Narcisismo y Transferencia.

Autor: Paulina Palacios

 

Es por todos conocido que Freud definió al psicoanálisis como un método de investigación de lo inconsciente; una práctica clínica y una serie de conceptos o articulaciones teóricas que surgen de las anteriores. Son estas tres las aristas que constituyen lo psicoanalítico y se encuentran indisolublemente unidas. Si entendemos la construcción de la teoría psicoanalítica como derivada de las dos primeras, viene siempre a la mente el concepto de ética en psicoanálisis. Lo psicoanalítico no puede ser pensado sin la vertiente ética de nuestro trabajo que nos tiene a todos sentados, detrás del diván, siempre cuestionándonos el lugar que ocupamos en el sillón. El lugar privilegiado en donde se pone en juego toda la teorización metapsicológica freudiana es en el vínculo transferencial; y me parece que éste, sólo puede ser entendido, como muchos otros conceptos metapsicológicos, cuando se siente, hasta que se siente. Existe algo de lo propiamente psicoanalítico que sólo puede ser aprehendido desde ahí y, en un primer momento, con nosotros también recostados en un diván.

Falta sólo hacer memoria de la primera vez –y aún todas- en que alguien recostado sobre un diván nos aventó cosas que sabíamos no eran nuestras. Así como a Breuer se le echó encima una paciente que, para su sorpresa, declaraba estar embarazada de él, a nosotros, cada vez que sentados en nuestro solitario sillón se nos ponen delante semejantes declaraciones, una de las cosas que podemos pensar es “oiga, ese niño no es mío” y si intentamos hacer nuestro trabajo, agregaremos “escuchemos por qué me lo está adjudicando”.

Esta experiencia inconfundible -y maravillosa- de la clínica psicoanalítica a veces hasta provoca la sensación de caernos del sillón. Recordar aquella primera vez en que fuimos objeto de una transferencia nos sorprende y hace pensar “ay, ¡pero si todo lo que he leído es cierto!”. Uno siente los veinticuatro libros verdes de Amorrortu volar a través de esa habitación donde estamos sentados e inevitablemente preguntarse: “y ahora, ¿cómo se viene manejando esto?”.

Es dentro de esta constante reelaboración que requerimos pensar la teoría psicoanalítica como producto de la clínica, donde los conceptos de transferencia y contratransferencia ocupan un lugar incomparable. La clínica será psicoanalítica cuando esté signada por el vínculo transferencial, mismo que sostiene el dispositivo psicoanalítico y representa su corona.

Es Freud quien en Más allá del principio del placer sostiene:

En el analizado, en cambio, resulta claro que su compulsión a repetir en la trasferencia los episodios del período infantil de su vida se sitúa, en todos los sentidos, más allá del principio de placer. El enfermo se comporta en esto de una manera completamente infantil, y así nos enseña que las huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial no subsisten en su interior en el estado ligado, y aún, en cierta medida, son insusceptibles del proceso secundario.[1]

La clínica psicoanalítica entendida como trinchera, es la que le permite al Profesor restablecer la ecuación entre síntoma y transferencia unidos, desde ahora, al concepto de repetición. El síntoma, condensará todo lo que la repetición recoge y transporta[2], vía transferencia, sobre el analista. Estaremos obligados entonces, a repensar el concepto de transferencia, a la luz de diferentes hitos en la historia de la metapsicología freudiana: 1920, con Más allá del principio del placer; pero antes, 1914 con su Introducción del narcisismo y finalmente 1939, con La escisión del yo en el proceso de defensa.

Pero vayamos despacito y por las piedras: 1914 es el primer giro de tuerca que nos obliga a reelaborar lo sabido sobre la transferencia. Acudimos a un Freud que nos dice: “muchachos, ¿se acuerdan de Edipo? ¿Aquel héroe mítico que provoca a sacarnos los ojos, tras caer en cuenta de lo que hemos querido hacer con nuestros deseos incestuosos? Que conste que les digo <<querer hacer>> porque a diferencia del héroe trágico de Sófocles, Juanito ya nos había enseñado que <<hacer>> no es lo mismo que <<pensar>> y que lo último, se vale.” Jugamos imaginando a un Freud diciéndonos: “Señoras y señores de la Viena puritana, he cometido una grave omisión que les ruego no interpretar. Si pensábamos que regresándole los ojos a Edipo solucionábamos la neurosis de nuestros enfermos, lamento decepcionarlos. Antes de Edipo había alguien más. Permítanme presentarles en esta mañana soleada a Narciso. Narciso más originario, más egoísta y aún más ciego que Edipo, ya que es ciego de nacimiento. Es más, como hombre de ciencia que soy, es imperativo que les comunique que éste nuevo héroe es también, sordo.” Escondido tras la máscara de Edipo se encontraba este otro héroe mítico, anterior al primero en ser descubierto[3]: “Narciso estaba invisible tras la fachada de Edipo y en los síntomas, la fachada edípica encubría la estructura narcisista.”[4]

