Masculinidades del siglo XXI

Autor: Alejandra Marín

 

 

A lo largo de la historia, la identidad de género se había concebido dicotómicamente, o eras mujer u hombre; cada cual con sus tareas a resolver. Las mujeres por lo general cumplían el rol de cuidadoras, madres, cocineras, etc. Su rol se veía definido por su capacidad de procrear y la calidad de su maternaje. Mientras que los hombres debían cumplir el rol de proveedores y protectores. Los límites de la hombría iban desde sus funciones en la sociedad, el tamaño de sus músculos y de sus genitales, la cantidad de dinero que llevaban a casa, hasta la forma en que debían, o no, vestir, etc.

Con el paso del tiempo y con los diversos eventos socio-culturales esos roles han tendido a transformarse. Por ejemplo, antes de la Revolución Industrial un hombre era apreciado por su fuerza muscular, ya que ésta le garantizaba tener un buen trabajo y así mantener el rol de proveedor. Después de la Revolución Industrial, la fuerza física ya no era tan valorada, puesto que había máquinas que cumplieran aquel trabajo, ahora lo valorado era la capacidad mental, para así garantizar un status social y continuar con su rol de proveedor. Las mujeres, mientras tanto, mantenían su posición de madres dedicadas al hogar. Con la llegada de las guerras, y la baja en la cantidad de hombres, las mujeres empiezan a trabajar, y con esto a cambiar y a cuestionar su rol asignado por la sociedad. Y aunque es verdad que los movimientos feministas empiezan antes de las guerras (Inglaterra y EEUU en el siglo XIX y XX), es hasta durante y después de éstas, que los movimientos feministas toman fuerza.

El contexto histórico es lo que va moldeando la construcción de género de cada individuo, según los retos a los que se enfrente cada género, será la manera en que se construirán sus tareas y sus identificaciones. El momento histórico de nuestro contexto socio-cultural son las luchas por la equidad de género, la violencia social, el descontento con el gobierno (en su mayoría masculina), el avance de la tecnología y las redes sociales, entre otros. Todo lo anterior impacta en la construcción de la sociedad, y por lo tanto en la construcción de género.

Si hoy en día nos preguntamos “¿qué es un hombre verdadero?” (Blechner, 2003), seguramente se obtendrían respuestas como “alguien que no hace dieta”, quizás llegaría a nuestra mente la famosísima frase convertida en meme de “macho que se respeta” o el Hombre Marlboro. Blechner comparte en su texto un chiste que escuchó durante el Pessaj que decía: “la verdadera razón por la cual los judíos caminaron en el desierto por más de 40 años, es porque como buenos hombres, se rehusaron a pedir direcciones”. El autor se cuestiona entonces “¿qué es un hombre verdadero?” un hombre “verdadero está definido por su ¿aversión a la dependencia?, ¿por no querer ver un mapa?, ¿por una tendencia al juego rudo?, ¿por tener sexo con mujeres?, ¿por la cantidad de sus relaciones sexuales y por su calidad como amante?, o ¿por el tamaño de su pene?” (Blechner, 2003)

Si en este espacio pidiera que todos aquí nos tomáramos un momento para pensar en el “hombre más hombre” ¿quién viene a nuestra mente? Nuestra pareja, un hombre atlético, un actor de películas, un leñador, un narco, un bailarín de ballet…”¿un psicoanalista?” (Blechner, 2003). Blechner planteó la misma pregunta, por supuesto nadie contestó que un bailarín de ballet. Cuando hablamos de masculinidad quizás viene a nuestra mente el ideal americano, alto, fuerte, heterosexual y “güero”. Sin embargo, es imposible hablar de una sola masculinidad, o ¿qué todos los hombres anteriormente mencionados no son hombres, son menos hombres, o no son hombres verdaderos? Será mejor hablar de masculinidades.

Las masculinidades del mexicano, en el siglo XXI, son variantes e incontables, quizás las más representativas sean: homosexuales, indígenas, “güero”, padres (solteros, que se quedan en casa, conservadores), machos, narcos, fresas etc. Y no necesariamente significa que si perteneces a un grupo, quedas expulsado de otro. La masculinidad en la actualidad tiene muchos colores y sabores. En Writing Masculinities, se dice que estamos presenciando la era del “fin de la masculinidad”. La cual abre espacio para nuevas posibilidades para los hombres como “padres, esposos, parejas, amantes, trabajadores, etc.” (Gruss, 2009).

