Ligia María Matiella

“Aquel que no entiende tus silencios, lo más seguro es que tampoco entienda tus palabras” (Elbert Hubbard).

Todos los enfoques terapéuticos requieren por parte del terapeuta de un compromiso con el estudio y comprensión de la teoría y técnica. Iniciar el estudio del psicoanálisis me ha permitido comprender que requiere del analista un trabajo serio para conocerse a sí mismo. Esto debido a que utilizará toda su persona, incluyendo su inconsciente, en favor del analizado. Al ser esto así, pienso que ningún otro enfoque terapéutico exige tal compromiso con el trabajo personal. Es decir, en una sesión influye no sólo el conocimiento teórico del analista, sino quién es y qué tanto se conoce a sí mismo.

Sea cual sea el enfoque, en casi todos los procesos terapéuticos se espera que el paciente llegue a hablar, a narrarse, pero ¿qué pasa cuando el paciente habla menos de lo que esperamos? 

Este trabajo surge como pregunta a lo que ocurre en sesión con un paciente, quien en la mayoría de las sesiones no habla durante ciertos momentos. Algunas veces son momentos largos sin hablar, a veces hace pausas en medio de su relato, mientras que otras veces las hace después de alguna pregunta. Esta experiencia en sesión me hace cuestionarme acerca de los silencios por parte de los pacientes durante las sesiones ¿qué pasa cuando esperamos que la persona hable y no lo hace? ¿Qué significado puede tener? ¿Cuál será la razón o la causa? ¿Qué puede significar y producir en el analista que el paciente esté mucho tiempo sin hablar? Y principalmente ¿cómo acompañarlo?

Así el silencio se cuestiona en dos dimensiones, a nivel teórico intentando comprender qué significa, y a nivel personal se refiere a cómo vive el terapeuta los silencios del paciente. Para la dimensión teórica se pueden encontrar varias respuestas, mientras que para la dimensión personal se ha de trabajar en uno mismo.

De ahí surge la cuestión, ¿Qué se dice desde el psicoanálisis respecto al silencio?

No hablar, ¿es estar callado, silenciando o en un momento de silencio?

Colina (2018), basándose en Lacan hace una distinción entre callar y silenciar 

“Callarse está en relación con Taceo, por lo tanto implica no hablar de forma voluntaria de algo con connotación existente (por represión, o inhibición). Sin embargo, Sileo refiere al silencio de la palabra en espera, la que aún no ha advenido, o le es oculta de manera involuntaria. El silencio por lo tanto está repleto de voces las cuales no solo están calladas, sino silenciadas. Voces que se acoplan a palabras que no solo no se dicen, sino que muchas veces no se encuentran, porque tampoco se ha accedido a ellas. Son voces que permanecen en silencio dentro, pero existen como huella y resuenan. En suma, a pesar de que ambas nociones, tanto silenciar como callar, se suelen utilizar e incluso definir cómo sinónimos podemos, diferenciar sileo de taceo y comprender que estar en silencio no es lo mismo que estar callado.” (Colina, p.19).

Con base en lo anterior, se sugiere hablar de los silencios como momentos específicos en sesión en vez del silencio como un término abstracto. Así se puede diferenciar si cuando una persona no habla es porque está callando algo, porque sabe lo que piensa pero no lo expresa, o porque está silenciando aquello que no comprende aún. Algunas veces en estos momentos, se está silenciando una serie de contenidos bien porque o no se es consciente de ellos o porque necesita elaborar aquello de su interior y todavía no sabe cómo nombrarlo. Además de esto, considero que a veces el silencio es un estado que le permite a la persona conectar con su interior,  lleno de palabras, símbolos, metáforas y significados.  

Intentaré ahondar más en esta diferenciación, ya que hacerlo a nivel teórico facilitará comprender los posibles significados de los silencios en sesión y por consiguiente las diferentes formas de abordarlo.

No hablar como resistencia

Numerosos autores han estudiado los posibles significados que tiene el silencio de los pacientes,  desde esta diferencia, callar significa que “el paciente no está dispuesto, consciente o inconscientemente, a comunicar sus pensamientos o sentimientos al analista. Tal vez tenga conciencia el paciente de su oposición, o tal vez le parezca que no tiene nada en la mente” (Greenson, 2004, p. 73).

