¿Por qué la guerra?…
Autor: Aliza Edelson
 
* “¿Hay una manera de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra?”
* “¿Cómo es posible que la minoría pueda poner a las masas al servicio de sus deseos, si éstas, en caso de una guerra, sólo obtendrían sufrimiento y pérdidas?”
*“¿Es posible dirigir el desarrollo psíquico de los seres humanos de tal manera que estos se vuelvan más resistentes a las psicosis del odio y de la destrucción?”
*“¿Por qué nos indignamos tanto contra la guerra, usted y yo y tantos otros? ¿Por qué no la aceptamos como una más entre las muchas dolorosas miserias de la vida?”
 
Contexto histórico:
– Estas son algunas de las preguntas que intercambiaron Albert Einstein y Sigmund Freud entre julio y septiembre de 1932.
– Si bien los trabajos de Einstein motivaron e hicieron posible la creación de la bomba atómica, este físico se destacó por su ideología pacifista, socialista, y como un crítico de la violencia, el nacionalismo y la guerra. Se definía a sí mismo como un “Pacifista Militante” (Juego de palabras).
– Después de la Primera Guerra mundial (“La Gran Guerra”), muchos intelectuales, políticos y activistas hicieron reuniones, firmaron acuerdos e intentaron poner frenos para evitar que volviera a ocurrir un fenómeno similar. Por ejemplo, en 1927 se firmó el “Pacto Briand-Kellog”, en el que Francia y EUA renunciaban solemnemente a la guerra como medio para solucionar cualquier diferencia entre ambos países, pacto al que se unieron más de 60 países.
– Este breve período de paz y cordialidad terminó con la depresión económica de EUA y la subida de Hitler al poder. Al poco tiempo, la llegada de una nueva guerra era inminente.
 
Las cartas:
En este contexto fue que Einstein decidió consultar la opinión de Freud a cerca de una pregunta que le parece “la más importante de las que se plantean a la civilización”. Pide a Freud que le responda “echando mano de su profundo conocimiento de los instintos humanos”, y que le sugiera algunos métodos para eliminar los “obstáculos psicológicos” que nos impiden encontrar otra salida a los conflictos distintos de la guerra.
 
Sin embargo, no se limita a lanzar la pregunta, sino que propone algunas respuestas, basadas incluso en las ideas de Freud. Una de las soluciones que él propone es la formación de un Organismo Internacional que tenga la última palabra y mayor autoridad sobre los estados. Se da cuenta que los intentos de paz han fracasado ya que “existen enormes fueras psicológicas” que lo impiden, como por ejemplo, la necesidad de poder político, económico y material (gran motivación para las guerras, fabricación de armas, etc). Sin embargo, esto sólo explica el comportamiento de los dirigentes y gobernadores de los Estados, no  de  la población general.
 
Einstein se pregunta cómo es posible que las personas, las mayorías, se dejen convencer por las  minorías que buscan la guerra. Reconoce que las personas en el poder generalmente tiene bajo su control a la religión, la prensa y la educación, pero se da cuenta que esto no es suficiente para que “las masas se dejen enardecer hasta llegar al delirio y la autodestrucción” (proféticas palabras, tomando en cuenta la fecha en la que fue escrita el texto). Y él mismo responde: “En los seres humanos anida la necesidad de odiar y destruir” y esta permanece latente en las épocas de paz y se despierta en épocas de conflicto.
 
Es entonces cuando se pregunta si es posible dirigir el desarrollo psíquico de forma que podamos resistir mejor estas tendencias latentes. Hace la aclaración que no se refiere sólo a las “llamadas masas incultas”, sino sobre todo a los intelectuales porque estos “sucumben con mayor facilidad a las funestas sugestiones colectivas puesto que no acostumbran tener un contacto directo con la realidad sino que la experimentan por medio de su forma más cómoda y cabal, la del papel impreso”. (A lo que Freud responde, desde mi punto de vista, con un comentario sarcástico disculpándose por ser un “teórico apartado del mundo”). Aunque reconoce que Freud ha hablado de esto en el pasado, le pide que exponga sus nuevos conocimientos a cerca del “problema de la pacificación del mundo”.
 
