Grecia Romero  

El psicoanálisis es una disciplina que se caracteriza por la investigación del sufrimiento y entendimiento del mundo interno de las personas; para explicar la consolidación de una identidad masculina o femenina, toma como primer modelo teórico al complejo de Edipo, el cual acontece en la llamada etapa fálica donde tanto el niño como la niña “colocan el órgano genital por encima de los demás placeres corporales” (Nasio, 2016, p. 25). Para este momento la diferencia anatómica es evidente; el varón, le atribuye a su genital una característica superior por situarse externo y al alcance de la descarga placentera; esto según la teoría lo convierte a él en el portador del atributo. “es el pene la realidad corporal y el falo el valor simbólico” (Laplanche, 2004), como diría Judith Butler, el falo, es la idealización de la anatomía (citado en Bleichmar, 2006). Pero al ser el falo el eje rector de esta teoría que pretende dar cauce a la estructuración psíquica, ¿qué consecuencias puede tener en la vivencia subjetiva de quienes lo portan?, por decirlo de resumida manera, ¿qué sienten los hombres? 

Desde hace tiempo me he dedicado a observar a través de la práctica clínica y la convivencia social el comportamiento de los individuos frente a las nuevas discursivas en temas de género. Esto dio pie a que, a principios de la cuarentena realizara con colegas espacios virtuales de reflexión grupal con la intención de conocer las experiencias de convivencia entre ambos sexos en el lugar que comúnmente está asociado al dominio de la mujer: el hogar. Realizamos dos encuentros en fechas y con públicos distintos. En el primero participaron mujeres y hombres en donde la conversación giró en torno a la equidad de las labores, los roles de género y el feminismo. La conclusión fue que tanto hombres como mujeres deberíamos colaborar en las actividades de la casa de forma respetuosa y equitativa. Esta experiencia me dejó una impresión vacía, parecida a un eslogan de campaña política que pretende dejar el mensaje a los oídos del ¨supuesto saber¨. (Etchegoyen, 1990). A partir de esto, me surgió la interrogante de si era el tema en sí el causante de esta dinámica o habría sido un mal manejo de la información. Con esto en mente, realizamos la segunda sesión con el objetivo de hacer modificaciones en el planteamiento del argumento y procurando más intervenciones dirigidas a compartir las experiencias para evitar caer en generalidades. 

Al abordar el tema con más profundidad, la sala cada vez se iba quedando con menos participantes; el asombro fue ver que eran los hombres que, sin salir por completo de la sala, fueron uno a uno apagando sus micrófonos y después las cámaras, dejando el espacio a la voz de las mujeres presentes, quienes no cesaban de expresar su desdén por la poca y/o mala colaboración de ellos en estas tareas, así como de señalar la postura opresiva detrás de estas conductas. 

Los hombres en esta sala, presentes, pero en silencio, me hicieron asociar otros espacios en los que parecieran adoptar similar pasividad. Para nosotros analistas, el consultorio es el vivo ejemplo donde la asistencia masculina es poco frecuente.

Regularmente los niños, o sea el varón, va acompañado de su madre, pero rara vez vemos padres involucrados en los tratamientos o que sean ellos quienes lo solicitan, algunos hombres adultos se animan a entrar a tratamiento después de una terapia de pareja, otros porque ya han sido mandados por alguien superior a ellos y solo unos cuantos acuden por voluntad.  Tanto del lado del paciente como del analista la presencia masculina es escasa.

Así como en la etapa fálica se le atribuye el vigor al pene, también es en esta donde se agitan fantasías y deseos contrapuestos. El órgano expuesto que en inmediatez da placer, también queda vulnerable al robo o amenaza del otro, lo que despierta fantasías angustiantes. El niño que aún mantiene el anhelo de reunión carnal con la madre debe someterse a la ley que le prohíbe el deseo inconciente incestuoso. Su deseo sexual y las actividades que conlleva, ahora son también una amenaza que remiten a la castración.  (LaPlanche, 2004). 

¨El hombre es un ser particularmente temeroso ante el dolor físico y preocupado por darse permanente muestra de virilidad. Un ser angustiado por la posibilidad de perder el poder que cree poseer; para decirlo de otro modo, el hombre es un cobarde¨. (Nasio, 2016, p.43). 

Si únicamente por la diferencia anatómica comparamos las distintas formas de transitar por esta etapa; se entendería que la niña de inicio ya se ha resignado a una falta, la cual incorporará poco a poco en su desarrollo y encontrará distintas formas de compensación; mientras que el niño, deberá mantener un estatus, ya que en algún momento pasará a ser el activo que posea y así será ¨la angustia de castración, la médula espinal del psiquismo del hombre¨. (Nasio, 2016, p.38). Su conflicto inconsciente, resulta coincidente con algunas conductas que dejan entre ver dicha fragilidad. Pareciera que la angustia es interiorizada de tal forma que mantiene al hombre en una constante inestabilidad psíquica por la pérdida no solo del falo y de sus objetos de amor, sino también, de su propia identidad.  “La mujer es rara vez cuestionada por su identidad, es más que nada por su identidad por la que es devaluada. Se puede llegar a ser mejor o peor mujer, pero no se deja de ser mujer, mientras que el hombre puede dejar de ser hombre bajo ciertas circunstancias.” (Bleichamar, 2006, p. 44). Se entiende así, que por sí sola la construcción de la identidad masculina resulta dificultosa de integrar sobre todo en una sociedad que aviva las demandas. 

