kayamandi-1225362Por: Valeria De La Rosa
La globalización ha traído consigo el avance tecnológico y el auge de los medios de comunicación. Estos han difundido en todos los rincones del planeta los estilos de vida de las sociedades occidentales con un alto grado de desarrollo urbano, caracterizados por un alto nivel de consumo. Junto con ello, se han acrecentado también las diferencias socio económicas entre los países. Actualmente, para alcanzar el estilo de vida deseado, o simplemente para subsistir, muchas personas se ven obligadas a migrar a países industriales en donde se convierten en mano de obra barata. Desde sus mismos inicios, la era moderna fue una era de gran migración.
 
La globalización ha facilitado, por un lado, movimientos en masa, y por otro, el enriquecimiento de un pequeño sector de la población a expensas de otros. Esto ha dado como resultado países con una gran mezcla de personas de distinta procedencia, así como la presencia de diferencias de clase cada vez mayores. Se hace cada vez más visible una “población excedente” que es la víctima colateral del progreso económico, y el resultado innegable es la exclusión social de quienes podríamos llamar “residuos” de la civilización.
Del latín “exclusio”, exclusión se refiere a la acción y efecto de quitar a alguien o algo de un
lugar, descartar, rechazar, o negar posibilidades. Dentro de las ciencias sociales, se utiliza para nombrar la situación social desfavorable de una persona o de un grupo de individuos
(Wordreference, 2005).
 
Aún cuando la exclusión social se ha presentado a lo largo de la historia de la humanidad y no es única de nuestros tiempos, no podemos negar que con el aumento de diversidad cultural dentro de los países, así como con la alza en los índices de pobreza, ésta se ha convertido en un tema cada vez más relevante y con fuerte impacto social. Pero las estadísticas de hambre y pobreza agregan poco a la comprensión de la génesis de los procesos sociales que expulsan a sectores de la población.
 
Por otro lado, es imposible prescindir del hecho de que presenciamos un momento histórico en el que la violencia, las pandillas, e inclusive el terrorismo, se hacen presentes de manera casi normalizada dentro de nuestra vida cotidiana. Mientras que es fácil responsabilizar al individuo, quizá es momento también de preguntarnos si no nos encontramos frente a un síntoma social.
 
¿Existe alguna relación entre los años de exclusión social de ciertos grupos y la violencia que se desata a nuestro alrededor?
Para responder a esta problemática intentaremos comprender primero aquellos procesos que llevan a la exclusión para posteriormente reflexionar acerca del impacto que ésta tiene en el individuo, y finalmente, plantearnos la posibilidad de que esté relacionada con la violencia.
 
ACERCA DE LA GÉNESIS DE LA EXCLUSIÓN
Se ha tendido a pensar que la metapsicología freudiana es una psicología puramente individual. Sin embargo, el mismo Freud afirmó que “en la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, el otro, como modelo, objeto, auxiliar, o adversario. Y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social.” (Freud, 1921).
 
Nuestra identidad se forma y se consolida con la base de pertenecer e identificarse a identidades mayores. Desde un inicio nos encontramos vinculados al otro. Durante un periodo de tiempo este otro es la madre, pero posteriormente se extiende a la familia, el grupo social, la religión, la comunidad política o bien el país. Estos objetos tienen en sí mismos la función de protegernos contra la desorientación y la soledad, y por esto se les otorga un gran valor. Cuando estos contenedores se fracturan, surge sufrimiento y ansiedad que se asemeja a un sentimiento de desprotección y desesperanza. Y uno pensaría ¿por qué se fracturan? Freud (1939) pronto arrojará luz sobre un conflicto importante cuando afirma que: “El hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad”. Esto significa que el infante tiene también pulsiones agresivas y destructoras que muy pronto en su desarrollo deberá de aprender a controlar para preservar el amor de sus padres. “La renuncia de lo pulsional es la consecuencia de la angustia frente a la autoridad externa, se renuncia a satisfacciones para no perder su amor” (Idem.).
 
Subsecuentemente, se aceptan las prohibiciones y reglas, y se erigen los ideales paternos y el ideal del yo. Al interiorizar el temor al castigo, se instaura también la conciencia moral y la instancia encargada de asegurar que ésta influya en el comportamiento… el superyó. Junto con el ideal del yo conformado a partir de las demandas de los padres, también se presenta un ideal que mira hacia lo colectivo… aquél de la clase o de la nación.
 