Ralph A. Luce, Jr. (1967) dice que los niños de ahora, en especial los varones, tienen mayores dificultades para establecer una identidad de género, los hombres se enfrentan a una neutralización sexual. Este mismo autor propone que la confusión en la identidad sexual se debe principalmente a 3 factores: “(1) menor presencia del padre en casa durante la etapa de masturbación del niño (2) declinamiento de los roles tradicionales del hombre (3) los estereotipos culturales de los hombres han cambiado” (Luce, 1967). En mi opinión pensar que los cambios observados en las masculinidades, se debe a una crisis que llevará al “fin de la masculinidad”, es muy equivocado.

Supongo que cuando los hombres dejaron la fuerza física atrás para abrirle paso a la inteligencia en los negocios, se vivió una crisis en el concepto de masculinidad, más no fue el fin de ésta ¿Qué pasaba si dejaban de ser fuertes?, ¿se feminizaban?, ¿se neutralizaban? Considero que la crisis de la masculinidad, reside principalmente en la definición que se hace de identidad masculina. Es verdad que la idea de una masculinidad hegemónica sigue siendo frecuentemente empleada. Susanne Gruss (2009) dice al respecto:

Este concepto garantiza la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres. Por la primera mitad del siglo xx, la idea del hombre blanco, heterosexual y proveedor era generalmente definido como una forma de masculinidad relativamente estable y natural, mientras que otros tipos de masculinidades, tales como la homosexualidad, eran vistos como subordinados. Especialmente la idea del hombre como el “breadwinner” y la cabeza de la manutención de la casa era el modelo para que todos los hombres de una sociedad capitalista se identificaran (Gruss, 2009).

Con la lucha por la equidad de género, la masculinidad hegemónica queda fuertemente cuestionada, y por lo tanto las definiciones de masculinidad, quedan cuestionadas también. Sin embargo es importante tomar en cuenta, ¿qué favorece el entorno para que se abra la posibilidad de nuevas masculinidades? ¿Qué pasa en la sociedad que la definición de hombre abre un marco infinito de posibilidades? Y ¿necesariamente estos cabios presuponen un peligro para el hombre del siglo XXI?

Para responder estas preguntas creo imprescindible hablar de la adopción de la masculinidad, desde el psicoanálisis. Para Freud la identidad masculina se obtenía en el complejo de Edipo, cuando el varón, amenazado por la castración, renunciaba a su madre como objeto de amor, para ser como su padre con la promesa de que algún día tendrían a una mujer como su madre. El varón se veía obligado a identificarse con su padre.

Otros autores (Brukhalter y trabajos citados) proponen como tesis que el hombre a la hora de construir su masculinidad sufre, inevitablemente, una ruptura con su primer objeto de identificación, que es la madre. Bollas citado en Burkhalter (2015) sugiere que para adoptar un género, es necesario pasar del orden maternal al paternal, y esa experiencia es vivida como un exilio. La “sociedad espera que los hombres adopten una identidad de rol de género, que difiera enormemente de aquellas que se aprendieron primero del primer objeto de amor” (Burkhalter, 2015).

Estos autores dicen que el varón se identifica primero con la madre, ya que con ésta es con quien se establece la primer relación de objeto. Sin embargo, cuando atraviesa el complejo de Edipo, el pequeño es obligado a renunciar a ese objeto de amor y de identificación, con la promesa de obtener a una mujer así en su vida futura. Said, citado en Burkhalter, nombra “exilio” a esta experiencia, ya que al igual que el exilio, esta experiencia es vivida como una pérdida.

Pero tampoco necesariamente significa haber sido cortado, aislado e irremediablemente separado de tu ligar de origen, sino que significa estar en un estado entre no estar completamente acomodado con el nuevo setting, ni estar completamente separado del antiguo. Involucramientos a la mitad y desapegos a la mitad, nostálgico y sentimental en un nivel, y la adopción de una mímica o un secreto en otro nivel (Burkhalter, 2015). La consciencia de exilio remite a pertenencia (de ambos lugares) y al estado de separación no deseada (Burkhalter, 2015).

