Psicoanálisis, Hermenéutica, y Verdad.

Autor: Humberto García.

¿Qué es entonces la verdad? Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora consideradas como monedas, sino como metal (Nietzsche, 1876, p.6).

Acerca de reconocer la ausencia de la lógica proposicional en el psicoanálisis.

Hoy más que nunca impera el desacuerdo entre las variopintas teorías psicoanalíticas, mientras algunos afirman que la transferencia es lo capital, para otros lo fundamental continúa siendo el insight, y en tanto algunos terminan rehuyendo la hipótesis de lo pulsional, otros se deciden por abandonar la técnica de la neutralidad; por citar algunos ejemplos. Entretanto la disparidad no se limita a divergencias de escuela, y más allá de las particulares querellas entre ellas persiste sin unánime respuesta una interrogante que concierne a todas: ¿qué tipo de saber y práctica es el psicoanálisis?

Precisamente, a la irresolución de esta primordial cuestión obedece que no haya tribuna capaz de solventar las discrepancias doctrinales, y si de una ciencia se tratase, la empiria ya se hubiese encargado de resolver las disputas; por ende hay que empezar por reconocer que concebir al psicoanálisis como un saber científico naturalista se enfrenta no a pocas dificultades, y que aunque sabemos que desde siempre Freud supuso a su psicoanálisis una ciencia, no mucho tiempo hubo de pasar después del apogeo y difusión de sus enseñanzas para que -más allá del pudor, resistencias y críticas vulgares- surgieran objeciones bien fundadas que pusieran en entredicho la pretensiones cientificistas del conocimiento de lo inconsciente, y con una página hubo de bastarle a Popper (1934) para argumentar contundentemente que ningún postulado psicoanalítico se fundamenta en hechos observables y verificables, en suma, vale decir con él, falseables. Retomemos su argumento; tomemos por ejemplo un sueño cualquiera y reconozcamos que en efecto este nunca es una realización de un deseo inconsciente sino en tanto es interpretado como tal; observemos que por el contrario la velocidad con la que una piedra cae en el vacío no requiere ser interpretada, sino constatada, observada y objetivada; para que a partir de que aquel fenómeno sea con exactitud e invariablemente predecible se pueda afirmar que existe una ley de gravitación universal.

Aún sin necesidad de tensar el arco hasta tal limite, esta contraposición llevada al extremo resulta útil porque resalta que es difícil no considerar como insensatas algunas de las pretensiones de cientificidad en psicoanálisis, y por otro lado y a la par, enfatiza el absurdo de las ambiciones de hegemonía del saber de las distintas escuelas, que al suponer sus preceptos tan precisos e inalterables como los de orden naturalista, y al apropiarse y reeditar parcialmente el conocimiento freudiano, terminan más bien por desdibujar la esencia de las cosas; pensamos que no se puede, pues, demandar de los conceptos psicoanalíticos la exactitud que se exige de los conceptos científicos; más aún, tal cosa tal vez sea imposible e innecesaria, y tal vez sea el caso que en este terreno no se pueda hablar de rigurosos conceptos, o, dicho de mejor manera, de proposiciones. Nos enfrentamos, pues, a un problema de método, y en vista de que nuestro campo no atiende a los preceptos científicos, estos en cambio no son capaces de retribuir resolviendo las controversias. Por ende y sin gastar más líneas al respecto afirmemos desde ahora que el psicoanálisis en su complejo haber como interacción entre práctica y teoría no puede ser entendido como ciencia, cuando menos no como una natural.

Para continuar nuestro argumento será útil retomar la demarcación que Freud hace respecto del psicoanálisis, dicho brevemente, el psicoanálisis es: 1) un método de investigación, 2) una terapia basada en ese método, 3) y la teoría del aparato anímico que se fundamenta en este método y en esta terapia. Desarrollado y analizado cada punto reconocemos que todo cuanto puede ser llamado psicoanálisis ocurre dentro del campo de la palabra; sin perder esto de vista recorramos de nuevo la acotación freudiana, el psicoanálisis es: 1) un método de investigación que todo cuanto explora sucede en la asociación libre, en el discurso libre; se trate del silencio, actos fallidos, síntomas, sueños; etc., 2) una terapia, cuyo modo de operar bien ha sido sintetizado -por una célebre paciente en en una célebre frase- como “talking cure”, 3) y una teoría, que, trayendo a cuento el nombre del libro considerado inaugural de nuestro campo habremos de recordar tiene por base la interpretación de hechos narrativos -se tome como pivote para ello a las relaciones de objeto, o se tome por eje al destino de lo pulsional; por citar algunas teorías- , sobre las cuales se erige el edificio teórico.

