Mariana Flores 

“Tenía ganas de eso ¿ya sabes qué? entré sin hacer ruido al cuarto de servicio, era una chavita de Chiapas, chaparrita, morenita, la encontré acostada y me metí a su cama, creí que me correspondería por ser el patrón, pero no fue así, al otro día se había ido de la casa”.

(Paciente A.)

“Día 8M, qué terrible, qué difícil fue para mí esta mañana, todo era muy complicado doctora, solo veía a mis compañeras llenando los tendederos con denuncias, todo esto me hace sentir mucha necesidad de platicarle algo, algo que no le he contado; mi tío ha abusado sexualmente de mí desde hace mucho tiempo, cuando me recoge para llevarme a la escuela, mete todo lo que puede debajo de mi falda, ¿si sabe de lo que hablo verdad? ¡Es mi falda escolar! ¡yo solo soy una niña!”.

(Paciente B.)

En ensayos anteriores al igual que en este, he puesto como acotación “notas de principiantes”, lo hago con el propósito de recrear a manera de relato, las primeras experiencias de quien emprende la andanza al mundo analítico, ese espacio subjetivo que nos interroga constantemente, nos desafía, nos deconstruye y nos presenta cada día una nueva versión de lo que somos. 

Es evidente que las viñetas que coloqué como preámbulo, son fragmentos de la narrativa de mis pacientes, son palabras que me resultaron indigestas y me angustiaron, partes de un diálogo que me enojó, me conmovió, me cimbró, me frustró y que evidentemente me cuestionó ¿Cómo le hacía para no comunicar inconscientemente al paciente las emociones que habían surgido en mí? ¿Será posible que pueda pausar el cúmulo de afectos que soy? ¿Por qué mis pacientes me hacían sentir como si estuviera reclinada en un segundo diván?

A través del tiempo, los pensamientos y sentimientos que el analizando le provoca al analista se han estudiado desde diferentes ópticas, baste recordar que llegaron a representar un peligro para el tratamiento analítico. En 1912 Freud reflexionaba esta postura de la siguiente forma:

“(…)aquella frialdad de sentimientos que cabe exigir en el analista se justifica porque crea para ambas partes las condiciones más ventajosas: para el médico el muy deseable cuidado de su propia vida afectiva y para el enfermo el máximo grado de socorro que hoy nos es posible prestar(…) el médico no debe ser transparente para el analizando sino como la luna de un espejo, mostrar solo lo que le es mostrado(…) No sé cómo encarecería a mis colegas que en el tratamiento psicoanalítico tomen por modelo al cirujano  que deja del lado todos sus afectos y aún su compasión humana”. 

(FREUD, 1912, p.p. 114-117)

Sin embargo, no tardó mucho, fue el mismo Freud (1916) quien se vio obligado a quitar en el analista la figura de un cirujano y la desplazó a la del educador expresó: “Entonces tenemos cierta conciencia de nuestra responsabilidad y nos comportamos con la necesaria cautela”.

Más tarde, Ferenczi (1929) se proclamó por un criterio menos rígido, sabía que era importante que el analista pudiera controlar su simpatía, pero no por esta razón abandonar sus afectos, validó que era un ser humano y como tal comprendía de humores, simpatías, antipatías y también arrebatos compulsivos, decía que, si el analista olvidaba esta parte de él, no podría identificarse con la lucha de la mente del paciente. 

“(…) me metí a su cama, pensé que me correspondería por ser el patrón” Al escuchar estas palabras, me dividía en dos; por un lado, sentí en el rostro el ardor del enojo que me invadió, por el otro, comprendí que no podía abandonar a mi paciente como lo habían hecho todas sus figuras.  Actualmente, prevalece el debate acerca de la neutralidad y la objetividad que debe poseer un analista, se dice que es un ideal difícil de alcanzar y que la obsesión por estas puede generar mayores obstáculos.  Lacan (1958) decía: “Si el analista no va al grano con su paciente, es decir sino lo toma en sus brazos o lo tira por la ventana es porque como efecto de su propio análisis está poseído por un deseo más fuerte. Vacilación no calculada de su neutralidad”. 

