Por: Fernanda Grageda
La migración es un fenómeno que se ha dado desde inicio de la humanidad, ha ido adquiriendo distintas tonalidades y se ha complejizado de acuerdo al momento social. Si bien antes ya ocurría, me parece que la migración ha adquirido una fuerza importante en las últimas décadas, la globalización, la sobrepoblación, el internet, las tensiones sociales, políticas y económicas son algunos de los detonantes y agravantes de este fenómeno en la actualidad. Los debates políticos acerca de la migración en los últimos años se han polarizado, sobretodo con la pregunta de cómo actuar frente a los millones de migrantes, sobretodo en países primermundistas (Beltsiou, 2016), viéndonos en la difícil tarea de acomodar éste fenómeno con aspectos sociales, económicos y políticos actuales. Ainslei (et als, 2013) ha hecho mención de la importancia de la tecnología en los procesos migratorios actuales, facilitando la comunicación con el lugar de origen y manteniendo lazos con éste pero dificultando la separación e individualización.
Durante la vida cada persona inevitablemente emigra, cambia de lugares, vínculos, costumbres, intereses, parte del crecimiento es irse desprendiendo de lo materno. Podemos decir que tenemos pequeñas y constantes migraciones, sin embargo, de la migración que trata este trabajo, es una a mayor escala, implicando cambios importantes y simultáneos de carácter masivo. Un tema que podemos observar constantemente fuera y dentro del consultorio, ya sea con personas que vienen o van a otro país o a otro estado de la República.
Es un tema poco investigado por el psicoanálisis, Beltsiou (2016) piensa que esto es debido al trauma que se dio en los psicoanalistas por el holocausto, explica que migrantes y sobrevivientes europeos se encontraron con la dificultad, y a veces imposibilidad, de vincular el trauma que vivieron con la manera en la que practican y entienden el psicoanálisis. Como resultado de esto terminan privilegiando y tomando como verdaderas las teorías objetivas, dejando un poco de lado la subjetividad y experiencia de cada uno.
Procesar y elaborar cualquier trauma toma tiempo y frecuentemente es enfrentado con disociación para poderlo sobrellevar. La autora afirma que son las segundas o terceras generaciones de quienes vivieron la experiencia traumática, es decir, en este caso experiencia migratoria, quienes pueden “pensar, sentir y poner en palabras más libremente los efectos que tuvo el trauma y el legado histórico que éste dejará” (p. 2). Es así que las recientes generaciones han estudiado y escrito más acerca del tema, pudiéndolo reconocer en eventos pasados y así comprender los presentes.
Grinberg (1982) define la migración propiamente dicha, como “aquella en la cual el traslado se realiza de un país a otro, o de una región a otra suficientemente distinta y distante, por un tiempo suficientemente prolongado como para que implique “vivir” en otro país, y desarrollar en él actividades de la vida cotidiana” (p. 15). Esto significa que hay diversos factores que le dan a cada migración su naturaleza propia: el lugar al que se emigra, el tiempo que se pasará en esta nueva ubicación, las labores que se realizarán ahí, todo esto debe considerarse al hablar con y de un inmigrante, ya que de esto dependerá en gran medida su proceso de aculturación.
El autor describe algunos de los variados factores que colorean el proceso dentro de los cuales están la edad, sexo, color de piel, religión, el tipo de familia que se tiene. Por ejemplo, es distinto tener una familia “muégano” o aglutinada que dificulta la separación del individuo de la misma, o tener una familia esquizoide que fomenta la partida o separación de ella. Por otro lado es distinta la migración cuando se realiza voluntaria o involuntariamente, si ésta será por un tiempo determinado lo cual puede resultar esperanzador, o si se parte con la idea de que la migración es definitiva.
También se debe tomar en cuenta si la migración la hace una sola persona o va acompañada de alguien, los motivos y las condiciones en las que ésta se da. El lugar de origen y de llegada ya que choque cultural puede ser tenue o severo, si el idioma, las costumbre y la comida son parecidos al país de origen será menos traumática la migración, pero si estos aspectos son radicalmente distintos, para el migrante será mucho más difícil asimilar y adaptarse a este nuevo lugar. Sobre esta misma línea nos encontramos con la comunidad que recibe a los migrantes, si el recibimiento es cordial y tolerante a la cultura del migrante éste se sentirá aceptado y bienvenido, mientras que si es rechazado y víctima de ataques raciales, la tensión que tendrá que soportar será mayor y más complicada de elaborar.
Aparte de los aspectos ya mencionados, y todos los demás que existen en el proceso migratorio, me parece que los más destacados son la fortaleza yóica con la que cuente la persona que emigra, así como su tipo de personalidad y la experiencia de vida que ha tenido. Es decir, podremos observar en el migrante cómo sus experiencias pasadas impactan en las que vive durante el proceso, cómo influyen los traumas que ha tenido y la manera en las que les ha hecho frente, así como las fortalezas desarrolladas en el crecimiento. Más allá de los factores externos que propician la migración, está también la “fantasía inconsciente de búsqueda de una madre-tierra nutricia y protectora, frecuentemente idealizada” (Grinberg, 1982, p. 15).
