Los Padres Frente a la Rebeldia Adolescente
Autor:Diego González

La rebeldía a los ojos de todo aquel que haya leído algo de historia, es la virtud original del hombre

Oscar Wilde

Es común escuchar hablar a los padres de familia sobre el cambio de pañales, los primeros pasos, los terrores nocturnos y demás sucesos comunes en el desarrollo de un hijo. Esos comentarios suelen ir acompañados de diversas emociones entremezcladas, a veces escuchamos alegría mezclada con nerviosismo y en otras, sorpresa con felicidad (¡¿cómo cambiaré el pañal a mi hijo?!). Sin lugar a dudas el amplio espectro de la respuesta emocional de todo ser humano es puesto en uso al momento de hablar sobre un hijo, su desarrollo y sobre la forma en que habrán de ser atendidas sus necesidades y su educación. Dentro de los muchos momentos del desarrollo de los hijos que revisten importancia para los padres de familia existe uno de especial intensidad: la adolescencia.

En el caso de la adolescencia los padres enfrentan múltiples retos con, como en otras etapas, gran variabilidad de respuestas tanto emocionales como conductuales. Los padres se emocionan, preocupan, temen, molestan, sorprenden, lloran, ríen, anticipan, lamentan, prevén, celebran y agregue usted la emoción de su preferencia a esta lista, con los logros, retos y acontecimientos de la adolescencia de sus hijos. Con la adolescencia llegan el despertar sexual, el deseo de independencia, el desarrollo de ideologías y el intercambio de ideas a la (relativamente) tranquila casa de los otrora padres de familia de un niño. La llegada de los cambios comunes a todo  adolescente hace temblar a los padres por la famosa rebeldía adolescente. En esos momentos todo padre de familia piensa que sus hijos le sacaran “canas verdes”.

La reacción de los padres ante el inminente arribo de sus hijos a la adolescencia ha sido retratada en infinidad de medios, la rebeldía adolescente misma ha sido tema central de libros, películas y canciones. Desde el rebelde sin causa de James Dean hemos sido testigos del surgimiento en los medios audiovisuales de infinidad de personajes icónicos de la rebeldía de la juventud, todos ellos apareados de la idea de que la adolescencia viene acompañada de una dosis de rebeldía y que los padres deben temblar ante la sola mención de que sus hijos ya no son los niños que solían ser. Recordando sólo algunos ejemplos podemos recordar Vaselina y Los muchachos perdidos (con el regreso del tema del vampiro rebelde y adolescente en el fenómeno de literatura, y ahora cine, de Crepúsculo). En nuestro país, México, por mencionar sólo algunos, podemos recordar la película Los Caifanes y la no muy rebelde telenovela Rebelde.

Algo debe de haber de real para que la cultura popular acoja con frecuencia este tema. La música nos es la excepción y ha sido usada como medio de expresión por grupos de jóvenes, unos más contestatarios que otros a lo largo de, al menos, la última mitad del siglo XX.  Recordemos a la emblemática banda The Who, que en el ahora lejano 1965 en su canción My Generation decía “People try to put us down just because we get around. Things they do look awful cold. I hope I die before I get old.”

El psicoanálisis ha abordado diversos temas relacionados con la adolescencia. La rebeldía no ha sido la excepción. Recordemos que para el psicoanálisis la adolescencia es la etapa de desarrollo por medio de la cual se elaboran los ajustes necesarios en la personalidad para adaptarse a los cambios de la pubertad, siendo esta última la serie de cambios masivos, de alto impacto y corta duración que se dan en el cuerpo. Estos cambios igualan en velocidad e impacto a aquellos que se dieron en la temprana infancia. El alcance de la madurez genital es el cambio principal a nivel fisiológico, la magnitud de éste a nivel fisiológico encuentra correlatos de igual magnitud en el aspecto psicológico.

Dado que la pubertad ocurre en un tiempo y un espacio sociocultural determinados existirá una enorme variabilidad en las manifestaciones de la adaptación que el aparato psíquico del adolescente lleva a cabo para ajustarse a los cambios en el cuerpo. Factores psicológicos, familiares, económicos y sociales, entre otros, llevarán al adolescente a afrontar los cambios cualitativos y cuantitativos en su economía libidinal ya sea de forma armónica o contradictoria a los esperado y/o deseado en su ambiente. Cada grupo humano tiene actitudes, normatividades e ideales que establecen los parámetros para el devenir de una pubertad  adecuada para ese grupo. La interacción de los factores biológicos, sociales e individuales dará como resultado una vivencia particular de la adolescencia para cada ser humano.