Fabian Ortiz (2019), menciona la opinión de algunos autores sobre esto. Para Ferenczi, estar callado tiene que ver con la retención de las heces, mientras que Karl Abraham, opina que es la manifestación de la terquedad que corresponde a un deseo anal-erótico. Para Robert Fliess las palabras pueden adquirir la significación de excreciones corporales y la boca los rasgos de un esfínter que puede cerrarse o abrirse, dependerá del carácter del paciente el placer que obtenga con la retención o liberación.  

Por último, Wilhelm Reich propuso consolar al paciente que se quedaba callado, asegurándole que comprendía su inhibición y que, momentáneamente, podía pasar sin sus intentos de comunicación; de ese modo, el paciente quedaba aliviado de la presión de tener que hablar y, al mismo tiempo, perdía cualquier justificación para mantenerse terco.

Lo anterior demuestra que existen diferentes formas de explicar la resistencia del paciente a hablar. Conociendo esto, se buscaría comprender de mejor manera el contexto, historia y momento en el que se encuentra el paciente para encontrar la mejor forma de abordar dicha resistencia.

Sin embargo, aun cuando la persona calla, se sigue comunicando a través de su lenguaje no verbal. Por medio de este se puede intuir o comprender lo que el paciente no está diciendo. Requerirá del analista agudizar la observación de los gestos, movimientos, respiración, postura, mirada, lo cual puede dar información sobre cómo está siendo para la persona e intuir los significados que esto pudiese tener.

El silencio como apertura

Para Theodor Reik mencionado en Ortiz (2019), el que el analizante estuviera en silencio no era una barrera para el analista, sino algo que debía superar el analizado. El silencio se puede interpretar como una expresión de simpatía apacible o de un odio intenso, en virtud del momento transferencial que el paciente esté vivenciando. Pero, sobre todo, Reik supo observar que el silencio del paciente puede ser un movimiento de apertura y no sólo la manifestación de un mecanismo de defensa. 

Sobre esto Jaroslavsky (2020) menciona que “el silencio de nuestros pacientes puede abarcar un espectro amplio de significados: indiferencia, frustración, seducción, resentimiento, rabia, pánico, tristeza, ansiedad, vacío, aburrimiento, timidez etc. El silencio no necesariamente es siempre resistencial u hostil, puede ser cálido, amable y también elaborativo” (en línea).

Jaroslavsky propone que con los pacientes silenciosos es posible usar la transferencia y la contratransferencia como instrumento. Él se basa aquí en Bion (1991), que plantea que para la construcción de las representaciones en el bebé, es necesario que la madre tenga capacidad de ensoñación, que pueda echar mano de esta para captar y registrar los estados emocionales de su hijo, darle significado y luego brindarle representaciones que le permitan una comprensión de sus estados afectivos-corporales. De esta manera la madre simboliza lo que el niño siente y le permite ir desarrollando su psiquismo. “Partiendo de estas ideas podemos pensar: que el analista no solo escucha el discurso verbal del paciente, también capta otros aspectos no verbales del mismo, a través de su contratransferencia y los rescata al estar en un estado de ensoñación similar al que la madre tiene con su bebé” (Jaroslavsky, 2020, en línea). 

No hablar porque faltan las palabras

Estar en silencio puede significar que la persona está habitada por múltiples voces, estas pueden ser voces que todavía no han sido expresadas pero que están ahí, y no se ha encontrado la forma o palabras para expresarlas. Gómez (1999), en Colina (2018) explica que  “el silencio no solo se oye, ya que se encuentra habitado por múltiples voces, y estas resuenen en él; son las voces más diversas, que dicen las palabras y contienen los más diversos sentidos, por lo tanto, las voces que están en el silencio también pueden ser escuchadas” (p.20).

Si la persona no habla, entonces ¿qué tanto permitimos escuchar su silencio? Y,  ¿qué espacio le damos a este en la sesión? En el análisis entonces es importante dar el tiempo, crear un espacio donde se pueden escuchar las  palabras, el silencio y lo silenciado. Se dice que es más importante prestar atención en lo que no se dice (lo que se calla) más que en lo que se dice, pues nos permite comprender lo que falta decir, e intuir por qué no se dice. También se puede tratar de escuchar aquel silencio al que le faltan las palabras para ver si es posible con el tiempo hacerlas surgir. O en ocasiones en las que no sea necesario ponerlo en palabras, compartir el silencio con el paciente.

