Presencia: contacto a través de una pantalla.

Analista en formación: Brenda Durán

Dicen que la distancia es el olvido, 
pero yo no concibo esa razón- Roberto Cantoral.

 

Hace algunos meses miraba a mis alumnos de sexto de primaria correr por el patio en el recreo, huyendo todavía de secundaria, de la adolescencia que les pisa ya los talones. La mayoría de ellos han sido compañeros desde preescolar y al mirarlos pensaba en la alegría de esos recreos que aún les quedaban juntos. Desde hace unas semanas, sus recesos han sido interrumpidos por el Covid-19, la distancia se ha interpuesto entre ellos; se ha instalado una pantalla.

Extraño marzo, arrebatador marzo, arrojó pandemia y se llevó consigo al salón de clases, a las planeaciones. Confinó la rutina y los horarios. Marzo arrastró con la normalidad. El último día que fueron los alumnos a clase, asistieron pocos y le pregunté a una compañera ¿Qué vas a hacer con tus niños? -Ponerlos- a limpiar-, me contestó. Me disponía yo a explorar un poco cómo se sentían, cuando la coordinadora irrumpió -¿qué haces? Tienes que aprovechar y darles todos los temas de esta semana, trabajen lo más que puedan-. Ese fue el último día con mis alumnos ¿Miss si queda un ratito jugamos?

Han pasado ya varias semanas y me pregunto ¿Cómo armar ese ratito? La amenaza del Covid-19, el confinamiento y las medidas que la Secretaría de Educación han impuesto, han venido a revolver todo aquello que se entiende por escuela. ¿Dónde está la escuela? ¿Cuál es la escuela? Para los docentes de todos los niveles de educación ha implicado un reto monumental. En pocas semanas hemos tenido que capacitarnos.

Son muchos los que cuestionan el aprendizaje a distancia, que ponen sobre la mesa de discusión lo complicado que es en un país de desigualdad ofrecer como única posibilidad una enseñanza que requiere del uso de la tecnología. Según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de Información en los Hogares el 39% de hogares no tiene acceso a internet (Fernández, Herrera, Hernández, Nolasco, & de la Rosa, 2020).

Si en algo acordamos todos es que las clases en línea nos dejan exhaustos. Según Jiang (2020), estar presente en una videollamada requiere un mayor esfuerzo de atención para procesar la expresiones no verbales y el tono de voz. Lo anterior consume energía y la demora de segundos en el sonido puede percibirse como si el interlocutor no estuviera concentrándose.

Cada que accedemos a una videollamada, hay una especie de  recordatorio de la distancia y la situación que vivimos (Jiang, 2020). Es el recuerdo de aquello que hemos perdido. Queda la sensación de que no hay presencia.

El manejo técnico de las herramientas es en sí complicado, maestros que no sabemos bien cómo adecuar los contenidos, maestros que no estábamos acostumbrados al uso de tecnología en lo cotidiano y nos vemos rebasados por los procedimientos, los tiempos, los calendarios, los temarios, por los directivos, por el escrutinio de los padres de familia, por vernos expuestos ante cámara y micrófono. Clase abierta todos los días.

Schirmacher (2007) propone que la privacidad en el sentido tradicional ya no existe; el humano transparente se convierte en una realidad en el internet. Si nos quedamos adentro, nos ponemos afuera. La educación a distancia irrumpe en lo íntimo, expone y vulnera a todos. Las horas de los niños sin la presencia de los padres ,que ofrecía tiempo de juego lejos de sus ojos, tiempo de relacionarse con otros, un poco de intimidad en las pequeñas derrotas diarias que se viven en el aprendizaje, han quedado atrás.

La escuela irrumpe en el hogar y el hogar en la escuela. Lo privado y familiar, lo desconocido de la casa queda expuesto ante todos los compañeros de clase. La intimidad se hace escuchar como fondo de cada alumno y su vida familiar e íntima queda a vista de todos. Los sonidos que acompañan a su vida diaria, a veces hasta las voces de sus allegados, no hay telón que los cubra. El contexto económico ahí visible los acompaña en cada clase. Todos expuestos, maestros y niños. En una clase le pedí a un alumno que prendiera su cámara; me mandó un mensaje en privado -Miss porfis no, mi cuarto es un desastre-.

Los padres de familia cargan consigo la preocupación de la amenaza del virus y lo que representa: el tener que preservar, cuidar y mantener dentro a sus hijos. Adentro no siempre es cómodo. La economía tambaleante también pone a todos en alerta durante el encierro; algunos tienen que salir y cumplir en sus empleos, ponerse en riesgo, jugarse la vida. Otros están anclados por el trabajo remoto con horarios diluidos e inciertos. Todo esto se da en una cercanía extrema, rozándose en el espacio a cada momento del día. Casa-oficina-empleo-hijos. Deben los padres de familia también cuidar del espacio doméstico, ejercer como cuidadores, dar contención, apoyo, límites. Por si eso no fuera poco tienen que inventarse un aula dentro del espacio familiar. ¿Dónde está la escuela? En la cocina, en la sala, en lo próximo, en lo familiar y a ratos en una pantalla.

