuestra biología en tanto influye en nuestra percepción y comportamiento, este planteamiento nos lleva irremediablemente a un cuestionamiento importante. ¿Existe una relación contundente entre el tener cuerpo de mujer y la feminidad, y el tener cuerpo de hombre y la masculinidad?¿Se desprende realmente lo femenino y lo masculino del cuerpo? Notarán ustedes que una mujer puede presentar comportamientos que no irían acordes a su neuroanatomía, sino inclusive más acordes con la del hombre y viceversa. ¿Eso la hace más o menos femenina, más o menos masculina?

Nuevamente el mezclar marcos teóricos produce confusión puesto que, si bien los nuevos aportes de la biología profundizan nuestro conocimiento, no debemos pasar por alto que para el desarrollo psíquico entendemos diferencia sexual, ya no como anatomía, sino como subjetividad inconsciente.  Lo subjetivo incluye la forma individual en que esta diferencia es simbolizada en el inconsciente. Con ello distinguimos ahora la realidad biológica de la realidad psíquica puesto que, a pesar de nacer con un sexo u otro (además de que ahora sabemos que existe lo intersexual), se ACCEDE a tal o cual identidad. Además, hemos visto que ningún individuo se limita a las modalidades reactivas de un solo sexo, sino que siempre concede cierto margen a las del sexo opuesto. Entendemos entonces que desde el marco teórico psicoanalítico nuestra constitución es bisexual. Hombres y mujeres presentarán tendencias instintivas, necesidades y atributos tanto masculinos como femeninos (Assoun, 2006). Dicho así suena poético, pero para mí sigue sin quedar claro. ¿Qué es lo femenino?

Freud llamó femenino a lo pasivo y masculino a lo activo, designando una actitud o forma de posicionarse frente a la castración. Podríamos decir que niños y niñas son sobre-inclusivos, desean tener aquello que posee el otro, no en vez de sino, además de. El reconocimiento de la alteridad es reconocido por el descubrimiento de la diferencia entre los sexos, fuente de angustia para ambos en la medida en que deben conciliar la imposibilidad de poseer a ambos progenitores, poseer ambos sexos y encarnar los dos órganos genitales…en este sentido ambos están castrados (McDougall, 2005). Para el padre del psicoanálisis el acceso a la feminidad estará marcado por la castración y la envidia de pene, que llevarán a la niña a tomar al padre como objeto y asumir la posición pasiva (Freud, 1925).  Si bien para Freud el desarrollo psíquico de la mujer giró en torno a la ausencia de pene (y hasta aquí la teoría es un tanto heteronormativa); autores posteriores como Horney, Melanie Klein, y Jones, profundizan en la investigación del desarrollo psíquico de la niña a partir de la experiencia de sus propios genitales (Assoun, 2006). Si bien explicar cada una de estas posturas sería sumamente enriquecedor, carezco aquí del espacio para hacerlo.

Prefiero remitirles al hecho de que posteriormente Freud hablará de una sola pulsión con fines pasivos y fines activos presentes tanto en hombres como en mujeres (Freud, 1931). Ambos presentarán en cada etapa de su desarrollo tendencias activas y pasivas. Sí, escucharon bien. El hombre será “femenino” en tanto incluye lo pasivo de ser cuidado o de depender, de igual forma que la niña será “masculina” en su actividad de mamar el pecho de la madre o agredir. Además, ambos se constituirán a partir de identificaciones con ambos progenitores.  La dificultad surge al tolerar las ansiedades que estas posiciones puedan producir, y que vendrán tanto del conflicto psíquico inconsciente, como de la construcción social implícita una vez que se le ha puesto género a la actividad y pasividad. ¿Qué implicaciones tiene para el sujeto que se masculinice la actividad y se feminice la pasividad? ¿Es esto lo que resulta en su conflicto psíquico?

Inevitablemente y sin querer queriendo, una vez más nos hemos estampado de frente con las influencias del discurso social que atraviesan al sujeto. Si bien a lo femenino se le atribuyen ciertos aspectos desde lo biológico, otros más desde lo social, y también toda una serie de ellos en lo psíquico; lo hacen solamente para su abordaje teórico pues como bien demostraría Lacan, constituyen una tríada que conforma un nudo borromeo en el que se diluyen las diferencias y se solapan las dimensiones en la conformación del sujeto. No hay un sujeto que pueda ser descrito a partir de solamente una de ellas. Encontrar “la esencia” o “lo original” se torna tanto reductivo como innecesario, quizás la motivación detrás de esta necesidad la encontremos en los rastros de ese narcisismo infantil que, tras confrontarnos con la herida narcisista de no poseerlo todo, nos lleva a racionalizar la falta… a encontrarle explicación.

Descubrimos entonces que lo relevante no es el enlistado de “lo femenino” y “lo masculino”, sino de las implicaciones subjetivas que estos conlleven (desde todas las dimensiones) para hombres y mujeres en un contexto y momento determinado; sobretodo,  cuando este contexto otorga más valor a uno sobre el otro. Ni una mujer vale más que un hombre, ni un hombre vale más que una mujer, no pesa más lo femenino sobre lo masculino, ni lo masculino sobre lo femenino. Dicho así pareciera evidente, inclusive les podría parecer innecesario o anticuado de mi parte mencionarlo.

Sin embargo, encontramos que a una mujer que estudia un doctorado se le puede otorgar más prestigio. Como si, por estudiar, tuviera más aspectos masculinos y con ello mayor valor, cuando en realidad, es una mujer que tiene un doctorado. De igual manera, a un hombre que elige quedarse en casa a cuidar a sus hijos se le puede devaluar, como si eso le hiciera más femenino y con ello, de menor valor. ¿Por qué se ha de posicionar uno sobre otro? ¿Se podría tratar de una defensa frente al traumático descubrimiento de que, efectivamente, no lo tenemos todo? Quizá sean los sentimientos de pérdida los que lleven a la devaluación o idealización del sexo opuesto… Inclusive a la negación de la diferencia que encontramos hoy en tantos discursos. Creo que he encontrado una línea de investigación aún más urgente.

Descuiden, no para hoy.

Bibliografía

  • Assoun, P.L. (2006). Lecciones psicoanalíticas sobre masculino y femenino. Buenos Aires: Nueva Visión.
  • Brizendine, L. (2006). The Female Brain. Nueva York: Broadway Books.
  • Brizendine, L. (2019). The Male Brain. Nueva York: Broadway Books.
  • Butler, J. (1998). Actos performativos y constitución del género: un ensayo sobre fenomenología y teoría feminista. Debate Feminista. Vol. 18. México: METIS, Productos Culturales, S.A. de C.V.
  • Freud, S. (1905).Tres ensayos sobre teoría sexual. Vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu
  • Freud, S. (1925). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos. Vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu
  • Freud, S (1931). XXI Sobre la sexualidad femenina. Vol. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Lamas, M. (2000). Diferencias de sexo, género y diferencia sexual. Cuicuilco. Vol. 7. México: Escuela Nacional de Antropología e Historia
  • McDougall, J. (2005). Las mil y un caras de eros. Buenos Aires: Paidós.