Los sueños como espacio transicional
Autor: María Salamanca
 
“Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.
Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.”
-Edgar Allan Poe, El Cuervo.
 
¿Qué lugar es mas extraño para el ser humano, que el mundo de los sueños? Es familiar y a la vez nos resulta ajeno, algunas veces luminoso y esclarecedor… otras oscuro, tenebroso, ominoso. Es lo anhelado y lo aterrador, es lo inevitable.
Muchos han hablado de los sueños, desde quienes los relatan por la mañana o los escriben en una libreta, hasta quienes intentan darle significados mágicos y sobrenaturales, el ser humano de una u otra manera, ha sentido desde hace mucho tiempo la necesidad de acercarse al fenómeno del sueño, ya que este no permanece callado al despertar, sino que se filtra en la vida de vigilia y se queda con nosotros ya sea con una imagen o una sensación placentera o perturbadora. El psicoanálisis no ha sido la excepción, el abordaje que ha tenido del soñar ha ido desde conceptualizar los sueños como un mero proceso que “cuida” nuestro dormir como un guardián, hasta pensarlos como una función que le da a nuestra menta la capacidad de pensarse a sí misma y pensar el mundo que la rodea (Ogden).
Bollas señala que “Podemos pensar el soñar como un impulso que se encuentra tras una necesidad filogenética de reportar el sueño, es decir, de escuchar el sueño y la interpretación misma del sueño”. Los sueños fueron llamados por Freud “la vía regia al inconsciente”. En ellos encontramos representaciones de lo vivido no solo durante el día, sino durante toda nuestra vida, hoy podríamos pensar que los sueños, de cierta manera, nos muestran nuestro mundo interno, aquella oscuridad en donde nos relacionamos con las representaciones de nuestros objetos internalizados y donde el eco de las ausencias no puede ser negado, no porque sea algo estático e irreparable, sino porque justamente, el sueño es un fenómeno dinámico, en el que constantemente se piensa y se reinterpreta nuestro mundo interno, adquiriendo así nuevas dimensiones y dando a nuestra vida de vigilia una mayor profundidad.
 
Los sueños en Freud
Meltzer agrupa las propuestas Freudianas de la teoría de los sueños en 5 etapas:

  1. El sueño como “el guardián del dormir”. “El sueño es el guardián del dormir, no su perturbador” (Freud, p. 245). Esta perspectiva, limitaba al sueño a una cuestión meramente fisiológica. Representa un momento en el que Freud ve el sueño desde una perspectiva médica, relacionada con la intensidad del estímulo como criterio para permanecer dormido o despierto, esta perspectiva es propia de su época, pero al mismo tiempo, en el mundo de la literatura y el arte se hablaba de personajes que son “perseguidos” por sus sueños y perturban los mismos, lo que hacía inevitable profundizar sobre el contenido del sueño.
  2. El sueño como cumplimiento de deseo. “El sueño aparece a menudo como multívoco. No sólo es posible, como lo muestran los ejemplos, que en él se reúnan varios cumplimientos de deseo, sino que un sentido, un cumplimiento de deseo, vaya cubriendo a los otros hasta que debajo de todos tropecemos con el cumplimiento de un deseo de la primera infancia.” (Freud P.232.).
  3. Contenido latente y manifiesto del sueño. Meltzer señala que aquí, lo difícil y de cierta manera limitante es encontrar “el sueño original” como si fuera uno, esto hace que se caiga en contradicciones.
  4. El sueño como censura.
  5. El trabajo de sueño. Los últimos dos puntos se basan principalmente en que Freud consideraba que los sueños no podían expresar directamente la verdad, o incluso, que no podían expresar algo nuevo (Meltzer). Aquí se agrega en el apartado H, el concepto de afectos en el sueño, pero la limitante es que Freud habla del afecto como manifestaciones de significados y no como contenedores de significado.

 
Para Meltzer, el desarrollo de la teoría de Freud inevitablemente topa con limitaciones debido a su conceptualización de la mente, fue con las ideas de Melanie Klein, quien habló de la importancia de la fantasía (phantasy), que el modelo de la mente comenzó a expandirse y a dar lugar para pensar en un espacio en el interior de la persona, tan real como el mundo externo pero dentro de uno mismo. Autores como Bion y Winnicott teorizan en base a este “mundo interno” en donde constantemente se elaboran las experiencias vividas con los objetos nuevos, así el mundo interno nos da una posibilidad de resignificaciones constantes.
 