La escuela pantalla ¿Se queda en lo virtual? Carlino (2020) plantea que el atributo de lo virtual al hablar de medios electrónicos de comunicación como instrumento, no implica que no exista una comunicación real y con efectos. Puntualiza en la importancia de repensar la presencia como una presencia comunicacional. Si me pregunto de nuevo ¿Dónde está la escuela? entonces quizás podría pensar que está allí, en el entre, allí en la presencia. Este mismo autor considera que el lugar es sólo el campo de juego. -¿Miss si queda un ratito jugamos? Queda un largo rato,  queda el campo de juego, aún hay lugar para el juego.

Carlino (2010) profundiza también en las implicaciones de lo virtual cuando, al decir que lo virtual contiene potencialmente una fuerza transformadora destinada a solucionar un problema, eso implica un desarrollo que tiende a transformar ese algo problemático inicial en otro objeto diferente.

¿Se pueden tejer lazos a distancia? La red del internet nos ofrece potencial, de contener, comunicar. Por ahora es la única que nos regala posibilidad, aunque por sí sola no pueda operar porque queda en nosotros entretejernos con ella, volvernos con ella, ser sostén de ella.

Los niños han nacido ya en la era pantalla, saben proyectar sobre ella, saben jugar sobre ella, saben incluso hablar a través de ella. Carlino (2010) enfatiza en la idea de la presencia que queda desligada de la necesidad de estar frente al otro y adquiere una concepción abstracta y simbólica, ligada a la idea de contacto y encuentro. ¿Sabremos salir al encuentro de los niños? ¿Sabremos migrar el aula a la pantalla? ¿Somos capaces los maestros de volvernos incluso pantalla? ¿De devolverles algo? ¿De volvernos presencia? ¿De mirar, escuchar y captar más allá de lo que captan el micrófono y la cámara?

Sterns (2017) sostiene que el desarrollo y aprendizaje de los alumnos dependen de los vínculos emocionales y hace énfasis en la importancia de la respuesta emocional de los maestros ante la vida interna de los alumnos como un aspecto integral de la experiencia educativa. Más que la importancia de la respuesta emocional de los maestros, encuentro la importancia de la respuesta emocional del grupo. Los compañeros de clase tienen un papel fundamental. Es del grupo del que surge no sólo el aprendizaje, sino que en palabras de Le Bon, citado por Freud (1922) “Se dotan de una especie de alma colectiva en virtud de la cual sienten, piensan y actúan” (p.70) Son incontables las veces en las que desde el grupo surge la pregunta, la reflexión y principalmente el sostén. Los niños en el salón de clases también saben escucharse, mirarse y sostenerse entre ellos, saben ser red.

El periodo de tiempo en que se comparte un grupo es poco. La realidad es que cuando acaba un ciclo escolar los maestros despedimos a los alumnos sabiendo que probablemente no conoceremos a los hombres y mujeres en que se van a convertir y no vamos a enterarnos en qué rincón del mundo están. Por estrecho que haya sido el vínculo de los alumnos con sus maestros, estos pasan a otros grados y pueden depositar catexias en nuevos objetos, nuevos maestros, nuevos compañeros. Al concluir etapas dentro del sistema educativo, los cambian de salón, de escuela y conforme pasan los años se empieza a desdibujar el recuerdo de algún grupo en la primaria. Aunque en la durabilidad del vínculo entre los alumnos y los alumnos y sus maestros puede ser cuestionable, la calidad de estos sí que dejan marca, especialmente en este momento histórico que ha cambiado por completo nuestra realidad.

Me pregunto si en medio de una ola de contagios de un virus con potencial letal, otras cosas también se pueden propagar en un grupo, a lo que Freud (1922) respondería: “En la multitud, todo sentimiento y todo acto son contagiosos” (p.72)

Queda confiar en que la carga afectiva también se contagia, se contagia todo lo que en medio de esta amenaza vincula al grupo y vincula a la vida. Queda apostarle al sentido de comunidad que ya estaba forjado antes de la emergencia sanitaria, en los recreos que sí tuvieron, en las clases que estuvieron en cuerpo, en lo ya construido, en su identidad como grupo, en el proyecto que compartían desde antes. Queda seguir aventurándose por lo común y la cohesión

Durante una clase en línea una alumna dijo sentir tristeza por todo aquello que ya no iban a poder vivir juntos en su último año de primaria, cuando les pregunté qué tipo de nuevos recuerdos podíamos construir juntos empezaron a surgirles ideas, pidieron que hiciéramos una cápsula del tiempo, alargar las clases para jugar, hacer su fiesta de graduación en línea.

Es evidente que se enfrentan a la pérdida y no se puede ignorar lo doloroso que puede resultar perderse esos momentos que iban a compartir, que iban a tener de tiempo para elaborar su despedida de una etapa, para algunos de una escuela, de la niñez. Eso es irrecuperable, sin embargo, dentro de lo que han ido perdiendo y perderán, queda aún en los niños esas ganas de “encapsular” un poco de tiempo, de construir con lo que sí hay.

