Diana Iturbe 

“Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti” 

– Tomomi Masaoka (Psycho-Pass, 2012). 

Corre el año 2,113 y el sistema Sibyl es el encargado de mantener la paz y la tranquilidad en Japón. A través de su avanzada tecnología, ha logrado grandes progresos sociales como asegurar el empleo para la gran mayoría de la población, garantizar que todo el país tenga acceso a comida suficiente y nutritiva, y sobre todo, llevar a cabo un cuidado exhaustivo de la salud mental de los habitantes, con el fin de prevenir la delincuencia y mejorar la calidad de vida. Este cuidado exhaustivo de la salud mental es realizado por medio de monitoreos recurrentes a través de un dispositivo denominado “Psycho-Pass”, el cual permite medir el color o tono del pase y el coeficiente criminal del usuario con el simple hecho de pasar por uno de los scanners que se encuentran en varios puntos de la ciudad o a través de una revisión rutinaria. Con el fin de tener un “Psycho-Pass” sano, el tono del mismo debe ser claro y el coeficiente criminal no puede ser mayor a 99 puntos. El pase deja de ser sano cuando el tono del dispositivo se vuelve turbio y se tiene un coeficiente criminal entre los 100 y 299 puntos, a partir de este momento, la persona es considerada como un criminal latente, incluso antes de cometer algún acto criminal. Al convertirse en una “posible amenaza”, el Departamento de Investigación Criminal tiene la tarea de buscarlo, encontrarlo, paralizarlo y llevarlo a un centro de rehabilitación en donde, supuestamente, recibirá las atenciones necesarias para ser reintegrado a la sociedad. Si el coeficiente criminal es igual o superior a los 300 puntos, los inspectores o ejecutores del Departamento de Investigación Criminal tienen la tarea de eliminar al sujeto. El sistema Sibyl basa su grandiosidad en el control de la población a través del Psycho-Pass ya que, además de ser una referencia para determinar la salud mental y decidir si alguien vive o muere, también brinda una referencia de “estatus social”: A menor coeficiente criminal y tono, mayor será la aceptación en la sociedad y viceversa, provocando así que la mayoría de la población desee tener un coeficiente criminal sano y tome las medidas necesarias para mantenerlo así, ya sea tomando los suplementos psicológicos que Sibyl proporciona o evitando posibles fuentes de estrés

El país tiene muchas historias de éxito, como es el caso de Akane Tsunemori, una chica de 23 años con un coeficiente criminal que ronda entre los 30-38 puntos. Ella proviene de una familia que le ha brindado apoyo y amor, lo cual le ha permitido desarrollarse de manera óptima. En la actualidad, Akane labora como inspectora del DIC, un trabajo que le permite tener un propósito en la vida. El primer día de trabajo, Akane conoce a los “ejecutores” quienes son personas que son consideradas por el sistema como criminales latentes y han sido seleccionados para realizar el trabajo sucio del DIC, es decir, ellos ejecutan a todos los criminales latentes que deben ser eliminados, con el fin de evitar que el Psycho-Pass de los inspectores se vuelva turbio. Son considerados “bestias” o “perros de ataque”. Fueron excluidos de la sociedad ya que únicamente pueden salir de las instalaciones del DIC para realizar su labor. 

Los ejecutores son personas que lamentablemente no contaron con la suerte de Akane para desarrollarse en un entorno libre de estrés. Me gustaría mencionar a tres de ellos para los fines de este escrito: Kagari, Kougami y Ginoza. Kagari, es un hombre de 23 años, bromista, tolerante, que disfruta de los videojuegos. Él fue señalado como criminal latente a la edad de 5 años durante un examen médico, las causas son desconocidas. Kougami, es un hombre de 29 años, serio y sobrio, quien logró mantener un gran control de sus niveles de estrés hasta que presenció el asesinato de su amigo más querido mientras laboraba como inspector en el DIC. Este evento provocó que su coeficiente criminal aumentara, convirtiéndose en criminal latente y, en consecuencia, degradado al nivel de ejecutor. Ginoza, es un hombre de 29 años, estricto consigo mismo, lo cual le ha permitido obtener grandes logros, entre ellos, ser inspector del DIC. A la edad de 9 años, su padre fue calificado como criminal latente, situación que lo lleva a ser señalado y excluido de la sociedad. Al final de la temporada, cuando su padre es asesinado frente a sus ojos por el antagonista, Ginoza es degradado a ejecutor debido al aumento de su coeficiente criminal. 

