Juan Pablo Quibrera 

En este trabajo, me propongo hacer un recuento teórico de conceptos relacionados a lo ominoso, partiendo de las ideas de Freud, y luego conectando con puntos de vista más recientes, en particular el pensamiento poskleiniano. Quiero ligar esto con elementos de la crítica literaria desde la óptica psicoanalítica, para finalmente proponer que la escucha analítica con cualquier paciente es en sí una lectura de lo ominoso. 

Comenzaré entonces con definiciones de lo ominoso. Me sorprendió descubrir que la palabra “ominoso” tiene una larga lista de sinónimos: siniestro, abominable, odioso, abyecto, repugnante, aciago, desventurado, funesto, execrable, ruin, desdichado, vil. En el idioma inglés, la palabra “ominous” se usa quizá de forma más frecuente que en el español, generalmente para nombrar algo que tiene un mal presagio. En lenguaje cotidiano, diríamos que es algo que da mala vibra, nos genera cierto displacer. Todos sus sinónimos tienen una connotación negativa que tiene algo que ver con un destino catastrófico. Sin embargo, para el psicoanálisis lo ominoso va por otro camino. Es una de tantas otras palabras (como “histérico”, “neurótico”, etc.) que ya son parte del dominio público, aunque no necesariamente se usan de acuerdo a la significación freudiana. 

También les tengo que confesar que me llevé una ominosa sorpresa al darme cuenta de que en el sacrosanto diccionario de Laplanche y Pontalis no hay una entrada para el concepto “lo ominoso”. Es paradójico, parece chiste. Justamente esto es lo ominoso, a mi forma de ver. Aquello que está y no está, que brilla por su ausencia, o cuya presencia genera un desconcierto. 

Para Freud (1919), lo ominoso es antes que nada un sentimiento. Es aquello que tiene que ver con el desconcierto producido con algo que no es familiar, pero tiene muchos elementos de cosas que sí reconocemos. En alemán, la palabra es unheimlich, que precisamente es lo opuesto a lo familiar o doméstico; “desde luego, no todo lo nuevo y no familiar es terrorífico; el nexo no es susceptible de inversión. Sólo puede decirse que lo novedoso se vuelve fácilmente terrorífico y ominoso; algo de lo novedoso es ominoso, pero no todo.” 

En lenguaje más aterrizado, diríamos que lo ominoso es ese sentimiento incómodo y potencialmente terrorífico cuando nos topamos con algo que creemos dominar, conocer, o entender, y de pronto caemos en cuenta de que hay algo que no encaja del todo bien. Al decirlo así, me acuerdo de hace unos años cuando veía con mis alumnos la película infantil Coraline, donde los padres de la niña protagonista son reemplazados por copias casi idénticas, pero ligeramente cambiados. Muchos de mis alumnos se “malvibraban” sin entender por qué. Muchos ni siquiera se daban cuenta de que no eran los padres originales, sino otros, y que incluso sus ojos ahora eran botones negros. 

En su texto, Freud menciona otros ejemplos que me parecen muy esclarecedores. Cuando nos topamos con un ser que debería estar vivo, pero nos damos cuenta de que en realidad son inanimados, sobreviene la sensación de lo siniestro. Freud no vivió en la época tecnológica de la inteligencia artificial o la realidad virtual, pero me pregunto qué pensaría sobre robots y otras máquinas que casi en todo parecerían humanos, excepto en lo más humano: la humanidad. Otro ejemplo que se me ocurre es la primera vez que un niño ve un animal muerto en la calle: están acostumbrados a ver al perrito, al gatito, al pajarito o lo que sea con todas sus funciones vitales, y cuando lo ven reducido a un pedazo de carne sin ánima sobreviene la angustia, no sólo por el impacto estético con lo Real (en el sentido lacaniano), sino porque los remite con su propia muerte segura, es decir con el fin del narcisismo y la castración última. De hecho, para Freud, aquello ominoso está ligado con una verdad demasiado terrorífica que tuvo que ser negada/reprimida, y cuando nos topamos con ella se produce la angustia (Quinodoz, 2005). Entonces, diríamos que todo lo ominoso está ligado a angustias de la primera infancia: angustias de muerte, desintegración, de pérdida del objeto y de su amor, etc., (Radchik, 2019); es decir, todo aquello que tiene que ver con el desarrollo psicosexual temprano. Si tomamos la línea de Melanie Klein, podríamos pensar que todo lo que suscita la sensación de lo siniestro remite a fantasías inconscientes primarias con objetos parciales y con la pareja combinada en el complejo de Edipo temprano. 

Es importante tener en cuenta que Freud escribe sobre lo ominoso en 1919, cuando ya había sufrido a raíz de la guerra muchos cambios y pérdidas. Su teoría empezaba a tomar un color distinto, y se enfocaría ahora en temas de narcisismo, pulsión de muerte y compulsión a la repetición.

Hasta aquí el aporte de Freud, ahora quiero mencionar las obras de dos analistas de la escuela inglesa que de alguna forma circulan alrededor del tema de lo ominoso, y buscaré relacionar sus teorías y técnicas con la crítica literaria. Ellos son Bion y Winnicott. 

Bion revolucionó al psicoanálisis con su pensamiento fresco, anclado en Klein pero sin duda original. Entre muchas de sus aportaciones teóricas y técnicas, quisiera abordar algunas que me llevan a pensar la sesión analítica como la escucha de lo ominoso. 

Para Bion, la mente es una especie de órgano de digestión de experiencias emocionales, las cuales están ahí como parte de la vida pero deben de ser pensadas por el pensador (bebé o sujeto) para poder funcionar. Una función elemental de la mente es la barrera de contacto, la cual sirve para mantener separado lo consciente y lo inconsciente, discriminando entre la realidad y lo endopsíquico; es una especie de membrana permeable que a través de la función alfa permite que ciertos elementos beta sean transformados en alfa (López-Corvo, 2018). Gracias a esta básica barrera de contacto, ustedes pueden escucharme leer este trabajo y comprender mis palabras y mi intención, no tienen que poner catexias en todos los estímulos que los están bombardeando al mismo tiempo, provenientes de mí, de ustedes y del medio en el que estamos. Todos esos elementos automáticamente se filtran por la barrera de contacto, algunos de ellos permaneciendo conscientes y otros inconscientes. Otros son preconscientes, es decir, se pueden volver conscientes si le damos catexia de atención. 

Los elementos beta serían todo aquello que no es procesado por el estómago mental, y solamente puede ser evacuado por distintos medios. En los bebés, cuya mente-estómago está en construcción, constantemente vemos movimientos corporales desarticulados que funcionan sólo como método de descarga. En los pacientes psicóticos, muchos síntomas tienen esta calidad desarticulada y no refinada, no simbolizada por la función alfa; el claro ejemplo son los delirios o alucinaciones donde pequeños fragmentos del superyó persecutorio se proyectan sobre el mundo perceptual. Ahí la barrera de contacto no funciona, ya que lo endopsíquico (parte del yo) contamina el no-yo. Esto se denomina pantalla beta, cuando los elementos beta se escapan de forma porosa, causando un estado constante de persecución, angustia y confusión. En la sesión, la pantalla beta es responsable de que el paciente severamente perturbado cause emociones muy intensas e incluso respuestas fisiológicas en el analista (ídem, p. 247), las cuales deben ser poco a poco capturadas por la barrera de contacto del analista que sí puede pensar.  Bion llama ensoñación (o rêverie) al estado cuasi-hipnótico en el que el analista contacta con el paciente, así como una madre con su bebé, para poder leerlo. Aquí ya empezamos a entrar en la metáfora de la lectura, lo cual tiene que ver con mi punto de la crítica literaria. Todos cuando nacemos somos un libro indescifrable lleno de jeroglíficos (o, si queremos, diarrea-mental) y somos lentamente acariciados por la mente y las manos de nuestro objeto-madre, quien nos permite ir desarrollando un aparato mental (estómago) lo suficientemente independiente como para ya no necesitar pañales. 

Voy ahora con Winnicott, ya que encuentro muchas similitudes entre él y Bion. Para Winnicott, el niño es, en un comienzo, un ser desintegrado; necesita de la madre para poder percibir de forma organizada los estímulos tanto del mundo externo como interno. El bebé posee una tendencia hacia el desarrollo, pero es tarea de la madre suficientemente buena darle un soporte adecuado para lograr la integración de su self. Esto se lleva a cabo mediante el sostenimiento o holding, una forma de cuidar y amar al bebé (Bleichmar y Leiberman, 1989). En su Esquema del psicoanálisis, Freud ya mencionaba que la madre es el primer objeto erótico en tanto que nutre, pero no se refiere solamente a que provea de alimento, sino que cuida y libidiniza al niño (Freud, 1938). Siguiendo la línea winnicottiana, la madre tiene una función de yo auxiliar para que el bebé logre tener una continuidad existencial y pueda desarrollar la integración suficiente del self para lidiar con los desafíos del desarrollo. Esto solamente es posible si la madre posee una preocupación maternal primaria y puede identificarse con las necesidades de su bebé. El objetivo del holding sería también “neutralizar las persecuciones externas e impedir los sentimientos de desintegración y de pérdida de contacto entre psique y soma”. 

Hasta aquí, es muy claro cómo Bion y Winnicott hablan de la importancia en las funciones del objeto materno para que el infante pueda desarrollar un contacto óptimo consigo mismo y con la realidad externa. Winnicott también destaca la importancia de que los padres tengan fallas, que sean figuras atravesadas por la falta (castración) para que el niño pueda identificarse con personas de carne y hueso capaces de gozar la vida aún con sus vicisitudes. 

El otro aporte de Winnicott que quiero mencionar en este trabajo es el de los fenómenos transicionales. Estos constituyen un puente entre la realidad interna y la externa del infante, algo que no está ni afuera ni adentro, y que justamente sirve para “demarcar los límites mentales en relación con lo interno y lo externo”. Estos fenómenos se dan en un espacio potencial, para definirlo utilizaré lo que dice Ogden (1986): “el espacio potencial es un término general que Winnicott utiliza para referirse a un área intermedia de la experiencia que yace entre la fantasía y la realidad; formas específicas de dicho espacio incluyen el espacio lúdico, el área de objetos y fenómenos transicionales, el espacio analítico, el área de la experiencia cultural y el área de la creatividad.” Es decir, estamos hablando de una zona intermedia entre el mundo interno y externo donde según Winnicott se dan las experiencias relacionadas con la cultura y el juego, así como la fantasía. En este espacio ubicamos la ficción, y la lectura de textos. Cada vez que decodificamos un texto y lo hacemos propio, se ponen en marcha procesos inconscientes (gracias a la barrera de contacto y la función alfa) de introyección y proyección. Gracias a eso podemos comprender y memorizar los textos. El mismo proceso sucede todo el tiempo dentro del consultorio, así es como nos relacionamos con el material de los pacientes, como si fuéramos intérpretes de textos ficticios, que de hecho lo son, porque todo lo que el paciente cuenta es fabricado por él mismo, ya que la realidad como tal no existe, y menos dentro de un consultorio. Esta idea no es para nada original, pues tiene que ver con la idea de Freud de traducir los sueños o lo inconsciente. 

Pasaré ahora a explicar la crítica literaria desde el psicoanálisis. Para hacerlo, me remito al libro The Analyst’s Ear and the Critic’s Eye (El oído del analista y el ojo del crítico) escrito por Thomas y Benjamin Ogden. Este es el primer libro que combina la práctica de un analista senior con la escucha de un crítico literario. Los autores proponen que un psicoanalista no debe acercarse a un texto literario intentando “descifrarlo” o “decodificarlo” y mucho menos tratando de hacer un puente explicativo con la vida del autor. Leer un libro y querer encontrarle simbolismos y significados ocultos, sería un error y un acto violento. Eso sería psicoanálisis aplicado, un ejercicio artificial, infértil, y narcisista por parte del lector. En vez de eso, lo que estos autores sugieren es que la lectura de un texto se puede enriquecer por la forma en la que un psicoanalista trabaja, es decir, poniendo énfasis en la construcción del lenguaje, la música de las palabras, la estructura de la narración, la “voz” autoral y de los personajes, y sobre todo de hacerse constantemente preguntas sobre el texto. De igual forma, la práctica analítica se puede enriquecer mucho si somos lectores críticos, es decir, si pensamos que cada vez que tenemos a un paciente dentro del consultorio, son un libro que tenemos en las manos intentando leer, pero no desde la postura arrogante de “yo conoceré tu verdad y te la revelaré” sino más bien, desde la genuina curiosidad, la ignorancia, y la paciencia. Esto tiene que ver con lo que Bion llama vínculo K (conocimiento) que es contrario al narcisismo, y también lo que denomina relación comensal, en la cual paciente y analista son equipo y comparten juntos un objeto analítico estético. Es como si ambos se sentaran en la banca de un museo a contemplar 45 minutos un cuadro de Picasso, que es la mente del analizante.

Ogden y Ogden (2013) recalcan también la importancia de hacerse preguntas sobre lo que no aparece, lo que no está dicho, lo que el texto omite o lo que el paciente no refiere. Ahí, en estos “puntos ciegos” donde parecería que no hay nada, es donde se puede generar conocimiento nuevo. 

Antes de concluir, regresaré al tema de lo ominoso para ver su relación con la sesión analítica.

