Edgar Ventura 

Las sustancias psicodélicas han capturado la imaginación humana desde tiempos inmemoriales y hasta la fecha siguen siendo el centro de múltiples discusiones políticas, culturales, académicas y de salud pública contemporáneas. Inclusive existen teorías emergentes que intentan explicar el rápido desarrollo del cerebro humano a través del consumo de hongos con psilocibina que los “homo Erectus” encontraban en las heces de algunos bovinos. Mi interés clínico en este fenómeno comenzó hace un par de años cuando una paciente que recién había comenzado su análisis con algo de dificultad y pidiéndome que “no la regañara” me comentó que planeaba tomar un ácido el fin de semana con el fin de poder trabajar algunas heridas que sus relaciones pasadas le habían dejado en función del apego desadaptativo que reporta haber sentido hacia su pareja.

Al principio me confundió la forma en la que estructuró su oración, no entendía exactamente cómo era posible trabajar algo bajo los efectos del LSD. No era la primera vez que colaboraba con un paciente que consumía drogas, sin embargo era la primera instancia en la que el uso no parecía parte de una conducta adictiva con miras a una satisfacción oral que negara la frustración de la persona consumiéndola o con el fin de reemplazar una relación objetal. No estaba seguro de que una interpretación ortodoxa era realmente la forma correcta de abordar esto. Le pedí que me compartiera más al respecto. 

En realidad no pudo decirme mucho más de cómo era el trabajo. Refería que solo sentía que las ideas se “mezclaban distinto” cuando consumía el ácido y que podía pensar en maneras que no lo hacía normalmente. Las cosas parecían más vibrantes, más vivas y al final de las experiencias sentía que estaba más en contacto consigo misma, con el universo y con lo que era “realmente verdadero de toda esta situación llamada vida”. Podía llorar, reír, cantar, bailar, quedarse inmóvil y no sentía que estaba buscando algo más constantemente mientras se protegía de cometer errores cómo lo hace sobria. 

No fue la última paciente introduciendo los psicodélicos en su análisis, algunos otros entre ellos estudiantes de psicología, me comenzaron a hablar sobre cómo las “microdosis” de psilocibina eran una gran opción a los tratamientos psiquiátricos y que  a los que las consumían les permitían afrontar su día a día sin dificultades de atención y ansiedad”. También me comentaron sobre cómo los psicodélicos pueden ser el futuro de las psicoterapias y que existen estudios prometedores sobre su potencial de lidiar con patologías con unas cuantas dosis. 

Otros me hablaron sobre cómo la ayahuasca, el DMT y el peyote les permitían acceder a un estado de receptividad espiritual que aumentaba su sensación subjetiva de comunión con el mundo interno y externo. Por supuesto que también me encontré durante las sesiones con recuentos de experiencias de “mal viajes” con graves ataques de pánico, pérdidas del juicio de realidad, pérdida de la sensación de “Self” y profundas sensaciones de tristeza relacionadas con malas experiencias con sustancias de esta clase. 

Estos intercambios no me dejaron seguro de que estas sustancias son un complemento o inclusive un reemplazo de la psicoterapia y la psiquiatría pero sin duda me han llevado a pensar que estamos en medio de la tercera ola psicodélica reportada en la historia moderna tanto a nivel cultural cómo a nivel académico por lo cual es necesario tomar en cuenta estas experiencias en nuestra práctica clínica e intentar dar un recuento fenomenológico desde una perspectiva psicoanalítica más allá de lo patológico. Parece que es un fenómeno que llegó para quedarse. 

Aunque las sustancias alucinógenas varían moderadamente de efectos dependiendo de la sustancia particular y del contexto en el que consume podemos rastrear algunos efectos centrales que se observan de manera generalizada. Un estudio publicado en el Journal de Neurociencias arrojó las siguientes respuestas subjetivas por parte de un grupo de individuos a los que se le dio  psilocibina en un ambiente controlado (Muthukumaraswamy, S., Carhart-Harris, R. L., Moran, R. J., Brookes, M. J., Williams, T. M., Errtizoe, D., et al. (2013).

Por otra parte, los efectos perceptuales incluyen intensificación de los sentidos así cómo distorsión, ilusiones, imágenes mentales inusuales tanto alucinaciones elementales como complejas. Las alucinaciones elementales complementan los objetos, un ejemplo son los patrones geométricos sobre los objetos. Las alucinaciones complejas son estructuras intrincadas cómo paisajes, galaxias, personas e inclusive objetos en el sentido psicoanalítico. 

