Daniela Harari 

“Y entonces, habiendo sido privados de la cercanía de un abrazo o de una mesa compartida, nos quedarán los medios de comunicación” Ernesto Sábato. 

Pandemia: una palabra que anteriormente no utilizábamos con regularidad y que hoy está tomando un especial protagonismo, pues se ha convertido en una amenaza para la población y nos ha puesto en un estado de alerta tal que ha ido transformando nuestra forma de vida.

¿Qué es? ¿Se cura? ¿Cómo se manifiesta? ¿Me va a alcanzar? ¿Corremos peligro? ¿Cuándo acaba? ¿Qué va a pasar con la vida social? ¿Qué va a pasar con la vida familiar? ¿Voy a recuperar mi trabajo? Y mi vida ¿va a cambiar?  Todas estas son incógnitas constantes que generan en nosotros ansiedad, angustia y miedo, pues son producto de la incertidumbre que causa estar frente a una situación desconocida y sobre la que no tenemos control alguno. 

Esta pandemia nos obliga a experimentar un distanciamiento físico de nuestros seres queridos y de personas con quienes tenemos lazos afectivos importantes, provocando sensaciones de soledad y vacío. Acciones como un beso y un abrazo que solían representar contención, afecto y seguridad, hoy parecen ser un arma letal. 

Nos estamos viendo obligados a distanciarnos de los lugares que representan un espacio seguro y que formaban parte de nuestra estructura diaria como la escuela, el trabajo, las cafeterías de encuentro social, la casa de la abuela y en ocasiones hasta la casa de nuestros padres. Igualmente, los lugares que nos daban una contención espiritual y que suelen ser el lugar que da sostén en momentos de angustia, hoy dejan de ser accesibles y pronuncian aún más la sensación de vacío. 

Y qué decir del consultorio, que normalmente ocuparía el primer lugar cuando buscamos refugio en los momentos de angustia por tantas pérdidas, hoy tampoco parece estar disponible. 

Esta falta nos ha llevado a buscar formas para mantener nuestros vínculos y relaciones sociales vigentes, por lo que hay una fuerte tendencia a utilizar los medios electrónicos como sustitutos. Al mismo tiempo, me pregunto si no son también una forma de aislamiento de los que tenemos cerca. 

Winnicott (1979) dice que el precursor del espejo es el rostro de la madre, pues el bebe se ve a sí mismo cuando se ve reflejado en su rostro. Lo ideal es que reciba de vuelta lo que da, si el rostro de la madre no responde, un espejo será entonces una cosa que se mira y no algo dentro de lo cual se mira. “Cuando miro se me ve y por lo tanto existo, ahora puedo permitirme mirar y ver, ahora miro en forma creadora y lo que apercibo también lo percibo, no me importa ver lo que no está presente para ser visto” (Winnicott, 1979). Por lo tanto, si existo a través de su mirada, el no ser visto sería ¿dejar de existir?

Por otro lado, este mismo mecanismo el niño lo utiliza como fuente de aprendizaje en relación a su vínculo con el mundo externo. Acude al rostro de la madre para saber cómo reaccionar ante una circunstancia desconocida, de esta forma a partir de la observación va moldeando y aprendiendo a discriminar las eventualidades para elegir cómo reaccionar ante cada una de ellas. Entonces, podríamos pensar que en esta crisis si los padres genuinamente se adaptan a la situación a pesar de sus miedos y preocupaciones, el niño va a percibir esa tranquilidad y por lo tanto se va a sentir seguro, lo que le dará al niño herramientas suficientes para afrontar contingencias en un futuro. Mientras que, aquellos niños que viven con padres ansiosos rebasados por la angustia, se sentirán igualmente ansiosos, con una sensación de descontrol y probablemente berrinchudos, a futuro, frente a las crisis se sentirán vulnerables, constantemente amenazados y paralizados en su creatividad y habilidad productiva (Winnicott, 1979). 

