Psicoanálisis y exilio
Autor: Ingrid Perdigón
Están en algún sitio concertados/desconcertados, sordos, buscándose, buscándonos; bloqueados por los signos y las dudas; contemplando las verjas de las plazas, los timbres de las puertas, las viejas azoteas; ordenando sus sueños, sus olvidos; quizá convalecientes de su muerte privada, cuando empezaron a desaparecer hace tres, cinco, siete ceremonias; a desaparecer como sin sangre, como sin rostro y sin motivo; vieron por la ventana de su ausencia lo que quedaba atrás, ese andamiaje de abrazos; cielo y humo están en algún sitio, nube o tumba; están en algún sitio, estoy seguro… (Benedetti)
En palabras de un escritor exiliado, «a veces se tiene un valor a prueba de balas y, sin embargo, no se posee un ánimo a prueba de desencantos. Muchos de estos jóvenes que arriesgan la vida por una convicción política deben aprender el coraje más gris, más modesto, de asumir una derrota, enfrentar una realidad distinta de la soñada y empezar a construir una vida cotidiana» (M. Benedetti, 1982).
“Recuerdo como durante la dictadura de Videla, La Plata era un caos. La mayoría de los estudiantes, que éramos vistos como “los subversivos”, éramos perseguidos por los militares. Muchos amigos cercanos, fueron torturados, metidos en campos de concentración y maltratados. Aquella noche, yo iba rumbo a casa, aún vivía con mis padres y me encontraba estudiando la carrera de periodismo en los primeros semestres. Mientras caminaba por la calle, estando ya al tanto de lo que iba pasando con mis compañeros y amigos, vi pasar muchos autos “Falcon” que iban directo a casa de mis viejos, a buscarme. Inmediatamente, me largué a lo de mi amiga, que no estaba metida en rollos políticos y me escondí ahí por unos días. Después de eso, estaba claro, tenía que  huir de La Plata si no quería terminar con en la misma historia que mis amigos. Decidí junto con mi en ese entonces novio, ir a México, lugar al que actualmente le estoy infinitamente agradecida pues le debo la vida” (Testimonio de X).
El 24 de marzo de 1976 se instauró la última dictadura militar en Argentina, que llevó a cabo un plan sistemático que incluyó amenazas, intimidaciones, secuestros, torturas, asesinatos, desaparición de personas, robo de niños y de bienes materiales. Su objetivo: implantar un determinado plan político-económico, que requería eliminar todo tipo de oposición y resistencia popular. [1]
La militancia, hizo reaparecer un “pánico ancestral, buscando domesticar e infantilizar a la sociedad. La instrumentalización del miedo es uno de los principales mecanismos de disciplina social, así como una estrategia de despolitización; es provocado, entre otras cosas, por la imposibilidad de predecir las consecuencias del comportamiento individual ya que la autoridad es ejercida de manera arbitraria y brutal.” (Lorenzano, 2001).
La subversión abarcaba así, toda forma de activación popular, todo comportamiento contestatario en escuelas y fábricas y dentro de la familia, toda expresión no conformista en las artes y la cultura, todo cuestionamiento a la autoridad. Los militares golpistas concibieron a un enemigo inconmensurable, al que, según afirmaban, sólo se podía derrotar a través de la guerra.” (Lvovich, Bisquert, 2008).[2]
Durante la dictadura argentina, los militares se convirtieron en las figuras persecutorias reales que reactivaron en los estudiantes, la etapa esquizoparanoide acompañada de la propia angustia de aniquilamiento que se derivó de los cuatro momentos principales dentro de la dictadura: el secuestro, la tortura, el confinamiento y la ejecución.
Así, me resulta de vital importancia hacer referencia al término “trauma”, pues es este quien tiene la base para el desarrollo de la sintomatología de los inmigrantes exiliados: Laplanche y Pontalis, (1972;467-471) definen el concepto de trauma como el de una “experiencia que aporta en poco tiempo un aumento de excitación tan grande a la vida psíquica, que fracasa su liquidación o elaboración por los medios normales o habituales, lo que inevitablemente dará lugar a trastornos duraderos en el funcionamiento energético”.
La migración de “los exiliados” trae consigo tintes similares a aquellos experimentados en cuanto al proceso de migración regular, salvo por el detalle de que no sólo se requiere pasar un proceso de duelo “natural”, adaptación, idealización del lugar nuevo y devaluación del lugar de origen, sino que se encuentra presente una situación de crisis personal (o colectiva) en donde la migración no es una elección, sino la única salida para poder sobrevivir, aunado a la imposibilidad del retorno, lo que detona en una crisis mayor. En términos generales, la palabra que mejor describe el sentimiento común experimentado por “los exiliados” es el desamparo.
