divan-1533532Por: Diego Díaz de León
Cuando pensamos en intimidad, dos palabras que se escuchan comúnmente son cercanía y confianza. Sin embargo, considero que el concepto es mucho más complejo para reducirlo a eso, especialmente en una relación tan singular como aquella que se crea en un espacio analítico.
Partiendo de la idea de que la transferencia es un fenómeno que se da en el mundo externo, pero sólo en el espacio analítico es en donde se descubre, se muestra, se piensa y analiza para así comprenderla, podemos pensar que la relación analítica es una relación con cualidades específicas, que la hacen diferente a las que cualquier persona establece con otra en la vida diaria.  El presente trabajo tiene como objetivo exponer la base de una construcción teórica personal de aquello que sucede transferencialmente y contratransferencialmente en la relación analítica, distinguiéndola como única para entonces formular una comprensión del concepto de intimidad, el cual, a mi parecer, va más allá de la confianza y de la cercanía.
El fenómeno que tiene la mayor importancia en la terapia psicoanalítica es la transferencia. Este fenómeno fue descubierto por Freud, como menciona Racker (1986), al percatarse de la aparición de deseos y sentimientos eróticos u hostiles hacia su persona, los cuales parecían no corresponderle.  Estos deseos y sentimientos afectaban al proceso analítico, pues “en lugar de recordar aquel complejo, el paciente reproducía uno u otro sentimiento contenido en el mismo complejo, refiriéndolo –“a través de un enlace mental equivocado”- a la persona del médico” (Racker, 1986, p. 21). Esto parecía surgir en determinados momentos del análisis, cuando éste parecía llegar a un punto sensible del pasado del analizando. En el diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis (2004), “la transferencia designa, en psicoanálisis, el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación analítica. Se trata de una repetición de prototipos infantiles, vivida con un marcado sentimiento de actualidad…”
Etchegoyen (2014) explica que Freud se ve inmerso en una situación transferencial con la paciente Anna O. Sin embargo, no se percató de ello hasta los comienzos de la década de los 90, cuando ve que Breuer vivió una situación similar. Menciona que es en 1893, diez años después, que Freud empieza a escribir sobre el fenómeno, hasta que en 1895 publica el texto llamado “Sobre la psicoterapia de la histeria” en el que define a la transferencia como una “singular relación humana entre el médico y el enfermo a través de un enlace mental falso”. Finalmente, Freud en 1912, expone todas las ideas que ha desarrollado en su teoría de la transferencia, en el texto llamado “Sobre la dinámica de la transferencia” (Etchegoyen, 2014).
La relación analítica, entonces, queda constituida por un analista y un analizando, entre los cuales suceden diferentes procesos, en un contexto específico, que permiten y fomentan la transferencia. Racker (1986)  menciona que en esta relación el analista no es el único que “opera” ya que es necesario que el analizando “co-opere”.  Por lo anterior, podemos entender que en la relación analítica nos encontramos con dos posiciones, la activa y la pasiva. Ambos integrantes pueden instalarse en cualquiera de ellas. Sin embargo, considero que para que el análisis progrese, es necesaria la cualidad dinámica, la cual describe la ida y vuelta de cada integrante a una posición o a la otra, es decir, tanto el analista como el analizando pueden ser pasivos o activos. Por ejemplo, el analista se coloca en una posición activa al realizar una interpretación y el analizando se coloca en la misma al brindar material durante el análisis. De igual forma, el analista puede estar en una posición pasiva al recibir aquello que el analizando expone, verbalmente o no, y por otro lado, el analizando, en la misma posición, recibe las interpretaciones. Llegamos entonces a un punto complicado, pues podría parecer que son excluyentes; sin embargo, pensarlo así sería caer en un error. Es por esto que quisiera proponer una esquematización personal centrada a dos tipos de posiciones, las primarias y las secundarias. Tomo como posición primaria aquella que es la más clara en la situación analítica, y como posición secundaria aquella que es contraria a la primaria y sucede simultáneamente. Por ejemplo, como posición primaria podemos encontrar al analista en una posición pasiva, recibiendo el material del paciente. Simultáneamente, se establece la posición secundaria, es decir una posición activa, en la que el analista, mientras recibe el material, lo piensa, construye, le da forma, lo metaboliza. Con el analizando sucede lo mismo. Como posición primaria puede encontrarse en una posición pasiva recibiendo la interpretación del analista, y simultáneamente como posición secundaria, puede encontrarse en una posición activa reaccionando afectivamente a ésta, pensándola, etc.
