Roxana Inclán 

“Lo que todos los analistas hacen con pacientes en realidad es muy semejante pese a que las teorías que usen sean muy distintas. Cuando estamos con un paciente participamos en un vínculo emocional – experiencia analítica – que es totalmente distinta a la discusión teórica”.

Leiberman y Bleichmar (2013)

A lo largo de la historia del psicoanálisis se han generado distintas corrientes y teorías, y todas y cada una de ellas de alguna forma lo que intentan explicar es el desarrollo y funcionamiento de la mente haciendo énfasis en distintos elementos como son las pulsiones, las estructuras psíquicas, las fantasías inconscientes, la relación de objeto, el narcisismo, el complejo de Edipo y de castración, los conflictos entre el mundo interno y mundo externo. Del mismo modo, a partir de esto, las diferentes corrientes han implementado sus propias teorías sobre la técnica en la práctica psicoanalítica, ya sea a través del análisis de las resistencias o defensas, el análisis de la transferencia y contratransferencia, el sostén y la interpretación, el desarrollo de un aparato para pensar, entre otras.  

Ciertamente el desarrollo y el estudio de la teoría psicoanalítica y teoría de la técnica de ésta es indispensable en la práctica psicoanalítica. Sin embargo, ¿cómo funciona el psicoanálisis en la práctica?, ¿Cómo es que, en la práctica, el psicoanálisis se convierte en un método terapéutico o de transformación para todo aquél que decide cruzar por esta experiencia intangible? Y a todo esto, ¿qué hace o qué papel (es) desempeña uno como analista? Estoy segura de que estas preguntas no tienen una sola respuesta ni son fáciles de elaborar, pero considero que el diferenciar entre la experiencia intelectual y la experiencia emocional de Bion arrojará un poco de luz para comprender lo anterior, ya que una cosa es la teoría y otra, la experiencia clínica por lo que los invito a qué pensemos juntos.

Muchas veces, en el transcurso de la formación psicoanalítica uno tropieza sin darse cuenta con la fantasía del furor curandis queriendo aplicar las teorías psicoanalíticas a los pacientes y haciendo mil y una interpretaciones por propia necesidad de saber, de devolver y resolver lo que le pasa al paciente e incluso uno puede cacharse como analista pensando durante los silencios “¿qué estoy haciendo?, ¿qué debería hacer o decir?, etc.” Lo anterior puede llevar a uno a malinterpretar el papel del analista dentro del espacio y “cura” analítica. Al final uno terminará por darse cuenta, para mala fortuna del narcisismo del analista, que éste, si bien juega un papel importante, no es el protagonista de esta historia.  

Por otro lado, no solo está el furor curandis sino también las imposiciones del superyó sobre lo que se debe o no se debe hacer, ¿qué tanto es propio del paciente y que tanto es propio del analista?, ¿cómo entendemos la abstinencia y neutralidad, y hasta dónde ponemos al servicio del análisis nuestra propia experiencia y subjetividad? Todos estos cuestionamientos durante la sesión, más allá de permitirnos una buena práctica psicoanalítica terminan por entorpecer la atención flotante, la escucha y, sobre todo, el rico encuentro analítico entre paciente y analista que lleva a una verdadera experiencia y transformación. 

Pero entonces, ¿cómo es que funciona el psicoanálisis cómo método terapéutico? Freud en su momento hablaba de la metáfora arqueológica de la reconstrucción, de volver consciente los conflictos inconscientes, de develar la historia del paciente, de conocer lo reprimido, de hacer que en donde rija el ello domine ahora el yo. Para todo lo anterior, se pretende el uso de la regresión dentro de la situación analítica, así como, el análisis de distintos fenómenos como son las resistencias, la transferencia y contratransferencia. 

Sin embargo, parecería que esto no es suficiente para entender cómo y por qué se generan cambios en el sujeto. Por lo que será necesario tener en cuenta la experiencia emocional transformadora que se da como resultado del encuentro analítico. Y es que, lo que ocurre en el proceso analítico, no ocurre en el dominio de K —de conocer—, sino en el dominio de O —de ser en sí mismo a través de la experiencia emocional y el uso de la intuición en el sentido Bioniano—.

Considero que si bien para que el psicoanálisis genere movimiento y cambio depende más que nada del analizando, no se puede lograr si no se habla del psicoanálisis como una experiencia analítica en la que la participación de la dupla analítica (analista – analizando) es importante, y es ahí cuando llegamos a la pregunta ¿Qué hace y qué pasa con el analista? Creo que el analista también pasa por un proceso transformador a lo largo de cada proceso analítico con los pacientes, lo cual querría decir, que el cambio o lo terapéutico no depende del analista o del analizando, sino del juego creativo que se construye entre analista y analizando como resultado de la experiencia emocional compartida.