Burkhalter (2009) cuenta una anécdota personal en su texto, que me parece material muy valioso para ejemplificar lo que significa para el hombre voltear de la madre, al padre:

El autor relata una experiencia personal, en la cual se encuentra parado frente a su cama. En ella se encuentran su esposa y su hijo de 3 años entrelazados, formando casi un cuerpo, la escena era de una intimidad profunda. Primero sintió orgullo, alegría y emoción, sin embargo después de unos minutos empezó a sentir extrañamiento, hasta el punto del llanto. Él no quería interrumpir la escena, así que la observó desde lejos. Desde su punto de vista de observador, inadvertido, lentamente comenzó a sentirse profundamente melancólico. Él quería perseverar esta visión, en parte por su hijo, pues él sabía que aquello no duraría para siempre. Y por otra parte, por sí mismo, ya que quería recordar que él también vivió aquella escena, y sabía que jamás podría volver a experimentarla. Después de un tiempo se volvió insoportable estar ahí y salió de la habitación, dejándole el resto del día un vago cuestionamiento sobre si él mismo había tenido esa misma experiencia. Se percató que se había encontrado con una teoría psicoanalítica en relación a la masculinidad, que es, cuando el niño tiene que alejarse de la madre para adoptar una identidad masculina (Burkhalter, 2015).

Él continúa diciendo que “maduramos y con la experiencia de las relaciones con otros, se gana cierto sentimiento de independencia, que va acompañado de una represión de nuestros orígenes. El crecer, en esta historia, involucra pérdidas de las cuales buscamos compensación, aquellas pérdidas incluyen la de adoptar un género” (Burkhalter, 2015). Es vivido como una pérdida, pero a la vez es vivido también como un nuevo triunfo, pues el infante ha ganado la identidad de género.

Este autor explica que el haber conquistado ese terreno, también reedita ciertos temores en el varón, ya que la “madre” tiene una presencia que lleva al bebé a experimentarla como omnipotente, una experiencia que el dependiente bebé vive tanto segura como temeroso de volver a caer en ella. Asociaciones inconscientes relacionadas al orden maternal están relacionadas con aniquilación, desintegración, re-engolfamiento e impotencia. Y dado que la masculinidad no valoriza la pasividad, vulnerabilidad, para un niño crear una identidad masculina, también conlleva terrores relacionados a la feminidad (Burkhalter, 2015).

Para calmar aquellos terrores al niño se le ofrece el “idea de la masculinidad” porque de esa manera asegura sus límites, para lograrlo repudia todo lo que se asimile a esos límites. “La masculinidad no busca sólo poder y exclusividad, también busca certeza” (Burkhalter, 2015). Aquella certeza se logra externando todo lo que atente contra su concepto de masculinidad, todo aquello que se salga de los límites con los que él se identifica como hombre. El definirse como hombre.

Basados en la tesis anterior, Barrat y Strauss (1994) nombran algunos movimientos que han tenido cierta prominencia, tales como: “Man’s Movement”. Éste nace en respuesta a la incertidumbre frente a la sexualidad y el género, articulado como causa de la pérdida de las nociones tradicionales masculinas. Con frecuencia los teóricos de este movimiento afirman que es necesario regresar a la naturaleza primaria de lo que significa ser hombre, regresar a la esencia verdadera. Pero ¿cuál es la esencia verdadera?

Regresar a esos límites sería regresar el tiempo histórico y cultural. Pero, ¿regresar a cuando los hombres tenían bien marcados esos límites y cualquier característica que no perteneciera resultaba persecutorio? Lo hemos escuchado en muchos seminarios a lo largo de la formación, anteriormente había más paranoia que homosexualidad, esto se debía a que la expresión de la enfermedad según el contexto favorecía la sintomatología paranoica. En el siglo XXI, el contexto favorece la homosexualidad, y en consecuencia parece haber más homosexuales que paranoicos.

Cuando se cuestiona la masculinidad del hombre moderno, me pregunto si realmente hay una crisis o simplemente el hombre de la actualidad tiene mayor permiso para expresar síntomas y actitudes que antes eran definidas como femeninas, enfermas, poco masculinas, etc. El hombre quizás ya no se siente tan amenazado de contactar con aquellas partes femeninas, que antes ponían en tela de duda su identidad como persona. “El hombre postmoderno se enfrenta a los placeres postfálicos que van más allá de las posiciones fijas de masculino/femenino, y en contra de la fenomenología del “fucking/ being fucked” (Barrat & Strauss, 1994).