Freud comenzó su carta de respuesta reconociendo que le sorprendió el tema a tratar, “qué hacer para evitar el destino de la guerra”, y que le preocupaba su incompetencia para resolverla. Pero dice que Einstein le escribió la carta no como físico o científico, sino como un “amigo de la humanidad” y se propone responder desde este punto de vista. Afirma que Einstein ya ha expuesto en su carta “todo lo que podría decir al respecto” y que no le queda más que confirmarlo. Más bien se dedica a analizarlas y a profundizar sobre algunas de ellas.
 
Comienza por analizar la relación entre derecho y violencia (no entre derecho y fuerza como propone Einstein), explicando que desde el principio de la historia, los conflictos entre humanos eran resueltos a través de la violencia (el más fuerte, el de mejores herramientas, el más inteligente). Explica que ha habido una evolución desde la violencia hasta el derecho, y que no son contrarios como se cree. Dice que “la muerte del enemigo satisface una tendencia instintiva”, pero que ésta se ha ido desarrollando al tomar en cuenta el valor de la vida del individuo, del otro. Los individuos ceden sus derechos a una unidad más amplia y así es que surge el Derecho (“La unión hace la fuerza”). Pero el elemento que realmente le da fuerza a un grupo para mantenerse unidos son los vínculos afectivos que se forman entre los miembros de una comunidad. En síntesis, lo que mantiene unida a una sociedad es:

  1. El imperio de la violencia.
  2. Los lazos afectivos o “identificaciones”.

 
Sin embargo esto es, para Freud, una utopía que sólo existe en la teoría, ya que una sociedad siempre va a estar formada por personas de distinta fuerza y poder (niños y adultos, pobres y ricos….). Tarde o temprano uno de los más fuertes buscará romper el trato e imponer su fuerza, no querrá seguir las leyes que aplican para todos; por su parte, los desfavorecidos buscarán reglas más igualitarias y para ello recurrirán a la violencia, etc… Insiste que “se comete un error de cálculo si no se tiene en cuenta que el derecho fue originalmente violencia bruta y que sigue sin poder renunciar al apoyo de la violencia”.
 
Continúa diciendo que está de acuerdo con Einstein en cuanto a la existencia de un impulso de muerte y explica brevemente los conceptos de eros y tánatos (“pulsión de agresión o de destrucción”). Insiste en que ambas son básicas, naturales y universales y que es difícil describirlas porque aparecen siempre ligadas y “operan juntas” en prácticamente todas nuestras conductas. Es en este contexto que debemos reconocer que NO todas las guerras son iguales, y que en cada una de ellas se juegan muchos motivos (libidinales y agresivos, nobles y bajos, manifiestos y ocultos…). Analiza en qué medida vamos a la guerra para cumplir con ideales y valores, y cuánto lo hacemos para satisfacer una tendencia agresiva (Por ejemplo ¡todas las guerras!).
 
Es conocida la polémica en relación a la “existencia” de la pulsión de muerte, y Freud no lo deja pasar en este texto. Afirma que “su popularidad de ningún modo corre pareja con su importancia”. Pero insiste una vez más que este impulso existe en todos nosotros y se observa en fenómenos normales y patológicos. Inclusive bromea diciendo que “hemos cometido la herejía de atribuir el origen de nuestra consciencia moral a tal orientación de la agresión hacia el interior”. En otras palabras, es gracias a la introyección de la pulsión agresiva que formamos el Superyo (no Dios).
 
Dice que ésta es la “excusa biológica” que podemos usar para justificar nuestra agresión y, en este caso, las guerras. Incluso afirma que es más natural en nosotros la tendencia a agredir que las fuerzas que usamos para impedirlo (esto es secundario). Con esto concluye que es inútil intentar eliminar nuestra naturaleza agresiva; pero que sí es posible desviarla para que encuentre otras vías de expresión distintas a la guerra. La solución que Freud propone es apelar a la fuerza contraria, a Eros, para contrarrestar esta tendencia hacia la guerra. Es decir, fomentar “todo lo que establezca vínculos afectivos entre los seres humanos”. Y estos pueden ser de dos tipos:

  1. Lazos similares a los que establecemos con OBJETOS DE AMOR, pero sin fines sexuales.
  2. Lazos formados por IDENTIFICACION. Todo lo que despierte sentimientos comunes.