Este juego o intercambio es conocido también como “campo dinámico” entendido por Madeleine y Baranger (en de León, 2009) como “el encuentro profundo de dos subjetividades intensamente comprometidas en la tarea de promover las transformaciones psíquicas del analizando”. Este encuentro, considerado muchas veces como un acto de fe, sin duda guarda una relación con el de la madre y el infante al establecer una relación tan íntima cuya existencia permite generar experiencias emocionales capaces de desencadenar pensamientos que permitan pensarse a uno mismo (Beltrán, Bobadilla, Larez y Votto, 2018)

Cabe aclarar que con esto no pienso que la idea de la experiencia intersubjetiva sea la única realidad accesible a la comprensión psicoanalítica tal como algunos psicoanalistas intersubjetivos lo describen, sino que coincido con Leiberman y Bleichmar (2013), tanto es necesaria la comprensión y aceptación de la vivencia del campo dinámico como la exploración de los propios procesos inconscientes del analizando como los ya mencionados al inicio del trabajo. 

Tanto analista como analizando forman parte de la experiencia analítica y es ahí que se puede entender uno de los papeles que desarrolla el analista, pues como bien menciona Nasio (2017), “para ser eficaz, un psicoanalista debe desarrollar sin cesar dos cualidades: una fina sensibilidad que le permita percibir los movimientos ocultos del inconsciente del otro y el arte de dejar hablar a su propio inconsciente instrumental” solo que este inconsciente de alguna forma no es el “inconsciente personal en su estado habitual sino uno moldeado – transformado – por  el análisis personal, la práctica psicoanalítica y el intercambio con supervisores” y agregaría yo, del intercambio entre los mismos colegas. Por lo tanto, en palabras de Nasio (2017), el analista es a la vez interlocutor abierto hacia el exterior, atento a las manifestaciones de su paciente y, simultáneamente, un receptor que vibra al ritmo de la emoción vivida por el ser fantasmático percibido por su inconsciente instrumental que se impone ahora a su conciencia” por lo que uno como analista deberá estar al pendiente de sus propias asociaciones dentro de la escucha analítica, es decir, preguntarse por qué se le viene eso a la mente cuando el analizando está asociando libremente.

Complementando la idea anterior, los Baranger (1961; de León, 2009) mencionan que “la fantasía básica de una sesión no es el mero entendimiento de la fantasía del paciente por el analista sino algo que se construye en una relación de pareja, esta fantasía se irá conformando por el interjuego de los procesos de identificación proyectiva e introyectiva y de las contraidentificaciones que actúan con sus límites, funciones y características distintas dentro del paciente y el analista”.

Retomando entonces la diferencia entre la “experiencia intelectual” y la de la “experiencia emocional”, ésta no solo aplica para el analizando, sino también para el analista, ya que dará otro sentido a las intervenciones o interpretaciones que se hagan. No es lo mismo una interpretación que resulta de una reconstrucción teórica que una interpretación que es consecuencia de la “inmersión emocional” que opera en el interior de sí mismo para captar el inconsciente de su analizando (Nasio, 2013). Esto da como resultado no solo a una “interpretación explicativa” que busca la comprensión a partir de la reconstrucción – la cual también es necesaria, pero en ocasiones puede resultar en intelectualizaciones –, sino una interpretación creadora en la cual se utiliza el propio inconsciente del analista y que gracias a esto es posible la función de reverie del analista. Por lo tanto, es como si el analista tuviera que estar en una función observadora, pero también en una verdadera atención flotante que solo se logra al estar en contacto, percibiendo y sintiendo en paralelo con el inconsciente tanto del analizando como del propio analista. 

Considero entonces que para que exista una verdadera experiencia analítica que permita trabajar y elaborar los conflictos o déficit inconscientes del paciente, así como entender las puestas de acto y el uso de la identificación proyectiva de los pacientes es necesario que primero suceden transformaciones de dicho material inconsciente del analizando en la mente del analista. Por lo tanto, al igual que en Busch (2010) esto quiere decir que, la comprensión y representación provendrá primero de la mente del analista —de manera silenciosa e incluso inefable— al sintetizar y procesar sentimientos, fragmentos de ideas e incluso sensaciones primitivas ya que para el analizando es muy doloroso y angustiante tolerar dichos contenidos inconscientes. Dicho en palabras de Nasio (2014), una de las formas de ocupar el lugar del objeto en la contratransferencia es alucinándolo o soñándolo, haciendo alusión al concepto de alucinación de Bion, es decir, “percibir y experimentar de manera alucinatoria, el dolor psíquico del analizando” utilizando como herramienta el propio inconsciente del analista, pero sin dejarse llevar completamente por su deseo o angustia. 