Aunque lidiamos con la palabra y sólo con ella, lo paradójico es que a partir de ella puedan extraerse conjeturas proposicionales, pero hay que dejar claro de una buena vez que el actuar y saber psicoanalítico no depende de ellas, lo mismo no se funda en ellas. Intentaremos aclarar este punto más adelante.

El psicoanálisis desde la hermenéutica

Pese a que Freud suponía como científico su saber (puesto que no concebía la posibilidad de ningún otro tipo de verdad) hacia el final de su carrera no dejaría de reconocer que el psicoanalista no se comporta como un investigador de la ciencia, en el sentido de que no procede cotejando hipótesis que puedan ser respondidas tajante y dicotómicamente como positivas o negativas, escribiría al respecto en uno de sus últimos ensayos…

Un investigador muy meritorio…. manifestó cierta vez…. una apreciación tan mortificante como injusta sobre nuestra técnica analítica.

Dijo que cuando nosotros presentábamos a un paciente nuestras interpretaciones procedíamos con él siguiendo el desacreditado principio de «Heads I win, tails you lose». O sea, si él nos da su aquiescencia, todo es correcto; pero si nos contradice, entonces no es más que un signo de su resistencia, y por lo tanto igualmente es correcto… [Proseguiría cuestionándose] ¿Qué garantías tenemos, durante nuestro trabajo con las construcciones, de que no andamos errados y ponemos en juego el éxito del tratamiento por defender una construcción incorrecta? (Freud, 1937, p. 259).

En efecto, reconocería que no se trata de un asunto dicotómico y aclararía que la respuesta a este cuestionamiento no radica en que el paciente afirme o niegue una construcción dada por el analista; sino más bien en el material asociativo que sucede a la comunicación de la construcción, a partir del cual se puede corregir la exactitud o errancia de la conjetura…

Como hemos dicho; entre líneas se alcanza a percibir que Freud reconoce que no procedemos de acuerdo al método científico, y atendiendo a la crítica arroja un esbozo de alternativa -a la de la ciencia- para orientarnos con respecto a la persecución de la verdad en el curso de un análisis; semejante intento de método para asegurar la veracidad de los postulados universales -el edipo, la envidia del pene; etc- permanece inversamente relegado y los escuetos comentarios citados no hacen sino demostrar la precariedad de la elaboración de tal asunto en Freud, y en efecto demuestran lo poco que preocupó al Vienés la cuestión.

La confusión de la que al principio hablábamos (es decir; asumir al psicoanálisis una ciencia natural), pensamos, deriva de suponer las hipótesis psicoanalíticas como explicativas, y no como comprensivas; y en suponer que todo conocimiento para ser considerado tal ha de ser de índole explicativa (proposicional). Aunque poco se preocupase Freud por tal cuestión, en su época y geografía se vivieron importantes polémicas al respecto, y hacia finales del siglo XIX el triunfal avance del positivismo pretendería extender sus hazañas hacia las ciencias del espíritu.

Reconociendo aquello como insostenible y en un intento por contrarrestar esta tendencia Dilthey y otros remarcarían las diferencias entre explicación y comprensión, y enfatizarían que en las ciencias del espíritu se lidia con la comprensión; a partir de ello pretenderían fundar los saberes humanos en un método que resultase, en el terreno que les concierne, igual de legítimo que el científico; el proyecto intentaría apuntalarse sobre la hermenéutica; aquella remota teoría que fundamenta el arte del correcto comprender e interpretar. Se trata de una larga tradición cuyo inicio se remonta a la Grecia antigua y cuyo mayor apogeo se da durante el medievo, cuando su interés principal radicaba en la exégesis de las sagradas escrituras. Por tratarse, pues, de la teoría que cimienta la comprensión la hermenéutica propagaría su influencia hacia todas las ciencias humanas; la historia, el derecho, la sociología, etc; todas por influencia del esplendor positivista serían obligadas a formular un método que les asistiera en la consecución de la verdad, en este caso de la verdad comprensiva (Grondin, 1991).