En contraparte, Margaret Little (s.f.) elaboró un artículo que despertó el interés de Lacan y en el cual especificó que es fatal para el analista identificarse con el paciente, que la empatía es muy distinta a la simpatía y el distanciamiento es esencial para el proceso de la cura, sin embargo, Stolorow (2013) viró la reflexión en otro sentido, creyó  que  el problema radicaba en la falta de comprensión del término “neutralidad”, invitó  a definir su conveniencia; si es abstinencia, anonimato, equidistancia o empatía.

Después de cien años de experiencias, posturas más vigentes como la de Bolognini (2002) reafirmaron la necesidad de que al analista trabajara con mayor libertad y con menor recurso defensivo a aislamientos o a escisiones emotivas, precisamente porque ahora somos más conscientes de la complejidad de la relación analítica y de nuestra disposición interna.

Pasaron muchos meses para que afloraran las palabras de mi paciente B., considero que además de la efervescencia del día 8M, gran parte se debía al estrecho vínculo que hemos logrado. “(…) mi tío ha abusado sexualmente de mí desde hace mucho tiempo”, yo percibía como después de pronunciarlas me entregaba el poder para controlar su angustia, sentí que cualquier interpretación que saliera de mí, tenía un valor determinante, sin embargo, ella desconocía que en mi fantasía me advertía situada muy a la par de ella, Foucault (1980) plantea que el poder y el saber se encuentran vinculados, pero en mi caso la relación analizando-analista estaba casi en simetría. Ogden (1995) dijo: “El psicoanálisis es una experiencia en la cual, gracias al encuadre analítico en una situación asimétrica, el analista lleva el timón del barco, aunque atraviesen juntos las tormentas”.

Con la intención de hacer más comprensible este ensayo, me fui a un cuaderno de notas e indagué en cada una de las historias clínicas la forma en que comprendemos nuestras propias contratransferencias, a través de párrafos muy acotados, quise corroborar hasta qué grado dimensionamos nuestras demandas internas nacidas en la situación analítica, me encontré con lo siguiente:

“Mi sensación contratransferencial es de agrado” “Lo siento frágil como alguien a quien debo cuidar” “Siento miedo de cómo pueda reaccionar a mis interpretaciones” “Me hace sentir que no lo estoy haciendo bien” “Me dejó sin respiración, sin aire y el corazón me latía rápidamente” “Me produce desagrado” “Me desespera cuando se infantiliza”

(ANONIMO,2021)

Recordemos, que la contratransferencia se manifiesta tardíamente en la obra de Freud, lo primero que tuvo que reconocer para hablar de ella, fueron sus reacciones contratransferenciales ante los pacientes, expresó que cada psicoanalista solo llegaba hasta donde se lo permitían sus propios complejos y resistencias interiores. Es importante señalar que Freud sólo alcanzó a teorizar la contratransferencia como obstáculo técnico, Corbella (2019) supone que en esta formulación actuó con demasiada timidez, opina que la postura Freudiana es una paradoja pues el control consciente de los sentimientos hunde raíces en el propio inconsciente del analista. 

En nuestras descripciones contratransferenciales rescatadas, nociones como el reverie materno de Bion o madre-medio ambiente como objeto de satisfacción a las necesidades del self de Winnicott, podrían justificar y autorizar que los sentimientos del analista si pueden relacionarse con el estado afectivo del paciente, ¿Por qué el analista con el pretexto de que está bien analizado, sería insensible al surgimiento de cierto afecto hacia analizante?, el concepto bioniano de reverie se refiere al estado de la mente de la madre que el niño necesita. En el caso de mi paciente B., pensar en esta ruta, me brinda mayor claridad, mi receptividad serena hubiera sido continente para ese tipo de contenidos; esto me deja ver que, el analista puede ser el órgano receptor que sufre el terror del paciente desde una posición equilibrada y, por lo tanto, le regresa de forma más digerible la experiencia.

“El reverie es central en el psicoanálisis. El analista está vivo. Bion se refiere al potencial de desarrollar la libertad de pensamiento como algo cercano al principio de realidad, cuando falla el reverie, es imposible para el paciente metabolizar y representar”.