Podemos observar intensificación de la saturación del color, textura, definición, contornos, intensidad de la luz y sonido, variaciones en timbre entre otros. Las texturas “ondulan” rítmicamente, las fronteras de los objetos se deshacen y pulsan y los tamaños y formas cambian rápidamente. (Kometer and Vollenweider, 2016). 

Inclusive el propio cuerpo se siente alterado, ya que la imagen corporal, tamaño, forma y localización se ven modificados de múltiples maneras. Así mismo la posibilidad de mantener la noción del tiempo y la secuencia de los eventos de vida del individuo se ven afectados, las transiciones de un lugar a otro así como de un momento a otro se vuelven en cierta medida “caóticas”. (Heinman, 1963).

Los efectos emocionales reportados en la experiencia psicodélica son tan variados cómo pueden ser los efectos de una pintura en un sujeto pero es posible decir de manera general que los afectos se intensifican y salen de manera menos procesada y articulada. Así mismo a nivel preconsciente hay un mayor acceso a asociaciones de emociones e ideas. Por otra parte, la capacidad de mostrar emoción se ve incrementada ya que hay una disminución de la represión. Otros efectos son estados de euforia acompañados de sonrisas, risas, levedad, tendencia a jugar y un estado más infantil (Preller and Vollenweider, 2016).

Así mismo se ha observado que en ambientes de confianza los alucinógenos pueden abonar a la creación de sentimientos de confianza, empatía, cercanía, perdón, aceptación y conexión. Dolder et al., 2016). Aunque cabe recalcar que no hay un consenso al respecto de si es la droga la que incentiva estos sentimientos o si es la desinhibición es la que nos permite mostrar los sentimientos que ya están ahí, listos para salir. 

Mientras tanto a nivel cognitivo podemos ver un cambio en la capacidad de pensamiento lineal, específicamente un decremento acompañado de dificultades en las capacidades del yo. Hay una mayor capacidad para la creatividad y el pensamiento lateral así como el uso de patrones de lenguaje y asociaciones poco usuales. Se expande la posibilidad de imaginar campos semánticos y los estímulos perceptuales (Swanson, 2018).

Es aquí cuando el psicoanálisis se ha manifestado cómo una herramienta útil para explicar la alteración en el pensamiento durante los eventos psicodélicos. Rappaport, siguiendo la tradición freudiana, nos plantea el proceso primario como un estado en el que las imágenes se fusionan y existen combinaciones poco usuales de personas, situaciones, objetos y tiempos. Hay cambios repentinos, transformaciones y coexisten múltiples formas de contradicciones que no parecen generar disonancias cognitivas. (Rappaport, 1950). Una forma de describirlo es cómo un sueño lúcido en el que las imágenes mentales aparecen de manera más espontánea y toman precedencia sobre el lenguaje.

En cuanto al yo existe la posibilidad de lo que es comúnmente llamado cómo “muerte del self” que quizá puede ser mejor descrito cómo disolución del self. Se trata de un evento en el cual hay una pérdida de las fronteras del sí mismo y el entorno.  

Durante la historia se han propuesto diversos modelos para explicar los efectos de las sustancias psicodélicas y ha probado ser uno de los misterios más complejos de la psique. En un principio, durante el final del siglo XIX se propuso el modelo de la psicosis en el cual se buscaba comprender el mecanismo de la sustancia a través de explicaciones basadas en psicopatología y viceversa. Sin embargo, las drogas alucinógenas no siempre generan los terribles síntomas y afectos de la psicosis. En muchos casos es una experiencia agradable para los consumidores. 

Luego, en los 50´s con la creación del ácido lisérgico lograda por Hoffman surgió una nueva ola de pensamiento, particularmente de Osmond y Huxley quienes proponían que el cerebro tiene cómo una de sus funciones centrales la eliminación e inhibición de estímulos y contenidos para mantener “un self normal” y darle predilección a la adaptación del individuo. Al entrar en contacto con estas sustancias, pierde la capacidad (o la necesidad) de filtrar mucho de la percepción del mundo tanto interno como externo del sujeto dejándolo así ver el entorno de manera más directa y total.  (Huxley, 1953)

A esta teoría se le llama la teoría de la válvula y también busca dar una explicación a la psicosis proponiendo que los psicodélicos abren la “válvula de la mente” y esto replica el déficit de filtración que existe en los trastornos psicóticos. A decir de estos investigadores, la patología mental depende del exceso o déficit de apertura de esta válvula perceptual y postulan que la neurosis es un exceso de filtración que provoca rigidez y poca autenticidad. (Huxley, 1953).