Sueños y relaciones objetales
Winnicott habla del Espacio transicional como “una zona intermedia de la experiencia a la cual contribuyen la realidad interior y la vida exterior”. (Winnicott, 1971, Realidad y juego). Es en estos espacios transicionales en donde los objetos van adquiriendo representabilidad mental.
Los primeros modelos de comunicación entre la madre y el hijo tienen que ver con secuencias de placer/displacer, que se relacionan con que tanto frustra o gratifica una madre y si esta mantiene un equilibrio óptimo en el cual sepa comprender las necesidades de su bebé sin que esto implique abrumarlo con su presencia y con sus cuidados. Winnicott llama “holding”, al proceso en el que la madre da un sentido de continuidad al bebé, es decir, el bebé se siente sostenido a través del tiempo, la palabra misma remite a una madre abrazando de manera tierna y firme a su bebé. (Ogden, 2005) Para llevar a cabo este proceso la madre debe tener un estado emocional que le permita experimentarse a sí misma al mismo tiempo que deja que su bebé la experimente a ella, este estado se denomina “preocupación materna primaria”.
Así la madre “le presta” un espacio a su bebé en ella, al mismo tiempo que le da espacios reales para sentir la frustración (es decir, le da entrada a la realidad, por ejemplo, del cuerpo), es ahí donde el bebé puede comenzar a pensar a su madre como objeto y es ahí en donde puede pensarse a sí mismo, es decir, se diferencia del mundo externo. Encontrar un equilibrio en esta forma de comunicación entre madre y bebé depende en gran medida en fenómeno de la identificación proyectiva (M. Klein), el exceso de estimulación puede inhibir el self del bebé derivando en un falso self (en el mejor de los casos) mientras que una modulación óptima de los estímulos permite las acciones espontáneas del bebé y el asombro de su madre ante estas, así es como puede surgir el self. (Ogden, 2005)
“No hay mayor experiencia estética que el ver a una madre con su bebé, la manera en la que se complementan nos hace pensar en la existencia de una perfecta simetría, no solo en la parte física, sino también en la parte emocional. Esta imagen nos invita a visualizar un bello intercambio de universos internos, uno ya consolidado y otro al poco tiempo de su Big Bang… La ordinaria y bella madre devota se entrega al vivir de su ordinario y bello bebé, prestando por un tiempo, su propia capacidad de soñar.” (Distel, 2012)
Estos fenómenos ocurren dentro de espacios transicionales, donde la realidad exterior coexiste con una realidad interior. Bion habla de la función continente-contenido, la cual consiste en procesar (soñar) aquellos pensamientos que derivan de las experiencias emocionales vividas. Esta función representa la interacción dinámica entre los pensamientos inconscientes (lo contenido) y la capacidad de soñar y pensar esos pensamientos (el continente). Esto se encuentra íntimamente relacionado con la función alpha que en un inicio es realizada por la madre, hasta que el niño es capaz de soñar por sí mismo.
El concepto de “holding” de Winnicott y de “continente- contenido” de Bion arrojan luz sobre nuevas posibilidades de la constitución del sujeto, y de su vida diurna y onírica como elementos indisolubles. Con base a estos elementos teóricos podríamos pensar en los sueños como aquello que le da una tercera dimensión a nuestro pensamiento, la dimensión de profundidad.
El soñar, permanece como un espacio mental interno, como un remanente de aquel espacio transicional en el que pudimos diferenciarnos del mundo externo al mismo tiempo que internalizamos a nuestros objetos primarios, logrando generar una constancia objetal, logrando tolerar la frustración y pudiendo así fantasear, pensar, simbolizar y soñar.
Pudiera ser que en el sueño elaboramos las relaciones con estos objetos y con nosotros mismos, marcadas por la interacción, la constancia, el cambio e incluso la pérdida. Cómo nos relacionamos con nuestros objetos internos determina nuestro mundo interno (realidad interna) y por lo tanto determina como nos vivimos a nosotros mismos y como nos relacionamos con el exterior.
 