Ciertamente, podemos suponer que mucho de lo que sucede en el acontecer clínico es comprensivo y no explicativo. Por ende es dado pensar que para fundamentar nuestro saber podamos tomar a préstamo algunos desarrollos teóricos hermenéuticos: que la verdad se da en grados, que se desenvuelve en un constante diálogo, que aunque dentro de un margen nunca es unívoca sino multívoca, que el contexto hace al sentido y que el sentido hace al contexto; son todos aspectos de la comprensión de los que da cuenta la hermenéutica (Grondin, 1991) y que sin lugar a dudas nos ocupan y podemos reconocer en el consultorio.

Aboquémonos pues a describir la comprensión. Es tan insensato pensar que a partir de una hipótesis proposicional se puede interpretar el significado de una obra de arte como pensar que lo mismo puede hacerse con un sueño, o con cualquier producto psíquico de un analizando. Esta comparación pudiese parecer ridícula; la hacemos para resaltar la diferencia entre comprensión y explicación. ¿Qué es pues comprender? ¿Qué diferencia tiene con explicar? ¿y por qué el comprender se relaciona con el dialogar?

Comprender es una estructura circular de conocimiento que consiste en articular el todo con las partes, y las partes con el todo, en otras palabras en el comprender está implicado aquello que se describe en el así llamado círculo hermenéutico, el cual reconoce que las palabras dan sentido a la frase y la frase da sentido a la palabra, las frases sostienen el sentido del texto y sin el todo que se constituye no se entiende el sentido de las frases individuales, etc; entiéndase de igual forma a la Inversa; es decir del todo a lo peculiar. Interpretar se hace necesario cuando la comprensión de aquello que se comunica es ambigua, poco clara; en la interpretación vale recalcar no deja de operar la circularidad de la estructura de la comprensión, más aún interpretar siempre es necesario puesto que como dijera San Agustín la palabra interior nunca es cabalmente comunicable (Grondin, 1991). Schleiermacher reconocería que la circularidad de esta estructura supone una paradoja, a decir: no es posible comprender (y por ende también interpretar) más que a partir de lo que de antemano se conoce; de suerte que misteriosamente dependemos de nuestros prejuicios para lograr la comprensión de los textos a los que nos aproximamos, lo mismo vale para obras de arte, la historia y todo aquello en lo que la comprensión está implicada. Entendido esto preguntemos ¿aplica a los pacientes que analizamos? ¿Cuándo interpretamos no hacemos sino ajustarlos a nuestros prejuicios, dicho de otra manera a lo que ya conocemos en nosotros mismos?

Vayamos paso a paso y antes de dar respuesta reconozcamos que sin duda esta circularidad atraviesa de extremo a extremo al psicoanálisis, puesto que cuando interpretamos no hacemos otra cosa que articular un fenómeno psíquico particular en la totalidad de la concatenación de los fenómenos psíquicos de la vida de un sujeto; y a partir de ello damos sentido a dicho fenómeno particular y lo mismo a la vida del sujeto en general. Esta circularidad no deja de ser reconocida en la obra freudiana; baste recordar el primer párrafo de la interpretación de los sueños.

En las páginas que siguen aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la actividad anímica de la vida despierta (Freud , 1900, p.1)

Para ejemplificar la circularidad de la que hablamos, tomemos por ejemplo primero cualquier hecho de la cotidianidad en la que desde siempre nos encontramos, y a partir de reconocer su presencia en lo ordinario veamos cómo se manifiesta también en el consultorio…

Supongamos que se viven tiempos violentos, y que leemos una nota periodística en la que se narra que como solución a ello se anuncia que el gobierno promulgará una ley de amnistía. El juicio que formulemos al respecto de esa nota variará de acuerdo al contexto en que tal ley se anuncia. Primero hemos de reconocer a qué tiempos violentos y a qué lugar nos referimos; nuestra opinión probablemente no será la misma si hablamos del año 1994 en Chiapas, a si hablamos del año 2018 en toda la república. Nótese que para que se entienda lo enunciado es necesario aclarar el contexto (aquí no hemos aclarado nada, y por ambos hechos pertenecer al fuero común asumimos se entiende), si no se presupone este, no se entiende nada. Ahora pensemos en la siguiente frase: “El pollo está caliente”; y reconozcamos que significa una cosa si hace alusión al pollo del caldo, y otra muy distinta si se refiere a alguien a quien apodan “pollo”. Queda claro que las palabras tienen sentido multívoco y la manera en que se interpretan depende del contexto en el que se enuncian.