Lo anterior facilitará que más tarde, gracias a la función alfa y del sostén del analista– que puede ser un silencio, un gesto o una interpretación– el analizando sea capaz de desarrollar primero un continente o un aparato mental para vivenciar una experiencia emocional tolerable que permita metabolizar de alguna forma y con menos angustia elementos beta o incluso bizarros. Es decir, facilitará al analizando la creación de una mente capaz de transformar y pensar pensamientos por sí solo —claramente es un camino largo—. 

En breve resumen, al igual que la madre, la función del analista consiste en contener los elementos betas y las emociones y calmarlas, para que luego el analizando las pueda pensar y sentir (Bleichmar & Liberman 1997). Es a través de esta función que el analizando es capaz de aprender de la experiencia, de apropiarse así de dichas cualidades de la función alfa para dotar de significado y representación a lo que se experimenta emocionalmente (Bion, 1987). Sin embargo, es un hecho que no se puede perder de vista que el mismo sujeto analizando también cuenta con una carga pulsional y un nivel de tolerancia que influye en el hecho de que se pueda o no transformar las emociones y por consiguiente, aprender de la experiencia emocional, independientemente de la función del analista (Bleichmar & Liberman 1997). 

Ligado a lo anterior, queda claro que tanto analista como analizando participan en la experiencia emocional, así como en la experiencia creadora que propone Winnicott en relación al juego que se da entre la madre —analista— y el bebé —analizando—, y que da como resultado la creación de un espacio potencial (Winnicott, 1971). 

Gratadoux (2009), en su ensayo “El tercero y la terceridad en psicoanálisis” retoma la analogía del ajedrez y la compara con una sesión análitica. En el ajedrez, ambos “jugadores” se ajustan a dos regulaciones, las compartidas (normas, pautas y encuadre) y a las personales (tácticas y aspectos inconscientes). Conforme se da el juego se generan nuevas jugadas y, en el caso del análisis, nuevos objetos de conocimiento que ni se consideran parte del primer jugador ni del segundo, sino de un tercer objeto, que sería la interacción y relación entre ambos, es decir, la partida que se genera. En el caso del psicoanálisis, este tercero analítico o tercer objeto depende de analista y analizando y a su vez paradójicamente, éstos responden a partir del tercero analítico. Esto quiere decir que si consideramos que cada individuo es capaz de tener experiencias emocionales transformadoras (Ta y Tp) dentro del análisis, éstas a su vez serán influidas y transformadas por la relación entre analista y paciente y crearán una experiencia emocional compartida que da como resultado el elemento “O”, el cual puede vincularse con la cosa en sí misma, la esencia. (Bion, 2001). No obstante no hay que olvidar que el analizando no siempre tolera esto desde el principio, por lo que fluctuará entre el cambio catastrófico y O, es decir, el devenir en sí mismo (Pistiner & Sor, 2006). Es ahí en donde podemos entender que el psicoanálisis como método terapéutico no funciona sin la experiencia emocional compartida, ya que es ésta la que da la posibilidad de llevar  a cabo un crecimiento mental.

Entonces, ¿En qué consiste la tarea del analista? Bien lo decía Freud, el analista tiene que construir lo recordado por el analizando, “cómo, cuándo y con qué” son preguntas que se responden al establecer una conexión o participación entre analizando y analista, ambos, piezas del trabajo analítico. No obstante en la clínica se puede decir que no se habla solo de una construcción sino una “construcción conjunta de experiencias independientes” (Gratadoux, 2009).

Retomando a los Baranger (en de León, 2009) y la teoría del campo, las intervenciones o  interpretaciones que resulten en éste pueden “representar objetos primitivos de intercambio entre analista y analizando, por lo que las interpretaciones  constarán de palabras portadoras de gratificaciones y agresiones y, en general, de innumerables fantasías”. Por lo tanto, reiterando ideas anteriores, el lenguaje del analista termina por ser similar a las de la comunicación de un bebé con su madre lo cual permite que se generen nuevos grados de simbolización de la experiencia emocional y corporal.

Cabe recalcar que en este proceso no se habla de una fusión y menos de la subjetividad del analista, sino de un tercero analítico, que, como bien menciona Ogden (en Gratadoux, 2009) “coexiste en tensión dinámica con el analista y el analizando como individuos separados con sus propios pensamientos, sentimientos, sensaciones, etc”.

