Elizabeth Patiño

“Si puedes soñarlo puedes hacerlo…” (Walt Disney)

Y es que en una era en la que todo pareciera posible, en donde la imposibilidad ha perdido lugar, y en donde las ganas y el esfuerzo inagotable surgen como elementos fundamentales para el logro de todo. Me pregunto: ¿Realmente todo es posible? Recuerdo que un par de voces sabias me solían decir que no se puede tener todo en la vida, que elegir algunas cosas implica renunciar a otras, así de simple. Y digo simple, porque más bien lo complejo ahora me parece tolerar esa imposibilidad, tolerar la frustración de no poder tener todo, la agonía de un fracaso por no lograr todo lo que se desea cuando se desea cuando lo promesa es justamente que sí se puede. Y cómo reconocer esta “realidad negativa” o “pensamientos negativos” pueden llegar a ser vistos como limitativos.

Pienso que estás frases cuasi perfectas, sólo abren la puerta a una importante herida narcisista y social que acompañada de la crudeza de la realidad no les permite a todos salvaguardarse en la negación, y evitar ver los muchos elementos que juegan y tienen un papel determinante en los alcances o limitaciones que podría tener una persona; más allá de sus “ganas” “sueños” o “deseos”.  La intención que tengo con este trabajo es reflexionar en esto e intentar desarrollar desde mi joven mirada psicoanalítica las implicaciones que este modelo social en extremo positivo nos acarrea.

¿Psíquicamente hemos progresado tanto como pareciera que socioculturalmente lo hemos hecho? ¿Cuál ha sido la herencia que nos ha ido dejando esta era de infinitas opciones y de cambios constantes y veloces?

El filósofo surcoreano, Byung-Chul Han (2018) en su libro “La sociedad del cansancio” refiere que toda época tiene sus enfermedades emblemáticas, y en ese sentido, para él el siglo XXI viene cargado de enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad y el síndrome de burnout. Mismos que atribuye a un exceso de positividad y a una completa supresión o evitación de la negatividad. La positividad viene a ser el resultado de una sociedad que exige siempre estar bien, tener total disponibilidad, estar siempre dispuesto y positivo y claro nunca rendirse. Una sociedad que cree que pensando bien acertará, que deseando con todas sus fuerzas el universo se lo concederá, o que esforzándose mucho lo logrará. Hay dos componentes que veo en esto: uno con una fuerte carga de pensamiento mágico y otra con un fuerte mandato de rendimiento idealizado.

Entendamos esta positividad como un modelo que rechaza los límites y valora las posibilidades infinitas. Si nos remontamos a los tiempos de Freud, podemos ubicarnos en una época en la que los límites eran por muchos excesivos, todo estaba controlado, y fuertemente determinado por instituciones de gran importancia social que disciplinaban a la sociedad y ejercían una severa moral.  Freud (1908) en su texto “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna” sostiene que la “nerviosidad” en la sociedad moderna era imputable a la “moral sexual cultural” que procuraba una fuerte represión y coerción de los instintos en torno a la sexualidad y que como resultado afectaba la salud y la energía vital de las personas. De esta manera, los efectos resultantes de esta disciplina social o en palabras de Byung-Chul Han (2018) “negatividad excesiva” era el desarrollo de neuróticos, histéricos, perversos, etcétera, cuyo nódulo central debía ser explorado a partir de su vida sexual.

Hoy, por el contrario, en la era posmoderna, nos encontramos en una sociedad en la que los límites se han borrado en algunos casos casi al grado de desaparecer, las opciones y el menú de posibilidades se han vuelto infinito, y el control sobre ello ha venido a recaer con todo su peso en cada persona. Estamos frente a una sociedad sin fronteras cuya palabra clave parece ser la de “Sí podemos”. Vivimos inmersos en una sociedad que promueve el exceso, pero a la vez tiene la sensación de sentirse eternamente insatisfecha y frustrada al no poder lograr y alcanzar los ideales impuestos. Todo este surgimiento tecno-científico producto de la era de industrialización y el modelo económico capitalista con sus procesos de globalización, desembocaron en el nacimiento de una etapa de la modernidad que ha sido denominada como posmodernidad, o, de acuerdo con Zygmunt Bauman (2007), como modernidad líquida. 

Esta sociedad posmoderna, cargada de positividad excesiva, de consumos excesivos y de posibilidades infinitas ha modificado de tal manera las relaciones sociales que algunas características del ser humano se hacen aún más evidentes y están expuestas con menos filtro. Desde la perspectiva psicoanalítica, Melanie Klein nos habla de la introyección de un pecho bueno en el núcleo del yo como punto de partida del desarrollo psíquico. Y de cómo precisamente ese pecho bueno, instalado adecuadamente en el yo, es el que le permitirá a la persona tolerar las frustraciones que la realidad impone y lidiar con los impulsos voraces naturales en él. Sin embargo, la envidia surge como el ataque a este pecho bueno, a causa de su excesiva bondad. A esta envidia y voracidad se le adhiere esta intolerancia a la frustración que añade un elemento de urgencia impostergable frente a las diferentes necesidades y deseos. Siempre que esta frustración no sea excesiva y si se obtengan ciertas gratificaciones, se ve favorecida la adaptación al mundo externo y el desarrollo de un sentido de realidad a través de la sublimación y la creatividad. Por lo que, de acuerdo con esto la evitación del conflicto, de las emociones o situaciones displacenteras, frustrantes y “negativas” de la vida podrían impedir el enriquecimiento y el fortalecimiento de la personalidad (Moya, 2015).