El nuevo acto psíquico de 1914 exigirá una reformulación de todo el pensamiento teórico que ahora tendrá que ser pasado a través de Narciso. Lo anterior necesariamente se reflejará en cómo escuchamos en la clínica. De ese entonces en adelante, todas las pulsiones pasarán por el Narcisismo y, en consecuencia, logrará dar un vuelco a toda situación clínica. El narcisismo, entendido como una identificación constitutiva y constituyente del rudimento del yo, nos pondrá a todos a temblar: no existirá ya situación transferencial ni síntoma que no quede atravesada por él. A partir de ahora se entenderá que, en cada uno de nosotros, Edipo llegará sólo si Narciso lo deja, pues será Edipo quien ponga fin al Narciso originario.

Hablamos entonces de tiempos de narcisismo e identificación primaria, constituidos previamente a cualquier elección de objeto, según Freud. Se trata de aquella identificación consignada en Pulsiones y destinos de pulsión y posteriormente en Duelo y melancolía, como aquella identificación directa, no mediada; aquel primer modo en que se distingue a un objeto. Esta identificación signada libidinalmente por los tiempos en que es fundada, tiempos de oralidad y de incorporación.[5] Tiempos del narcisismo, contaminados por identificación con un yo-otro, ajeno.

He aquí el giro de 1914: los efectos de las primeras identificaciones, nos dice Freud, producidas a la edad más temprana, serán universales y duraderos[6], introducen la primera noción de un límite, la primera frontera de un yo, que –nos enseña Laplanche- por rudimentaria que sea, delimita un adentro de un afuera, identificación con una forma concebida como límite, como envoltura: la envoltura de la piel.[7]

Ya asomándose desde Tres ensayos para una teoría sexual, es en 1914 cuando Freud explicita claramente: aquello que deja el pasaje por ese narcisismo primero es la noción de finitud y su saldo es el “Yotro”. La constitución de un yo y un otro, objeto y sujeto engarzados en su misma catectización. Esa primera noción de finitud es un “yo-acabo-en”, aquella mortalidad yoica que cree ciegamente en su propia inmortalidad y que, en palabras del Profesor, constituía una de las más arduas labores psicoanalíticas: convencer al yo de su propia finitud.

No contento con lo anterior, Freud en 1920 nos sacude una vez más y nos lleva a aquello que está más allá, nos habla sobre el principio del cero y de compulsión clínica: lo demoniaco retornará desde el allá. Una vez más, el Phantasieren freudiano obliga a dar un giro de tuerca: la pulsión de muerte es teorizada para “dar razón del dualismo pulsional fundamental, de la tendencia a la compulsión de repetición, del origen de la agresividad y de la primacía de la autoagresividad sobre la agresividad dirigida contra otro.”[8] Así, “el analista [en la clínica] enfrenta[rá] esencialmente la destructividad que actúa de manera predominante, prioritariamente, sobre el propio funcionamiento psíquico del sujeto. […] La acción de fuerzas destructivas sobre el yo.”[9] La pulsión de muerte originariamente dirigida hacia el interior infiltrará nuestra propia estructura narcisista.

Si insistimos en hablar de los tiempos de los orígenes previos a Edipo, tiempos de destinos pulsionales anteriores en tiempos lógicos a la represión, hablamos entonces de un momento donde ésta, la represión, no ocupa ya el trono de la teoría psicoanalítica –o por lo menos, se ve obligada a compartir su corona. Es en estos míticos tiempos, donde Edipo y Represión aun no son partícipes del juego de lo psíquico. Entendido así, la identificación primaria estará relacionada con el yo ideal, narcisista, y no con el Ideal del Yo, producto del ocaso edípico. Aquellos tiempos que continuarán signando la condición del sujeto aun y cuando éste resuelva más o menos su conflicto edípico. Los tiempos pre-represivos de los Destinos de pulsión del Profesor Freud, que condicionarán la existencia misma del sujeto. Tiempos del más allá freudiano, del terror sin nombre en palabras de Bion; el terror al derrumbe como signo-huella no simbolizada según Winnicott; lo Real como fuera del lenguaje en Lacan; lo originario y el pictograma en Aulagnier; el teatro de lo imposible y la histeria arcaica de McDougall; la delegación de lo no figurable en Botella; la idea de lo “prepsíquico” y el trabajo de lo negativo en Green; el doble inmortal de Aragonés[10]… y tantos otros nombres que se han creado para hablar de los orígenes.