Frente a la amenaza de la naturaleza, el hombre pronto descubrió que necesitaba de los otros hombres para sobrevivir, necesitaba protección, seguridad e inclusive lazos amorosos… resultaba indispensable vivir en comunidad. Lo malo se convierte entonces en aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida del amor (ahora colectivo) y el miedo a que aquello suceda se traduce en angustia social puesto que entonces se expone su riesgo. Pero las pulsiones agresivas deben de ser controladas si se quiere mantener la cohesión social. La cultura se ve entonces obligada a realizar múltiples esfuerzos para ponerle freno a las tendencias agresivas del hombre (Freud 1939). Para ello, por un lado, se forman lazos libidinales coartados en su fin, es decir, amor social. Éste llama a la represión de la pulsión agresiva para preservar ese amor y mantener así la cohesión del grupo (Assoun, 1993). Por otro lado, se encuentra otro en quien depositar las pulsiones agresivas.
 
Como menciona Freud (1921), “Dos ciudades vecinas serán siempre rivales y los grupos étnicos afines se repelen recíprocamente.” Otro externo sirve para depositar ahí las tendencias agresivas, un núcleo cultural más restringido ofrece la ventaja de permitir la satisfacción de este instinto agresivo y destructor mediante la hostilidad frente a aquellos que han quedado excluidos del grupo. Siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor número de hombres, con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes. Quizá yace aquí la génesis de los procesos psíquicos que llevan a la exclusión… encontramos la fractura de aquellos contenedores que en un principio debían ofrecer protección.
 
Pudiéramos pensar que con una mayor conciencia entorno a una cultura de tolerancia este
fenómeno se reduciría, sin embargo, la misma propaganda política promueve el derecho de destruir a aquellos que son diferentes. Legitima la opresión y justifica la violencia en contra de las víctimas. Se escinde entre bueno y malo y se ve a aquél que es diferente como inferior.
 
Pensando desde la posición esquizo – paranoide de Melanie Klein se formula un argumento del tipo “Si poseemos todo lo bueno, entonces es el otro el que debe poseer todo lo malo. Y, por lo tanto, debe ser destruido porque es peligroso.” Mensajes silenciosos pasan de generación en generación. La manera en la que se trata al otro puede ser transmitida de manera inconsciente de forma que tendremos la misma disposición hacia aquellos que son diferentes y estaremos inclinados a percibirlos como enemigos (De Masi, 2011). Cabe añadir que de acuerdo a Lacan (2008) el desarrollo de la identidad del infante se va a ver fuertemente influenciada por el otro en tanto que se construye a través de aquello que le reflejan de él mismo. Su relación consigo mismo se desarrollará a partir de lo que el otro le dice, y aquello que el otro desea que sea (El otro le da un lugar que adquiere un importante significado inconsciente). ¿Qué ocurre entonces con ese chivo expiatorio que ha quedado excluido?
 
LOS RESIDUOS DE LA CIVILIZACIÓN
Llamamos residuos de la civilización a aquellos que representan el “excedente”…. Los migrantes, las clases bajas, aquél con una religión o etnia distinta… todo quien recibe el prejuicio social debido a sus características raciales, económicas, o ideológicas, y por lo tanto es excluido y puesto al margen, es depositario del prejuicio. No tiene acceso a los bienes de su país, a la educación, a un trato digno… mucho menos (y con mayor impacto psíquico) a una identidad, un reconocimiento social, ni un grupo de pertenencia. Todo lo contrario, le es negado con rechazo visible.
 
Ese infante que con tanto ahínco buscaba el amor de los otros y que socavaba sus pulsiones para pertenecer es el mismo que ahora se enfrenta a la exclusión.
 
El ser el excluido y dueño del perjuicio no solamente le pone al margen social ya que, puesto que nos construimos en relación al otro, el sujeto se organiza entonces desde una posición perjudicial que rige su estar en el mundo y su relación con los demás. El excluido se ve definido exteriormente en términos de falta. De acuerdo a Assoun (1999 ), los tres términos que ordenan la subjetividad del perjuicio son: 1) la herida del amor propio, 2) el sentir que uno es tratado vilmente, y 3) el sentir que se ha equivocado en las expectativas o esperanzas de algo que debiera haber venido del otro, todas características que aplican a quien ha sido excluido. Así, es como si el sujeto, o inclusive el grupo, nunca pudiera satisfacer el deseo del otro para lograr obtener su amor y para pertenecer. El sujeto se vive constantemente en falta, pero no por ello deja de intentar acceder a los lazos afectivos de su comunidad…. Recordemos que el hombre sabe que necesita de los otros. Sin embargo, aquél que ha sido excluido no alcanza los ideales, y no cumple mas que con la función de ser aquél en quien se deposita la pulsión agresiva de su grupo. El reflejo que el otro le da de él mismo es uno de rechazo, el trauma se inscribe a través de una falla narcisista, y ante la quiebra del ideal del sujeto lo que queda es la vergüenza, y la imposibilidad de huir de uno mismo (Lacan en: Assoun, 1999).
 
