Alejandra Sánchez

Han pasado dos años desde que el covid-19 trascendió las fronteras geográficas y llegó a todos los países del mundo. El aumento acelerado de contagios nos orilló a hacer un confinamiento para intentar frenar los alcances del virus, y aunque esa alternativa ofrecía una protección para mitigar el riesgo de contraerlo, también trajo un reto muy grande para la salud mental. Para muchas personas, hacer una cuarentena implicó aislarse físicamente de sus familiares y amigos y tener que sobrellevar a solas la angustia de la “nueva normalidad”.

Durante los primeros meses de encierro, las redes sociales se plagaron de estrategias para darle la vuelta a la cuarentena. Algunos se aventuraron a poner a prueba sus habilidades culinarias, mientras que otros decidieron que era momento de ponerse en forma o de adquirir una nueva habilidad. Sin embargo, para muchos estas opciones se agotaron rápidamente; pasaban los meses y los números de muertes y contagios aumentaban día con día. Entonces, irremediablemente, la angustia llegó y el confinamiento poco a poco se convirtió en soledad y desesperanza. Muchas personas descubrieron que estar a solas consigo mismas implicaba empezar a escucharse. Se percataron que tenían una serie de pensamientos intrusivos que eran atemorizantes y que no sabían qué hacer con ellos.

Freud decía que la angustia suele movilizar al sujeto a buscar alternativas para quitar el displacer que ésta genera. No se equivocó; sobrepasadas por la angustia, las personas comenzaron a buscar opciones diferentes para lidiar con la crisis de la covid-19,. De un momento a otro, la salud mental cobró una importancia otrora invisible, y mucha gente recurrió a los espacios terapéuticos para buscar ayuda. En su artículo “Paisajes de la vida mental durante el Covid-19”, Elías y Alberto Rocha Barros comparan el virus con una criatura fantástica de Harry Potter: el boggart. Esta bestia mágica habita en un guardarropa, y nadie sabe cuál es su forma real, pero cuando alguien abre el closet, el Boggart tiene la habilidad de transformarse en el peor miedo de quien lo esté viendo. Al respecto dicen: Covid-19 has the potential of transforming itself into an apt symbol of certain persecutory feelings or distressing phantasies that have been haunting us unconsciously. [La covid-19 tiene el potencial de transformarse en un símbolo idóneo de ciertos sentimientos persecutorios o fantasías angustiantes que han estado acechándonos de manera inconsciente]. (Rocha Barrios, 2020, p. 71).

Irónicamente, la covid no sólo nos ha encerrado, también ha abierto puertas. Siguiendo con mi relato y reflexionando en las palabras de los Rocha Barros, las personas han comenzado a acudir a los espacios terapéuticos para disipar los miedos que la covid y el encierro han dejado al descubierto. Sin embargo, tal vez el paciente que llega al consultorio no se lo imagina, pero esa búsqueda urgente de alivio se puede transformar en algo más; siempre y cuando así lo quiera. Ese “algo más” es de lo que hablaré en este trabajo: el espacio analítico. Desde mi perspectiva, el psicoanálisis tiene la particularidad de ofrecer al paciente un espacio en el cual se le facilitará darle nombre a su boggart; un lugar en donde conocerá sus miedos y podrá reconocerse en ellos.

Coloquialmente, se podría decir que el objetivo del psicoanálisis es el autoconocimiento. Cuando el sujeto se conoce a sí mismo, se posiciona de una manera distinta frente a la vida. Saber quién es, qué teme, qué anhela, cómo suele expresar afectos, de qué manera se relaciona etc. le permite al sujeto ser el protagonista de su vida, pues logra analizar de una manera más puntual las consecuencias de sus decisiones en vez de ser un espectador que desconoce por qué le suceden las cosas.

Pienso en el espacio psicoanalítico como una especie de lienzo en blanco en donde, por medio de tres figuras: la palabra, la asociación libre y el analista, el paciente no solo logra desplegar todos sus pensamientos, sino que paulatinamente podrá ir haciendo consciente lo inconsciente. Este pensamiento puede llegar a ser reduccionista e incluso romántico, pues sabemos que es un proceso complejo que lleva mucho tiempo y requiere de un gran compromiso de ambas partes. Por su parte, el analizando tiene que estar dispuesto a hablar sin censuras, a escucharse, a confrontar con eventos dolorosos. Al respecto, McDougall plantea:

Algunos analizandos temen la pérdida del control que trae consigo el hecho de permitir que sus pensamientos salgan a la luz del día, tienen miedo de sentirse confusos o de dar la impresión de estar locos. A eso se le llama una resistencia en el proceso analítico, y hay que tolerarlo hasta que el analizando sea capaz de asumir esos contenidos. (McDougall, 1994, p.13).