(Hay que destacar que estos son los mismos dos tipos de relación que se forman con los padres: objeto de amor, figura de identificación).
 
Sin embargo, una vez más reconoce que es utópico pensar de esta forma, ya que éste es un medio indirecto para impedir la guerra que toma demasiado tiempo y que se asemeja a “molinos que muelen tan despacio que uno se moriría de hambre antes de tener harina”.
 
Ante la pregunta de por qué nos indignamos ante la guerra, él mismo se pregunta por qué no podemos reconocerla como un elemento inevitable del ser humano. Intenta dar una respuesta explicando que “nos alzamos contra la guerra (porque) no podemos hacer otra cosa”. Profundiza esta idea argumentando que, como desarrollo de la civilización, sufrimos un cambio interno  y que “sensaciones que eran placenteras para nuestros antepasados nos resultan indiferentes o aún desagradables” y que lo que nos produce la guerra ya es algo constitucional. Termina la carta con un tomo aparentemente optimista al decir que todo lo que apunte al desarrollo cultural va en contra de la guerra y esperando que de esta forma el final de los conflictos bélicos a corto plazo “no sea una utopía”. Concluye de la siguiente forma: “Lo saludo cordialmente y le ruego que me perdone si mi exposición lo ha defraudado”.
 
Desde mi punto de vista, este último argumento suena algo limitado en comparación a otros ofrecidos por Freud y es fácilmente rebatible. Me parece que hace un análisis mucho más profundo y completo en un texto que escribió 17 años antes, en el cual él mismo cuestiona cómo empatar y entender la relación entre el gran desarrollo cultural por una parte, y la tendencia de recurrir una y otra vez a la guerra por otra. Esta y otras ideas de este texto se exponen a continuación.
 
“De guerra y muerte. Temas de actualidad” (1915):
A juzgar por la fecha, Freud escribió (o al menos publicó) este texto durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). En él analiza principalmente qué características instintivas y emocionales provocaron que, una vez más, los humanos recurrieran a la guerra como forma de reaccionar ante el conflicto; pero sobre todo intenta explicar por qué esta guerra (y todas las demás) generan en nosotros una gran desilusión. El texto parece más bien una reflexión para lograr entender porque “la guerra en la que no queríamos creer estalló y trajo consigo una enorme decepción”. También busca profundizar a cerca de cómo ha cambiado nuestra actitud ante la muerte, como consecuencia de la guerra. El discurso que utiliza Freud es tan actual, que es posible hablar en presente, a pesar de haber sido escrito hace casi 100 años.
 
Al hablar de la decepción, Freud afirma que “no hay que ser un fanático de la compasión” para indignarse ante la guerra. Podemos comprender y hasta justificar la finalidad biológica y psicológica del sufrimiento y la agresión, y aún así estar indignados. Podemos también entender algunos motivos para la guerra: la desigualdad, las diferencias entre los pueblos en relación al valor que le dan a la vida individual, etc. Pero esta desilusión viene principalmente porque “se pensaba” que ya habíamos alcanzado los seres humanos el suficiente grado de civilización  y desarrollo para encontrar otras formas de solución. También “pensábamos” que las nuevas guerras serían más civilizadas, y que tomarían en cuenta a los “no beligerantes” (niños, civiles, inocentes…). Pensábamos que habíamos adquirido suficiente inteligencia y civilización para no confundir ya los conceptos de “extranjero” y “enemigo”. Obviamente no fue así, por el contrario, cada guerra es más global y “eficiente” (en términos de destrucción y como consecuencia del desarrollo tecnológico). Sin embargo advierte que, aunque pareciera que cada época fuera más cruel que la anterior, probablemente “sentimos con desmesurada intensidad la maldad de esta época y no tenemos derecho a compararla con la de otras que no hemos vivido”.
 
Como se mencionó anteriormente (en las cartas con Eisntein), Freud era un gran “admirador” de la civilización, del desarrollo cultural. Por eso es notable la decepción que sentía cuando se lamenta que el mismo pueblo de altísima civilización “en cuyo idioma escribimos”, es la misma que ahora rompe los tratos, los límites impuestos en tiempos de paz. (Haciendo alusión a los cultos y civilizados pueblos europeos). Recordemos una vez más la fecha de este texto, y el carácter casi “profético” de este fragmento.
 