Todos hemos leído libros, seguramente, donde nos topamos con situaciones o personajes que se nos figuran familiares en algún sentido pero al mismo tiempo tienen algo desconcertante, extraño y que causa una sensación de sorpresa. El mundo de Harry Potter fue tan exitoso porque caminaba la delgada línea entre nuestra vida aburrida cotidiana y otra realidad mucho más atractiva, aunque con sus propias amenazas. Los personajes más memorables de Charles Dickens, también, son excéntricos e inquietantes, parecen personas que todos hemos conocido pero al mismo tiempo son como fuera de este mundo. En la novela La historia interminable de Michael Ende, podemos conectar con un niño solitario que se aventura en un mundo de imposible surrealismo. En la famosa serie A Series of Unfortunate Events (Una serie de eventos desafortunados) de Lemony Snicket, los lectores pueden identificarse con situaciones trágicas y bizarras, temidas pero llenas de humor al mismo tiempo.

La literatura fantástica o el realismo mágico son géneros que en gran parte funcionan porque se anclan en lo ominoso, lo ominoso entendido no como algo terrorífico sino como algo que nos produce fascinación, deseo, y angustia, todo al mismo tiempo, por ser familiar y no familiar. Es una realidad elevada pero reconocible. Por supuesto, los cuentos infantiles con los que solemos crecer (como los hermanos Grimm o Perrault) nos empiezan a entrenar desde chicos a toparnos con lo ominoso desde un lugar seguro.

Este lugar seguro desde donde escuchar lo ominoso es el consultorio psicoanalítico. Mi conclusión de este trabajo es que pensemos la sesión, con cualquier paciente, en cualquier contexto, en cualquier punto de la historia, como una crítica literaria, donde el analista-lector parte de la idea de no saber pero querer preguntarse. Ya no es más la idea del psicoanalista frío y patriarcal que quiere “cachar” al paciente en sus resistencias, confrontándolo al estilo de “usted tiene algo que no me quiere decir”, potencialmente agresivo. Se trata ahora de escuchar las resistencias, los sueños, la narrativa, todo lo que el paciente refiere, pero desde una escucha libidinizante con una preocupación maternal primaria, para promover la identificación proyectiva sana. 

Finalmente, considero que un buen analista es capaz de leer con su paciente al paciente, leer la sesión con énfasis en el lenguaje, la producción del material, como si tuviera un marcatextos mental para ir subrayando y haciendo anotaciones. Esto no significa, de ninguna manera, que el vínculo paciente-analista sea simétrico, para que funcione debe haber asimetría y una jerarquía, pero no en el sentido del analista narcisista que todo lo sabe, sino en términos de las funciones que cada uno realiza (el paciente habla libremente y el analista imagina e interpreta). Cuando digo que en la sesión el analista es un lector de lo ominoso, me refiero precisamente a que el analista debe de escuchar el discurso del paciente poniendo atención a aquello que de repente produce una sensación de des-balance, de algo que no encaja, que no hace sentido, que es un espacio vacío y probablemente genera una respuesta contratransferencial. Esto es el punto ciego que mencionan Ogden y Ogden (2013) a partir del cual el analista puede empezar a trabajar. De hecho, todo esto nos lo dijeron el primer día de nuestra formación psicoanalítica: un profesor nos dijo que cuando estuviéramos con un paciente había que imaginar que nuestra mente era un colador, y que las palabras del paciente pasaban por ahí, y que habría que estar al pendiente de cuando algo se quedaba atorado en el colador, para entender por qué. 

La sesión analítica es una matriz llena de significados y preguntas, y el buen analista es aquel que sabe cuestionarse, y que sabe perderse en un texto para después encontrarse. 

Bibliografía

  • Bleichmar, N. y Leiberman, C. (1989) El psicoanálisis después de Freud: teoría y clínica. México: Paidós.
  • Freud, S. (1919) Lo ominoso. En Obras Completas. Argentina: Amorrortu. Tomo XVII.
  • Freud, S. (1938) Esquema del psicoanálisis. En Obras Completas, Buenos Aires: Amorrortu. Tomo XXIII.
  • López-Corvo, R. (2018) Diccionario de la obra de Wilfred R. Bion. Argentina: Ediciones Biebel. 
  • Ogden, T. (1986) The Matrix of the Mind:  Object Relations and the Psychoanalytic Dialogue. Estados Unidos: Rowman & Littlefield Publishers, Inc.
  • Ogden, B. y Ogden, T. (2013) The Analyst’s Ear and the Critic’s Eye. Londres: Routledge.
  • Quinodoz, J. (2005) Reading Freud: A chronological exploration of Freud’s writings. Londres: Routledge.
  • Radchik, A. (2019) Mapas de lo inconsciente. México: Editores de Textos Mexicanos. 
  • Winnicott, D. (1951) “La angustia asociada con la inseguridad”. En Escritos de pediatría y psicoanálisis de 1979. Barcelona: Paidós.