Beatriz Ríos 

“Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles”. (Freud, 1930)

Pensar en este tema sin duda fue una de las dificultades por las que atravesé en esta pandemia, ya que apuntaba a apalabrar y contactar con sentimientos y deseos, profundizar en angustias, miedos, temores, todos estos generados por una situación de desconocimiento e incertidumbre, puesto que a todos nos llegó la pandemia de golpe, eso es lo que tenemos en común, todos estamos pasando por momentos de inseguridad en el tema de salud, algunos otros en temas laborales, emocionales, inseguridad que trastoca las fibras más sensibles, a ratos negando y bajando un poco la guardia, a ratos extremando precauciones y viviendo angustias importantes por las relaciones a distancia, las pérdidas de cientos de miles de personas, algunas de ellas conocidas, familiares cercanos, lejanos pero al final personas que nos dejan. 

Las secuelas físicas y emocionales, los planes no realizados, las relaciones perdidas, los espacios vacíos, las calles que se miraban de un momento a otro vacías, ahora con algunas personas que caminan y se mueven con miedo, otras indiferentes y negadas del efecto que ha producido dicha pandemia, otras con las barreras de protección que consideran más importantes, situación en la que la vida parece una película de terror, en la que sales de tu lugar seguro y sientes que hay algo fuera que puede dañarte o dañar a los que más quieres y que esto no desaparece, al contrario acrecienta, donde el contacto físico implica riesgo, un riesgo que muchos están dispuestos a correr y otros no. 

Es algo nuevo, algo incierto, algo con lo que el ser humano no puede, esta enfermedad viene acompañada de infinidad de preguntas, de por qué afecta tanto a algunas personas y a otras no, qué secuelas va a dejar en los organismos, en las emociones, en las fantasías y en los deseos. 

Tal es el caso de C, una mujer de 45 años, quien es Médica General, trabajaba en atención a pacientes fuera del área Covid, llega a consulta refiriendo sentir temor de enfermar, sabía que era indispensable mantenerse sana puesto  que de ella depende su hijo de 7 años, su madre quien padece de enfermedades crónicas y su tía quien es parapléjica. Mientras iniciaba la pandemia tuvo que ser muy cuidadosa de las personas que entraban a casa, puesto que su tía necesitaba de una enfermera para sus cuidados, sentía temor de contagiarse y contagiar a su familia, empezó teniendo insomnio, cuando lograba dormir era para ya despertar e ir nuevamente a su trabajo, pese recibir numerosas capacitaciones de lo que se sabía de esta enfermedad, decía que no podía escuchar, ni leer, sobre esta, porque inmediatamente sentía que le faltaba el aire. Tuvo que tomar medicamento para poder dormir, descansar y al mismo tiempo bajar la ansiedad, además del acompañamiento psicoterapéutico que le fue brindado. 

Están los pacientes que decidieron firmemente no salir, implicando una baja importante en vitamina D y que refieren sentir una “paranoia del contagio”. Por otro lado, los pacientes que omitieron hablar del tema en un principio, como si se negará la existencia, pero dejando ver la angustia que provocaba contactar con sus impulsos agresivos para consigo y hacia los demás. 

Están los otros casos, los que si enfermaron pero que fueron asintomáticos o los que vivieron no solo síntomas físicos, sino también un desencadenante de emociones y una reviviscencia de situaciones pasadas que contactaban con lo actual, familias negando la posibilidad de que uno de los suyos hubiera enfermado, porque eso impactaría de manera significativa lo laboral, las relaciones, personas que creían que si enfermaban el impacto no sería significativo, puesto que días atrás se habían suplementado y cuidado. Están también los síntomas angustiantes como la baja oxigenación, la pérdida del apetito, pérdida del interés en las actividades comunes y cotidianas, irritabilidad frecuente, además del cansancio imperante antes y después de la enfermedad.  