Además de las historias mencionadas, existen muchas otras historias en donde podemos ver la injusticia de Sibyl. Me gustaría complementar con una escena del primer capítulo en donde un hombre es perseguido por el DIC debido a que mostró un ligero aumento en su coeficiente criminal. Al ser este un parámetro social que, si está sano, le garantiza empleo y matrimonio, pero si no lo está, le garantiza la exclusión, el aumento provocó que el hombre perdiera cualquier esperanza de una buena vida. Cuando es consciente de esto, decide secuestrar y violentar, tanto física como sexualmente, a una mujer que se encontró en la calle. Mientras es violentada, él le dice a la mujer: “Tu y yo nos parecemos” (Okura, Psycho-Pass, 2012) ¿A qué se debe el parecido? Pues debido a que la mujer está siendo violentada, tiene un aumento desmedido en su coeficiente criminal y ahora es clasificada por el sistema como una amenaza, como un criminal latente. Ella debe ser ejecutada, al igual que su abusador. 

Como podemos ver, cuando los niveles de estrés son tales, que la persona no puede evitar reflejar la perturbación en su Psycho-Pass, el sistema los señala y los excluye, sin importar las experiencias que hayan llevado a aquellos resultados. Desde mi perspectiva, el sistema Sibyl considera como criminales latentes a todas aquellas personas que, más que estrés, viven una situación traumática que perturba su psiquismo. Es como si el sistema quisiera crear una sociedad en donde el dolor o el trauma no están permitidos; en donde estos deben ser callados a tal grado que, si existen, se convierten en amenazas para la población y deben ser apartados de esta, excluyéndolos en un “centro de rehabilitación” del que jamás podrán salir o asesinándolos. El trauma y el dolor no pueden ser mirados, no deben ser mirados. Este mandato de Sibyl, fue lo que me llevó a realizar este escrito, en donde el objetivo es resaltar la importancia que tiene el acto de mirar el trauma, en la sociedad y en especial en nuestra profesión, reconocerlo y validarlo, así como el estar preparados para poder hacerlo. 

Cuando nos enfrentamos al trauma, en nuestra vida personal, con nuestros amigos o familiares, con nuestros pacientes, o incluso al leer un ensayo que habla de abuso sexual, nuestra reacción es natural: Dolor, angustia, en ocasiones malestar… Como si no quisiéramos verlo. Como si al verlo, también este viera dentro de nosotros, como una invasión inmensa e incomprensible que viene a amenazar.  

Este texto, inicia con una frase de la serie en la que hace alusión al abismo. Para mí, mirar al abismo es similar a mirar el trauma en la vida real. La RAE indica que la palabra abismo significa: “Profundidad grande, imponente y peligrosa, como la de los mares, la de un tajo, la de una sima” (RAE, 2021) pero también, lo define como: “Realidad inmaterial inmensa, insondable o incomprensible.” (RAE, 2021) 

Como hemos visto a lo largo del semestre, el trauma podría ser fácilmente comparable con el abismo: una realidad colosal, que no se puede comprender, que no se puede significar. Para los fines de este ensayo, me gustaría tomar la definición que Paulina Palacios dio de este: El trauma “(…) es, entonces, una experiencia intrapsíquica brutal que no puede integrarse a un contexto de sentido en el momento que se padece porque destroza la trama psíquica (…)” (Palacios, 2016) Por otra parte, nos indica algo de suma importancia respecto al mismo: “(…) Un sujeto traumatizado no recuerda, revive. La experiencia traumatogénica al no poder inscribirse en la trama como representante psíquico de la pulsión (…) no pasa nunca a ser memoria (…)” (Palacios, 2016)

Herman (1997) nos dice que los sucesos traumáticos fracturan los sistemas que normalmente brindan sensaciones varias en el sujeto, entre ellas, de conexión, control y sobre todo significado. Una vez que acontece el trauma, se dan una serie de situaciones internas en donde se pierde la confianza básica que en algún momento se desarrolló. Por otro lado, se viven otras sensaciones, entre ellas, de soledad, desconexión y de abandono… En pocas palabras se tiene una vivencia de desprotección continua, en donde la amenaza de aniquilación que se presentó en el momento traumático, se revive. Los sentimientos de  odio, ira y terror, que se presentaron en el episodio, subsisten. Existe una sensación de invasión, de profanación: El cuerpo, el sujeto y el psiquismo han sido ultrajados y deshonrados.