Dentro de la literatura psicoanalítica es posible encontrar dos términos para hacer referencia a la confrontación que el adolescente tiene, ya sea de forma activa o pasiva, con sus objetos. Rebelarse o disentir, esa es la cuestión. El significado de ambas palabras es cercano de acuerdo al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Rebelar es “sublevar, levantar a alguien haciendo que falte a la obediencia debida” u “oponer resistencia”.  Por su parte disentir significa “no ajustarse al sentir o parecer de alguien”. Por definición la acción de rebelarse implica mayor actividad, el disentimiento, al menos en su acepción original, puede ser visto como una actitud más pasiva. Oposición y desacuerdo son los elementos comunes a ambos términos, finalmente la palabra no es lo fundamental, ni la oposición adolescente ni la reacción paterna a la misma distingue de etimologías.

El disentimiento es una reacción  del yo sintónica con la realidad que se presenta cuando existen brechas amplias entre los ideales y lo real durante periodos en los que la realidad externa cambia rápidamente. Las consideraciones sobre la realidad forman interacciones poderosas con procesos intrapísquicos, entre ellos los conflictos entre el ideal del yo y la realidad. ¿Qué particulariza a este disentimiento o rebeldía en la adolescencia? Tratemos de responder a esta cuestión.

Quien haya tenido contacto con adolescentes podrá confirmar la presencia de cierta rebeldía o, al menos, un dejo de desacuerdo en la mayoría de los mismos. A pesar de ello también será posible notar que esta actitud rebelde se encuentra acompañada, en múltiples ocasiones, por un anhelo de cercanía, una búsqueda de consejo o ciertas conductas y actitudes que recuerdan más al niño que al adolescente rebelde que quiere presentarse de esta manera ante el otro. Es decir, los adolescentes serán ambivalentes en sus comportamientos, actitudes y afectos, sobre todo hacia los padres de familia pero también hacia otras figuras sustitutivas de estos, ya sean profesores de escuela, psicoterapeutas y figuras públicas de autoridad como policías entre otros. Este detalle tampoco ha faltado en las representaciones mediáticas de la rebeldía adolescente. Nunca falta en las películas o series de televisión el profesor comprensivo, el jefe que presta su oído o la amiga de la familia que siempre tiene el buen consejo. Con estas figuras el adolescente puede estar tranquilo y escuchar, en ocasiones, incluso el mismo consejo que el padre o la madre le darían. Sin lugar a dudas para los padres esto  podrá ser motivo de sentirse celoso, excluido, desplazado y no querido por el hijo adolescente.

Desde la perspectiva psicoanalítica la ambivalencia del adolescente y la búsqueda de figuras sustitutivas de los padres tiene su origen en, al menos, dos fenómenos que ocurren simultáneamente durante la adolescencia. Por un lado la magnitud, velocidad e intensidad de los cambios fisiológicos llevan al adolescente a sentir temor y confusión, y como consecuencia, requiere de apoyo para metabolizar los cambios que le ocurren, como el infante requiere de quien le ayude a entender el mundo, su cuerpo y su nueva posición en ambos y con ambos. La solución lógica sería acudir a los padres pero, como muchos aspectos de la vida, lo lógica no se impone. Y esto es porque, por otro lado, el conflicto edípico se reaviva durante la adolescencia. Sólo que ahora este conflicto edípico reavivado cuenta con algo nuevo: la madurez genital. Ahora las fantasías y deseos edípicos pueden ser actuados en el cuerpo adolescente. El muchacho o muchacha entonces opta por retirarse de los padres, emocional y físicamente. En el primer momento retira la investidura libidinal a los objetos parentales y luego sale en busca de quien pueda llenar el vacío que esta decatectización le ha dejado.

Dadas las condiciones antes descritas el yo queda en una posición sumamente desventajosa. Se encuentra debilitado, abandonado por el cariño y admoniciones del superyó y con una marea de impulsos y nuevos estímulos que metabolizar. El yo tiene como una de sus tareas sintetizar e integrar  las demandas del yo ideal individual y del ideal social como este es percibido por el propio yo, con el retiro de la catexis de los objetos parentales esto se ve sumamente comprometido. Ante este tipo de circunstancias, es decir, notables discrepancias entre los ideales sociales, el ideal del yo y la realidad la función yoica de síntesis e integración puede verse limitada, o incluso, excedida en sus capacidades. A esto debemos agregar que el  antes mentado ideal del yo está en formación durante la adolescencia, generando aún mayor dificultad para procesar las discrepancias entre ideal y realidad. Es por ello que el adolescente busca el grupo de pares para vivir en él esos ideales  anhelados y para completar la formación del ideal del yo.