Si nos encontramos en tiempos de lo no-inscrito, de lo negativo, de lo pre-yoico, de aquello que no depende del saber que no se sabe, entonces, trabajamos con algo donde la primera tópica freudiana ya tampoco nos alcanza para explicar su meta clínica. No podremos contentarnos con llenar lagunas del recuerdo solamente, porque ya no hablamos de inconsciente reprimido, al menos no nada más. El psicoanálisis como terapéutica no puede ser solamente una hermenéutica, ya que la meta analítica se convierte en anamnémico-recuerdo-transferencial. Se tendrá que lograr la instauración de una neurosis de transferencia, que constituirá el genuino objeto de estudio del psicoanálisis[11] y representa el momento en que se puede decir que éste comienza.

El psicoanálisis, decía Freud, es un arte de la guerra: guerra transferencial, verdadero terreno donde habrán de librarse las batallas con los dragones primordiales que no cesan de no extinguirse[12]. La clínica psicoanalítica es “la realidad de un sujeto que padece y que constituye la <<carne viva>> de [nuestra] tarea.”[13]

Toda situación clínica deberá ser entendida a través de la transferencia de estas dos grandes estructuras constituyentes de lo humano: la edípica y la narcisista, mitos y matrices teóricas de la teoría psicoanalítica. Enfrentándonos a estos dos héroes míticos en el diván y si Narciso en cierta medida se cree siempre inmortal, cabría preguntarnos junto con Marucco si:

Ese “dos en uno” siempre se transforma, o queda como una estructura permanente, autónoma, que no ha hecho una transformación que la lleve al “tres” y permanece sumida, en lo que, en 1938, Freud descubre como la escisión del yo. […]La escisión, la imagen de un niño atrapado por una historia que no le pertenece. Está ahí, ni más allá, ni más acá, en esa escisión que determina la estructura narcisista en toda neurosis transferencial.[14]

En la situación clínica, todos somos ambos héroes trágicos. Somos el Narciso que hace caso omiso de Eco, mientras esta nos llama por nuestro nombre; somos ese Narciso de Ovidio que deja a Eco consumiéndose en su propia voz; somos aquel Narciso que no puede dejar de contemplarse en el agua que lo eterniza y lo deja en la muerte; somos Narciso que no se deja llevar al mundo de los vivos, es decir, el mundo de tres, de Edipo, de rivalidad y de deseos reprimidos destinados, con la mejor de las suertes, a nunca ser satisfechos.

Una vez más quedamos boquiabiertos en 1938, ahora con un texto de tres páginas que al mismo autor dejó perplejo al no saber si estaba comunicando algo totalmente nuevo o algo ya por todos sabido: la noción de un yo partido desde el interior de sí. La escisión yoica se convierte en un mecanismo estructurante y constituyente, pre-represivo. La escisión como aquel “desgarrón que da origen para siempre (o quizá, desde siempre) a Edipo y a la máscara. Hay, sin duda, un inconsciente producto del Edipo: el reprimido. Pero hay otro, el escindido, que tiene presencia como estructura y como máscara: estructura narcisista y neurosis de destino.”[15]

La escisión yoica como constructo teórico, entendido como mecanismo base de funcionamiento psíquico, obligará de nuevo a una reformulación en la clínica psicoanalítica. En la clínica pelearán a muerte Edipo y Narciso: “llegarán los momentos transferenciales álgidos y peligrosos, definidos como momentos de repetición demoníaca, […] de denuncia del pacto [narcisista]… y de miedo. Miedo porque los deseos parentales [son] enajenantes pero también constituyentes[16].

Tenemos entonces que el concepto de transferencia estará atravesado por las lanzas que estaban en funcionamiento antes que Edipo: la pulsión de muerte, el narcisismo y el yo escindido. Las preguntas en el diván serán dirigidas a Edipo y a Narciso, y siempre estarán articuladas, vertebradas por la transferencia, que constituirá su eje.

El analista entonces deberá renovar su apuesta:

Deberá tolerar el miedo que provoca la denuncia del pacto. Sus palabras darán cuenta de los actos y de los contenidos de las palabras del paciente. Transformará el enfermar en angustia, y la angustia en preguntas acerca del niño narcisista. Sus palabras construirán la historia singular de su paciente, la historia de los deseos parentales y de la cultura que constituyeron a aquel niño para que definitivamente se transforme en recuerdo.[17]

Se tendrán que transformar las desligaduras, los desgajamientos de la intrincación pulsional (el reino innegable de la pulsión de muerte) en vida.