Lo anterior me lleva a pensar en las pérdidas que ha traído esta pandemia, Freud (1916), define el duelo como “…la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc…” Esa pérdida de la libertad por la que se sufre en estos tiempos, de seguridad, fungen un papel importante, el mismo autor habla de pérdidas que si bien no son tangibles como los ideales, al perderlos por determinadas situaciones enfrentan al sujeto con una falta, un duelo, por aquello que en cierto momento tenía un sentido, un valor determinado y hoy, cae. La salud es eso que se perdió, eso que hace sentir en falta a los que lo padecen y a los que no también, que por ende surgen cuestiones difíciles de tramitar, en donde se quedan sentimientos inconclusos.  

Tal es el caso de M, una mujer de 35 años, enfermera, quien ha presentado dificultades para poner en palabras lo que siente, dio positivo a Covid-19, que al mirar cómo es que sus compañeros iban enfermando, sabía que en algún momento le tocaría a ella, se acercaba su cumpleaños y con ello la confirmación del diagnóstico, tenía Covid, el plan de estar con su familia fue cancelado, pasando un cumpleaños en reposo, pues aunque los síntomas no eran tan agudos, se sentía con cansancio importante y su estado emocional no era el más idóneo en ese momento, sintió la necesidad de estar en contacto con su familia, pero también sentía temor de enfermarlos y en su fantasía abrazaba la idea de que podría haberlos infectado en días anteriores, sus fantasías se fueron disipando pues estos no presentaban síntomas, le angustió la soledad pero más la idea de ser portadora de una enfermedad desconocida que podría dañar a los suyos, se recluyó tanto que cuando llegó el tiempo para salir ya no lo quería hacer, sentía desconfianza, dudaba de estar completamente restablecida puesto que aun sentía cansancio y dolor de cabeza recurrente. La culpa en ella apareció, por temor de haber contagiado a las personas con las cuales tuvo contacto sabiendo que era muy cuidadosa en su proceder. Sentía culpa de haberse contagiado, como si hubiera hecho algo mal en los cuidados que tomaba. 

Después de muchos días de recuperación y ya con posibilidad de incorporarse a su trabajo.

M relata: “la enfermedad de Covid-19 es un padecimiento que viene a cambiar en todos los sentidos a los pacientes que lo adquirimos, ya que provoca muchos sentimientos como miedo a morir solo, ansiedad porque no sabes si te vas a curar, coraje porque ves a la gente que no se cuida y es muy fácil contagiarse, tristeza porque te aleja de las personas que quieres, depresión porque tienes que estar aislado. En el aspecto físico, cuando empiezas a presentar los síntomas, como por ejemplo anosmia (pérdida del olfato), la pérdida del gusto, que es lo más difícil porque la comida que disfrutabas no sabe, el cansancio es muy grande que apenas tienes fuerza para levantarte, en ocasiones sientes la sangre muy espesa, se te duermen las manos, realmente es una enfermedad que te cambia la vida y la forma en que la ves, ya que cuando estas en recuperación aprendes a valorar más a las personas y las cosas, aprendes a valorar la vida”

La angustia ante el agotamiento físico y la culpa de contagiar a seres queridos, son los sentimientos más comunes, es una enfermedad diferente, puesto que se cursa sola, ya que en otras se vive acompañado, en ésta el primer requisito es aislarse. Surgen infinidad de fantasías inconscientes, surgen pensamientos obsesivos, pesadillas, impulsos agresivos importantes. 

Grinberg (1963), por su parte plantea que “…ante una pérdida significativa, el yo entra en un inicio en un estado de shock, por la gran confusión y el dolor psíquico que son vividos como peligrosos y amenazantes…” Tan amenazantes como son las partículas minúsculas que pueden entrar en nuestro sistema y hacer que este enferme, amenaza que M sentía cada vez que se tenía que presentar a trabajar. 