El trauma puede ser encontrado en prácticamente cualquier lugar al que volteemos, haciendo el esfuerzo de mirarlo. Las violaciones, abuso físico, sexual o psicológico, la violencia, el abandono, cualquier evento que resulte brutal en el psiquismo llevará al trauma. La problemática social a la que nos enfrentamos en un mundo gobernado por Sibyl y, lamentablemente, un mundo como en el que vivimos, nos lleva a ignorar su existencia, en un intento de mantener nuestra mirada alejada del abismo con el fin de que el abismo no mire dentro de nosotros. 

Pero el hecho de mantener la mirada apartada del trauma, lejos de mejorar la situación, la empeora. Es bien sabido que en un gran número de casos en los que se presenta abuso sexual infantil o maltrato físico en la familia, el sujeto que vivió este tipo de abusos puede llegar a repetir la misma conducta en el futuro, convirtiendose en el abusador. En un estudio realizado por Borja y Ostrosky-Solís en el año 2009, demostraron que los individuos que han sido considerados con algún tipo de patología relacionada con la violencia (criminalidad, abusos, homicidios) han tenido su propio historial de violencia en los que han sido víctimas o por lo menos han sido testigos de la misma y, además, han sido castigados de una forma violenta por el entorno social por presentar comportamientos originados a raíz del trauma, situación que perpetúa e incluso impulsa el comportamiento violento en los mismos. Otra de las consecuencias más importantes del trauma que nace a partir de la perturbación del psiquismo y el sentimiento de profundo desamparo es el suicidio, como lo menciona Lanza Castelli en el año 2018 en la revisión que realiza sobre la obra de André Green. 

El impacto del trauma no se observa únicamente en lo individual, a diario podemos ver las repercusiones que este ha tenido socialmente en la historia de la humanidad, por ejemplo, la relación con la comida que tienen los sujetos judíos que vivieron el holocausto y que se perpetua por generaciones; el miedo que tienen los migrantes de ser perseguidos y perder todo; el terror que sienten las mujeres al salir por las calles en un barrio o simplemente caminar hacia su casa en la noche debido a las constantes desapariciones y feminicidios; el racismo gestado en los caucásicos hacia los musulmanes a raíz del 9/11; y, en el caso que analizamos en específico, el temor y rechazo que la sociedad de Japón en el año 2,113 presenta hacia los criminales latentes. 

Todos estos traumas nos han llevado a tomar acciones específicas para protegernos de los mismos, desde llevar un gas pimienta siempre en la mano hasta creer en el sistema Sibyl, el cual se hace pasar por una especie de Dios que juzga, sin ser cuestionado, y es que el problema que estamos tratando en este escrito, es que el trauma y sus repercusiones no son situaciones que se afrontan y se resuelven, más bien son situaciones que causan tanto malestar, que es mejor protegerse con el arma que mejor nos parezca. 

Respecto a la reacción social ante el trauma, en el año 2012 Carrascal hace una reflexión en su escrito El trauma en lo individual y en lo social: Una visión psicoanalítica en donde habla sobre el conflicto colombiano que se presentaba en esos años (el cual involucraba al gobierno de Colombia y a las FARC) y explica que la sociedad reacciona de cierta manera con el afán de defenderse y poder sobrevivir, en pocas palabras, sobrellevar la realidad, para esto utilizan el mecanismo de defensa de la escisión, en donde los buenos son la mayoría y los malos son unos cuantos perfectamente señalados y delimitados. En este caso, los malos son todos aquellos que han vivido algún tipo de experiencia traumática. Al realizar este movimiento de escisión las voces de aquellos que han sufrido son silenciadas y odiadas. Este movimiento es muy parecido al que vemos en la serie de Psycho-Pass, en donde todos los que se mantienen con un coeficiente criminal dentro del rango de bienestar son los buenos, los que merecen oportunidades de vida y, todos aquellos que han presenciado la muerte de seres queridos, los que han sido secuestrados, abusados o han tenido algún tipo de experiencia traumática, se convierten en criminales latentes, los cuales deben ser ejecutados. 