Aquí es en donde el analista cobra mucha importancia, ya que tiene que brindarle al paciente una escucha atenta, analítica y, al mismo tiempo, dejarse llevar en la atención flotante para poder conectar con los contenidos inconscientes que se encuentran en el discurso del paciente. De esta manera, el analista podrá identificar e interpretar las resistencias y angustias que dificultan el camino del analizando.

Pensando en Bion, el analista debe contar con la capacidad de rêverie: “La rêverie describe la actitud de la madre frente a las comunicaciones del bebé, cuando es capaz de metabolizar las experiencias primitivas que el niño le proyecta”. (Bodner, 2019, p.1).

En la medida en que el analista logre transmitirle al paciente los contenidos angustiantes de una manera metabolizada, logrará que el analizando se sienta escuchado y contenido. Como menciona McDougall (1994), el analizando irá confiando en el analista y se permitirá explorar diferentes aspectos de sus conflictos internos. Podrá desplegar sus piezas, pues al final la escucha atenta y contenedora del analista le hará sentirse capaz de irlas armando.

Retomando la idea de la soledad como producto del confinamiento, la confianza en la presencia del analista resulta crucial para que el paciente pueda posicionarse de manera distinta ante la idea de explorar aquellos pensamientos atemorizantes que salieron a la luz a raíz del silencio y la falta de distractores. En 1958, Winnicott habló de la importancia que tiene el saber estar solo consigo mismo; lo calificó como un signo de madurez y salud mental. En dicha ponencia explicó que: “la capacidad para estar solo se basa en una paradoja; estar a solas cuando otra persona se halla presente” (Winnicott, 1958, p.1), refiriéndose a que gracias a la presencia de una

madre suficientemente buena, el niño puede acceder al espacio de la ilusión y del juego, en donde el infante desarrolla su potencial creativo. A mi parecer, en algunos casos, sucede lo mismo en el espacio analítico. En la medida que el analizando se sienta acompañado por el analista podrá dominar la capacidad de estar a solas, los silencios y los pensamientos que lo acompañan poco a poco dejarán de ser boggarts sin forma, sin nombre, sino que irán cobrando significados por medio de la palabra.

Otro aspecto fundamental para que el paciente logre apalabrar sus contenidos inconscientes y comprenderlos es que se apropie del espacio analítico y se permita “jugar” en él. Coincido con las ideas de Winnicott (2003) cuando plantea que la psicoterapia (tanto en niños como en adultos) es una especie de juego; pues en el juego se pueden simbolizar y reorganizar los contenidos angustiantes que existen en la psique del paciente. Como consecuencia de la pandemia y ante una necesidad cada vez más apremiante de sentirse mejor, algunos pacientes se permitieron no sólo abrir un espacio terapéutico, sino desarrollar con calma una actitud lúdica facilitada por la ruptura de la cotidianidad pre pandémica. El juego en sí mismo implica un proceso, un espacio y un tiempo en donde se despliega el mundo fantástico de los niños. Al jugar se cuentan historias y se escenifican situaciones. Todo este proceso permite que el niño pueda experimentar desenlaces diferentes para los protagonistas de su ficción. En el análisis pasa lo mismo, el consultorio se vuelve el terreno de juego y tanto niño, como adultos pueden acomodar de una manera distinta su narrativa interna.

Winnicott explica que para que un niño juegue, el terapeuta debe ser un jugador también y no debe cuestionar el juego. Esto me remite a pensar en la abstinencia de juicios que debe tener el terapeuta frente al paciente. Hornstein dice: “La disponibilidad para la escucha no consiste meramente en quedarse callado. Consiste en no prejuzgar. En colocarse al servicio de la experiencia del otro, otro único, singular. En abrirse a lo desconocido”. (Hornstein, 2018, p.107).

Esta posición analítica sin juicios resuelve un posible impedimento que se puede presentar en el desarrollo del análisis: la inhibición. Ya que adoptar una posición dispuesta a escuchar sin juzgar permite que el sujeto vaya pudiendo poner en palabras sus fantasías. Recordemos que para Klein la fantasía es la representación mental de la pulsión, y está plagada de elementos agresivos. Cuando dichos contenidos son muy agresivos, suelen ser angustiantes y ocasionar culpas persecutorias que entorpecen la capacidad de simbolización y sublimación.

Es por ello que a veces los analizandos experimentan inhibiciones importantes que merman su capacidad expresiva y creativa. Klein y Winnicott coinciden en que en esos casos, el rol del analista será interpretarle al paciente las angustias que entorpecen la capacidad de jugar: una precondición para el psicoanálisis de un niño es comprender e interpretar las fantasías, sentimientos, ansiedades y experiencias expresadas por el juego o, si las actividades del juego están inhibidas, las causas de la inhibición. (Klein, 2009, p. 131). Por su parte, Winnicott dice: “cuando el juego no es posible, la labor del terapeuta es llevar al paciente de un estado en el que no puede jugar a un estado en el que puede hacerlo” (Winnicott, 2003, p. 61).

