Los avatares de la sexualidad femenina

Autor: Selene Beltrán

 

Tengo la “enfermedad” de las mujeres.

Mis hormonas están alborotadas,

me siento parte de la naturaleza.

Todos los meses esta comunión

del alma y el cuerpo; este sentirse objeto

de leyes naturales fuera de control;

el cerebro recogido volviéndose vientre.

Gioconda Belli.

 

Algo que ha llamado mucho mi atención en la práctica clínica es la relación o la no-relación que tiene una mujer con su propio cuerpo y con su sexualidad, pero sobre todo cuando en muchos casos en donde esta relación es desconocida para nosotras mismas, es como si estuviera enterrada (reprimida) en algunos casos, en otros escindida, a veces ni siquiera se piensa en ello, no hay un espacio para eso y considero que hace falta poner en palabras todo aquello que se desea, lo que se quiere, siente y piense.

La importancia radica en darle voz al misterio, vida al enigma y perder el temor a verbalizar lo que aún permanece oculto pero que pugna por salir, aquello que se insinúa pero no se muestra, pero ¿de dónde viene eso desconocido, difícil de simbolizar?

Freud se preguntó ¿qué quiere una mujer?, pregunta que sigue vigente hasta el día de hoy pero no sólo entre los hombres sino también entre nosotras las mujeres. Es ahí en donde emergen los cuerpos femeninos que desde siempre han necesitado hablar acerca de lo que ocurre en sus pliegues más íntimos.

En su escrito Sobre la Sexualidad Femenina (1931) alude a que es más difícil y complicado el desarrollo en la niña porque supone dos tareas adicionales para las cuales el desarrollo del hombre no los presenta. Las dificultades que desafían la psicosexualidad de la niña se deben a que primero necesita conciliarse con su configuración anatómica porque al tener los órganos genitales hacia adentro requiere de toda una simbolización para que puedan ser pensados y representados pues no están visibles hacia el exterior del cuerpo como sí sucede con los órganos genitales masculinos. Asimismo existe la necesidad de realizar un cambio en la zona genital femenina, es decir, del clítoris a la vagina. En segundo término se debe efectuar un cambio de objeto de amor al renunciar a su fijación materna en beneficio del padre y más adelante pasar a su objeto de amor adulto.

Desde aquella época la mujer se ubicó en la carencia, en la condición de insuficiencia, la falta, la pasividad, la castración femenina y la envidia del pene dentro del marco de un mundo patriarcal, falocéntrico. Ha transcurrido más de un siglo y hoy en día la intersubjetividad entre hombres y mujeres permite que los conceptos y las ideas se vayan transformando, ahora se da un lugar desde donde el hombre también participa en este mundo íntimo de la mujer partiendo de la evidencia de que todos los seres humanos poseen en su psiquismo aspectos femeninos y aspectos masculinos que son ejes fundamentales del funcionamiento mental. La bisexualidad psíquica implica la integración de las identificaciones con ambos progenitores, proceso que está ligado de manera íntima con la estructuración edípica (Chiland, 1979 citado en González Enloe, 2004).

Anterior al Complejo de Edipo encontramos la identificación primaria con una madre que representa peligro para ambos sexos: es la imagen no diferenciada, una madre fálica, omnipotente, ambisexual, producto del proceso primario. El tránsito por el Edipo y la castración implican el reconocimiento de la diferencia entre los sexos y entre las generaciones. Cuando el niño o la niña se vuelven conscientes de su diferencia de sexo, resignificarán la representación que tengan de sí mismos, tanto corporal como social. La identidad de género que así adquieran funcionará como un organizador fundamental de su psiquismo en los años tempranos y a lo largo de su vida, y será clave para determinar el lugar desde dónde se percibirá al otro y al mundo. Esta configuración perceptiva tendrá en lo sucesivo un efecto particular sobre el esquema corporal, sobre las estructuras simbólicas y sobre la realidad psíquica de la vida cotidiana (Lester, 1989 citado en González 2004).

Para el logro de su identidad, es de primordial importancia para la mujer la resolución de ansiedades básicas en relación con su feminidad. La evolución de la sexualidad femenina está en extremo asociada a la fantasía de la relación incestuosa con la madre. Para ambos sexos, alrededor de esta figura se va a configurar la diferencia de los sexos ¿Cómo salir de esta madre? Para el varón, la fantasía de coito con esta figura conduce a la aniquilación, a la fantasía terrorífica de ser tragado por la vagina materna. Por otra parte, la no salida del incesto para la niña aparece como el miedo a ser devorada por su madre, figura omnipotente del inconsciente, madre primordial que desempeña un papel central en el destino de todo ser humano. Para el inconsciente, el lugar de la madre, ligado al deseo, es un sitio subjetivo que tiene que ver más con lo imaginario; está más cerca de lo no simbolizable y del objeto perdido.