Por otro lado, el duelo de reacción frente a la pérdida de una persona amada, tal es el caso de N, un joven de 18 años, que pide apoyo psicológico tras haber tenido una pérdida importante. N se encontraba a unos meses de presentar su examen para la universidad, y pese a los cambios de fecha y modalidad del mismo, le ilusionaba pero también le angustiaba dar ese paso tan importante, refiere siempre haber estado acompañado de su madre, sus abuelos y sus dos hermanos, puesto que su padre los abandonó cuando estaban pequeños, la relación que tenía con su madre era de confianza y apoyo mutuo, aunque a veces solían discutir por diferencias, pero de manera general sabía que podía encontrar un sostén importante en ella. Menciona que una vez iniciada la pandemia tenía sus temores por la madre, ya que trabajaba en un laboratorio clínico, que, pese a tomar medidas estrictas se contagió, pudo recuperarse de los síntomas, pero no de las secuelas que esta enfermedad le dejó, atacándole de manera significativa los pulmones, haciendo que su cuerpo colapsara. N se siente impotente por no haber podido estar con ella, acompañarla en sus últimos momentos, algunas veces pudieron hacer video llamadas, sin embargo no le era suficiente, él quería abrazarla, besarla y decirle cuánto lamentaba que estuviera lejos, no pudieron velarla, enterrarla, tuvo que ser un proceso alejado de lo que él conocía, sus abuelos también enfermaron, su abuelo estuvo grave pero se recuperó, su abuela también se recuperó de la enfermedad pero no de la pérdida que azotaba a su familia.

Grinberg (1963) dice que “… tanto a nivel perceptivo como motor se presentan alteraciones, se niega el juicio de realidad… puede presentarse la idea de revivir mágicamente al objeto. Con el tiempo lo esperado, es que el yo vaya reconociendo el dolor de la pérdida”. N justo se cuestiona si efectivamente fue su madre la que murió en ese hospital, negando su realidad por el dolor que le causó, dado que no pudo ver su cuerpo, la distancia, los protocolos de salud que indican que inmediatamente tenía que ser cremado y las fantasías de muerte. 

Como menciona Freud (1916) cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la libido, la pérdida del objeto de amor es una ocasión privilegiada para que campee y salga a la luz la ambivalencia de los vínculos de amor toda vez que se presenta, de modo que el mundo de quien padece dicha pérdida se ha hecho pobre y vacío. 

La historia también nos muestra muchos sucesos catastróficos, recordemos que, en los tiempos de Freud, se vivió una situación parecida, después de la Primera Guerra Mundial, además de dejar efectos devastadores, al término de esta, se desata la llamada “gripe española”.

“En enero de 1920 murió su hija Sophie, víctima de la epidemia que siguió a la guerra, estando embarazada de su tercer hijo. La conmoción que dicha muerte representó se deja leer en sus cartas. Como lo revela Peter Gay, el mejor de sus biógrafos, “La muerte es un acto absurdo, brutal del destino (…) del cual no es posible culpar a nadie (…) sino solo bajar la cabeza y recibir el golpe como los seres pobres, desamparados que somos, librados al juego de la fuerza mayor”. (Battista, A. 2011, p. 22)

Al pastor Pfister, le escribió, en una carta fechada el 27 de enero de 1920: “Esta tarde nos dieron la noticia de que la neumonía por el virus de la influenza nos arrebató a nuestra dulce Sophie en Hamburgo. Nos la arrebató a pesar de que tenía una salud radiante y una vida plena y activa como buena madre y amante esposa, todo en cuestión de cuatro o cinco días, como si nunca hubiera existido”. Siendo una situación bastante trágica para Freud, refiere en otra carta: Aunque estuvimos preocupados durante un par de días, manteníamos la esperanza, pero juzgar desde la distancia es muy difícil. Y esta distancia debía seguir siendo distancia…” (Gay, 1989, p. 441)