Palabras como coronavirus, contagio, aislamiento, miedo, incertidumbre, soledad, desesperación, ansiedad, angustia y desesperanza, se han vuelto parte de nuestro vocabulario cotidiano y generan en cada uno de nosotros diversas emociones que a su vez moldean nuestra forma de actuar y reaccionar, como reflejo de nuestras necesidades de apego. 

Nos podemos encontrar con personas a quienes el encierro los lleva a la desesperación, angustia y ansiedad extrema, con otras ostentando una depresión severa, habrá quien diga que el distanciamiento no les afecta, pero que el encierro los ahoga y otras más encontrando en la crisis una oportunidad de crecimiento y superación personal. ¿A qué se deben tanta diversidad en las reacciones si todos estamos enfrentamos cambios y aislamiento? ¿De qué depende que cada quien lo exprese de una manera diferente? Si el tema implica proximidad y aislamiento que mejor que la Teoría del Apego de Bowlby, para entender cómo esta falta de cercanía y la necesidad de conexión emocional, tiene un impacto importante durante esta pandemia. 

Como bien sabemos, el apego es la capacidad de los seres humanos para crear lazos afectivos que promuevan una proximidad y conexión emocional con sus figuras primarias, deviene de una necesidad biológica de proteger al bebe de posibles amenazas para promover su bienestar y asegurar su supervivencia. Esta conexión emocional va a contribuir en la formación de la identidad, ya que depende de ella que el niño logre o no una seguridad individual y un auto-concepto positivo respecto a si mismo. Igualmente, ayuda al niño a crear un modelo del mundo, y a partir de este la persona actúa, anticipa el futuro y lo construye (Bowlby, 1988). 

En un estado de angustia o ante la percepción de una amenaza, el sistema de apego se activa, provocando la búsqueda de proximidad y contacto con la figura de apego, buscando afirmarse, reasegurarse, consolarse y reforzarse (Gómez, 2009). Tanta incertidumbre y falta de control en tantas áreas de la vida, está generando altos niveles de ansiedad que activa la necesidad de apego. Comúnmente la opción para autorregularse es buscar proximidad y contención que en estos tiempos se ve limitada, por lo que lograr disminuir la angustia se ha dificultado aún más. 

Así como el bebé busca la proximidad y el contacto con la figura de apego, el adulto está dotado de su propio sistema de conductas que le permite reconocer las señales del bebe, interpretarlas adecuadamente y responder ante ellas (Bowlby, 1988). Qué tan fácil es para las madres conectarse con las necesidades de apego de sus pequeños, cuando ellas también están viviendo momentos de crisis, presión, cambios, desconcierto y la contención que necesitan para autorregularse y poder responder, no llega, el descontrol crece y la cadena se va volviendo infinita…

Bowlby (1988) describe cómo ante condiciones determinadas, las necesidades de apego son activadas principalmente por el dolor, el cansancio, el miedo y por el hecho de que la madre sea o parezca inaccesible. No es difícil imaginar a todas estas familias lidiando en sus espacios de confinamiento totalmente activadas, sabiendo que su día a día simplemente cambió.  Esta activación de la necesidad de apego, es eliminada cuando las figuras de apego responden a sus necesidades. Las condiciones que provocan la desactivación de estas conductas, varían de acuerdo a la intensidad de su activación, si la intensidad es baja, el bebe logra calmar la angustia con el simple hecho de ver o escuchar a la madre. En cambio, cuando la angustia es de alta intensidad, requiere que el niño toque a su mama o se aferre a ella para lograr disminuir la angustia. 

