Pulsión de Muerte

Autor: Adriana Romero

 

A partir de 1920 en su libro “Más allá del principio del placer”, Freud propone la noción de pulsión de muerte.Para algunos autores el concepto de pulsión de muerte ha permitido una comprensión más profunda de los fenómenos agresivos en la vida mental, incluida la autodestrucción y el sufrimiento del individuo, mientras que para otros resulta una visión meramente especulativa, cargada de contradicciones internas e innecesaria desde el punto de vista clínico.

En el marco de la última teoría freudiana de las pulsiones, la pulsión de muerte o Tánatos, en oposición a la pulsión de vida o Eros, representa la tendencia fundamental de todo ser viviente a regresar al estado inorgánico desde donde emergió, a través de la reducción completa de las tensiones. Freud entiende la pulsión de muerte como una necesidad primaria que tiene lo viviente de retornar a lo inanimado.

Cuando Freud plantea el concepto de pulsión lo hace basándose en la descripción de la sexualidad humana, definiendo a la pulsión como un impulso que se origina en una excitación corporal (fuente) y que moviliza al organismo para conseguir suprimir el estado de tensión en el que se encuentra a partir de esta excitación. El fin o meta de la pulsión es para Freud la reinstalación del equilibrio previo al inicio del estado de tensión. El objeto de la pulsión es el elemento que posibilita a la pulsión alcanzar el fin.

La concepción de Freud acerca de los impulsos evolucionó progresivamente, sufriendo cambios significativos que culminaron en 1920 con la formulación de su teoría pulsional definitiva. El mejor modo de comprender el sentido del concepto de pulsión de muerte es conocer la evolución del pensamiento de su autor y los motivos que lo llevaron a reformular su comprensión de la vida pulsional.

Freud reconoce y contrapone las pulsiones sexuales a las pulsiones de autoconservación. En esta aproximación las primeras representan los intereses de la especie, mientras las segundas representan al conjunto de necesidades ligadas a las funciones corporales indispensables para la conservación de la vida, cuya función es resguardar los intereses del individuo.

La energía propia de las pulsiones sexuales se denomina libido, mientras la energía de las pulsiones de autoconservación se designa como interés. La relación original entre estos dos grupos de pulsiones se establece a través del concepto de apuntalamiento.

Tal como afirma Freud, las pulsiones sexuales, que sólo secundariamente se vuelven independientes, se apuntalan inicialmente en las funciones somáticas vitales que le indican la fuente, el objeto y el fin.

Freud reconoció la intervención de tendencias agresivas en el funcionamiento mental. En 1900 en su libro La interpretación de los sueños , bajo el título “Sueños de muerte de personas queridas”, presenta por primera vez su teoría respecto al Complejo de Edipo, describiéndolo como una conjunción de deseos tanto amorosos como hostiles.

Posteriormente, en el ámbito clínico, consideró la intervención de la agresividad en el proceso analítico al constatar resistencias con un matiz hostil y elementos agresivos en la transferencia. En 1905, en relación al caso Dora, Freud otorgó a la agresividad un rol fundamental en la evolución de la cura, enfatizando la necesidad de hacer conscientes todos los impulsos, incluidos los hostiles.

Por otra parte, Freud asignó una importancia singular a las tendencias destructivas presentes en afecciones tales como la paranoia, la neurosis obsesiva y la melancolía.A pesar de lo anterior, no existe en esta primera formulación de la teoría pulsional un planteamiento que dé cuenta de los impulsos agresivos, concebidos de modo autónomo.

En 1908 Alfred Adler introdujo el concepto de pulsión agresiva, junto a la idea de un entrelazamiento pulsional. Sin embargo, Freud rehusó admitir la existencia de una pulsión agresiva específica en ese momento, por considerar que habría sido un error atribuir a una sola pulsión lo que, según él, caracterizaba esencialmente a toda pulsión. Es así como en esta primera formulación teórica la agresividad es entendida como un componente parcial de toda pulsión.

En relación a la pulsión sexual, la agresividad representa al componente activo de esta pulsión, aquel que le otorga el carácter de masculino a la pulsión sexual, tanto en el hombre como en la mujer. Freud atribuye a la pulsión de dominio, considerada como una pulsión independiente que secundariamente puede unirse a la pulsión sexual, el único elemento presente en la crueldad infantil que no tendría inicialmente como fin el producir sufrimiento en el otro, sino que simplemente no lo tendría en cuenta.