En 1997, Judith Herman escribe el libro Trauma y recuperación. Cómo superar las consecuencias de la violencia en donde explica las principales secuelas que experimenta el sujeto que ha vivido una experiencia traumática al enfrentarse a una sociedad que no quiere mirar. Herman menciona que si la sociedad no proporciona un entorno comprensivo y de validación ante la experiencia traumática, es frecuente que el mismo sujeto deje de mirar al trauma, lo silencie en su mundo interno y se convierta en algo innombrable, además de que suele presentarse un aumento en los sentimientos de aislamiento, desconfianza y miedo. 

Tal vez, si la respuesta de la comunidad fuera diferente, podríamos tener otro abordaje respecto al trauma. Sánchez Serradilla (2017) hace una revisión del artículo escrito por Gerard Webster titulado ¿Quién cantará con el perpetrador? en donde señala que Webster indica que uno de los procesos simbólicos más importantes ante el trauma se produce a raíz del encuentro entre sujetos que han tenido experiencias traumáticas. Este proceso simbólico se da a nivel de la identidad del sujeto, en donde las partes heridas pueden emerger al entrar en contacto con las partes heridas de los otros. Este cantar brinda a la persona una sensación de compañía y legitimidad llegando incluso a desactivar o al menos relajar las defensas disociativas ante el encuentro con los otros. (Serradilla, 2017). 

Herman (1997) indica que si la respuesta de la sociedad proporciona un entorno comprensivo y protector, puede incluso disminuir el impacto de la experiencia traumática en el sujeto. Es por esto, que rescata la importancia de los movimientos sociales y políticos que apoyan el acto de alzar la voz, los cuales permiten la creación de un entorno que entiende, protege y apoya, pero que sobre todo, escucha y mira. 

Hasta ahora, es evidente la importancia del apoyo social y lo mucho que la comunidad del mundo de Sibyl debe de trabajar en conjunto para poder dar voz a todos aquellos que sufren en silencio y aún así son castigados. Nuevamente, esto también aplica en el mundo real. Lo rescatable de nuestra situación a comparación de la de Sibyl, es que en nuestro mundo existen personas que pueden hacer un cambio no solo en el mundo externo, sino también en el mundo interno del sujeto y estos son los analistas, psicoterapeutas y psicólogos que en el mundo de Sibyl se encuentran vetados.

Me parece que la importancia de mirar el trauma ha sido lo suficientemente señalada a lo largo de estas páginas y que, es la formación psicoanalítica la que nos permite, además de mirarlo y nombrarlo, prepararnos para saber cómo hacerlo. Al ser un terreno tan complicado, es muy probable que si no contamos con la experiencia necesaria podamos perdernos en el camino, provocando una situación que puede ser desfavorable tanto para el analizando como para el analista. 

Salman Akhtar (2014) realizó un artículo en una revista psicoanalítica en el cual revisa el tratamiento del trauma. En este artículo, menciona algunas directrices que sirven de guía en este tipo de situaciones con el fin de poder llegar al proceso analítico. A continuación mencionaré aquellas que considero de suma importancia pero, quiero recalcar que no son todas las que indica en el artículo y que no las estoy enumerando en el orden que él señala, ya que debido a las características de este escrito, sería imposible mencionarlas todas. 

La primera directriz que señala es la importancia de la actitud acogedora que se recomienda tener hacia el analizando, en donde el analista pueda transmitir una actitud cálida y que acoge el mundo interno del mismo. Akhtar menciona que Leo Stone afirmó en 1981 que el amor se encuentra contenido dentro la empatía, en donde las habilidades de aceptación, escucha, dedicación y sobre todo paciencia son de suma importancia (Akhtar, 2014). 