En este punto quisiera introducir el término de la pareja analítica. Etchegoyen en su libro “Los fundamentos de la técnica psicoanalítica” muestra posturas y construcciones teóricas de diferentes analistas que pueden estar a favor o en contra del concepto.   Menciona que “analistas de diversas escuelas creen firmemente en que la situación analítica, en cuanto encuentro de dos personalidades, queda de alguna manera determinada por ello, por ese encuentro, por la pareja” (Etchegoyen, 2014). Concuerdo con esta postura y me gustaría incluir fragmentos de otras más específicas, pues con algunas partes no coincido, para así construir una concepción del término. Los esposos Baranger afirman que, “el campo bipersonal de la situación analítica, es un campo de pareja que se estructura sobre la base de una fantasía inconsciente que no pertenece solamente al analizado, también al analista. El analista no puede ser espejo, si más no fuera porque un espejo no interpreta” (Ibíd., 61). Liberman menciona que el paciente retroalimenta los aciertos, pero también los errores del analista, lo cual generará una cierta dificultad en el análisis (Ibíd., 63). Pienso que ambas respuestas del paciente son parte del proceso analítico “normal”, ambas dan material para trabajar, ambas muestran el mundo interno del paciente, ambas pueden revelar resistencias así como remarcar la relación transferencial que se está estableciendo. Por otro lado, estoy de acuerdo con Liberman, pues considero que sí puede generar dificultad en el análisis y pienso que se debe a todo aquello que las respuestas y reacciones del analizando puedan generar en el analista. Por ejemplo, suponiendo que las participaciones del analista sean retroalimentadas siempre como errores, el analista podría sentirse rechazado, devaluado y como reacción a esto, podría buscar constantemente la aprobación del analizando perdiendo la neutralidad. Quisiera aquí introducirnos al fenómeno de la contratransferencia. Es importante mencionar que aquello que planteo a continuación, no tiene la intención de ser pensado como críticas a nosotros analistas, pues al ser un fenómeno que todos experimentamos y reacciones que todos podemos llegar a tener, puede tomarse como personal y se pierde aquello que es realmente importante, es decir, entender lo que sucede o puede suceder en la relación analítica.
“La realidad constante de la transferencia es respondida por la realidad constante de la contratransferencia, y viceversa” (Racker, 1986). En otras palabras, la relación del analizado con el analista, es lo esencial técnicamente. Es por esto que tenemos que adjudicar significado central también a la contratransferencia, pues excluirla del proceso analítico, sería excluir al analista de la relación transferencial, ya que es a través de ella que sentimos y podemos comprender lo que el analizando siente y hace en ésta, y lo que siente y hace frente a sus instintos y sentimientos hacia el analista (ídem).
Freud señala que la respuesta interna total del analista es decisiva para la comprensión e interpretación de los procesos psicológicos del analizando (ibíd., p.70). Racker (1986) menciona que podemos encontrar dos tipos de identificaciones en la contratransferencia. Una parte resulta de la identificación del analista con el yo y ello del analizando, la cual tiene como nombre la identificación concordante. La otra parte resulta de la identificación del analista con los objetos internos del analizando, la cual se llama identificación complementaria. Ambas pueden darse en una sesión de psicoanálisis, por lo que el analista debe disociar su yo. Una parte del yo quedaría como vivencial, irracional. En otras palabras, permitirse sentir y vivir todo aquello que el analizando está generando y todas aquellas identificaciones que el analista está formando. La otra parte del yo quedaría como racional, observador. Es decir, se da cuenta de aquello que sucede en la relación transferencial y contratransferencial, y es capaz de pensarlo y devolverlo al analizando.
Es por esto que Racker (1986) explica que la transferencia es lo resistido, y regresa por la compulsión a la repetición. En palabras sencillas lo explica de la siguiente manera:
“Existe en cada persona una determinada constelación interna que contiene determinados impulsos, objetos, angustias, defensas, etc. Todo objeto externo real adquiere el significado de una u otra parte del yo (y ello) o de uno u otro de los objetos internos, dependiendo este significado de aquella disposición constelacional del momento y de las características reales del objeto externo” (Racker, 1986).
Recordando que la transferencia es un fenómeno que se da dentro y fuera del consultorio, pero solamente en el análisis se descubre y muestra, podemos entender que es aquello que sucede en el analizando. Sin embargo, Racker menciona, “existen en cada persona”, por lo cual no podríamos entonces excluir al analista del mismo proceso. Racker (1986) lo sostiene de la siguiente manera:
“Análogamente, también la contratransferencia es, en ciertos aspectos, lo resistido, vuelve por compulsión a la repetición, o sea porque es la expresión de la constelación interna del analista, estimulada por el analizando, quien representa para aquél una u otra parte de su yo (y ello) o uno u otro de sus objetos. Análogamente a la “neurosis de transferencia”, existe una “neurosis de contratransferencia”… Se debe a que la identificación con los objetos transferidos del analizando implica la vivencia de las angustias y defensas patológicas de estos objetos ” (ídem.)
Podríamos entonces pensar que no sólo es el analizando el que introduce sus objetos en la relación analítica, también los objetos del analista así como el mundo interno de éste se ponen en juego. Pensando que el mundo interno del analista se encuentra presente en la relación analítica, tenemos que considerar la angustia. Racker (1986) explica el papel de ésta como “ …señal de peligro es un guía para el analista. Se manifiesta en diversas formas y grados, desde sensaciones de tensión hasta violentas irrupciones de angustia, de contenido paranoide o depresivo. Las sensaciones de tensión son frecuentemente consecuencia de la percepción de resistencias del analizando, que pueden ser vividas por el analista como un peligro para sus intenciones terapéuticas…Es sólo uno de los factores cuya resultante es la angustia contratransferencial…” (ibíd., pp. 73)
 