El adolescente se rebelará ante sus padres, y sus mayores en general, por necesidad y por desarrollo. Debe, durante esta etapa, consolidarse como individuo, separándose y dándose individualidad por segunda vez en su vida. La rebeldía adolescente es en parte justificada por quejas y críticas reales (no podemos negar que las exigencias de madurez apareadas con descalificación de la toma de decisión del adolescente son comunes en nuestra realidad social). Pero también se origina en el narcisismo, interés y catexis cambiantes propios de la adolescencia.

Resulta de interés buscar los orígenes, funciones y formas que el disentimiento adopta a lo largo del desarrollo antes de manifestarse en su apariencia adolescente. Este fenómeno aparece desde las primeras semanas de la vida. No es poco frecuente ve a un bebé rechazar el pecho o bien llorar por el contacto con quien no lo desea. La rebeldía o disentimiento sirve múltiples funciones a lo largo de la vida, entre las más importantes estarían la lucha por la autonomía y el desarrollo de las vicisitudes de los impulsos agresivos. Un ejemplo de la importancia del disentimiento en el desarrollo es el “No” señalado por Spitz en su obra sobre el primer año de vida.

El disentimiento deviene en una serie de fases que se suceden a lo largo del desarrollo. Cada una de estas cumple diferentes funciones en el desarrollo global del individuo y comprenden un nivel de complejidad acorde con el desarrollo yoico propio de la etapa de desarrollo en la cual tienen existencia. Los principales estadios del disentimiento son el visceral, volitivo, cognitivo y el libre de conflicto. El primero de ellos, el visceral, es aquel relacionado con el disgusto por el displacer corporal. Este displacer requiere para su cese la intervención de un cuidador, dada la necesaria dependencia del infante para la atención de sus necesidades. Si el infante siente que su cuidador no está entendiendo su necesidad y le procura un cuidado o atención distinta a la deseada entonces llora, se revuelve en sus brazos y le demuestra su distinto parecer, es decir, su disentimiento, en relación al cuidado recibido.

Al aspecto puramente fisiológico del primer disentimiento se le suman nuevos elementos. Ya no sólo será lo reflejo, necesario y de supervivencia aquello en que se expresará un distinto parecer, sino que será en la voluntad, en el deseo, en el actuar. Podemos recordar aquí las luchas por la autonomía y la iniciativa propias de la segunda y tercera etapas de desarrollo planteadas por Erik Erikson. El niño busca ser en el mundo, y confirmarse en su accionar, independiente, diferente, separado de sus padres a través de la selección voluntaria de comportamientos autoiniciados. El disentimiento volitivo requiere, para su presencia, de un mayor desarrollo del yo. Para que el niño pueda expresar desacuerdos en su parecer con otro debe ya de encontrarse separado de este, es decir, debe ser un individuo diferenciado capaz de desear para sí mismo un algo diferente a lo que el otro desea para él. Debido a lo anterior nos encontramos aquí con la necesidad, además de un yo desarrollado, de relaciones de objeto más complejas. Un indicador de este disentimiento es el “no” que el niño empieza a finales del primer año.

Durante el periodo en que los niños crean sus propias teorías para explicar el mundo aparece el disentimiento cognitivo. Dichas teorías por lo regular son contrarias a lo que los adultos dicen. Ya no sólo la acción es contraria, no sólo se busca iniciar actividades por sí mismo, sino que se busca dar una interpretación nueva, alternativa, y lo más importante, propia a la realidad. Recordando a Piaget podemos decir que el pensamiento del niño es, durante esta etapa, egocéntrico, y por lo tanto también sus explicaciones de la realidad lo serán. Es decir, todas girarán en torno a lo que piensa, siente, percibe, integra e interpreta, y además, sólo las explicaciones originadas en su pensar serán dignas de ser consideradas. La independencia ganada a base de tantas luchas en el terreno de lo material ha llegado al mundo de las ideas con la aparición del disentimiento cognitivo. Esta fase del disentir va acompañada de las primeras confrontaciones verbales, intercambio de ideas y choque con la interpretación de la realidad perteneciente a los padres, sin lugar a dudas, este el paso previo al disentimiento adolescente.