En la medida que el analista se posicione como una madre suficientemente buena, capaz de tolerar esta agresión y de devolverla al paciente de forma metabolizada, hará que la angustia se convierta en una experiencia tolerable. Esto dará paso a la simbolización, que está ligada a la capacidad creativa del paciente, ya lo decía Freud en 1908: “todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada”. (Freud, 1992, p.127). Considero que en la medida que el analizando acceda a esa capacidad lúdica en el análisis, incrementará su deseo y curiosidad por saber más acerca de sí mismo, pues contará con más herramientas para elaborar los nuevos hallazgos, por más dolorosos que sean.

En mi opinión, un sujeto que logra el autoconocimiento es aquel que se permite contactar con las partes ocultas e inciertas de sí mismo. Poder revisitar el pasado con los ojos y las herramientas adquiridas en el presente llevará a que el paciente pueda tener un insight y comprenderse desde otra perspectiva, aceptando e integrando sus claroscuros. El espacio psicoanalítico permite ese foro para que el paciente se escuche y recupere piezas del pasado que han quedado ocultas para la parte consciente del sujeto. Como dice McDougall: “El discurso analítico, al dar un nuevo sentido al pasado, permite a muchos pacientes tomar posesión de sus potencialidades abandonadas ampliando así su capacidad para sentir, pensar y explorar tales sentimientos sin miedo alguno”. (McDougall, 1994, p. 23).

Regresando a la situación actual, a raíz de la pandemia algunos de los pacientes se encontraron con cierto nerviosismo ante la idea de permanecer solos en sus casas durante el confinamiento. Al encontrarse encerrados, los miedos que algunos pacientes tenían antes de la pandemia quedaron expuestos, y la falta de actividades sociales impidió que pudieran evadirlos, como muchos solían hacerlo antes del confinamiento. Anteriormente mencioné que al inicio de la cuarentena, las redes sociales ofrecían un vasto catálogo de actividades para distraerse, sin embargo llegó el punto en que las opciones dejaron de ser suficientes. Nuevamente pienso en Winnicott, quien al hablar de la capacidad de estar solos plantea que: “Desde el punto de vista patológico, la alternativa consiste en una vida falsa edificada sobre las reacciones producidas por los estímulos externos”. (Winnicott, 1958. p.3).

Profundizando más en esta idea, infiero que algunos de los pacientes que llegaron en los últimos dos años a las puertas de los consultorios no estaban conscientes de la incapacidad que tenían de estar solos. Las distracciones que ofrecía el exterior les ayudaban a evadirse y a permanecer en esta vida falsa. Sin embargo, la pandemia trajo una serie de cambios que dejó esos miedos a la deriva sin dejarles otra opción más que la de hacerse cargo.

A riesgo de pecar de optimista, he llegado a la conclusión de que la pandemia abrió nuevos caminos que nos invitaron a recorrer rumbos desconocidos. La salud mental cobró un valor distinto en el imaginario colectivo, y esto movilizó a muchas personas a buscar ayuda. Pienso que el lugar del psicoanálisis en la pandemia ha sido muy enriquecedor, ya que como mencioné en el inicio de este escrito no sólo ha servido para contener la angustias ante el nuevo virus, sino que para algunos fue una especie de puente que marcó el inicio de un viaje de autoconocimiento; y gracias a las peculiaridades del espacio psicoanalítico, los pacientes se han permitido explorar su parte lúdica para recrearse.

El deseo de asistir a terapia con la esperanza de encontrar una mejora en estos tiempos angustiantes, me hizo pensar en el poema “Ítaca” de Cavafis, el cual habla

acerca de los anhelos por llegar a un destino y de las sorpresas con las que nos podemos topar en el camino. Las palabras de Cavafis nos invitan a reflexionar que lo importante del análisis es el ejercicio per sé. Descubrir la importancia de la autoescucha que implica el proceso y desarrollar la capacidad lúdica que permite indagar más en el conocimiento de sí mismo es lo que lleva al paciente a alcanzar el crecimiento y la superación de la angustia. No es después, sino durante el proceso analítico, que el analizando puede acceder a todas las riquezas que el camino tiene que ofrecer. En palabras del poeta greco-egipcio:

Ten siempre en tu mente a Ítaca. 

Llegar ahí es tu destino.

Pero no hagas con prisas tu camino

 Mejor será que dure muchos años, 

y llegues ya viejo a la pequeña isla, 

rico de cuanto has ganado en el camino. 

No has de esperar que Ítaca te enriquezca, ella te ha concedido ya un hermoso viaje. Sin ella no habrías partido,

Pero no tiene nada más que darte,

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia, 

Sin duda sabrás ya qué significan las Ítaca   (Cavafis, 1911).

Bibliografía: