Lo femenino y lo masculino en lo mexicano

Autor: Erika Lepiavka

 

            Pensar psicoanalíticamente alrededor de lo femenino y lo masculino es un ejercicio tan complejo como necesario. Femenino y masculino son palabras como enlaces covalentes que se asocian y pegan a todo tipo de ideas, conceptos o sensaciones. Hablar de lo que es femenino y lo que es masculino involucra inevitablemente a las esferas más íntimas de su interlocutor(a). Entrar en materia de género representa un reto al que ahora me sumergiré con la convicción de que es un ejercicio indispensable en nuestros días.

            Cuando un humano nace, tiene como principales retos (además de la supervivencia) distinguirse de la madre, entender dónde acaba su cuerpo y donde empieza el exterior. En condiciones normales, un poco más tarde aparecerá el padre como figura bien identificada y consolidada en la vida psíquica del bebé. Surgirá entonces, el par masculino-femenino (representado por la madre y el padre) y será desde ese lugar que se empiece a crear una cadena de identificaciones con los significados de cada polo del par. Femenino y masculino no son lo mismo para todos, porque son palabras que traen detrás de ellas una larga cadena de asociaciones, identificaciones y representaciones. Nuestro diccionario define —en primera instancia— como femenino o masculino, a aquello que pertenece a la mujer o al hombre, respectivamente[1]. Empieza el problema; ¿qué es de quién?, ¿quién lo decide? y sobre todo, ¿por qué hay que partir al mundo en dos?

 

            Es evidente que la comprensión de estas palabras tiene sus inicios en la diferenciación sexual, lugar desde donde comienza la forma más sencilla para su entendimiento. La diferenciación sexual de los organismos es la base de una pirámide que se torna más compleja en la medida en la que vamos subiendo. Una o uno nace mujer u hombre, y eso es muy sencillo de distinguir. Sin embargo, aquello con lo que una o uno se identifique, y lo que asocie a femenino o masculino, es un camino lleno de curvas, un camino lleno de más caminos, que se recorre y se construye en ambos sentidos, a lo largo de toda la vida.

            Los invito ahora a dar un recorrido en este camino, a dar vueltas y transitar algunas facetas de lo femenino y lo masculino. Será imposible cubrir el espectro tan amplio que invocan estas dos palabras; espero arrojar un poco de luz sobre tan complejo fenómeno. Aunque estoy segura de que femenino o masculino no se pueden definir con pocas palabras, también es cierto que son categorías que usamos en la vida diaria. Podemos hablar, entonces, de su comprensión en términos generales, a través del tiempo y en la cultura que nos rodea. Podemos pensar en los estereotipos de cada género y de cada figura que los representa, el hombre o la mujer. Demos ahora un clavado en una brevísima revisión a través del tiempo:

 

            Arnaldo Rascovsky, miembro fundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina, abordó la temática de lo femenino y lo masculino a partir de las ideas de Gregory Zilboorg, psicoanalista ruso. Los autores hablan de la tendencia histórica que vuelca el sadismo y la agresión sobre la mujer:

“Desde el Viejo Testamento, que rechaza definitivamente a la mujer, a través de Grecia, donde aquella no podía heredar a menos que tuviera un marido que la dirigiera, llega hasta Napoleón, quien señalaba: ‘La mujer es dada al hombre para que le suministre hijos. La mujer es nuestra propiedad pero nosotros no lo somos de ella…’ Toda la historia de la humanidad está inundada de esta actitud, ya sea en forma directa o disfrazada, en serio o en broma, en costumbres civilizadas o en leyes y estatutos, en supersticiones o creencias religiosas” (Rascovsky, 1945).           

            Rascovsky nos habla de “la hostilidad fundamental del hombre hacia la mujer” como una constante a lo largo de la historia. Ward, sociólogo contemporáneo de Freud, argumentó que “desde el punto de vista biogenético la hembra originalmente reinó en forma suprema (…) Ward cree que el descubrimiento de la paternidad en el hombre ocasionó la revolución que destronó a la mujer de su alta posición biológica de privilegio y de primitiva autoridad maternal” (Zilboorg, leído en Rascovsky 1945). La hipótesis de Ward me resulta interesante pues como explicó Melanie Klein, aquello que es envidiado también es admirado y deseado. Considero que este cambio de poder puede darnos mucho para pensar en la dinámica actual hacia lo femenino.

            Quisiera ahora adelantarme en el tiempo y llegar a nuestros días y a nuestra ubicación geográfica; Ciudad de México, 2018. Es demasiado común escuchar o leer en las noticias sobre actos que involucran agresiones terribles, desmedidas, crudas. En nuestro país, la ola de violencia es preocupante e indignante. Un tipo de esa violencia, se ejerce sobre las mujeres. De acuerdo con estimaciones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en México hay en promedio siete muertes de mujeres con presunción de homicidio al día, cuyas causas incluyen mutilación, asfixia, ahorcamiento, degollamiento” y la lista continúa (Villalpando, 2018). Ciudad Juárez es una población más conocida por su brutal índice de feminicidios que por cualquier otro aspecto. Mujeres centro y sudamericanas cruzan la frontera de México para llegar a Estados Unidos, y en muchos casos terminan como mulas o esclavas sexuales en el sur del país. Los casos de mujeres golpeadas son moneda común, así como comprensión de muchas mujeres (y el refrán) es que si te pega, es porque te quiere. La violencia que se ejerce sobre el cuerpo de las mujeres mexicanas rebasa cualquier entendimiento de lo lógico; viene desde los lugares más primitivos de la mente.

            Octavio Paz pensó en El laberinto de la soledad alrededor del uso del lenguaje, en el que “cada letra y cada sílaba están animadas de una vida doble, al mismo tiempo luminosa y oscura, que nos revela y oculta” (Paz, 1950). Se pregunta, ¿quién es esa chingada a la cual los mexicanos hacemos alusión con tanta frecuencia? Y se responde: “Ante todo, es la Madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La Chingada es una de las representaciones mexicanas de la maternidad (…) Es la madre abierta, violada o burlada por la fuerza.” (Paz, 1950)

            En contraposición a esa madre que se desprecia, está la figura materna venerada. Presente en altares callejeros, protagonista de una de las procesiones más impresionantes del mundo, es reina del segundo templo más visitado del mundo; La Virgen de Guadalupe. Es la representación de la madre completamente bondadosa y como su nombre lo indica, casta. Paz expone estas dos expresiones de la feminidad como antagonistas, pares opuestos que condensan toda una constelación en el pensar mexicano. La figura materna se parte en dos: la buena y la mala, la idealizada y la devaluada.

            En Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre, Freud escribió sobre algunos hombres que tienen la tendencia a separar por completo a la figura femenina que da afecto, de la figura que ejerce su sexualidad. Esta dinámica inicia cuando el niño finalmente obtiene la respuesta a la gran pregunta ¿de dónde vienen los niños? Poco a poco, el niño caerá en cuenta de que su madre tuvo que haber tenido una vida sexual para que él llegara. Es un descubrimiento que imposibilita ver a la madre como “una personalidad de pureza inatacable (y Freud nos dice que) y nada resulta tan afrentoso (…) ni se siente tan penoso (…) como como una duda sobre este carácter de la madre” (Freud, 1910). Para lidiar con este gran conflicto, la solución psíquica es escindir la sexualidad materna, como decimos “hacer como que la virgen le habla”. Esa sexualidad que es negada, se desplaza hacia la figura que suele ser objeto de desprecio universal: las prostitutas. Aquí yo quisiera agregar, que si bien Freud habla de la dinámica que se establece en la relación de pareja, a partir de los hombres, yo considero que este desplazamiento no es exclusivo de los hombres. Existe una importante tendencia en las mujeres a despreciar a otras mujeres que ejercen su sexualidad libremente.

            Regresando a la idea de Freud; se trata de hombres que en un futuro, tendrán un enorme problema cuando tienen hijos. Esto es porque su pareja sexual se ha convertido en madre; y eso sí que les aterra. Son hombres que suelen tener amantes, porque su pareja ahora es madre y las figuras se confunden.

            Sin embargo, el que alguien le rinda culto a la Virgen de Guadalupe no lo convierte en uno de estos hombres. Estos son casos más agudos. Paz nos habla de simbolismos que los mexicanos compartimos, que tienen diferentes niveles e intensidades. A lo que voy es que en nuestra cultura occidental, permanece la necesidad de separar a las dos madres: la buena y la mala. Este es un mecanismo de los primeros años de vida, cuando el bebé aún no entiende que la dulce madre que le da amor, es la misma bruja que lo deja llorando en ocasiones. Un logro importantísimo en el desarrollo es la comprensión de estas dos figuras como una totalidad. Sin embargo quedan remanentes, que se pueden manifestar en escenarios como los sueños, los mitos y la cultura. Las telenovelas, por ejemplo, son un gran testimonio de ello; narraciones en las que hay una protagonista ridículamente buena, y una villana monstruosamente mala. Lo mismo pasa con las películas infantiles; hay una figura materna idealizada y una madrastra maldita.

            Lo femenino refiere a lo materno porque la asociación es inevitable. La madre es el primer referente de feminidad. Una estructura más sana, tendrá menor tendencia a separar tan tajantemente a sus objetos, y no por eso dejará de disfrutar una película de Disney. La escisión es un proceso complejo que opera de forma más grave en trastornos psicóticos, y presente de manera menos drástica en personalidades que gozan de una mejor estructuración psíquica. De forma más simple: todos escindimos, algunos más, otros menos.

            Este recorrido tiene un destino: el consultorio. Quisiera ahora soltar la pregunta ¿Qué implica ser analista mujer? ¿Qué implica ser analista hombre? ¿Hasta dónde permea la cultura en la forma en que nuestros pacientes nos ven? El Foro Económico Mundial estima que a nivel mundial, los puestos directivos son ocupados en un 22% por mujeres. El último reporte de la OCDE[2] establece que “Cuando las mujeres trabajan, son más propensas a hacerlo a tiempo parcial, tienen menos probabilidades de avanzar a puestos directivos, son más propensas a enfrentarse a la discriminación y ganan menos que los hombres”. Sería interesante estudiar si existe una brecha salarial de género entre analistas.  

Ante esta realidad, nos puede ayudar entender el concepto del techo de cristal. La metáfora hace alusión a una superficie superior invisible, que impide el crecimiento laboral de muchas mujeres. Mabel Burín explica que además de los factores observables, están los internos, mucho más difíciles de percibir. Burín encontró que una parte del techo de cristal “se gesta en la primera infancia[3],” (Burín, 2008) desde que el bebé empieza a distinguirse de su madre, a entender que son cuerpos separados. Esto es posible gracias a las mociones hostiles, que son factores que recortan las diferencias y a su vez permiten la gestión de nuevos deseos, como el de saber y de poder. Sin embargo “los destinos pulsionales no son iguales para varones y para mujeres en nuestra cultura patriarcal.” (Burín, 2008). Si podemos observar que hay una tendencia en las niñas a ser más tranquilas que los niños, es porque en general, ellas aprenden primero a dominarse a sí mismas que los niños. El deseo del poder femenino, por su parte, se concentra en el poder sobre el mundo de los afectos. Sin embargo, este poder parece disolverse en la vida pública. En este sentido, hay una gran ventaja en ser analista mujer; el poder que se nos confiere sobre lo emocional.

En el consultorio, los factores externos pueden entenderse como las representaciones de género con las que llega el paciente, que inevitablemente tendrán un papel importante en las fantasías sobre él o la analista. Los factores internos pertenecen al mundo del analista, de su posición en el universo de identificaciones en el cual existe. En el encuentro entre dos subjetividades van y vienen representaciones, muchas de ellas silenciadas o inconscientes. Considero que es papel de quién ejerce como psicoanalista, darse a la tarea de mirarse en el espejo de su construcciones de género y hacerlas conscientes.

 

Femenino y masculino son estereotipos, pero son también el significado que cada individuo les da. Aquello con lo que nos identificamos se convierte en quién somos. La transmisión de los roles de género se da en gran parte por identificación con el discurso de las generaciones anteriores. Son hilos difíciles de cortar. La lucha por la equidad de género encuentra una gran limitante ante lo inconsciente; los prejuicios que ni siquiera sabemos qué tenemos. Estudiarlos y estudiarse es un ejercicio de honestidad y de coraje que exige plasticidad en nuestros esquemas. Es desde el lugar de analizando, donde un psicoanalista puede dar un clavado en el gran océano que son sus construcciones de género. ¿Para qué? Para no transmitir prejuicios, para no imponer estereotipos, para dejar vivir en blanco y negro, para ver más allá de su cultura, para no encarcelar lo que es humano; para ser un poco más libres.

 

 

Bibliografía

 

 

  • Arceo, E. (2017). Cerrar el abismo entre hombres y mujeres en el mercado laboral.Nexos. Recuperado de https://www.nexos.com.mx/?p=31706[Fecha de consulta: 19 de febrero de 2018].

 

  • Burin, M. (2008). Las “fronteras de cristal” en la carrera laboral de las mujeres. Género, subjetividad y globalización. Anuario de Psicología, 39 (1), 75-86. 
  • Freud, S. (1910). Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre (Contribuciones a la psicología del amor). Volumen XI. Obras Completas deSigmund Freud. Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2001.
  • OECD.org (2018). La lucha por la igualdad de género: una batalla cuesta arriba. Recuperado de: http://www.oecd.org/mexico/Gender2017-MEX-es.pdf. [Fecha de consulta: 19 de febrero de 2018].
  • Klein, M. (1946). Notes on Some Schizoid Mechanisms. International Journal of Psychoanalysis, 27, 99-110.
  • Paz, O. (1967). Los hijos de la malinche. El laberinto de la soledad ; Postdata ; Vuelta a el laberinto de la soledad. 13th ed. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Rascovsky, A. (1945). Zilboorg, Gregory: Masculine and femenine: Some Biological and Cultural Aspects. (Masculino y femenino. Algunos aspectos biológicos y culturales.) “Psychiatry”, vol. 7, págs. 256-296, 1944.. Rev. Psicoanál., 2(4):734-738

 

[1] En la quinta acepción del término femenino, el Diccionario de la Lengua española define a éste como “perteneciente o relativo al género femenino”.

[2] Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos

[3] “y adquiere una mayor relevancia a partir de la pubertad.” (Burín, 2008)