El disentimiento del adolescente estará ubicado entre un espacio intermedio entre el disentimiento cognitivo y el libre de conflicto (si es que tal es posible). El adolescente reedita la separación de la infancia durante la adolescencia, vive los cambios propios de su etapa de desarrollo y, como consecuencia involucra su subjetividad al evaluar y disentir. Es decir, el disentimiento adolescente requiere del desarrollo de las funciones yoicas (uso de mecanismos tales como la intelectualización y racionalización) y cognitivas (razonamiento lógico, pensamiento abstracto, etc.) requeridas para elaborar explicaciones tentativas de la realidad que difieran de las ofrecidas por los miembros de su entorno, pero es todo menos libre de conflicto. El adolescente no disiente solamente porque desee mejorar su entorno, lo hace porque busca y se dirige hacia una mayor autonomía, autoconocimiento, autoconsciencia, busca establecerse como una entidad social aparte de su familia y busca ganar en habilidades de dominio y competencia.

Para el mundo adulto es apabullante la variabilidad y flexibilidad tanto del pensamiento como del comportamiento adolescente. Regla propuesta por el mundo adulto es sinónimo de regla confrontada, debatida, cuestionada, e incluso, ridiculizada por las manifestaciones de la rebeldía adolescente. Este constante reto a la autoridad y visión del mundo adulto ha llevado a que los científicos sociales, entre ellos los psicoanalistas, traten de agrupar en categorías las manifestaciones de la rebeldía adolescente. Pareciera que la idea es que si podemos asir conceptualmente y anclar dicho conocimiento en categorías entonces lo tenemos bajo control y su amenaza al establishment adulto cesa. En el marco de este esfuerzo por reducir a categorías conceptuales la variabilidad de las manifestaciones del disentimiento adolescente encontramos que se ha dicho que puede haber un disentimiento cultural, ascético, delincuencial o político/social.

¿Recuerda usted la serie de televisión Los años maravillosos? Bueno, no es necesario que recuerde esa en específico para poner en su mente la imagen del hippismo. Ésta sería una manifestación del disentimiento de tipo cultural, el cual consiste en la adopción de creencias provenientes de culturas y/o religiones ajenas a la cultura del país de origen. Generalmente esto se acompaña del uso de ropa y/o accesorios propios para los rituales y/o tradiciones adoptadas al aproximarse a esta cultura nueva. Es cosa común ver a los jóvenes, y a últimas fechas a otros no tan jóvenes, convertirse al budismo, casarse por rituales indígenas, alimentarse como lo haría el habitante de una isla remota, y eso sólo por dar unos cuantos ejemplos. La experimentación y juego de roles que le posibilita al adolescente la práctica transitoria de algunas de las costumbres ajenas a su cultura le permite individuarse, diferenciarse de su cultura de origen (siendo sus padres, para él o ella, los portadores originales de la misma) y eventualmente incorporar a su identidad adulta algunas de ellas, las que sean congruentes con su identidad total.

Disentir ascéticamente es disentir alejado del resto del mundo, siendo más precisos sería una respuesta esquizoide ante las presiones propias de la adolescencia. En esta caso estaríamos hablado del adolescente que desaprueba a tal grado las imposiciones, reglas, costumbres, hábitos e ideología de su grupo social que decide renunciar a ellas y vivir, alejado del resto de la gente, su propia visión del mundo, bajo sus propias reglas e ideología. Esto también es común de verse entre los adolescentes, el clásico joven que va de su habitación al salón de clases y viceversa, interactuando con la menor cantidad de humanos posible en la ruta de ida y vuelta. En las películas podemos recordar al personaje del ermitaño adolescente que, inesperadamente, encuentra en la chica nueva de la escuela a la luz de esperanza de la sociedad que le motivara a salir de las profundidades de su habitación y su ascetismo.

El disentimiento cultural y el ascético comparten el que la energía y búsqueda del adolescente se dirigen al interior. El adolescente introspecciona, se revisa a sí mismo, busca, indaga e invierte su tiempo en un proceso volcado al interior de sus profundidades. Disiente pero no confronta abiertamente. Al menos no como lo hacen los adolescentes que podrían ubicarse en las dos últimas categorías de las manifestaciones del disentimiento, siendo estas la delincuencial y la político social. En estas dos categorías la energía está puesta afuera del individuo y se invierte en la búsqueda de hacer presente a los otros que no se está de acuerdo con ellos. La delincuencial no necesariamente implica una protesta u opinión sobre algún problema político o social, no implica la toma de una posición ideológica ni una forma sistematizada de demostrar el disentimiento. Esta manifestación es desordenada, caótica, sin sentido y, en muchas ocasiones, agresiva para el propio adolescente y para los adultos y pares que lo observan. Se manifiesta a través de robos, vandalismo, consumo de alcohol y drogas y de prácticas sexuales de riesgo. La segunda manifestación del disentimiento volcado hacia afuera requiere de un yo más sofisticado, capaz de organizar los impulsos y de separar lo agresivo de lo libidinal y también de desexualizar las manifestaciones mismas. El disentimiento político social sería la manifestación más cercana al disentimiento libre de conflicto. Esto es porque se busca la expresión de opiniones sobre la realidad social y política, y a través del activismo la transformación de las mismas.