Aunque Freud no se interesó particularmente por los psicodélicos, sí nos dejó un marco conceptual a través del cual pensarlos. Retomemos la idea del proceso primario y secundario. El proceso primario cómo su nombre lo sugiere es la forma inicial en la que nuestro proceso interno se desenvuelve. El individuo busca satisfacción inmediata, en la cantidad que la deseé y con el objeto original de manera incondicional. Esto sucede porque se busca instintivamente mantener la homeostasis y reducir al máximo las excitaciones tanto internas como externas. En esta forma de funcionar encontramos ambigüedad, desorden, condensación, emociones desbordantes, pensamiento animista y escisiones. (Freud, 1915).

Mientras tanto en el proceso secundario la satisfacción puede ser aplazada, recibida a través de un objeto alterno al original y de manera parcial. Así mismo podríamos decir que la energía libidinal no está flotando libremente, atándose a cualquier objeto si no que está ligado específicamente permitiendo la creación de vínculos. Es en el proceso secundario en el que realmente existe un “pensar” y relacionarse con la realidad es realmente posible. (Freud, 1915)

El yo es la función que media entre estas dos formas de funcionamiento. Esta instancia se crea en función de tolerar la frustración, fantasear, pensar, improvisar y actuar en vez de recibir la satisfacción. Bellak propone que son 12 funciones esenciales las que contiene esta parte de la estructura: Prueba de realidad, Juicio, sentido de realidad del mundo y sí mismo, regulación y control de instintos, relaciones objetales, pensamiento, regresión adaptativa, funcionamiento defensivo, barrera de estímulos, funcionamiento autónomo y funcionamiento sintético. (Bellak, 1994) 

En función de esto psicoanalistas describieron los efectos de la psicodelia cómo una interferencia de la integridad estructural del yo que lleva a un déficit en su capacidad de reprimir el proceso primario dejando que el individuo funcione de manera regresiva. (Grof, 1979). De alguna manera sale a la superficie lo que mantenemos inconsciente con el fin de dar preferencia a nuestra vida social y relaciones de objeto. De igual manera esta falla del yo puede permitir que las barreras perceptuales bajen permitiendo así las alucinaciones. 

Inclusive si es un buen análisis psicodinámico ¿Es posible reducir el evento psicodélico a solo una falla? O  ¿Podemos intuir que hay más en el contenido, forma y presentación de los “viajes de “LSD” de algunos de nuestros pacientes? Considero que inclusive desde Freud tenemos más herramientas para una verdadera descripción fenomenológica de una de las experiencias subjetivas más ricas que tenemos disponibles como especie, independientemente de su viabilidad como psicoterapia. 

Empezando por lo interesante que resulta el hecho de que múltiples personas que consumen psicodélicos experimentan lo que Freud en algún momento llamó “El sentimiento oceánico” en “El porvenir de una ilusión”. La sensación es de estar conectado con “el todo” y de tener un vínculo inquebrantable con el mundo exterior. 

Es posible ver cómo se borran los límites entre el self y lo que lo rodea pero que esta experiencia se da de forma benigna. Esto implica que “el universo” es visto de nuevo cómo una madre omnipotente y totalmente buena. Se vuelve a condensar la figura materna con el todo y con el sí mismo en un estado similar a la fase oral del infante. Se trata de una regresión masiva a un estado de narcisismo primario en el cual el bebé es su “yo ideal”. (Freud, 1930).

Paradójicamente es en las psicosis, particularmente en las paranoides, donde el individuo se defiende de objetos que son vistos con igual de potencia pero cómo perseguidores terroríficos. En estados de desintegración más profundos, el miedo es inclusive a desintegrarse y desaparecer en el ambiente. Esto también existe en la experiencia psicodélica pero se vive cómo algo positivo y extremadamente gratificante, cómo vivir eternamente mezclado con el todo en un estado de perfección que inclusive podríamos catalogar cómo “intra uterino”. 