Grinberg (1982) coincide con otros autores al hablar de que en todo proceso migratorio hay disociación, ya sea idealizando el lugar nuevo para hacer más llevadero el abandono del lugar de origen, o idealizando el lugar que se dejó para encontrarse con un lugar “horrible”:
Lo esencial es mantener la disociación: “lo bueno” en un extremo y ”lo malo” en el otro, no importa cuál de ellos represente una u otra de esas características. Porque en el caso de fracasar la disociación, surge inexorablemente la ansiedad confusional, con todas sus temidas consecuencias: ya no se sabe quien es el amigo y quien el enemigo, donde se puede triunfar y donde fracasar, cómo diferenciar lo útil de lo perjudicial, cómo discriminar entre amor y odio, entre la vida y la muerte” (Grinberg, 1982, p 6).
Diversos autores coinciden en que la migración es una experiencia traumática, aunque por lo general la persona que la vive no la identifica como tal. El trauma no necesariamente empieza al dejar el lugar de origen o al llegar a un nuevo lugar, ésta incluye “una constelación de factores determinantes de ansiedad y pena” (Grinberg, 1982, p. 11).
Éstos diversos fenómenos del trauma pueden manifestarse al inicio, durante, después o mucho después de la migración, comúnmente se dan “ `duelos postergados´ (…) traumatismos `acumulativos´ y de `tensión´ con reacciones no siempre ruidosas y aparentes, pero de efectos profundos y duraderos” (Grinberg, 1984 p. 11).
Dentro del largo proceso traumático y de duelo que se vive, hay quienes utilizan las defensas maniacas para hacer frente a la experiencia (Grinberg, 1984). Control, triunfo y desprecio ayudan al individuo a negar la dependencia al objeto, sirven para que éste se defienda directamente de sentimientos depresivos contra la amenaza y miedo de perder al objeto valorado (Segal, 1981, p. 86). Son quienes, con una velocidad sorprendente, se “adaptan” camaleónicamente al nuevo lugar, mostrándose cómodos, adoptando costumbres y formas de vida de una manera casi inmediata. Finalmente cada quien hace frente con lo que puede a las distintas experiencias que atraviesa, la migración es una más.
La reacción común frente a la migración es de atravesar por aspectos traumáticos, momentos importantes de crisis, que traen consigo un sentimiento de desamparo. Es lógico que esto suceda si pensamos que se pierde la madre protectora, el objeto continente, se vive una amenaza de desintegración y disolución yóica, además de que se pierden limites del yo en estas situaciones extremas (Grinberg, 1982). Por un lado la migración es una oportunidad de crecimiento y mejoría, pero por otro lado es un momento fuerte de transición que cuestiona lo más profundo de cada persona, aumentando su vulnerabilidad .
La identidad es definida por Erikson (1950) como “la suma de las identificaciones infantiles y … la confianza acumulada en que la mismidad y la continuidad interiores preparadas en el pasado encuentren su equivalente en la mismidad y la continuidad del significado que uno tiene para los demás” (p. 235). Así, es crucial el sentimiento de continuidad en la identidad del sujeto, misma que se pone en riesgo en la migración ya que la persona debe cuestionarse constantemente quién es, de dónde viene y a dónde va. Con la llegada a un nuevo escenario se pierde este sentimiento de mismidad y continuidad con uno mismo y con los demás, debe ser reconstruido con bases del pasado pero con un momento y circunstancias distintas a las acostumbradas. Se da todo un proceso de confusión y mezcla entre el lugar de origen y el nuevo lugar, deben dejarse algunas cosas viejas para así hacer espacio para la nuevo, sin embargo dejar lo conocido, lo que nos constituye como seres humanos únicos, lo que se ha construido hasta ese momento se pone en duda y es necesario que el migrante renuncie temporalmente a parte de su individualidad para así poderse adaptar y hacer espacio para elementos nuevos.
“Es indudable que las condiciones en que se realiza la migración determinan el tipo de ansiedades que se movilizan predominantemente; así como su intensidad, las defensas que se erigen contra ellas y las posibilidades de elaboración” (Grinberg, 1982, p. 21). El autor enumera tres tipos de angustias principales: depresivas, confusionales o paranoides que se pueden desarrollar antes, durante y después de la migración. Afirma que a veces puede revivirse la situación triangular edípica, cada país representando a cada padre con los cuales se identifica la persona, viéndose en la dificultad de definir con qué aspectos se queda de cada uno.
Para poder realizar la difícil transformación en su sentimiento de identidad, los migrantes deben atravesar por procesos de pérdida y cambios importantes, “ellos
no solamente duelan a personas y lugares, también lo hacen con la cultura misma” (Ainslie, 2013 ,p.665). Estos duelos pueden tener un carácter normal o patológico, y dependiendo de cómo se vivan se desarrollarán distintas perturbaciones en el individuo, y determinarán la manera en la que éste viva la “tercera individuación” (Akthar, 1995). De acuerdo con Akthar (1995), la primera individuación por la que pasa el sujeto es de la fase de separación-individuación propuesta por Mahler, la segunda se da en la adolescencia, siendo la tercera la que ocurre durante el proceso migratorio. Así, los migrantes buscan integrar y consolidar experiencias de pérdida y cambio que forman una parte esencial en la transformación masiva de su identidad. (Akthar, 1995).