(BARRIOS, 2016)

A partir de los años cincuenta, uno de los que resignifica la contratransferencia es Racker, no sólo estaba seguro de que los sentimientos del terapeuta podían relacionarse con el estado afectivo del paciente, fue más lejos, pone mayor atención en todos los procesos que se consolidaban en la intersubjetividad, afirmó: “en la dupla transferencia- contratransferencia el paciente puede hacerle sentir al analista lo que él no puede integrar en su experiencia”, para ser más ilustrativa recurro al siguiente ejemplo:

“Recuerdo a una paciente E. que usaba un perfume que dejaba un olor intenso y desagradable impregnado en mi consultorio por horas. Con el tiempo me percaté que oler a E. era un símbolo de cómo E. penetraba en mi vida, así me sentía inescapablemente impregnada e invadida por la paciente, esto me ayudó a comprender cómo E. se sentía invadida por su madre tremendamente controladora y la sensación de impotencia que cargaba ella”.

(WEINSTEIN, 2016)

 Cito la descripción contratransferencial de Weistein con la intención de comprender cómo Racker entendía las dos caras en el rol del terapeuta, primero aparecía como intérprete de aquellas vicisitudes inconscientes del analizando y a la vez era objeto de estas “(…) con el tiempo me percaté que oler a E. era un símbolo de cómo E. penetraba en mi vida”.  La narración de Weinstein hace evidente que, no solo es el paciente quien pierde su mente para crear una nueva, también ocurre en el analista, quien se reconfigura en tanto permite que el inconsciente circule libremente; es esta comunicación inconsciente, el medio conductor que hace que el campo analítico se convierta en un espacio creador. “El espacio analítico es un juego transferencial y contratransferencial donde emergen afectos, deseos inconscientes, tolerancias e intolerancias, dos subjetividades que crearán un momento único, de significados, sin guión establecido”. Miranda (s.f.)

La expresión del “tercero analítico” es una metáfora de Thomas Ogden para explicar que en la díada analítica existe una interacción que da lugar a un tercer espacio compartido, el cual nos permite apertura, escapar de la distancia y ponderar una fusión; lo decía poéticamente Borges (1997) “El sabor de la manzana está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma”. Cada tercero analítico es único y el analista tiene la responsabilidad de hacer uno nuevo en cada paciente, es una creación conjunta donde las asociaciones del analista son tan determinantes como las del paciente. 

Dos no son dos, sino más que la suma de sus partes, esto me lleva a repensar la alegoría de “los dos divanes” no como la presencia de dos personas separadas, sino como una dupla analista-analizando completamente vinculada, una instalación comprometida de no estar sin pensar al otro.

Como conclusión confirmo nuevamente la posibilidad de abordar el psicoanálisis desde una mirada estética; así como la obra de arte, la relación analítica es una co-creación, recurro a la metáfora de la mariposa en la dialéctica Hegeliana para explicar la creación de un tercero compartido: la mariposa no es la fusión de un capullo y una oruga, es una nueva forma de vida que contiene la transformación del capullo y la transformación de la oruga. Con palabras de Green (1975) la creación de un nuevo espacio analítico exige que paciente y analista se unan tomando prestadas las características de los dos para crear algo diferente a la suma de los dos.

Por último, dejo en el terreno de la reflexión algunos cuestionamientos: En la actualidad, ¿Qué identificarían como un mito acerca del analista? ¿Qué más ha hecho falta hablar sobre la contratransferencia? ¿Creen en la existencia de un tercero analítico? ¿Cuáles ideas acerca de la figura del analista son incuestionables para ustedes?

Bibliografía

  • Barrios,S.(2016) El tercero analítico intersubjetivo y sus raíces conceptuales. Recuperado de: http://santiagobarriosv.blogspot.com
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  • Bolognini, S. (2002) La empatía psicoanalítica. Buenos Aires. Lumen
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  • Freud, S. (1912) Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Tomo XII. Obras Completas. Argentina. Editorial Amorrortu.
  • Freud, S. (1916) 27ª Conferencia. La transferencia. Tomo XVI. Obras Completas. Argentina. Editorial Amorrortu.
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  • Racker, H. (1953) A contribution to the problem of counter-transference. International Journal of Psychoanalysis. 
  • Stolorow,R. (1988) Deconstruyendo el mito del analista neutral: Una alternativa desde la teoría de los sistemas intersubjetivos. Revista Clínica de Investigación Relacional. Vol.7. España.
  • Weinstein, S. (2016) Contribuciones del pensamiento de Ogden al Psicoanálisis. Reverie y tercero analítico en la obra de Ogden. Ejemplos clínicos. Recuperado de:   https://bivipsi.org