La segunda directriz que indica es la de “sostén” prolongado en donde señala que los sujetos con experiencias traumáticas necesitan un periodo más extenso hasta llegar al análisis. En este periodo, el analizando debe estar sostenido psicológicamente como nos indica Winnicott en 1960, ya que si las defensas del paciente son retiradas prematuramente se puede llevar a la retraumatización. (Akhtar, 2014). 

La tercera directriz que señala es la validación del trauma la cual, como su nombre lo indica, implica ratificar que el analizando ha tenido que soportar sucesos o experiencias traumáticas que han tenido un gran impacto en su vida (Akhtar, 2014). 

La cuarta directriz que indica es la mejora de la verbalización, en donde nos explica que “el trauma psíquico interfiere con la capacidad del yo para reconocer y regular los estados afectivos internos” (Akhtar, 2014). La posición del analista es de un yo auxiliar, explicando y señalando los sentimientos que el analizando vive. El autor hace referencia a las aportaciones de Amy Katan en 1961 y Vokan en 1976 en relación a esta directriz, en las cuales nos permiten entender que la verbalización abre el paso al control y a la organización de los afectos y las pulsiones. 

La última directriz que me gustaría mencionar es llamada el manejo de la contratransferencia. En este punto, Akhtar señala que realizar el proceso analítico con pacientes que han tenido experiencias traumáticas representa una carga transferencial que podría denominarse caótica. Señala que anteriormente, en un encuentro con la prensa, ha descrito que es importante estar al pendiente de manera un tanto más vigilante sobre los propios impulsos, afectos o asociaciones que suceden en el encuentro analítico sin caer en la contención autocrítica (Akhtar, 2014). 

Estas directrices, son pequeños faros que alumbran el camino hacia el abismo del trauma, sobre todo de los analistas inexpertos, quienes han tenido poco o nulo acercamiento a la experiencia traumática relatada por algún analizando. Respecto a esto, me gustaría hacer mención de tres puntos importantes que menciona el autor, los cuales debemos de tomar en cuenta como analistas al trabajar en estos escenarios: La mejoría es lenta, las tendencias narcisistas del analista deben dejarse de lado y debemos darle importancia a la libertad emocional del analista. A continuación profundizaré en estos puntos que señala Akhtar: 

  • La mejoría es lenta. El trabajo analítico suele llevar a lugares donde la esperanza es poca y el trabajo suele ser complicado. Menciona que los analistas experimentados suelen tener experiencias previas que sustentan su nivel de esperanza en el trabajo analítico y que les permite continuar con este. Por otro lado los analistas inexpertos, al carecer de esta práctica, no tienen una experiencia previa a la cual recurrir, pero se recomienda basar su esperanza en su propia experiencia analítica, en la supervisión y en la teoría (Akhtar, 2014).
  • Dejar de lado las tendencias narcisistas. Esta acción, permitirá al analista buscar la supervisión pertinente de acuerdo al caso y a la experiencia con la que cuente y además, establecerá las expectativas reales del análisis para sí mismo (Akhtar, 2014). 
  • La importancia de la libertad emocional. El analista debe ser auténtico con sus emociones, lo cual le permitirá demostrar esta autenticidad con el paciente y utilizar las reacciones contratransferenciales de una manera más provechosa (Akhtar, 2014). 

Por último, en este mismo escrito, Akhtar (2014) hace mención de un tema que me ha rondado la cabeza mientras realizaba este trabajo.  Este tema es acerca de la importancia de la experiencia personal del analista respecto a la situación traumática que ha vivido el analizando, es decir, si el analista ha tenido una experiencia de vida llena de amor, comprensión y apoyo ¿se podría llevar a cabo el trabajo analítico de manera óptima? o, por el lado contrario, si el analista ha vivido algo similar a la experiencia traumática del analizando ¿se podría llevar a cabo el trabajo analítico? El autor da una explicación que me parece bastante adecuada respecto a la segunda pregunta: si el analista ha trabajado su experiencia traumática en su propio análisis y ha conseguido un dominio por parte del yo sobre esta, la historia del analista podría ser útil. El autor recomienda utilizar canales de sublimación y apoyarse en las relaciones de amor en casa para elaborar el trauma en caso de reactivación, por su puesto acompañado del análisis propio y la supervisión. Por otro lado, si aún no se termina el trabajo con la propia experiencia traumática y no se ha conseguido el dominio del yo, podría haber “(…) riesgo de una revelación autoindulgente, la colusión homotraumática, y el pasar por alto interpretar los usos actuales que el paciente hace de sector traumático de su personalidad (…)” (Akhtar, 2014). 