En transferencia siempre estará Narciso, aquel que pereció al no hacer caso de aquella ninfa que lo llamaba, invitándolo a salir de su condición de inexistencia. Transferencia de la estructura narcisista que no alcanzó a purgar más acabadamente la agresividad originariamente dirigida hacia adentro. La transferencia no podrá ser entendida (por lo menos, no solamente) como transferencia edípica, donde existe un rival, una condición de tres en el juego. La transferencia deberá ser pensada en relación a los conceptos previos: el narcisismo como momento de indiferenciación/no-separación con el otro, donde no se puede hablar aún de identidad, donde la separación y la cercanía, ambas, resultan confundidas. Se tendrá que hablar de angustias más originarias. El cuerpo pensado desde otro lugar, también más originario y previo a su experiencia de imaginarización y libidinización: tiempos de dolor y límite yoico. Tiempos de fronteras.

Será en la guerra transferencial, donde el analista tendrá que “apostar a seguir denunciando su propio pacto a pesar de saber que nunca se podrá librar de él totalmente porque eso le permitirá encontrar nuevos destinos. Y su apuesta debe ser tan fuerte como para mantener siempre vigente la pregunta por aquello que lo llevó a pensar que la de ser analista era su decisión y su proyecto de vida.”[18]

La apuesta es analizar a cada persona que nos habla tras el diván, para que pueda aprender por fin a vivir, a vivir solo: matando al niño narcisista que trae dentro atravesando su pasado, haciendo recuerdo de éste, y que entonces, sólo entonces, ya no nos necesite más.

 

Bibliografía

  • Aragonés, R.J. (1999) El narcisismo como matriz de la teoría psicoanalítica. Argentina, Nueva Visión.
  • Freud, S. (1915) Duelo y Melancolía. Obras completas. Tomo XIV. Amorrortu eds., Bs. As.

(1920) Más allá del principio de placer. Obras completas. Tomo XVIII. Amorrortu, Bs. As.

(1923) El yo y el ello. Obras completas. Tomo XIX. Amorrortu eds., Bs. As., p. 33.

(1939) Esquema de psicoanálisis. Obras completas. Tomo XXIII. Amorrortu, Bs. As.

  • Green, A. (2002). El pensamiento clínico. Amorrortu editores, Bs. As.
  • Laplanche, J. (1970) Vida y muerte en psicoanálisis. Amorrortu eds., Bs., As.
  • Marucco, N. (1998). Cura analítica y transferencia. De la represión a la desmentida. Amorrortu editores, Bs. As.
  • Widlöcher, D. (1984) en La pulsión de muerte, Green, et. al. Amorrortu editores, Bs. As.
  • Zuckerfeld, R. Psicoanálisis y vulnerabilidad. En Imago Agenda ¿El inconsciente contra el cuerpo? Nº79, mayo 2004

[1] Freud, S. (1920) Más allá del principio de placer. Obras completas. Tomo XVIII. Amorrortu, Bs. As., p. 36

[2] Aragonés, R.J. (1999) El narcisismo como matriz de la teoría psicoanalítica. Argentina, Nueva Visión. p. 216.

[3] Dejamos de lado, por el momento, la pregunta epistemológica de si se debe hablar de descubrimiento o invención.

[4] Aragonés, J.Ibid., p. 217

[5] Freud, S. (1915) Duelo y Melancolía. Obras completas. Tomo XIV. Amorrortu eds., Bs. As. p. 247

[6] Freud, S. (1923) El yo y el ello. Obras completas. Tomo XIX. Amorrortu eds., Bs. As., p. 33.

[7] Laplanche, J. (1970) Vida y muerte en psicoanálisis. Amorrortu eds., Bs., As. p. 111.

[8] Widlöcher, D. (1984) en La pulsión de muerte, Green, et. al. Amorrortu editores, Bs. As., p. 11.

[9] Green, A. (2002). El pensamiento clínico. Amorrortu editores, Bs. As., p. 155

[10] Zuckerfeld, R. Psicoanálisis y vulnerabilidad. En Imago Agenda ¿El inconsciente contra el cuerpo? Nº 79, mayo 2004

[11] Freud, S. (1920) Más allá del principio de placer. Obras completas. Tomo XVIII. Amorrortu eds., Bs. As. p.51

[12] Freud, S. (1939) Esquema de psicoanálisis. Obras completas. Tomo XXIII. Amorrortu, Bs. As., p. 232

[13] Marucco, N. (1998). Cura analítica y transferencia. De la represión a la desmentida. Amorrortu editores, Bs. As., p.87

[14] Ibídem., p. 17 y 18.

[15] Ibidem, p. 18

[16] Ibidem, p. 100 y 101.

[17] Ibidem.

[18]Ibídem., p. 92