Al respecto, Berenstein (1990) en su artículo “Ansiedades genitales femeninas, conflictos y formas típicas de dominio” incorpora tres ansiedades específicas de la niña:

  • La primera tiene que ver con lo que acabo de mencionar acerca de no poder ver sus genitales pues como son cóncavos y no tiene fácil acceso para tocarlos tendrá dificultad a la hora de representárselos y de definir las sensaciones eróticas asociadas. Además comprobamos la falta de información que incluye la ausencia de denominación adecuada (sabemos que en el mundo femenino infantil y adulto se aprende a decir “la cosita”, “la partecita”, etc, aunque en la actualidad en algunos contextos eso está cambiando). Asimismo está la prohibición del tocarse o de la fantasía. Si no puede ver, ni tocar, ni nombrar entonces ¿cómo se construye la representación sobre el propio cuerpo?

 

Recuerdo a E. una mujer de 22 años que llega a tratamiento por repetir la forma de elección de pareja, poco tiempo después de las entrevistas me dice que se masturba, pero que no tolera tocarse, “no lo hago con mis dedos, sólo me froto, abro mis piernas y me coloco a manera de que haya un rose”.

 

En cambio B. relata que no ha tenido su primera relación sexual y ni qué decir de la masturbación, dice que lo piensa, lo ha llegado a intentar pero no termina.

 

  • La segunda se refiere a las sensaciones difusas tanto del clítoris, de la vagina como de la pelvis, la zona uretral y la anal. Se trata de una representación mental vaga no muy definida aunque la niña sepa que tiene “algo ahí” y ese algo que es placentero podrá posteriormente bajo condiciones óptimas ser catectizado y altamente valorado. Pero mientras tanto toda esa zona conjunta se confunde y es concebida como una zona con función excretora, productora de orina, de sangre relacionándose con la zona anal ya que todos ellos son órganos por dónde salen sustancias de desecho del organismo. ¿Qué sucede? Sucede que aparece la vivencia de asco, pudor, vergüenza y culpa con intensas y durables repercusiones psíquicas.

 

  • Y la tercera de las ansiedades se produce con respecto a la penetración por la manera en que está constituido el acceso: el hecho de ser una abertura sobre la que no se tiene control y existe un desconocimiento de cuestiones como la lubricación, la elasticidad y la función de las contracciones durante el orgasmo, el parto, generaría un intenso temor sobre aquello que pudiera introducirse o salir de sus orificios. Es decir que las ansiedades están asociadas al daño potencial sobre su propio cuerpo.

 

Recuerdo nuevamente a E. quien dice no estar segura de haber sentido un orgasmo, ha tenido vida sexual activa, sin embargo, una condición para que la relación sexual se de es que ella este alcoholizada o drogada para “dejarse llevar”, además ha dicho que en algunas ocasiones le duele la penetración. A raíz de un tratamiento para una infección vaginal dice: “no entiendo cómo este tubo enorme puede entrar, ver qué se mete y desaparece es algo muy raro y me duele”.

 

Otra paciente L, quien llega angustiada, llorando a decirme con mucho esfuerzo después de dos años de tratamiento que tiene un poco más de un año que no puede lubricar, que su cuerpo no responde “si tengo el deseo, pero no puedo, me duele mucho, el pene no entra” y cuando se masturba le duele pero dice “es preferible sentir eso a no sentir nada”.

 

Se plantean para la mujer dos problemas: uno en relación con el objeto y el otro con su propio cuerpo. El primero aparece asociado al objeto tercero, al padre, con quien la niña, aunque en forma tardía, se vincula de manera erótica para toda la vida. El amor o la idealización de esta figura es básica no sólo para romper la liga incestuosa con la madre, sino para que el padre no sea abolido, desconocido o vuelto impotente por ésta o por ese pacto inconsciente siniestro entre la madre y la hija.