El sujeto que ha sido excluido vive entonces con heridas narcisistas. En sus encuentros con otros se enfrenta a actitudes condescendientes que por un lado refuerzan la herida y la imagen personal, y por otro provocan enojo y agresión (Varvin, 2003). La vergüenza significa finalmente sentirse incómodo porque se da cuenta de un error que engendra culpa. El error de ser quien se es. La vergüenza se vincula con la herida del ideal e implica además al otro… el sentir vergüenza significa que a uno le causan vergüenza. Le quedan entonces algunas alternativas que yo llamaría más bien vías de escape. El sujeto puede intentar compensar mediante el saber para darle legitimidad a su existencia, o puede acudir al trabajo para “hacerse útil”. Pero si le está negado el acceso a una educación de calidad y no hay oportunidades laborales entonces lo que queda es el odio (Assoun, 1999). Las experiencias crónicas de humillación dejan como efecto la desvalorización de sí mismo, una menor capacidad para la empatía, sentimientos de desesperanza, y tendencia al enojo. El sujeto del prejuicio, avergonzado, puede tener la convicción (no totalmente alejada de la realidad) de que la falta fue provocada por el otro. Hay entonces un sentimiento de injusticia que remite a una desventaja y lleva a una reivindicación. Al darse cuenta de la injusticia que se la infligido, concibe un odio cuyo destinatario es el otro que perjudica.
 
Hay que comprender que ésta es una respuesta, si bien no evidente, si comprensible. El odio proviene de las pulsiones del yo para la autoconservación, entonces, cuando el sujeto
experimenta un “daño” (en este caso proveniente de la exclusión) odia aquello que lo disminuye.
 
El odio es así la forma belicosa de la vergüenza, se odia para no sentirla… y se siente porque el otro la causa. El sujeto se organiza alrededor del sentimiento de haber sido prejuiciado y excluido por su ascendencia y existencia, y eso invade su identidad….. Se convierte en su manera de vivir en el mundo. Al darse cuenta, se legitima la violencia como forma de “recuperar aquello que lo dejó en falta”, lo que el otro le quitó. Tiene derecho a cometer una injusticia ya que se cometió una injusticia contra él.
 
Vemos entonces que una de las alternativas para salir del perjuicio y la exclusión es la idealización e identificación con ello a manera de pura defensa. Como bien lo describe Assoun (1999) “¿Quién dice usted que soy? ¿Un excluido? Entonces, voy a hablar con este nombre que usted me da”. El sujeto actúa desde ahí y exige una reivindicación. Pensemos ahora que no es solamente un sujeto el que se siente así sino todo un grupo. ¿Podemos ahora entender la violencia en respuesta a la exclusión?
 
REFLEXIONES EN TORNO A LA VIOLENCIA
Con aproximaciones psicoanalíticas acerca del terrorismo (forma extrema de violencia social) nuestro argumento toma fuerza. De acuerdo a Franco de Masi (2011), no se ha encontrado una psicopatología específica en individuos terroristas. Más bien se ha encontrado que los elementos comunes deberían buscarse no en los individuos sino en las dinámicas del grupo. Puede ser que las situaciones extremas experimentadas por un grupo en particular lleven a un comportamiento específico a nivel individual, y que el terrorismo se vea despertado por el odio que viene de las condiciones desesperanzadoras en las que algunas poblaciones se ven obligadas a vivir. El trauma continuo al que se ven expuestos y la búsqueda de dignidad para comunidades enteras sirve de combustible para la acción violenta. Varvin (2003) profundiza aún más en este punto argumentando que la violencia es generada por la amenaza a la cohesión social y la identidad. La vergüenza y la herida narcisista, que ya habíamos mencionado anteriormente, son los determinantes para que esto ocurra. Cuando se está expuesto a constante humillación en un contexto de violencia social, el individuo tiende a experimentar una herida narcisista no solamente de manera individual sino también como miembro del grupo al que pertenece. Se legitima entonces la venganza también por la necesidad de recuperar el sentimiento de identidad y de honor , ya no solamente individual, sino en el grupo.
 