Aquí cabría cuestionar si en estos días hay o no esa condicionalidad de la madre, o de la figura de apego. Y mi cuestionamiento se extiende aún más, en el caso de los niños, es más fácil entenderlo, pero qué pasa con los adolescentes cuando se activan sus necesidades de apego y la reacción es a través de retar o tener actitudes de rebeldía, que opciones tienen para autorregularse, si la respuesta de las figuras de apego son el grito o el regaño, y la cercanía con el grupo de pares se ve también limitada. Y en esta misma escala, pienso en el adulto joven, deseando crecer e independizarse, mostrarse maduros y autosuficientes, cuales son sus opciones, si aceptar el miedo o la necesidad de contención, culturalmente se lee como debilidad o dependencia…

La permanencia en casa, estudiar desde ahí, trabajar desde ahí, a veces en espacios amplios, pero otras reducidos, y sofocantes, con ayuda en las labores, otras con presiones infinitas, la vida como la conocemos, no está más. De repente ejercer tantos roles simultáneos, y lograrlos con eficacia, parece imposible, y las reacciones que se producen lejos de promover cercanía, producen deseos de huir. Entonces aparece el dilema en relación a si proximidad se traduce en cercanía, o si distanciamiento necesariamente implica abandono. ¿Será que lo que falta es equilibrio?

Y si pensamos en los adultos mayores, quienes a pesar de su experiencia de vida, no parecen contar con información que les ayude para hacer frente a una crisis como esta, eso indudablemente los asusta, se ven angustiados, lo único que añoran es la cercanía de sus seres queridos, y parece ser que lo que obtienen es una sensación de abandono que intensifica la soledad en que viven, sienten que han dejado de ser útiles, hay que hacerlos a un lado. Para ellos en la solución está el problema, y como Winnicot nos enseña, no necesitar es aniquilar al objeto. ¿Qué será peor morir de soledad, o por contagio?

Volviendo a Bowlby, un rasgo importante de la conducta de apego es que tan fuerte es el nivel de la emoción que la acompaña, esta intensidad va a depender del tipo de emoción originada, la forma en que se desarrolle la relación del individuo apegado y la figura de apego. Si la relación funciona bien logra producir en el niño alegría y una sensación de seguridad. Por otro lado, si resulta amenazada surgen los celos, la ansiedad e ira, y por último, si se rompe habrá dolor y depresión a causa de esa pérdida (Bowlby, 1988).

El modo en que la conducta de apego llega a organizarse depende de las experiencias que tuvo el niño a lo largo de su infancia con sus figuras de apego y de las que fueron aprendidas por medio de la observación. Bowlby, describe 4 tipos de apego que se pueden observar y los cuales regularán la forma de vincularse a lo largo de su vida (Bowlby, 1988).

El primero es un apego seguro, el cual se logra cuando ambos padres fomentan la autonomía de su hijo y al mismo tiempo son accesibles emocional y físicamente, proveyéndole así la seguridad necesaria para enfrentarse al mundo y saber que tienen una base segura a la cual regresar. Esto prepara al niño para poder enfrentarse a las diversas situaciones de la vida de forma más adaptativa, ya que contará con las herramientas necesarias para sobrellevar las dificultades que se presenten. Las personas con un apego seguro tienden a integrar los elementos cognitivos y emocionales en lugar de ser víctimas de ellos (Bowlby, 1988). Siguiendo este concepto, en este momento de pandemia bastará una llamada o un encuentro por video-llamada, para sentir la conexión emocional (tocar base) y poder adaptarse al aislamiento de una manera productiva, para ellos la crisis representa una oportunidad. 

El segundo es el inseguro ambivalente, el cual se caracteriza por una inseguridad en la relación con los padres ya que en ocasiones se muestran sensibles y cálidos, pero en otros insensibles y fríos. A causa de esta incertidumbre el bebe va a tender a la separación ansiosa, siendo propenso al aferramiento y sintiendo angustia y ansiedad en relación a la exploración del mundo. Esto produce en el niño inseguridad en sus relaciones, por lo que generalmente sus respuestas van a ser con rabia y emociones exageradas debido al cuidado inconstante. Los ansiosos- ambivalentes focalizan la atención en lo emocional más que en lo cognitivo (Bowlby, 1988). Pensado en este estilo de apego entendemos a las personas cuyas necesidades de apego se ven activadas por la inaccesibilidad de las figuras significativas y por el descontrol que la incertidumbre les provoca, produciendo en ellos altos niveles de angustia y ansiedad que los mantiene permanentemente en una sensación de vulnerabilidad aun cuando sus condiciones de vida actual no representan un peligro real. En consecuencia, se ven limitados en su creatividad y su capacidad productiva. 