Sin perder de vista lo dicho veamos ahora cómo sucede esto en el acontecer clínico tomando por ejemplo un sueño extraído de las Conferencias Introductorias al Psicoanálisis de Freud. “Su tío fuma un cigarrillo, a pesar de que es sábado. Una mujer lo acaricia y lo mima [al soñante] como si fuera su hijo” (Freud, 1915, p.169). De las asociaciones del soñante es dado que el tío invocado en el material onírico es, en palabras de Freud, un piadoso judío, y que siendo un piadoso judío a los ojos del soñante jamás sería capaz de cometer un acto pecaminoso; Freud interpreta el sueño agregando un si y dando identidad a la mujer que en el sueño abraza al sujeto soñante: “Si mi tío, ese hombre santo, fumara un cigarrillo el sábado, entonces me sería lícito dejarme acariciar por mi madre” (Freud, 1915, p.170). Saber que el soñante adhiere a la ley judía, y por otro lado tener en cuenta los ojos con los que mira a su tío, permite concatenar los desperdigados elementos del sueño y reconocer la presencia del deseo de ser acariciado y mimado por la madre. Todo esto es plenamente conocido, sin embargo al traer a cuento con un ejemplo que la técnica de la interpretación toma por primer principio la asociación libre, no pretendemos otra cosa que enfatizar que de la asociación surge el todo donde el sueño ha de articularse, y que del sueño, es decir, lo singular, surge la comprensión del todo que supone la vida del paciente; se vuelve patente la circularidad. Por otro lado sabemos que para interpretar asumimos el desplazamiento y la condensación que operan en el sueño; que no es otra cosa que la multivocidad de significados del material onírico.

Advirtamos ahora la naturaleza dialógica de la verdades psicoanalíticas. En el trabajo de Freud al que en principio hemos recurrido se aprecia que él mismo termina por reconocerlo así cuando -citando el decir de un personaje de Nestroy- sentencia; “nos comportamos siguiendo el arquetipo de un consabido personaje…. , aquel mucamo que, para cualquier pregunta u objeción, tiene pronta esta única respuesta:«En el curso de los acontecimientos todo habrá de aclararse»” (Freud, 1937, p. 266). Esta sentencia supone que Freud atiende el hecho de que la verdad se da en grados, y que hay que esperar a que lentamente se desenvuelva el diálogo para alcanzar a tener elementos suficientes para llegar articular las partes que del todo se hallan desencajados (síntomas, sueños, actos fallidos; etc). Además el hecho de que Freud contemple el “sí” o el “no” del analizando como multívoco y que para concretar su sentido se valga más bien del contenido asociativo que sigue a estas respuestas, constata de nuevo que supone una verdad que en el coloquio poco ha poco ha de ser constituida.

Psicoanálisis y hermenéutica a partir de Heidegger

Recapitulemos; hemos empezando argumentado por qué dentro del psicoanálisis no tiene cabida ni la ciencia no la lógica proposicional, a partir de ello hemos sostenido que lidiamos en cambio con asuntos relacionados más bien con la comprensión; recorriendo la tradición hermenéutica hemos encontrado varias paradojas que históricamente ocuparon a dicho campo, al mismo tiempo al intentar apropiarnos de sus desarrollos hemos

también importado algunos obstáculos; ¿si no es posible interpretar sino a partir de nuestros prejuicios cómo es posible articular el sentido de las cosas en la totalidad del sujeto que intentamos comprender -interpretar- y no en nuestra totalidad?