 Este evento lleva a Freud a hacer modificaciones importantes en su teoría del duelo, puesto que cuando muere un ser querido hiere, más en situaciones tan desoladas como las actuales, dicho de otro modo, el trabajo de duelo implica la desinvestidura de una multitud de representaciones que estaban ligadas a ese objeto amado, por ende surgirán sentimientos de culpa que encubrirán las fantasías inconscientes, en el duelo normal, el sujeto que estaba ligado a un ser amado se pierde, será necesario que el sujeto experimente la realidad de la falta, poder sentir el dolor junto a todas las emociones que conlleva (Freud, 1916 p. 245 )

Pero esa muerte, de la cual no hay registro en el inconsciente, se tramita como si fuera un abandono de ese otro, ese otro que era depositario de fantasías, ese otro que pudo o contagió a otros más, se muere en soledad, se vive esa experiencia de pérdida en soledad, sin ocasión de celebrar esa muerte como lo indican las creencias, pero que al mismo tiempo esa soledad necesaria es un acto de amor, un acto de protección, un acto en el que se corta la posible vía de propagación de la enfermedad. Se ha visto a ambos padres morir y dejar a la familia inconsolable, familias enteras sucumbieron en una cadena de contagios, mueren de una enfermedad que transgrede, que se presentó como algo que parecía ser fugaz, pero se fue haciendo fuerte al grado de complicar el funcionamiento completo, que los hijos quedaron sumidos en el dolor de no poder acompañar dicho desenlace, en el que la despedida tuvo que darse de una manera distinta a la que estaban acostumbrados, porque se tenían que seguir protocolos de salud, pero cómo se le explica a la emoción ese proceder. Cómo completar lo incompleto, los rituales funerarios tienen una función muy importante en la elaboración de la pérdida, la pandemia cambió dichos rituales, cambió la posibilidad de despedirse y acompañar. Y ahora ¿cómo se elaborará, qué recursos utilizarán, se complicará el duelo? ¿Quiénes acompañarán el dolor de la perdida, en quién se sostendrán? ¿Seré que termine en un duelo patológico o una melancolía, por lo difícil de procesar? Existen restricciones a los dolientes, culpa por no poder estar, solo queda la elaboración personal, puesto que estar acompañado es crucial y a la vez contraproducente. Se han tenido que crear espacios virtuales de acompañamiento, espacios que no amenazan ni ponen en peligro. 

El trabajo de duelo requiere tiempo y gasto importante de energía psíquica que permitirá la elaboración de la falta y es a través de este que el sujeto será capaz de entenderla y aceptarla, una forma de hacerlo es por medio de la palabra, ya que en este y en todos los tiempos ha sido y seguirá siendo la aliada perfecta. 

Rescatando a un personaje famoso por sus fábulas, Esopo, un esclavo de la antigua Grecia, quien ilustra a la perfección el uso de esta: 

“… se cuenta que su amo estaba dispuesto a ofrecer un banquete ordenándole que fuera al mercado y le trajera el manjar más exquisito, que pudiera encontrar. Diligente, Esopo va al mercado y regresa trayendo consigo una lengua. Intrigado su amo, le interroga acerca de las razones de tal elección, a lo que Esopo contestó:

-La lengua, mi amo, es lo más sublime de lo que dispone el hombre, de su uso nacen la poesía y la filosofía, todo lo que el hombre es capaz de hacer para a través de la lengua, desde la ciencia hasta el amor. Las palabras de la madre arrullan al niño liberándolo y protegiéndolo de todos los temores. Las palabras de los que amamos, de los amigos y de los maestros son nuestras eternas compañeras. 

Ante tal respuesta, quedó postergada la preocupación por el banquete, pero fue entonces la curiosidad la que empujó al amo a ordenar a Esopo esta vez: 

-Ve por favor al mercado y tráeme lo peor que encuentres. Al mercado volvió Esopo, que prestó, regresó, esta vez… con una lengua.