Es importante no sólo tener en cuenta los sentimientos del emigrante frente a su grupo de pertenencia (liberación, persecución, culpa, pérdida, etc.) sino también los de su grupo frente a él (pena, resentimiento, culpa, envidia, etc.). En cuanto al lugar que los acoge, pueden recibirlos como intrusos, con rechazo y desconfianza, o con grados variables de aceptación y esperanza.
El inmigrante, frente a ellos, pondrá en juego sus posibilidades de lo que se ha llamado «adaptación», «ajuste» o «integración». De la calidad de vínculos primarios que “los exiliados” tengan así como las experiencias vividas, se determinará el tipo de vínculos que podrán establecer con quienes los reciben, influidos también por las características de las relaciones objetales que ha tenido el individuo antes de la migración y por las de la comunidad que lo recibe.[3]
La sensación de desamparo se presentará con mayor si en la infancia se han sufrido situaciones importantes de carencia y separaciones, con las consiguientes vivencias de angustia. Si el yo del emigrante, por su predisposición o las condiciones de su migración, ha sido dañado demasiado severamente por la experiencia traumática o la crisis que ha vivido o está viviendo, le costará recuperarse del estado de desorganización a que ha sido llevado y padecerá distintas formas de patología psíquica o física. Por el contrario, si cuenta con una capacidad de elaboración suficiente, no sólo superará la crisis, sino que, además, ésta tendrá una cualidad de «renacimiento» con desarrollo de su potencial creativo.[4]
Uno de los aspectos de la personalidad que mayor riesgo sufren en un proceso de migración es “la identidad”, ya que no sólo hay una pérdida masiva de objetos valorados (personas, lugares, cultura, costumbres, profesión, etc.) que se encuentran ligados a recuerdos y afectos intensos, exponiéndose así a la pérdida de partes del self y al vínculo establecido con dichos objetos. Así, incrementan las ansiedades paranoides aunado a sentimientos de culpa y ansiedades depresivas. Así, la partida se vive como un sentirse “echado del hogar” y “no querido”.
El proceso migratorio pasa por varias etapas: En la primera, preponderan sentimientos de intenso dolor por lo perdido y abandonado, temor a lo desconocido y vivencias profundas de soledad, carencia y desamparo. Están presentes ansiedades paranoides, confusionales y depresivas que generarán una nítida desorganización. Luego de esto, se le puede sumar una etapa maniaca en donde se minimiza la trascendencia del cambio o se magnifican las ventajas del mismo.
En la segunda etapa, se dará pie a la nostalgia por lo perdido. Se empezará a reconocer los sentimientos antes disociados o negados por su intolerabilidad, y se podrá padecer el dolor, incorporando lentamente los elementos de la nueva cultura.  Finalmente, se recupera el placer de pensar, desear, la capacidad de hacer proyectos futuros contando con la posibilidad de vivir el presente sin olvidar el pasado.[5]
Al pensar en por qué algunos exiliados logran, después de todo, adaptarse al medio en que se encuentran vs. aquellos a los que le resulta imposible, resulta necesario volver a tras al vínculo y el apego que establecieron con sus madres. Es decir, si ellas  tuvieron una buena capacidad de sostén con sus hijos, éste, a pesar de la crisis, podrá llevar a cabo favorablemente el proceso de migración sobre una base firme sin trastornos ulteriores. Por ello, resulta necesario para el inmigrante el “poder confiar en sus funciones yoicas y, particularmente, en su capacidad para recrear lo perdido  (familia, amigos, casa, ámbito de trabajo, investimiento de una cultura, un paisaje, un lenguaje, etc.), para garantizar el mantenimiento de su integridad en el futuro”.[6]
Dentro del consultorio, dichos pacientes pueden experimentar el “Síndrome del Sobreviviente”, en donde los elementos en común serán las historias de pérdida, torturas, pérdida de autoestima y ganas de vivir, padecimientos físicos y psíquicos y, en ocasiones, pérdida de la identidad acompañada de estados de despersonalización, estupor o terror. El yo de “los pacientes exiliados” se puede encontrar disociado, es decir, hay un yo que se quedó fijado en la etapa de la crisis vivida en el país de origen y otro yo que puede trabajar, socializar, amar, etc.
Así, podremos encontrar al paciente que guarda lo vivido como un “secreto” del cual no quiere hablar para evitar tomar contacto con lo que le produce así como aquel que lo vivió de forma paranoide y que tiende a culpar a los otros por sus desgracias actuales, proyectando toda la agresión. Finalmente, está también quien lo toma desde el lugar del masoquismo, regodeándose a través de la repetición detallada de los hechos vivenciados.