Démonos cuenta que es necesario no sólo abandonar el camino de la ciencia, sino también sus presupuestos. Hasta ahora, al suponer la posibilidad de un método, no hemos hecho sino discutir la cuestión de la verdad desde la tradición filosófica que, aludiendo a Lacan digamos: ¡no salva a su honor!; aquella que considera al ser como simple presencia, que al hacerlo se olvida del ser propiamente y más bien lidia con lo ente, que encuentra en la ciencia a su privilegiada descendiente, que cree capturar la verdad en el adaequatio entre objeto (en el sentido filosófico y no psicoanalítico del término) y sujeto, que sigue atrapada en la inminencia y persigue la trascendencia, y que por ello hace sobrevivir al sujeto narcisísticamente ensimismado de la modernidad, el sujeto que cree primero pensar y luego existir; la ilusoria necesidad de un método obedece a estos presupuestos.

Sería Heidegger quien terminaría por demoler estas ideas, y quien reconocería que ni la verdad ni el ser descansan en lo que se predica del sujeto (gramatical), es decir la verdad no es proposicional; más aún, que nada es sino en tanto es llenado de predicado o mejor dicho de sentido, que no hay ningún sujeto -humano o gramatical- encerrado (nos obliga, pues, a olvidarnos de una buena vez del problema de la subjetividad), que las cosas son a la inversa de cómo hasta entonces habían sido supuestas y que primero se ex-siste -es decir se está en relación con una totalidad de significados y se es constituido por ellos-, y luego se piensa -y más bien se cree que se piensa-, y por ende el Dasein primero es arrojado y antes que nada es ser (pre)interpretado. Este ser (pre)interpretado termina por resolver la paradoja de la circularidad del comprender. Y por otro lado responde a la pregunta que antes dejamos irresuelta (Heidegger, 1927). En palabras de Heidegger:

Pero si se ve en este círculo un círculo vicioso y se procura evitarlo o si sencillamente se lo ‘siente’ como una irremediable imperfección, se entiende mol de cabo a cabo la comprensión… el esclarecimiento de las condiciones fundamentales de la posibilidad del interpretar mismo, las condiciones de su posibilidad. Lo importante es no salir fuera del círculo, sino permanecer dentro de él de la manera justa. El círculo de la comprensión no es un simple círculo en el que se mueva cualquier forma de conocer, sino que es la expresión de la preestructura propia del Dasein mismo (Heidegger, 1927, p. 250).

El pensamiento Heideggeriano supuso un giro radical en la aproximación a la verdad y en la manera en que concebimos se desarrolla el comprender, hasta entonces la hermenéutica conjeturaba algo así como una verdad inherente en aquello a interpretar; una consecuencia de las remanentes ataduras a los supuestos de la metafísica tradicional, y de los vestigios de la lógica proposicional y del método de la ciencia de los que pretendía sin cabal éxito liberarse (Grondin, 1991). Quedaría claro a partir de Heidegger que las verdades comprensivas son originarias y por tanto anteriores a las de la ciencia, y que el asunto de la comprensión hay que abordarlo más como una cuestión ontológica (en términos heideggerianos existenciaria) que epistémica (Heidegger, 1927); quizá por ello Freud nunca se cuestiona la necesidad de un método. Reconozcamos pues que no hemos de suponer nuestras interpretaciones como verdaderas o falsas en una relación de conocimiento sujeto-objeto; en otras palabras, al entender que lidiamos con la comprensión no hemos de pasar de figurar al paciente una cosa a figurarlo un texto (pues esto sería igual a no cambiar nada), sino de a partir de entender que en tanto y en cuanto comprender es originario y -en palabras de heidegger- un existenciario, pasemos a suponer texto los síntomas del analizando, pero no para nosotros sino para aquel, y que partir de ello nos centremos en ayudar a que el sujeto logre articular en la totalidad que supone su historia y su vida el sentido de aquello desencajado que se expresa en todo cuanto interpretamos – síntomas, actos fallidos; etc.