De acuerdo a los estudios del antropólogo Gilbert Herdt (como se citó en Bleichmar, 2006) la maduración masculina no es el resultado de un desarrollo biológico innato, por lo cual debe provocarse con la intervención de artificios culturales . Los rituales que observó constan de actos homoeróticos entre adultos mayores y niños. Los menores permiten tales acciones ya que la masculinidad debe ser incorporada desde otro que ya la posee. Asimismo, son separados a muy temprana edad de sus madres quienes, cabe señalar que, para esta tribu ya son fálicas y deben de estar alejados de la influencia femenina. Son azotados de tal manera que simbólicamente sangren el vínculo materno soportando dichas prácticas con el objetivo de obtener la virilidad y fuerza necesarias para ser un hombre. Una vez alcanzada la meta, podrán poseer a una mujer o varias y ser ellos mismos iniciadores de otros jóvenes (Bleichmar,2006). 

Estas prácticas no son tan ajenas a las acciones cometidas en nuestra sociedad; sólo por mencionar algunos ejemplos comunes, podemos ver en las escuelas encuentros en los que varones usualmente mayores, que someten física, verbal o sexualmente a menores como muestra de su presencia jerárquica. Las famosas novatadas en equipos deportivos en donde el acto de iniciación consta de vestirse como mujeres como prueba de vulnerabilidad. Realización de retos entre amigos que conllevan riesgo de lastimarse, soportando humillaciones como muestra de una supuesta valentía.  Lo que estos ejemplos dejan claro es que no se es hombre, sino que se gana. Y, además, no es omnipotente como en su fantasía fálica; es tan frágil como cualquier otro ser vivo que queda a subordinación de otro.

La teoría Edípica que desempeña un papel fundamental en la estructuración de la personalidad (Laplanche, 2004), tiene como fin desexualizar a ambos padres. La importancia del padre queda asociada a la imposición de la prohibición de una fantasía que ahora deberá ser una ley interna. El mismo padre amado como ideal, odiado y temido como rival, por otro lado deseado como objeto sexual, definirá el superyó. En contraste a lo femenino que también queda impreso en la psique masculina, la incorporación de este elemento se da en el contacto con la madre cuando el bebé es pasivo a sus cuidados (Winnicott, 1966). La función de la madre ha sido succionada y sentida en el cuerpo; sin embargo, la del padre ha sido incorporada mediante el temor a la castración. El deseo de incorporar la ternura de ambos, en oposición a temer por el castigo de este disfrute, es la paradoja de la vida del hombre (Bleichmar, 2006). Pareciera quedar a la deriva, sin posibilidad de acercamiento ni a lo femenino, ni a lo masculino.

El introyecto inconsciente de este padre punitivo en el Edipo, para muchos hombres es también una realidad social que impacta en la formación de su masculinidad. Aún es común ver progenitores ausentes por trabajo, hombres que permanecen fuera del hogar sin involucrarse en la crianza, historias de padres que han dejado a su familia y hombres, sobre todo heterosexuales, que no se permiten el acercamiento con muestras afectivas hacia otro hombre; descripciones de padres que destacan en las historias clínicas que relatamos por ser fríos, distantes o ausentes. Pareciera ser que los hombres quedan desprovistos de acompañamiento de otros hombres durante la transición de etapas importantes en su desarrollo. En algunos casos, aparecen en sus historias madres, hermanas o maestras rescatadoras, preocupadas por los cambios que experimentan. Tenemos en la consulta más madres angustiadas que recurren al tratamiento por la excesiva masturbación de su hijo, desconociendo el origen de la conducta y por el contrario, padres, hermanos o primos que inducen desde temprana edad al adolescente a prácticas sexuales en ocasiones con mujeres más grandes, incitando el abuso. Existen en mayoría los que están ocupados por transmitir una imitación desde el lugar fálico y omnipotente de su sexualidad, que los que se interesan por estos cambios que podrían ser posibles detonadores de angustia. Tenemos pocos relatos de hombres que fueron acompañados por otros hombres en las transiciones angustiantes de sus vidas, por lo tanto, son escasas las historias que capturen aún otras formas de identificación masculina. Por lo que pienso que la falta de incorporación de una figura masculina contenedora puede dejar huecos en este proceso de vida. 