Durante el festejo del día del niño, otra de sus maestras les estaba enseñando a hacer un pájaro de estambre. En el chat puso una alumna –Oigan, ¿Qué estamos haciendo? yo no tengo material-. -¡Qué importa! Yo tampoco, pero estamos juntos-contestó otro alumno. -Miss Brenda, pon la cumbia que nos gusta bailar-, mandó otro. Frente a la amenaza que representa la pandemia y la pérdida de la rutina escolar normal, lo que hace a los niños seguir sintiéndose en la escuela no como espacio físico sino simbólico no es el material, tampoco es la instrucción, es su sentido de comunidad.

¿Cómo nutrir el sentido de comunidad? ¿Cómo enfrentan los alumnos la realidad que los obliga a aislarse? ¿Cómo alimentar al vínculo a través de la pantalla? Durante una ponencia, Raggi (2020) compartió que en las redes había sido testigo de una discusión entre dos pedagogos. Una postulaba que existe gran distancia entre la pantalla y la escuela y la escuela es un espacio, un laboratorio, un lugar de baile, conversación y escucha, y la escuela jamás podía ser una pantalla porque necesitaba vida y cuerpos, mientras que el otro argumentó que no quedaba otra posibilidad que usar la pantalla tratando de que eso no se pierda, e hizo un planteamiento maravilloso, el de convertir las pantallas en ventanas hacia los distintos espacios y no dejar que quede como un destino espacial final (Raggi, 2020)

Ese planteamiento de la pantalla como ventana me parece una completa invitación a replantear la educación a distancia, las clases en línea, y pensarlas como  aunque en medio de una realidad asfixiante y abrumadora como lo es esta pandemia, aún existen maneras de asomarse por un respiro.

Esto me lleva a pensar en Madrid y las multitudes de vecinos que se unen por medio de las ventanas y por medio de aplausos se comunican, son cercanos. Me lleva pensar en la columna de Elvira Sastre en el periódico El País, en las que relata cómo en tiempos de cuarentena, asomándose a la ventana ha conocido otro Madrid y se ha enlazado con sus vecinos que antes eran un completo misterio. La ventana como entrada, la ventana como salida, la ventana como enlace, la ventana que se abre y permite el contacto. Esta experiencia me remite al título del libro de Violet Oaklander Las ventanas a nuestros niños. 

¿Qué hay detrás de la pantalla? Una ventana hacia el otro. ¿Dónde está la escuela? Ahí, en la ventana, en la pantalla, en el entre, en el intento de rutina escolar a distancia, en las tareas enviadas, en las clases, en los videos instruccionales. ¿Qué hay detrás de la pantalla? El vínculo.

Freud (1922), siempre vigente sostiene: “Los vínculos de amor constituyen también la esencia del alma de las masas (…) Lo que correspondería a tales vínculos está oculto, evidentemente, tras la pantalla (…) Evidentemente la masa se mantiene cohesionada en virtud de algún poder ¿Y a qué poder podría adscribirse ese logro más que al Eros, que lo cohesiona todo en el mundo?”(p.87-88) Dicen que la distancia es el olvido pero 6to de primaria no concibe esa razón.

 

 

Bibliografía

 

  • Carlino, R. (2010). Psicoanálisis a distancia. Buenos Aires-México: Lumen.
  • Carlino, R. (2020). Topia. Recuperado el Abril de 2020, de Topia: https://www.topia.com.ar/articulos/cyberanalisis-consideraciones-actuales
  • Fernández, M., Herrera, L., Hernández, D., Nolasco, R., & de la Rosa, R. (1 de Abril de 2020). Lecciones del Covid-19 para el sistema educativo mexicano. Recuperado el 8 abril de 2020, de Nexos: https://educacion.nexos.com.mx/?p=2228
  • Freud, S. (1922). Psicología de las masas y análisis del yo . Argentina: Amorrortu.
  • Jiang, M. (22 de April de 2020). The reason Zoom calls drain your energy. Recuperado el May de 2020, de BBC: https://www.bbc.com/worklife/article/20200421-why-zoom-video-chats-are-so-exhausting?ocid=ww.social.link.facebook&fbclid=IwAR0H2rmb-4jLXTw35QC8aNReMBEJkshsKM8fIiqm8dS57B6iS5wSYHWchWU
  • Raggi, A. (2020). El amor como forma de resistencia desde los procesos de investigación artística/ diseñística. Diálogo latinoamericano intergeneracional entre hombres y mujeres. Poder género y amor. Perspectivas femeninas contemporáneas. México: COWAP.
  • Schirmacher, W. (February de 2007). Net Culture. Psychoanalytic Review, 141-149.
  • Sterns, C. (Winter de 2017). Affect in the Classroom: A Psychoanalytic and Cultural Exploration of Social and Emotional Learning. Doctoral Dissertation, 122.