En 1910 Freud introduce la noción de pulsiones del Yo, igualándolas a las hasta entonces denominadas pulsiones de autoconservación. Las pulsiones yoicas adquieren la doble función de autoconservación del individuo y agente de la represión, cuya energía se sitúa al servicio del Yo en el conflicto defensivo.

En 1913 Freud elabora el concepto de organización pregenital anal-sádica de la libido, señalando que en la fase anal se hace evidente la oposición activo-pasivo, característica de la vida pulsional en general. El componente activo, agresivo de la pulsión sexual, es atribuido a la pulsión de dominio, mencionando que: “La actividad es provista por la común pulsión de dominio, a la que llamamos sadismo cuando la encontramos al servicio de la pulsión sexual“.

La agresividad sexual encontraría entonces un refuerzo en la pulsión de dominio, la que, haciendo uso de la musculatura, consigue dominar al objeto por la fuerza. El sadismo surge como un componente parcial agresivo de la pulsión sexual, característico de la fase anal-sádica, que “se ha vuelto independiente y, por desplazamiento, ha usurpado la posición directriz”.

En este enfoque el sadismo es siempre primario, mientras el masoquismo es entendido como un sadismo que secundariamente se vuelve contra el propio sujeto.Es posible sostener que en esta primera etapa de la teoría pulsional la agresividad, al ser concebida como un elemento básico y fundamental de toda pulsión, ocupa un lugar secundario en el conflicto psíquico, siendo un coadyuvante común presente tanto en las pulsiones sexuales como en las pulsiones del Yo.

A partir de 1914, con la publicación de Introducción al narcisismo se inicia la segunda etapa de la teoría pulsional.  En este texto Freud plantea una subdivisión en las pulsiones sexuales en función de su objeto de elección distinguiendo, por un lado, la libido del Yo o libido narcisista si el objeto de destino de la libido es el propio Yo, y libido objetal si el destino de la misma es un objeto externo. La energía de las pulsiones del Yo conserva el nombre de interés del Yo o simplemente interés.

Sin embargo, Freud reconoce que sólo es posible distinguir las pulsiones yoicas de las libidinales cuando éstas invisten al objeto. Si la libido inviste al Yo, sus efectos resultan indiferenciables de las pulsiones del Yo o interés.La tarea de autoconservación puede ser referida al amor a sí mismo, es decir, a la libido del Yo.

Desde el punto de vista dinámico, el conflicto psíquico se plantea en la oposición entre la libido narcisista aliada a las pulsiones del Yo y la libido objetal. El interés de la libido narcisista es proteger la integridad del Yo a través de reprimir las representaciones ligadas a la pulsión sexual objetal.

El Yo : representante de la persona total y como conjunto de representaciones dominantes en el psiquismo, ligadas a la pulsión de autoconservación y a la libido narcisista.En relación a la agresión aparecen cambios respecto a la teoría pulsional precedente. En 1915 Freud postula que el odio es anterior al amor y que su origen radica en las pulsiones del Yo, en la medida en que éstas rechazan al mundo exterior al hacerlo coincidir con lo displacentero y lo odiado.

Paralelamente mantiene la concepción anterior en la que reconoce otra fuente de agresión en la etapa anal-sádica del desarrollo psicosexual, que se suma a las pulsiones del Yo.Freud agrega en 1915 un capítulo a su obra Tres ensayos sobre una teoría sexual, en el que plantea la existencia de elementos agresivos ligados a la etapa oral del desarrollo psicosexual.

En esta segunda formulación de la vida pulsional el odio y la agresión, en cuanto se oponen a lo exterior displacentero y en tanto forman parte de la pulsión yoica, aliada e indistinguible de la libido narcisista, intervienen en uno de los polos del conflicto psíquico, oponiéndose a la libido objetal y favoreciendo su represión.Progresivamente el énfasis recae en la contraposición libido del Yo – libido objetal, antítesis en la que ambas tendencias son de naturaleza libidinal, restando interés a la oposición precedente.

Laplanche y Pontalis sugieren que uno de los elementos participantes en el cambio teórico de 1920 puede asociarse a la dificultad de Freud para comprender el origen de la agresividad dentro del monismo pulsional de esta fase.

Aun cuando la elaboración del concepto de pulsión de muerte obedece a una necesidad teórica que Freud estimó ineludible, es preciso considerar los elementos biográficos, sociales y personales, que rodearon la vida del autor en este período.

 

La primera guerra mundial

En mayo de 1919 Freud escribe a Jones: “No recuerdo época de mi vida en que mi horizonte se mostrara tan negro, o en todo caso si lo hubo, yo era más joven y no me sentía oprimido por los achaques del comienzo de la vejez…Cuando nos encontremos, usted verá que me siento inconmovible aún y listo para cualquier emergencia, pero esto sólo en el plano del sentimiento, porque mi razonamiento se inclina más bien al pesimismo… Estamos pasando una mala época, pero la ciencia tiene el ingente de enderezarnos la nuca“.

1920: La muerte de Anton von Freund, paciente y amigo de Freud.  De acuerdo a Jones, Freud encontró en este dolor un motivo para su envejecimiento. Apenas sepultado Von Freund, Freud recibió la terrible noticia de la grave enfermedad de su hija Sophie, quien, azotada por la gripe española, murió en enero de1920 a la edad de 26 años.

Retomando las ideas anteriores, en su tercera y definitiva concepción de la teoría pulsional, Freud contrapone la pulsión de muerte a la pulsión de vida.

“La antítesis entre las pulsiones de autoconservación y las de conservación de la especie, así como la antítesis entre el amor al Yo y el amor a los objetos, quedan incluidos en Eros”. Esto implica conceptualizar la agresión como totalmente autónoma en su origen, opuesta tanto a la pulsión sexual como a las anteriormente llamadas “intereses del Yo”. En lo sucesivo se reconocerá a las fuerzas destructivas el mismo poder que a la sexualidad.

Freud inicia Más allá del principio del placer  confirmando :

“En la teoría psicoanalítica suponemos que el curso de los procesos mentales es automáticamente regulado por el principio del placer, o sea, sostenemos que dicho curso tiene su origen en una tensión desagradable y que toma una dirección tal que su resultado final coincide con una reducción de esa tensión, es decir, con la evitación del displacer o una producción de placer”.

Con esto define la tendencia del aparato mental a buscar el placer a través de alcanzar un equilibrio energético.

A partir de los postulados propuestos en este texto Freud concluye que el predominio del principio del placer, entendido como principio de constancia, no está en la base de todo el funcionamiento mental.

Freud propone en cambio la existencia en la mente de una fuerte tendencia al principio del placer, tendencia en lugar de dominio. El principio del placer impera en su territorio, pero existe un más allá”.

Ese más allá es territorio de la pulsión de muerte, donde impera el principio de nirvana, que tiende al cero absoluto, a la reducción completa de las tensiones, donde se anula la diferencia, la individualidad y donde lo vivo muere.

La vida podrá subsistir entonces mientras Eros consiga someter al principio de nirvana y modificarlo en principio del placer (igual principio de constancia), el que será transformado en principio de realidad por obra de las exigencias de ésta:

“El principio de nirvana, que corresponde a la pulsión de muerte, sufrió en el ser vivo una modificación que lo transformó en principio del placer, no siendo difícil adivinar de qué poder proviene esta modificación. No puede tratarse más que de la pulsión de vida, la libido, la que de tal modo se ha conquistado un lugar al lado de la pulsión de muerte en la regulación de los procesos vitales”.

Compulsión a la repetición

Freud fundamenta este más allá a partir de hechos clínicos regidos por la compulsión a la repetición, concebida como un proceso incoercible, de origen inconsciente en que el individuo tiende a reproducir experiencias antiguas de displacer y dolor, sin conciencia de estar repitiendo y más aún con la idea que se trata de una experiencia completamente motivada en lo actual.

Este autor había considerado anteriormente la repetición como parte de la definición del inconsciente y del retorno de lo reprimido.

Sin embargo, la compulsión a la repetición que Freud busca mostrar en Más allá del principio del placer  se refiere a un residuo donde la repetición se sitúa en un primer plano. Freud entiende la compulsión a la repetición como una manifestación de la pulsión de muerte, caracterizada por una tendencia más elemental e independiente de la obtención de placer, que obedece a la necesidad de repetir compulsivamente lo displacentero, y donde no es posible encontrar el deseo de satisfacción, ni siquiera en forma de transacción o compromiso.

Esta compulsión ejerce su actividad en muy diversos registros, contradiciendo al principio del placer.  De acuerdo a Freud: “… la repetición trae consigo la producción de un placer de otro tipo, una producción más directa”.

Aún más: “…la compulsión a la repetición nos aparece como más originaria, más elemental, más pulsional que el principio del placer que ella destrona”.

Reacción terapéutica negativa

Freud observó un tipo de resistencia al tratamiento psicoanalítico especialmente difícil de resolver consistente en un agravamiento de la sintomatología en el paciente cada vez que, a partir del progreso del análisis, cabría esperar una mejoría.

De acuerdo a Freud, se trataría de una reacción “invertida”, prefiriendo el paciente en cada etapa del análisis la persistencia del sufrimiento a la curación. En 1923 Freud describe cabalmente este proceso, proponiendo la existencia de un sentimiento de culpabilidad inconsciente a la base de él. Tres años después este autor relaciona la reacción terapéutica negativa con una forma de resistencia del Súper yo.

En 1930 Freud llegó a la conclusión que, en la profundidad, todo sentimiento de culpa surge del operar de la pulsión de muerte.

Posteriormente Freud plantea que la dificultad que presenta la reacción terapéutica negativa al análisis evidencia que su carácter paradójico e irreductible se fundamenta en la pulsión de muerte.

De acuerdo a él, esta reacción, como manifestación de la necesidad de castigo, no podría comprenderse totalmente a partir del conflicto entre el Yo y el Súper yo: esto sería sólo”… la parte que, por así decirlo, está ligada psíquicamente por el Súper yo y de este modo se vuelve reconocible; otras cantidades de la misma fuerza (pulsión de muerte) pueden actuar, no se sabe dónde, en forma libre o ligada” .

Laplanche y Pontalis  sugieren que uno de los motivos que condujo a Freud a la hipótesis del masoquismo primario fue justamente la observación del fenómeno clínico de la reacción terapéutica negativa.

En lo que respecta a la comprensión del origen del sadismo y del masoquismo, las ideas de Freud evolucionaron paralelamente a los aportes en la teoría de las pulsiones. Tal como fue comentado anteriormente, en la primera teoría de las pulsiones, Freud señala que el sadismo es anterior al masoquismo y que este último puede entenderse como un sadismo vuelto contra el sujeto. En este momento, sadismo se toma en el sentido de agresión contra otro, sin que el sufrimiento de éste sea considerado y sin que esta agresión se acompañe de placer sexual alguno.

Lo que Freud llama aquí sadismo corresponde al ejercicio de la pulsión de dominio. El masoquismo responde a una vuelta del sadismo en contra del sujeto y al mismo tiempo a una transformación de la actividad a la pasividad.

Otro aspecto a considerar es la universalidad que otorga Freud a su concepción final de la vida pulsional. Este autor propone a las pulsiones de vida y de muerte como principios rectores fundamentales que trascienden el conflicto psíquico y al individuo humano, para abarcar a todos los organismos vivos.

Propone que la oposición entre las dos tendencias básicas se hallaría en relación con los procesos vitales de anabolismo y catabolismo e incluso “… en el par antitético que impera en el reino inorgánico: atracción y repulsión” . Lo anterior sitúa a la tercera teoría de las pulsiones en un nivel distinto de abstracción respecto a las dos teorías previas.

Freud subrayó en más de una oportunidad la dificultad de apreciar las dos tendencias fundamentales en estado puro: “Lo que encontramos siempre no es, por así decirlo, mociones pulsionales puras, sino asociaciones de dos pulsiones en proporciones variables“. En este sentido mencionó cómo la pulsión de muerte actúa de modo silencioso, mientras Eros resulta más ruidosa y evidente. De acuerdo a Freud, Tánatos “… se substrae a la percepción cuando no va teñido de erotismo“.

Freud concluye en 1923 que el conflicto entre las instancia Yo, Ello y Súper yo no es superponible al dualismo pulsional: pulsión de vida – pulsión de muerte. Y posteriormente, en 1926 cuando Freud analiza en conjunto el problema del conflicto neurótico, no considera significativamente los conceptos descritos en su formulación definitiva de la vida pulsional.

De acuerdo a la tópica propuesta por Freud en 1923, el conflicto psíquico se traslada al conflicto entre instancias y aunque el autor se esfuerza por determinar el aporte de ambas pulsiones en la constitución de cada instancia, al momento de describir las modalidades del conflicto no se aprecia la intervención de la oposición entre las pulsiones básicas. Posteriormente en su artículo “Esquema del psicoanálisis” comenta: “No se trata de limitar una u otra de las pulsiones fundamentales a una determinada provincia psíquica. Es necesario poderlas encontrar en todas partes“.

Laplanche y Pontalis señalan que lo que Freud intenta designar con el término pulsión de muerte es lo más esencial del concepto de pulsión, el retorno a un estado anterior, en último término el retorno al reposo absoluto de lo inorgánico, destacando la concordancia del concepto de pulsión de muerte con el carácter regresivo básico de toda pulsión.

De acuerdo a Freud, la pulsión de muerte corresponde a un principio fundamental de lucha y desunión, que realiza su obra destructora atacando esencialmente los vínculos:  “La meta del Eros es establecer unidades cada vez más grandes y, por lo tanto, conservar: se trata de la ligazón. La meta de la otra pulsión, por el contrario, es la disolución de las conexiones, destruyendo así las cosas”

Por otra parte, Freud indica el accionar silencioso de la pulsión de muerte: “…estamos impulsados a concluir que los impulsos de muerte son, debido a su naturaleza, mudos y que la algarabía de la vida procede en gran parte de Eros”, destacando de este modo la dificultad de reconocer clínicamente los derivados de la pulsión de muerte . En la misma línea, señala: “No hay dificultad en encontrar un representante de Eros, pero debemos estar agradecidos de que podamos encontrar un representante del evasivo instinto de muerte en el instinto de destrucción, en el cual el odio nos señala el camino” .

En contraposición a esta tendencia primaria, Freud sitúa a la pulsión de vida como representante de la cohesión, integración y organización, cuya finalidad es construir y conservar unidades cada vez mayores y más complejas.

Eros constituye una fuerza de motorización y dinamismo que provee al ser vivo del empuje necesario para contrarrestar lo destructivo, permitiendo así conservar la vida y sostener el desarrollo.

Freud enfrenta, en el caso de la pulsión de vida, una dificultad mayor, dado que esta tendencia no cumple con la característica fundamental de toda pulsión, que es el retorno a un estado anterior.

Eros contraría esta regla al propugnar el establecimiento y mantención de formas cada vez más diferenciadas y complejas, favoreciendo la conservación de un nivel constante de tensiones e incluso aumentando las diferencias en el nivel energético entre el ser vivo y su medio.

La pulsión de vida tiene a su cargo la tarea de liberar al organismo de la acción destructora del Tánatos y lo consigue principalmente a través de fusionarse con él. La fusión pulsional resultante sigue dos diferentes destinos. Gran parte de esta unión es dirigida hacia el mundo exterior convertida en agresividad, mientras que una porción de la mezcla permanece en el interior del organismo. Sin embargo, Eros y Tánatos no deben concebirse como dos ingredientes simétricos participantes en la unión pulsional.

Es así como, en relación al equilibrio relativo y dinámico entre estas dos tendencias, una proporción variable de pulsión de muerte permanece en el individuo como un residuo no ligado, que actúa de modo silencioso, llevando inevitablemente al ser vivo hacia la muerte.

De acuerdo a esto Freud afirma: “todo ser vivo muere necesariamente por causas internas”

 

Conclusiones

Este concepto marcó un punto de viraje en la concepción pulsional y en el psicoanálisis en general, que no estando exento de detractores y críticas, ha revolucionado la comprensión de los fenómenos agresivos en la vida mental.

Este concepto continúa plenamente vigente siendo fuente de debate permanente entre la distintas escuelas psicoanalíticas. Desde el punto de vista clínico se ha relacionado estrechamente al Narcisismo, especialmente a sus formas más malignas, con el predominio de lo tanático por sobre lo libidinal.

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