Y continúa:
“El otro es la percepción (inconsciente) del analista del peligro interno, por ejemplo, del peligro de ser frustrado por un objeto interno propio, de ser víctima del propio masoquismo o de sus propias contrarresistencias.” (ibíd., pp. 74)
Entenderíamos entonces que en la relación analítica se utiliza constantemente la identificación proyectiva, pues son objetos y procesos internos aquellos que son colocados tanto en el analista como en el analizando y que a partir de la identificación que se forma, se establece la transferencia y la contratransferencia. Considero que al surgir angustia en la contratransferencia, como fue expuesto anteriormente, no podemos excluir los mecanismos de defensa del analista. Para mantener la claridad, propongo que llamemos al campo en el que sucede todo lo expuesto anteriormente, espacio analítico.
Este espacio resulta bastante complejo pues podemos encontrar mínimo 6 objetos, los cuales son el analizando y el analista, así como los objetos primarios de cada uno (podríamos incluir también al analista y al supervisor del analista, dando un total de 8 objetos como mínimo a considerar dentro de un proceso analítico), así como mecanismos de defensa de ambos, una serie de identificaciones proyectivas que generan identificaciones en el analista y en el analizando. Éstas las podríamos dividir como Racker las divide, las identificaciones concordantes (2nda tópica) y las identificaciones complementarias (objetos internos), resistencias y contrarresistencias, así como la relación que cada uno de los integrantes de la pareja analítica tiene con cada uno de los objetos y procesos mentales que se encuentran “presentes”.  Este espacio, entonces, resulta un espacio de intercambio entre mundos internos.
La Real Academia Española define a lo íntimo como: “lo más interior o interno. Dicho de una amistad: muy estrecha. Dicho de un amigo: muy querido y de gran confianza. Perteneciente o relativo a la intimidad o que se hace en la intimidad.” Y la intimidad es definida como “amistad íntima” o “zona espiritual íntima y reservada de una persona o de un grupo, especialmente de una familia” (Real Academia Española, 2016). Pienso que la intimidad analítica va más allá de la confianza y la cercanía, pues como fue expuesto anteriormente, resulta en el intercambio entre dos mundos internos.
Finalmente, considerando lo expuesto anteriormente y remarcando la compulsión a la repetición como un fenómeno necesario para el establecimiento de la transferencia y la contratransferencia, y que ambos son aquello fundamental y distintivo del psicoanálisis, pensaría que el espacio analítico podría ser considerado como la repetición del espacio que crean una madre/padre y el bebé, en el que también podríamos encontrar el intercambio mencionado anteriormente, mecanismos de defensa de ambos, la disociación del yo por parte del padre/madre para comprender aquello que el bebé siente, los objetos internos de los padres se ponen en juego, etc.

Bibliografía

  • Laplanche, J., & Pontalis, J.-B. (2004). Diccionario de psicoanalísis. Buenos Aires: Paidós.
  • Etchegoyen, R. H. (2014). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (3ª ed., 1ª reimp. ed.). Buenos Aires: Amorrortu Editores.
  • Racker, H. (1986). Estudios sobre técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós.
  • Real Academia Española. (2016). Real Academia Española. Recuperado el 06 de 06 de 2016, de Real Academia Española: http://www.rae.es/

 
 
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