Es claro que es una experiencia regresiva, sin embargo es difícil en este punto definir si es al servicio del yo o es una desestabilización a la que se somete a la psique. Para comprender esto más a fondo podemos utilizar las teorías Kleinianas sobre el desarrollo de la mente y las posiciones esquizo-paranoide y depresiva. La posición esquizoparanoide se refiere a “una constelación de ansiedades, defensas y relaciones de objeto interno y externo que Klein considera característica de los primeros meses de vida de un recién nacido”. (Spillius, 2011) 

El principal mecanismo de defensa utilizado es la escisión, tanto del yo cómo del objeto en bueno y malo. En este estado la integración es casi nula. Esto sucede debido a que los niños experimentan ansiedad significativa en función de las experiencias de hambre y frustración que aumentan la sensación de pulsión de muerte. Klein considera que existe un yo y superyó que intentan lidiar con las demandas internas y externas pero es avasallado por lo cual la persona se ve forzada a utilizar fantasías de escisión, proyección, fragmentación e introyección. La omnipotencia e idealización son partes importantes de esta actividad. (Klein, 1952)

Esto sucede en primera medida con la madre, pero no cómo objeto total sino cómo objeto fragmentado. Es posible decir que el niño primero experimenta pecho bueno y pecho malo. Esto en un principio es adaptativo ya que le permite al niño separar lo que considera benigno de lo que considera nocivo para así internalizar la experiencia buena, volverla parte de sí mismo y con ella generar  un núcleo que permite integrar al yo. (Klein, 1955). 

Lo malo es negado omnipotentemente y expulsado al ambiente. Quizá este es el proceso que observamos en la mayoría de los usuarios de alucinógenos, una vuelta a la posición esquizo-paranoide pero no bajo la circunstancia de un Yo desbordado que se vence frente a una frustración o ansiedad enorme. Esto puede hacer toda la diferencia ya que en realidad nunca estamos exclusivamente en un estado u otro si no que son condiciones fluidas e interdependientes.

En una posición depresiva, el neurótico relativamente sano tendrá múltiples momentos de funcionamiento esquizoparanoide ya que este no se pierde. Siendo esto así, también es posible que durante un viaje psicodélico tampoco se pierde el funcionamiento depresivo, nada más se disminuye. Y al no estar desbordado por un evento traumático o angustiante puede interceder cuando aspectos amenazantes endógenos o exógenos amenazan la estabilidad del sujeto. 

Y en esta circunstancia quizá es más fácil internalizar lo bueno mientras se expulsa lo malo cómo parte de un proceso de construcción del yo positivo. Esto podría explicar las sensaciones de crecimiento personal y de belleza en el mundo externo e interno. Mientras tanto en un nivel topográfico la fantasía inconsciente se despliega más fácil en metáforas visuales y símbolos superpuestos en elementos del entorno por lo cual es más fácil traer a la conciencia aspectos inconscientes de la personalidad. Quizá esto explica el por qué los consumidores ven estas experiencias cómo momentos de “expansión de consciencia”. Experiencias que se pueden usar para “trabajar” tanto de manera personal cómo en un setting clínico. 

Siguiendo una línea Kleiniana podemos apoyarnos en Bion para profundizar en este fenómeno y pensar que existen fluctuaciones entre estas posiciones que llevarán a distintos estilos de simbolización y en consecuencia a distintas formas de pensar. Desde el modelo Bioniano el individuo se sirve de transformaciones para lograr adaptarse a su medio y construirse a sí mismo un aparato del pensar con el fin de poder lidiar con su realidad interna y externa. (Bion, 1963)

Dichas transformaciones son cambios radicales en la fantasía inconsciente, la integración de los objetos, los mecanismos de defensa utilizados y la manera de vincularse. Estos se dan en función de aprendizajes que hay en las experiencias y nos permiten generan nuevo conocimiento y en consecuencia un nuevo paradigma para pensar. Por supuesto que esto no se refiere solo a la obtención de nueva información si no de una revolución interna que provoca un cambio significativo a nivel emocional, cognitivo y social en la persona. De alguna manera es sentir un cambio en lo que se considera “la verdad”. (Bion, 1975)

Consideramos cómo psicoanalistas que podemos ayudar a los analizados a llegar a este punto a través de interpretaciones que lleven a insights y construyendo con ellos nuevas partes de su personalidad. Sin embargo, nos toca preguntarnos ¿Un viaje en LSD o Psilocibina puede tener el mismo efecto? De ser así ¿Sucede por sí solo o necesita un contexto y narrativa específicos? Aún no podemos contestar estas preguntas puesto a que no tenemos mucha investigación al respecto. Sin embargo tenemos múltiples cuerpos teóricos que nos pueden dar ideas. 