Debido a esto, señala que es importante mantenerse vigilante de uno mismo y, como se ha mencionado anteriormente, ser honesto consigo mismo y buscar el apoyo indicado (supervisión, análisis, teoría) en caso de ser necesario. 

Respecto a la primera pregunta, si el analista ha tenido una vida carente de trauma, no da una respuesta como tal pero, desde mi perspectiva, considero que este no debe de ser un factor determinante para el análisis. Creo que el analista, a través de la formación, se encuentra debidamente preparado para afrontar casos que distan de su propia experiencia personal, pero me gustaría aclarar que no debemos dejar de lado la importancia de la constante formación a la que debemos de entregarnos con el fin de proporcionar un espacio analítico adecuado para el paciente y poder decidir de forma objetiva si somos capaces de trabajar con la experiencia traumática desde un lugar únicamente transferencial, es decir carente de experiencia personal, o es preferible referir al analizando. 

Me gustaría concluir este trabajo con las siguientes reflexiones: Como lo he mencionado a lo largo del escrito, la realidad que se vive en el mundo de Sibyl invalida todo posible reconocimiento del mismo, eliminando espacios para la digestión de acontecimientos que suelen ser parte de la vida. Los personajes que mencioné al inicio del texto, son sujetos que vivieron situaciones violentas y experiencias traumáticas y que fueron tratados de forma injusta por el sistema. El sistema Sibyl tiene el rol de Dios y gobierno centralizados en uno mismo, brinda apoyo y protección a aquellos que son bendecidos por el sistema, pero desampara a los que no son dignos de él. Es un ejemplo, llevado un poco al extremo, de la sociedad actual en la que vivimos, en donde a las víctimas de abuso, se les suele tachar de mentirosos, exagerados, buscadores de atención o de fortuna, clasificándolos como personas malas que solo buscan aprovecharse del perpetrador. El hecho de excluir de la sociedad a las personas que han pasado por experiencias traumáticas, habla del mandato de nuestro Sybil interno, el cual nos dice que aquellos que han sufrido, no tienen un espacio en esta sociedad y deben ser segregados. Por este motivo, considero fundamental el trabajo que tenemos como individuos en la comunidad y como analistas en la tarea de mirar y nombrar al trauma. Mirar al trauma es, como lo he explicado ya, una experiencia llena de dolor y angustia. 

En el proceso de investigación me encontré con casos clínicos relatados por diferentes analistas en donde se puede leer con claridad el proceso que viven los sujetos que han experimentado situaciones traumáticas y cómo se refleja esto en la situación analítica. Me quedo con un caso que me gustaría recomendarles si es que el tema es de su interés y el cual pueden encontrar en la bibliografía de este escrito. Este caso, relata el proceso terapéutico de una niña de 8 años que fue abusada sexualmente desde los dos años. El autor es Manuel Abad, lo escribió en el año 2009 y se titula El abuso sexual. Comentario sobre un caso clínico. Además de permitir un acercamiento teórico sobre el tema, considero que es de gran ayuda para los inexpertos ya que puede brindarnos esta experiencia de esperanza, relatada anteriormente, que resulta de gran ayuda en el trabajo analítico del trauma. 

Por último, me gustaría recalcar que ser testigos del trauma será una experiencia a la que nos enfrentaremos en nuestra trayectoria profesional múltiples veces, por lo cual es de suma importancia que estemos preparados y seamos lo suficientemente autocríticos para reconocer los temas con los que podemos trabajar y aquellos con los que no, además de reconocer la importancia de apoyarnos en las herramientas del propio análisis y la supervisión. 

“Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti (…) Kougami miró la oscuridad demasiado tiempo, e incluso ahora, sigue mirándola fijamente. Para él, la única verdadera justicia en el mundo solo existe en las profundidades de esa oscuridad.”

– Tomomi Masaoka (Psycho-Pass, 2012)

Bibliografía