Repercusiones clínicas de este enfoque
Como he mencionado anteriormente, me parece que una de las observaciones críticas que hace Meltzer a la teoría clásica de los sueños tiene que ver con las limitaciones que presenta su modelo de la mente, ya que los fenómenos onircos (al igual que las emociones) quedan representados como manifestaciones resultantes de un proceso y no como parte del proceso mismo. Poder ver el sueño como en evento en donde se representan y reactivan relaciones de objeto puede ayudarnos a dar otra interpretación a fenómenos como los trastornos del sueño o a las pesadillas.
Por ejemplo, Ellman señala que los estudios sobre el sueño exhiben una alta correlación entre los transtornos de sueño en la infancia y el apego maternal inseguro.
“El sueño contribuye a la construcción de un modelo cognitivo interno, un recordar adaptativo del complejo de eventos y objetos que han sido tranquilizadores en el pasado. A los tres meses, las variables, relacionales (respuesta parental al despertar del bebé) y variables del sueño (nivel de “sueño quieto (quiet sleep)”) predecían significativamente la habilidad del bebé de “calmarse a sí mismo” a los 12 meses” (Burnham, Goodlin-Jones, Gaylor y Anders, 2002).
Por otra parte, el fenómeno de las pesadillas, ya no sería pensado como un sueño que “falló” en su misión de mantener el dormir, sino como una manifestación de la función de holding del objeto, Ellman señala: “Las pesadillas, involucran un miedo exacerbado así como una falla del objeto de regular ese miedo.”
Considero que hay situaciones clínicas en las que sería de particular importancia rescatar este enfoque en los sueños, por ejemplo, durante el proceso del duelo por la pérdida de algún objeto significativo o durante la adolescencia, que es una etapa en la cual se reeditan procesos de separación- individuación, identificatorios y de duelo. Estas etapas se caracterizan por precipitar fenómenos regresivos importantes, que despiertan ansiedades arcaicas, la ansiedad de vivir en un mundo sin objetos no sería la excepción, no solo implicaría el no ser amado por otros sino también el no poder ser amado por uno mismo, implicaría oscuridad, dejar de existir ya que es a través de los objetos que nos descubrimos a nosotros mismos, implicaría la muerte psíquica.
Tanto en el duelo como en la adolescencia se presentan fenómenos del sueño como el insomnio y la hipersomnia (caracterizada por un sueño no reparador), incluso se reporta un “miedo a dormir”, hay una evidente relación en la mayoría de los casos entre dichos trastornos y la angustia de muerte. Citaré un ejemplo: a dos años de comenzar su análisis una paciente perdió a su joven hermana de manera inesperada y sorpresiva, comenzó a reportar un agudo insomnio (a pesar de que siempre había tenido excelentes hábitos de sueño), así como miedo a dormirse y soñar con su hermana, refería que le daba miedo soñarla ausente o en actitud hostil y persecutoria. Poco a poco la imagen escindida de su hermana fue apareciendo como un objeto mas integrado y los sueños adquirieron un tono menos esquizo-paranoide y mas depresivo.
Me parece que es aquí, ante la pérdida y la regresión, en la ansiedad de quedar inmersos en la oscuridad, el sueño representa aquel lugar en el que podemos relacionarnos nuevamente con aquellas representaciones. De ahí la posibilidad de ser tan satisfactorio como aterrador.
 
Conclusión:
Como señala Meltzer, Bion nos ha dado una teoría que nos permite entender el pensamiento como la ingestión y digestión de las experiencias emocionales. Gracias a las aportaciones de él en conjunto con Klein comprendemos que hay un mundo interno en constante movimiento, cada día resignificamos nuestra propia existencia, y los sueños funcionan como ese escenario donde re-actuamos, ensayamos, y sobretodo donde vivimos un tercio de nuestras vidas.
“El soñar como forma de pensamiento inconsciente es equivalente al juego de los bebés o niños” (Meltzer), sobre esta premisa se construye una nueva teoría de sueños que tiene que ver con la interpretación y la simbolización, es decir, el sueño no es un resultado, sino que es la acción misma de elaborar.
En fenómenos de naturaleza mas regresiva que implican reelaboraciones de los objetos y del mundo interno (es decir, de ¿quiénes somos ahora que tuvimos aquella pérdida?) como lo son el duelo o la adolescencia, se hace mas evidente este uso del sueño como un espacio en el que podemos reacercarnos o alejarnos, escindir o integrar, fusionar, desplazar, proyectar y jugar con los objetos a través del ensayo y error.
 
Bibliografía
 

  • Meltzer, Donald. Dream Life: A re-examination of the psychoanalytic theory and tecnique. The Harris Meltzer Trust, 2009.
  • Grotstein S. James. A Beam of Intense Darkness: Wilfred Bion’s Legacy to Psychoanalisis. Karnak Books, 2007.
  • Bollas, Christopher. The Freudian Moment. 2nd edition, Karnak Books, 2013.
  • Winnicott, Donald. Playing and Reality. Routledge, 1991.
  • Ogden, H. Thomas. This Art of Psychoanalysis: Dreaming Undremt Dreams and Interrupted Cries. New Library of Psychoanalysis, 2005