Para entender la forma en que un individuo en particular manifestará su disentimiento los principales factores a considerar son la realidad externa de las instituciones sociales y culturales, las prácticas de crianza vividas, los procesos de desarrollo individuales tales como el psicosexual, psicosocial y cognitivo, así como el carácter y los conflictos individuales que personalizan las formas y los temas del disentimiento. Es decir, el cruce entre lo individual, ya sea biológico, psicológico o familiar, y lo social personalizarán las formas de expresar el disentimiento, dicho disentimiento es, en última cuenta, resultado de una forma de entender el mundo y a sí mismo.

Y a todo esto, ¿qué pasa con los padres del adolescente rebelde? Los padres de un adolescente rebelde están expuestos a un material tan peligroso, si es que no han elaborado muchos de sus contenidos propios, como el mismísimo material radioactivo. La claridad de los temas del conflicto adolescente moviliza inconsciente y conscientemente a los padres. Los conflictos reprimidos no resueltos emergen y buscan ser gratificados a través de los hijos. Un ejemplo incluso cómico de esto es el padre de familia que se precia de que su hijo sea todo un Don Juan quinceañero y que incluso le presta el automóvil (¡aunque él mismo lo necesite!) para que vaya por las novias.

De múltiples formas los padres promueven el acting out de los hijos. El ejemplo del padre que presta el auto a su hijo Don Juan de nuevo es pertinente, pero no sólo este existe. Pensemos en unos padres de familia que le dan el fin de semana a su hijo dos mil pesos, las llaves del auto y permiso para llegar a las cinco de la mañana. ¿Qué podría llegar a hacer este adolescente? Pensemos en un escenario común: el adolescente llega a las siete de la mañana alcoholizado y con la puerta del auto chocada. Finalmente el adolescente es quien ha actuado pero los padres le han facilitado la actuación al darle los medios para realizarla. Los padres han actuado a través de la actuación del hijo. En situaciones como esta simultáneamente promueven el acting y sancionan la conducta y/o actitud de los hijos con frases como “Eres igual a tu padre”, intensificando el conflicto adolescente y promoviendo, al pensar que sancionaban, nuevas actuaciones.

La permisividad excesiva y la oposición irracional ante las demandas de los hijos son los extremos de las reacciones comunes ante la rebeldía adolescente. Ninguna de las reacciones excluye que los adolescentes tengan actings ni que luchen por hacerse de una identidad propia. Estas reacciones están dictadas más por la ansiedad que al padre le genera la situación que por la propiedad de la medida ante la situación específica. Los estados emocionales correspondientes a los vividos durante la propia adolescencia se ven reactivados y con ello los mecanismos de defensa empleados ante las mismas, de ahí que algunos padres reaccionen ante la propia angustia que la situación le genera ya sea con represión o con permisividad. Algunos mecanismos de defensa comunes en los padres son la negación, proyección, desplazamiento, formación reactiva, anulación, racionalización y transformación en lo contrario.

Un fenómeno que se presenta en la relación entre padres e hijos es el de ambivalencia dual. Esto se refiere a que los padres también presentan dificultades para separarse de sus hijos. El fenómeno que es dual es el de separación e individuación. Tanto padres de familia como hijos elaboran simultáneamente el duelo que implica, para unos, ser padres, y para los otros, ser hijos dependientes. Otros fenómenos que habrán de ser elaborados serán la posible incomodidad por el vigor, potencia y vitalidad que la juventud de los hijos acarrea. De igual manera aparecen dificultades para afrontar los cambios en el cuerpo y la sexualidad de los hijos. Los dos fenómenos anteriores ocasionan culpa generando conductas y actitudes contradictorias e impredecibles.

La decatectización de los objetos parentales y la reacción de los padres ante el desarrollo de sus hijos chocan, al presentarse simultáneamente. Los resultados son soledad y aislamiento, conflicto y discusión. Ambos requieren de ayuda, entendimiento y escucha. Solamente a través de la reflexión sobre el carácter dual de los conflictos entre padres e hijos en esta etapa del desarrollo será un auxilio para la resolución más sana y llevadera posible. Y siempre recordar que ser rebelde es una virtud más de la individualidad que los seres humanos gozan, y como dijo Wilde, es la virtud original del hombre.

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