Más adelante, Freud intenta explicar por qué recurrimos una y otra vez a conductas destructivas e inmorales. Para ello explica cómo desarrollamos la capacidad de actuar “correctamente”, (indirectamente hablando de superyo). Primero aclara que “la consciencia no es un juez incorrectible”, en su origen es tan sólo “angustia social”, en otras palabras, la introyección de las reglas de los padres y de la civilización (imperfectos, contradictorios, inmorales, ambivalentes….) También puntualiza que, desde el punto de vista del Psicoanálisis, el ser humano NO es “bueno por naturaleza”, sino que por el contrario, logra dominar sus instintos a través de la educación y la cultura. También señala que, en realidad, el mal no se extermina del todo y que, en el fondo, continúan las necesidades instintivas en cada uno de nosotros. Lo único que logramos es inhibirlas, desplazarlas, fusionarlas y, una parte de ellos, orientarlas hacia uno mismo (motor de la formación del sentimiento de culpa).
 
Aclara que los instintos no son , en sí mismos, ni buenos ni malos; solamente los clasificamos de esta forma por las exigencias de la sociedad en la que vivimos. Son estos requerimientos de la comunidad los que nos motivan a domar estos impulsos muy temprano en la vida, específicamente:

  1. La necesidad de amor (y la angustia de perderlo).
  2. Los mecanismos de recompensas y castigos que percibimos del medio.

 
Estos dos factores nos permiten renunciar a la satisfacción inmediata y fomentan un desarrollo que va del egoísmo al altruismo.  No obstante, Freud advierte que sólo podemos observar las conductas de las personas y no realmente sus motivaciones profundas. ¿Actuamos realmente por una transformación y un desarrollo de nuestro mundo interno, o lo hacemos por miedo al castigo o por obtener un beneficio? (egoísmo). Piensa que quizá atribuimos más casos a la primera opción, cuando en realidad pertenecen a la segunda, pensamos que más personas actúan de forma “evolucionada” y civilizada, cuando en verdad siguen teniendo motivaciones egoístas de satisfacción instintiva.  Y por eso nos desilusionamos tanto. Nos desilusionamos porque “en realidad, estos hombres no han caído tan bajo como temíamos, porque tampoco se habían elevado tanto como nos figurábamos”. Hace una analogía entre la enfermedad mental y lo que sucede en la guerra. Explica que en la patología pareciera que la vida mental quedó destruida, cuando en realidad lo que ocurre es que esto aparentemente destruido nunca se adquirió (proceso secundario, defensas más elaboradas, juicio de realidad…).
 
Pero profundiza aún más cuando explica que este desarrollo del mundo interno (inhibición y dominio de las pulsiones), no es igual a otros progresos, ya que lo anterior (lo infantil, lo arcaico) no desaparece del todo y sigue latente en nosotros. Una prueba de ello son los sueños. Es en este punto en el cual, desde mi punto de vista, “se queda corto” en su explicación de 1932 ya que las ideas expuestas en el presente texto explican mucho más claramente y con mayor profundidad cómo en el ser humano coexiste lo infantil con lo actual, lo primitivo con lo civilizado. Aún cuando predomine el Proceso Secundario del pensamiento, “lo anímico primitivo es absolutamente imperecedero” (1915).
 
Otra forma de explicar por qué personas cultísimas y muy inteligentes llegan a pensar y a actuar de forma intransigente y comprensiva es que la inteligencia no es una “potencia independiente” sino que depende siempre de la vida sentimental. Una y otra vez confirma que una persona no puede actuar racional e inteligentemente cuando está siendo dominada por la parte emocional e instintiva.
 
De esta forma Freud piensa que con estas explicaciones podemos comprender mejor la conducta de las personas durante y a favor de la  guerra y “soportaremos más fácilmente la decepción”. No obstante, afirma que sigue siendo un misterio para él por qué las naciones se odian y se aborrecen  unas a otras, incluso también en tiempos de paz. En palabras de Jacinto Benavente, “más se unen las personas por compartir un mismo odio que un mismo amor”.
 
