Autor: Alejandro Nagy

A los psicoanalistas no nos extraña que el diván y la labor psicoanalítica se enfríen poco a poco con la probable y eventual ausencia de nuestros pacientes al final de cada año, independientemente del derecho vacacional que cada paciente y analista se reservan.
En la medida que avanza la época navideña anunciando la inminente terminación del año, las cancelaciones por motivos vacacionales, por eventos laborales, las resistencias inconscientes que se aprovechan del infame tránsito navideño (al menos en la Ciudad de México) para poder argumentar la razón que les impidió llegar a su sesión son muy comunes.
Los niños y aún más los adolescentes, por lo general aprovechan inconscientemente este período resistiéndose a presentarse a su tratamiento, aún y cuando están en casa y no salen de vacaciones, como si la pausa escolar significara también la interrupción de su terapia. Pareciera que todos quieren celebrar el fin de año y/o la Navidad y no quieren hablar de los temas que realmente los están afectando. Es como si quisiéramos “estar pero no estar”. Incluso los mismos analistas podemos caer inconscientemente ante la tentación de “adelantar las vacaciones” y no profundizar en los conflictos psíquicos de nuestros pacientes por “temor a dejarlos abiertos”. A veces pareciera que tanto pacientes como analistas prefiriéramos entrar en una especie de hibernación psíquica.
Tenemos que reconocer que muy a pesar de la tentación de postergar nuestros conflictos para enero, el fin de año lleva de manera implícita una serie de demandas y obligaciones (superyoicas) que nos resistimos a reconocer y a enfrentar. En esta época se generan por lo general más conflictos económicos, sociales, familiares y de pareja que en cualquier otra debido a que muchas personas se sienten obligadas a tener que relacionarse y compartir con otras que en otros momentos tratarían de evitar. Por esto, no nos sorprende escuchar en la consulta frases como: “odio la navidad”, “por mí, me brincaría este mes”, “todas las cenas pasa lo mismo”, “odio tener que elegir entre la casa de mi mamá o la de mi papá”, “siempre acaban borrachos”, “es un día como cualquier otro”, “no sé qué demonios regalarle”, “es celebración de falsos”, etc; frases a las que solemos etiquetar de manera divertida como propias del Síndrome del Grinch.
Para poder enfrentar las “penurias decembrinas” es importante reconocer que los mecanismos de defensa de tipo maniaco se expresan en actividades como las compras compulsivas, acciones como dar el abrazo (o ir por el abrazo) de manera compulsiva como si se tratara de una lista que nos pesa cumplir o los excesos del Maratón Guadalupe-Reyes  que utilizan miles de jóvenes mexicanos para justificar las trasnochadas y la sostenida injesta de alcohol. Este antideportivo maratón inicia  el 12 de diciembre con la celebración de la Guadalupana, la reina-madre y termina  el 06 de enero con la presencia de los padres-reyes.  ¿Será que el mexicano (recordando a Santiago Ramírez) se lamenta y reclama inconscientemente el exceso de madre y la ausencia del padre?  Cuando actuamos cualquiera de estos comportamientos de manera extrema, cabe la posibilidad de que exista una depresión latente o un reclamo inconsciente hacia nuestras figuras paternas que no queremos enfrentar.
Es muy importante reconocer que ninguna de las festividades de fin de año es responsable de nuestro estado emocional ni de los mecanismos de defensa que utilizamos para salir del paso. Estas celebraciones no provocan algo que no hubiese existido desde antes. El psicoanálisis ayuda a revelar y a enfrentar estos conflictos, siempre y cuando tanto el paciente como analista se mantengan alertas de cualquier intento de hibernación psíquica, de evadir la depresión o de caer en fantasías fatalistas. ¡Solo se está acabando el año, no el mundo! Es posible explicar este pesimismo al consididerar que para el cristianismo, la Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús recordándonos inconscientemente nuestro propio nacimiento, el paso del tiempo y la muerte. Algunos de estos conflictos pueden reconocerse en los tres fantasmas de la Navidad caracterizados por Dickens para confrontar a su personaje Ebenezer Scrooge.
Comprometernos a enfrentar y solucionar nuestros conflictos sociales y familiares en el día a día, previene que se acumulen y se hagan evidentes cada fin de año predestinándonos inconscientemente a pasarla mal. El problema es que si ya se nos acumularon estos conflictos no nos queda de otra más que sentirnos obligados a participar e intentar pasarla de la mejor manera posible, o lo que es peor, inventarnos una excusa a riesgo de generar mayores tensiones.
Si estás pasando una situación similar y no estás en un proceso terapéutico, quizá el próximo año puedas incorporarlo como uno de tus propósitos y así te permitas ayudarte para que la próxima Navidad no la pases tan mal.