El valor del silencio

Sabemos que el silencio es valorado por muchas filosofías, estilos de vida y religiones. Son muchos los que han encontrado en él el camino hacia el interior de su persona. 

Todos hemos experimentado el silencio en nuestras vidas, pero no todos lo experimentamos de la misma manera. Esto depende de nuestro temperamento, vivencias y el sentido que ha tenido en nuestras vidas. El silencio puede ser el medio para reconectarse, procesar y elaborar las vivencias, llenarse de energía, reflexionar, pensarse, calmar la mente, pensar en soluciones, evocar recuerdos, o disfrutar de un momento que se está viviendo. Sin embargo, no siempre se llega a experimentar el silencio como un momento agradable o de crecimiento. Hay quienes viven el silencio con sensaciones de aburrimiento, ansiedad, soledad o vacío. Sería por lo anterior que hay quienes busquen momentos de silencio y quienes prefieren evitarlos. 

El silencio puede ser compartido con otros o puede darse cuando se está solo, lo cierto es que se suele estar en silencio cuando estamos solos. De acuerdo a Winnicott (1958), estar a solas es de los signos más importantes de madurez dentro del desarrollo emocional. Además, explica que estar solo es el resultado de varias experiencias, de las que la más importante, y por la que se consolida esta capacidad, es la experiencia de la soledad en presencia de la madre. “Así pues, la capacidad para estar solo se basa en una paradoja: estar a solas cuando otra persona se halla presente” (p. 33).

La madre en los primeros años sirve como sustentadora del ego del niño. Más adelante, la persona introyecta la madre sustentadora del ego y de esta manera puede estar solo sin necesidad de ella. El niño al estar solo en presencia de otra persona puede descubrir su propia vida personal (Winnicot, 1958).

Estar en presencia del otro en silencio puede permitir a la persona descubrirse.  El silencio entonces puede actuar como lenguaje de contacto, comprensión, acercamiento y acompañamiento. El terapeuta puede promover el  espacio para estar a solas con otro.

Los silencios del analista

Así como le pedimos al analizado que hable, que diga todo aquello que se le ocurra, que asocie libremente, los analistas hemos de estar escuchando. Y, ¿cómo ha de ser ese escuchar? Parece que la respuesta es, estando en un momento de silencio, permitiendo que surja la atención flotante. 

Sabemos que no es lo mismo oír que escuchar, de acuerdo a la RAE “oír es percibir con el oído los sonidos” mientras que “escuchar es prestar atención a lo que se oye” (en línea). Sólo podemos aprender a escuchar, escuchando. Decíamos que cuando el paciente calla se sigue comunicando de manera no verbal y que observado sus gestos, postura, mirada, etc., es posible conocer lo que  comunica. De igual modo, cuando el analista está en silencio, escuchando, sigue comunicándose de manera no verbal. Así es que el trabajo de la escucha requiere del analista ser consciente de qué comunica con su silencio. 

Y lo que calla el analista mientras escucha son sus prejuicios, su curiosidad cuando esta no favorezca la comprensión del caso, la necesidad de dar una opinión, las explicaciones, las reacciones emocionales sobre el relato cuando estas estén relacionadas con lo personal y el estar escuchando para responder, pues se trata de escuchar para comprender, como le escuché decir al Dr. José Ibarreche (2021) “para atender primero tenemos que comprender”.

Existen diferentes teorías de cómo deben ser los silencios en el analista, ya que estos también pueden tener diferentes significados y ser distintos de acuerdo a la etapa en que se encuentra el tratamiento. Cada paciente es distinto, así como cada caso y momento en el tratamiento, es así que el analista habrá de determinar cómo utilizar la técnica de acuerdo al caso, con la intención de que el tratamiento funcione y el analizado lo pueda tolerar y beneficiarse de él.

De acuerdo a Reik (2018), los silencios pueden brindarle calma al paciente, pues pueden ser interpretados como simpatía y atención del analista a lo que le está diciendo. Esto le permite hablar libremente. Habrá momentos en el análisis en los que el silencio puede provocar un cierto grado de angustia, y esta puede hacer que la persona exprese aquello que ha callado. El reto estará en saber qué tanto puede aguantar esa persona en particular el silencio angustiante para que pueda emerger algo a su favor.