Sobre este sentido o juicio de realidad Freud, (1911) en su texto “Los dos principios del funcionamiento mental” menciona, aunque no usa como tal el término de juicio de realidad, sí habla de un “discernimiento”, al que se refiere como esta capacidad del intelecto establecida a partir del desarrollo de la atención. Y con atención a la capacidad de poder evaluar cada tanto el mundo externo y con ello balancear las necesidades provenientes del mundo interno. Sin embargo, también dice que este discernimiento es una instancia imparcial que quiere independizarse del placer-displacer en su decisión acerca de sí una representación determinada puede o no reconocerse en la realidad. La cuestión que se pone en juego es saber si algo existente dentro puede o no ser reencontrado fuera, hecho que limita el proceso primario encargado de inducir la descarga inmediata de las tensiones. Según este planteamiento hay afección del juicio si el “discernimiento” no funciona, lo que implica una pérdida de la realidad (Freud, 1911).

La sociedad disciplinaria es en muchos sentidos una sociedad fuertemente regida por el “no” por la “prohibición” o por el “no-poder”; en palabras simples es una sociedad negativa. Mientras que la sociedad del rendimiento logra desprenderse de esa negatividad y se carga de una positividad excesiva en donde “todo se puede sin límites” (Han, 2018). Han, (2018) “Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad del rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados” (p26). En este sentido, lo que el autor refiere es que lo que enferma a nuestra sociedad es este nuevo mandato imperante de rendir a toda costa.

Por ejemplo, Han, (2018) “La depresión (…) se desata en el momento en el que el sujeto de rendimiento ya no puede poder más (…) El lamento del individuo depresivo nada es posible, solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que nada es imposible (…) la depresión es la enfermedad de una sociedad que sufre bajo el exceso de positividad (p30). En este sentido, cuando pienso cómo esta positividad impuesta nos enferma, llevándonos a un constante reproche de sí mismos y desencadenando en muchos casos conductas autoagresivas. Pienso que de pronto pareciera que hemos logrado un progreso de la sociedad disciplinaria de Freud a la sociedad de rendimiento posmoderno en donde aparentemente no somos dominados por ninguna institución que nos limite o nos explote, sino que la idea que se vende es que eres dueño y soberano de ti mismo, sólo debes someterte a ti “tú eres tu propio límite”. Pareciera que esta autoexplotación se vuelve mucho más eficaz que la antigua forma de explotación, ya que viene impregnada con tintes de libertad, obligando al sujeto a portar el mismo papel víctima y verdugo sin posibilidad de diferenciarse. Han, (2018) “Las enfermedades psíquicas de la sociedad de rendimiento constituyen precisamente las manifestaciones patológicas de esta libertad paradójica” (p31).

Otra manifestación evidente que tenemos de este exceso de positividad que nos rodea es justamente todo el exceso de estímulos e información que genera. Afectando directamente nuestra capacidad de atención y la economía que hacemos de ella, dejándonos una percepción del mundo fragmentada y dispersa. Una herencia de esto, es el multitasking, una capacidad evolutiva más propia de los animales salvajes que de los humanos, en donde toma un tinte más bien regresivo a una etapa en la que ante tantos estímulos externos sentimos la imperiosa necesidad de responder a todos sin lograrlo exitosamente.  

Por otro lado, también debemos considerar que esta posición de soberanía en sí mismos y la aparente liberación de las instituciones de orden moral nos ha heredado también una pérdida de creencias que más allá de afectar a un Dios o a un más allá tiene afectaciones claras en nuestra concepción de la realidad y en nuestra conciencia sobre lo efímero de la vida humana. La cual nunca había sido vista tan efímera como lo es ahora. Y es que con esto no sólo notamos lo efímero de nuestra existencia sino también lo efímero que es el mundo en sí mismo. Nada absolutamente nada es constante y duradero. Y es ante esta falta y fragilidad expuesta que surgen el nerviosismo y la intranquilidad de nuestra época (Han, 2018).

Asimismo, acompañado de este mundo pobre de negatividad y dominado por la positividad también podemos vislumbrar un agotamiento y cansancio excesivos. Aspecto del que Freud ya también habla en su texto “La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna” en donde menciona el cambio abrupto en las necesidades y ansia de goces como consecuencia de todo el cambio industrial que iniciaba. Y de cómo el ritmo de la vida se vio alterado convirtiendo todo en prisa y agitación. Freud, (1908) “Los nervios agotados, buscan fuerzas en excitantes cada vez más fuertes, en placeres intensamente especiados, fatigándose aún más en ellos” (p1893).