Lacan se aventuraría a tomar el camino que Heidegger abriera, y a partir de ahí intentaría reconstruir, o mejor dicho, deconstruir al psicoanálisis, para reformular luego, con sus tres registros (claramente al menos lo simbólico y lo real imbuidos dentro del pensamiento heideggeriano), la experiencia analítica. Ser sexuado, parlante y para la muerte es una fórmula sintética que expresa el resultado del diálogo entre Freud y Heidegger; diálogo que Lacan se encargara de moderar. Estar atrapado por el lenguaje es otra manera de expresar la geoworfenheit heideggeriana, es reconocer que desde siempre se está en intimidad con la totalidad de significados; replanteado a partir del deseo resulta el ser constituido por el deseo del Otro lacaniano. Hablar del significante vacío no es sino una consecuencia de reconocer la esencia (pre)interpretada del dasein ; finalmente hablar de palabra vacía y palabra plena es otra forma de expresar existencia inauténtica y existencia auténtica; y si el dasein antes que nada es (pre)interpretado, o es atrapado por el significante, y si todo sujeto se deja llevar en lo que se dice, en la palabrería, a partir de ello – reconocería Lacan al concatenarlo con el deseo- el psicoanálisis no se trata de otra cosa que de hacer asumir al analizante su deseo más propio, su ser para la muerte; una síntesis entre Freud y Heidegger (Alemán, 2009).

¿Hermenéutica a partir de Freud? (conclusiones):

Aclaremos algunos puntos. Lo dicho esclarece por qué el saber psicoanalítico es diametralmente diferente al científico, la naturaleza arrojada del dasein hace que la pericia y el arte del psicoanalista recuerden más a un saber haberse con las cosas de cualquier artesano que a una exploración de hipótesis científicas de cualquier científico; por otro lado, a partir de reconocer la preestructura que posibilita el comprender, entendemos por qué por ejemplo la psicosis puede ser comprendida desde -digamos- el narcisismo, a la vez que sin contradicción explicada desde -supongamos- las fallas en la neurotransmisión dopaminérgica. Entendiendo la naturaleza del comprender se aclara también aquello que planteábamos en un principio; no es posible petrificar los conceptos psicoanalíticos.

Hemos dejado atrás, primero, el camino de la ciencia y, después, la pretensión de alcanzar un método. ¿Quiere decir esto que en adelante y a partir de que reconocemos el comprender como un aspecto ontológico ya no tengamos otra alternativa que seguir a Lacan (quien teorizó, sobre todo a partir de su registro simbólico, atendiendo la estructura existenciaria del comprender)? sin restar méritos al pensamiento lacaniano pensamos que no; aún hay mucho por dilucidar, y otras escuelas no menos tienen su parcela de verdad; es válido no desistir – aunque a partir de ahora desde otro senda- de tener una brújula (por no decir método) que nos oriente en nuestro asistir al paciente a su gradual consecución de la verdad. De nuestro recorrido por el saber hermenéutico y de sus puntos de contacto con el psicoanálisis hemos extraído valiosas conclusiones, al tratar con la comprensión lidiamos con lo originario, por ello mismo el psicoanálisis radica en un lugar más allá de la ciencia; hemos tratado de fundar nuestro campo a partir de la hermenéutica; quizá sea válido preguntarse si las cosas más bien no son a la inversa… Ricoeur es por ejemplo un autor que ha reconocido y recorrido este camino, pero dejemos tal indagación para después.

Al final, tanto en un análisis individual como en el destino de la humanidad el diálogo no se detiene, reconozcamos que la verdad habita en ese diálogo, y conscientes de su naturaleza no inmutable citemos de nuevo con Freud al personaje de Nestroy y con ellos concluyamos diciendo: “En el curso de los acontecimientos todo habrá de aclararse”

Bibliografía

  •      Alemán, J; Larriega, S (2009). desde lacan: heidegger textos reunidos. Málaga: Miguel Gómez Ediciones.
  •      Freud, S. (1937). Construcciones en el análisis, Obras completas, tomo XXIII (2a. Ed.). Argentina: Amorrortu Editores.
  •      Freud, S. (1900). La interpretación de los sueños. Obras completas, tomo IV (2a. Ed.). Argentina: Amorrortu Editores.
  •      Freud, S. (1915). Conferencias de introducción al psicoanálisis. Obras completas, tomo XV (2a.Ed). Argentina: Amorrortu Editores.
  •      Grondin, J. (1991). Introducción a la hermenéutica filosófica. Barcelona: Empresa Editorial Herder. Heidegger, M. (1927). El ser y el tiempo (2a. Ed.). México: Fondo de la Cultura Económica.
  •      Popper, K. (1934).La lógica de la investigación científica. Madrid: Editorial Tecnos.