El problema actual de la masculinidad es que aún en la sociedad en que vivimos, en especial en la mexicana, está muy arraigada la idea del hombre macho, en donde la mayoría de los hombres se aceptan “en la posición ilusoria del falo, y en vez de eso, se tiene que aceptar que no hay otra masculinidad que la masculinidad castrada” (Barrat & Strauss, 1994). En México, el hombre se representa a sí mismo como el fuerte y el que todo lo puede, es un problema para las mujeres, pero también para los propios hombres. Son ellos los que delimitan su poder de acción y se entraman en la trampa de lo que es ser hombre.

Gruss (2009) dice que la masculinidad queda construida a partir del pene, y de su relación contrastante con la feminidad. La masculinidad es el lugar de la autoridad simbólica, el falo es el “master-signifier”, mientras que la mujer esta definida por la falta (Gruss, 2009). Si el hombre no cumple con lo esperado, entonces está en falta, y es por lo tanto es ¿mujer? Es común hablar de la “pérdida de la masculinidad, cuando en realidad debería de verse como una redefinición de ésta” (Blechner, 2003).

En México la concepción del hombre es muy variada, va desde el narco, el macho, hippster, fresa, metrosexual, soltero, padre, hijo, travesti hasta el padre que se queda en casa y cumple con las funciones maternas. Si tratamos de definir al hombre a partir de lo “tradicional” se cae en la ilusión de que la masculinidad es una sola. Aunque en México aún está muy arraigada esa idea de lo masculino, también es verdad que empieza a haber cambios, sobre todo con el paciente que día a día vemos en el consultorio.

El psicoanálisis describe al sujeto que está atravesado por la cultura y el lenguaje. Todos los textos que describen la masculinidad desde el psicoanálisis, son fuertemente criticados por una visión “machista” y “convencional”. Sólo hablan de Freud y Lacan para después destruir sus tesis con críticas mortales, algunas con y otras sin fundamento. Creo que para la época Victoriana, aquella descripción del hombre era exacta, pues se sostenía en la clínica y en la cultura.

Blechner dice que cuando Freud caracterizó la vagina como la falta del pene, en realidad estaba identificando una parte inmutable de lo inconsciente, “estaba identificando una metáfora que expresa como la sociedad occidental había estructurado la masculinidad y la feminidad” (Blechner, 2003) Nos toca pensar que repercusiones tiene esta visión de la masculinidad y la feminidad en lo inconsciente, así como también preguntarnos si sigue habiendo validez en aquella tesis.

Ahora, ciertamente, esa definición empieza a resultar inconclusa e incluso hasta cómica. Para hacer una descripción de género es imprescindible no olvidar el momento en que se hace la crítica o la definición. La difícil tarea del psicoanálisis es estudiar qué es la masculinidad para el hombre del siglo XXI, cuál es el significante que está amarrado a ese significado que parece tan conocido y delimitado, pero cuando nos detenemos a analizarlo de forma más profunda, nos damos cuenta –casi instantáneamente- que la masculinidad ya no tiene los límites con los que crecimos, que la masculinidad es cuestionada y amplia en cuanto a variables y circunstancias.

Los hombres de hoy en día quizás no tienen que hacer este divorcio dramático con la madre, quizás no tienen que negar toda aquella primera identificación para poderse construir como hombres. El hombre, en esta cultura, puede adoptar esas partes femeninas que fueron parte de sí, sin perder su identidad de género. El contexto socio-cultural permite la expresión de muestras de afecto, permite que los padres se acerquen más a sus hijos y que tengan mayor sensibilidad para innumerables temas.

Para trabajar con perspectiva de género en el consultorio, es nuestra tarea traer la masculinidad a nuestra mente, desarticularla para volverla a construir según el contexto en el que nos encontramos.

 

Bibliografía

  • Barrat, B. B., & Strauss, B. R. (1994). Toward postmodern masculinities. American Imago, 37-67.
  • Blechner, M. J. (2003). Maleness and Masculinity. Contemporary Psychoanalysis, 597-613.
  • Burkhalter, T. (2015). Imagining masculinities through an exilic consciousness. Studies in gender and Sexuality, 290-303.
  • Gruss, S. (2009). Writing Masculinities. En S. Gruss, The pleasure of the feminist text (págs. 149-193). New York: Radopi.
  • Luce, R. A. (1967). From hero to robot: masculinity in america-stereotype and reality. Psychoanalytic Review, 54-74.