El segundo problema, el relacionado con el cuerpo, aparece de nuevo ligado a la figura de la madre, cuyo modelo es esencial para el logro de su identidad. Al lado de ella la niña se siente en desventaja. Las fases de su vida sexual están marcadas por discontinuidades visibles, que además de que conllevan la necesidad de espera aparecen bajo el signo de la sangre: la primera menstruación, el ritmo menstrual, la desfloración, el embarazo, la menopausia.

Sus órganos son internos, invisibles, y pertenecen al mundo del futuro y de la esperanza: pechos, bebés. (Chiland, 1979 citado en González Enloe, 2004). Sin embargo, esta esperanza no ofrece certidumbre; hay una gran duda, no tiene manera de asegurarse de su fecundidad futura ni de su capacidad para el placer sexual (Klein, 1932).

Con el desarrollo de sus pechos y la aparición de la menstruación, la niña se percata con más claridad de su feminidad. En ese momento las palabras por una madre feliz, o las angustias de una madre neurótica, o peor aún la ausencia de toda palabra, tendrán un efecto imborrable en el psiquismo de la hija. La angustia o la seguridad de los sentimientos femeninos está unida al lenguaje a través del cual la mujer recibe la confirmación o invalidación, pues las palabras femeninas trasmiten de manera secreta las emociones de las experiencias sexuales. Toda palabra va acompañada en forma inconsciente de una emoción de valor que percibe la sensibilidad de la niña (Dolto, 1981).

Todas estas representaciones corporales inconscientes en la niña arriban entonces desde la manera en que su madre la invistió en términos libidinales y narcisistas, sin embargo y a la vez  también, se encuentra encadenado a partir de las repercusiones inconscientes de las representaciones de esta madre con sus propias ansiedades, traumas, dificultades y desde sus funciones inconscientes corporales y sexuales. Es el límite de lo intrapsíquico con lo intersubjetivo en donde antiguas reminiscencias y fantasías olvidadas afloran con fuerza a la memoria sin que la censura intervenga. Es un movimiento primigenio de seducción y de erotización primaria cargado de vivencas únicas que instauran las primeras huellas para la trama psíquica y las mociones libidinales, el erotismo y la energía de lo que en un futuro será la adquisición de la feminidad.

El padre tiene una vital importancia con su presencia y su función en el pasaje hacia la resolución edípica, su intervención, su mirada, su presencia en conjunto con la sociedad  entrará a formar parte de esta danza originaria de la niña a mujer, sin embargo es interesante resaltar que el esposo fantaseado que lleva en su psique la mujer, madre de esta niña, también se transmitirá en este tejido que será el ropaje de mujer que la niña adquiera en su adultez. Vemos pues que existe una complicada estructuración precoz de la psique infantil.

Tanto la función femenina y masculina establecen la posibilidad de dar apertura al deseo de la niña, es decir, de poder identificarse con una madre deseante de otro que colme su amor, así como de poder sentir que, como su madre, también ella puede ser objeto de deseo. Esto, que es crucial para la organización psíquica de la mujer, implica una liga libidinal con una madre lo suficientemente satisfecha con su propia feminidad.

Christopher Bollas en su libro “Fuerzas de Destino” (1989) propone que la fatalidad por un lado es algo ineludible en donde el individuo no tiene ninguna influencia y no somos responsables de las cargas que nos han impuesto los objetos significativos de nuestra infancia pero por otra parte somos los únicos responsables de nuestros objetos internos y del manejo de nuestro mundo interior provisto de su poderosa pulsión de destino que empuja al sujeto a utilizar sus objetos como medios para articular y ser entonces su verdadero sí-mismo.

El camino que la niña recorre desde la infancia hasta la edad adulta en su aspiración de feminidad es complicado y está lleno de cambios, trampas, se disfruta de alguna manera pero hay mucho desconocimiento, inexperiencia, negligencias y distracciones que impiden un paso fluido y no siempre se llega a la meta. Se presentan obstáculos que atravesar, sorpresas, sobresaltos, confusiones, alegrías y tristezas, amores y desamores, odio y hostilidad cada uno por separado y también todos juntos a la vez. Estamos hablando de los cambios psíquicos y corporales en donde el cuerpo adquiere su rasgo distintivo.

La sexualidad es una experiencia sensorial en la que interviene todo el cuerpo, un verdadero acertijo para la exploración del enigma en la intimidad de lo femenino, exploración que también se desplaza por esos lugares misteriosos, de lo intangible, de la seducción y sus placeres. Octavio Paz en su libro “La Llama Doble: Amor y Erotismo” coloca al deseo como si fuera un personaje invisible pero que siempre se mantiene activo en el erotismo. Afirma que “el agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación.”