Al inicio, pueden llegar a consulta presentando un periodo de “supernormalidad”, seguido de la sintomatología: ansiedad, trastornos en el dormir, pesadillas, fobias, perturbaciones de la memoria, estados depresivos crónicos, tendencia al aislamiento, manifestaciones psicosomáticas y, en ocasiones, trastornos psicóticos.
Tendremos que enfrentarnos con la problemática de lo decible y lo indecible. Los autores psicoanalíticos que se han ocupado de la transmisión transgeneracional de lo traumático tales como Abraham, Torok, Nachin y Tisseron, señalan que ante lo traumático hay en el sujeto una necesidad de silencio. Ya sea porque “ hay horrores y terrores que no tienen palabras a su medida” (Nachin, 1997:81), ya sea porque “ la situación traumática puede constituirse en una piedra, en un núcleo sin simbolización, sin ligadura” (Kordon y Edelman, 2007:112), ya sea porque el trauma implique algo inaceptable para el sujeto que lo ha sufrido, podemos encon- trarnos ante lo indecible.[7]
Así, será nuestra labor trabajar con “lo ominoso”, haciendo referencia a todo aquello que pertenece al orden de lo terrorífico, que provoca angustia y horror y que paraliza. Freud, buscando esclarecer “lo ominoso” y su necesidad de elaboración a través de la repetición, relata la siguiente experiencia:
“Cierta vez que en una calurosa tarde yo deambulaba por las calles vacías, para mí desconocidas, de una pequeña ciudad italiana, fui a dar en un sector acerca de cuyo carácter no pude dudar mucho tiempo. Sólo se veían mujeres pintarrajeadas que se asomaban por las ventanas de las casitas, y me apresuré a dejar la estrecha callejuela doblando en la primera esquina. Pero tras vagar sin rumbo durante un rato, de pronto me encontré de nuevo en la misma calle donde ya empezaba a llamar la atención, y mí apurado alejamiento sólo tuvo por consecuencia que fuera a parar ahí por tercera vez tras un nuevo rodeo. Entonces se apoderó de mí un sentimiento que sólo puedo calificar de ominoso, y sentí alegría cuando, renunciando a ulteriores viajes de descubrimiento, volví a hallar la piazza que poco antes había abandonado”(Freud, 1919).
Será nuestro lugar como analistas el prestar gran atención a la culpa que estos pacientes experimentan en sus distintas facetas (culpa persecutoria por haber sobrevivido, por no haber podido hacer nada para rescatar a los seres queridos que no lograron escapar, etc.) así como los sentimientos ambivalentes que todo el hecho les generará, resultando necesario trabajar con la severidad del superyó y entendiendo así el masoquismo del yo. A su vez, resultará importante tener en cuenta la ansiedad que les causa el haber tenido que huir por sobrevivir sin haberse podido despedir de todo lo que iban dejando atrás; saliendo del mundo de los muertos para intentar ingresar al mundo de los vivos.
Es de vital importancia el tener en cuenta que el vínculo que establezcamos con los pacientes, más que resultar amenazador e intrusivo, debe brincar contención y respeto, para lograr ayudar, en un trabajo en conjunto con el paciente, simbolizar la angustia de lo ominoso, traumático y secreto.
De igual manera, tendremos que trabajar con el “silencio” que dichos pacientes traen a consulta, en donde, a diferencia del “silencio reflexivo” propio de la elaboración, se verá marcado de tintes persecutorios, depresivos y consufionales con contenidos de gran ansiedad básica.
Por otro lado, será importante tener en cuenta la repercusión que el tema tratado puede tener a su vez en pacientes hijos de exiliados como punto de partida para explicar ansiedades cuyo origen, en ocasiones, no logramos comprender dentro del consultorio (pensando, sobretodo, que al ser México uno de los países que abrió las puertas a los exiliados, la población afectada por dicha situación es amplia).
A modo de conclusión, me gustaría que viéramos al fenómeno de la migración no como un simple “moverse de lugar” sino como algo tan complejo que puede ser mirado desde diferentes perspectivas que afecta no sólo al individuo que lo lleva a cabo sino a la gente que lo rodea así como a su ambiente en donde las vivencias de miedo, desamparo, angustia, persecución, etc. dejan una huella imborrable, causando gran confusión entre lo real y la ficción, afectando por momentos el principio de realidad.
Aunque los pasos toquen mil años este sitio, no borrarán la sangre de los que aquí cayeron. Y no se extinguirá la hora en que caísteis, aunque miles de voces crucen este silencio. La lluvia empapará las piedras de la plaza, pero no apagará vuestros nombres de fuego. Mil noches caerán con sus alas oscuras, sin destruir el día que esperan estos muertos. El día que esperamos a lo largo del mundo tantos hombres, el día final del sufrimiento. Un día de justicia conquistada en la lucha, y vosotros, hermanos caídos, en silencio, estaréis con nosotros en ese vasto día de la lucha final, en ese día inmenso (Pablo Neruda).
Bibliografía