No quiero justificar aquí los actos violentos por parte de los agresores ni tampoco decir que es fácil elegirlo como vía de acción, sin embargo, así como Freud mencionaba ya que todos poseemos pulsiones agresivas y destructoras, Akhtar (2003) menciona que todos tenemos una tendencia a la deshumanización y que esta se puede activar en condiciones de estrés bio-psicosocial, humillación, pobreza, y falta de solidaridad y comprensión. Esto significa que las circunstancias de vida que rodean al grupo excluido no permiten que se elabore su humillación y sus pérdidas, y que entonces la sensación de victimización prevalecerá dentro de la comunidad.
 
Dicha situación se convierte además en un círculo de violencia que va en aumento puesto que adultos con traumas depositarán experiencias de ansiedad en sus hijos y esto se acumulará teniendo como resultado la identidad de un grupo en su totalidad. La tarea de las generaciones subsecuentes será entonces de recordar la humillación y vengarse. Se expresa conscientemente el sufrimiento del pasado y crece la agresión. Volkan (2003) ha demostrado que los grupos pueden desarrollar una identidad compartida que gira alrededor de la elección de un trauma que contiene la narrativa de la victimización de dicho grupo. Se puede pensar en grupos que viven en pobreza extrema, rodeados de violencia y criminalidad, marginados por etnia, raza, nivel socio económico, entre otros.
 
Es importante mencionar que no todo aquél que pertenece a un grupo en exclusión social será miembro de un grupo violento, pero considero que (tomando en cuenta que ya hay una parte importante de deseo de reivindicación) sí se le deja en una posición vulnerable para ser reclutado por aquél. Pienso entonces en las pandillas adolescentes, los cholos, las maras, el narcotráfico, y finalmente el terrorismo. Mientras que por un lado no pretendo declarar que todos estos grupos tienen la misma dinámica ni la misma génesis, sí tienen como común denominador el haber sido víctimas de exclusión y discriminación social. Me atrevería a decir que la tendencia antisocial tiene su caldo de cultivo en una infancia desvalida en donde faltan identificaciones saludables.
 
¿Qué ocurre con aquellos que sí son llevado a la violencia social en grupo? Quizá ahora sea pertinente regresar al individuo, y para mejor comprender el fenómeno, tomaré como ejemplo un grupo terrorista por ser un caso extremo pero recordando que lo aquí expuesto puede aplicar a grupos de otra índole.
 
Pensemos en aquél sujeto que es excluido… no tiene una identidad, se ha identificado con la herida del ideal, se ha comprado el discurso del otro de ser “lo malo”, no tiene acceso a ninguna clase de oportunidad y mucho menos de pertenencia social. Es un sujeto sumamente vulnerable ¿Qué les ofrece el grupo terrorista? Un nuevo ideal, una nueva identidad, y por fin un grupo de pertenencia.
 
Frente a la herida del ideal, lo que el grupo ofrece es un objeto para la sustitución de un ideal propio no alcanzado por el yo. Se idealiza, y entonces pasa a ser parte de la libido narcisista del sujeto, quien lo integra como objeto propio. Mientras que el yo se hace cada vez más modesto, el objeto se convierte cada vez en algo más grandioso y se apodera del amor del yo, sacrificado a favor del objeto, del ideal, y de la organización. Además, el sujeto entonces se identifica con otros individuos que viven lo mismo que él… una reunión de individuos que reemplazan su ideal del yo por un mismo objeto (Freud,1921). En masa la violencia se hace posible, no solamente por la vergüenza tornada en odio (que ahora es colectivo) y el deseo de reivindicación, sino por la des-responsabilización al formar parte de la misma.
 