En la segunda parte de texto, analiza las consecuencias que tiene (tendrá) la guerra sobre nuestra percepción y actitud ante la muerte. Explica que en tiempos de paz y en términos generales, para nuestro inconsciente nuestra propia muerte parece tan imposible, la de los extraños tan sanguinaria y la de nuestros seres queridos tan ambivalente como lo era para el hombre primordial. Así hemos vivido desde entonces hasta ahora. Sin embargo, las guerras nos fuerzan a abandonar esta percepción. En palabras de Freud: “Nos obliga de nuevo a ser héroes que no pueden creen en su propia muerte, presenta a los extraños como enemigos a los que debemos dar o desear la muerte, y nos aconseja sobreponernos a la muerte de las personas queridas”.
 
Llega a una conclusión mucho más pesimista que la citada en el texto anterior, diciendo que “acabar con la guerra es imposible”, que quizá sea mejor renunciar a la mentira y a la negación, hacer consciente nuestra actitud ante la muerte “que hasta ahora hemos reprimido tan cuidadosamente”. Acepta que esto parece un retroceso más que un progreso, pero que esto permitirá “hacer de nuevo más soportable la vida”. Para Freud, soportar la vida es “el deber primero de todos los vivientes” y es mejor deshacernos de las ilusiones si ellas nos impiden hacerlo.
 
En el final de este texto, queda en evidencia el pesimismo que acompañaba a Freud y contrastan drásticamente con las del texto expuesto al principio. No hay que olvidar la diferencia de años entre un texto y otro, que fueron escritos en contextos y con finalidades distintas. Pero aún así  vale la pena preguntarnos: ¿Qué pensaba en realidad Freud a cerca del desarrollo del mundo interno como consecuencia de la civilización y cuál es su relación con la agresión y la guerra? ¿Qué pensamos nosotros al respecto y a qué conclusiones podemos llegar? ¿Cómo lo podemos aplicar a contextos actuales y locales, individuales y colectivos?. ¿Será éste un tema que sólo atañe a la esfera de lo público, lo político y lo social o será posible pensarlo también en términos individuales y clínicos?
 
La enfermedad y las metáforas militares:
En los libros “La enfermedad y sus metáforas” (1974) y posteriormente “El SIDA y sus metáforas” (1988), SusanSontag nos señala cómo utilizamos distintas metáforas para referirnos a la enfermedad y al cuerpo, (“El cuerpo como un templo, como una fortaleza, como un campo de batalla”). Pero sobre todo nos invita a cuestionarnos a cerca de las consecuencias de utilizarlas, nos incita  a abandonar estas metáforas y a reconocer las implicaciones que tiene sobre el individuo y sobre los diferentes grupos sociales cuando nos expresamos de esta forma. Uno de los conceptos que analiza más a profundidad es la utilización de metáforas militares para referirse, por ejemplo, al cáncer o al SIDA, idea que nos permite analizar y comprender más claramente nuestra larga relación con las guerras. Desde mi punto de vista, quizá no sea necesario abandonar estas metáforas, pero sí comprenderlas, reconocerlas y tomar en cuenta sus posibles consecuencias.
 
La autora explica que las metáforas militares cobraron fuerza cuando la medicina avanzó y se comprendió que el culpable no era la enfermedad sino el microorganismo: un “invasor” que viene de fuera y para el cual echamos mano de nuestras “defensas inmunológicas”. Dentro del cuero (“campo de batalla”) se lucha una verdadera guerra. Esto tiene un impacto también a nivel social, por ejemplo en las campañas “contra la influenza” o “guerra contra las drogas”. Utilizar metáforas militares permite generar en las personas fuertes sentimientos, “movilizar ideológicamente a las masas” a las que se exhorta a “luchar contra un enemigo”. Por eso las metáforas militares son y siempre han sido tan eficaces.
 
Una de las características de las guerras es que aparentemente justifica todos los medios, “en la guerra y en el amor todo se vale”. Sontag explica: “Hacer la guerra es una de las pocas empresas ante las que no se pide a la gente que sea realista, (…) no existe prudencia, (…) no hay sacrificio excesivo”. Pensemos por ejemplo cuando una persona se somete a una quimioterapia. Pero podemos también relacionarlo a nuestro “campo de batalla”, las enfermedades mentales y los altos costos (emocionales, económicos) que implica un tratamiento. ¿Acaso no advertimos al paciente de ello al invitarle a que entre a un tratamiento largo, doloroso y costoso? ¿Acaso no le decimos que vale la pena “luchar en contra” de aquello que le hace sufrir?.
 