  • *Grinberg, L. y R. “Psicoanálisis de la Migración y el Exilio”. Alianza Editorial. Madrid, España (1994).
  • *Tesis “Literatura y Exilio: el caso argentino. La Narrativa de Mempo Giardinelli y Tununa Mercado”, por Andrea Candia Gajá.

http://www.riehr.com.ar/archivos/Tesis/candiagajandrea.pdf

  • *Kordon, D. et. al. ”Sur, Dictadura y Después”, Elaboración Psicosocial y Clínica de los Traumas Colectivos. Psicolibro Ediciones. Buenos Aires, Argentina (2010).

http://www.contralatortura.org/uploads/14162a_161927.pdf

  • *Documental sobre la Dictadura en Argentina

http://www.youtube.com/watch?v=1U-7anQM3Yk

  • *Película “La Noche de los Lápices”

http://www.youtube.com/watch?v=0HL7XkfhsYE

  • *http://www.temasdepsicoanalisis.org/la-crisis-como-factor-agravante-del-sindrome-de-ulises-sindrome-del-duelo-migratorio-extremo1/
[1] Kordon, D. et. al. ”Sur, Dictadura y Después”, Elaboración Psicosocial y Clínica de los Traumas Colectivos. Psicolibro Ediciones. Buenos Aires, Argentina (2010).
[2] Tesis “Literatura y Exilio: el caso argentino. La Narrativa de Mempo Giardinelli y Tununa Mercado”, por Andrea Candia Gajá.
[3] Grinberg, L. y R. “Psicoanálisis de la Migración y el Exilio”. Alianza Editorial. Madrid, España (1994).
[4] Ibid.
[5] Grinberg, L. y R. “Psicoanálisis de la Migración y el Exilio”. Alianza Editorial. Madrid, España (1994).
[6] Ibid.
[7] Kordon, D. et. al. ”Sur, Dictadura y Después”, Elaboración Psicosocial y Clínica de los Traumas Colectivos. Psicolibro Ediciones. Buenos Aires, Argentina (2010).
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Imagen: Morguefile/Thesuccess