Para continuar mi observación, realicé una breve búsqueda en redes sociales, semejante a la que harían aquellos interesados en temas de género. Me encontré con invitaciones de hombres hacia otros exponiendo leyendas como: ¨deconstrucción de masculinidad¨ o espacios de ¨formación¨, en algunos casos liderados por individuos pertenecientes a la comunidad LGBTIQ o en otros por hombres con profesiones cómo psicólogos o sociólogos. Los mensajes que se repitieron fueron invitaciones a expresar sus emociones, ser amorosos, atentos con su pareja, elegir su sexualidad libremente, haciendo énfasis en que debe haber una transformación en el desempeño del hombre.

 El ideal del yo como heredero también del Complejo de Edipo (Freud, 1923) dicta lo que está bien o mal de acuerdo con los estándares morales de la cultura necesarios para la vida en sociedad. Uniendo ambas ideas, los espacios a los que me refiero en este trabajo pareciera se caracterizaban por una adoctrinación sobre el nuevo ¨deber ser del hombre¨ para alcanzar un nuevo ideal del yo. Lo que me lleva a una reflexión más; si es que se tratara de una nueva forma de explicar al hombre cómo es que debe ejercer su masculinidad en la que por muy bien intencionada que sea, va en contra de lo ya introyectado e identificado. En su intento por actualizar su identidad ¿sería esto causa de un impacto negativo? 

La Psicología encuentra como explicación la falta de expresión de emociones a la diferencia estadística en la tasa de suicidio entre hombres y mujeres, las cifras del reporte emitido este año 2020 muestran una diferencia importante. Por cada 100 mil habitantes se suicidan 2 mujeres y 8.9 hombres; lo que pongo en duda, si se tratará así de simple de una incapacidad expresiva de emociones o más bien estará fuertemente vinculada a una confusión tal, que paraliza al sujeto por no saber ni siquiera cómo nombrar su padecimiento, dejando que el acto impulsivo como el suicidio hable por él, sin poder poner en cuestionamiento la angustia latente que lo acompaña por una falta de identificación y además desprovisto de lugares que le ayuden a comprenderla. En los momentos que pudo vivirla posiblemente no hubo lugar para elaborarla.

Saber ¿qué sienten los hombres? Me parece una pregunta demasiado ambiciosa para contestar por lo tanto el presente escrito no tiene como finalidad dar respuesta, sino poner esa pregunta como una gran interrogante a contestar.  Busca poner foco sobre el pensamiento general de que los hombres se viven fálicos, así como la teoría lo estipuló por un tiempo y si es que así fuera que se viven, como los retos que la vida social demandantes hacia su masculinidad les impactan afectivamente. Abro el espacio para continuar de otras maneras el entendimiento de este tema ya que, aunque no es poco explorado, sigue siendo pobre el abordaje desde una perspectiva individual. 

El espacio analítico es uno de esos lugares que invitan a ir más allá de expresar las emociones para que cualquier persona se atreva a articular lo no visto o nunca mencionado sobre su historia, organizando mediante el lenguaje la carga que lleva; en el caso del hombre podría ser la comprensión de su mandato masculino y cómo lo juega en su vida (Segato, 2020). Considero que, como analistas atravesados por nuestra propia historia y cultura, requerimos de actualizar nuestro entendimiento ya que no solo acudirá a analizarse el hombre opresor, si no, también aquel que está confundido y vulnerable. 

Afirma Silvia Bleichmar que se le tiene una deuda clínica y ética a los hombres que se han aventurado al diván romper con los esquemas de su propia masculinidad (Bleichamar, 2006). Y que ha sido gracias a esos casos, parte de la comprensión es que sustentan nuestra labor. Es importante no olvidar que lo clínico se comprende con base en la teoría y la teoría se construye desde lo clínico.

Ya para finalizar, hago una invitación al analista varón a no posicionarse pasivamente ya que, desde mi punto de vista son sus reflexiones obtenidas tanto desde la práctica analítica como desde su vivencia personal, lo que enriquezca este tema, y que desde mi posición como mujer mi aporte puede llegar a ser limitado.

Bibliografía

  • Bleichmar, S. (2006). Paradojas de la sexualidad masculina. Buenos Aires, Argentina: Paidós. 
  • Freud, S. (1979). ¨El ello, el yo y otras obras¨. Obras Completas. Tomo 19. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.
  • Instituto Nacional de Estadística y Geografía.(2020). Estadísticas a propósito del día mundial para la prevención del suicidio datos nacionales (Comunicado de prensa núm. 422/20). Recuperado de https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2020/suicidios2020_Nal.pdf
  • LaPlanche, J. (1996). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
  • Nasio, J.D. (2016). El Edipo. El concepto crucial del psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
  • Segato, R. (2020). Se prueban a sí mismos que son hombres a través de la violencia. Agencia de noticias RedAcción. Recuperado de: https://www.anred.org/2020/01/22/rita-segato-se-prueban-a-si-mismos-que-son-hombres-a-traves-de-la-violencia/
  • Winnicott, D. (1966). Sobre los elementos masculino y femenino escindidos. Recuperado de https://www.psicoanalisis.org/winnicott/elmasfem.htm