“Un aspecto técnico de relevancia dentro de la conducción del tratamiento tendrá que ver con saber administrar el silencio relativo a la escucha, un silencio que sea lo suficientemente bueno para permitir que el paciente o analizado despliegue la suficiente cantidad de material como para permitirnos captar señales de lo inconsciente, pero que no termine siendo un motivo de angustia enorme para éste, puesto que hay silencios que más que fomentar la asociación libre angustian y hasta torturan” (Reik, 2018, en línea). 

Me gusta cuando Reik se refiere al tercer oído “el analista no oye solamente lo que está en las palabras. Oye también lo que las palabras no dicen. Oye con el «tercer oído», recibiendo lo que…dice el paciente y sus propias voces interiores, lo que surge de sus profundidades inconscientes” (Reik, 2018, en línea). 

Entiendo este tercer oído como la capacidad desarrollada por el conocimiento de la técnica y el método psicoanalítico pero sobre todo por el trabajo de análisis personal, de manera que el analista en sesión escucha tomando en cuenta muchos aspectos. Presta atención al relato, percibe y empatiza con los afectos, tiene en mente la teoría psicoanalítica, es consciente de la historia del paciente, el momento del tratamiento. Escucha también comprendiendo cómo se encuentra el paciente ese día en sesión. Y otro nivel, se le presta atención a la transferencia y contratransferencia. Diría yo que es todo un arte, el analista utiliza toda su persona a favor del paciente.

Relacionado al trabajo personal, alguna vez escuche de una colega decir “si el relato del paciente te conmueve, está bien; si te mueve, supervísalo; y si te remueve, llévalo a tu propio análisis”. Esto me permitió comprender que escuchar al otro nos conmueve, pues no podemos ser emocionalmente ajenos al dolor, la angustia, el miedo, la alegría, el logro de nuestros pacientes, y está bien utilizar estos sentimientos  en favor de ellos. Sin embargo, en ocasiones lo que pasa en sesión nos mueve, quizás porque no alcanzamos a comprender qué le pasa al paciente o porque en esa sesión surgen nuevos datos que cambian la hipótesis que teníamos acerca del caso. Entonces estará bien supervisar para tener con quien pensar las cosas. Y cuando algo nos remueve  es evidente que algo de nosotros está presente,  nos está obstaculizando para poder estar de manera objetiva con el paciente y es indispensable trabajar en nosotros. 

Por eso pienso que la forma que nosotros reaccionemos frente a los silencios de nuestros pacientes tiene que ver con esto, surge aquí la importancia del análisis personal, en la medida que el analista conozca a profundidad su persona, podrá conocer cómo vive él los silencios, en su vida, en su análisis. Si no hay trabajo personal, “enfrentarse con el silencio del paciente es difícil de tolerar y puede provocarle sentimientos de despersonalización. Expone a vivencias contratransferenciales de soledad y desconocimiento, hace caducar registros de reconocimiento y ubicación en el vínculo, puede generar frustración, odio y culpa, amén de la autoimpresión general de inutilidad” (Zirlinger, 1991 en Leivi 1995). 

Conclusiones

Desde esta diferenciación entre callar, silenciar y estar en silencio, me parece que al paciente que calla habrá que acompañarlo para que sea consciente de qué calla y por qué lo calla. Aquel que silencia sus palabras se le puede acompañar a ir simbolizando, nombrar y comprender lo que hay en su interior. Cuando el paciente está en silencio, será posible acompañarlo a estar a solas en presencia de alguien.

Es importante conocer teorías que nos den mayor comprensión en cada caso y sobre todo es indispensable el trabajo personal para poder tener el tiempo para escuchar el silencio.

Le agradezco a mi paciente sus silencios, pues estos me permitieron preguntarme, y creo que aun cuando podré seguir aprendiendo y comprendiendo más a nivel teórico y trabajando a nivel personal, ahora alcanzo a comprender que en las sesiones con él hay muchos tipos de silencios. A veces calla al reprimir; a veces está silenciando voces que todavía no han advenido como palabras porque estas no se encuentran, o aún no ha accedido a ellas pero le resuenan. A veces compartimos el silencio, pues mi paciente viene de una familia donde no hay silencio, donde hay prisas, carreras, en la que es necesario siempre saber qué hacer, qué decir y qué se piensa. Tal vez mi ritmo más lento y silencioso le ha permitido estar a solas acompañado por mí.

Termino con la siguiente frase: “Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos” (Curcio)

Bibliografía