-Pero ¿Cómo? Si esta vez te he pedido que me trajeras lo peor que encontrarás –dijo el amo.

-Eso es la lengua – contestó Esopo-. La lengua es la responsable de las máximas calamidades que la humanidad conoce; bastan pocas palabras para encender el odio que desencadena las guerras. La envidia y los celos, verdaderos azotes de la existencia, se concretan y adquieren realidad a través de la palabra. (Saal, F. 1998, p. 107)

Dolto (1992, p. 12) refiere que la palabra funciona “… como mediadora de cuanto acontece en nosotros de doloroso, a partir del momento en que ella puede ser dicha y escuchada, expresada y asumida. Se va a lo del psicoanalista para hablar y cuando se sale se está parcialmente libre de uno mismo… …El hombre no puede vivir una hora sin angustia; hay, pues angustias necesarias, que apuntan a la creatividad y las hay que minan las fuerzas vivas, del ser humano. Tan solo estas últimas requieren el tratamiento psicoanalítico”. 

Ha sido un reto importante este momento de vida que da la posibilidad de repensar los contenidos internos, en el que la organización pareciera que se perdió, en donde había libertad de cumplir horarios, de realizar actividades, ganar tiempos para buscar oportunidades, algunos lo hicieron, otros simplemente lloraron y sufrieron por esos planes perdidos. 

El paciente halla él mismo su camino, a partir del momento en que recupera el sentido de su historia, el sentido de sus deseos, sabiendo que las palabras no quieren decir lo mismo para unos y otros. Las palabras encierran experiencias afectivas y emocionales, físicas de espacio y de tiempo completamente diferentes, representan por completo otra cosa. (Dolto, 1992 p. 12)

Dolto (1992, p. 103), menciona que “mediante la palabra, la creación, el ser humano llega a superar el sentimiento de impotencia, se está consagrado al sufrimiento por la disparidad entre sus deseos, qué son inconmensurables y la imposibilidad de satisfacerlos. Hay, pues, un sufrimiento fundamental y necesario, que no llegaremos a evitar. Todo cuanto nosotros, psicoanalistas y psicoterapeutas podemos lograr es evitar al prójimo sufrimientos inútiles… … ayudar por medio de la palabra, de la simbolización, de la creación, a que la disparidad entre el deseo y la realidad sea menos dolorosa…. 

Desarrollar la creatividad, animarse a recorrer territorios no mapeados, armar nuevas formas de tramitar y porque no ayudar al otro a hacerlo, el intento de conocer un poco de nosotros mismos implican sentimientos dolorosos, pero de acuerdo a la capacidad de tolerar la frustración, se trata de elaborar y reelaborar ese dolor y será el campo de batalla individual de tolerancia a las mismas y lograr que la creatividad surja, porque la creatividad hace que tengamos inmunidad psíquica, algo que pueda ser pensado y trabajado, lo escuchaba en uno de los múltiples seminarios que me ha dado la pandemia. 

Bibliografía:

  • Battista, A. (2011, Enero-Diciembre). El problema del duelo. Desde el jardín de Freud. n.° 11, pp. 17-30.
  • Dolto, F. (1992), La dificultad de vivir. 1. Familia y sentimientos. El psicoanalista y la prevención de las neurosis. Barcelona. Gedisa. 
  • Freud, S. (1925-1926), Inhibición, síntoma y angustia. Obras completas. XIV. T. XX.  Buenos Aires, Amorrortu.
  • Freud, S. (1914-1916) Sigmund Freud. Obras Completas. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Trabajos sobre metapsicología y otras obras. Vol. XIV. Buenos Aires. Amorrortu.
  • Gay, P. (1989), Freud: una vida de nuestro tiempo. Buenos Aires. Paidós.
  • Grinberg, L. (1963). Culpa y Depresión. Estudio psicoanalítico. Buenos Aires: Paidós
  • Saal, F. (1998), Palabra de Analista. México. Siglo veintiuno.