Las Ondinas, criaturas acuáticas en la mitología germánica… parientes de las sirenas… Presentes como la mayoría de los mitos en múltiples autores, en cuentos, en poesía, en cantos, en teatro… Pero hoy, hablaremos de la Ondina de Jean Giraudoux[1], obra de teatro en 3 actos, escrita en 1939 y basada en el cuento del alemán La Motte-Fouqué. Sus características principales son el don de la inmortalidad y la pérdida de la memoria. Además, “Ondina camina sobre el agua, salta los pozos sin fondo, recibe las cascadas en una taza…[2]”
Autor: Marina Meyer
Ondina es una ninfa adoptada por una pareja de pescadores, que con asombro viven las excentricidades de una hija que les entregó el río Rhin. Una noche, un caballero extraviado, de nombre Hans llega a pedir posada. Un poco más tarde, aparece Ondina. La intensidad del encuentro, empieza por una hostilidad manifiesta de Ondina hacia Hans, después de que este pide le cocinen una trucha tirándola viva al agua hirviendo, insoportable crueldad para una mujer de las aguas. Repentinamente y con igual intensidad esta hostilidad se convierte en amor, un amor absoluto, recíproco y fulminante. Cuando más tarde la Reina le pregunta a Ondina por qué, de entre tantas posibilidades, eligió a Hans, Ondina responde: “No sabía que se elegía, entre los hombres. Nosotros no elegimos, grandes sentimientos nos eligen, y el primer ondino que llega es para nosotros el único ondino. Hans es el primer hombre que vi, no se puede elegir más.[3]” Ondina decide pues, seguir a Hans y casarse con él. El Rey de los Ondinos intenta persuadirla de su error, los humanos traicionan, y Hans por más enamorado que esté, no podrá escapar a su condición. Ondina se niega rotundamente a renunciar a su caballero. El Rey la reta: si Hans la traiciona, morirá y ella tendrá que volver al fondo de las aguas y perder toda memoria. Ondina acepta. La tragedia está anunciada. Muy pronto, Hans la traiciona y Ondina lo intenta todo para que el Rey de los Ondinos no se entere; pretende por ejemplo que ella fue la primera en ser infiel… en vano. El final se acerca. El Rey de los Ondinos en un acto de compasión, concede hacer simultáneas la muerte de Hans y la amnesia de Ondina, de esta manera no tendrá que sufrir la muerte de su amado, al menos no, de forma consciente.
Dejo ahora que los personajes hablen por sí mismos, en la penúltima escena del último acto; Hans en sus últimos minutos de vida, por fin lúcido, se da cuenta de todo lo sucedido y de lo que está por suceder: muerte y olvido,
“HANS : (…) No habrá más que una Ondina, siempre la misma, que me habrá olvidado… Eso tampoco es muy justo…
ONDINA : Precisamente. Quédate tranquilo… Tomé mis precauciones. A veces me reclamabas que no variara mis idas y venidas en tu casa, que no variara mis gestos, que contara mis pasos al caminar. Es que había previsto este día en el que tendría, sin memoria, que volver a bajar al fondo de las aguas. Enderezaba mi cuerpo, lo obligaba a seguir un itinerario inmutable. En el fondo del río Rhin, aun sin memoria, (mi cuerpo) no podrá más que repetir los movimientos que tenía junto a ti. (…) No sabré con certeza lo que quieren decir, pero viviré alrededor de ellos. (…) Tendré nuestra recámara en el fondo de las aguas. (…) Así, separados por el olvido, la muerte, los años, las razas, nos llevaremos bien, nos seremos fieles.[4]“
Ondina, da aquí un claro ejemplo de lo que son los rituales de los pacientes obsesivos. Gestos que se llevan a cabo sin una explicación lógica aparente. Muchas veces el mismo paciente acepta, como Ondina, no tener la certeza de lo que quieren decir o de por qué los hace, pero dice tener una necesidad imperativa de realizarlos. Pienso en un paciente que me relataba cómo durante períodos de mayor angustia aumentaba su necesidad por lavarse las manos varias veces al día. En este caso, lo que entendimos juntos a través del tratamiento, es que sus mecanismos obsesivos (el ritual de lavarse las manos es sólo una parte de un funcionamiento más general) son un intento, por resolver y anular la angustia y la culpa que le genera el haber ocupado en varias ocasiones de niño un lugar privilegiado junto a la madre, en la presencia ausente de un padre alcohólico. Tenía la sensación de que ella ya sufría lo suficiente con un esposo así, lo que lo obligaba a él a suplir esas faltas siendo un niño perfecto, limpio y obediente, almacenando sin embargo por otro lado intensos impulsos agresivos, con el consiguiente temor a que en algún momento salgan y ensucien todo.
Cuando este paciente llegó a análisis tenía 35 años y decía no recordar prácticamente nada de sus primeros 7, 8 años de vida, sólo datos aislados y algunas sensaciones. Es probable que su imposibilidad de recordar datos de estas épocas se deba a la amnesia infantil. Para Freud, lo que sucede en estos años es fundamental, e insiste en que dejan huellas, huellas tanto más importantes que “han ejercido un influjo de comando sobre todos los períodos posteriores[5]” y que han de ser reprimidas. Así como no se prohíbe lo que no se desea, no se reprime lo que no es importante. Volvamos al caso. Un día, el paciente llegó a relatarme con culpa, que no entendía por qué a últimas fechas, se sentía enojado cada vez que su mamá iba a visitarlo; así pudimos ir desanudando la historia.
El paciente se sentía enojado con su madre para no enojarse en transferencia conmigo, no entendía su enojo porque olvidaba mis interpretaciones. En ese tiempo el paciente hablaba principalmente de sus relaciones de pareja, y de su imposibilidad de cerrar un proceso de divorcio en el que llevaba varios años, así como de la culpa que sentía hacia su ex esposa por haberla “dejado”. Otro tema de análisis era su tendencia a buscar siempre “mujeres en desgracia” para poderlas rescatar de “hombres malos”. Aquí, aparece otra parte de la conflictiva y ésta es la compulsión a la repetición en la elección de la pareja; al no resolver y ser consciente de su tendencia a buscar el mismo tipo de mujeres, o por lo menos mujeres en el mismo tipo de circunstancias, lo que logra inconscientemente es fracasar una y otra vez en sus intentos de relación, volviendo – cada vez que fracasa – a la casa materna por consuelo.
Interrumpo el relato de este caso clínico para volver con Ondina y Hans. Es el final, después de esto, cae la cortina sobre el escenario. Ondina acaba de perder la memoria, justo después de la muerte de Hans que yace sobre una cama a unos metros de ella…
ONDINA: Quién es ese bello joven, sobre la cama… ¿Quién es él ?
EL REY DE LOS ONDINOS: Se llama Hans.
ONDINA: Qué lindo nombre! Y por qué no se mueve?
EL REY DE LOS ONDINOS: Está muerto… (…)
ONDINA: Cómo me gusta! … No podemos devolverle la vida?
EL REY DE LOS ONDINOS: Imposible!
ONDINA (dejándose llevar): Qué lástima! Cómo lo hubiera amado![6]“
Ondina ya olvidó, y aún así, aún desmemoriada, una parte de ella, recuerda. En el sentido freudiano Ondina no solo olvidó, sino que reprimió un contenido consciente, que se hizo inconsciente. El Rey de los Ondinos, en nombre de la ley, le forzó a la represión. Sobre esto, Freud dice: “podemos decir que el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber, desde luego, que lo hace[7].” El repetir es otra forma de recordar, Ondina lo sabe, tan lo sabe que se obliga al recuerdo, sabiendo que la memoria afectiva, inconsciente, existe. Traslada los muebles de su recámara al fondo del mar, se obliga a gestos automáticos, sabe, que sin saber, estará recordando, a pesar del olvido. Ondina olvida a Hans, olvida quién es, no lo reconoce, y aún así nos avisa que si se volviera a encontrar con él, si no estuviera muerto, sino se la estuvieran llevando de forma apresurada al fondo de las aguas, se volvería a enamorar.
Freud nos dice que “una de las tareas del psicoanálisis es descorrer el velo de la amnesia que oculta los primeros años de la infancia[8].” Sin embargo, es habitual en el trabajo del psicoanalista encontrarse que el paciente no solo tiene olvidado-reprimido lo que sucedió en los primeros años de vida, sino que sigue olvidando. Y no olvida solo sucesos de la vida cotidiana, o eventos traumáticos; olvida también las interpretaciones del psicoanalista, durante el tratamiento, pero sobre todo cuando este termina. El tratamiento psicoanalítico y el psicoanalista caen en un olvido similar al de la amnesia infantil. Es por esto, entre otras cosas, que en ocasiones el psicoanálisis aparece tan complejo, confuso e inasible.
Quien haya estado o esté en un proceso psicoanalítico estará de acuerdo conmigo en que se encuentra ante algo en parte innombrable… innombrable como una parte del relato onírico… innombrable cómo el recuerdo desde el olvido… No es extraño que un paciente que meses antes estuvo en franco desacuerdo con una interpretación, acuda a sesión diciéndonos que ya entendió qué es lo que le sucede y nos brinde la explicación que con anterioridad nosotros habíamos planteado a manera de hipótesis. Es frecuente también que los pacientes lleguen a relatar con cierta confusión que se sienten mejor pero que no entienden por qué o cómo es que se sienten así. Una paciente, al tratar de recordar, solía decir: “Ya no sé si lo dije yo, lo dijiste tú, o lo dijimos…”
El destino del psicoanalista y de alguna manera el éxito de su labor es justamente el ser olvidado, permitiendo así que el paciente haga suyas las interpretaciones, tan suyas que olvida que alguien más se las dijo. El psicoanalista debe volverse un olvido que se recuerda aún en lo profundo de las aguas de lo inconsciente.
En el prólogo de Ondina, Colette Weill nos dice “Hans y Ondina, es tal vez también la unión imposible entre la acción y el sueño, entre lo real y la poesía, entre la civilización y el instinto, entre la sociedad y la naturaleza.[9]”
Yo agregaría una última unión imposible, la unión entre el olvido y la memoria.
Marina Meyer, 20 de octubre 2007.
Bibliografía:
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Freud, S. (1901) Psicopatología de la vida cotidiana. Volumen VI. En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 2004.
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Freud, S. (1914) Recordar, repetir y reelaborar. Volumen XII. . En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 1995.
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Freud, S. (1932) Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Volumen XXII. En Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu, 2004.
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Giraudoux, J. (1939) Ondine. Grasset, Livre de Poche: Paris, 1990.