El tercero es el inseguro evitativo, en este el individuo no confía que al buscar cuidados recibirá una respuesta, sino que, por el contrario, espera ser rechazado. Esto se da por un rechazo constante por parte de la figura de apego cuando el niño se acerca en busca de consuelo y protección. A partir de esto, el individuo va a intentar vivir su vida sin el amor y el apoyo de otras personas, se vuelve emocionalmente autosuficiente y con posterioridad puede desarrollar una personalidad narcisista o como poseedor de un falso sí-mismo. Los ansiosos-evitativos sobrevaloran, confían excesivamente en los elementos cognitivos e ignoran y niegan reacciones emocionales como la ansiedad y el miedo (Bowlby, 1988). Las personas con este tipo de apego están reaccionando a través de racionalizar una y otra vez la situación, evitando tocar emociones que puedan colocarlos en una posición de mayor vulnerabilidad. Por lo mismo, se ven inhabilitados a comportarse con empatía, especialmente hacia las personas cercanas y su falta de productividad la justifican en la falla del sistema, pero nunca en ellos mismos. 

El cuarto y último es el inseguro desorganizado, el cual tiene una predisposición a la patología grave. Se da en niños que muestran una desorganización de una de las tres pautas típicas, manifiestan una necesidad de control, mucha agresión, intentos de seducción, oposición y rechazo, son violentos con el otro y con ellos mismos (Bowlby, 1988).

Como se mencionó anteriormente, las necesidades de apego no son exclusivamente de los niños, sino que son inherentes al ser humano desde que nace, hasta que muere y se irán manifestando en momentos de tensión, ansiedad, cualquier tipo de crisis que implique un desequilibrio emocional o en situaciones en las que simplemente se viva incertidumbre y desconcierto. Por lo tanto, no se tiene en este momento información para saber cómo reaccionar y qué esperar en una situación como la que vivimos hoy día. La predictibilidad que nos da seguridad y certeza hoy, se ve desvanecida y aquellas personas que cuentan con una resiliencia tendrán mejores oportunidades de adaptación y habilidades creativas para aprovechar el tiempo de crisis de una forma positiva. 

Difícilmente las cosas volverán a ser igual, las pérdidas son innumerables, desde la pérdida de seres queridos y el dolor de no haberlo podido procesar en familia, hasta las pérdidas a nivel económico que pueden ir desde la vivienda hasta el trabajo. Las crisis a causa de esto van a seguir y muchas relaciones se verán dañadas, la recuperación del equilibrio será paulatina y el valor que se le dará a las personas significativas probablemente crecerá y será lo que nos dará la fuerza para lidiar de forma adaptativa con las nuevas dificultades que todos estos cambios van a generar. 

Creo que todo seguirá siendo incierto, y veremos las secuelas de esto a lo largo del tiempo, a lo mejor las reacciones esperadas también cambian y este conocimiento se ampliará ante las nuevas formas de relación que se darán cuando regresemos, cuando se nos permita vernos, acercarnos y tocarnos. Cuando los abrazos y los besos nos vuelvan a dar esa sensación de seguridad, cuando se acabe esta increíble paradoja y nuestros lugares seguros vuelvan a ser parte de nuestra cotidianidad, pero principalmente cuando podamos compartir nuestro tiempo con las personas que nos importan y vuelvan a ser nuestra principal fuente de contención. 

Bibliografía: 

  • Bowlby, J. (1988). Una base segura aplicaciones clínicas de una teoría del apego. Barcelona, España: Paidós Ibérica. 
  • Gómez Zapiain, J. (2009). Apego y sexualidad entre el vínculo afectivo y el deseo sexual. Madrid, España: Alianza Editorial S.A. 
  • Winnicott, D.W. (1979). Escritos de Psiquiatría y Psicoanálisis. Barcelona, España: Laia editorial. 
  • Winnicott, D.W. (1981). Realidad y juego. Barcelona, España: Gedisa Editorial.