Un elemento que comparten las enfermedades y las guerras es la percepción de un enemigo que viene de fuera, es decir un “extranjero” peligroso. Las enfermedades más temidas siempre son pensadas como viniendo de un “otro” (por ejemplo, el SIDA como enfermedad “africana” o “de homosexuales”). Lo mismo ocurre en las guerras en las que, como dice Freud, volvemos a confundir al extranjero con el enemigo y pensamos que siempre nuestras causas son justas y las del otro, atroces. Existen muchos ejemplos de ello (H1N1), pero una vez más está presente el tema de la guerra cuando pensamos en todas las referencias sobre las enfermedades que portan los soldados (rubéola, sífilis, peste). (Sontag, 2003)
 
También tenemos la percepción de que “los asiáticos o los pobres o los negros, o los africanos, o los musulmanes no sufren o no padecen como los europeos o los blancos”. Así asociamos las enfermedades con los pobres, y con aquellos que son de cierta forma “extranjeros dentro de casa”. No podemos dejar de asociar la enfermedad con lo extranjero, “con un lugar a menudo primitivo”. Recordemos otra vez las palabras de Freud a cerca de cómo persiste y sobrevive en cada uno de nosotros una parte arcaica, primitiva; pero queda cada vez más claro cómo optamos por proyectarla en lugar de asumirla. La autora nos recuerda que enfermedades como el SIDA “justifican” un regreso al egoísmo y a la sospecha de “los otros” (transfusiones sanguíneas, relaciones sexuales); temer a los demás se vuelve un asunto de prudencia y autocuidado.
 
Es fácil relacionar esto con la psicopatología, por ejemplo cuando describimos a las ideas obsesivas como aquellas que “nos invaden” sin poder hacer nada al respecto, o cuando pensamos en la melancolía como la “sombra del objeto” contra quien lucha el sujeto llevando la agresión hacia si mismo.  Otro ejemplo es el miedo a la locura, como un invasor que acecha y amenaza con llegar, “avasallar” al yo, tomarlo como rehén y dejarlo indefenso. Una vez más, Sontag nos recuerda que, aunque percibamos al paciente como víctima, no podemos dejar estigmatizarlos por ser portadores de una enfermedad. “Las víctimas sugieren inocencia, y la inocencia, por la lógica subyacente a todo término que expresa una relación, sugiere culpa”. Tampoco podemos olvidar todas las referencias y metáforas militares que usamos desde el Psicoanálisis cuando hablamos de mecanismos de defensas, conflictos internos, alianzas, retaliaciones, entre otros.
 
Vale la pena detenernos en este punto para analizar que lo que causa sufrimiento no sólo es la enfermedad en sí misma, sino todo lo que la rodea: el miedo a sus síntomas, los estigmas que lo acompañan, la vergüenza que generan. Pensemos en los pacientes y cómo se sienten con relación a sus síntomas, la culpa que estos les generan, los diagnósticos con los que fantasean, el miedo a “volverse loco”, la percepción de su enfermedad como castigo, etc.
Como se mencionó, la autora nos incita enérgicamente a deshacernos de las metáforas militares, “a ponerlas en evidencia, criticarlas y desgastarlas”. Desde mi punto de vista, vale la pena reconocerlas y tomarlas sobre todo como una forma de entender aquello que le pasa al sujeto y que le causa sufrimiento. No es casualidad que las tengamos tan a la mano, que nos sean tan familiares, y me parece una evidencia más de que la guerra es un fenómeno más humano e interno de lo que nos gustaría reconocer.  Sin embargo, me parece que vale la pena no perder de vista las consecuencias que estas metáforas pueden tener, en cuanto a que pueden contribuir a “excomulgar y estigmatizar a los enfermos”.
 
En este sentido, es interesante la conclusión a la que llega la autora cuando dice: “El cuerpo (y en nuestro caso la mente) NO es un campo de batalla. Los enfermos no son las inevitables bajas del enemigo. Nosotros no testamos autorizados para defendernos de cualquier manera que se nos ocurra… Y en cuanto a esa metáfora, la militar, yo diría: devolvámosla a los que hacen la guerra”.
 