Las confusiones que encontramos bajo la influencia de estas sustancias nos pueden llevar a ver con nuevos ojos lo cotidiano. El ver desde una nueva perspectiva un objeto o situación puede ser un factor de cambio significativo ya que nos saca de una repetición automática y poco auténtica que está influenciada por la pulsión de muerte. 

En palabras de Grottstein hablando de Bion dirigimos un “rayo de intensa oscuridad” hacia las situaciones lo cual nos puede permitir re-conocer las cosas y encontrar elementos que habían sido obturados antes. En pocas palabras puede ser una experiencia que nos permita aproximarnos a nuestra vida sin la creencia de que sabes  que significan realmente.

Por otra parte, también tenemos que preguntarnos si este cambio en el pensamiento es resultado de la intoxicación por la sustancia o si es un cambio genuino y duradero de la personalidad. Si es necesario estar consumiendo dosis de alucinógenos para mantener cierta forma de interactuar con las ideas y las percepciones quizá nos estamos topando con una sobrecompensación que ataca síntomas y que no genera cambios psicoanalíticamente significativos. Inclusive podría ser considerado nocivo para el desarrollo del individuo en algunos casos. 

De cualquier manera, es importante que comencemos a plantear esta problemática y generar tanto propuestas teóricas como técnicas ya que parece ser un fenómeno que será visto en el consultorio cada vez más. El psicoanálisis quizá tiene un potencial enorme de proveer explicaciones necesarias al respecto así como lo hizo con los sueños por lo cual vale la pena meter nuestra voz en la discusión. 

Bibliografía 

  • Bellak, Leopold., GOLDSMITH, Lisa. Manual para la evaluación clínica de las Funciones del Yo-Modificado (EFY). 1ª ed. México, editorial Manual Moderno, 1994.
  • Bion, W. R. (1975). Aprendiendo de la Experiencia. Paidós.
  • Dolder, P. C., Schmid, Y., Müller, F., Borgwardt, S., and Liechti, M. E. (2016). LSD acutely impairs fear recognition and enhances emotional empathy and sociality. Neuropsychopharmacology 41, 2638–2646. 
  • Freud, S. (1915). “The unconscious,” in Standard Edition of Complete Psychological Works of Sigmund Freud, Vol. 14, ed. J. Strachey (London: Vintage).
  • Freud, S., & Torres, L. L.-B. y de. (1930). El Porvenir de Las Religiones. Biblioteca Nueva.
  • Grof, S. (1976). Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research. New York, NY: E.P. Dutton.
  • Heimann, H. (1963). Observations on Disturbed Time Perception in Model Psychosis. 
  • Huxley, A. (1953). Moksha: Aldous Huxley’s Classic Writings on Psychedelics and the Visionary Experience, eds M. Horowitz and C. Palmer (Rochester, VT: Park Street Press).
  • Huxley, A. (2007). Las Puertas de la percepción: Cielo e infierno. Editorial Parcifal.
  • Klein, M., Friedenthal, H., Money-Kyrle, R. E., & Jaques, J. (2008). Obras Completas de Melanie Klein. Ediciones Culturales Paidós.
  • Kometer, M., and Vollenweider, F. X. (2016). Serotonergic hallucinogen-induced visual perceptual alterations. Curr. Top. Behav. Neurosci. 
  • Rapaport, D. (1950). On the psycho-analytic theory of thinking. Int. J. Psycho Anal. 31, 161–170.
  • Spillius, E. B. (2011). The New Dictionary of Kleinian thought. Routledge.
  • Swanson, L. R. (2018). Unifying theories of psychedelic drug effects. Frontiers in Pharmacology, 9. https://doi.org/10.3389/fphar.2018.00172
  • Muthukumaraswamy, S., Carhart-Harris, R. L., Moran, R. J., Brookes, M. J., Williams, T. M., Errtizoe, D., et al. (2013). Broadband cortical desynchronization underlies the human psychedelic state. J. Neurosci. 33, 15171–15183. doi: 10.1523/JNEUROSCI.2063-13.2013. 
  • Preller, K. H., and Vollenweider, F. X. (2016). Phenomenology, structure, and dynamic of psychedelic states. Curr. Top. Behav. Neurosci. doi: 10.1007/7854_2016_459