Freud retoma a Gustave Le Bon en su análisis de la psicología de las masas. Ambos afirman que el individuo en la masa pierde su individualidad… se funde en una unidad. El sujeto es transferido a un estado en el que, habiendo perdido su personalidad consciente, obedece a todas las sugestiones del jefe o bien del ideal. Desaparecen las inhibiciones individuales y salen a luz los instintos destructores latentes para ser satisfechos. Con un grupo terrorista podemos ubicar una doble masa artificial: la religiosa y la militar. Los jefes aman a todos los miembros de su comunidad y entonces el sujeto, por fin, se halla ligado libidinalmente al jefe y a los demás miembros de su grupo… en el proceso pierde su voluntad. Considerando pues que el sujeto excluido queda vulnerable al nunca haber logrado lazos afectivos puesto que fue rechazado constantemente, la aparición de un grupo de pertenencia (que además tiene ideas afines a su ya sentimiento de odio contra el otro que le provocó su falta), aparece como una verdadera salvación para el yo… para el infante interno deseoso de padre, de amor, y de pertenencia. “Los numerosos lazos afectivos de la masa bastan para explicar la falta de independencia e iniciativa, la identidad de su reacción con la de los demás, su descenso a la categoría de unidad integrante de la multitud, la disminución de la actividad intelectual, la afectividad exenta de todo freno, la incapacidad de moderarse y retenerse, y la tendencia a transgredir todo límite en la manifestación de los afectos y su derivación en actos.” (Freud, 1921) El individuo bajo el efecto del alma colectiva, tan anhelada, puede ser ahora sujeto a la violencia y el desenfreno de las pulsiones agresivas. El sujeto retoma lo que toda la vida le fue negado (identidad, lazo, pertenencia, ideal) sacrificando su yo y el impulso de autoconservación en el camino. Se ha convertido en aquello que el otro le ha dicho.
 
CONCLUSIÓN
Hemos llegado a final de nuestro recorrido. Hemos comprendido el peso del otro en la vida del individuo y las posibles consecuencias de la exclusión. Mientras que no pretendo quitarle responsabilidad al individuo, si espero haber abierto un campo de reflexión hacia el factor colectivo. El excluido legitima su odio, y además encuentra (en este caso) un ideal y un grupo que siempre le fue negado. Sabiendo que se puede hacer un análisis profundo y complejo acerca de cada fenómeno en particular (pandillas adolescentes, cholos, maras, o grupos terroristas), y que cada uno tendrá sus diferencias, lo que espero es que la mirada no esté solamente sobre ellos sino también sobre las condiciones que lo llevaron a tal vulnerabilidad. Quizá así podamos comprender el fenómeno social y también prevenirlo. Sabiendo que todo ser humano desde infante tiene hambre de objeto, de amor, y de pertenencia; debemos de pensar más seriamente acerca de las consecuencias de negárselo. Aún sabiendo que poseemos pulsiones tanto de vida como de muerte, los destinatarios en un mundo globalizado deben de ser reconsiderados. Pienso que nuestra función específica como psicoanalistas es inventar espacios o procedimientos cuyo propósito sea crear ese proceso faltante de humanización, que tempranamente debieron proveer una familia sana, la escuela, y la sociedad. Crear redes de pertenencia y de lealtades que puedan operar como modelos de identidad a partir de los cuales el sujeto pueda construirse desde una posición diferente. Hay un llamado al diálogo entre el psicoanálisis y las ciencias sociales puesto que el movimiento hacia la acción interdisciplinaria se hace imprescindible frente a los fenómenos que acechan al mundo actual y que nos conciernen a todos.
 
Bibliografía

  • Akhtar, S. (2003). Dehumanization: origins, manifestations, and remedies. In: Violence or Dialogue? Psychoanalytical Insights on Terror and Terrorism. London: Karnac.
  • Assoun, P.L. (1993). Freud y las ciencias sociales. España: Hurope S.L.
  • Assoun, P.L. (1999). El perjuicio y el ideal: hacia una clínica social del trauma. Buenos Aires: Nueva visión.
  • De Masi, F. (2011). The enigma of a suicide bomber: A psychoanalytical Essay. Londres: Karnak Books.
  • Freud, S. (1921). Psicología de las masas y análisis del yo. España: Alianza editorial.
  • Freud, S. (1939). Malestar en la cultura. Obras Completas. VolXXI. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Leader, D., Groves, J.(2008). Lacan para principiantes. Buenos Aires: Era Naciente SRL.
  • Varvin, S. (2003). Terrorist mindsets: destructive effects of victimisation and humiliation. Psyke&Logos. 24, 196 – 208
  • Volkan, S. (2003). Traumatized societes. In: Violence or Dialogue? Psychoanalytic Insights on Terror and Terrorism. London: Karnac
  • (2005). Exclusión. Recuperado el 24 de noviembre de 2015, de: http://www.wordreference.com/definicion/exclusión

 
Imagen: freeimages.com / Miles Pfefferle
El contenido de los artículos publicados en este sitio son responsabilidad de sus autores y no representan necesariamente la postura de la Sociedad Psicoanalítica de México. Las imágenes se utilizan solamente de manera ilustrativa.