A manera de conclusión:
La historia de la humanidad parece estar marcada por las guerras, y a lo largo de los años hemos intentado responder a la pregunta “¿Por qué la guerra?”. Como se mencionó, Freud entiende la guerra como una manifestación de un Impulso de Muerte, de Destrucción. Dentro del Psicoanálisis existe mucha polémica a cerca de la existencia de esta Pulsión como algo innato y universal. No es el objetivo de este trabajo discutir sobre este tema pero a continuación presento un ejemplo de cómo la Guerra es, para muchos psicoanalistas, una expresión muy clara de una agresión innata y propia del ser humano.
 
En el testimonio que hizo la Dra. Amapola Gonzáles para su hermano, el Dr. Avelino González Fernández, explica que “es muy difícil (pensar) que la agresión de todos los seres humanos es simplemente reactiva” y que si una sociedad fuera igualitaria no habría necesidad de recurrir a la violencia. Insiste que “nosotros no podíamos creer eso cuando habíamos vivido una guerra”. Incluso pensaba que “tal vez por eso nos dedicamos a psicoanalistas, para tratar de entender la agresión y para tratar, hasta donde sea posible, de ayudar a encauzar la agresión de forma no destructiva”. (Gaitán y Cobar, 2011).
 
En el siglo pasado se hicieron varios intentos para que la guerra no se repitiera nunca más, hoy en día parece que hemos desistido de este intento. Como dice SusanSontag (2003), “¿Quién cree en la actualidad que se pueda abolir la guerra? Nadie, ni siquiera los pacifistas”. Una y otra vez, queda claro que la pregunta no es “¿Por qué la guerra?”, sino más bien por qué ésta nos genera tanta desilusión y decepción, así como también nos obliga a pensar en las repercusiones de la guerra en los individuos.
 
En el presente trabajo intenté demostrar que las guerras no sólo nos reflejan cómo funciona la sociedad y la política sino que nos dan una clara visión de nuestro mundo interno y el funcionamiento de la mente humana. Freud deja en claro que hacemos un gran esfuerzo por mantener estas partes reprimidas, desplazadas o proyectadas en “los otros”; un ejemplo muy claro de ello son las metáforas militares que utilizamos comúnmente para comunicar lo que ocurre tanto en la salud como la enfermedad (física y mental).
 
Un tema más que se relaciona tanto con la guerra como con el Psicoanálisis es nuestra responsabilidad ante lo que SusanSontag llama “el dolor de los demás”. En un ensayo llamado precisamente “Ante el dolor de los demás” , la autora analiza las distintas reacciones que genera en nosotros las imágenes de la guerra. Freud y muchos otros creían que éstas no podrían mas que provocarnos indignación y repudio, pero queda claro que una misma imagen puede provocar reacciones completamente opuestas: “Un llamado de paz. Un grito de venganza” y que muchas veces la identidad que se le atribuye al “retratado” hace toda la diferencia (por ejemplo, los “sicarios” que vemos cotidianamente en los noticieros).
 
La mayoría de nosotros tenemos acceso a las imágenes de la guerra y la violencia a través de la prensa, las fotografías o los libros de historia… No obstante, como psicoanalista convivimos día con día con el dolor individual y esto genera en nosotros reacciones diversas. Para terminar, me quedo con la siguiente reflexión de la misma autora:
 
La pregunta es qué hacer con las emociones que se han desperado en “nosotros” ante el dolor de “ellos”, pero ¿quiénes somos “nosotros” y quienes son “ellos”? Y esto nos recuerda que “no debería suponerse un nosotros cuando el tema es la mirada ante el dolor de los demás”.
 
Bibliografía:
 

  • Einstein, A. Freud, S. (2011)“Por qué la guerra (1932)”. Barcelona: Minúscula.
  • Freud, S. (2005) “De guerra y muerte. Temas de actualidad”(1915). Obras completas tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Gaitán, A. Cobar, A. (Comp.) (2011). “Obras de Avelino González Fernández”. México DF: Sociedad Psicoanalítica de México.
  • Sontag, S. (1988) “El SIDA y sus metáforas”. Barcelona: Muchnik.
  • Sontag, S. (2003) “Ante el dolor de los demás”. Buenos Aires: Alfaguara.

 
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