El cansancio del agotamiento es un cansancio “positivo”, un cansancio que incapacita para hacer un algo más.  Y el cansancio que inspira es un cansancio “negativo”, un cansancio del “no” (Han, 2018). Han, (2018) “El Sabbath, que originariamente significa finalizar con, es un día del “no”, un día libre de todo “para qué” (…) se trata de un entre tiempo. Dios, después de la creación declaró el séptimo día sagrado. Sagrado no es, por tanto, el día del para qué sino el del “no”, un día en el que se hace posible el uso de lo inutilizable. Es el día del cansancio” (p73).

Mientras antes el mandato social era el “deber” ahora podríamos decir que es el “poder”. Nuestra actual sociedad con sus exigencias de rendimiento constante y las múltiples ideas de libertad y de desregulación, elimina en su totalidad barreras y prohibiciones que en consecuencia nos dejan frente una deslimitación total y una falta completa de estas barreras.

Y con esto no digo que no debamos tener objetivos, ambiciones o deseos. Esos los tenemos, los necesitamos. El problema que aprecio en todo esto no es el “querer algo” sino el realmente “poder hacerlo” no cómo una opción sino como una imposición disfrazada de libre albedrío. Y que a causa de imponer que todo es posible este sentimiento de insatisfacción se vuelve nuestra constante.

El imperante deseo social de rendir más y más nos lleva a apropiarnos de esa ambición y ha querer aportar cada vez más siempre. De esta manera nunca alcanzamos un punto de reposo gratificante. Y es que, con abundantes posibilidades en todos los aspectos imaginables, trato de vislumbrar los tan temidos límites. ¿En dónde están? ¿Son tan malos que es necesario suprimirlos por completo? Lo que me lleva a pensar en otra frase popularmente conocida “El cielo es el límite” o “Sky is the limit” ¿Y si el cielo es tu límite, entonces no existen límites para ti? Todo parece indicar que no. Los “límites” que existen son sólo aquellos que tú quieras o no ponerte. Por lo que considero que por muy bien intencionados que puedan ser todos estos planteamientos en exceso positivos tienen el efecto contrario al deseado; ya que abandonan a la persona a una permanente sensación de falta y de culpa.  Han, (2018) “El sujeto que está obligado a rendir se mata a base de autorrealizarse. Aquí coinciden la autorrealización y la autodestrucción” (p83).

¿Pueden destruirnos esos ideales impuestos? Me parece que sí, que esos ideales pueden atentar contra el equilibrio psíquico de cualquiera, llevándolo a un punto de extremo agotamiento y sufrimiento psíquico. De acuerdo con Freud el carácter podríamos decir que es un fenómeno de la negatividad, pues no logra su configuración sin la censura del aparato psíquico. Ahí se contiene el historial de represión ejercido por el yo al ello y el súper yo. En este sentido podríamos decir que el súper yo se carga de positividad y se proyecta en el “ideal del yo” en donde seducido por sus ideales el yo opera en un rendimiento constante por alcanzarlos.

Finalmente pienso que adolecemos de la incapacidad de decir que no, y no porque no nos esté permitido hacer algo, sino que por el contrario no podemos decir no porque estamos frente a un supuesto de condiciones de poder hacerlo todo. Hemos avanzado socioculturalmente en muchos sentidos, pero creo que la evolución psíquica tal vez no esté a la par de esos logros que hemos alcanzado en el mundo externo. Pienso que nuestro mundo interno en muchos sentidos sigue tratando de alcanzar y conciliarse con esta realidad acelerada y demandante pero que, al no lograrlo, la frustración que de eso surge termina por tornarse en un profundo sufrimiento psíquico.

Bibliografía 

  • Bauman, Z. (2007). Amor líquido. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Han, B. (2018). La sociedad del cansancio. Barcelona, España: Herder.
  • Moya, M.  (2015). Envidia, voracidad, intolerancia a la frustración: Jinetes del Apocalipsis   mental en la posmodernidad. Centro Eleia Blog. Available at ( https://www.centroeleia.edu.mx/blog/envidia-voracidad-intolerancia-a-la-frustracion-jinetes-del-apocalipsis-mental-en-la-posmodernidad/ )
  • Freud, S. (2017). La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna. En López- Ballesteros L. (traducción), Obras Completas de Sigmund Freud. (Tomo II pp. 1249-1261). Madrid: Biblioteca Nueva. (trabajo original publicado en 1908).
  • Freud, S. (2017). Los instintos y sus destinos. En López- Ballesteros L. (traducción), Obras Completas de Sigmund Freud. (Tomo II pp. 2039-2052). Madrid: Biblioteca Nueva. (trabajo original publicado en 1915).
  • Freud, S. (2017). Los dos principios del funcionamiento mental. En López- Ballesteros L. (traducción), Obras Completas de Sigmund Freud. (Tomo II pp. 1638-1642). Madrid: Biblioteca Nueva. (trabajo original publicado en 1911).
  • Freud, S. (2017). El yo y el ello. En López- Ballesteros L. (traducción), Obras Completas de Sigmund Freud. (Tomo pp. 2704-2716). Madrid: Biblioteca Nueva. (trabajo original publicado en 1923).