Por lo tanto, es importante considerar que “el analista debe tener una porosidad necesaria que le permita, al mismo tiempo, regular las tensiones afectivas, sostener una disposición a la observación del paciente de sí mismo y de la unidad del campo, por lo que se vuelve necesario, posterior a la sesión establecer una segunda mirada sobre la sesión y sobre la misma evolución del proceso”. Esto con la intención de que el analista sea capaz de comprender sus respuestas complementarias en el campo y a su vez pueda identificar la existencia de un baluarte, una formación defensiva del campo, en el cual, existe un trato inconsciente del paciente que se actúa en forma silenciosa en la situación analítica (de León, 2009). Según de León (2009), esta idea del baluarte explicaría fenómenos como “la reacción terapéutica negativa, el impasse, la inanalizabilidad, las limitaciones del proceso analítico, así como, las sensaciones del analista de quedar paralizado por el analizando y las complicidades perversas sadomasoquistas”.

Si bien no es un trabajo que considero terminado, sí considero que no todas las corrientes psicoanalíticas coinciden teóricamente en muchos conceptos y técnicas, pero me parece que en la esencia de la práctica psicoanalítica persevera en todas y en cada una de ellas (ya sea dicho abiertamente o no), la experiencia emocional y el vínculo emocional. 

Muchas veces se habla de la resistencia y/o incapacidad del analizando de sentir y percibir la experiencia emocional y de participar en el encuentro analítico. Sin embargo, considero que puede pasar que el analista también se resista. De hecho coincido con Leiberman y Bleichmar (2013), muchos de nuestros errores técnicos se originan cuando no podemos soportar las emociones que produce el vínculo y la experiencia emocional con el analizando por resistencia del analista de sentir, de ser y de estar en contacto con el analizando. Estas resistencias podrían surgir por el mismo deseo o fantasía del furor curandis, del narcisismo, y/o del poco desarrollo de la capacidad negativa, es decir, de la capacidad para tolerar la incertidumbre y lo desconocido. Esto termina por impedir la recepción de las identificaciones proyectivas y por ende del material inconsciente del analizando que solo se puede trabajar a través de la experiencia emocional. 

Si el analista no se permite vivir la experiencia emocional de la díada analítica, prácticamente la función terapéutica y transformadora del psicoanálisis sería imposible. Sin embargo, no hay que olvidar que esto no quiere decir que como analistas quedemos inmersos en la experiencia emocional, sino al contrario, que podamos establecer límites en lo anterior que nos permita a su vez, trabajar tanto con la experiencia emocional como con otros aspectos y fenómenos inconscientes propios del analizando relacionados a su historia personal. 

Me gustaría finalizar con la siguiente cita que a modo de conclusión engloba muy bien lo escrito en este ensayo: “El trabajo consciente e inconsciente del analista, se desarrolla dentro de una relación intersubjetiva, en la cual, ambos participantes se definen el uno al otro y es que cuando se habla de campo analítico, se entiende que se está dando una estructura, producto de los dos integrantes de la relación pero que a su vez, los involucra en un proceso dinámico eventualmente creativo” (Baranger, 1992; Gratadoux, 2009).

Bibliografía

  • Beltrán, L., Bobadilla, J., Lárez Virginia & Votto, P. (2018) La observación de bebés como experiencia emocional transformadora. (De) Construyéndonos como psicoanalistas. Reflexiones sobre la subjetividad en el encuentro analítico.  Transformación. Revista Bianual de psicoanálisis de OCAL. No. 14 
  • Bleichmar, N. & Leiberman, C. (2013) Sobre el psicoanálisis contemporáneo. Editorial Planeta Mexicana. Paidós. México.
  • Bleichmar, N. & Leiberman, C. (1997) El psicoanálisis después de Freud. Teoría y clínica. Ediciones culturales Paidós. 
  • Bion, W.R. (1987) Aprendiendo de la experiencia. Editorial Paidós. México.
  • Bion W.R. (2001) Transformaciones. Promolibro. Valencia.
  • Busch, F. (2010) La creación de una mente analítica: el saber psicoanalítico como proceso. Aperturas psicoanalíticas. Revista internacional de psicoanálisis.
  • De León, B. (2009) Introducción al trabajo de Madeleine y Willy Baranger: la Situación analítica en el campo dinámico. Revista Uruguaya de psicoanálisis. (108) 198 – 222.  
  • Gratadoux (2009) El tercero y la terceridad en psicoanálisis. Revista Uruguaya de psicoanálisis. (108) 108 – 135.  
  • Nasio, J. (2017) ¡Sí, el psicoanálisis cura! Ediciones culturales Paidós. México
  • Nasio, J. (2014) Cómo trabaja un psicoanalista. Paidós. Argentina. 
  • Pistiner, L. & Sor, D. (2006) Ideas de Bion que transforman la clínica psicoanalítica contemporánea. Fepal XXVI Congreso latinoamericano de psicoanálisis.
  • Winnicott (1971) Realidad y juego. Gedisa. Argentina.