Grinberg (1984) propone, en términos winnicottianos, que el migrante necesita un “espacio potencial” que le sirva de “lugar de transición” y “tiempo de transición”, entre el país-objeto materno, y el nuevo mundo externo: un “espacio potencial que “otorgue la posibilidad de vivir la migración como “juego”, con toda la seriedad e implicaciones que éste tiene para los niños” (p.13). De ahí el sentimiento de pertenencia que sienten automáticamente los compatriotas al encontrarse fuera de su país, generan grupos fuertes que, de acuerdo con Vispo y Podruzny (2002)
“puede funcionar como un espacio transicional –transitorio– para una o para varias generaciones que pueden requerirlo” (p. 223)
Grinberg (1982) explica que el éxito o fracaso de la migración depende de la pronta capacidad del individuo para reorganizarse, mientras que por su lado Garza y Guerrero (citados en Akthar, 1999, p. 1077) explican que lo que sigue al choque cultural debe ser un “fecundo crecimiento del self. Lo que empezó con una amenaza a la identidad, duelo y baja autoestima termina con la confirmación de la identidad y el autoestima” (Garza y guerrero citados en Akthar, 1999, p. 425).
La manera en la que se vivió la migración y cómo se manejó no solamente impacta a la persona que la realizó, también tiene fuerte influencia en futuras generaciones. Los hijos de los migrantes en ocasiones son quienes sufren las consecuencias de los duelos de los padres, quienes terminan elaborando lo que sus progenitores no pudieron. Además pueden ser víctimas de altos niveles de estrés y ansiedad en el caso de que sus padres residan en un país de manera ilegal, ya que constantemente están en riesgo de ser detenidos o deportados.
Crecer con estos miedos y una mezcla importante de cultura da a los hijos de inmigrantes características particulares, por un lado son criados con la cultura del país de origen pero a su vez es necesario que se adapten al lugar donde viven. El desarrollo de su identidad estará caracterizado por la vivencia pasada y actual de sus padres y dependerá, en gran parte, de la salud mental de los padres. “Si el duelo (por parte de los padres) se elaboró en su momento entonces el niño crecerá con apoyo de objetos externos reales y también con la aprobación de sus objetos buenos internos.” (Grinberg, 1982, p. 115).
Comas-Díaz y Jacobsen (citados en Ainslei et als, 2013) introdujeron el concepto de transferencia etnocultural para referirse a aspectos silenciosos que se juegan en la transferencia, como el color de piel, acento, preferencias políticas y sociales, entre otras. Aspectos que no se hablan pero que evidentemente tienen un impacto en la transferencia y que deben ser tomados en cuenta por analizando y analista y nombrados para poder ser elaborados. Éstos aspectos pueden favorecer la idealización del analista, fortalecer el sentimiento de identidad y complicidad con él, o también levantar resistencias y crear una especie de rivalidad con él. Como todo en la vida psíquica, en los aspectos migratorios debemos trabajar con la singularidad de cada individuo, finalmente “Cada migración deja marcado al sujeto que la ha vivido” (Grinberg, 1984, p. 101).
Me parece que la migración es un tema latente, en el que debemos pensar más a profundidad. En ocasiones, sobretodo hablando de política y economía, nos olvidamos de lo que atraviesa la persona que emigra y de la singularidad de cada caso, con lo que trabajamos los psicoanalistas.
 
Bibliografía

  • Ainslei, R. et als, (octubre 2013). Contemporary Psychoanalytic views on the experience of immigration, American Psychological Association, 30 (4): 663–679.
  • Akhtar, S. (1995). A Third Individuation: Immigration, Identity, And The Psychoanalytic Process. Journal of the American Pshychoanalytic Association. 43: 1051-1084.
  • Akhtar, S. (1999). Immigration and Identity: Turmoil, Treatment, and Transformation. Nueva Jersey, Estados Unidos de América. Jason Aronson Inc.
  • Beltsiou, J. (2016). Immigration and psychoanalysis: locating ourselves. Nueva York, Estados Unidos de América. Editorial Routledge.
  • Erikson, E. (1950). Infancia y Sociedad. Buenos Aires, Argentina. Editorial Paidós.
  • Grinberg, L. y Grinberg, R. (Febrero, 1984). A psychoanalytic study of migration: its normal and pathological aspects. Journal of the American Psychoanalytic Association. XXXII: 13-38.
  • Grinberg, L. y Grinberg, R. (1982) Psicoanálisis de la migración y el exilio. Madrid, España. Alianza editorial.
  • Segal, H. (1981). Introducción a la obra de Melanie Klein. Barcelona, España. Editorial Paidós.
  • Vispo C.A. y Podruzny M. (Febrero 2002). Cambios de la estructuración psíquica en la migración. Cambios psíquicos en la migración. XXIV: 232.

 
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