El erotismo como ingrediente que mieliniza la pulsión será determinante. Es un movimiento sutil y misterioso, un descubrimiento producto de una trayectoria nutrida por la conexión de las zonas erógenas para poder saborear la fruta; esa fruta totalmente permitida, sin culpa, aquella que toda mujer  merece y que se traduce en sentirse bien bajo la piel sabiendo lo que recorre por dentro, levantando represiones, sin terrores persecutorios.

El cuerpo descubierto en su totalidad con todas sus otras zonas erógenas como instrumento introspectivo y del conocimiento de sí mismo es indispensable para integrar lo que se hallaba escindido. La piel como órgano representativo de lo erógeno y la ternura como afecto que se inserta armoniosamente con el erotismo completan el escenario de la feminidad que se comienza a articular para dar paso al disfrute femenino, al goce con la vida y dejar atrás aquello que expresa; “Vivir la vida en un cuerpo que no se siente es la más solitaria de las soledades” (McDougall, 1998).

Estamos frente a un universo íntimo, callado que necesita ser observado y enunciado no solamente en el lenguaje de la mujer sino en el lenguaje con un otro que ayude a representar lo irrepresentable. Se trata de una labor delicada en el quehacer psicoanalítico con pacientes que sufren y en quienes se observa el deseo de salir de ese vacío.

Ogden (1994) sostiene que para los pacientes es muy tranquilizador el poder de los símbolos verbales para contener y organizar sus pensamientos, afectos y las sensaciones desconocidas de la no-palabra que recorre sus cuerpos. El cuerpo de la niña está dotado de memoria, la verbalización de la vivencia corporal y la corporeidad del lenguaje da lugar a un nuevo ensamblaje psíquico.

En la diada analítica aquel analista que no tema entrar al enigma, que no tema el cuerpo escindido de una mujer que a su vez también se encuentra, temerosa y confundida, el analista que tolere con tranquilidad la intimidad que produce el espacio que los alberga logrará en función analítica y en conjunto con su paciente mujer despertar ese cuerpo dormido, reconstituir la piel e integrar corporeidad con sensaciones erógenas, para abrir paso a las fantasías inconscientes, para comprender, para desinhibir dentro de los movimientos transferenciales y contratransferenciales. Es todo un acontecer de sensaciones en donde se irá desmoronando las defensas, levantando las represiones y abriendo camino hacia ese lugar en donde la existencia femenina posee un Yo mejor cohesionado y en donde el ello no irrumpe desbordado y el Yo pueda mantenerse ileso sin sucumbir y además el superyó deje de ejercer su despiadada tiranía.

El psicoanalista que en acto analítico y con virtud ética ampara y sostiene con especial cautela el sufrimiento de la paciente logrará en su condición creadora fertilizar las áreas desérticas de la mujer y favorecer a este florecimiento en íntima complicidad. Mediante el vínculo terapéutico el analista será copartícipe del acontecer de la metamorfosis, en donde la paciente gradualmente revelará su feminidad y se otorgará un nuevo significado a su vida.

 

Bibliografía

 

  • Alizade, M. (1992). La Sensualidad Femenina. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Berenstein, D. (1990). Ansiedades genitales femeninas, conflictos y formas típicas de dominio.
  • Bollas, C. (1989). Fuerzas de destino. Psicoanàlisis e idioma humano. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Dolto, F. (1981). Sexualidad Femenina. Barcelona: Paidós.
  • Freud, S. (1931). Sobre la sexualidad femenina. En S. Freud, Obras Completas (Vol. XXI). Buenos Aires: Amorrortu.
  • Freud, S. (1933). Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. 33a conferencia. La feminidad. En S. Freud, Obras Completas (Vol. XXII). Buenos Aires: Amorrortu.
  • González Enloe, M. (2004). Feminidad de la mujer analista en el trabajo psicoanalítico. En M. González Enloe, Sexualidad Femenina y Psicoanálisis. México: Editores de Textos Mexicanos.
  • Klein, M. (1932). Los efectos de las situaciones tempranas de ansiedad sobre el desarrollo sexual de la niña.
  • McDougall, J. (1998). Las Mil y Una Cara de Eros. Buenos Aires: Paidós.
  • Ogden, T. (1994). Temas de Análisis. Londres: Karnac.
  • Paz, O. (1993). La llama doble: amor y erotismo. Barcelona: Seix Barral.